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Capítulo 41 - Vientos de cambio

Resumencito importante debido a la ausencia:

 - Si recuerdan, nos encontramos en la quinta pelea, Morrigan se enfrentará a un inesperado Freddie Mercury cuando ella ansiaba enfrentarse al Rey Arturo. Ahora durante el combate, su poder explosivo se ve amenazado por las ondas de poder que provoca con su Volund, el micrófono que le ha dado su valkyria y que pelea a su lado. Ahora, en su flashback, vemos como la diosa pasó de ser una desconocida a convertirse en la reina de los celtas al casarse con Dagda... y ahora, tras la muerte de sus hijos non natos, la de Cuchulainn y la llegada de los vikingos a las costas celtas, se preparan para la guerra... aunque ella sólo desea vengarse de su esposo con la ayuda de su amigo Lugh.

*

*

Mucho antes de que el sol saliese entre las montañas y empezase a iluminar los valles y los amplios pantanales del este, los druidas y los Tuathas ya se estaban preparando para enfrentar a los nórdicos que llegaban a sus tierras esa misma mañana junto con grandes nubarrones oscuros y unas aguas tranquilas. Antes incluso que ellos, la diosa Morrigan ya se había levantado de haber dormido en forma de gato sobre la panza de su amigo, borracho y empachado de comida, ahora totalmente recuperado después de su atracón de anoche. Con el frío de la mañana y la boira* sobre el agua, se dificultaba ver desde el acantilado donde ella estaba el mar y la llegada de drakkars enemigos. 

Boira: es la niebla que se forma por las mañanas encima del agua, como esa que se ve en los pantanos o en la playa temprano, se produce por el cambio de temperatura.

Con su elegante vestido roto en la parte de la tripa y la espalda, esta vez sin usar el apretado e incómodo corsé para sentirse más liberada, la diosa se había soltado el cabello y maquillado con mimo y dedicación, sabiendo que ese día sería muy especial. Iba a abrir la boca para decir algo pero el tremendo bostezo de su amigo Lugh detrás de ella junto con su espalda crujiendo al estirarse le hizo cerrarla de nuevo y girarse a verle.

 - ¡No hay nada como dormir a pierna suelta después de un atracón! - el celta se frotó la tripa con una sonrisa, mirándola después - ¡Venga, Morrigan, anima esa cara! 

 - No entiendo cómo puedes estar tan feliz... - murmuró ella volviendo a mirar al frente.

 - No debemos pensar ahora en nuestros hijos perdidos, destructora - él se cruzó de brazos levantando su mentón - ¡Tenemos mucho que hacer antes de que Dagda nos llame para la batalla!

 - Una batalla que no existirá para entonces - ella sonrió lupinamente, a la vez que su amigo, mientras tronaba sus nudillos - Dios de todas las artes, ¿me ayudarías con el viento?

- ¡Con el viento y con lo que quieras! - él dio una carcajada animada - Quitemos esa boira del mar y localicemos a esos drakkars.

Con un plan trazado por los dos en menos de un minuto, los dos celtas estaban haciendo cosas a escondidas del dios Dagda. ¿Su plan? Evitar la guerra a toda costa y expulsar a los vikingos de sus costas. El ataque de los nórdicos sería al día siguiente para que a los nuevos llegados les diese tiempo a desembarcar, descansar y prepararse tras dos largas semanas en el mar... y no pasaría si los celtas atacaban hoy, cuando estaban expuestos.

Con una poderosa inhalación, el dios celta Lugh hinchó su pecho todo lo que puso hasta soltar un disparo de aire contra el mar, abriéndose entre la niebla como se abrió el mar Rojo ante Moisés y desapareciendo, mostrando un oscuro y lúgubre mar lleno de nubes negras y sonidos de truenos a lo lejos.

 - ¿De qué maldita manera pueden ver a dónde dirigen sus barcos esos nórdicos? No debe verse nada más allá de la proa... - la diosa entrecerró los ojos.

 - Fíjate bien - Lugh sonrió satisfecho - No vienen solos.

El dios señaló al cielo, a la vez que se iluminaba con relámpagos que se movían en forma de flechas desde el fondo oscuro hasta las costas celtas.

 - Él les está echando una manita. Y seguro que viene acompañado. Está tan irascible últimamente que su padre le habrá ordenado ir acompañado.

 - ¿De quién hablas? - Morrigan le miró con las manos en sus caderas.

 - Nada, nada. Luego lo verás... pero era una parte que no habíamos discutido. ¡Déjamelo a mí de todas formas! Soy muy bueno dialogando.

 - O puedes dejarme a mí - ella volvió a sonreír con altanería - Quiero dar unos hachazos con estas armas mágicas que hiciste para mí. Las amo. Y quieren sangre nórdica. ¿Acaso tu querida lanza no desea apagar sus llamas con sangre enemiga?

 - Morrigan, te recuerdo que hacemos esto para que no se derrame sangre.

 - Sangre celta - rectificó ella - De la nórdica que corran ríos y ríos. No seré piadosa con los que vuelvan para saquear nuestras tierras y esclavizar a nuestros humanos. Esos se irán para no volver.

 - ¿Y qué harás con los nórdicos que vienen buscando un hogar mejor lejos del frío invierno eterno que les da Skadi?

 - Lugh, tengo frío, vamos a terminar ya...

Ella giró los ojos exasperada con una mueca en su cara, mientras que por el contrario, su compañero soltó una poderosa carcajada animada muy contagiosa.

 - ¿Me tapo las orejas?

 - Sí, tápate bien las orejas, podrías marearte al ser un dios. No es para nada el efecto que tiene en los humanos.

El dios asintió, metiendo sus dedos en sus oídos mientras ella se aclaraba la garganta delicadamente poniendo una mano en su pecho. Luego de eso, comenzó a cantar en voz baja una canción de cuna con todo su cariño... con todo el cariño que podía soltar un alma herida cubierta de odio impregnada de magia negra. Pese a eso, la voz era bonita y suave, inocente al principio, negra al final, que hacía que todo aquel que la escuchase, viera sus peores pesadillas manifestadas frente a ellos en un sueño muy creíble. Provocaba pánico y pavor, un miedo nacido desde las entrañas que sólo les movía a huir del lugar.

Ayudada con nuevos soplidos del dios de todas las artes, el canto espectral de Morrigan llegaba rápido a los barcos que deseaban llegar a la costa. Poco a poco, incluso desde la distancia, se podía escuchar los gritos de los hombres y cómo sus barcos se movían bruscamente, chocando algunos con otros, buscando dar la vuelta para volver a casa, sin importar que estuviese a días de distancia en comparación a un par de horas de la costa celta. La sonrisa macabra y dulce a la vez de la celta al ver que todos se marchaban no tenía precio, todavía más al ver los campamentos de la costa preparar sus barcos rápidamente para marcharse, llevándose lo puesto, dejando animales e incluso niños pequeños.

 - Que bien ha funcionado, si es que la voz de una diosa de la muerte debe ser para morirse... ¿No crees, Lugh?

Ella buscó a su amigo con la mirada, que se había sentado en una piedra completamente mareado por el efecto.

 - No potes, ¿eh?

Él se rio como pudo, aceptando la mano que le tendía ella para levantarse, aunque él sentado era de la misma estatura que ella de pie.

 - Hablando de morirse... Has condenado a todos esos vikingos a una lenta muerte, Morrigan. Ellos llevan dos semanas en frías aguas, sin descanso y ahora teniendo que regresar, muchos morirán sin provisiones.

 - Eso no es asunto mío - contestó sin darle importancia - Eso es asunto de sus propios dioses. Que los ayuden ellos, que sus vientos soplen fuerte sus velas a favor y que el mar el clama les permita cruzar tranquilos. Que aguanten, son berserkers. Vámonos con el resto, hay que decirles que ya no hay guerra... y hay que poner en marcha la segunda parte del plan, y mi favorita.

Ella sonrió con orgullo, con un escalofrío de placer por su cuerpo, encabezando la marcha levantando mucho los pies al hacerlo y moviendo su vestido. Justo en ese momento, las nubes negras del cielo dieron un nuevo sonido, haciendo que comenzase a llover de repente. La diosa se molestó enormemente arrugando la cara, pues su maquillaje se echó a perder y su cabello se empapó, además de lo que pesaba ahora el vestido.

*

Ahora, en la fortaleza de los Tuathas y druidas, el dios Dagda admiraba a su gran ejército divino a las puertas, sonriendo y levantando el mentón. Su hija Brigitte le miraba a él, dando un suspiro de satisfacción al ver el orgullo de su padre y su conformidad.

 - Están todos, pero faltan Morrigan y Lugh... - el rey Dagda se acarició la barba poniendo una mueca, haciendo que su hija saque la lengua con asco al escuchar el nombre de la mujer.

 - ¿No habías discutido con ella anoche? ¡Divórciate! ¡No va a darte hijos, ni ahora ni nunca! Se atrevió a ponerte los cuernos con ese niño hijo de Lugh.

 - Sí, pero ella juraba que no era así.

 - La encontraste en ropa interior con él en el río - ella se puso delante de su padre, haciendo su cabello rojizo arder, como buena diosa del fuego - No necesitas nada más, es una despechada. Su amor por ti era mentira, ¡sólo quería los privilegios de la esposa del Supremo!

Dagda suspiró, entre apenado y molesto, sabiendo que su hija era una fuente de sabiduría para él. Una sabiduría llena de veneno que alimentaba a un padre que la adoraba... y a una hija que adoraba de una forma especial a su padre. Pero ninguno de los dos mencionaba que el infiel había sido el dios Dagda con su cuñada, aunque lo sabían.

 - De todas formas necesitamos la destreza en combate de Lugh, su ánimo y moral siempre favorecen a las tropas. Y con Morrigan... créeme que si no fuera la diosa de la guerra, la que nunca pierde una batalla, no la estaría esperando.

El aire se levantaba y las nubes se acercaban sobre ellos, trayendo frío y lluvia, algo a lo que estaban más que acostumbrados y no les importaba. Los guerreros, magos y dioses estaban listos para la guerra, y sólo esperaban el discurso motivador de su líder, un discurso que Lugh debía chivarle en voz baja porque era él quien sabía hacerlos.

Apareciendo al final del camino, Lugh y Morrigan llevaban a las filas caminando, el primero saludando con una sonrisa natural y la segunda con seriedad, sin importar su vestido mal puesto o su pelo mojado sobre su cuerpo. 

 - ¡Por fin! - Dagda se giró a mirarlos cruzando los brazos, manteniendo el silencio al mirar a su esposa de arriba a abajo, cambiando su expresión de seriedad y reprimenda a una de asco - ¡Morrigan! ¿Qué crees que haces así? Estás más fea de lo que eres... ¡Ponte el corsé ahora mismo, se te va a ver todo!

 - No lo quiero, es muy incómodo. Lo odio - ella respondió con neutralidad sin cambiar su rostro.

 - ¡Ya no tienes excusa para que sea molesto, no te molesta con el embarazo! ¡Y arregla tu cabello y tu ropa! ¡Estás vulgar!

 - No quiero.

Manteniéndole la mirada, el gigantesco dios se acercó a ella frunciendo su poblado ceño pelirrojo, sin causar ningún miedo ni ninguna respuesta en la diosa. Se inclinó, siendo un gigante de más de tres metros de altura, mirándola con sus ojos azules de globos negros.

 - Sigues siendo mi esposa. Haz lo que te digo y no me avergüences más.

 - ¿O si no qué? Has perdido todo el respeto que te tenía y mi amor por ti se ha podrido con los años. Incluso cambié por ti mi forma de ser... me arrepiento mucho de eso. Pero la loca de Morrigan ha vuelto y no se va a ir - ella levantó los brazos, enseñando su bonito vestido manchado y roto - La diosa de la guerra no viste zapatos de tacón ni corsé ajustado. Su ropa se manchará de sangre, sudor y barro, su labial será a base de la sangre de su nariz y su sombra de ojos será a base de golpes.

 - ¿Me estás desafiando a que yo mismo te haga el maquillaje? - Dagda lo dijo impresionado y bajando la voz con un gruñido, clavando sus ojos azules en ella.

Morrigan sonrió, a la vez que se acercaba también al rostro de su marido sin inmutarse, hablando en el mismo tono que él.

 - No tienes huevos... - le susurró con su sonrisa lupina - Vamos, delante de todos ellos, delante de su ejército, demuestra quien manda, Dagda.

 - No es el día para que me enojes, Morrigan...

 - No es el día para que te enoje, no es el día para que te moleste, no es el día para verte, no es el día para hablar contigo... llevas todos estos años sin darme nada, ni siquiera lo mínimo. ¡Pero claro, tú si que le dabas a otras tu buena hombría! - ella soltó una carcajada.

 - ¡Si tuve hijos con otra fue porque tú no podrías dármelos! - el dios se incorporó gritando con furia.

 - ¡No me vengas con tonterías! - Morrigan no se quedó atrás - ¡El bastardo nació seis meses antes de lo que nacerían los míos! ¿Crees que soy estúpida? ¡Me tienes aquí sólo porque jamás perderás una guerra conmigo a tu lado, no porque me quieras!

 - Ejem, señores - Lugh se metió en medio en cuanto pudo, separándolos un poquito - El ejército tiene que marchar y colocarse, Dagda. 

 - Dirígelos tú, Lugh - Dagda no apartaba la mirada de su mujer - Yo tengo cuentas pendientes con mi querida esposa.

 - Preferiría quedarme también - le rebatió - De todas formas, Morrigan mató a mi hijo.

Dagda le miró por un momento, viendo que Lugh se había puesto algo serio, a lo que asintió con una pequeña sonrisa al ver al dios de su lado. Lo que no sabía, es que todo era una trampa.

 - Dile a Nuada que los dirija. Que mi hija no se quede aquí, esto es asunto nuestro.

Lugh asintió caminando hacia el ejército, mientras los otros dos dioses se miraban fijamente, escuchando al ejército marcharse.

 - Tanto que decías que me amabas con locura... y al final sólo estás loca - Dagda escupió.

 - Me cansé de mendigar amor. Es asqueroso y humillante - le respondió ella, cortante como un puñal - Era la única que hacía algo por nosotros y he cuidado de nuestro cordón de matrimonio todo este tiempo. 

 - Lo nuestro estaba muerto desde antes de unirnos. Es sólo culpa tuya amar sin recibir nada a cambio. No eres, en absoluto, una esposa digna para un Supremo como yo.

 - Sí, amé, y era feliz amando. Ahora buscaré a alguien que me ame también aunque me lleve siglos y siglos... pero tú... no eres un Supremo digno de una diosa como yo.

 - Eso será si sigues viviendo. Estoy dispuesto a sacrificar la seguridad de mi pueblo por librarme de ti.

El dios Dagda mostró su arma: su garrote mágico.*

El garrote mágico de Dagda* - Una maza de madera tan grande que se necesitaban ocho de los más fornidos hombres para poderla mover siquiera, pues tan fuerte y grande era el dios la levantaba como si nada, aunque solía llevarla arrastrando. Esto se debía a que la punta del garrote tenía el poder de resucitar y devolver la vida a los caídos, así que la llevaba arrastrando por el suelo para que la vegetación surgiese tras él. Su otro extremo tenía el poder de arrebatar la vida, y eso, sumado al poderoso golpe del arma contra alguien, la convertía en un objeto muy codiciado y peligroso.

 - Que palabras tan atrevidas ahora que no está tu pueblo detrás de ti para oírlas, ¿eh? 

Morrigan le contestó sin tapujos, abriendo las palmas de sus manos. Con un curioso sonido, dos hachas llegaron volando desde el bosque girando a gran velocidad, acabando en sus manos como si nada: sus dos hachas mágicas. Lugh se las había diseñado y creado para ella cuando la diosa descubrió la letalidad y el lindo manejo de dichas armas al verlas usar a los vikingos a dos manos. Las clavó en el suelo mientras levantaba uno de sus pies mostrando sus botas de tacón, arrancando este de cuajo para quedar plana sobre el suelo y deshaciéndose de ambos. Lo mismo hizo con su vestido, pero lo rompió a medio muslo para deshacerse de esa incomodidad, sintiéndose orgullosa de lo mal que la estaba mirando su esposo.

 - Sigo diciendo que es una vulgaridad.

 - Pues si eso es lo que crees, me encanta ser vulgar.

 - ¿Os vais a pegar? - Lugh volvió a aparecer con una sonrisa, frotando sus manos.

 - Lo está pidiendo a gritos - Dagda contestó sin mirarle.

Lugh estaba paseando con algo de desinterés alrededor de esos dos, deteniéndose detrás de Dagda, observando el garrote de reojo. Sabía de la gran fuerza física de este, pero no le temía. Ya era de tontos temer a Dagda. Morrigan sonrió asintiendo, enseñando sus hachas y haciéndolas brillar con los primeros rayos de sol de la mañana.

 - Te voy a matar, Dagda... y mi única pena de todo esto es que sólo podré disfrutar de este momento una sola vez. Se supone que debías cuidar y querer a tu esposa, protegerla del miedo y del dolor... y te convertiste en todo lo contrario y eso era lo que obtenía de ti.

La respuesta del dios fue una risa grave, sin tomarse a pecho la amenaza de la diosa y sin preocuparse por Lugh a su espalda. El enorme Supremo celta levantó su gran garrote, apuntando hacia ella.

 - No te haré sufrir demasiado. Ya es grosero tu misma existencia en este panteón. De un sólo golpe de mi arma, tu alma se destruirá en miles de pedazos que ascenderán al cielo y se perderá definitivamente.

Morrigan no respondió. Sólo dio un sutil cabeceo para apartar su flequillo mojado de sus ojos, preparando su postura de batalla con sus hachas en las manos. Cuando Dagda levantó su gigantesco garrote por encima de su cabeza con un gruñido de furia, las manos de Lugh aparecieron en su espalda rodeando su ancho brazo. Sus músculos se calentaron y dilataron, haciendo crecer más su cuerpo. En un momento, su brazo derecho y la mitad de la cara del dios de todas las artes celtas, se estaba transformando y revelando su forma original: esa parte de su cuerpo estaba hecha de restos de hierro, madera y piedras, mostrando su ascendencia fomoriana por parte de su madre. Ahora, con esa increíble forma, superaba al dios Dagda en fuerza bruta, además de poder sostener el garrote y su peso.

 - ¡¡Lugh!! ¿¡Qué crees que estás hacien...?!

Al Supremo celta apenas le dio tiempo a darse cuenta de que había sido traicionado por él, que había caído en una trampa. Ahora Lugh agarraba sus brazos y su arma, y al mirar al frente sólo pudo notar que Morrigan había saltado sobre él, con sus pies apoyados en su pecho y tiró fuertemente de su barba hacia arriba para que mostrase el cuello, alzando un hacha por encima de su cabeza.

 - No te haré sufrir demasiado.

Repitiendo las mismas palabras que su esposo le dijo hace apenas un minuto, el hachazo en su cuello fue inminente, haciendo salpicar la sangre a la diosa, a Lugh y a todo el suelo que les rodeaba. El hacha estaba tan afilada que pudo cortar la cabeza de un sólo tajo, que Morrigan sostuvo entre sus manos mientras el cuerpo se derrumbaba lentamente hacia atrás, haciendo equilibrio y quedando ella parada encima de su pecho. 

Lugh atrapó el enorme garrote antes de que cayese de la mano sin fuerza del dios, teniendo cuidado de sus extremos. Después de dejarlo a salvo en la tierra, miró a Morrigan ahora posada sobre el suelo. El cuerpo de Dadga ya comenzó a brillar y se marchaba hacia el cielo, quedando sólo la cabeza entre sus pequeñas manos. Se acercó, pudiendo ver que los ojos y la boca del dios aún se movían, con sus últimos signos vitales.

 - En realidad, Dagda... no fuiste tan mal rey... 

Eso se lo confesó Lugh antes de que los ojos del dios perdiesen la vida y su cabeza también desapareciese de las manos de la que fue su esposa. Ahora sólo quedaba la sangre del suelo, sangre que hizo mover la tierra y empezar a aparecer flores rojas. Morrigan seguía manteniendo el silencio, y ahora se podía ver un poco de tristeza en sus ojos, pero no arrepentimiento.

 - No puedes evitar pensar que has matado a un dios que hacía una buena función para todos, ¿eh? - Lugh se cruzó de brazos, con cuidado del que ahora era un brazo enorme de madera y piedra con estacas de hierro - Te conozco... y también sabía que no le ibas a decir unas últimas palabras. Por eso se lo dije yo.

- Y tú no eres un dios partidario de la venganza. Aún me sorprende que hayas querido ayudarme... que hayas... traicionado a tu rey y a tu amigo - Morrigan le miraba, la lluvia sobre ellos le hacía correr gotas por toda la cara.

 - Dejó de ser mi amigo cuando vi lo mal que te trataba - se sinceró Lugh - y dejó de ser mi rey cuando mató a mi hijo.

Ellos se miraron por un par de segundos compartiendo una sonrisa cómplice con gran amistad, en lo que el celta se relajaba y volvía a su forma normal. Ambos miraron el enorme garrote en el suelo, compartiendo el mismo pensamiento sobre eso: cuando todo estuviese en calma, lo usarían para resucitar a Cuchulainn, ya que tenían su alma.

- Bien... ahora que no tenemos rey ni Supremo... necesitamos uno nuevo. Mucho trabajo nos espera... pero ahora tenemos que solucionar eso.

 Lugh señaló el cielo. Nubes negras con relámpagos iluminaban el cielo. Morrigan miró también, suspirando.

- Lo pillo, dioses nórdicos, ¿no es así? Es lo normal si vienen a la guerra. O venían. ¿Por qué no se van? Todos los de su tierra ya se han marchado de aquí. No hay guerra.

 - Como bien te dije, es irascible. Últimamente está de muy mal humor, no va a perder la oportunidad de destruir cosas o enfrentarse a alguien poderoso - Lugh comenzó a caminar hacia donde la tormenta era más densa.

 - ¿Por qué no me dices quién viene? - ella le siguió de cerca - Tantos secretos... no me gustan, quiero saberlo todo.

- Hablando de secretos, debería enseñarte un puñado de cosas sobre el amor para que no te vuelva a pasar lo mismo que con Dagda - Lugh siguió caminando sonriente.

 - ¡No me cambies de tema! ¡Eso no tiene nada que ver!

*

**

Unos kilómetros más al norte, en el centro de la tormenta y sobre un denso bosque, se podía ver desde el cielo una gran cantidad de árboles rotos y tierra revuelta debido al aterrizaje forzoso de un objeto volador. El objeto en cuestión, era un carro dorado tirado por dos carneros que yacían muertos delante de este, casi enterrados por el polvo y los escombros. Se habían vuelto locos por el anterior canto siniestro de Morrigan... por lo que su dueño se vio obligado a matarlos y a provocar un aterrizaje forzoso. Bueno, ya los resucitaría más tarde. Ahora, de pie delante de su carro dorado, el dios sacó su martillo de la parte trasera, que se removió con un gruñido grave y profundo.

 - No seas quejica - le susurró el dios ante el enojo de su martillo.

 - ¡Thor, amigo mío! ¿Cómo estás, grandullón? ¿Qué te trae a la próspera tierra de los celtas?

Lugh salió de unos árboles, solo, caminando hacia él con una gran sonrisa, saludándolo con la mano. Thor no se inmutó demasiado, desde luego no era tan simpático como ese celta, que parecía que cualquier conocido era su amigo de toda la vida.

 - ¿Serán las preciosas vistas del mar? ¿Será el susurro del viento colándose por los infinitos árboles de nuestras praderas, o el agua cristalina de nuestros ríos? ¿Tal vez podría ser realista y pensar que vienes a probar nuestro vino? Este año ha sido muy bueno. Aunque fuera de bromas, vienes buscando pelea.

Eso le hizo a Thor sonreír, mirando fijamente al dios. No era ninguna broma que Lugh era fuerte, muy fuerte... mucho más fuerte de lo que aparentaba y dejaba entrever. 

 - Thor, hijo de Odín... mejor vuelve a tu tierra - Lugh se cruzó de brazos - No hay nada que hacer aquí, no va a haber una guerra, no hay motivo para que los dioses peleen.

 - Si no hay motivo, se encuentra uno fácilmente - Thor contestó cargando en su hombro su martillo.

- No estamos en buena situación de pelear ahora mismo, podría traer consecuencias políticas graves. No tenemos rey ni Supremo ahora mismo.

- ¿Cómo...? - eso pareció llamar la atención de Thor - ¿Y Dagda?

- La sangre de Dagda riega los campos ahora, no tardaron en nacer flores de allí donde quedan sus últimos restos - Lugh cerró los ojos rascando su barba corta.

- Entonces quien lo haya matado es fuerte - sus dedos tamborilearon sobre el mango del Mjolnir - ¿Quién ha sido?

- Ah, por mucha curiosidad que te de, eso es ahora un asunto sólo de celtas, grandullón. Entiende que tenemos mucho trabajo por delante, no estamos ahora para peleas... aunque supongo que venías buscando a Dagda para un pulso o algo así...

- Venía buscándote a ti.

Lugh dio una risa. Thor sabía que Lugh tenía un potencial que nadie había visto hasta ahora... y quería medir sus fuerzas contra él.

- Yo tampoco me encuentro "estable" mentalmente, como tú. Ayer mataron a mi único hijo. Supongo que tú como padre sabes lo que puede doler eso. Sin embargo, yo no esparzo mi ira en otros panteones como tú, grandullón. Me lo guardo y lo gasto contra quien haya sido el culpable.

Unos segundos de silencio bastaron entre ambos. Por muy alto y fuerte que fuera Thor... Lugh lo era más. En todos los sentidos. Eso lo hacía un blanco perfecto para alguien como Thor que buscaba un rival insaciablemente... pero Lugh nunca cedía. Luego, Thor volvió a sonreír sin felicidad.

 - Has sido tú, entonces... tú has matado a Dagda.

- Es una buena deducción, pero no fui yo quien hizo eso - Lugh puso sus manos en sus caderas relajando su postura - Dagda ha sembrado muchas semillas de odio a lo largo de estos años. Sólo la planta que brotó de esas semillas más fuertemente ha sido capaz de acabar con él. Con un poco de ayuda, claro...

- ¿Tenéis acaso algún semidios o guerrero nuevo del que no conozca? Alguien capaz de matar a un Supremo, con o sin ayuda.

 - Nadie que no haya pasado por tus oídos.

Thor se acarició el mentón girando la cabeza suavemente.

 - Entonces ya le conozco.

 - Razonas bien, al menos estás más relajado.

Lugh dio una carcajada. Thor siempre estuvo... relativamente tranquilo, pero desde hace un tiempo, su ira se desata sin control por todo su panteón y por los vecinos. ¿La razón? El nacimiento de su hija se llevó por delante la vida de Sif. Ahora, el dios viudo tenía una frustración interna que la canalizaba en ira, molesto por la nueva presión que tenía siempre Odín de casar a sus Aesir solteros pronto, más al futuro heredero de su imperio.

 - Thor, revive a esos chotos grandes y vuelve a casa. No hay nada que hacer aquí, en serio. 

Lugh se dio la vuelta para marcharse, declarando que no iba a hacer nada más.

 - Espera.

Lugh se detuvo, escuchando al grandullón hablar, como él le llamaba.

 - Dime quién ha sido.

 - Es mala idea, créeme.

 - Eso lo decidiré yo.

 - No es mala idea para ti - Lugh se giró sonriendo - Sino para ella.

Bueno, el ser llamado "ella" reduce mucho las posibilidades entre los celtas que conocía. Guardó silencio mirando al celta fijamente, aún sin tener ganas de irse sin pelear.

- ¿Por qué? - preguntó - Si me das una respuesta convincente, tal vez comprenda bien vuestra situación y me vaya... por ahora.

Lugh sonrió, sin dejar de sonreír.

- No se si será muy convincente, pero las razones son... que eres alto, musculoso, y sobretodo... muy pero que muy...

- ¡¡Pelirrojo!!

Un grito femenino los puso a los dos alerta, y Lugh no tuvo la rapidez ni los reflejos suficientes para atrapar al pequeño cuerpo que pasó corriendo por su lado con gran velocidad en dirección al nórdico.

 - Si, eso... pelirrojo... - Lugh se echó a reír. 

Thor alzó una ceja al ver como un pequeño torbellino llegaba y atacaba a su espacio personal parándose demasiado cerca mirándolo fijamente. Era una celta enana.. demasiado pequeña para la media, con la ropa rota, su maquillaje echado a perder por la lluvia, su cabello mojado y su piel manchada de sangre ajena. Lo más sorprendente es que sus pupilas se dilataban como las de un gato mientras lo miraba, llegando a cubrir todos sus orbes. Thor nunca la había visto, pero sabía de su existencia y su descripción encajaba con lo contado. Morrigan... la reina de los celtas y esposa de Dagda.

- Así que tú eres la reina Morrigan...

- Awww, mira Lugh, ya me está piropeando, ¿no es encantador?

La diosa se retorcía ella misma como si espasmos de placer le recorrieran el cuerpo con una sonrisa de oreja a oreja. Ante la risa nueva de Lugh, ella volvió a mirarle.

 - Ah, disculpa... me quedé anonadada porque me recuerdas demasiado a mi futuro marido 🤍

Ante la cara de estupefacción de Thor, Lugh atrapó a la pequeña diosa entre sus brazos levantándola.

 - Morrigan, por favor, te dije que tenía que darte unas indicaciones del amor antes de que te pongas a ofrecerle matrimonio a todos los pelirrojos que te gusten. Y un poco de luto, la sangre de tu esposo aún está tibia sobre tu piel, destructora.

- No, no quiero más pelirrojos, quiero a este - ella se agarró a la túnica blanca de Thor, igual que un gato que se reúsa a ser llevado - Pero tienes razón, hay que empezar por el principio. ¿Estás soltero?

Lugh le soltó las manos a Morrigan de la ropa de Thor antes de que el nórdico no fuese tan suave con ella, pero este estaba ocupado analizando la situación. Sí, su aspecto y las palabras de Lugh bastaron para revelarle que había sido ella la principal asesina de Dagda... de su esposo. Parece que si no sabía de su situación civil era que había estado tan apartada de la vida externa de su panteón que ni siquiera le sonaba su nombre.

- Viudo... - dijo sin más.

 - ¡Oh, como yo! - ella dio una amplia sonrisa entre los brazos de Lugh - ¿Tú también la matast-?

Lugh pudo taparle la boca antes de que pudiese decir algo que costase muy caro y dio una risa.

 - Ni caso, grandullón, ya me la llevo. Como verás no estamos muy bien ni física ni mentalmente como hacer juegos de peleas. Pásate otro día sin destruir medio bosque y sin flota de drakkars y ya veremos.

Lugh se retiró llevándose a Morrigan con ella, que le estaba mordisqueando el dedo para que le suelte la boca, lo que hizo para poder decirle adiós a Thor con la mano mientras entraba al frondoso bosque.

 - ¡Adiós, pelirrojo! - Morrigan le dijo adiós con la mano rápidamente - ¡Vuelve pronto! ¿Qué te parece mañana? ¡O esta tarde! ¡Cuando sea pero pronto, te espero!

El dios nórdico levantó una mano suavemente, aún un poco aturdido de lo que había aprendido y descubierto ese día, y la movió suavemente de despedida, sin saber cómo una mujer podía ser reina... o bueno, a lo mejor no estaba tan mal.

 Descartó la idea cuando la escuchó gritar entre el bosque.

- ¡Me está diciendo adiós con la mano, Lugh! Ya lo tengo, ya es mío, ya está enamorado locamente.

La risa de Lugh resonó por el bosque mientras ellos se alejaban, y ya un poco más lejos, soltó a Morrigan en el suelo.

 - Ahora sí que quiero que me enseñes cosas del amor, Lugh - ella caminó emocionada en dirección contraria, hacia donde estaba el nórdico, pero Lugh le dio la vuelta agarrándola de la cabeza para que caminase con él en dirección correcta - ¡Vamos, tengo prisa! ¡Pronto volveré a ver al pelirrojo guapo!

 - Morrigan, ante todo hay que comunicar lo que ha pasado con Dagda y...

 - ¡Tranquilo! ¡Me presento de diosa Suprema! ¡Con tu ayuda siendo mi druida y mi capacidad para no perder nunca una guerra, traeré paz a nuestro pueblo! ¡Con el caldero de Dagda nunca faltará comida y podremos tener una vida próspera lejos de la guerra con los fomorianos! ¡Está todo pensado!

 - ¿Se te olvida el pequeño detalle de que has matado al anterior rey? - Lugh indicó con sus dedos lo pequeño que era ese detalle.

 - Ay, aguafiestas, ni que fuera la primera persona que mata a un rey y luego ocupa su lugar. Puede que no me acepten al principio, pero ya verás... los celtas tendrán fama, gloria, paz... pelirrojos...

- Luego hablaremos de eso, luego... ahora presta atención... la primera lección del amor. ¿Qué es el amor? El amor es como un filete...

Así Lugh comenzó a explicar lo que es amor con sus extrañas metáforas que sólo daban hambre. Una nueva era de celtas estaba a punto de comenzar... con una nueva reina.

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Hola, amores! Siento mi ausencia, supongo que no tengo excusa, lo de siempre... poco tiempo, enfermedad, ordenador que es una patata radiactiva... bueno, espero que esto pueda seguir avanzando pronto, volveremos a la batalla en el próximo capítulo! Se os quiere! ❤

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