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Quinto Acto: El Embrollo Se Hace Más Grande

—¡Espera! ¿Por qué no me bajas? —Hinata portaba su cara toda roja, mientras sus brazos se aferraban a su balón blanco. El aroma de Kageyama era lo único que lo rodeaba y asfixiaba dentro de su cuerpo, al tener envuelto entre sus hombros la larga capa real. Para colmo, en su pregunta sólo se ganó la mirada de Kageyama, y la sensación de que se volvía más firme la cliché posición de princesa lo dejó helado.

—Mi prometido no debería de caminar —contó sus planes, dejando seco a Shoyo por esa afirmación tan temeraria, y con un grito mental que no podía hacer más que asustarlo y ponerlo inquieto.

¿De qué hablaba, Kageyama? ¿Prometido? ¿Quién era su prometido? ¿Él?

—¡No entiendo nada de lo que dices! —soltó Hinata de improviso, sintiéndose el doble de avergonzado cuando llegaron al enorme castillo donde Tobio vivía. En otra ocasión, al ser su primera visita al castillo, en definitiva hubiera quedado encantado con la arquitectura, el color del mármol al natural por fuera, la enorme puerta y el rostro sorprendido de los guardias cuando vieron entrar a su príncipe con alguien en brazos, seguro nunca ocurriría en esa visita soñada de Hinata. Posiblemente ahora todo apuntaba a una mala idea entre ambos.

—¿Qué no entiendes, Hinata? Eres mi prometido desde que me propusiste matrimonio, y justo ahora te estoy llevando a mi castillo para que organicemos la boda —asimiló, sin morderse la lengua y sin dar signos de arrepentimiento. ¿Qué demonios ocurría con esa afirmación tan temeraria?

—¿Cuándo te pedí matrimonio? —declaró el pequeño rematador, no pudiendo ahora ignorar que los enormes pasillos del castillo eran increíbles, no sólo eran unos cuantos pocos metros de altura, ¡eran muchos! ¿Cómo cuantos serían? ¿Unos cien? ¡Unos cien! Candelabros de oro colgando en casi cualquier lado, enormes faros con focos modernos en las paredes, grandes muebles magníficos y bien acomodados. La casa era impecable y era muy espaciosa, la más espaciosa de todas, nunca había ingresado a un castillo y tal vez si no conociera a Tobio, nunca entraría a uno.

—Tú iniciaste la declaración y yo la acepté sin saberlo —relató los hechos, dejando a Hinata con un molesto palpitar en su pecho porque no entendía nada. Lo habían forzado a regresar a tierra firme de su contemplación, y cuando menos se dio cuenta, muchos sirvientes ya los rodeaban a ambos, también pronto, Kageyama ya lo estaba bajando de sus brazos y sus plantas tocaron el suelo después de un rato.

—¡Bienvenido, amo! —Una chica rubia que se veía unos cuantos años mayor que Tobio, unos tres si Shoyo podía tirar a la suerte, fue la primera en saludar, con su angelical rostro sonriendo con un amor casi materno al joven príncipe antes de dar su reverencia. Hinata naturalmente se le quedó viendo a la fémina con una curiosidad notable, bastante obvia y hasta podría considerarse como chistosa. No fue hasta que la chica levantó miradas y sus rasgados ojos azules chocaron con la pequeña figura esbelta de Shoyo, observándola.

La chica dejó la discreción para mirarlo directamente, sin mostrar ningún gesto de duda o vergüenza. Hinata se sintió inquieto y avergonzado, al haber sido atrapado observando, por lo que no fue extraño que se quedara completamente congelado, temiendo que la dama pudiera enojarse por algo como eso. Muy a su suerte, la chica rubia sólo dibujó una amable sonrisa en su cara en modo de saludo y Shoyo se quedó congelado, sin saber qué decir.

—Ya he llegado, Fudo-san —saludó a la sirvienta Tobio, con un completo tono amable, en el instante mismo en que sus ojos observaban de un lado a otro, por todo el enorme salón, buscando al hermano mayor de su sirvienta personal—. ¿Está Matsuda?

La chica recibió la pregunta y tuvo que apartar la vista del chico que posiblemente era el prometido del príncipe Tobio, que sólo conocía por voz de Matsuda cuando se quejó de que el azabache era un tonto que no sabía nada de sentimientos románticos. Al chocar con los oceánicos ojos del chico que portaba una reluciente corona sobre su cabeza, algo dio inicio dentro de su mente que la hizo reaccionar de golpe, queriendo recordar dónde estaba su hermano. Hasta que algo dentro de ella conectó.

—¡Está con Miwa-sama, joven amo! La señorita le dijo que necesitaba su ayuda porque quería creer un nuevo corte de cabello que vaya acorde a los tiempos actuales —declaró la chica sin entrar en muchos detalles, dando una pequeña mirada al enorme techo de la casa.

Hinata no pudo decirlo con seguridad, pero tuvo la ligera impresión de que Tobio se aterró ante esa última idea. Cuando su hermana mayor probaba cortes nuevos de cabello, los primeros modelos terminaban con pocos cabellos sobre la cabeza de esa persona que amablemente creyó que era buena idea ayudar a la bella princesa en sus ataques de inspiración. ¡Matsuda, no!

—Fudo-san... —llamó el chico de improviso, mirando a la chica que a pesar de ser mayor que él, no era de una estatura muy alta. La mencionada reaccionó al instante, observando como el mayor colocaba su mano sobre los cabellos alborotados del joven que estaba envuelto en su capa real. Shoyo reaccionó un poco tarde, cerrando uno de sus ojos con un ligero rubor en su cara ante el extraño comportamiento cariñoso que le estaba entregando sólo a él su armador—. Lleva a Hinata a que tome un baño, luego puedes conducirlo a mi habitación.

—¿Tú adónde irás, Kageyama? —preguntó Hinata, al mismo tiempo en que la chica rubia daba una reverencia en modo de acatar la orden sin objetar nada. Kageyama lo miró, y terminó por fin por apartar su mano de sus cabellos, dejando con una sensación de vacío al número 10, sin saber exactamente la causa de ese sentimiento.

—Iré a salvarle los cabellos a mi mayordomo y a hablar con mis padres sobre la cena de hoy —contó sus planes, antes de volverle a apartar la mirada, para proseguir a observar a Fudo—. Te lo encargo, Fudo-san.

—Sí, no se preocupe, mi señor.

Hinata quedó encantado con el enorme castillo, después de haberse comido su vergüenza y seguir a unos cuantos pasos atrás a la sirvienta, sus ojos sólo eran pequeños zafiros brillantes que paseaban con alegría y curiosidad el largo pasillo tras haber estado en enormes salones. Si fuera solo, lo más seguro era que se perdería, pero como ése no era el caso, podía observar con detenimiento todo lo que existía: fotografías en las paredes de personas que no le interesaban en lo más mínimo, pero algunas tenían facciones similares a Kageyama, como la forma de su nariz, boca u ojos. A veces había piezas de arte extrañas que se reflejaban en cuadros de personas ficticias posando u objetos y paisajes que sólo una verdadero fanático del arte conocería, él, por supuesto, era la excepción. ¿Él cómo iba a saber si un artista quería expresar dolor y angustia en un cuadro que retrataba literalmente a un paisaje nocturno? Tal vez Kageyama entendía esas cosas.

Así, entre el silencio acordado de ambos jóvenes, llegaron al cuarto de baño, donde Shoyo no pudo evitar soltar un chillido de sorpresa porque nunca creyó ver un lugar donde la gente tomara un baño con una enorme puerta elegante pintada de color café que daba más la impresión de ser un salón de fiestas.

—Hemos llegado, Hinata-sama —informó la sirvienta principal, dando un pequeño rostro de que se tragó una carcajada para mantener la etiqueta al ver a Shoyo tan sorprendido—. Quiere que lo ayude a bañarse o puede hacerlo usted solo —contó sus planes, primero tocando tres veces contra la puerta sólo para asegurarse de que nadie estuviera, y tras no recibir respuesta, fue que pudo abrirla.

Hinata, como era de esperarse, ante esa pregunta, se ruborizó por completo, dejando toda su cara como la de un tomate andante y trató de tomar la capa de Kageyama para poder cubrir todo su cuerpo a vista de la chica.

—¡Pu-puedo bañarme solo! —No tardó en responder, logrando que la chica ampliara más su sonrisa y con una reverencia tras abrir la puerta lo invitó a pasar. Shoyo aceptó, y tras él, entró la joven Fudo, lista para darle un pequeño recorrido por el baño para que no se confundiera.

Una vez más, Shoyo soltó un chillido de sorpresa que se extendió por toda su boca, al ver que el lugar que parecía un vestidor, se asemejaba más al que había en una escuela, con bancas largas forradas de cómodos materiales acolchados y relucientes casilleros. Fudo creyó que era un milagro que el prometido de su príncipe no muriera ahí mismo.

—Éste es el vestidor, puede manipular los casilleros tanto como quiera y ocupar el lugar que desee —aconsejó la chica, logrando que la atención aguda de Hinata detectara que en los casilleros había llaves pegadas para que éstos fueran abiertos. Un precaución 0% para un castillo de la realeza, pero ahí sólo se bañaban los miembros reales y algunos invitados, nada que sospechar—. Pronto le traeré algunas ropas de mi joven amo, espero no le moleste —contestó, dejando que el chico explorara lo suficiente hasta el punto de encontrar unas canastillas enormes para ropa en una de las esquinas.

—No me molesta —respondió el chico de ojos cafés, apartando por fin la mirada del enorme espacio antes de observar a la chica que vestía con formalidad un traje negro y una especie de delantal blanco (a ojos de Hinata), y ella volvió a sonreír con calidez, antes de invitarlo a pasar a una puerta que estaba más cerca de la esquina izquierda, era de esas puertas corredizas que se asemejaban al vidrio sólo que empañadas permanentemente, no permitían ver al interior del baño más que siluetas.

Fudo volvió a creer que Hinata corría peligro a una muerte temprana cuando volvió a gritar con sorpresa al cruzarse con que la bañera real no era realmente una bañera, más bien era una enorme piscina de esas similares a las aguas termales, en medio era esa piscina de agua calientes, y en la pared del lado derecho se encontraban unos bancos con regaderas y todo lo necesario para un baño.

¡Tobio se bañaba diario así! ¡Qué suerte! Él sólo tenía los vagos recuerdos de haber ido dos años atrás con su madre y su hermanita a un viaje de aguas termales de la parte alta de Miyagi y se sintió extremadamente relajante.

—Estaré afuera para todo lo que necesite —advirtió la chica en modo de auxilio, entregando con una simple elegancia tras años de servir a la realeza la toalla limpia de color blanco. Hinata aceptó las cosas y dio un pequeño asentimiento.

—Muchas gracias, Fudo-san —expresó su alegría Shoyo, dando una reverencia cortés y al levantar la mirada, su gesto dulce y acaramelado se condensó con la enorme mueca alegre dibujada entre las curvas de sus labios y sus dientes blancos enseñados. Fudo tuvo que cerrar sus ojos, creyendo que se cegó brevemente por la venida de un ángel.

Ahhh, no había duda. ¡Tobio Kageyama decidió a la perfección a su prometido! Ella terminó conmovida sin querer, sus ojos se pusieron llorosos, y tuvo que juntar con su propia mano sus lágrimas que estaban a punto de correr por sus mejillas.

—¿Estás bien? —destacó su preocupación el menor, al ver como primera impresión a la sirvienta al borde de las lágrimas. Muy al contrario de lo esperado, Fudo dejó de lado su formalidad, colocando sus dos brazos sobre los hombros de Hinata, y ante la vergonzosa diferencia de estatura donde la chica era un poco más alta, ella dijo unas extrañas palabras.

—Por favor, cuida bien del joven amo —explicó, dando una última frase que fue la que sello el silencio desde su salida silenciosa, la puerta principal cerrándose, y la nueva muda de ropa colocada cuidadosamente sobre las bancas que decían: «alma de armador». Hinata entendió que era ropa de Kageyama, típico.

Tratando de ignorar eso y recordando esa afirmación de la señorita Fudo, fue que empezó a desvestirse con lentitud, empezando por quitarse los zapatos y las calcetas, para proseguir a deshacerse de su playera blanca que era parte del uniforme de descanso de Karasuno. Su piel blanquecina quedó al descubierto, y sólo fue cuestión de tiempo antes de que todas las prendas desaparecieran. Con eso ya en mente, caminó en dirección al lugar donde se encontraba el enorme cuarto de baño con la piscina de aguas termales artificiales. Al entrar, lo primero que captaron sus ojos fue el enorme sitio lleno de agua.

De verdad, de verdad, Hinata quiso conservar la compostura y ser una persona educada en una casa ajena: ¡pero esa bañera que más bien era una piscina, debía de ser una invitación para nadar!

Tentación antes que utilizar un razonamiento lógico, Shoyo olvidó por completo que debía de bañarse al sumergir su cuerpo desnudo en la enorme «piscina» y toda la paz que sintió se le escapó con un suspiro de alivio que se deshizo en las cuatro paredes de ese lugar solitario. Pronto, se sumergió demasiado en su propio mundo, que la simple idea de quedarse así un buen rato hasta que se aburriera fue lo mejor que pudo pensar.

—Kageyama tiene demasiada suerte por esto —comunicó para sí mismo sus pensamientos, después de haber estado ahí unos cinco minutos e ignoraba las voces de afuera de Fudo y Kageyama, y como la puerta corrediza del baño se abrió con sigilo.

—Si te gusta tanto, puedes venir cuando quieras —concretó Tobio, dando un respiro en su voz y logrando que el alma de Hinata casi se le escapara del cuerpo. Ahí el pequeño gigante de Karasuno reaccionó, congelándose en el acto, dilató sus pupilas y el rubor poco a poco aterrizó sobre sus níveas mejillas.

Por favor que no sea lo que estaba pensando, que no sea lo que estaba pensado... ¡que no sea lo que estaba pensando!

Muy tarde para rezos, cuando giró su cabeza con lentitud, se encontró con la figura bien formada de Kageyama para alguien de su edad, completamente quieto, literalmente desnudo, y Hinata inevitablemente terminó notando lo que tenía entre sus piernas.

Shoyo gritó, gritó muy fuerte.

—¿Q-qué haces aquí? —bramó alterado, dejando que a duras penas pudiera apartar la vista donde no debía de ver y observaba el gesto serio de Kageyama que estaba parado.

—Es mi casa, tonto —aseveró Tobio, dejando sus cejas arqueadas y con un tono levemente altercado.

—¡No me refiero a eso! —masculló el pequeño de cabellos naranjas, sintiendo que su pecho se alteraba y su cara ardía con más intensidad—. Pe-pensé que estabas atendiendo unos asuntos y que ibas a salvar los cabellos de tu mayordomo...

—Ya lo hice, y ni madre me mandó a tomar un baño ya que le dije que mi prometido estaba en la casa —rectificó las ideas pasadas donde su madre lo regañaba por haber tenido una cita con Hinata después de la práctica y no haberse arreglado lo suficiente.

Hinata no sabía qué hacer.

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