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Soltarlo y ya

Dedicado a @Caiser-Bear

El portal hizo un estruendoso chisporroteo cuando se abrió, como si dejara pasar una enorme cantidad de electricidad por un cable pelado. La gran puerta de luz creció hasta ocupar casi toda la pared de la sala, mostrando a dos pequeñas figuras saliendo de la luz. Un muchacho de largos cabellos negros atados en una coleta y con un kimono celeste alzó los brazos para estirarse, mientras a su lado una chica pelo morado y chaqueta verde bostezaba con cansancio.

¡Da gusto estar de vuelta!— Exclamó Okita.— Cazar arpias es un gran ejercicio de piernas, pero cansa que no veas.

— Y que lo digas.— Respondió Geir frotándose los ojos.— Creo que me voy a casar con mi cama.

Ambos sonrieron y se encaminaron a hacia las habitaciones. Caminaron por el largo pasillo casi arrastrando los pies, sin decir nada, pero la mente de la valquiria estaba mucho más agitada de lo que su exterior agotado podía expresar. Miró de reojo a su compañero, el cual caminaba ensimismado en sus pensamientos, y bajó la mirada a hacia su mano, que asomaba ligeramente de su amplia manga. Tragó saliva y acercó la mano poco a poco, despacio, sintiendo como su corazón se aceleraba. Sus dedos estuvieron a punto de rozarlo, pero apartó la mano en el último momento, demasiado nerviosa para continuar.

Tras llegar a la bifurcación que separaba las estancias de los einherjar y las valquirias, ambos se despidieron y se dirigieron cada uno a su lugar. Geir entró en la sala común y se dejó caer boca abajo en uno de los sofás, gimoteando con la cabeza hundida en uno de los cojines.

— ¿No te has atrevido, verdad?— Preguntó Hlokk, sentada a su lado con una lima para uñas.

Geir se limitó a soltar otro quejido agudo amortiguado por el cojín. El silencio siguió aquél pequeño intercambio, por lo que la pelilila lanzó una mirada molesta a su hermana.

—  ¿No vas a intentar animarme ni un poquito?

— No.

Hlokk ladeó la cabeza para evitar el cojín que le lanzó la pequeña, quien inmediatamente volvió a derrumbarse de cara contra el sofá, dejándose llevar por el cansancio que tenía. No podía soportar aquella realidad en la se había preparado durante días para hacer algo tan simple como tomar la mano de Okita solo para rajarse al final. Realmente era una idiota cobarde que no podía acercarse al chico que le gustaba, ni siquiera después de todas las misiones por las que habían pasado juntos.

La puerta de la sala se abrió, dejando entrar a dos de sus hermanas mayores. Prour, la gigantesca pero amable hermana que siempre la llevaba sobre sus hombros, y Hirst, la inestable segundogénita que alternaba entre la rabia y el sosiego con frecuencia. Geir se giró perezosamente para mirarlas, poniéndo ojitos de cachorrito abandonado, lo que inmediatamente atrajo la atención de la más alta de sus hermanas.

— Ow ¿Qué pasó, pequeña? ¿La misión salió mal?— Preguntó la giganta mientras se arrodillaba al lado del sofá.

— La oficial salió bien, la romántica . . . no tanto.— Respondió Hlokk desde la mesilla.

Hirst le lanzó una mirada molesta y se sentó en el sofá junto a la menor, acariciando sus cabellos lilas. Prour colocó una mano en la espalda de su hermanita.

— No he podido ni tomarle de la mano.— Dijo Geir desde el interior del cojín.

— No te preocupes, estas cosas suelen llevar tiempo.— Le respondió Prour.

— Pero Raiden y tu ya os besabais dos semanas después de conoceros.

— Eso es porque son unos lanzados.— Hirst intervino con voz calmada, ignorando la mirada irritada de su hermana.— Tu no tienes que ir tan rápido.

Geir se recostó en su regazo, mirando al vacio. Ir despacio es lo que había hecho desde hace un mes, y casi nada había cambiado, ni en lo más mínimo. Okita no parecía darse cuenta de sus intentos de caminar más juntos, los cambios de tema en las conversaciones que llevaban a cosas más personales o las indirectas en las charlas, aunque admitía que no eran las mejores del mundo, ni las más claras. Al chico le entraba por una oreja y le salía por la otra, o al menos daba esa impresión.

— Tal vez debería dejarlo. Quizás es que no le guste.

Prour tensó su mano de golpe, al tiempo que la sonrisa tranquila de Hirst desaparecía. Las dos miraron a su hermanita, la cual parecía casi al borde de las lágrimas.

— No pienses eso. Puede que simplemente no se de cuenta de tus intentos, lo cual le pasa a muchos chicos.— Hirst desvió la mirada, recordando lo mucho que le costó a ella que Sasaki entendiera sus coqueteos.

— O puede que simplemente tengas que intentarlo un poco más. Okita siempre está pensando en las batallas y los duelos durante las misiones, así que tal vez tengas que reunirte con él en otro momento.

Geir alzó los ojos y miró a sus hermanas, sus rostros regalándole sonrisas amables. Se secó las lágrimas con el dorso de la mano y abrazó a Hirst con una sonrisa. Sus hermanas eran las únicas que la entendían.

— ¿De verdad creéis que le guste?

— Pues claro que le gustas.— Respondió Prour.— Eres una chica adorable, tierna y de buen corazón ¿Cómo no le vas a gustar?

— Es verdad.— Confirmó Hirst.— Además, por lo que Sasaki cuenta de él, es un buen chico. Creo que hariaís una bonita pareja, así que dale una oportunidad.

Prour asintió, y Gier no pudo evitar sonreir aún más.

— Y no te preocupes si te engaña o te obliga a hacer algo que te disguste ¡Yo se lo haré pagar hasta el día de su muerte!— Declaró Hirst, con el flequillo cambiado de lado y una sonrisa diabólica.

— Lo mismo digo.— Dijo Prour, más tranquila y con una sonrisa pícara.

Geir cambió su sonrisa a una nerviosa. Sus hermanas eran geniales, pero a veces podían ser un poco intensas de más.

Al otro lado del edificio, el pequeño samurai sintió un escalofrío recorrerle la espalda como la mano de un muerto, haciendo que se estremeciera. Sin embargo, tras un segundo, volvió a dejar caer la frente contra la mesa con un gran golpe, soltando un quejido agotado.

— Vamos Okita, animaté.— Dijo Kojiro mientras le palmeaba la espalda.— Ya habrá otra ocasión.

— Soy un imbécil.— Replicó el chico.

— Eso ya lo sabiamos, pero no es motivo para rendirse.— Le dijo Raiden, más divertido que amable.

Okita apoyó la barbilla en la mesa para reflexionar sobre su própia estupidez. Sabía que Geir había intentado tomar su mano cuando habían vuelto de la misión, pero solo lo sabía ahora. Le había pasado la vez que ella trató de recostarse en su hombro, momento en el que se levantó de sopentón para ver un pájaro e hizo que se cayera; o cuando ella le preguntó sobre su tienda de dulces favorita y el le contó una historia sobre una donde tuvo que acabar con un ronnin violento. Realmente era terrible para el tema del romance, pero no podía dejar de querer entenderlo, de querer disfrutarlo.

— Ahora mismo debe estar pensando que soy un insensible sin corazón.

— Probablemente.— Confirmó Lu Bu, sentado en uno de los sofás mientras afilaba su lanza.

— Lu Bu, no ayudas.— Kojiro se apretó la sienes con los dedos.

Okita apoyó la mejilla en la madera, casi hundido en la miseria, cuando una taza de porcelana blanca se colocó frente a él. La mano enguantada de Jack se posó sobre su hombro con amabilidad.

— Problemas del corazón, por lo que veo. El té con canela siempre ayuda con eso, o al menos eso he oido.

El niño tomó la taza y dio unos pequeños sorbos al dulce líquido.

— Jack, tu eres el experto en emociones ¿Me puedes dar algún consejo?

— Aunque es cierto que puedo leer los rumbos del corazón con mayor facilidad que el resto de mortales, no diría que soy ducho en los vaivenes del amor. Más allá de lo que he leido en novelas, eso es.

Okita resopló de nuevo y jugueteó con la cuchara, abatido. Jack lo miró de lado mientras se apoyaba en la mesa, cruzó los brazos y pensó.

— Si os sirve de algo, siempre que Ann me veía triste o preocupado, me sentaba en las escaleras y hablabamos de todo un poco. Las preocupaciones y las dudas se disipaban en un momento, y podíamos pasarnos horas allí hablando. — Jack habló en tono soñador.— Se que no era lo mismo por lo que estáis pasando, pero en ocasiones, sentarse y dejarlo salir es la mejor solución.

Okita lo miró y luego al té, reflexionando sobre esas palabras.

La siguiente misión llegó dos días después. Una caza de yokais que empezaban a ser un problema, pero no demasiado grande como para que unos cuantos tajos de katana no pudieran ponerle fin. Tras cruzar el zumbante portal, Geir se sacudió los restos de ceniza y escarcha de la chaqueta, sintiendo un escalofrío por la diferencia de temperaturas entre corte y corte. Okita se ajustó la coleta, medio deshecha por la batalla, y sentó en uno de los bancos con un suspiro. La valquiria dudó un segundo, pero al final también se sentó. Los dos permanecieron así durante unos angustiosos segundos, incapaces de pronunciar palabra o siquiera de mirarse.

La mano de Geir se acercó lentamente a la suya, rozando sus dedos con las yemas. "Vamos, Okita. Haz como dijo Jack y dejaló salir sin más. Solo tienes que soltarlo y ya ".

— Ha sido algo tedioso ¿Verdad? Pero se ha conseguido.— Dijo Geir suspirando.

— Me gustas, Geir.— Dijo Okita.

Un silencio profundo cayó entre ambos.

"¡PERO ASÍ NO, IMBÉCIL! " Okita estaba a punto de morirse de la vergüenza. No podía creerse que hubiera soltado aquello. Lo había dicho sin pensar, solo dejándose llevar y dejándolo salir sin más, y ahora su compañera seguramente estaría sorprendida y avergonzada, si es que no se levantaba y se iba sin más.

— Lo-lo siento... No era eso lo que quería decir ¡Quiero decir, sí quería decirlo, pero no así! Yo...— El muchacho trató de explicarse apresuradamente, tropezando con sus palabras.

Por su lado, Geir se había quedado congelada, mientras un calor y un rubor le subían por las mejillas hasta cubrirle toda la cara. Estaba contenta de que Okita le hubiera revelado sus sentimientos, pero no se esperaba que fuera tan directo. De todas formas, verlo travarse la lengua con su explicación le resultaba tierno y tranquilizador, mostrándole que no era la única con nervios en aquella situación. Él había mostrado valentía al decir aquello, aunque no hubiera durado mucho, por lo que ella debía hacer lo mismo: Soltarlo y ya.

La carrera de palabras que el niño expulsaba se detuvo abruptamente cuando sintió los labios de su compañera en su mejilla. Fue su turno de sonrojarse hasta las orejas, mirando a la sonriente aunque nerviosa valquiria.

— Tu también me gustas.— Respondió ella mientras miraba sus botas y balanceaba las piernas.— Tenía miedo de que yo no te gustara.

Okita boqueó un par de veces antes de bajar la mirada y rascarse la nuca con vergüenza.

— Siento haberte hecho pensar eso. Soy malo para este tipo de cosas, y no suelo explicarme bien con palabras.


— Está bien. Realmente estoy muy feliz.— Geir apoyó la cabeza en su hombro.

— Sí, yo también. Me alegro de no tener esa preocupación dentro.— Okita apoyó su cabeza en la suya también.— A veces es bueno simplemente soltarlo y ya.

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