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Almas conectadas

Dedicado a @TsYoxMi55


Destellos de recuerdos pasaron frente a sus ojos, o al menos se sentía como si fueran recuerdos. Una enorme arena de combate, repleta de personas que gritaban su nombre y otro que no podía distinguir. Un hombre alto, armado con un gigantesco martillo y vestido con una túnica blanca, se erguía a unos metros frente a él, mirándolo con unos ojos sombrios. El mismo estaba de pie, más alto de lo que era, y portando una lanza en su mano derecha. No, era más que un arma. Era una parte de él, una extensión de sí mismo, y a la vez algo completamente diferente. Alguien completamente diferente.

Lu Bu se despertó con timbrazo del despertador en el oido, apagándolo de un manotazo que seguramente rompió el aparto. "Ese sueño otra vez ", pensó mientras se frotaba los ojos con la mano y se rascaba la mandíbula, esperando notar una barba que no estaba allí. Se levantó de un salto y se puso la camisa y el pantalón negro del uniforme, tomó la mochila y salió al pasillo. El corredor lo saludó con los ronquidos pesados de Raiden, cuya puerta permanecía cerrada, y con el olor a pan tostado y mermelada de manzanas desde abajo.

— ¡ARRIBA, GIGANTESCO VAGO! No pienso llegar tarde por tu culpa otra vez.— Gritó Lu Bu, aporreando la puerta.

Los ronquidos se detuvieron, y con eso se sintió satisfecho. Salió a la cocina del piso que compartía con sus amigos y vio a Adán sentado en la mesa, masticando una tostada mientras leía algo en su móvil. El muchacho rubio lo saludó en cuanto lo oyó aparecer, pero rápidamente volvió a mirar la pantalla. Lu Bu se sentó y tomó una de las tostadas a palo seco y una taza de café, con los fragmentos de aquél sueño todavía pululándole por la mente. No era la primera vez que lo tenía, pero no estaba más cerca de averiguar que significaba, ni por qué no se sentía como otros sueños. Era extraño.

— ¿Todo bien?— Preguntó Adán.

— Sí, estoy todavía un poco adormilado. No puedo ponerme a estudiar recién levantado, al contrario que tu.

— No es nada de la universidad. Estoy leyendo sobre los reinos de la mitología nórdica.

— ¿Por qué? Se que te gusta la mitología, pero pensé que lo tuyo era la mitología bíblica.

Adán guardó silencio por unos momentos.

— Simplemente me apetecía variar. Es un tema realmente interesante, la verdad, sobre todo el tema de su inframundo.

— Bah.— Lu Bu hizo un gesto con la mano.— No me comas el tarro con eso, que es muy temprano.

Adán se encogió de hombros y siguió a lo suyo. Unos minutos después, un gigantesco muchacho surgió bostezando del pasillo, con la camisa y el pantalón mal abrochado y el desordenado pelo recogido en una coleta. Se estiró y dejó caer su enorme cuerpo sobre la silla libre de la mesa, antes de echar mano a las tostadas y al café.

— Buenos días a ti también, Raiden.— Dijo Adán.

El muchacho soltó un gruñido con la boca llena y alzó la mano. Lu Bu lo miró de reojo mientras bebía el café. Había conocido a Raiden poco después de conocer a Adán, en el instituto, y desde un principio lo había identificado como alguien fuerte. De hecho, su primera interacción fue un intercambio de brabuconería tras chocarse en los pasillos, lo que llevó a una pelea después de clases que acabó en empate por la intervención del rubio. Tras aquello se hicieron amigos casi enseguida, incluso habían decidido compartir apartamiento cuando se fueron a la universidad. A pesar de todo, su amigo era imposible de tratar por las mañanas.

— En fin. Vamonós, que sino no llegamos.— Dijo Lu Bu, antes de levantarse y dirigirse a la puerta, seguido por sus compañeros.

Las clases acabaron sin que ocurriera nada destacable, y como siempre el trio de amigos se sentó en los bancos del parque para tomar algo y charlar. Adán se tumbó en la hierba con una manzana, Lu Bu se sentó en el reposabrazos y Raiden en el asiento, cada uno con una lata de refresco.

— Os lo digo en serio, el profesor de biología no podría ser más gilipollas.— Dijo Raiden

— Dímelo a mi. Parece que nos tiene asco a todo el mundo todo el tiempo, y sin embargo las chicas lo aman por ser alto, rubio y guapo.— Respondió Lu Bu.

— Hablando de chicas y rubios ¿Cuantas se te han confesado hoy, Adán?

El mencionado mordió la manzana con aire distraido, tomándose su tiempo para pensar. Tras un segundo mordisco, se encogió de hombros y contestó.

— Tres, y una que casi lo hizo pero se puso nerviosa y se fue.

— ¿Y ninguna te ha llamado la atención?— Preguntó Raiden.

Adán negó con la cabeza.

— En serio ¿Cómo vas a saber cual es la indicada si no le das una oportunidad a ninguna?

— Lo dices tu, que tiras más la caña que un naufrago con hambre. Te vas con una a un par de fiestas y a la semana tienes a otra.— Replicó Adán.

— No lo niego, pero al menos soy honesto. Desde el principio les digo que simplemente quiero que nos divirtamos y pasemos un buen rato, pero en ningún momento les doy esperanzas de algo más. Cuando encuentre a la indicada la cortejaré como se merece, ya lo verás.

Adán resopló y dirigió la mirada a su otro amigo amigo, el cual había permanecido callado durante casi toda la charla. El muchacho tenía la mirada perdida, sumido en sus pensamientos al igual que aquella mañana. Adán no podía adivinar que era lo que tenía tan preocupado a su amigo, aunque no era el único que tenía cosas de las que preocuparse.

— ¿Y tu qué, Lu Bu? ¿Alguna chica ha caido ante tus encantos?— Preguntó Raiden con cierta sorna.

— Con esta cara, ninguna ¡Demonios, dos de ellas casi se mean encima cuando traté de pedirles la hora!

— Es que tu también vas con el ceño fruncido a todas partes. Si un tipo musculoso de 1.90 se te acerca con cara de mala ostia, tu ya sacas o la cartera o el tasser.

— El taser ¡Con el "tosor" te voy a dar yo a ti!— Replicó Lu Bu molesto, pero divertido.— Prefiero dedicar mi tiempo a algo que realmente me apasione.

— ¿Pegándote con todo el que tenga un mínimo de músculo?— Preguntó Raiden.

— Busco perfeccionar mi fuerza, y ya he vencido a todos los del gimnasio y el dojo.

Tras un rato, los tres amigos se dirigieron a su casa, caminando por las calles casi vacías. Era viernes por la tarde, así que la mayoría de la gente estaba preparándose para salir de fiesta aquella noche, cosa que ellos mismos planeaban hacer, aunque la decisión sobre el lugar concreto se debatía entre una discoteca que Lu Bu solía visitar y el bar de copas preferido de Raiden. Adán estaba bien con cualquiera de las dos opciones, así que no le importaba. Así, mientras paseaban por una calle algo nueva para atajar, la conversación estaba en punto muerto cuando, de repente, los tres se detuvieron, observando el final del cruce.

Tres chicas caminaban juntas por la calle, hablando de temas que los chicos no podían oir. Por el uniforme que llevaban eran los mismos que los suyos, lo que significaban que iban a la misma universidad, pero a parte de ello no podían ser más distintas entre ellas. La mayor, o al menos la más alta, era una muchacha fornida y fuerte, de cabellos rosados recogidos en una trenza sobre el hombro derecho. Se reía y gesticulaba con energía, mostrando una sonrisa grande y luminosa, y tanto su porte como su presencia exudaban confianza. La menor era una chica pequeña con gafas, de pelo negro corto y aspecto serio y estudioso, aunque mucho más tranquilo que su amiga. Entre sus brazos sostenía un libro, muy seguramente de un tema avanzado. La última era una muchacha que solo podía ser descrita como una flor, una verdadera dama de los pies a la cabeza, con una cabellera cobriza larga y suelta al viento. Su sonrisa estaba imbuida de una gracia poco común, pero que mostraba la misma alegría que su compañera mayor.

Como si los pies se le hubieran fundido al hormigón, Lu Bu se quedó mirando a la chica pelirroja con los ojos como platos. No sabía como, pero era ella, la chica que aparecía en aquellos sueños tan extraños. El mismo cabello, la misma sonrisa, la misma presencia amable y cálida. Todo en ella le decía que era la muchacha que lo acompañó como su lanza, en una pelea que no recordaba pero sentía haber vivido. Sintió el impulso de acercarse, hablarle, de correr tras ella y preguntarle si se habían visto antes, pero no pudo. Miró a sus compañeros, comprobando con sorpresa que ellos también se habían quedado estáticos, mirando al trio de muchachas, pero para cuando volvió la mirada, las chicas ya habían desaparecido.

— Creo...— Adán habló con voz temblorosa.— Creo que hoy no tengo animo de fiesta. Vamonós a casa.

No hubo objeción.

Cuando llegaron su apartamento, tomaron una cena rápida y se sentaron a ver algo en la televisión, aunque era más por tener algo que alejara el silencio que les traía preguntas. Preguntas que no querían formular, y mucho menos responder, por temor a verse como unos locos. Finalmente, fue Raiden el que rompió el silencio.

— Muy bien, voy a ser yo el que lo diga. Algo nos ha pasado a todos cuando hemos visto a esas chicas, y no me digáis que no, porque todos teníamos la misma cara.

Los otros dos bajaron la mirada, Lu Bu se rascó la nuca y Adán apoyó la barbilla en las manos, pero los dos terminaron por asentir.

— No quería hacerlo porque no quería que pensarais que estoy loco, pero lo voy a preguntar ¿Vosotros también habéis soñado ultimamente con una arena, un combate y una chica a vuestro lado?— Preguntó Lu Bu, recibiendo una confirmación de sus dos amigos.— En mis sueños, soy más adulto y estoy en una arena gigantesca. Lucho contra un hombre alto pero joven, con el pelo rojo como la sangre, que empuña un gigantesco martillo. En mi mano porto una lanza, pero por alguna razón, a la vez siento que esa lanza es una persona. Una chica amable y cálida, la misma pelirroja que hemos encontrado.

— A mi me ha ocurrido algo muy parecido estos últimos días. Seguro que habéis notado que me levanto más tarde de lo normal.— Dijo Raiden, ignorando las cejas alzadas de sus compañeros ante "más de lo normal".— En mis sueños también estoy en una arena. Me enfrento a un hombre extraño, con piel morada, cuatro brazos y un ojo en la frente, como esas pinturas de dioses hindúes. Aunque no tengo armas, siento como una presencia me recorre todo el cuerpo, llenándome de energía y dándome ánimos, y en mi cabeza veo la imagen de esa chica alta y musculosa.

— Yo estoy igual.— Respondió Adán.— En los mios me enfrento a un hombre gigantesco, que luego se transforma en uno con aspecto monstruoso. Pero antes de eso me veo a mi mismo en lo alto de un pilar, con esa chica de pelo negro cayendo del cielo y transformándose en luz. No se por qué, pero no he podido sacarmelo de la cabeza.

Los tres se quedaron en silencio, confundidos pero algo aliviados.

— ¿Cómo es posible que los tres tengamos sueños tan similares, al mismo tiempo, y que poco después nos encontremos con las mismas chicas que aparecen en ellos?

— Tal vez tenga algo que pueda explicarlo.— Dijo Adán, causando la mirada de confusión de sus amigos.— Mientras leía sobre mitologías, encontré una teoría sobre las almas en el nifelheim, donde se encontraba el mundo nórdico de los muertos. Según esta teoría, mientras las almas del valhalla se mantienen intactas, aquellas que acaban en el nifelheim son privadas de recuerdos y usadas para crear nuevos humanos. Sin embargo, algunos recuerdos permanecen, y pueden presentarse en forma de sueños.

— Eso es una locura.— Dijo Raiden.

— Puede, pero no se me ocurre otra explicación para esto.

— Lu Bu ¿Tu que dices?¿Crées que eso es verdad?— Preguntó Raiden. El aludido tardó un poco en responder.

— No lo sé, todo suena muy inverosimil. Creo que lo mejor que podemos hacer es intentar hablar con esas chicas sin parecer raros, ver si eso nos aclara algo y seguir desde ahí.

— Tal vez estén por la misma zona que hoy. Deberíamos ir allí mañana para empezar.

Los tres estuvieron de acuerdo.

Al día siguiente, lejos de la casa de los tres muchachos, las chicas que habían visto en sus sueños se preparaban para salir a comprar algo en la tienda. Sin embargo, al igual que los chicos, estas también se encontraban algo incómodas con los sueños que habían tenido; sueños en los que luchaban junto a hombres que no recordaban pero que de alguna manera sentían que conocían profundamente.

— Prour, acuerdaté de coger la lista de la compra. Y dale un último vistazo al baño, no nos vaya a ocurrir otra vez lo del colutorio.— Dijo la pequeña de gafas.

— Ya voy, ya voy.— Respondió la más alta mientras terminaba de hacerse la trenza.

— Me apetecen de esas galletas con crema que venden en el minisuper cerca de aquí ¿Creés que aún tendrán, Leif?— Preguntó la pelirroja mientras tomaba su cartera.

— ¿Nunca te cansas de esas bombas de azucar, Randgriz?

— No.— Dijo Randgriz con una sonrisa pizpireta.

Tras terminar de prepararse, las tres chicas salieron con tranquilidad y caminaron como siempre a la tienda. Pronto, no obstante, la conversación volvió al tema de los sueños.

— ¿Has encontrado algo sobre ellos?— Preguntó Prour.

— Nada que no sepamos ya. Reencarnación, vidas pasadas y esa teoría de la mitología nórdica. Todas las páginas y libros que he visto dicen lo mismo.— Respondió Reginleif.

— ¿Creéis que pueda ser real? ¿Que hemos vivido esas cosas?— Randgriz parecía realmente preocupada.

— No lo sé, pero eso ahora no importa. De todas formas, no creo que nos encontremos con esos chicos.

Tratando de alejar aquellos pensamientos, caminaron hasta la famosa tienda que tanto les gustaba. Prour, que tampoco tenía mucho interés en la compra, le dio la lista a sus amigas y se quedó fuera a esperar, mientras Randgriz y Reginleif entraban. Ninguna de las tres se habían dado cuenta de las figuras que las observaban a ellas y a la tienda.

A solo unos minutos de allí, los tres amigos caminaban por la calle, con los ojos escrutando cada rincon en busca de las muchachas de sus sueños. Llevaban así toda la mañana, sin ningún éxito, y empezaban a pensar que aquello era un esfuerzo inútil. Cansados, frustrados y con algo de hambre, decidieron parar a comer algo, aunque no al no conocer tan bien el lugar, la idea de un restaurante o bar estaba fuera de la mesa. Un par de preguntas e indicaciones de los locales les llevaron a la segunda mejor opción, una tienda de conveniencias con algo de comida preparada.

La tienda no tenía nada de especial vista desde fuera. Se encontraba entre una clínica dental a la izquierda y un edificio de apartamentos a la derecha, dejando un callejón entre este último y la tienda. Mientras el pelilargo y el rubio entraban charlando despreocupadamente, un movimiento de sombras en el rabillo del ojo hizo que Raiden dirigiera su atención al callejón. Como si un hilo invisible tirara de su cuerpo, el grandullón se acercó a la entrada medio oscurecida del callizo sin decir palabra, guiado por un mal presentimiento.

Prour escupió un gargajo sangriento al suelo, antes de alzar la mirada hacia el gigantesco hombre que tenía en frente. El último puñetazo la había tirado al suelo y seguramente le había roto la nariz, pero no iba a darle a ese cabronazo el placer de oirla gemir de dolor.

— No te levantes, última advertencia.— Declaró el hombre con voz profunda y grave.

Prour se había quedado fuera de la tienda, esperando a que sus amigas hicieran la rápida compra, cuando aquél hombre la había agarrado por detrás con un mataleones, la había arrastrado hacia el callejón y le había dado una paliza antes de que pudiera procesar lo que estaba pasando. Sin embargo, había podido ver como otros dos hombres entraban en la tienda, y al igual que su atacante, tenían sudaderas, gafas y gorras negras. Ya era mala suerte que fueran a la misma tienda que estos tipos habían tomado como objetivo ¿Pero que encima la pillara desprevenida un tipo incluso más grande que ella? El universo realmente tenía un humor de mierda.

Con esfuerzo, puso las manos en el suelo y se levantó poco a poco, oyendo como el gigante gruñía y se acercaba.

— Mira que eres cabezota.


Antes de que pudiera responder y de que ese hombre pudiera lanzarle otro golpe, una exclamación cruzó el aire junto al ruido de unos pasos acelerados.

— ¡EH, CARAPOLLA!

El agresor se giró de golpe, solo para recibir dos zapatos en el rostro, impactando en una patada voladora doble, propinada por un muchacho casi tan grande como Prour. El impacto hizo tambalearse y trastabillar al ladrón, mientras el chico se ponía de pie nuevamente. A pesar de la enorme fuerza y peso que tenía que haber recibido, el gigante permaneció de pie, limpiándose la sangre de la nariz con rostro encolerizado.

— Ven aquí, gilipollas.— Dijo, rojo de rabia.

— Me encantaría, amigo.— Respondió el chico con una sonriasa confiada.— Pero creo que antes, ella quiere decirte algo.

El ladrón se giró hacia donde señalaba su oponente, solo para recibir otro tremendo golpe en la barbilla, esta vez propinado por la chica de pelo rosa. A este le siguieron otra serie de golpes, furiosos y precisos, como pago por la previa paliza. Ni siquiera cuando una de sus manos fue atrapada por su oponente se cambió el balance de la pelea, pues su extraño salvador intervino con un poderoso rodillazo al higado desde atrás. Entre los golpes de ambos el agresor fue reducido a un muñeco ensangrentado e inerte que gruñía en el suelo, medio inconsciente, terminando así la pelea. Prour se detuvo un momento para recuperar el aliento, al igual que el chico.

— Gracias. Te debo una.

— Nada, ya me la pagarás ¿Estás bien?

— Sí, pero tenemos que entrar. Mis amigas están dentro y los amigos de este entraron antes.

Como si necesitara una confirmación, ruidos de pelea y gritos vinieron del interior.

— Vamos, pues. Necesitarán ayuda.

— ¡Espera!— Dijo Prour.

Ambos se miraron. Los dos lo habían sentido, pero un extraño sentimiento de familiaridad los había invadido cuando se vieron los rostros por primera vez al inicio de la pelea, pero ahora, tras verse más detenidamente, pudieron confirmarlo: Los dos se conocían.

— ¿Cómo te llamas?— Preguntó Prour.

— Raiden.

Paralelamente a la pelea del callejón, Adán y Lu Bu entraron a la tienda y se dirigieron a la zona de comida preparada, sospechando que su amigo habría visto alguna chica guapa y se habría quedado embobado. No tardaron mucho tiempo en darse cuenta de que algo no iba bien, teniendo en cuenta el silencio y la quietud que había. Los otros dos clientes, un hombre extraño con gorra y una muchacha joven, estaban en la caja mientras el dependiente escaneaba los productos, pero no hablaban, no charlaban y no hacían un solo movimiento. Adán los miró de reojo, notando lo tensa que estaba la chica, para luego acercarse disimuladamente con una caja de alitas conjeladas.

— Disculpe ¿Tiene packs más pequeños?— Preguntó. El cajero no respondió.

— ¿No ves que estamos ocupados? Espera tu turno.— Le espetó el hombre de la gorra.

— Me encantaría, pero tengo algo de prisa.— Respondió Adán, notando que la chica girába levemente la cabeza para mirarlo.

Pudo notar el temor en sus ojos, el sudor corriendo por su sien, y una expresión suplicante. Adán entendió lo que pasaba inmediatamente, y asintió. En un movimiento rápido, la chica golpeó al hombre en las costillas con su codo, al tiempo que Adán lanzaba el paquete a su cabeza, evitando que este la agarrara cuando se apartó. Cuando el atracador trató de atacarlo a él, Adán agarró su muñeca y su hombro, lanzándolo contra la zona de congelados y aparentemente noqueándolo. Su atención entonces se dirigió a la chica, que estaba sentada en el suelo con la respiración agitada.

— ¿Estás bien?— Preguntó. La chica asintió en respuesta.

Lu Bu apareció junto a él, comprobando que todo estaba bien.

— Llame a la policía.— Le dijo al dependiente.

— Voy, pero hay otro en el almacén. Puede que trate de escapar por la puerta trasera.

— ¡Tiene a mi amiga!— Exclamó la chica.

— Quedaté con ella. Yo me encargo.— Respondió Lu Bu, antes de dirigirse allí.

Adán asintió, pero en ese momento vio que no sería tan fácil como simplemente esperar. El maleante que había derribado resurgió de entre la montaña de congelados, empuñando ahora unos nudillos metálicos. Adán esquivó fácilmente los ataques torpes y desbalanceados, que el hombre lanzaba con furia junto con una amplia variedad de insultos e improperios, para luego devolverle los golpes uno a uno, casi como un espejo, terminando por inmovilizarlo contra el suelo con una llave.

— Estáte quieto, la policía no tardará en llegar.— Declaró mientras ataba las manos del maleante con unas bridas de jardinería.

Una vez asegurado su prisionero, se dirigió hacia la chica con una sonrisa. Pasó una mano por su cabeza y posó la otra en su hombro, tratando de transmitirle tranquilidad. Los ojos de la pequeña chica, antes suplicantes y húmedos, estaban ahora llenos de un resplandor de admiración casi infantil, como si viera a un superhéroe.

— ¿Estás herida?— Preguntó Adán, recibiendo una negación por parte de la chica. Mirándola detenidamente, se dio cuenta de que tenía algo familiar.— Me llamo Adán ¿Cómo te...

— ¡Reginleif!— Una voz sonó desde la puerta.

Adán se giró para ver a una chica alta y musculosa, algo herida pero bien, entrar y atender a la chica de gafas. Tras la chica alta apareció Raiden, saludándo a su amigo con una mano algo roja, seguramente por los golpes que dio.

— Ya me preguntaba donde estabas.

— He ayudado a esta bella dama a acabar con un maleante, aunque veo que por aquí también habéis tenido movida ¿Qué ha pasado?— Preguntó su amigo.

— Lo mismo que a ti.— Adán se giró hacia la recien llegada.— Lu Bu ha ido a ayudar a vuestra amiga, así que no os preocupéis.

Las dos chicas le sonrieron, solo para girarse confundidas hacia la risa del atracador atado en el suelo.

— Vuestro amigo estará muerto en nada. A mi y al grandullón puede que nos hayáis pillado por sorpresa, pero ese loco lleva demasiada mierda en el cuerpo como para que le importe.

En la parte trasera, fuera de la tienda, el último de los atracadores lanzó a Randgriz contra el suelo, haciéndola caer sobre unas cajas de cartón. El hombre respiraba agitadamente, sus manos temblaban y sus ojos enrojecidos se movían frenéticos de un lado a otro, como si siguieran a un insecto volador que solo él podía ver. En su mano derecha aferraba un cuchillo con tanta fuerza que parecía que iba a romper el mango. Miró a su alrededor por unos segundos y luego a Randgriz, quien le devolvía una mirada confusa y nerviosa.

— Aquí estamos solos. Podemos divertirnos bien.— Dijo mientras se acercaba lentamente. Su lengua acarició el acero con hambre.— En cuanto esos dos hayan acabado y tengamos el dinero, nos largaremos de aquí, pero hasta entonces estamos tu y yo ¡Oh, lo que daría por otro chute ahora! Pero eso da igual, así que dime: Lengua u hoja ¿Cuál quieres primero?

Randgriz se arrastró con las manos hasta que su espalda tocó la pared, acorralándola entre la piedra y aquél psicópata. Trató de mirar a su alrededor en busca de una ruta de escape, un arma o algo con lo que distraerlo para correr, pero no encontró nada. El yonki agarró el cuello de su camiseta y tiró de ella hacia él, inhalando su aróma al tiempo que presionaba la punta del cuchillo contra su abdomen, lo que la hizo estremecer. Antes de que pudiera continuar, su agresor, se giró hacia el ruido de la puerta que habían cruzado, que se abría nuevamente para revelar a un muchacho alto, de salvaje pelo largo y con cara de pocos amigos. El recién llegado caminó tranquilamente hacia ellos, los puños cerrados a sus lados, hasta detenerse a unos dos metros.

— Sueltalá, capullo.

— ¿Qué tenemos aquí? ¿Un aspirante a héroe?— Preguntó burlonamente el hombre.

— No, solo un tío con mala leche y poca paciencia, que no quiere ver como le haces daño a esa chica. Así que vete por ahí, cara de perro, antes de que te parta los morros.

El loco alzó a Randgriz y apuntó el cuchillo a su cuello, pero no había ni empezado a pronunciar su respuesta cuando el joven avanzó hacia él con una velocidad pasmosa, golpeándole con un puñetazo al pecho que lo lanzó de espaldas unos metros. Tras esto, el joven la tomó de los brazos para ayudarla a levantarse. Sus ojos penetrantes la miraban con la solemnidad de un guerrero, una solemnidad que creía ya haber sentido antes.

— Mi amigo se ha encargado del otro tipo, así que no te preocupes. Vamos a...— Antes de que pudiera terminar, sus ojos se abrieron de golpe y la apartó a un lado.

El atacante, de pie a pesar del golpe, lanzó una brutal estocada contra ellos. Lu Bu pudo apartar a la chica a tiempo, pero solo pudo ladear su propio cuerpo lo suficiente para que la hoja se clavara en un punto no vital. Un gruñido de dolor escapó de entre sus dientes, pero no cedió ante este y respondió agarrando la muñeca del desgraciado y torciéndola. Acto seguido, golpeó el codo, dislocando la articulación, para luego seguirlo con tres golpes a estómago, garganta y barbilla, lo que acabó derribando al drogadicto antes de que el propio Lu Bu cayera apoyado contra la pared.

— ¡La hostia! ¿Qué se había fumado ese chiflado?— Preguntó, antes de intentar quitarse el cuchillo.

— ¡Espera!— Dijo la chica, antes de tomar un largo pañuelo de su bolsillo.— Si te lo quitas podrías desangrarte. Créeme, estudio medicina.

La chica presionó el pañuelo contra la herida y envolvió la herida lo mejor que pudo. Justo entonces se dieron cuenta de que las sirenas de la policía  estaban sonando.

Dos meses habían pasado desde entonces, y las tres parejas se encontraban en el apartamento de los chicos, disfrutando de una tarde de peliculas. Raiden y Prour exclamaban animadamente con cada evento; Adán y Reginleif, sentados en la mesilla, hablaban de su interés común en la mitología; y Lu Bu y Randgriz simplemente se acurrucaban en el sofá.

— Es extraño ¿Sabes?— Dijo la pelirroja a su ahora novio.— Siento que este momento estaba destinado a pasar.

— ¿Tu también?— Respondió el pelinegro.

— Cuando te vi, sentí que te conocía de hacía tiempo. Me alegro de que pudieramos encontrarnos.

— Yo también me alegro. No me sentía completo hasta que tu llegaste.— Dijo, antes de hacer una pausa.— Es como si nuestras almas estubieran conectadas.

Dedicado a @TsYoxMi55

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