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Capítulo 15 - En busca de un nombre

Siempre que nace un descendiente, según el lugar de origen o la diferencia social de sus padres, conviene que o el padre o la madre sea el primero en tomar en brazos al recién llegado al mundo para darle la bienvenida y reconocerle como hijo. En Grecia no era diferente, solía llegar una matrona que ayudaba a nacer al bebé, y después le entregaba el recién nacido a su padre en lo que limpiaban a su madre y la ayudaban a estabilizarse. Esto funcionaba, siempre y cuando, ambos fueran de la misma clase social y él quisiera hacerse cargo del recién nacido.

Otras veces no era así, y era cuando, por ejemplo, la madre era una diosa, y el padre un simple mortal. La diosa daba a luz, y era ella quien decidía si el padre debía conocer al hijo o no. O en el caso contrario, si una humana daba luz al hijo de un dios, este no solía presentarse a reconocerlos hasta un tiempo después, cuando el hijo demostraba el poder que tenía en sus venas. Al igual de esta forma, también se sabía quién tenía más autoridad en ponerle el nombre al recién nacido.

Era más sencillo de lo que parecía, pero aquella noche, tras un largo día de parto donde 49 nereidas esperaban en un salón escuchando las maldiciones deslenguadas de su hermana mayor, se peleaban en voz baja para ir a conocer a su sobrino por orden, aunque sabían que debían hacerlo después de que Poseidón tomase a su niño.

Dentro de un paritorio, una matrona abrió la puerta, con las manos manchadas de un poco de sangre gelatinosa, bajando la cabeza al ver que el Dios de los Mares se acercaba, sin darle importancia a los llantos de dentro del lugar. Las 49 tías del recién nacido asomaron la cabeza en la puerta del salón, viendo a Poseidón entrar, yendo después rápidamente a quedarse al lado de la puerta para ser las siguientes.

Dentro, una joven nereida de largos cabellos azulados descansaba, con el rostro blanquecino pero con una sonrisa, mirando orgullosas a dos matronas a su lado, sosteniendo cada una a un recién nacido y ofreciéndolos al dios.

El primero lloraba irritantemente, con los puños apretados y sacudiéndose en la toalla que le recogía, enseñando bajo esta que sus miembros inferiores habían sido cambiados por una larga cola de tiburón, a medida del pequeño.

El segundo permanecía callado, impasible ante los llantos de su hermano, mirando fijamente a un punto, moviendo sus ojos sólo al ver al dios que tenía enfrente, mostrando entre la toalla ocho pequeños tentáculos que se movían tranquilamente, enrollándose entre ellos.

 - Dios Poseidón... - dijo la primera matrona - Tome a este niño antes, ya que ha sido el primero en llegar al mundo.

Así debía ser, y el dios tomó al bebé por los costados, levantándolo y con los brazos lo más separados de su cuerpo para ver con desidia al que ahora sería su primer hijo, sin mostrar nada nuevo a lo que todos esperaban.

 - Quedaste en llamarle Tritón, ¿verdad? - Anfítrite sonrió, mirando orgullosa a su hijo desde la cama, con una mano en su vientre, extrañada de ya no tener su gran barriga - Tritón... ese nombre elegiste.

Sólo un movimiento lateral de la cabeza de Poseidón le dio a entender a su esposa que estaba en lo cierto y así sería. El primer hijo varón de Poseidón se llamaría Tritón. Luego tendió sus brazos con el bebé hacia la puerta, mirando a otro lado, donde la segunda hermana nereida Tetis (futura madre de Aquiles) recogió al niño de sus brazos, tomándolo felizmente, mientras salía con sus hermanas.

 - Ahora, dios Poseidón... - la segunda matrona se acercó a él con el segundo bebé - Este no tiene nombre ya que no era esperado, así que...

No le dejó terminar, pues el dios parece que cerró sus orejas a cualquier palabra, dirigiéndose a la puerta del paritorio, saliendo de este sin mirar atrás. Anfítrite abrió los ojos, incorporándose a duras penas en la camilla, clavándole sus ojos en la nuca al dios.

 - ¡Poseidón, vuelve aquí! - le gritó - ¡Tienes que tomar a tu segundo hijo en brazos y reconocerlo! ¡Es tan hijo tuyo como Tritón! ¡Ven aquí, estúpida sardina de agua dulce!

Sus gritos y malhabladurías no hicieron que Poseidón volviese, haciéndola apretar los puños y los dientes con rabia.

 - Señora Anfítrite, por favor, no se altere... - una matrona la hizo recostarse - Usted tiene que recuperar fuerzas...

 - ¡Dame a mi bebé! - exigió mirando a la segunda, tendiendo los brazos.

Casi se lo arrebató de los brazos a la otra, tomándolo ella, acomodando su toalla para que estuviera cómodo. Ella no había tenido gemelos, eran mellizos, y ese niño tenía la misma cara ausente de su padre cuando era un bebé... solo que con tentáculos. ¿Por qué lo había rechazado? Era como él... ¿Acaso no es el orgullo de un padre como él tener un hijo tan parecido en apariencia? ¿Qué tendrán los tentáculos que ver? Cuando crezca, puede aprender a sustituirlos por piernas cuando quiera, al igual que Tritón... niño que se parecía más a su madre que a él, y sí que fue aceptado y nombrado.

Las matronas miraban en silencio, sabiendo de la gravedad de la situación, mientras que afuera, las tías de los bebés recién nacidos seguían peleándose por quien tendría ahora a su sobrino en brazos.

Fueron cientos de miles de veces en los próximos años en los que ahora esa familia de cuatro, viviendo bajo guardo del dios del mar, en los que Anfítrite sacó el tema de que su segundo hijo no tenía nombre, exigiendo un nombre digno para él. Y en esas cientos de miles de veces, hablar con Poseidón era hablar con un muro... solo que incluso el muro hacía más caso que él.

También los niños recibieron visitas de demás dioses, así como tíos y tías suyos a los que no le sorprendieron que Poseidón repudiara a uno de sus hijos, pidiendo solo paciencia para la nereida. Igual pasaba con su suegro, el rey Nereo, que exigía también a Poseidón un trato mejor a su nieto, pero Poseidón como si oía llover. Tal vez cuando el chico creciera un poco y demostrase ser fuerte, Poseidón le miraría y tendría su atención, pues si ya de por sí le prestaba muy poca atención a Tritón, para el otro niño no había ni las migajas.

Ya cuando los niños alcanzaron una edad comprendida entre los humanos como entre los cinco y ocho años, Poseidón salió al jardín con su hijo mayor, el cual estaba aprendiendo a moverse sobre sus dos piernas de humano. Se parecía también a él, pero su cabello rubio acababa en un degradado azulado y siempre sonreía tiernamente. No es que le hiciera eso mucha gracia al dios del mar, que caminaba delante saliendo de ahí, en dirección al mar. Hoy sería una clase importante bajo este, el pequeño Tritón sería el heredero del tridente de su padre y este le iba a dejar usarlo.

Después de que ellos se fueran, el pequeño sin nombre se asomó a verlos desde su escondite, observando el mar. Sólo su madre le había llevado al mar a jugar, a visitar a sus tías o a su abuelo, y él quería ir con su padre y su hermano... o tal vez todos juntos como una familia. Tal vez este pequeño poco hablador tendría el carácter de su padre, pero al pasar la mayor parte del día con su madre, era un poco más abierto en carácter y ella era su confidente de todo.

Mientras estaba escondido detrás de una columna, su madre apareció.

 - ¿No quieres ir a verles entrenar? Aprendes mucho sólo con observar... tu hermano es más de práctica.

El niño negó bajando la cabeza.

 - No quiero que padre me vea sin hacer nada... además, a padre no le gusta mi presencia. Mi apariencia es fea...

 - Pero estarás aprendiendo... Y no digas eso, mi niño es el más guapo. Anda, ven.

Ella le agarró de la mano, tirando de él hasta ir al mar, donde la nereida tenía la soltura para nadar al igual que poseyera aletas. Mirando hacia atrás, encontró que su hijo se escondía ahora entre una bola hecha con sus propios tentáculos, escondiendo su cuerpo.

 - Cariño... - ella suspiró.

El niño asomó sus ojos entre dos tentáculos, mirando a su madre, y con lentitud, se colocó bien, mirando con tristeza a su madre. Ella sabía cuál era el complejo de su hijo. No eran sus tentáculos en absoluto...

...era que estaba un poquito obeso. 

No podía seguir el ritmo de su hermano nadando, además que sus tentáculos no eran tan veloces como una cola de tiburón, no podía hacer tantas cosas como ellos sin agotarse. Anfítrite le decía que era normal en los niños pequeños estar con un poquito de gordura, indicaban que estaban sanos... pero su hijo le recordaba el cuerpo de su padre con su edad. Un cuerpo perfecto para un niño también... y siempre tendría complejos si se comparaba con su padre.

A diferencia de él, Tritón no estaba gordito, y tenía un buen cuerpo que le permitía nadar con soltura y velocidad, dibujando su silueta en el fondo del mar con los rayos del sol en la superficie, mientras que el niño sin nombre sólo podía mirarle desde el fondo, mientras que se ocultaba entre dos rocas bajando la cabeza, sin querer que vieran su horrible cuerpo.

Hubo que reunir fuerzas y valor en los siguientes meses, apoyado de su madre y tías, además de su hermano Tritón, con el que podía contar también, siendo el chico alguien cariñoso y atento con su hermano menor... hasta que finalmente, con dieta, ejercicio y confianza, el chico comenzó a perder peso, animado por aquellos que le querían... con la intención de agradar sólo a quien ni le miraba.

Habiendo perdido peso y mejorando su habilidad y control con sus piernas de humano, le pidió en privado a su hermano Tritón algo para mejorar aún más su confianza: dejarle ganar una carrera. Obviamente Tritón era más rápido que él, pero el chico prometió que se esforzaría al máximo. Con ello, lograría que Poseidón le mirase y viese que ya no era esa bola de sebo de hace unos meses, que sus piernas eran fuertes, que sería un hijo digno.

Tritón accedió sonriendo, también con la esperanza de poder compartir más ratos con su hermano y que entrene junto a su padre, así que una vez que estaba Poseidón en su trono mirando a la nada, como siempre, los dos niños se pusieron en un lado del pasillo, poniendo de meta el fondo de este y que Poseidón viera quién llegó a la meta primero. Contando hasta tres, los dos niños empezaron a correr con todas sus ganas por aquella línea recta. Tritón sabía que debía dejarse un poco, pero notaba que su hermano no se quedaba atrás como pensaba, y que si de verdad se descuidaba un poco, ganaría. Así, viendo que su hermano menor se esforzaba al máximo en esa carrera, se mantuvo a su lado corriendo, aparentando también hacer su mejor esfuerzo hasta llegar a la pared de la meta, tocando el hermano menor esta con su mano antes que Tritón, cayendo después sobre sus rodillas, recuperando el aliento, con una tonta sonrisa en sus labios. Como Poseidón no parecía reaccionar, Tritón dramatizó un poco.

 - ¿¡Cómo he podido perder?! ¡Yo entreno todos los días! - dijo algo fingido - ¡Eres más rápido que yo, hermano!

El pequeño dio una pequeña risa, sintiéndose bien con ello. Aunque le habían dejado ganar... se sentía un poco bien... pero su risa se cortó cuando vio a su padre que empezaba a caminar hacia ellos, poniéndosele el corazón en la garganta y dejando de respirar. Tritón, sin miedo alguno, fue hacia él dando saltos.

 - ¿Has visto, padre? ¡Me ha ganad...!

Su voz quedó cortada en el momento en que el dios levantó su mano, atizando un golpe sonoro contra la mejilla de su hijo mayor, haciendo eco en el salón y haciendo al chico caer al suelo por el golpe, dejando sin aliento al hermano menor, que lo veía todo sentado en el suelo con las manos temblorosas, viendo el rostro de dura seriedad de su padre viendo a su confundido hermano en el suelo.

 - Que sea la última vez que te permites ser inferior a otro sólo por pena. Yo no estoy criando a un débil.

Con esas palabras que le dejaron aterrorizados a ambos niños, Poseidón se retiró, sin siquiera dedicarle una mirada a su hijo menor, haciendo que no existía, que si presencia era tan ínfima que ni le importaba. Cuando se marcó, el chico se acercó a su hermano mayor, este se levantó solo, sacudiendo su ropa de polvo.

 - Tritón... lo siento... debería haberme golpeado a mí... - se excusó apenado por su hermano.

 - Da igual...

No daba igual. Él se merecía ese golpe, él le pidió hacer trampas por su felicidad, y aunque se hubiese llevado él el golpe... al menos así su padre le habría demostrado que existe para él, y al menos le habría tocado...

Era un pensamiento algo extraño, pero después de eso, a Tritón le dio miedo ayudar a su hermano menor con más cosas, por temor a su padre. Anfítrite tenía el corazón partido, pues si ahora su hijo menor seguía sin poder acercarse a su padre, tampoco podía acercarse a su hermano.

Ella se esforzaría durante los siguientes años por cuidar de la estabilidad mental de su hijo menor, aquel a quien llamaba a escondidas de Poseidón Anfídoro (regalo de Anfítrite) pues ella sostenía en su corazón que su hijo era un regalo que había traío para el mundo... pero ese nombre no podía ser el aceptado para él si su padre no lo veía bien... y Poseidón llevaba haciendo caso omiso a ese tema largos años.

Así, el chico que nació con tentáculos creció, sin el apoyo de los varones de su familia salgo por su abuelo Nereo, el cual le dio un preciado obsequio cuando el chico perdió todos los kilos que le sobraban, obteniendo el cuerpo atlético de un adolescente... con el alma rota. Se había vuelto más solitario que antes, menos hablador, más independiente... y su abuelo le obsequió... con su propio tridente. El rey Nereo tenía uno que hacía años que no utilizaba, pues había tenido que sustituirlo por un bastón debido a su longeva edad, y si el chico seguía con esas ansias de parecerse a su padre, necesitaría un tridente con el que empezar a entrenar.

Con ese nuevo regalo en su vida, que no era el que él anhelaba, siendo el tridente de Poseidón un regalo para su hermano mayor, el chico agradeció a su abuelo por el regalo, usándolo para entrenar durante los siguientes años, en busca de ser alguien merecedor para los ojos de su padre, pues ni siquiera había logrado ver el color azul de los ojos de este mirándole directamente (otra cosa por la que luego más tarde sentiría odio y celos por Sasaki Kojiro)

Así siguieron pasando los años monótonamente... todos los días eran iguales para una Anfítrite que no podía disfrutar de su familia por estar dividida, sintiendo pena por su hijo mejor, escondiéndose bajo una coraza de indiferencia por el resto, guardando en su corazón una obsesión por su padre y el reconocimiento de este, un padre que en los cientos de años que seguía llevando su hijo por delante, no le miró de reojo ni una vez, ni ninguna palabra de su boca fue dedicada a él, aunque fuera un insulto despectivo.

Cada vez se parecía más a Poseidón... su carácter, su aspecto, su corte de pelo... salvo por sus queridos tentáculos, el chico era bastante similar a su padre, y cuando llegó el día en que él superó a su hermano mayor sin trampas y con una victoria aplastante en todo lo que organizaron por ellos, Tritón miró con una sonrisa a su hermano menor, queriendo acercarse a felicitarle y darle la mano, orgulloso de él. Sin embargo, su hermano mayor, con una seriedad y una desidia propia de su padre, le dio la espalda a su hermano mayor sin querer sus halagos, yendo a buscar a su padre, el cuál había desaparecido un poco antes de que acabaran las pruebas, cuando comprendió que él era mejor que Tritón en todo.

Persiguiéndolo por los pasillos del lugar, encontró a su padre caminando alejándose de él, y con un grito desesperado, aquel chico le llamó.

 - ¡Padre Poseidón! - le gritó desde el fondo del pasillo - ¡He ganado todas las pruebas!

No lo decía con alegría ni con felicidad, tampoco con orgullo... sino con reproche. Al ver que él no detenía su camino, volvió a intentarlo.

 - ¡Durante toda mi vida he intentado de mil y una formas lograr que me mires, tener un poco de tu atención! ¡Puede que no naciese siendo el mejor, pero he conseguido derrotar a mi hermano mayor en todo! ¿No merezco ni un leve cabeceo de aceptación por tu parte?

El chico abrió los ojos más cuando Poseidón detuvo su paso, dándole la espalda en el fondo del pasillo, sin girarse, y el chico apretó los puños. No quería ser ahora débil y que su voz se quebrase. Esa podría ser su única oportunidad.

 - Padre... - dijo dando unos pasos hacia delante - Llevo toda la vida buscando una simple mirada... buscando unas palabras... esforzándome hasta caer desmayado, pasando días sin comer ni dormir, sanando yo solo mis heridas para esconderlas de mi madre... Aunque si sigues rechazándome de esa manera, podré entenderlo, ya que prefieres a Tritón antes que a mí... por eso es que le darás tu tridente cuando mueras algún día, esperemos que muy lejano. Ya no por mí, sino por el dolor de mi madre y mis tías... ¿Cuántos años más necesitaré para ser merecedor de un nombre dado por tu boca...?

Era una verdadera molestia que siempre se refirieran a él como "el otro hijo de Poseidón", "el hermano de Tritón", "el niño sin nombre", "el otro, el pulpo". Tanto para él como para su madre, pues ella también sufría enormemente. Y sin creerlo ni esperarlo, la voz de su padre le heló la sangre, que no se había girado a verle.

 - ¿Así que... si te doy un nombre... desaparecerás de mi vida para siempre?

Su corazón se estremeció de miedo. ¿Le odiaba hasta ese punto? ¿Entonces por qué no se había desecho de él como hizo con su tío Adamas? Tal vez su madre le habría estado protegiendo y cuidando mucho más de lo que creía... pero en su obsesionado corazón sólo había hueco para el despiadado Poseidón.

 - Haré lo que me pidas con tal de que me bautices por fin... - contestó con un hilo de voz, queriendo expulsar aire a la vez, con sus pupilas azules como las suyas temblando y sus manos en su pecho.

Poseidón movió un poco la cabeza a lo lejos, como si estuviese meditando un momento. ¿¡En serio en tontísimos años no se le había pasado por la cabeza un nombre?! El chico tenía ganas de gritar eso, pero no, no podía molestar ahora a su padre con sus frustraciones internas, pero esos segundos se le estaban haciendo eternos. Escondida por una ventana, asomada y atenta a la conversación, Anfítrite escuchaba también sin siquiera poder respirar, apretando la cortina entre sus manos y murmurando.

 - Llámale Anfídoro, llámale Anfídoro... te lo suplico... - murmuraba en voz baja, pues ella le había comentado ese nombre a Poseidón cientos de veces.

En el silencio sepulcral que daba hasta frío, Poseidón dio algo similar a una pequeña risa contenida, y eso hacía que su hijo se tensase con el corazón parado, sin poder quitar los ojos de la espalda de su padre, sobre todo cuando giró un poco la cabeza a un lado, pero igual no se podían ver sus ojos.

 - Bien... el nombre será...

Ασήμαντος

=

(Asímantos)

=

Insignificante

El nombre dejó helados tanto a su hijo como a su esposa que se llevó una mano a la boca con los ojos llorosos. Asímantos... así le había bautizado, quedando marcado como "Insignificante" para toda su vida. 

 - Ahora, no quiero volver a notar su insignificante presencia cerca de mí. Ve a esconderte debajo de una piedra, o en un oscuro agujero, como hacen los pulpos. Serás un insignificante dios del mar olvidado... igual que ese llamado Adamas.

Poseidón siguió caminando, jurando que en sus labios se podría ver una sonrisa victoriosa mientras desaparecía por el fondo del pasillo. Mientras que permanecía congelado en su sitio, Anfítrite se apresuró a salir de su escondite, yendo rápidamente a agarrar la cara de su hijo entre sus manos.

 - ¡No aceptes ese nombre! Hijo, ¡no es el que te mereces!

Ella intentó mirarle a los ojos, hacerle reaccionar con palmaditas en la cara. Si quería ponerse a llorar, lo entendía, y ella estaría ahí para abrazarle y consolarle... pero ahora, su hijo empezó a reír. No había cambiado su mirada perdida y vacía, pero sonreía con una risa algo forzada.

 - Tengo nombre... - murmuró entre su pequeña risa - Madre, tengo nombre al fin...

 - ¡Pero es un nombre de mierda! - estalló ella.

 - ¡Pero es mi nombre! ¡El que me ha dado mi padre! ¡Y seguro que nadie en el mundo tiene un nombre como el mío!

 - ¿Y el que te ha dado tu madre no te gusta? - ella seguía forzando a que le mirase - ¡Todavía puedo convencer al imbécil de tu padre de que...!

 - ¿De qué vas a convencerle ahora, madre? - él sonrió tranquilo, pero quitó las manos de su madre de su cara, retrocediendo un paso - ¿Qué vas a conseguir ahora que no hayas conseguido en los cientos de años anteriores? Deja de sufrir... tu hijo ahora... es más feliz que nunca.

 - ¿Y cuáles son ahora tus planes de vida? - ella se acercó el paso que se alejó - ¿Destierro porque él no quiere que estés aquí? ¿A dónde irás, lejos de tu madre, de tus tías, de tu abuelo Nereo?

 - No tan lejos... a hacer, lo que hacen los pulpos... - él sonrió, empezando a caminar dirección opuesta a donde se fue su padre - Encontraré un lugar oscuro para mí... donde esperar tranquilo y pacientemente... con una sonrisa entre mis labios... esperando a que pueda salir... cuando mi padre lo desee.

Anfítrite miraba a su hijo irse, casi dando pequeños saltitos de alegría, murmurando en voz baja "insignificante", riendo tranquilo, mientras que ella se apoyó en una pared para no caerse, dejando caer las lágrimas que reprimían sus ojos delante de su hijo, negando y mirando al suelo, abrazándose.

 - Tantos cientos de años como tú dices, hijo... y no he sido capaz de averiguar ni de hacer hablar a Poseidón de por qué no te aceptó aquella noche al igual que tu hermano... soy una mala madre.

No pasó mucho tiempo de eso (hablando de la forma en que los dioses y otros inmortales sienten pasar el tiempo) hasta que llegó el día que en un recóndito agujero del fondo del lecho marino llegó la noticia de que Poseidón había sido asesinado. Así, en ese momento, los ojos azules del chico se abrieron, estirando sus tentáculos después de un largo sueño, saliendo de su escondite. Ahora... debían explicarle qué sucedió, pues su presencia ya no manchaba los ojos de su padre en la existencia, sino que se había ido "al cielo".

Tras su profunda y largo hibernación, Asímantos volvió a su hogar, donde su madre le recibió llorando en un fuerte abrazo, y su hermano mayor, sin miedo de poder acercarse de nuevo a él, también se acercó a saludar. Poco duraron los saludos, pues Asímantos exigía ver de alguna manera la forma en la que murió su padre, su última pelea de ese torneo que escuchó, antes que comer o beber incluso.

Ni siquiera su tiempo dormido había servido para apagar la llama del amor obsesivo que sentía por su padre, empezando a arder de nuevo en admiración cuando le pusieron en una pantalla ver la pelea del Ragnarok, sucedida unos días atrás. Con el corazón encogido, ponía la mano sobre el rostro de su padre siempre que aparecía en la pantalla, sabiendo que eso sería lo más cerca que estuvo y estaría de tocarle... a un ser tan perfecto como él. No se cansaba de ver la pelea. Una y otra vez, entera, sin dolor al ver su muerte. Poseidón era digno hasta el final de ser quien era.

 - Dentro de mil años, se volverá a celebrar otro torneo así - le contó su hermano mayor - Así hasta que ganen los dioses. 

 - El nombre de mi padre ha sido ensuciado y humillado - dijo apagando la pantalla, mirando al frente - El primer dios en morir en las manos de un sucio y viejo japonés que no ha hecho nada más que... copiar.

Con la última palabra se le desfrunció el ceño, dejando su tableta con la pelea donde fuera, yendo a buscar donde muchos años atrás se guardó el tridente de su abuelo Nereo. Eso era... ahora que Poseidón no estaba, no podía entrenar con él... pero podía copiarle los movimientos gracias a ese vídeo. Podría estar más cerca de ser él... y así además, saber cómo esquivar los movimientos de ese anciano... para pedirle la revancha dentro de mil años. Entonces, ahí, su padre le miraría desde el cielo.

Mil años hace de eso, mil años que entrenó solo, con su hermano y con quien se pusiera delante de él, sin llamar mucho la atención de sus parientes dioses ni salir nunca a tener contacto con asquerosos humanos... mil años hasta que unos minutos antes de que terminase la segunda pelea, donde Asímantos ya estaba preparado para su salida, en aquel pasillo, jugando con el tridente en su mano y murmurando su nombre en voz baja, que su hermano mayor Tritón se acercó a desearle suerte.

 - Asímantos... mucha suerte en tu turno. Entiendo que hayas querido salir el tercero. Seguro que impresionas a todos, has entrenado muchísimo más que yo.

El menor seguía mirando la puerta al fondo sin moverse, terminando por cerrar los ojos y murmurar un pequeño "gracias". Tritón sonrió, mirando la puerta con él, colocándose a su lado.

 - Quiero que vuelvas, hermano.

Tras esas palabras, tendió hacia su hermano menor el tridente de Poseidón, que ahora era de Tritón desde la muerte del dios. El menor le miró alzando una ceja, quedándose maravillado internamente por la belleza del arma de su padre. 

 - Llévate el tridente de padre. Es mejor que el del abuelo... y te lo mereces más que yo. Si vuelves vivo, te lo cederé a ti. Además, es un nuevo incentivo para que padre te mire si ve que llevas su tridente.

Asímantos levantó su mano, tomando despacio esa maravillosa arma en su mano, dejando caer sin darse cuenta el otro tridente al suelo, que recogió Tritón. El arma de su padre... tan perfecta como él.

 - No merezco tu humildad, hermano... - murmuró en voz baja, casi incapaz de mirarle a la cara - Por mi culpa, padre te pegó hace años.

 - ¿Aún recuerdas eso? Wow, a mí se me había olvidado - él sonrió, llevando las manos tras la cabeza.

 - No me importa si sueno egoísta, pero quiero pedirte un favor más - ahora, sí miró a su hermano mayor - Quiero usar tu nombre durante el combate, así padre me mirará seguro si soy Tritón en vez de Asímantos.

 - Oh, por mí no hay problema en eso, se lo haré saber a Heimdal que vas a "usurpar" mi identidad por un rato. Te estaré viendo y animando... junto con 50 escandalosas nereidas.

Le dio una palmada en el hombro sonriendo, retirándose con el otro tridente. Asímantos volvió a quedarse solo mirando la puerta, con una pequeña sonrisa en sus labios, abrazando disimuladamente el tridente a su cuerpo, recordándole sus adornos al cinturón de su padre. Ahora no podía pelear sin lograr tener la atención de su padre en el cielo... o reunirse con él.

Un nuevo dios cuya existencia no llegó a los humanos, un dios que sólo los griegos llegaron a conocer de niño, casi opuesto en comportamiento a su hermano Tritón, aquel a quien no le importó ayudar a los Argonautas, aquel a quien le daban curiosidad los humanos... Asímantos, alguien que odiaba a los humanos... en especial a los japoneses. Cuando terminase con Date Masamune, Sasaki Kojiro sería el siguiente de su lista.

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¿Qué? Ellos se inventaron a Adamas, yo solo quise probar ;-; xD

Bueno, la historia como saben la escriben los humanos, si un dios no deja registro o se presenta ante ellos, no se conoce y no existe para nosotros. Los dioses no vana  escribir un currículum de cada uno y dárselo a Homero o Virgilio xD 

Bueno, si os decepcioné, lo siento ;-; pero igual no lo voy a cambiar :3

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