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Capítulo 39 - El extraño inicio de una bonita amistad

¡Hola de nuevo, mi gentecilla hermosa!

He estado un tanto ocupada con mis cursos y tareas, la salud como siempre jugándome mal, y mientras tenía ratitos escribía un poco, por eso mismo quiero pedir perdón si algo no se entendió bien, y sabéis que puedo responder vuestras dudas y cuestiones ^^. Al no poder centrarme demasiado, hice lo que mejor sabía, otro "poco" del pasado de nuestra Morrigan ^^ Y aún queda el desenlace de esta historia, que será muy curiosa e interesante.

Dicho esto, espero ser más activa en mis historias a partir de ahora y sobre todo, seguir leyendo las que me dejé a medias y comentaba, aquí que se den por aludidos los que saben que andaba por ahí y ahora no ^^ Volveré... como decía Terminator.

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Subida en lo alto de un árbol de gruesas ramas, una celta de corta estatura esperaba pacientemente con una sonrisa, mirando al horizonte. Movía los pies colgando, con una sonrisa que poco podía esconder, pensando y buscando las palabras adecuadas para hablar con Lugh una vez que llegase.

Su mejor amigo se había ido durante dos meses con un ejército de druidas y algunos dioses al mundo humano, y aunque ella había querido ir, Lugh se negó. Pidió, ya que Dagda tampoco se marchaba y estaban a salvo, que pasase tiempo con su esposa, algo que no le hizo ninguna gracia al supremo celta. Pese a que Morrigan seguía siendo su esposa, su corazón no había experimentado nada diferente por ella. Seguía sin parecerle guapa, simpática o agradable. Era bromista, infantil y le costaba relacionarse con los demás. ¿Acaso eso era una esposa para un supremo? Pero bueno, no es fácil todo en esta vida, así que igual tuvo que hacer un esfuerzo... Pero hubo más llanto por parte de Morrigan que risas y felicidad por estar con su marido.

Lugh... No debía saber algunas cosas que Dagda le dijo a Morrigan, cosas que la hicieron llorar, cosas que no la hicieron sentir mujer, cosas que... Nunca saldrían de sus labios. Seguramente el celta se daría cuenta, pues ahora Morrigan llevaba un vestido largo y cubierto, en vez de su ropa exuberante y reveladora. Incluso llevaba botas con tacón y un corsé, además de que no la dejaban maquillarse y peinarse como a ella le gustaba.

Pero ahora no importaba nada de eso, lo importante es que ese día, Lugh volvía con ella, y le iba a dar un abrazo que le iba a quitar todas sus penas.

Mientras esperaba tarareando, una de las ramas del árbol se movió y paso por encima de sus piernas, como si fuese un cinturón.

- Oh, gracias... - comentó ella mirando al árbol.

- Si ahora te pasase algo, Dagda entraría en furia como un volcán en erupción. Debemos todos cuidar de ti.

La voz era profunda y rota, y no parecía llegar exactamente de ningún lugar, pero si era cercano al árbol.

- Ah, sí... - ella sonrió agarrándose a la rama - Ahora soy... Valiosa para Dagda... Por fin me cuida y me quiere, Cernunnos... ¡Por fin!

El dios, o entidad, tal vez, ya que muy muy rara vez se dejaba ver en algo que no fuera un árbol con vida y voluntad propia, mantuvo silencio con eso al ver como la diosa se frotaba el vientre suavemente con una sonrisa tonta.

- ¿Crees que Lugh estará feliz con la noticia? - le preguntó ella.

- Lugh estará feliz siempre y cuando tú lo estés. Él es así de simple. Mira, puedes saberlo muy pronto.

Una de las ramas apuntó al fondo del camino, donde empezaba a verse una marcha encabezada por un dios enorme cuya sonrisa brillaba a kilómetros, y su vozarrón también.

- ¡MOOOOORRIGAAAAAN!

Ella se rió, moviendo los pies fuertemente.

- No le respondas... - sugirió la voz - Es vulgar que grites, Dagda se va a...

- ¡LUUUUUUUUGH! - gritó sin importarle ahora nada.

- ...enojar... - Cernunnos suspiró con un sonido de follaje.

- ¡YA HE LLEGAAAAADOOOO! - el celta comenzó a correr hacia la fortaleza de tierra y árboles.

- ¡YA TE VEEEEEEEO!

Morrigan se puso de pie en la rama, casi perdiendo el equilibrio con los tacones, y justo cuando iba a saltar y convertirse en cuervo, un látigo del árbol la agarró de la cintura.

- No puedes convertirte en animal por tu estado, órdenes del rey.

- ¡Bájame, al menos!

Con ayuda de eso, la bajó al suelo, pero no la soltó porque a dos pasos se pisó el vestido y casi iba al suelo de cabeza, pero el látigo le detuvo sin soltarla. Así, la mantuvo agarrada hasta que el celta llegó con los brazos abiertos pidiendo su abrazo obligado y exigido para siempre entre ambos.

- No le aprietes mucho esta vez, Lugh... - comentó Cernunnos.

- ¿Como qué no? ¡Llevo dos meses sin verla y nunca he apretado menos de lo exigido por ella en los dieciocho años que lleva ella aquí!

- ¡Lugh, que estoy embarazada! - ella levantó los brazos con una gran sonrisa.

El dios parpadeó. Su boca tenía la sonrisa de siempre, pero los ojos estaban incrédulos. Ah, maldito Dagda... Cuando le pidió que pasase tiempo con su esposa, no era para ese tipo de cosas.

- ¡Embarazada! ¿Estás feliz con eso, Morrigan? - le preguntó agachándose a su altura, pues el celta le sacaba ni más ni menos que 70 centímetros.

- ¡Claro que sí! ¡Todos estamos felices! - ella dio saltitos - ¡Y adivina qué! ¡Cernunnos ya me ha dicho que tengo en mi tripita! ¡Sabe mucho de cosas fértiles y eso!

- Cosas fértiles... - Lugh dio una pequeña risa con eso, dándole unas palmadas en su cabeza - ¿Entonces que tenemos en la tripa?

- ¡Trillizos celtas varones! - ella dio un chillido después de eso con tanta fuerza que hizo a Lugh caer de culo, quedándose sentado en el suelo.

- ¡Trillizos varones! ¡Pero qué gran honor! - él se giró hacia su ejército, que llegaba por fin a las puertas con ellos - ¡Oíd, sacos de huesos y pociones! ¡Morrigan espera trillizos varones del rey Dagda! ¿Es o no es una auténtica Tuatha?

Los murmullos y las sonrisas no se hicieron esperar. Los trillizos eran ansiados en la cultura celta, todo lo relacionado con una triada era importante. Incluso Morrigan tuvo dos hermanas gemelas, siendo así un trío, y Lugh también nació con dos hermanos más, pero sólo sobrevivió él. Ahora, si eran varones, eran más importantes.

- ¡Dagda no debe caber en gozo! Tendrá tres hijos a la vez - Lugh subió a Morrigan a su hombro, como solía hacer siempre.

- ¡Sí, él está muy feliz ahora! ¡Me cuida y por fin me quiere! Solo debo obedecer sus órdenes a cambio.

Lugh alzó una ceja escuchando eso, caminando adentro con ella sujeta.

- ¿Y qué te dice esa cabeza hueca que tienes por esposo?

- Me dice que ahora debo cuidarme mucho, que mi barriga crecerá muuuucho. Así que no me puedo convertir en animal, no puedo comer dulces, tengo que cuidar mi dieta, tengo que ponerme vestido, tacones, ser una digan esposa de dios supremo con descendencia, no puedo ir a la guerra, no puedo salir sola, siempre me están vigilando...

Ella empezó a enumerar con los dedos todo lo que le dijo Dagda, sabiendo que se le olvidaban cosas.

- Pero... - Lugh se frotó la barba con su mano libre - Si te va a crecer tanto la tripa, ¿Por qué usas corsé y tacones?

- Ah, es temporal - ella sonrió - Solo un poco más, me estilizan las piernas y que me sube el pecho, dice que estoy así más guapa y más digna de él - Lugh iba a decir algo, pero ella volvió al tema de su embarazo - ¿Crees que mis hijos serán pelirrojos? Me encantaría cuidar de bebés pelirrojos, tan lindos... ¡Ah, y como son tres he pensado una cosa! Dagda y yo le pondremos los nombres a dos, ¿Quieres darle tú el nombre al tercero? Eso sí, nada de darle de nombre un número como el que ya tienes.

- Que mi hijo no se llama Setenta, Morrigan - Lugh le dio una cariñosa sacudida - Vamos a ver a Dagda, querrá saber noticias... ¡Por cierto!  ¡Mi hijo acaba de cumplir 19 años! ¿Quieres que te lo presente? ¡Es casi tan guapo como yo!

- ¡Claro!

- ¡Pues será pronto...!

Lugh se calló al encontrar a Dagda justo delante de él, interrumpiendo su paso. El rey celta le miraba con seriedad y advertencia, mirando luego a la celta.

- Morrigan, bájate de ahí con cuidado. No querrás hacerle daño a mis hijos si algo te pasa por querer jugar a no tener los pies en la tierra.

- Pero si ella no los tiene apenas en el suelo con los taconazos que le obligas a usar... - murmuró Lugh mientras la ponía en el suelo.

- ¿Que has dicho, Lugh? - el rey se cruzó de brazos, frunciendo el ceño.

- ¡Dagda, que bueno verte! - el actuó como si nada hubiese pasado ni hubiese dicho nada - ¡Felicidades por tu futura descendencia y por tu hermosa mujer! - él le tendió la mano.

- Si, mis hijos estarán a salvo siempre y cuando no trates a Morrigan como una muñeca llevándola encima - Dagda ignoró su mano, dándole la espalda yendo hacia el centro de la fortaleza.

Lugh puso una mueca extraña, mirando a Morrigan de reojo. Le había felicitado por ella y sus bebés, pero Morrigan seguía sin importarle nada. Solo era el recipiente de sus tríada de varones. La pequeña celta le dio la mano a Lugh, enredando su mano en uno de sus dedos.

- No le hagas caso, está sobreprotector conmigo... Te dije que me quiere y me cuida ahora, ¿No es adorable?

- No - respondió rápido y sacudiendo la cabeza - Sigue tan idiota o más que hace dos meses.

- Lugh... Está bien así... - ella dio una sonrisa compasiva - Soy feliz, me está cuidando a su manera... Sufrí mucho dolor por quedar embarazada de él,  pero todo va bien... Seremos una preciosa familia feliz. Maduraré y cambiaré. Me ha hecho entender que con mi forma de ser no puedo ser una mujer digna de amor.

- No me extraña que te doliese, es más del doble de alto que tú y quintuplica tu peso - Lugh giró los ojos murmurando eso - Pero si estás feliz, estoy feliz. Soy así de simple, pero... No me gusta eso que me dices.

- ¡Ja, ja! ¡Cernunnos me dijo lo mismo!

Ella le dio un pequeño abrazo y se alejó subiendo su vestido un poco y con cuidado con sus tacones. Lugh suspiró pesadamente viéndola. Ahora puede que fuese valiosa para Dagda, pero... ¿Qué pasaría en siete meses, cuando naciesen los niños...?

* Un mes después*

Ese mes había sido más caluroso de lo habitual tanto en el mundo humano como en la tierra de los dioses, ambas bañadas por el mismo sol. Las cosechas estaban listas para recoger y plantar de nuevo, pues ese día era la Lughsanad*

*Lughsanad - Fiesta de celebración del 1 de agosto donde se celebra la maduración de la cosecha.

Por lo tanto, Lugh había bajado a la tierra junto con la mayoría de dioses para verificar que un evento tan importante estuviese perfecto, además de por otra razón no tan buena. Aprovechando ese clima, los vikingos llegaban a sus tierras con más asiduidad. No había muchos problemas con aquellos grupos y comunidades que buscaban asentarse y estar viviendo tranquilos, buscando tierras fértiles y soles cálidos que Skadi no les daba en el norte con su fría crueldad... Pero también llegaban en masa guerreros que no buscaban nada bueno en esas tierras: venían conquistadores, venían asaltantes de aldeas que se llevaban esclavos y prisioneros a trabajar las tierras de grandes gobernantes, quemando sus hogares y deshaciéndose cruelmente de los supervivientes que no necesitaban. Al día siguiente, llegarían numerosos drakkars a sus costas, y ellos debían estar preparados, ya que sin Morrigan en sus filas que les aseguraba la victoria por ser la diosa de la Guerra, ellos debían esforzarse más. Por eso irían a la fiesta, pero no serían tan espléndida ni gloriosa como otras para estar listos al día siguiente.

Fue la mañana temprana del Lughsanad cuando todos se fueron hacia el mundo humano, habiendo Dagda antes hablado con Morrigan, acostada en su cama con sus manos en su tripa abultada, que quedó profundamente dormida cuando su esposo le dedicó una de sus "canciones de amor" con su arpa mágica. En realidad no contenía nada de amor, solo que una de sus canciones inducía a un profundo sueño a quien la escuchase. Con eso, verificaba que Morrigan no iba despertarse mientras todos estaban fuera.

* El Arpa mágica de Dagda, cuyo nombre es Uaithne, es un instrumento musical singular, ya que solo puede tocar tres melodías que inducen tres tipos diferentes de estados: un sueño profundo, una risa descontrolada y un llanto inconsolable.

Morrigan había aceptado dormir, sin saber que le estaban induciendo el sueño, ya que debía estar fuerte y con energías al llegar la noche, ya que Lugh le había prometido que traería a su hijo por primera vez al mundo divino para que se conocieran y cenasen juntos, como el dios hacia con su hijos todas las noches de luna llena, coincidiendo esa con Lughsanad.

Era algo así como un pequeño premio que Dagda le concedió por sus brutales esfuerzos por aparentar ser una buena esposa de dios Supremo... Tanto que su carácter había cambiado drásticamente solo para contentar a Dagda.

Sin embargo, algo no esperado ocurrió en el sueño de la diosa mientras estaba tendida en su cama de matrimonio, que acabó despertándose entre gemidos de dolor y angustia, tapando su boca con una mano y llevándose la otra a su vientre. Un dolor punzante le recorría el vientre y empezó a asustarse. Ya había pasado otras veces, pero siempre la mano de Lugh sobre este y una canción sobre el sol le ayudaba a calmarse. Ahora, Lugh no estaba.

Se levantó de su cama jadeando asustada y se miró en un espejo, estando pálida y sudorosa, dando un fuerte grito que pedía ayuda y resonaba por el palacio subterráneo. Si llegó a los oídos de Brigitte, quien no había ido al mundo humano, sin embargo, nadie acudió a su ayuda. Su hijastra la odiaba tanto que hacía oídos sordos a todas sus palabras, incluso si eran de dolor.

Morrigan tragó saliva y abrió su armario, mirando su ropa, chascando los dedos y usando su magia para aparecer vestida con su vestido y ropa habitual de ella ahora, por mucho que le molestase llevar tacones y corsé, aún su esposo no le daba permiso para salir del cuarto sin esa ropa.

Salió de sus aposentos mirando alrededor, estando sola, sujetando su vientre y caminando lo más rápido posible a la salida, sin siquiera encontrar guardias.

- Maldita sea... - murmuró agachándose un poco, frotando su barriga - Tranquilos, hijos míos... Tranquilos... Mamá está aquí...

Sus gemidos de dolor no pasaron desapercibidos para su hijastra Brigitte, que aunque quería ignorarla, el dolor de su voz le había atraído como una hiena a una presa moribunda, espiando tras una puerta con sus ojos brillantes del mismo tono que su pelo cobrizo.

- Parece que duele.

Morrigan la miró, viendo como ella salía de su escondite. Sonreía, pero su voz parecía preocupada.

- ¿Estás bien? Espero que no les pase nada a mis hermanastros, mi padre se enfadaría muchísimo contigo.

El veneno camuflado de sus palabras no pareció afectar a Morrigan, quién se apoyó en la pared, cansada.

- Brigitte... Yo... Mira, sé que no te caigo nada bien, pero de verdad necesito ayuda... Me duele mucho el vientre y no hay...

- Es culpa tuya - la pelirroja camino hacia ella cruzándose de brazos - Mi padre te ha inducido el sueño y tú te has despertado. Has despertado a tus hijos y ellos están molestos contigo.

- ¡No! ¡Me desperté por el dolor! - se excusó ella.

- No los estás cuidado bien, Morrigan, mi padre se enojará - ella jugó con uno de sus rizos en su dedo - Si tanto necesitas ayuda, aquí no hay nadie que pueda ayudarte. Deberás ir al mundo humano donde está el resto...

Ella apretó los labios bajando la mirada. Brigitte sonrió sin disimulo. Ir al mundo humano estaba prohibido para ella, y le encantaba verla sufrir por arrebatarle la atención de su padre, ahora más con los hijos que esperaba.

- Pues iré al mundo humano - decidió convenida.

- Pues lo tienes prohibido, chica tonta - dijo con un tono burlón - Mi padre te castigará.

- Pues que lo haga, pero allí hay posibilidades de que mis bebés se calmen y no sufran.

La dejó con la palabra en la boca, saliendo del palacio y yendo hacia la salida de la fortaleza, iluminada con antorchas. La diosa de la inspiración y el fuego la observaba desde la distancia, con una sonrisa ladina. Pasase lo que pasase, su padre se enfadaría, si, si...

- Ojalá se te mueran los hijos, Morrigan - maldijo - Ojalá mi padre se libre de ti y todo vuelva a la normalidad, como debió ser antes de aparecieras hace 18 años. Mi padre es mío, y únicamente mío.

Un rato después, un portal apareció en un bosque del mundo humano. Morrigan lo atravesó con lentitud, y una vez hecho, cayó sobre sus rodillas sujetando su vientre mientras se cerraba a su espalda. Dio un alarido de dolor y miedo mientras se frotaba su adolorido vientre, levantando después la cabeza y resoplando intentando calmarse lo antes posible.

- Tengo que calmarme, tengo que calmarme... - murmuraba para sí - Encontraré a Lugh por su aura... Si... Y me ayudará... Dagda no se enfadará conmigo si sabe que lo he hecho para cuidar de nuestros hijos... Eso espero...

Se incorporó ayudándose de un tocón cortado, sentándose encima. Era medio día, pero el cielo estaba un poco nublado y no se veía el sol. Olía a agua estancada y se escuchaba el croar de los sapos, así que supo que muy cerca, donde la vegetación se perdía por una extraña niebla, había un pantano.

Morrigan llevaba más de 900 años sin ir al mundo humano. ¿Por qué? Bueno, tal vez lo que le hacía ir allí de visita ya no existía, pero eso no era lo importante ahora. Lo importante es que miraba la niebla con interés al notar que de ella venía una presencia que le recordaba a Lugh. No era exactamente él, pero ella pensó que el dolor y su miedo anulaba un poco sus sentidos.

- ¿Lugh? - preguntó levantándose, caminando apoyada cerca de los árboles sin soltar su vientre - Lugh... Soy Morri...

Caminó con cuidado hasta donde empezaba la niebla, tragando saliva. Cuando los sapos dejaron de cantar, se escuchó una voz proveniente de la niebla.

- ¡Ja, ja! ¡Te derroté! ¡Soy el más poderoso de estas tierras!

Morrigan se limpió el sudor de su cara con la manga de su vestido, acercándose hasta la orilla del pantano. A través de la niebla, se podía escuchar el agua como si alguien estuviese corriendo por el con poca profundidad, y además se veía la silueta de un joven que portaba una lanza. Sin duda, esa silueta tenía algo del aura de Lugh. Podría ser él con su lanza tan característica, ya que además la diosa pudo notar que ese arma tenía algo divino.

- ¡Lugh! - gritó con fuerza ella - ¡Por favor, ayúdame!

La silueta se detuvo entre la niebla, mirando hacia su posición. Luego empezó a alejarse hasta perderse, dejando una curiosa carcajada detrás.

- No... No te vayas...

Sus piernas temblaban, pero estaba dispuesta a seguirle. Cuando movió un pie para meterse en el pantano, la silueta volvió hacia ella con más velocidad, pero esta vez empuñando su lanza contra ella.

- ¿Que...?

Ella tuvo un instante para reaccionar, echándose a un lado antes de que la punta de la lanza alcanzase su pecho. Con su debilidad, cayó al suelo sentada, pero sin soltar su vientre. Delante de ella había un joven fornido, de pelo platino y tez manchada de sangre, y sus ojos azules la miraban a través de la niebla como faros en una tormenta. Sin miedo, le volvió a apuntar con la lanza.

- ¡Eres el último monstruo del pantano, miserable! ¡Cuando acabe contigo, mi maestra estará orgullosa de mí y podré estar más cerca de los dioses!

- Pero que hablas... - ella le miró casi asustada, ya que parecía estar loco, pero una vena se hinchó en su frente de enfado - ¿¡Y a quien estás llamando "monstruo miserable", estúpido niñato?!

Ese no era Lugh ni por asomo, pero Morrigan pudo ver algo cerca de la cabeza del chico que le llamó la atención. Otro tipo de niebla flotaba alrededor de su cabeza, siendo azulada y brillosa, indicando que esa persona estaba en un trance y estaba teniendo visiones. Tal vez era algún tipo de entrenamiento mágico. Con eso supo que no se podía hablar con él ni pedir ayuda, parecía decidido a matarla por sus razones.

- Maldita sea, de todos los humanos que hay me he tenido que encontrar con este chalado...

- ¡No soy un chalado, monstruo! - le gritó el muchacho preparando su lanza - ¡Soy el gran Cuchulainn!

Ella negó, dando de repente otro grito por un nuevo dolor en el vientre, casi parecía que sus tripas ardían por dentro. Ya tenía los ojos llorosos de soportar el dolor, pero ahora tenía que irse de ahí.

- Escúchame, Cuchu... Lo que sea, no tengo tiempo para ti. Estoy embarazada y necesito un médico, y como sigas apuntándome con eso lo vas a lamentar. Ahora mismo soy la mujer más peligrosa del mundo, ¿Me entiendes?

No era mentira. Una mujer embarazada amenazada puede convertirse en un ser muy peligroso, ya que en su propio cuerpo están sus hijos y por protegerlos puede pasar lo que sea, ya que además no puede permitirse herirse. Sin embargo, eso solo le dio ánimos al otro.

- ¿La más peligrosa del mundo? ¡Genial! Mi maestra dejó lo mejor para el final. Sin embargo, debo acabar contigo pronto, me esperan.

Morrigan se movió a un lado rápidamente cuando la lanza se clavó a su lado, cortando superficialmente el vestido y la piel de sus costillas.

- ¡Hijo de...!

Inhaló aire profundamente con rapidez, echando suavemente la cabeza hacia atrás y luego dando un alarido muy poderoso. El grito no parecía ni animal ni humano, pero la onda de su grito hizo retroceder a su agresor tapándose los oídos y cerrando los ojos, hasta tropezarse con una raíz y caer en el barro de la orilla del pantano. Eso es lo que aprovechó Morrigan para levantarse y empezar a huir en dirección opuesta, corriendo lo mejor que podía con sus tacones y vestido, buscando esconderse en la niebla.

Miraba al cielo con ansiedad, sin apenas poder ver de este por la densidad de la copa de los árboles, sabiendo que transformarse en cuervo no sería opción. Tampoco sabía si transformarse en animal haría daño a sus hijos. Se llevó la mano a sus costillas, a donde el corte de la lanza le había dado y vio su mano manchada en sangre. Una oleada de miedo se apoderó de ella más que antes.

- Joder, es un arma que puede herir a los dioses... ¿Quién mierda es este chico...? Este corte no curará así de fácil.

Miró a sus espaldas, verificando que nadie le seguía, y volvió a ver al frente, sabiendo que ahora estaba demasiado alterada y con miedo como para crear un portal que la llevase a otro lado. También estaba demasiado débil, pues su vientre no dejó de doler, pero la adrenalina lo eclipsaba. Qué demonios, iba a conseguirlo. Extendió las manos al frente cuando vio el final del bosque corriendo, y en un claro, empezó a invocar un portal, usando toda la fuerza que podía.

Cuando una pequeña sonrisa parecía en su rostro al ver el portal casi completo a las afueras del bosque, una lanza silbaba al cruzar el aire cortándolo, acabando por clavarse entre los riñones de la diosa y saliendo la punta por su abultado vientre.

Sus ojos se abrieron de más al igual que su boca, cayendo al suelo de lado y rodando lo poco que le permitió la lanza al frenarla con el propio mango. Acabó tirada de lado, entre la hierba, mientras su sangre manchaba su vestido y la tierra, aún sin poder creerse lo que estaba sucediendo.

- Mis... Mis...

Sintiendo un dolor que no había sentido nunca, tanto por ser atravesada por un arma divina como el ardor de su vientre, la húmedas que empezó a sentir entre sus piernas mientras empezaba a sangrar le hizo soltar las lágrimas que había estado aguantando tanto rato.

- No... Por... Favor...

Llevó sus manos llenas de sangre a su cara, pues deseaba ponerse a gritar con todas sus fuerzas... Pero más deseaba morirse en ese momento.

El chico apareció, con paso lento y mirada cautelosa, viendo a la mujer en el suelo. Al salir del bosque y de la niebla, el hechizo de su mente pareció esfumarse, haciendo que parpadease confundido.

- WoW... Creo que por fin terminé... Pero...

Mientras el chico se acercaba a la mujer herida, se dio cuenta que tal vez, solo tal vez, no era parte de ese entrenamiento suyo.

- Oh, oh...

Murmuró al ver el profuso sangrado de la mujer en su vientre, a su vez que ella perdía el color de su cara y las lágrimas bajaban por sus mejillas hasta el suelo, recostada entre la hierba como un animal herido, sin rastro del portal que había creado.

Cerrando los ojos, la diosa dio un largo suspiro, haciendo que su cuerpo se desvaneciese del lugar dejando plumas de cuervo volando en el aire y cayendo en el charco de sangre.

- Oh, mierda... - el chico se rascó la nuca, dando una sonrisa de circunstancia - La que he liado sin querer...

Estando débil y herida, ese hechizo de Morrigan no la llevó muy lejos. Aunque deseaba alejarse del mundo humano, la llevó a orillas de un tranquilo río, escondida a la sombra bajo el puente. Ahí, sobre la tierra fresca, ella empezó a sollozar y a quitarse la ropa hasta quedar solo con la interior, manchada la inferior de sangre por el aborto provocado. Jadeó mirando su herida en el reflejo del río, tomando aire para crear en su mano una bola de magia negra muy espesa, que llevó a su herida, metiéndose ahí y sirviendo de torniquete interno, tapando la herida por todas partes para no perder más sangre y que empiece a curarse.

Metida dentro del agua, tosió un poco, dando un gemido de dolor, y empezó con sus propias manos a lavar su cuerpo de los restos de sangre y de otros fluidos que tenía en su vientre. Ya no gimoteaba ni sollozaba, pero las lágrimas no cesaban, y por un momento pensó en Dana y en su madre Ernmas. Nunca vio a Dana, llevaba siglos sin ver a su madre... Pero de verdad necesitaba un abrazo de alguien así.

- Oh, Dana... Se que soy diferente a tus hijos... No sé si soy una Tuatha de verdad... Pero ojalá pueda encontrar entre tus aguas un poco de consuelo al dolor que tengo por dentro ahora mismo.

Cerró los ojos y se sumergió en el agua entera. Esperaba que esas aguas pudiesen calmar las ganas de chillar y de tirarse del pelo que tenía, arañarse la cara y llorar vomitando su agonía. No quería pensar en que decirle a su esposo cuando tuviera que decirle que había perdido a los bebés, seguro la odiaría y dejaría de amar. Seguro la echaría de allí y romperían su matrimonio, y acabaría sola, sin siquiera poder volver a su casa en el árbol que ya no existía.

Un rato después, cuando estuvo un poco más calmada, salió del agua y fue a la orilla para lavar su ropa de sangre. Lo único bueno de todo es que en su ropa interior negra no se notaba nada la sangre.

Tras un largo rato frotando su ropa con las piedras y el agua, sin que el mundo le importase mucho alrededor, el sonido de unos guijarros rodando muy cerca de ella le hizo mirar de reojo. El chico de antes estaba ahí parado, apoyado con su mano en el puente, mirándola. Rápidamente dio una tímida sonrisa, poniendo sus manos delante de él, indicando que no le haría nada.

- Hey... Esto... Hum... - ella había vuelto a frotar su ropa sin hacerle caso, pero a su vez no le daba vergüenza que le viese en ropa interior - Como decirlo...

Sus intenciones eran pedir disculpas, pero no era fácil. Él había sido consciente de lo que había hecho con ella después de verla en el suelo con su lanza atravesando su vientre. ¿Como disculparse por herirla y hacerla abortar? Aunque no fue conscientemente...

Dio otro par de pasos acercándose a ella, viéndola lavar su vestido y como el río se llevaba la sangre con un pequeño tinte en el agua. Como ella no parecía echarle, se puso de cuclillas a su lado.

- No... No sé cómo disculparme... Te juro que nunca había hecho algo así antes...

- Pues menos mal - contestó sin mirarle.

El chico sonrió un poco al ver que no le ignoraba, e ignoraba completamente su frialdad con un familiar optimismo.

- Yo... Lamento lo de tu bebé...

- Mis bebés - corrigió.

El chico no era capaz de disimular ni un poquito sus expresiones faciales, y su sorpresa y su circunstancia le delataron.

- Mierda... Yo...

- No es culpa tuya.

Morrigan dejó de frotar su vestido, incorporándose un poco y mirándole a los ojos por primera vez. Vaya, que color azul tan singular...

- He visto que estabas en mitad de una ilusión. He visto esa... Niebla en tu cabeza.

- Oh, menos mal - el chico suspiró largamente con una sonrisa, bajando los hombros más relajado - Ah, pero... Eso no hará que tus hijos...

- No hables de eso. En realidad es culpa mía. No he dejado de hacer cosas mal... Y los he perdido... Desobedecí a mi esposo... Y ahora pago las consecuencias con un dolor que no se lo deseo a nadie...

El silencio incómodo entre ambos solo era interrumpido por el sonido del agua. Cuando ella volvió a agarrar su vestido, él le tomó las manos deteniéndola.

- Déjame hacerlo a mí. También estoy acostumbrado a limpiar mi ropa de sangre, y tú estás muy pálida. Tus manos están ya rugosas y cansadas, no trabajes más...

Morrigan mantuvo el silencio, viendo sus manos entre las de otro hombre. Él decía que las suyas estaban cansadas y rugosas del agua, pero las del chico estaban muy ásperas y callosas. Soltó su vestido dejándole hacer lo que quisiera, mientras ella seguía sentada y sin decir nada más mirando al agua.

- Pues hazlo, si quieres... - murmuró.

Mientras que estaba sentada, veía por el rabillo del ojo que el chico no lo estaba haciendo, sino que la estaba mirando. Al verle, vio que sus ojos estaban puestos en el "tapón" de magia negra de su vientre. En ese momento, fue cuando ella se sintió un poco expuesta antes el desconocido, y con vergüenza y enojo, le puso un pie en la cara.

- ¿¡Qué estás mirando, pervertido?!

- ¡Eh, no soy un pervertido! - él se quitó su pie de la cara con molestia - ¡Solo veía como tapaste la herida, no eres tan bonita como si quisiera verte!

Con esa respuesta, Morrigan puso ahora su otro pie en su cara, empujándolo hacia atrás.

- ¡Estoy harta de que todos digan que no soy bonita! ¡Soy jodidamente preciosa!

- ¡No eres bonita con el maquillaje corrido por la cara! ¡Das más miedo que una banshee*!

*Banshee - Son seres mitológicos propios, que se representan como mujeres fantasmagóricas que gritan y lloran anunciando la muerte de seres queridos para quienes la oyen o la ven. Tienen el pelo largo y un vestido blanco por lo general, dan miedo pero son totalmente inofensivas. 

- ¡Que te abro la cabeza, eh!

Ella se echó encima suya agarrando una piedra, levantando para darle en la cabeza, pero el chico se dejó hacer sin oponer resistencia, empezando a reírse divertido. Morrigan dejó la piedra en el aire, observando su sonrisa y la forma en la que se movía su pecho con energía. Le provocaba mucha paz... Y aún no alcanzaba a entender por qué.

- Definitivamente eres un idiota... Cuchu... Lo que sea - ella se quitó de encima suya, soltando la piedra y volviendo a sentarse.

- Está bien, te dejaré que me llames solo Cuchu - él se sentó sonriendo - ¿Entonces tú eres...?

- ... Para ti, soy la mujer más hermosa del mundo - ella levantó el mentón con una pizca de orgullo.

- El nombre, no lo que quieres ser.

- ¡Idiota! - ella volvió a agarrar la piedra levantándose con la energía recuperada - ¡Soy Morrigan, la diosa de la guerra! ¡Hechicera de magia negra y guía de las almas de los muertos al más allá! ¡La gran reina espectral! ¡La valkiria negra! ¡La...!

- La más fea.

Y con eso fue cuando la piedra le dio de lleno en la nariz y se la partió, pero el otro solo se rió.

- Vale, vale, me he pasado un poco, pero eres fácil de irritar... ¿Morrigan?

Ella se frotó un ojo frunciendo los labios, como si aguantase otro sollozo.

- Estoy cansada de no ser bonita... - murmuró - Estoy cansada de no ser el prototipo de mujer que alguien quiera en su vida... No soy suficiente alta para ser una Tuatha, no soy lo suficientemente madura para que me tomen en serio, no soy lo suficientemente hermosa para mi esposo, no soy lo suficientemente normal para los druidas... Solo mi mejor amigo me dice que soy bonita... Pero seguro lo dice para que no me sienta mal... Ni siquiera soy lo suficientemente amable con él... Porque sé que no le gusta en lo que me estoy convirtiendo... Acabaré perdiendo a Lugh también... Y si pierdo a Lugh puedo morirme...

- Hey, hey... - Cuchulainn se acercó, con su nariz partida hacia ella - Si, ya dije que me pasé de gracioso... Perdón... En realidad no eres fea, pero ciertamente no eres mi prototipo de mujer.

- Ni tú el mío, no te jode... Yo ya estoy casada con mi prototipo de hombre... Supongo... - murmuró.

- Bueno, me alegra eso... Y como dato, te digo que mi prototipo son las chicas pelirrojas. ¡Grandes y fuertes pelirrojas!

Morrigan se empezó a reír si querer, mirándole mientras se quitaba las últimas lágrimas de sus ojos. Que bien se sentía reír de corazón, aunque fuese por culpa de ese inútil.

- A mí me gustan los pelirrojos grandes y fuertes...

- ¡Vaya, por fin algo en común! - él se volvió a reír a carcajadas - ¡Entonces podemos sentarnos tranquilamente aquí a la orilla del río mientras hablamos de pelirrojos!

Ella asintió despacio, sonriendo un poco. Ya no se sentía nada de incómoda con él, y casi pareciera que lo conocía de toda la vida.

- Pff... - ella dio una suave risa - Si no fueras un completo idiota y no me hubieses dicho cómo es tu tipo de mujer ideal, casi pensaría que estabas ligando conmigo...

- Pero que esperanzas tienes... - él le revolvió el cabello como si fuese amiga suya con toda la confianza del mundo, pero eso también le gustaba a ella.

Se sentaron bajo el puente a hablar, mientras él terminaba de limpiar su ropa de sangre, y tras eso, se sentó justo a su lado comenzando a hablar con calma, olvidando el resto del mundo a su alrededor, como si fuesen los dos mejores amigos del mundo. Incluso cuando empezaba a llegar la noche y traía el frío, él la abrazó suavemente frotando sus brazos con suavidad.

- Creo que dijiste que tenías prisa antes, en el pantano... - comentó ella - Pero, sin embargo, has estado aquí a mi lado todo el día. Has lavado mi ropa, me has hecho reír, me has entretenido y dado algo de comer...

- Ah, no me des las gracias... Es esta noche cuando tenía cita con mi viejo. Solo que quería ir antes a ver a mi maestra y a cambiarme de ropa, lavarme... Ya sabes - él salió de debajo del puente viendo las primeras estrellas, seguido por ella, que no se había puesto el vestido porque aún no se había secado - Hoy tengo que conocer a alguien y me hacía ilusión.

- Tengo que agradecerte tus cuidados, Cuchu... - ella sonrió mirando al suelo - Pero no quiero que además tardes a tus obligaciones por mi culpa. Me... Caes bien.

- Ah, todo está bien, todo está bien... A la persona a la que tenía que conocer esta noche con mi padre... La he conocido antes de tiempo. No en las mejores condiciones pero... Únicas, desde luego.

Morrigan levantó la mirada, alzando una ceja. El chico le miraba con obviedad, pero Morrigan no era muy espabilada. Al menos, no aún.

- ¿En serio no te has dado cuenta, Morrigan?

Su mente se quedó en blanco un rato observando esa sonrisa tan familiar, terminando por abrir los ojos y correr hacia él, agarrando su cara con fuerza y bajándolo a su altura.

- ¡Maldita sea, tienes la misma sonrisa que mi amigo Lugh! - le gritó en toda la cara - ¡Y los ojos azules! ¡Y el pelo platino! ¡Joder, si por tener tienes hasta las cicatrices semejantes a las suyas! ¡Tú eres el que tiene nombre de número!

Sus cosas solo le hacían reír a Cuchulainn, que no pudo evitar darle un abrazo a la pequeña diosa.

- Pero... ¿Pero cómo...? ¿Qué es Cuchulainn? ¡Te has puesto un nombre heroico de perro!

- Eres la Morrigan de las historias de mi padre. He crecido escuchando hablar de ti, esa Tuatha un poco diferente que no tiene la bendición de Dana... ¡Su hermana, como él le dice!

- Oh... Pues... Al final no eres tan idiota como yo pensaba - ella le dio un codazo de buen humor - Tu padre es mi hermano... Mi maestro, mi mejor amigo... Es el mayor apoyo que tengo en el mundo. ¡Y le quiero más que a mi marido!

- ¡Je, je! Él también te quiere mucho, tía Morrigan. Tal vez debería empezar a llamarte así.

- Mi diminuta familia se amplía... - ella juntó sus manos y sus ojos empezaron a brillar con esperanza y felicidad - Ahora... Si Lugh regresa pronto a casa, podré esconderme con él de mi marido... No me siento con fuerzas de decirle...

- ¿De decirme qué, Morrigan?

La estentórea voz del Supremo de los celtas hizo temblar las piedras y sacudirse los árboles, a la vez las tripas de Morrigan se retorcían de la angustia y su garganta se cerraba del miedo. Estaba a su espalda, por eso Cuchulainn pudo ver en el rostro de la diosa un pavor que no creía conocer en alguien.

El gigante celta apareció caminando entre los árboles, apartando las ramas con sus hombros, mostrando que llevaba un atuendo festivo, pero su rostro estaba rojo de ira. Él ahora mismo solo podía ver a su esposa en ropa interior con un joven en el mundo humano, donde tenía prohibido ir.

- Vaya tipo...

Cuchulainn murmuró eso, impresionado por el tamaño y los músculos del dios, pero no le daba buena espina. En realidad, no sabía quién era, pero deducía por el contexto que era su esposo, por eso supo que debía salir en defensa de la mujer.

- A ver... Eh... Si me pongo en tu lugar, grandullón, claro qué pensaría lo mismo que tú, pero en realidad no...

- ¡SILENCIO! - Su voz hizo que la hierba se sacudirse violentamente, mientras seguía acercándose dando lentas pisadas - No he dicho que puedas hablar. Le estoy preguntando a mi esposa. ¿¡Aprovechas que estamos de celebración bebiendo y pasándolo bien... Para juntarte con tu amante?! ¡Podrías ser más inteligente y haberlo hecho en el mundo divino! ¡Incluso para ser infiel eres una tont-!

- No te estoy siendo infiel... - ella habló con un susurro, girándose hacia él, y al hacerlo, Dagda se quedó sin aliento, abriendo los ojos como cráteres al ver su vientre herido y plano... Pero sobretodo plano - Yo solo...

- Morrigan - la seca voz de su marido le puso los pelos de punta, mientras se seguía acercando, mirándola ahora como si la desconociera, terminando por agacharse un poco para verla de cerca, lo que hizo que la pelinegra empezase a temblar - ¿Dónde... Están mis hijos?

La pregunta parecía hecha sin maldad, únicamente con curiosidad... Pero en el fondo de los ojos azules y negros del dios Morrigan podía ver que no había ninguna respuesta que al dios le sirviese para aplacar la ira que se estaba horneando en su interior. Ni siquiera se había redimido con que ella le estaba siendo infiel.

La diosa tenía sus pupilas titilando mirando directamente a Dagda, mientras se mordía el interior de sus mejillas, intentando siquiera poder decir su nombre. Detrás de ella, Cuchulainn no podía quedarse sin hacer nada al ver esa situación tan injusta.

- ¡Eh, grandullón! ¡Ten un poco de respeto con ella, es tu esposa! ¡Y no lo está pasando nada bien! ¡Mírala! ¡Le asustas! ¡Ninguna mujer debe sentir miedo del hombre con el que se ha casado!

- Respeto... - Dagda giró sus ojos hacia el ojiazul - Respeto es una palabra... ¡Que no conoce esta mujer! ¡Ni tampoco conoce lo que es el miedo si se atreve a deshonrarme!

Se incorporó alzando la voz con eso, haciendo retroceder a ambos unos pasos por la intimidación de su cuerpo y su poder, y les señaló con el dedo.

- ¡Dime ahora mismo que has hecho con mis hijos, y si no me gusta la respuesta ve sabiendo que el castigo que recibirás va más allá de tu imaginación y de tu asquerosa magia negra!

Los temblores del cuerpo de la diosa se intensificaban con cada segundo que pasaba delante del Supremo celta tan enfurecido. Casi parecía a punto de desmayarse, pero tragaba saliva constantemente... Y en ningún momento dejó de hacer contacto visual con él. A su espalda, el héroe celta frotó con disimulo los brazos de la mujer, dando una sonrisa que a Dagda le hizo creer que sabía quién era ese muchacho.

- Yo te diré que ha pasado. Ha sido...

Pero la mano de Morrigan se movió hacia atrás como una serpiente hasta clavar sus uñas en el costado del peliblanco, haciéndole dar un gemido y callarse, mientras ella ocupaba su lugar, sin dejar de temblar y mirar a Dagda.

- Ha sido culpa mía... - le confesó con un hilo de voz - Porque... Me empecé a sentir muy mal en la cama durmiendo... Y luego... Aborté.

- ¿¡Abortaste?! - Dagda volvió a dar un rugido, frunciendo más el ceño al no creer su versión.

- ¡ABORTÉ! - la diosa empezó a derramar lágrimas silenciosas, alzando la voz y enfrentándose a Dagda, sin dejar de mirarla fijamente.

- ¿¡Y cómo puedes haber abortado como si nada?! ¡Estabas sana! ¡Estaban sanos! ¡Explícame porque has tenido la indecencia de matar a mis tres hijos!

- ¡Aborté porque mi cuerpo es incapaz de cuidar y hacer crecer vida! - ella dio un paso al frente gritándole - ¡No tengo la bendición de Dana! ¡No tengo la bendición de tu madre, mi suegra! ¡Mi magia negra los ha matado porque soy diferente al resto de celtas!

Pese a que era una mentira en su totalidad, su llanto y su agonía gritándole a su esposo hicieron creíble su historia, tanto, que el rostro de Dagda comenzó a volverse rojo de ira. Morrigan no podía permitir que Cuchulainn dijera la verdad. No tendría el valor y la poca decencia de dejar a su mejor amigo sin su único hijo... Porque sabía que Dagda no le dejaría seguir viviendo. No podría volver a mirarle a la cara... No podría volver siquiera a pensar en él. Le daría una horrible vergüenza y dolor...  Como tampoco podía entregar a Cuchulainn por haber sido tan bueno con ella desde después de ese tormentoso acontecimiento. Si Dagda ya la odiaba de por sí... no pasaba nada si la odiaba un poco más, si es que cabía más indiferencia y odio en su enorme cuerpo. 

Cierto era que algunos druidas especializados en el parto y la gestación no auguraban nada bueno para ese embarazo, además se lo confirmaban los dioses de la fertilidad. Algunos decían que era por el mismo motivo que Morrigan había descrito, su magia negra; otros tenían en cuenta factores más naturales, como el enorme tamaño del cuerpo del padre frente al pequeño de la madre, más tres fetos... eso haría que tal vez el aborto fuese natural y provocado al no disponer de espacio suficiente para crecer. En definitiva, que importaba todo eso. Nada aplacaría la furia de Dagda de ya no tener su tan honorable y digna descendencia.

Con ello, el Supremo celta clavaba sus orbes azules en los dorados de su esposa, como si fuese capaz de leer más allá de lo que la mujer expresaba mientras sus mejillas se llevaban de lágrimas, tanto de dolor como de la dicha recibida de su esposo. Fue entonces cuando sus ojos bajaron por su cuerpo casi desnudo hasta debajo de su ombligo, donde un parche negro de la magia de la diosa cubría la herida mortal de sus hijos, realizada con un arma divina. Al entender esa incongruencia en las palabras de Morrigan, su ira volvió a explotar mientras se incorporaba, sacudiendo los árboles y trayendo nubes negras en el cielo, mientras los señalaba con el dedo.

- ¡MIENTES! ¡Vuelves a mentirme! ¡En tu vientre está la cicatriz de lo sucedido, el portador de ese arma divina ha sido el asesino, y tú se lo has permitido!

- ¿¡Pero cómo demonios voy a permitir yo que alguien le haga algo a mis hijos?! - le gritó ella de vuelta, intentando alzar su voz por encima del viento que comenzaba a formarse.

- ¡Porque es tu amante! ¡No queríais a los niños y en mi ausencia...!

- ¡Eres todavía más estúpido de lo que mi padre me dio a entender! - el grito del semidios le interrumpió, poniéndose delante de la mujer - ¡Además de un engreído y un hipócrita!

- ¿Te atreves a insultarme, mortal? - le desafió el dios celta - Bien... ¡Que así sea entonces! ¡Tú, un semidios con un arma divina, no eres otra cosa que un héroe! ¿Sabes lo que les pasa a los héroes en cualquier civilización y panteón? ¡Mueren jóvenes tras una vida de gloria! Y hoy mismo encontrarás tu muerte... - amenazó, mirando luego a la diosa sin una pizca de piedad - Y serás tú quien cargue con ello... te quedarás sola en el mundo cuando tu querido amigo Lugh sepa que mataste a su hijo. ¡Así está decidido y así será!

Un trueno culminó su horrenda maldición en el cielo mientras el aire se levantaba más fuerte. En las próximas horas, al héroe semidios le esperaba una agonía lenta y dolorosa amarrado al tronco de un árbol con sus propias tripas para mantenerse de pie, mientras Morrigan, sobre su hombro en forma de cuervo, se quedaba hecha una triste bolita sin poder acabar rápido con su dolor. En su cabeza sólo podía pensar en qué le diría a Lugh cuando regresase al hogar de los tuathas, qué decirle para que le creyese, ya que Dagda le habría contado lo sucedido... qué decirle para que no le diese la espalda y quedar sola, sin amigos, sin familia, sin hogar y sin un lugar donde ir.

El cuervo dio un suave suspiro mientras se acurrucaba contra el cuello del semidios, cada vez más frío... y le sorprendió oír al otro reír suavemente a su lado mientras se moría.

 - Pues está haciendo frío en esta noche de Lughsanad... - comentó con la voz ronca y adolorida.

 - No deberías hablar... - Morrigan podía hablar incluso con forma de cuervo, aunque no lo hacía mucho.

 - ¿Por qué no? Nunca más podré hacerlo, debo aprovechar...

El semidios tosió, manchando sus labios de sangre. Morrigan permaneció callada y mirando al suelo.

 - Háblame, Morrigan... cuéntame lo que sea... no me dejes morir en silencio.

Ella levantó la cabeza, apuntando con el pico al cielo. Tenía la cabeza llena de sus cosas y de su futuro, y no quería hablarle de eso al pobre chico agonizante que la había tratado bien en esos momentos tan duros, por lo que se esforzó en encontrar otra cosa de que hablarle. Justo cuando se le ocurrió contarle cómo conoció a su padre Lugh con sus propias palabras, el otro le pidió algo diferente.

 - ¿Tienes miedo de que mi padre te repudie de su vida...? Jeje... si no ha repudiado a ese tipo y sigue siendo su mano derecha, no te va a repudiar a ti...

- Cuchu... ¿Por qué hablamos de mí? ¿No preferirías hablar de algo que te interese más que mi futuro?

- No podemos hablar del mío, eso está claro... eres mi tía de alguna manera... has perdido a tus hijos, tal vez al amor de tu vida... tu historia está llena de drama, ¿por qué no?

- Porque todo el drama es triste y apagado... no tengo nada alegre que contar desde... que conocí a Lugh... - ella mantuvo el silencio un poco más, volviendo luego a susurrar al chico - Hay algo malo en mí, ¿verdad...? No sé qué nombre darle ni lo qué es... pero no quiero perderlo. Me hace sentir yo misma.

- Mi padre lo supo en cuanto te vio. No tenías el don de Dana. No puedes controlar el agua, el fuego o hacer crecer las plantas como el resto de Tuathas y los más avanzados druidas, capaces de hacer hechizos mágicos con ese poder - Cuchulainn no podía hablar durante mucho rato porque le faltaba el aire, pero seguía tranquilo después de una pausa - Una vez al mes... bajaba a verme al mundo humano... comíamos juntos... jabalí, ciervo, liebre, pescado... y bebíamos mucho. No nos íbamos hasta acabar toda la comida... y mientras el fuego se apagaba, me contaba historias de los dioses y del país... Así te conocí. Me dijo que un día que debía ir a buscar a una hechicera poderosa y temible se encontró con un cuervo queriendo jugar con él.

Morrigan dio una sonrisa disimulada, pues ahora tenía pico, pero al cerrar los ojos, una pequeña lágrima salió de su esquina.

 - Le gustaba contarme cosas de ti... y a mí me gustaba saber de ti. Sin embargo, cuando contrajiste matrimonio con Dagda, creo que... me mentía.

 - ¿Te mentía? - ella le miró.

 - Sí... me mentía acerca de ti... porque me decía que seguías teniendo aventuras épicas con él, que seguías siendo indomable y curiosa, dejándote llevar como una niña pequeña y haciéndole bromas a los druidas. Y no era así... ¿verdad?

Morrigan se hizo más bolita en su hombro escondiendo la cabeza bajo su ala. Era verdad... en ese tiempo quiso ser más... civilizada y normal para no sentirse sola. Estudiaba, practicaba y no se divertía... pero en el fondo quería hacer lo que decía Cuchulainn. Y Lugh lo sabía. Por eso le contaba esas historias de mentirijilla a su hijo.

 - No mientes... ¿verdad? No es para hacerme sentir mejor... - murmuró.

 - ¿Qué sentido tiene que alguien que agoniza mienta? He descubierto que este es el momento de... mayor sinceridad de alguien... ni siquiera sé mentir ahora mismo. No hay espacio en mi boca para la mentira. Solo hay verdad y sangre.

Tras eso, el semidiós tosió de nuevo, haciendo un sonido con su garganta agonizante de que le faltaba el aire y dejaba su cabeza caer al lado del cuervo con un lastimero suspiro.

- Ve con mi padre... no le has perdido... los nórdicos vienen... y no... podemos perder... ah... y ese bastardo de tu esposo... me quitó mi lanza. Por favor... dásela a mi padre...

- Lo vi. Dijo algo como que "merecía quedarse con el arma homicida"... es mentira, sólo quiere ese arma porque es divina y es un peligro para los dioses. La recuperaré y se la devolveré a Lugh, te lo prometo... haré lo que sea para que me perdone, me pondré de rodillas, rogaré, lloraré, me humillaré... ¿Cuchu?

El cuervo se asomó a verle, cambiando y yendo a su otro hombro para ver su rostro mejor. El celta ya partía de ese mundo, con una pequeña sonrisa en su rostro manchado de sangre. El hijo de Lugh no podía irse sin sonreír.

 - Al menos ya no duele, Cuchu... - le murmuró - Ahora debo seguir yo.

Echó a volar saltando del hombro del cadáver, dando unos giros en el aire y apoyándose en una de las tripas que salían de su vientre, metiendo el pico entre la carne fresca y húmeda, apareciendo después con una pequeña canica brillante; su alma. Como buena valkiria negra, la lanzó al aire y abrió el pico... y la tragó. Tenía una idea, y la aprovecharía al máximo.

Con aún el viento soplando fuerte aquella oscura noche, el pequeño cuervo emprendió el vuelo tras hacer su cometido, poniendo rumbo al cielo, donde con un pequeño portal, llegó rápidamente al mundo divino. Allí, no tardó en encontrar la gran fortaleza de árboles y rocas de los Tuathas, bajando en picado hasta una pequeña abertura en la tierra, perteneciente a una ventana en la casita de suelo de Lugh, de donde salía luz y brillo pertenecientes a un candil y unas velas.

- ¡Lugh! - entró el cuervo graznando y gritando, aleteando con fuerza y mirando a su alrededor.

El enorme celta peliblanco estaba presidiendo su gran mesa plagada de restos de comida, pertenecientes a un enorme banquete anterior. Los cuencos estaban vacíos, al igual que los barriles de cerveza y de comida sólo quedaban huesos y espinas. El celta estaba echado hacia atrás en su silla, con los pies en la mesa y las manos sobre su barriga, con los ojos cerrados. Respiraba algo mal y resoplaba. El cuervo se puso encima de su mentón, mirándole fijamente a la cara, preocupada.

 - Lugh... ¿Estás bien...? Bueno... qué pregunta más tonta... ¿no? Verás, yo venía a...

Un gran eructo proveniente del celta hizo que al cuervo se le pusiesen las alas y las plumas de punta, con los ojos abiertos de espanto porque le dio de lleno. Luego se bufó aleteando delante de ella, poniéndose más esponjosa.

 - Salud, cochino... - murmuró.

 - Aahhh... necesitaba eso... - El celta se echó hacia delante y puso los pies en el suelo, ya sentado correctamente - Me dolía bastante el estómago... ¡y me sigue doliendo! Ha sido demasiada comida...

 - Espera... ¿¡Te has tragado tú solo toda la cena?! ¿La que era para los tres? - preguntó el cuervo.

 - He repelado hasta el último hueso y acabado hasta la última gota de cerveza - el celta se frotó su barriga, con el botón de su pantalón desabrochado - No hay que irse de la mesa hasta que todo esté terminado. Es la norma. Mi hijo no vendrá a cenar conmigo, y tú... no creo que tengas hambre.

Lo dijo mientras posaba su mano en su mejilla, apoyado en la mesa y observando al cuervo, ahora en la mesa posado. Hubo un momento de silencio incómodo en lo que el cuervo bajó la cabeza, sintiéndose intimidada por la mirada azulada del celta... pero no atacada.

 - Lugh, estoy dispuesta a hacer lo que sea para que me escuches y creas mi versión en vez de la de Dagda...

- No tengo ni un ápice de duda de que tu versión es la correcta - comentó el celta acariciándose la barba, quitándose unas migajas de esta - Sin embargo, espero que entiendas que ahora mismo no me apetece escucharla. El final es el mismo. Sin embargo, cuando se me pase el empacho, descanse un poco y pase lo de mañana, estaré listo para escuchar qué pasó.

Dio unas palmadas encima de la pequeña cabeza del cuervo, que se sintieron como terremotos para la pequeña ave, que le miró confundida después. Tenía muchas preguntas y muchas réplicas. Quería limpiar su nombre, quería que Lugh supiese la verdad, quería decirle su plan. Pero el celta no parecía quererlo todo ahora, simplemente se levantó de la mesa, mirando por la pequeña ventana por la que había entrado el ave, al negro cielo de la profunda noche.

- Tú también has perdido a tus hijos, ¿verdad? Ahora lo entiendo todo, pues anoche, las banshees gritaban anunciando las muertes de nuestros seres queridos..

- Las escuché... - el cuervo bajó la cabeza - Quería creer que sería por la guerra de mañana...

Mientras el celta miraba el cielo, Morrigan se decidió, sabiendo que era su oportunidad. Abrió el piso y empezó a mover el buche de arriba y abajo, haciendo sonidos para vomitar encima de la mesa. Al verla, el celta se llevó una mano a la boca.

 - ¡Morrigan! ¡Que tengo empacho! ¡No hagas eso que me dan arcadas!

Pero el ave siguió a lo suyo, hasta que finalmente la canica luminosa fue escupida a la mesa, atrapándola ella rápidamente con una pata y poniéndole un paso de cristal encima para que no se perdiese.

 - Aquí tienes, Lugh. Es el alma de tu hijo.

Lugh pareció tener una sombra de tristeza y de sorpresa en su cara, pero frunció los labios poniendo las manos en sus caderas.

 - Lo sé, sé que no quieres ahora hablar de esto. No lo haré... pero no quiero seguir con eso en mi panza. Está con quien debe estar... y yo te prometo aquí y ahora, que te devolveré a Setanta.

 - ¡Ja! ¡Hasta que por fin dices bien su nombre! - Lugh volvió a sonreír como siempre - ¡Entonces pues, confiaré en lo que dices, diosa de la muerte! Pero de momento, nos tenemos que preparar para el combate de mañana. Temprano, Dagda nos dará las indicaciones de cómo procederemos para combatir a los nórdicos en cuanto ellos desembarquen. 

 - Indicaciones que ya se las has dado tú, previamente - Morrigan se convirtió en mujer, sentada en un rincón de la mesa, observando la espalda de su mejor amigo con una sonrisa.

 - Exactamente. También le he escrito el discurso de ánimo que debe dar antes del combate. 

 - Que buen mano derecha eres, amigo... ¿Y cuál es el plan?

 - Fácil. Madrugar. Los nórdicos llegarán al amanecer después de más de una semana en drakkar. Eso hará que sus piernas estén entumecidas, su descanso sea malo y su hambre voraz. Aunque estarán defendidos por aquellos que ya acampan a sus anchas en las riberas de los ríos y frente al mar, no será suficiente. Atraeremos a los que ya están aquí a los pantanos y ciénagas, donde los druidas sabrán bien qué hacer con ellos. Cuando terminemos, los recién llegados no serán más que el postre.

 - Lo tienes todo pensado... - ella movió los pies - Pensaba que ese tipo de cosas me correspondía a mí como diosa de la guerra...

 - Y te tocará hacerlo más adelante. Solo que estabas de descanso mientras tu tripa no te dejase ver tus pies. Ahora, estás lista para pelear, ¿verdad?

 - Nada me gustaría más que derramar sangre nórdica - ella sonrió ampliamente - Pero no será así esta vez.

Lugh se giró hacia ella, mirándola con curiosidad.

 - ¿Acaso has observado el futuro con tu magia y se avecina algo malo? - preguntó.

 - En absoluto. No he visto el futuro, pero tengo mis propios planes para la guerra sin derramar una sola gota de sangre nórdica ni celta. Mi hermosa tierra no se llenará de la asquerosa y oscura sangre de esos locos del norte. Y dime, Lugh... ¿Dónde van a atracar? ¿Al norte, más allá de la muralla de Adriano? ¿O tal vez más al sureste, donde la nieve se pierde entre hermosos campos verdes? - comentó paseando y sonriendo en la casa del celta.

 - En el segundo lugar que has dicho - asintió el celta - Por varias razones. Ya sabes que los nórdicos invasores quieren saquear y llevarse esclavos, y hay más población cuanto más al sur; y la otra razón es que aunque a ellos no les molesta la nieve hasta las rodillas, prefieren conquistar tierras fértiles con mejor clima que el suyo.

Morrigan se sentó en la silla donde Lugh estaba anteriormente cruzando sus piernas en una postura femenina mientras pensaba, acariciándose un mechón del cabello con una pequeña sonrisa. 

 - Yo me encargaré de todo. Antes de que Dagda siquiera ponga un pie fuera de su cama, los nórdicos ya no serán un problema.

 - Los nórdicos humanos, tal vez... pero al igual que cuando nosotros vamos a la guerra acompañamos a nuestros humanos y los protegemos, los dioses nórdicos llegarán también. No sé cuántos, quiénes o como, pero mínimo ese pelirrojo impetuoso* y ese molesto cambiaformas...

*Impetuoso - Cualidad de una persona que hace las cosas impulsiva y violentamente. Es el adjetivo de ímpetu.

 - ¿Has dicho pelirrojo y cambiaformas? - ella sonrió curiosamente, observando al celta relamiéndose los labios - Eso me interesa.

El celta se puso enfrente, arrastrando una silla para sentarse delante de ella, dando un suspiro con algo de seriedad, cambiando bruscamente de tema.

 - Dagda quiere divorciarse de ti... - le murmuró.

 - Él puede hacerlo cuando quiera. Para eso manda - ella seguía rizando uno de sus mechones - Sé desde que me vio sin la tripa que eso sería lo mínimo que me haría para hacerme sufrir. Pero claro... podría haberse divorciado de mí ya con sólo unas palabras y una orden, ¿verdad?

- Verdad.

 - Pero se excusará diciendo que quiere hacerlo "bien" y en público.

- Así es.

- Cuando lo que quiere es que participe en la guerra obligadamente siguiendo sus órdenes para así asegurarnos la victoria. Si se divorcia de mí y dejo de ser una Tuatha para él, no me manda.

- Ahí le has dado.

- Vaya cabrón tengo por marido... - murmuró asintiendo suavemente - El dios de "todo lo bueno". ¡Todo lo bueno para él!

- Así lo han descrito en sus primeros años de gobierno. Gracias a su caldero mágico nunca nos falta comida y revitalizamos con un solo sorbo de sopa; gracias a las bendiciones de su madre Dana todos gozamos de su magia... bueno, todos menos tú; y gracias a su magia y poder, los celtas hemos vivido bien mucho tiempo... hasta que el poder se le subió a la cabeza y quería más y más. Pero lo que sí te puedo asegurar es que Dagda realmente quiere descendencia...

- Siento no poder dársela, pero más siento que creo que yo nunca más podré engendrar... - ella acarició instintivamente la herida negra en su vientre.

 - Sé que amabas a esos niños, como yo amaba al mío incluso aunque ellos no hubiesen nacido. Dagda también los amaba, puedo asegurarlo.

El celta tomó una de las pequeñas manos de Morrigan entre las suyas, siendo enormes en comparación, envolviéndola completamente.

 - Sabes que no hace mucho, Boann tuvo un hijo, ¿cierto?

 - Sí, claro que sí - ella sonrió - Es mi concuñada, casada con el hermano de Dagda. Es tan hermoso... ¿lo has visto? Cuando lo vi en la cuna no pude evitar desear... tener a mis hijos en ese momento. Dijo Dagda que sería el dios de belleza y juventud de los celtas, ¿cierto? 

 - Cierto, el pequeño Angus. Ahora bien, el niño no es hijo Elcmar, hermano de Dagda.

Morrigan abrió los ojos. Chismecito.

 - ¿No? ¿En serio? Oh venga, Boann es una diosa encargada de un río, es una santita, adora a su marido... Bueno, ¿de quién es el niño? - ella sonrió mirando a Lugh, queriendo que le contase el resto.

Lugh mantuvo su expresión mirándola en silencio, haciendo una suave mueva con los labios y su pequeña sonrisa presente.

 - Tiene unos ojos azules preciosos, ¿no? 

Morrigan asintió mirándolo, sin entender nada. Solo el largo silencio de Lugh le hizo quitar su sonrisa lentamente hasta quedar en una sombría expresión, echando sus hombres hacia atrás y bajando el mentón. Su pecho se hinchó mientras inspiraba profundamente y su mano temblaba entre las de su amigo.

 - No te lo he dicho antes porque tenía órdenes de cerrar la boca. Ahora las sigo teniendo, pero me da igual. No me voy a callar más, mereces saberlo, eso y más. Ah, y Elcmar sabe que no es hijo suyo, pero debe callar y acatar las órdenes de su hermano de criarlo como tal.

Morrigan se levantó de la mesa apretando los dientes, a punto de dejar salir toda la ira y la furia que tenía dentro al enterarse del adulterio de su esposo, o tal vez uno de ellos, pero Lugh se levantó a su vez, tirando de su mano contra su musculoso cuerpo abrazando a la celta.

 - Sé que sientes odio y traición, sé que él te ha acusado de serle infiel con mi hijo. Estoy seguro de que eso es mentira por muchas razones. Sé que es hipócrita que él pueda hacerlo y tú no, pero es lo de menos. No destroces mi casita de suelo, por favor, y dame un fuerte abrazo de celta.

Ella estaba temblando de rabia, queriendo llorar de frustración, pero todas sus lágrimas ya se habían ido en perder a sus hijos y en Cuchulainn. No le iba a dar ni una más a Dagda. Tragó saliva moviendo sus brazos lentamente para abrazar al enorme celta y acurrucarse en su pecho, queriendo dejar de temblar y relajarse. Un delicioso abrazo de oso de su amigo nunca decepciona.

- Dime algo más que deba saber antes de mañana, Lugh... Dime quien es la clase de persona a la que he amado.

El celta miraba al frente, frotando la pequeña espalda de la pelinegra, mirando hacia unos libros que tenía en su escritorio. Tomó uno de ellos con una mano, abriendo la primera página. Ahí, protegido por el saber del libro, un pequeño trozo de papel quemado en sus bordes estaba descansando. Era un pequeño dibujo perteneciente a una niña pequeña, y debajo ponía "Morrigan" con letras de niña. Ella abrió los ojos reconociendo el dibujo de su casita de árbol, mirando luego al celta.

- No fue un rayo ni un dios de otro lugar quien destruyó tu hogar. Dagda así lo quiso para que no tuvieras a donde ir una vez casada con él. Brigite se encargó de hacerlo y yo... es todo lo que pude encontrar entre el carbón y la ceniza. Sólo quedas tú del dibujo que hiciste de tu familia.

 - Tal vez es algo que el destino así quiso... - ella respondió seriamente - Haré una nueva familia para esta pequeña que está sola ahora. Y tú formarás parte de ella te guste o no - dio una pequeña sonrisa, volviendo a abrazar al celta, esta vez por el cuello.

Tras un eterno abrazo reconfortante para ambos por todo lo sucedido en el día, Morrigan abrió los ojos y le susurró al oído.

 - Sé de una manera para dejar de obedecer las órdenes de Dagda...

 - Yo también - le contestó su amigo.

 - ¿Me ayudarás a ponerla en marcha?

- Si es la que creo que estoy pensando, será difícil, pero no imposible. Tendrá muchas consecuencias.

 - Las asumiré todas. Todas - ella se separó de él, mirándole firmemente a los ojos, poniendo sus manos en sus mejillas acariciando su canosa barba - Lugh... ayúdame a matar a Dagda.

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