Primer Acto: La Propuesta De Matrimonio
Kageyama Tobio, el príncipe heredero al trono para gobernar Miyagi con sabiduría debido a que su hermana mayor, Miwa Kageyama, había decidido dejar todo eso de lado para convertirse en una experta estilista. Kageyama Tobio era un joven atractivo, de estatura alta, de cortos cabellos lacios de color negro, potentes ojos azules, piel clara y labios delgados, siempre portando con orgullo una enorme corona roja con dorado que le hacía saber a todos que él era un digno príncipe, o más bien... un Rey.
Un Rey con una vida llena de lujos, un genio para el voleibol, buena apariencia cuando tenía rostro inexpresivo y tenía una adorada familia que lo quería. ¿Qué podría salir mal?
—¡Tobio, ¿cuándo planeas conseguir una prometida?! —La Reina Kageyama le gritó a su hijo, en una discusión matutina que de un momento a otro ya se había hecho una costumbre. El joven príncipe sintió que su comida se le destruía a medio camino por ese tema tan desagradable: lo que menos quería era perder el tiempo en algo tan molesto como lo era el romance juvenil y una boda para heredar el trono.
Kageyama arrugó más su nariz, mostrando ese gesto aterrador al resto de los tres miembros de la familia real, volviendo a hacer que su padre se preguntara de dónde ese chico había sacado ese gesto tan aterrador. No era un secreto que los otros Reyes de las prefecturas cercanas habían reaccionado con miedo en las reuniones anuales cuando se enseñaban las fotos reales, creyendo que Tobio, el príncipe menor de Miyagi, estaba poseído por un espíritu maligno.
Con sólo su rostro, casi causaba una guerra con el príncipe de Inarizaki por un malentendido.
—Heredaré el trono soltero —aseguró, metiendo con furia su tenedor en su enorme pedazo de carne que había cortado con el cuchillo, y lo ingresó a su boca con una violencia tal. Miwa no pudo evitar soltar una pequeña sonrisa irónica de su boca.
—Debes de comprometerte con alguien antes de heredar la corona, para tener descendencia —contó lo que se venía haciendo varias generaciones atrás, incluso su madre había tenido que pasar por eso, conociendo a su padre y casándose con él al instante.
Kageyama masticó con más impaciencia el bocado de carne, insatisfecho con el resultado y las respuestas que había obtenido. Claro, Miwa podía estar demasiado feliz por la vida porque ella ya se había librado de ser la Reina, sería una bella princesa feliz por siempre con romances pasajeros de chicos y chicas que conocía en el trabajo.
No envidiaba a Miwa ni tampoco estaba resentido con ella.
Por alguna extraña razón creía que era su responsabilidad y debía de hacerlo. Sin embargo, no quería a nadie de forma romántica... y aunque ya había decidido desde hacía tiempo atrás que contraería matrimonio con la primera persona que se lo confesara aun sin quererla, el problema irradiaba en que nadie, absolutamente nadie en su vida le había pedido iniciar un noviazgo.
Y él tampoco podía andar por ahí pidiéndole a la primera persona que conociera que tenían que casarse y copular para traer al mundo un nuevo heredero. No, no podía decirle eso a cualquier chica, o alguno de los donceles que existían en el mundo (aunque Tobio sólo conocía a uno muy irritante).
—Ni siquiera sé qué hacer para pedir matrimonio —soltó de improviso una duda real que lo había inundando, y que a la vez era sólo una excusa para que sus padres le perdonaran el capricho. Arqueó sus cejas, completamente perdido en sus pensamientos, y trató de enfrascarse en su mundo lleno de divagaciones—. Prometí que me casaría con la primera persona que se me declarara, pero nadie lo ha hecho. También no creo que me gusten las mujeres, pero tampoco los hombres... sólo me gusta el voleibol —afirmó, dando vueltas en su mente y demostrándolo al volver a enterrar su tenedor en el pedazo de carne, levantarlo a la altura de su cara y lo empezó a girar—. Creo que soy voleisexual.
«¿Eso siquiera existe?», pasó por la mente del padre de Kageyama cuando el menor formuló su declaración. Él era una persona más seria y suave que su esposa, que tal parecía no querer rendirse con ese estúpido intento de justificarse.
—Vamos, Tobio, ¿no hay alguien que te guste?
—Alguien que me guste... —contestó Tobio, al repetir en un tono de voz calmo la pregunta como un pequeño modo de afirmación. Primero miró hacia el techo, dejando que las enormes paredes que elevaban más de lo necesario el enorme techo del que colgaba un elegante candelabro lo consumieran en sus pensamientos que no tardaron en inundar de un precioso color naranja por la aparente aparición del doncel molesto de hebras naranjas, ojos cafés vivaces y sonrisa acaramelada.
El mayor dilató sus pupilas al recordarlo, y su cara empezó a arder en un color rojizo demasiado notable. Toda su familia lo notó ser tan obvio, también lo notaron parecer rechazar esa idea con un gruñido al apartar la mirada.
—No hay nadie.
«Es obvio que está mintiendo», cruzó por la mente de toda la familia real. Pronto, todos se quedaron helados, cuando la fría mirada curiosa de Tobio recayó de nuevo sobre su persona, con un pequeño rastro de curiosidad sincera.
—Aun si tuviera a alguien, no sé cómo pedirle matrimonio. —Se sinceró, dando un respiro pesado al alzar sus hombros y volver a ingresar la comida a su boca. Miwa maldijo en silencio porque ésa petición de auxilio sutil de su hermano haría desatar la bestia interior de sus padres que dejaban escapar su lado más cursi.
Oh, no.
Tal y cómo lo planeaba, los dos Reyes de Miyagi se pintaron de rojo hasta las orejas, y la emoción llegó a su cara en una tonta sonrisa juvenil de dos personas enamoradas. El azabache tarde entendió lo que había hecho.
—¡No es nada difícil, Tobio! —cantó su padre Kosuke, sintiéndose en las nubes. La Reina asintió con rapidez, muy de acuerdo.
—Sí, recuerdo como tu padre me dijo: «me gustaría compartir el mismo escenario contigo de ahora en adelante, cásate conmigo» —recitó su recuerdo claro que le había dado su persona amada esa tarde bajo la luz de las velas en una cena de un restaurante muy elegante. Cuando se colocaron los anillos de compromiso, se sintió la persona más feliz de todo el mundo.
El de ojos azules escuchó esas palabras con absoluta atención, queriendo tomar nota mental por si la oportunidad se le presentaba.
«Compartir el mismo escenario juntos, ¿no?», pensó, teniendo un pequeño déjà vu en la punta de su lengua al creer ya haber escuchado esa petición de mano en algún otro lado, pero, ¿en dónde?
Su mente buscó y rebuscó por los lugares más recónditos, antes de atraparse en un vago recuerdo de una situación que había vivido con Hinata una semana atrás:
Él y Hinata estaban frente a las escaleras que daban al club, notablemente agitados y cansados por haber corrido demasiado. La corona que llevaba sobre su cabeza estaba algo chueca y el sudor rodó por su cara.
—Con ésta son 31 victorias y 30 derrotas para mí —habló de improviso el mayor, sin cohibir sus emociones agitadas y su voz agrietada que buscaba recuperarse. Shoyo a duras penas se levantaba del suelo—. Y un empate —completó después de un rato.
—No es cierto. —Hinata no dudó al afirmar lo último, dando una pequeña sacudida a su chamarra deportiva del Karasuno. Tobio, como era de esperarse, reaccionó algo reacio ante la negación.
—No me equivoco, ¡voy ganando!
Hinata negó al instante y aguzó un poco su vista a un punto muerto.
—He ganado 30 veces y he perdido 32. El año pasado, por estas fechas, derrotaste a mi equipo. Fuimos aplastados —acreditó sus recuerdos, sin poder negar lo obvio y los hechos a los que se tuvo que acoplar. Acto seguido, empezó a subir los escalones que daban hacia el salón del club, con una seguridad inexplicable que sólo logró poner los pelos de punta a Kageyama que se sintió alguien extraño tras verlo girar sobre sus talones y observarlo sin un titubeo—. Así que prometo que te derrotaré, aunque me tome diez o veinte años, lo haré.
—Entonces, planeas estar en el mismo escenario que yo de aquí en adelante —resumió sin muchos rodeos la promesa que Hinata le había hecho hace unos segundos atrás.
Al principio, el pequeño doncel pareció perdido, teniendo que parpadear por unos segundos antes de siquiera poder contestar algo.
—Sí, así es.
Una vida al lado de Hinata Shoyo. El mismo escenario compartido el resto de sus vidas: una pequeña familia, Shoyo y él casándose, estando juntos en los partidos de preparatoria, seguir juntos incluso tras graduarse.
Si se casaran, Shoyo Kageyama sería su esposo, Shoyo Kageyama sería su Rey.
Sin pensarlo dos veces, se puso de pie de golpe de su asiento, llamando la atención de todos y rompiendo la burbuja de enamorados de sus padres. La familia Kageyama pudo presenciar a su pequeño hijo demasiado rojo hasta las orejas y algo alterado.
—¿Qué pasa, Tobio?
—¡Creo que ya le pedí matrimonio a alguien sin saberlo! —exclamó, completamente seguro de lo que decía.
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