Cuestión de interpretación
“No presumas de haber sido el primero en mi corazón, si no fuiste inteligente para ser el último.”
Marilyn Monroe
Las cosas no siempre salen como uno desea, de ese hecho Amber podía dar fe cuando recibía el tercer “no” del día.
—Me van a salir canas si vuelvo a escuchar otra negativa. Es increíble cómo la gente de aquí se rehúsa al desarrollo.
Sorbió del popote de su bebida energética ganándose una mirada agria por parte del staff que le habían asignado.
Para las personas acostumbradas a la calma y la limpieza del pueblo, cargar con aquellos reflectores gigantes y la insana cantidad de cachivaches que apenas alcanzaban a colocar en la furgoneta no era más que una excentricidad.
No entendían cómo aquella pelirroja de los mil demonios se le había ocurrido mover las locaciones que originalmente eran cerca de los acantilados blancos (para lo cual sí habían conseguido un permiso) a los límites del viñedo de la propiedad de los Prescott.
El resultado ahora era el actual. No tenía permiso para allanar una propiedad privada y solo había conseguido incrementar el nivel de exigencias de Cameron y un dolor de cabeza tan molesto como las expresiones de asco que le dedicaba el personal.
—Esto es un desastre, Anne. Deberías desistir. A fin de cuentas ya tienes todo el material que necesitas para la campaña. La toma que deseas ni siquiera la cubre mi contrato.
—No dijiste eso esta mañana.
Amber entrecerró los ojos dando pruebas de cuánto le afectaba el comentario de aquel mozalbete. Lo cierto es que la mañana en Dover había sido anunciada con un pronóstico del tiempo favorable, no lo nubarrones que apenas cruzaban sobre su cabezas en esos momentos.
—Esta mañana no te había bajado el período por lo visto.
Y aquello fue lo último antes de que Amber le vaciara el resto de su bebida energética en el rostro y le llamara de todas las formas menos agradables para calificar a una persona.
—¡Señorita, por favor regrese a la camioneta!
El discurso de su jefe de utilería le valió un rábano mientras una muchacha de esbelta figura se marchaba cámara en mano hacia la zona de los viñedos Prescott que había llamado su atención.
Su instinto, a pesar de las adversidades del clima, le gritaba que allí encontraría la toma que completaría aquel libro de paisajes que había pospuesto desde hace tanto tiempo. Terca como podía ser, ignoró las primeras gotas y el ruido lejano de la tormenta que se preparaba para desatar su furia sobre aquellos parajes.
“Si quieres que algo salga bien, hazlo tú misma.”
Se repetía como un mantra mientras enfocaba las primeras vides repletas de frutillas granate. Más allá de la cerca podía escuchar el corretear de los recolectores tratando de mantener su cosecha a salvo.
Estaba segura que sería el punto de imperfección que necesitaban sus paisajes sacados del catálogo de cualquier agencia turística.
—Solo un poco más… Unos centímetros…
Se forzó a tomar equilibrio sobre una piedra caliza que marcaba el inicio de la verja. Mala suerte que el tacón de sus botas Louis Vuitton no opinara lo mismo y el resultado fuera caer del otro lado en una posición rarísima, ganándose la atención de los ajetreados trabajadores del viñedo.
—¿Se encuentra bien señorita?
Un hombre de rostro aguileño y grandes entradas le ayudó a recuperar el equilibrio. El tacón izquierdo se había hecho trizas y lo más probable es que se hubiera doblado ese mismo tobillo a juzgar por la apretazón que sentía al final de la pierna.
—Creo que sí, en la medida de lo posible…
—Jeremiah… ¿Sucede algo?
Amber deseó en ese instante que su suerte no fuera tan negra y el sudoroso campesino armado de dos cestas repletas de uvas no fuera él. Pero como siempre el karma no estaba de su lado.
Ese condenado protagonista del hilo del destino se empeñaba en exponerla de las peores formas al pelinegro y aquí estábamos otra vez. Lo primero que hizo Evan al reconocerle fue torcer el gesto y estaba segura que la hubiera ignorado de no ser por el amable señor Jeremiah.
—La señorita se llevó la caída del siglo. Aun no entiendo muy bien cómo pero lo más probable es que se haya hecho daño en el tobillo a juzgar por el estado del zapato.
Con el tacón de las que podían ser sus botas favoritas en la regordetas manos el bueno del señor Jeremiah intentaba salvar a Amber, que en esos instantes se preocupaba más por admirar la naturaleza y el incremento de la llovizna para no enfrentar aquella oscura mirada.
“El infierno que me trague y me escupa en el noveno círculo. Evan querrá mi cabeza cuando se entere por qué estuve expresamente aquí.”
Pensó mientras recordaba los últimos días en Dover. Conseguir lo que April deseaba para su campaña publicitaria fue pan comido.
De hecho debía haberse regresado nada más terminar, pero he ahí el detalle: Michelle, la hija menor de su ama de llaves iba a comprometerse con el mayor de los hijos de la familia Prescott solo para complacer el deseo de su madre de que sus tres hijos estuvieran casados o en su caso comprometidos.
No podía meterle más ideas liberales en la cabeza de lo que ya era posible. Era eso o ganarse el desprecio de su querida ama de llaves o lo que era lo mismo: morir de inanición.
Amber lo había intentado con todas sus fuerzas, pero la cocina se le daba fatal, tanto así que las veces que había intentado ingresar aquel tablero la alarma de incendios había puesto de su parte para reaccionar al primer humo producto de sus creaciones culinarias.
Pero seguía estando en desacuerdo. Michelle solo tenía veintidós años. Acababa de regresar de la universidad de Manchester con su título de abogada y aunque conocía al chico de los Prescott y hasta cierto punto aquella relación se había desarrollado bajo su consentimiento, no la veía caminando hacia el altar.
Así que en secreto se lo había prometido. Elaboraría alguna excusa insulsa y compraría la libertad de su pequeña pupila.
Aun cuando fuera de aquella comunidad pintoresca el siglo XXI palpitara en cada esquina, los ideales del tiempo de James Austen o las hermanas Brontë seguían vivos.
Entonces de vuelta al inconsciente que seguía escuchando las explicaciones del señor Jeremiah, Michelle no había dudado en comentarle cómo sus hermanos mayores se declaraban devotos del nuevo capataz de las propiedades Prescott y el solo comprobar que aquel que conocían como “el americano” no era otro que Evan, pues los sentimientos encontrados habían poseído a una ambiciosa Amber que disfrutaba tensando la cuerda a su favor.
—Vamos.
Casi no pudo reaccionar cuando Evan pasó un brazo alrededor de su fina cintura y otro bajo sus rodillas, alzándola con la habilidad del que está acostumbrado a soportar cargas más molestas que los cincuenta y dos kilos de Amber.
—¡No necesito tu ayuda! ¡Suéltame, cavernícola!
Fue lo que se le ocurrió chillarle mientras intentaba zafarse infructuosamente del firme torso ahora empapado por la lluvia.
—Entonces no tendrás problema de caminar tres kilómetros con ese tobillo ¿O me equivoco?
Por primera vez en siete años Amber tenía acceso aquellos ojos café chocolate. Las espesas pestañas de Evan aún no se inmutaban por el agua gracias al sombrero de paja que el viento se esforzaba por arrancar.
Incluso había olvidado lo firme de su mandíbula o aquel lunar cerca de su labio inferior, solo un poco más carnoso que el superior. Demonios, no podía sentirse así.
Como una ridícula adolescente que en lugar de querer escapar de sus brazos solo deseaba hundirse en su mirada y complacer en todo lo que esa boca le pidiera.
—Evidentemente la fotógrafa no podía elegir un mejor calzado para pasearse por el campo. Ten más cuidadoso la próxima vez.
Una sonrisa cínica fue lo que apareció en aquel rostro bendecido y Amber no pudo evitar poner los ojos en blanco.
“Si te mantuvieras callado sería hasta agradable mirarte, pero tienes que abrir la maldita boca y estropearlo todo.”
Se lamentó desviando la mirada mientras Evan avanzaba con ella en brazos bajo una lluvia que ya envolvía en una especie de cortina nebulosa todo el campo.
Aun cuando trató de mantener cierta distancia, si es que eso era posible, Amber respiraba el mismo aire que él. Percibía el roce de sus ropas mojadas o el subir y bajar de aquel firme pecho contra el suyo.
Gracias a una deidad que desconocía el rellano de una cabaña abuhardillada se hizo visible y reconocer al gran san bernardo atado a la verja le hizo comprobar lo que su parte más traicionera ya adivinaba. Iría a escampar en la cueva del ogro que tozudamente la sostenía en esos instantes.
—Espero que la simplicidad no te dé alergia, Anne.
Cojeando una vez en tierra firme, Amber contó hasta cien para no estrangularle con la correa de la Nikon.
—No soy ese monstruo superficial que te encanta pintar cuando me miras.
—Nunca me he referido hacia ti de esa manera.
Evan no le dirigió la mirada mientras desbloqueaba la puerta y dejaba pasar al gigante de Benjamin para acto seguido volver a cargar a Amber y dejarla sobre un sofá lleno de mantas y colada recién hecha.
—Normalmente no recibo mucho público así que estás en libertad de pasarlo todo por tu lupa consumista.
Lo estaba haciendo adrede, picarla con eso de las diferencias de clases para que Amber terminara arrojándole algo o en el peor de los casos saliendo a la tormenta con tal de no soportar su mal carácter.
—En peores lugares he estado y en compañías más desastrosas también.
Sonrió a medias cuando una punzada violenta atacó su tobillo. Ya no tenía dudas, tendría un horrible esguince y más razones para no terminar su portafolio a tiempo. Estaba acabada.
—Deja eso, en lugar de mejorar solo conseguirás complicarte.
Evan estaba de vuelta con lo que Amber interpretaba como un botiquín pero resultó ser una caja de herramientas con el escudo de un león encima.
—¿Qué tanto sabes de primeros auxilios?
Preguntó la pelirroja mientras Evan la ignoraba deliberadamente. Con la hinchazón que tenía en el tobillo iba a ser una proeza deshacerse de las botas de corte alto hasta las rodillas, por eso no lo pensó dos veces y cuidando de no cortar a Amber rasgó con una cuchilla el cuero de ambos lados.
Comprobó la reacción de la chica ante ese hecho. Esperaba que le recriminara por arruinar lo que él mismo tendría que ahorrar por lo menos un año para comprar semejante par de zapatos, pero solo vio a Amber apretando los ojos y reprimiendo sus ganas de llorar de dolor.
Tenía el tobillo amoratado y en una posición algo extraña. Lo más probable es que su hubiera lastimado algún ligamento además del esguince que obviamente tenía.
—Dime que no es una fractura. Sí es así, estoy jodida por completo.
En un tono tembloroso la pelirroja se atrevió a ver lo que a su juicio tenía el aspecto de un desagradable melón. Evan se quedó atascado en aquella expresión angustiada de genuino dolor. Amber era bella como pocas mujeres.
La ilusión del perfecto ángel de Botticelli que su padre tenía colgado en su casa en Malibú. La diosa que había atormentado sus sueños de juventud y que volvía a reclamar venganza por todo lo que nunca fue.
Por qué odiarla no era opción cuando todo lo que deseaba era ser suficiente para ella. Por qué el abismo social y su mala suerte conspiraban contra aquel viejo deseo que ahora lo urgía a borrar la expresión de desasosiego en el rostro de la chica.
—No dejaré que te corten la pierna si es lo quieres saber.
Y ahí estaba su yo más repulsivo. Por qué sus nervios lo hacían quedar como un patán desconsiderado cuando en realidad quería anular el dolor de la expresión de ella casi como si le fuera la vida en ello.
Lejos de gritarle o golpearle, Amber sonrió. Una de esas sonrisas donde sus ojos verdes se achinaban y el hoyuelo en su puntiaguda barbilla la hacía más encantadora.
—Bueno ya te demandaré si algo como eso sucede.
Evan agradeció en ese momento los ladridos de Benjamin en el área de su pequeña cocina. De lo contrario no se hubiera podido salvar de los deseos de terminar aquello con un beso de los labios ajenos.
Disculpándose a medias y prometiendo regresar con hielo para su tobillo dejó a Amber en el sofá.
La pelirroja lo siguió con la mirada. Afuera los relámpagos dividían el cielo anunciando más horas de tormenta cuando Amber Styles se preguntaba si era una burda ilusión o aquel hombre podía sentir algo por ella más allá de una injusta aversión.
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