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Capítulo 7 - Un futuro reencuentro

Este capítulo tiene en un momento determinado una canción, sois libres de elegir si la queréis reproducir para el momento o no :3

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Flashback

Monte Pelión, Grecia, hace miles de años...

En las afueras de una cueva, en un llano antes de empezar la pendiente montañosa, dos niños pequeños enfrentaban con dos espadas de madera. A su alrededor y caminando despacio, su maestro les vigilaba y corregía.

 - Dobla más las rodillas, Aquiles - corregía a uno sin dejar de caminar - Sé más ofensivo, no le tengas miedo. Áyax, tienes que mirarle a él, no a su espada.

Apartando la mirada de los niños un momento, la dirigió hacia otro de ellos que estaba sentado sobre una roca, alejado. Echándoles un último vistazo, les dejó ahí mientras caminaba hacia el otro, que con una pequeña navaja, pelaba unos tallos de aloe vera. Parándose justo delante de él, el chico pudo ver unos cascos de caballo, y levantando la mirada, las patas, el pecho del animal... que se acababa convirtiendo en el un hombre adulto, y luego el rostro de su maestro.

 - Asclepio... - ¿Hoy tampoco vas a querer pelear contra ellos?

- No, maestro... - murmuró bajando la cabeza, escondiendo un poco la planta, y su pequeña serpiente blanca en el cuello también se escondió un poco.

- Dime una cosa... - dijo volviendo a mirar a los dos niños pelear - Cuando te menciono un campo de batalla con dos bandos enfrentados... ¿Dónde te gustaría estar? ¿Tal vez en primera línea, peleando como una bestia contra el enemigo? ¿Tal vez en la retaguardia, manejando y observando la pelea, dirigiéndola con tu astucia? ¿O a lo mejor no existiría esa batalla porque tu vocación es ser un excelente mediador?

- Yo... siento no ser tan buenos como son mis compañeros... - se disculpó el chico.

- ¿Buenos? - preguntó - Ninguno de los dos es un luchador excelente, no al menos ahora. Áyax es torpe, bruto, basto, hace la mayoría de las cosas sin pensar y se enfada fácilmente. Aquiles se deja llevar demasiado por sus impulsos y sus sentimientos, y no tiene la templanza para pararse a pensar y saber que su cerebro es más listo que su corazón. Ahora, Asclepio... ¿Qué respondes?

El niño se frotó las manos algo nervioso, pensando en las opciones. Se mordió el labio inferior, y entonces Quirón comenzó a caminar a su alrededor.

 - Recuerda una cosa, Asclepio... las opciones que te ofrecen no son siempre todas las que puedes elegir. Todos quieren tener gloria y reconocimiento en la batalla, ya sea blandiendo la espada o por su gran inteligencia, o incluso con una demagogia que pudiese encandilar a los dioses... ¿pero tú quieres...?

- Yo quiero estar... si es en una batalla quiero ser aquel que cure a los heridos... - confesó con una sonrisita - Creo... que se me da bien.

- Tu padre es un dios con muchos poderes y virtudes - dijo poniendo una mano en su hombro - No es de extrañar que hayas heredado poderes como los suyos para la curación. Si de verdad quieres dedicarte en cuerpo y alma a ello, desistiré en enseñarte a batallar... aunque deberás saber lo básico, así como en música, caza y moral.

El chico sonrió ampliamente, emocionado. Era tímido, de complexión algo débil, pero en su rostro llevaba la belleza de su padre, tal y como Artemisa dijo la primera vez que le vio. Desde que ese día se presentaron ambos hermanos en su hogar para entregarle al niño y educarle por ellos, Quirón tuvo que darle más atenciones de lo necesario, pues su nacimiento forzoso y prematuro le habían convertido en un bebé débil. Entregado así el bebé junto con un pequeño huevo de serpiente, uno de los símbolos de Apolo y regalo para su hijo, los dioses se marcharon, y desde entonces, sólo Apolo, acompañado alguna vez por Atenea, llevaban el seguimiento del crecimiento de Asclepio.

El tiempo pasaba rápido e imparable, y los tres alumnos de Quirón crecieron juntos, destacando cada uno en la cualidad que más le gustaba y explotaba de sí mismo, por lo que era inevitable que Asclepio se apartase un poco de ellos para seguir estudiando medicina, las plantas y sus propiedades, además de escribiendo todo lo que descubría en uno de sus libros. Sólo se juntaba con ellos para curar sus heridas después.

En una de sus llegadas, cuando Aquiles llegaba montado en el lomo de su maestro y Áyax a pie a su lado, Asclepio vio que su maestro tenía entre sus manos un animal de pelaje rojizo. Cuando el hijo de Tetis bajó de su lomo, Quirón avanzó hacia su cueva, llamando a Asclepio con la mirada, que llegó enseguida.

 - ¿Qué ocurre, maestro? - preguntó al ver que llevaba un zorro entre sus brazos - ¿Está herido?

 - No... - comentó Quirón dejando el cuerpo del animal sobre una roca - Está muerto.

El rostro de un joven Asclepio se entristeció, mirando al cuerpo inerte del animal en la piedra.

 - En esta época del año los zorros están criando, necesitan más comida, y bajan hasta los pueblos de los hombres para saquear gallineros - Quirón palpó el vientre del animal - Lo tiene hinchado, y las mamas llenas... esta hembra buscaba comida, pero parece que la han envenenado.

 - ¿Por qué tienen que hacer eso? - Asclepio observaba a su maestro, con miedo en el rostro - ¡Ella sólo buscaba comida para ella y sus crías!

- Cada uno tiene que defender lo suyo, Asclepio. Si los zorros entran en los gallineros y matan gallinas, los hombres cazarán zorros, sea cual sea el motivo. Hambre tenemos todos, pero todos también tenemos que asegurar la protección de los que no pueden hacerlo.

 - ¿Para... qué has traído el cuerpo? - preguntó bajando la mirada.

 - Tiene la lengua azul y comida en el estómago... quiero que me digas que tipo de veneno o sustancia tóxica han utilizado para matarla.

Quirón dejó allí al chico con el cuerpo del animal, yendo con los otros dos afuera. Asclepio miró tristemente al animal tendida, acariciando su pelo suavemente y dando dos pequeñas palmadas en su lomo.

Unos minutos más tarde, el chico salió de la cueva, buscando a su maestro, que estaba recostado en el césped, limpiando las flechas de su arco.

 - Maestro Quirón, ya terminé... - dijo con una sonrisa tímida - Y... y tengo una sorpresa para usted...

 - Me intrigas, Asclepio... - dijo tendiendo la mano, recibiendo el cuaderno del chico con sus notas - Me intrigas...

No pudo seguir hablando cuando su boca se detuvo y sus ojos se abrieron al ver salir detrás del chico al animal de antes, vivo y coleando, olfateando el suelo, orientándose y buscando el camino a su hogar, corriendo después a internarse en el bosque.

 - Asclepio... - la voz de Quirón parecía más apagada de costumbre, y justo cuando el joven esperaba incontables halagos por su hazaña, su maestro le miró con una rudeza que no había visto nunca antes - Qué has hecho...

Por un momento, Asclepio sintió miedo de la reacción de Quirón, y más cuando este se levantó rápidamente del suelo al ver que Aquiles y Áyax volvían caminando.

 - Vosotros dos - se dirigió a ellos con un tono alto - Bajad al río. Hasta que no consigáis una anguila que sea tan larga como vosotros dos juntos no os quiero ver asomar por aquí.

 - ¿Acaso es un castigo? - preguntó Aquiles.

 - Un desafío. ¡Vamos!

Los dos chicos dieron un pequeño sobresalto, dándose la vuelta y empezando a correr hacia el río, y rápidamente eso acabó convirtiéndose en una carrera. Quirón dio un suspiro, dándole la espalda a su discípulo.

 - Sube a mi lomo - le dijo secamente - Tenemos que hablar.

Asclepio tragó saliva, y poniendo sus manos en el blanco lomo de su maestro, tomó impulso para apoyar su vientre en este, girándose y montando al fin. Quirón comenzó a trotar despacio, y luego a caminar montaña arriba en silencio, un silencio que se le hacía eterno a su jinete, que no sabía si debía disculparse. Cuando lo iba a hacer, su maestro se adelantó.

 - Lo llevabas haciendo en secreto un tiempo, ¿verdad? - le preguntó sin girar la cabeza - Cuéntamelo.

 - Bueno... más o menos... empecé con insectos... seguí con ratones y musarañas... - comentaba en voz baja - Pero juro por los dioses que este zorro ha sido un caso especial, no creía que lo iba a conseguir... pero es que si no, sus crías...

- La resurrección no es algo positivo, lo creas o no, Asclepio... - comentó con la voz calmada - No voy a regañarte si es lo que esperas, sólo seguiré enseñándote todo lo que pueda... ya hace varios meses que sobrepasas a su padre en ese aspecto,  pero eres avaricioso como él también, y tienes que ponerte un límite.

 - Si me permite la osadía, maestro... - Asclepio hablaba en voz baja mirando a su lomo - Yo no creo que sea un mal resucitar... imagine cuánto sufrimiento podría ser evitado, cuantas familias dejarían de llorar y sufrir, cuántas injusticias de la vida erradicadas...

- Es un punto de vista inocente... lo crees así y no te culpo. Llevas años viviendo conmigo, protegido bajo mi guardia y la de tus compañeros... no sabes los males que tiene el mundo de los que nos llaman seres fantásticos y el de los hombres... Imagina una guerra sin bajas... sin heridos... un mundo donde exista la sanación completa y la resurrección... aumento demográfico, escasez de bienes... y lo más importante... eternas guerras sin miedo a la muerte.

Quirón tomó carrerilla para saltar hacia otra parte de la montaña y continuar su camino hacia la cima, ya próxima.

 - La felicidad de poder estar con tus seres queridos más tiempo es hermosa... pero ten en cuenta siempre que el enojo de ciertas personas ante una resurrección siempre superará en fuerza a la alegría de otras.

 - ¿Por qué? - preguntó el joven - Es comprensible que todos tengan enemigos y algo así, pero...

 - No hablo de mortales, Asclepio... hablo del que vigila desde lo alto... y el que vigila bajo la tierra - indicó señalando con el índice.

Al llegar a un saliente en lo alto, Asclepio se bajó del lomo de su maestro, disfrutando junto a él las vistas de la puesta de sol en lo alto del monte Pelión.

- Tan sólo piensa en cómo puede sentarle al gran Hades y a sus jueces que haya alguien que saca las almas de su reino para traerlo aquí de nuevo, alguien que altere el ritmo natural de la vida. Piensa luego en lo que podría hacer Zeus, pues su mano no tiene piedad, ni siquiera con su familia.

Asclepio había suspirado, acariciando a su serpiente en su cuello, mirando de reojo a su maestro, apenado y triste.

 - En esta vida nacemos - dijo mirando a su discípulo - crecemos, aprendemos, formamos una familia... hacemos todo lo que hace cualquier ser vivo independientemente de su especie... pero finalmente, morimos irremediablemente... la inmortalidad está reservada a seres divinos, pero ellos arreglarán sus problemas entre ellos mismos... incluso yo, que actualmente tengo el regalo de la inmortalidad, estoy completamente seguro de que moriré algún día... y cuando ese día llegue... ni tú ni nadie me va a resucitar. ¿Entendido?

Asclepio había sentido una punzada de dolor en el pecho cuando Quirón le confesó que incluso él moriría, y se le aguaron los ojos. Se quitó las gafas y frotó sus ojos limpiándolos, asintiendo hacia su maestro.

 - No llores, Asclepio... - Quirón le sonrió - La vida es hermosa... y la muerte no es más que un descanso y el comienzo de otra. No temas por una muerte, porque tarde o temprano será un futuro reencuentro.

Acarició la cabeza de sus discípulo, que se aguantaba el nudo de llanto de su garganta.

 - Eres un buen alumno, no eres problemático... no como esos dos... - indicó mirando al río desde lo alto - Sus gritos y voces se escuchan desde aquí, así quieren atrapar una anguila... a este paso les saldrán aletas de tanto estar en el río.

Asclepio dio una suave suave risa, mirando a su maestro, que se alejaba despacio a hacer el camino a la inversa, bajando de nuevo a la cueva.

*

Años después, en el salón principal del Olimpo...

Ante la presencia de un Zeus más joven se hayan Asclepio y Hércules. El dios principal del panteón se ofreció a escuchar el problema que unía a esos dos y por el que ahora, un Asclepio hecho adulto, apretaba los puños y los dientes, además de levantar la voz como nunca, mientras le recriminaba al pelirrojo todo lo que se guardaba. El asunto en cuestión, era que Hércules había disparado una flecha envenenada por accidente al centauro Quirón, clavándose en su vientre. El centauro, al ser un ser inmortal, no moría por el veneno, pero su agonía y dolor eran terribles y constantes... y además, la pesadilla de Asclepio se estaba haciendo en realidad: no era capaz de saber qué veneno era el que causaba la agonía a su maestro y no era capaz de librarle de su dolor.

 - ¡No te creo ni una sola palabra de lo que dices! - le recriminaba a Hércules acompañado de un siseo enojado de su serpiente - ¡Tú deberías saber diferenciarle a él entre todos los demás centauros!

 - Y lo diferencio - aceptó Hércules, siendo mucho más alto y fuerte que él - Pero repito que fue un accidente. Si no, nunca le hubiese herido.

- ¡No te creo! ¡Dime al menos que maldito veneno usaste para...!

- Ya basta, chicos, creo que es suficiente... - Zeus habló en voz baja, y no fue escuchado por esos dos.

- ¡No lo sé! - respondió el pelirrojo.

 - ¡Me estás enfadando como nunca, Hércules! ¡No tengo miedo de enfrentarme a un dios como...!

Sus caras cada vez se acercaban más, Asclepio en posición ofensiva mirándole fijamente y señalándole con la mano, y Hércules sin moverse del sitio, con los brazos cruzados de forma defensiva, pero mirándole con el ceño fruncido. Antes de que siguieran peleando, Zeus apareció entre ellos poniendo sus manos en sus caras, separándolos con una risa algo forzada de las suyas.

 - Ho, ho, ho... creo haber dicho antes que era suficiente - repitió, soltando sus caras dándoles un pequeño empujón hacia atrás.

Asclepio le miró con molestia, quitándose sus gafas y limpiándoselas, pues sus manos dejaron huellas.

- Si Hércules dijo que fue sin querer, yo le creo - terminó por decir Zeus - Y antes de que me repliques, Asclepio... ¿Cómo es que no puedes averiguar qué veneno es ese?

 - ¿Qué más da el que sea, padre? - un jovencísimo Hermes llegó caminando, bien vestido y echándose el pelo hacia atrás con una sonrisa - El centauro tomó una decisión sobre su estado.

Asclepio giró su cuerpo rápidamente hacia él, con los ojos abiertos y una expresión de espanto, empezó a correr hacia la salida, pasando por el lado del dios mensajero. En la salida, se encontró con su padre y Atenea, que llegaban después, pero él no se detuvo a saludarles, sólo siguió corriendo, con la mirada de los dioses a su espalda.

No detuvo su camino impaciente hasta llegar al monte Pelión, a la cueva donde vivía Quirón, que estaba más alta que el hogar natural del resto de centauros. Esa zona que siempre estaba llena de sus discípulos, de centauros y de animales, ahora estaba bastante triste, a excepción de varios centauros en la puerta de la cueva, que al ver al chico correr, le hicieron paso moviéndose hacia atrás.

 - ¡Maestro!

En el fondo de la cueva, acomodado sobre una cama de hierba fresca, el centauro de pelaje blanco descansaba tumbado de lado, con el torso algo levantado en comparación a su parte animal. Tenía cuencos con agua y toallas para el sudor, pues su agonía era tan intensa y extensa por sus tripas, que apretaba los dientes y aguantaba, intentando no gemir del dolor que le causaba un veneno en su cuerpo que no desaparecía con nada.

- Asclepio, pasa, ven a mi lado que vea tu rostro...

El chico obedeció, acercándose y sentándose delante de sus patas delanteras. Sabía que estaba sufriendo mucho, pero no decía nada.

 - ¿Qué es eso que dice el dios Hermes que... has tomado una decisión de tu estado? - preguntó alterado.

- No te sofoques, chico, no te impacientes... - contestó tranquilo, rascando su barba suavemente, mirando hacia un centauro que se acercaba con un cuenco en sus manos - Sí, es cierto que la he tomado, no me ha costado mucho hacerlo... dime, Asclepio... ¿Te consideras un chico fuerte?

https://youtu.be/qZ33zf7gecs

Agradeció bajando la cabeza al centauro recogiendo el cuenco, haciendo un gesto de encontrarse sediento, abriendo la boca y la garganta y tomándolo todo de un solo trago, devolviendo el cuenco con otro agradecimiento. Asclepio le miró alzando una ceja, y luego al centauro a su lado, que tenía la cabeza baja y no miraba a nadie a los ojos. Luego, cuando un olor curioso llegó a su nariz, miró a los centauros de la puerta, encontrándolos con la cabeza baja y la cola inquieta.

- ¿Qué le has dado...? - preguntó mirando al centauro en voz baja.

Cuando iba a repetir la pregunta en voz alta y levantándose, Quirón agarró su brazo deteniéndole, mirándole a los ojos.

 - Te he hecho una pregunta, Asclepio. Y además, sabes bien por el olor lo que me ha dado. Te lo repetiré... ¿te consideras un chico fuerte... para no dejarme morir en soledad? Que alguno de mis discípulos, a los que considero mis hijos, me acompañe mientras me quedo dormido y se acaba mi dolor... sería mi último deseo.

A mitad de las palabras de Quirón, con esa madura y tranquila serenidad que le caracterizaba, como si no fuera nada grave, hacían a Asclepio lagrimear con el alma llena de pena. Tragando saliva, se volvió a sentar en el suelo a su lado, mirándolo a los ojos mientras el centauro se volvía a acomodar entre el pasto, dando un suspiro de alivio.

 - Ya no soy inmortal, Asclepio... ahora lo es alguien más... era la única manera de poder descansar por fin... por eso quería saber si estás preparado... sé que eres un chico muy sensible... pero nadie quiere morir solo.

Asclepio mantuvo el silencio y le dejaba hablar. Nunca pensó que alguien pudiese estar tan tranquilo sabiendo que apenas le quedaban un par de minutos de vida... pero Quirón incluso sonreía mirando al techo de la cueva.

- Asclepio... creo que eres el discípulo que he tenido que será capaz de hacer feliz a más personas... pero... recuerda que te puse un límite...

- Sí, maestro... - comentó asintiendo, con la mirada baja, mientras las lágrimas caían por sus mejillas - No... resucitaré...

- Recuerda lo que te dije... no tienes que llorar porque me vaya... sólo estaré en otro lugar, y te estaré viendo desde ahí... el mensajero de Zeus me ha dicho que ascenderé al cielo y me colocará allí, entre la constelación de Capricornio, aquel que ayudó a Zeus tras la batalla contra Tifón... y entre la constelación del Escorpión... aquel que mató al cazador Orión.

- Es un buen sitio... - comentó en voz baja el joven.

- Desde ahí podré ver a mi familia... a los otros centauros correr en las praderas... a mis discípulos hechos hombres... podré verte a ti haciendo feliz a los demás...

El centauro dio un suspiro sonriendo, cerrando los ojos y apoyando la cabeza en el hombro del joven.

- Entonces... Maestro...

- Quirón... - le dijo él - Llámame así... yo ya no puedo enseñarte nada más...

El nudo de la garganta de Asclepio crecía y crecía, empezando a jadear. Tuvo que quitarse las gafas, aunque sin ellas no veía apenas nada, pues le picaban los ojos. Antes de que Asclepio siguiese hablando, fue Quirón quien le dirigió la palabra.

- Asclepio... dime... cuéntame... algo de lo que quieres hacer el día de mañana... - susurró.

 - ¿Algo que quiera hacer el día de mañana...? - repitió, y se puso sus gafas limpias de nuevo - Yo... bueno... en realidad... me gustaría formar una familia... y tener muchos hijos... entre todos, si les gusta, podríamos dedicarnos a la medicina...

Asclepio sonrió, limpiando sus mejillas, pensando en eso. Quirón había abiertos los ojos para verle mientras él le contaba, algo más entusiasmado que quería hacer en el futuro, mientras el mayor sonreía tranquilo, satisfecho, y volvía a cerrar los ojos. Así, mientras Asclepio estaba distraído pensando en su futura familia, no se percataba que el puño cerrado que tenía Quirón por el dolor que aguantaba en silencio empezaba a relajarse, hasta quedar levemente entreabierta. Unos segundos después de escuchar un pequeño suspiro de su parte, Asclepio volvió a la realidad cuando notó que el peso de la cabeza de su maestro en su hombro ya no existía. 

Miró a su lado, encontrándose solo en la cueva, con aún el olor del centauro en el aire. Con la respiración detenida, se levantó rápidamente del sitio, mirando a todos lados sin saber que ocurrió exactamente, hasta que fue corriendo a la salida, con el corazón latiendo fuertemente. La noche había caído demasiado rápido, ni siquiera se dio cuenta de qué hora era. Al salir de la cueva, donde en la entrada ya no quedaba ningún centauro y todos estaban en la pradera, alzó la mirada al cielo... y allí estaba.

Justo en el lugar en el que le dijo Quirón, habían aparecido nuevas estrellas, estrellas que se habían ganado su lugar y ahora cuidaban de todos desde ahí.

Mirando esas bonitas estrellas, Asclepio cayó de rodillas al suelo sin apartar la mirada del cielo, sollozando fuertemente, llevando las manos a su cabeza bajándola, empezando a llorar amargamente todo lo que no pudo hacer delante de él, desahogándose sin miedo a ser visto o ser juzgado, comprendiendo que Quirón le había preguntado sobre su futuro para desconcentrarlo y hacer le prestará menos atención, que no viera el momento en el que daba el último suspiro de aliento y se marchaba. Ahora, todos los centauros estaban ocupados mirando al cielo, hablando en silencio con Quirón y aceptando así su nueva vida desde lo alto. 

Cuando ya solo jadeaba y se frotaba los ojos, sin más lágrimas que derramar, respiró profundamente, intentando calmarse. Incluso su serpiente la miraba, rozando con su fina lengua sus mejillas, limpiando con la punta de su cola sus mejillas húmedas. Entonces, fue cuando se percató de su presencia y escuchó su voz.

- Asclepio.

El chico se giró despacio, aún de rodillas en el suelo. Detrás de él, con su cabello rubio resplandeciente, su padre estaba a unos metros, mirándole.

 - Es hora de irnos de aquí.

Sin mucho cariño o compasión en la voz ante el dolor de su hijo, Apolo le miraba, esperando una respuesta. Asclepio se limpió la cara por última vez con su mano, antes de ponerse las gafas y levantarse, caminando con la miraba baja hacia su padre, y una vez a su lado, éste le puso la mano en el hombro, caminando a su lado.

Fin del Flashback

- ¡Esto... eh... Aníbal Barca! - Heimdal se acercó un poco, mirando al elefante y al Einherjer en lo alto de la torre - ¡No pueden pasar animales o ayudas al campo de batalla sin consentimiento del enemigo!

 - ¿Eh? - Aníbal le miró desde lo alto - Oh, ya veo... pero jovencito, es de mala educación llamar "elefante" a la señorita que me ayuda en esta batalla...

Heimdal abrió los ojos un poco más. ¡La valkiria, claro! Nunca una valkiria había sido usada como un animal, por eso le extrañó tanto...

 - ¡Oh, cierto, cierto! ¡Discúlpeme, pero debía dejar esto claro! - luego se volvió a alejar sin darles la espalda, dirigiéndose a los espectadores - ¡Damas y caballeros, dioses y mortales! ¡La volund del humano se ha transformado en uno de los elefantes de guerra de Aníbal Barca, aquellos considerados los primeros tanques de la historia! ¡Los rompedores de líneas de batallas!

 - Elefantes de guerra... hace más de tres mil años eran una completa amenaza... - Ares terminó su té y dejó la pequeña taza en su sitio.

 - Pero los elefantes de guerra son mucho mejores en filas y grandes grupos... - Hermes la rellenó en un momento a su hermano - Y además, ese humano está acostumbrado a la guerra y batalla numerosa, ya está mayor para los combates de uno contra uno... es el estratega por excelencia en formaciones de batalla, en un combate así no puede exprimir sus conocimientos, por muy buena y útil que sea su valkiria.

 - Una valkiria que se convierta en elefante... no me suena... - Ares dio otro sorbo.

 - Hijo, a veces pienso que no eres mío... - Zeus le miró de reojo - La valkiria no tiene la capacidad de convertirse en elefante... muy seguramente pueda convertirse en lo que el humano le pida.

 - ¿En lo que él le pida? - Ares se atragantó un poco con el té.

 - Yo diría más bien... si me permiten el dato... - Hermes sonrió con las manos a la espalda - De transformarse en lo que él conozca. Algo que tenga que ver con él. No hay una valkiria tan poderosa como para poder transformarse en cualquier cosa absoluta... sólo la hermana Svipul podría hacer algo así. Puede que si esta valkiria ganase esta batalla y viviese, ocurriese con ella lo mismo que con la hermana Hrund y evolucionase, adquiriendo la capacidad de convertirse en cualquier cosa.

Ares movió la cabeza con las cejas alzadas, comprendiendo y mirando la arena, dando otro sorbo a su taza cruzando las piernas.

 - Pues Asclepio... está en serios problemas. Cuanto menos dure la batalla, mejor.

Mientras Heimdal daba el discurso y el elefante de Aníbal no avanzaba, Asclepio tenía la mirada perdida en sus pensamientos, pensando en cómo conseguir derribarle. No era un luchador agresivo, sabía lo básico, pero no tenía armas como espadas o lanzas... pues sus métodos eran contra otro tipo de rivales. Igualmente, sólo debía conseguir derribar a la valkiria, tal como hizo Thor en el combate anterior... pero a diferencia de Enkidu, Aníbal era sólo un hombre viejo e indefenso, mucho más fácil de derribar que el humano anterior... sólo debía averiguar cómo. Seguro este sería el momento en el que debía poner en práctica lo aprendido, de forma obligada, por Quirón.

Miró de reojo a las gradas de su lado derecho, encontrando diversos animadores y personas que le amaban, alzando luego la mirada hacia el pasillo superior del lugar. Allí, desde las alturas, Quirón miraba el combate. Desde luego, tal y como él le dijo una vez, su muerte sólo sería un futuro reencuentro, y ahora, le estaba observando pelear. No le podía decepcionar de ninguna manera.

 - Usted, señor, es mi primer adversario al que me voy a enfrentar - admitió mirando al humano.

 - Tú, niño, eres uno de los cientos a los que me enfrenté en mi vida - contestó él - Está en ti que te recuerde valerosamente entre mis mejores rivales, o te olvide por no dejar huella en mí debido a mis pérdidas de memoria.

 - No soy un guerrero. Soy un humilde sanador - Asclepio sonrió tranquilo - Ahora soy capaz de curar cualquier enfermedad existente, y a la vez, también puedo producirla. Deberías temerme... y no preocuparte por eso que has dicho, pues seré yo el que salga de la arena con mi primera victoria en un campo de batalla y que...

 - Espera, espera, chico... - Aníbal le interrumpió, inclinándose hacia delante en su torre - ¿Dijiste que puedes curar cualquier enfermedad?

Asclepio le miró, pues por primera vez, el anciano rostro de Aníbal mostraba un interés verdadero desde que le vio entrar.

 - Sí... ahora puedo hacerlo. Pero no... no está bien que lo haga.

 - Oh chico... - Aníbal dio una sonrisa de pena - He rezado tanto por que exista alguien así y poder encontrarle... necesitaba a alguien como tú.

Asclepio apretó los dientes, suavemente, impresionado y mirando a su enemigo, que ahora mismo parecía inofensivo.

 - Ojalá te hubiese conocido hace muchos, muchos años...

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Espero que os haya gustado el capítulo :3

Bando de los Dioses - Asclepio

Bando de los Humanos - Aníbal Barca

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