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¡Tú otra vez!

"La gente olvidará lo que dijiste, olvidará lo que hiciste, pero nunca olvidará cómo les hiciste sentir."

Maya Angelou

¿Qué es lo peor que puede suceder? Se preguntaba Amber mientras la mascota de su anfitrión se paseaba de un lado a otro del salón principal.

La lluvia lejos de amainar parecía esforzarse por extender las horas y convertir la tarde en una inminente noche, que solo significaría más problemas para Amber.

—Mmh... parece que no va escampar nunca...

Trató de sonar convincente, aunque ni ella misma se tragó ese pobre intento por llamar la atención de Evan.

—Quiero decir, que si sigue así no podré regresar y...

—Tendrás que pasar la noche aquí.

Puedes estar tranquila es un sofá cama.
Amber no sabía si reír o gritar de la frustración. La sonrisa en el rostro de él lo decía todo. Así jamás conseguiría un acercamiento y ya se había dado por vencida ante la frialdad que el de ojos cafés le mostraba en los últimos minutos.

Su tobillo pareció protestar al mismo tiempo cuando la pelirroja intentaba ignorar lo que ya era un hecho comprobado. Evan había sufrido un colapso mental y por eso la amabilidad de horas atrás al rescatarla del viñedo. Ahora lucía con todas sus galas el patán que podía ser.

—Por lo visto las ilusiones de la fotógrafa quedaron en puntos suspensivos.

Amber puso los ojos en blanco antes de intentar bajarse del sofá.

—¿Qué haces? No puedes hacer movimientos tan bruscos...

—Intento quitarme la humedad de encima, genio. ¿O también tienes la creencia de que soy impermeable?

Ese detalle trajo una capa de rubor en las mejillas de Evan al descubrir como la tela de la camisa de la chica se transparentaba más allá de su rojizo cabello.

—Traeré unas toallas y algo de ropa. Tienes razón.

Otra vez Amber se quedó con la última palabra en la boca. Quizás era una idea infantil, pero le daba la impresión de que Evan estaba huyendo de ella, y por lo visto para el gran Benjamin, la chica pelirroja era todo un misterio. El can parecía ladear la cabeza en su dirección mientras ella le dedicaba pucheros.

—Listo, ya puedes quitarte la humedad.

Evan casi le arrojó la ropa encima. Confirmando que lo próximo sería escabullirse a lo que parecía la habitación para evitar el espectáculo que sería ver a Amber luchar por quitarse los pantalones sin mover una pierna.

—Te olvidas que casi no puedo moverme. Aunque te dé repelús estar a centímetros de mí tendrás que ayudar. Es eso o dejar ponerme en pie. Así que elige.

Lo estaba haciendo adrede y Evan solo contaba hasta diez para no discutir en serio. No sabía hasta dónde el accidente afectaba a la pelirroja o a sus incesantes intentos de acosarlo hasta la muerte.

Si tan solo fuera deseo no se negaría. Bien podría terminar como aquella mujer tanto parecía querer, pero ese era el problema. Tenía una masa de sentimientos encontrados palpitando en su pecho y todos llevaban la firma de ella.

—Vale no tienes que hacer esa cara.

Casi a regañadientes la pelirroja consiguió estar de pie gracias a la ayuda de las manos de Evan. La situación no podía ser más incómoda y por primera vez en mucho tiempo Amber sintió los estragos de la vergüenza.

Al punto que cuando se vio libre de la camisa le pidió a Evan que se retirara con el perro. Casi a trompicones logró sacarse el resto de la ropa para sustituirla por la sudadera con capucha que había traído el joven.

Con el corazón casi estrangulándole la garganta Amber comprobó que la ropa llegara más allá del nacimiento de sus piernas y espalda baja.

Así se pudo dar cuenta de la colección de cardenales que ya exhibía su piel producto de la caída, aun cuando su salvador se había esforzado por inmovilizarle el tobillo con lo poco que disponía en la cabaña.

—Ya terminé. Disculpen los dos.

Se acomodó como pudo en el sofá mientras se concentraba en pasar la toalla por sus húmedos cabellos y con ello ahorrarse la mirada que le recorrió de pies a cabeza. Estaba nerviosa.

Por alguna razón que desconocía la timidez que había experimentado en tiempos que ya no recordaba ahora regresaba con fuerza apabullante.

Evan también había aprovechado para sustituir su ropa de trabajo por una camiseta de mangas tres cuarto de color blanco y unos pantalones cortos. Definitivamente Amber deseaba que la noche avanzara rápido, con aquel conjunto se veía más atractivo y la romántica idea de una aventura solo se quedaba suspendida en el silencio que se volvía a construir entre los dos.

—¿Te apetece cenar? No sé qué dieta lleves pero puedo ajustarme a lo que tengo.

Si no estuviera nerviosa optaría por reñirle, pero Amber estaba más preocupada por fingir tranquilidad cuando evidentemente era un volcán a punto de hacer erupción.

—Lo que sea que me propongas estará bien.

¡Demonios! ¿Por qué le sonó hasta con falso trasfondo a ella misma?

—Quiero decir que... que no hago ninguna dieta en estos momentos, Vinnie.

Trató de concentrarse en sus blancos nudillos mientras escuchaba al perro farfullar en dirección al porche trasero. Evan sonrió amparado por la seguridad de que ella no le vería.

—Pues un brunch fuera de horario será lo más adecuado. Aún recuerdo cómo se hace.

Sin otra decisión que tomar el chico se perdió detrás de la puerta que ya Amber asociaba con la del cuarto para hacer la colada y segundos después se dirigió hacia la pequeña cocina.

La pelirroja tenía ganas de espiar el proceso que solo se insinuaba en el ruido del sartén o el aroma a especias marinando lo que ya tenía la certeza que sería entrecot.

A su memoria regresaron aquellas vacaciones en California, cuando era aún más atrevida y no lo dudó dos veces para encapricharse con él. Evan tenía un trabajo de medio tiempo en el restaurante del puerto en Malibú.

En esa época soñaba con convertirse en arquitecto y Amber no pudo evitar sonreír al recordar como la dejó plantada más de una ocasión, ganándose su odio y más que nada su interés.

«Qué se supone que quiero de este hombre. Por qué sigo siendo tan inmadura

Se recriminó a sí misma intentando recomponer los rebeldes mechones de su melena rojiza que con la humedad había adquirido un tono más oscuro.

—Solo tengo vino de las cosechas del 97. Aún estoy aprendiendo pero dicen que serán de las mejores.

Él estaba de vuelta con una bandeja donde había dispuesto dos generosas porciones de entrecot adornadas con pimientos rojos y un intento de ensalada César. Amber se había dado cuenta que a pesar de querer sonar descuidado Evan estaba midiendo cada una de sus reacciones.

—En serio la lista de cosas que debo agradecerte sigue creciendo. No pongas esa cara. Sé que está delicioso.

Fue lo que dijo ella antes de cortar una pequeña porción y llevarla a su boca. Evan observó todo el recorrido en cámara lenta. Por qué estaba perdiendo el apetito con tanta velocidad.

Por qué lo que realmente deseaba probar estaba en la boca de ella y no en su plato. Trató de alejar ese pensamiento concentrándose en las copas sobre la mesa auxiliar que había traído frente al sofá.

Amber esperó para que su anfitrión también le acompañara y en un silencio solo interrumpido por los compasees de la tormenta ambos se dedicaron a fingir que disfrutaban la comida cuando era casi imposible digerir el nerviosismo.

—Llegué a Dover hace seis meses. Después que me transfiriera de Nevada por recomendación de mi jefe. Sé que no tuvimos mucho tiempo en común en el pasado, pero pensé en ti cuando estuve por primera vez en el pueblo. Tu descripción fue tan exacta que por alguna razón me sigue acompañando hasta hoy.

Amber no sabía qué decir. Tampoco esperaba que Evan iniciara una conversación cuando parecía tan sumido en el acto de comer o esa era su impresión.

Le había hablado de su abuela aquella vez, en la especie de cita inconclusa que terminó con ambos gritándose barbaridades, pero le había hablado de ella a fin de cuentas. Algo que solo le confiaría a Jun o a sus mejores amigas.

—La tranquilidad del campo fue la mejor medicina para alguien como yo. La vida no siempre es como planeamos y aprendí a fuerza de golpes que no se debe ser desagradecido. Ya no quiero el reconocimiento con el que estuve obsesionado por años. Sabes, después que te conocí todo cambió radicalmente. No hagas esa cara, nunca te culparía, solo pienso que conocerte fue la primera señal para darme cuenta que necesitaba cambiar. Cambiar de veras.

—¿A qué te refieres exactamente?

Amber dejó a un lado los restos de su cena para prestarle toda la atención del mundo. Vio la sonrisa extenderse en el rostro de él y el golpeteo de su corazón pareció apagar el ruido de la lluvia contra los ventanales.

—En que para mí eres una bendición y una maldición a partes iguales. No te odio Anne, nunca lo he hecho, solo que siempre te la has arreglado para demostrarme que los mortales no merecen el favor de los ángeles de Botticelli.

Ahora lo tenía más cerca, al punto de apreciar las imperfecciones en un rostro firme que le examinaba a detalle.

Tenía ganas de burlarse y mostrarse como la ganadora de aquella especie de maratón por ver quién tensaba más la cuerda, pero la confusión ante las palabras ajenas parecían haberla dejado congelada.

—No vas a agregar nada ¿No tienes alguna queja para este ignorante?

Evan ya se veía reflejado en las pupilas ajenas. Por insólito que pareciera nunca la había besado. Amber era solo la idealización de lo que en belleza femenina él llamaría una diosa. Quizás por eso, el irrelevante primer paso se vislumbraba como un abismo para el pelinegro en lugar de una realidad.

—Si te digo lo que pienso, ¿dejarás de comportarte como un idiota?

Él quiso sonreír con sorna pero no lo hizo. En su lugar intentó concentrarse en aquellos lagos verde jade que ahora lo miraban intensamente.

—Supongo que ese silencio lo dice todo. Aun así, ya aprendí que no debo dejar nada para después. Siempre me has interesado como un hombre puede interesarle a una mujer. Creo que aún más porque te resistes aceptar que también yo puedo interesarte. Sé que soy arrogante, narcisista y la peor de las perfeccionistas, pero te convertiste en el que debía haber sido y no fue. De alguna manera albergué aquella fantasía en que si lograba tenerte a mi lado, al menos una vez, dejaría de desearte y por lo visto me equivoqué. Mereces alguien que te haga feliz, Vinnie, no a una mujer que disfraza su inseguridad con la máscara del éxito.

Lo último había sido casi imperceptible. Amber mordió su labio inferior para evitar que el llanto se impusiera en aquel instante, rehusándose a lucir aún más vulnerable de lo que ya le hacía sentir la mirada de él.

—Supongo que mañana todo volverá a la normalidad. Gracias por ayudarme y descuida no volveré a molestarte con mi presencia. Me alegro que estés aquí. Dover necesita gente emprendedora ¿Me ayudas a ponerme en pie? Necesito ir al baño.

Fue la mejor excusa que se le pudo ocurrir para librarse de aquella pesada sensación de abandono. Amber no supo que detrás de la puerta del lavado Evan cerraba los ojos pidiendo por una calma que no tenía.

A esas alturas, lo último que se esperaba de ella era una confesión. No era ni la tercera parte de lo que se imaginó. A dónde había ido a parar la mujer segura que todos etiquetaban como libertina en las revistas de sociedad.

Dónde estaba la chica del lago que sin vergüenza alguna le ofrecía la vista de su hermosa piel al que se atreviera a pasar por allí. Por qué la mujer frágil del sofá le había sonado aún más encantadora.

Por qué quería mandar al infierno su complejo de inferioridad, abrir la maldita puerta y desahogarse en el beso que debían haber compartido siete años atrás.

Del otro lado de la habitación y echándole la culpa al dolor que palpitaba en su tobillo izquierdo, Amber Styles lloraba en silencio, convencida de que ahora sí le había perdido para siempre.

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