Capitulo 4: Malini
Los días pasaban, y Kali no hacía más que empeorar. Su pequeño cuerpecito tiritaba violentamente preso de la fiebre y las ronchas que salpicaban sus pies habían tomado un preocupante color ocre oscuro.
Malini estaba atemorizada, pero a la vez enfurecida con todo el personal médico que se había encargado de comercializar esa vacuna, entre ellos su esposo: el doctor Kamur. No tenía a dónde acudir, sin una sola rupia en sus bolsillos y a sabiendas —siendo la esposa de un doctor involucrado en la investigación de la vacuna y enfermedad de Hansen— de que en el momento que su hija pusiera su pequeño pie putrefacto en un hospital, sería objeto de experimento.
—Mami —susurró la pequeña con una voz apenas audible —tengo mucha hambre, ¿qué hay para desayunar?
Malini se sorprendió, la pequeña llevaba cuatro días sin apenas probar bocado y un rayo de esperanza cruzó fugaz su pensamiento.
—¡Ahora mismo te preparo algo, amor! —canturreó feliz la preocupada mamá.
Se apresuró en hacer un Umpa, acompañado de unas lentejas picantes y unas rebanadas de roti. Se sentó junto a la pequeña a un costado de la cama y observó con fascinación e inquietud cómo la niña devoraba todo en apenas unos minutos.
—Tengo más hambre —dijo Kali, y su voz sonó con más fuerza.
Malini comprobó la temperatura de la niña poniéndole la mano en la frente. Dió un respingo cuando los ojos de la chiquilla se alzaron siguiendo el recorrido del brazo de su madre. Una fina capa blanquecina cubría su anterior iris negro, mientras que todo el resto del globo ocular estaba inyectado en sangre.
—¡Cielo santo! —exclamó espantada la madre.
—¿Qué ocurre mami?
—Nada cielo —tranquilizó a la niña ocultando su nerviosismo— es sólo que ha vuelto a subirte la fiebre, iré a por unas pastillas y algo más de comer.
Salió de la habitación y bajó las escaleras a toda velocidad. Sentía que el aire que entraba a sus pulmones no era suficiente para oxigenar todo su cuerpo. No tenía idea de a dónde ir o que hacer, mientras la niña gritaba desde la habitación que seguía teniendo apetito. Le pareció que su voz se había tornado más ronca, pero después de la visión de sus enfermos ojos, el timbre de la chiquilla era lo de menos.
La histeria le hizo abrir una cara botella de vino español que guardaba en las estanterías, como recuerdo de su viaje a Europa. En realidad, nunca había consumido alcohol, pero ésta le parecía una buena ocasión para desconectar el cerebro.
Vacío todo el contenido de la botella en pocos segundos, y con el calor subiendole por las mejillas sintió el valor para preparar más comida. Si su hija la necesitaba, se la daría.
Subió las escaleras trastabillando con sus pies, y el suspiro con el que intento armarse de valor antes de entrar,m no la preparó para la escena que estaba a punto de presenciar.
Kali, sostenía entre sus pequeñas y sangrientas manitas a Rikí; el pequeño cachorro de gato que habían encontrado semanas antes en la calle. El cuerpo del animal era un amasijo de pelos, carne y sangre, la niña lo estaba devorando con avidez.
—¿¡Qué ha pasado, Kali!? Demonios, ¿¡qué ha pasado con Rikí!?
Kali, levantó la cabeza, y su boca ensangrentada se desfiguró en una mueca de horror. Las manos le temblaban con violencia al ver los restos de su pequeño gatito esparcidos entre ellas. Profirió un grito de profundo dolor, tan desgarrador que habría partido en dos el alma de un Asura.
—Yo no quería hacerlo mamá —sollozó la niña con la voz pastosa a causa del llanto descontrolado —tenía mucha mucha hambre, tu no venías...
Sólo dios sabe el poder del amor de una madre, tan incondicional y genuino que dota a la mujer de la capacidad de amar al ser más deleznable del planeta, si se trata de su hijo. Malini corrió a consolar a su hija, la estrechó fuertemente entre sus brazos, meciéndola frenéticamente mientras acariciaba su cabeza quizá, con demasiada dureza, presa de la desesperación.
Malini nunca fue una persona religiosa, a pesar de haber crecido en el hinduismo, siempre fue una mujer racional. Pero en esos momentos, culpar a una deidad maligna de lo que le estaba sucediendo a su hija fué el mejor pretexto que encontró para justificar a la pequeña. Aunque una parte de ella era consciente de la relación que tenían los hechos con la vacuna administrada, orar mientras tocaba las 64 cuentas de un rosario, le hacía sentir que estaba haciendo algo por su hija, por pequeño que fuera.
Con el trascurso de los días, los sarpullidos en el cuerpo de la pequeña empeoraron notablemente, hasta el punto de que todas las áreas mucosas de su organismo se encontraban en un estado deplorable; jirones de carne sanguilonienta sustituían la piel que antaño recubría sus labios y nariz.
Observar el rostro de la niña resultaba cuanto menos, grotesco, por no hablar de que poco a poco fué perdiendo sus capacidades cognitivas reduciéndola a un montón de trozos de carne postrados en una cama. No obstante, su apetito aumentaba por momentos, acabando pronto con la despensa y provisiones de las que disponían madre e hija.
Cómo si el cielo hubiera escuchado las oraciones de Malini, a las dos semanas de la "enfermedad" de Kali, su padre volvió. No era la primera vez que desaparecía por días, incluso meses del hogar, sin dar más explicación que estar sumergido en cosas de trabajo. Pero jamás lo había hecho durante tanto tiempo.
El coche de Ranjit Kamur frenó abruptamente cuando llegó al garaje de su mansión. Imploraba a Brahma que su mujer aún no le hubiera administrado la tercera dosis de la vacuna a Kali, los niños eran los primeros en recibir los fármacos contra la lepra.
Cuando abrió la puerta, sorprendido comprobó el estado deplorable en el que se encontraba el hogar. Montones de polvo cubrían los blancos muebles de la sala principal, las gruesas cortinas estaban echadas no dejando que se filtrarse la luz solar a través de ellas. Un olor a podredumbre cargaba la estancia dando al aspecto general de la sala un matiz de dejadez, abandono y miseria.
—Malini... —vociferó el hombre mientras pasaba el dedo sobre lo que parecía una mancha de sangre en su sillón favorito.
La mujer apareció en lo alto de las escaleras, luciendo un aspecto tan caótico como la propia sala. Grasientos mechones de cabello enredado enmarcaban su rostro ojeroso, sus prominentes pómulos amenazaban con romper la piel olivácea de su rostro. El horror se hacía presente en todas sus facciones cuando vió a su esposo al final de las escaleras.
—Has vuelto... —dijo la mujer con temor en la voz.
—¿Qué ha sucedido? —.
Malini rompió en un llanto histérico, bajó corriendo las escaleras y con manos temblorosas palpó el rostro de su marido, como si quisiera cerciorarse de que no se trataba de un espejismo.
—¡Has vuelto! Has vuelto... —siguió repitiendo una y otra vez.
El hombre dio un paso atrás, repelido por el aroma de su mujer. Su aliento apestaba, como si llevara demasiado tiempo sin comer o tocar un cepillo de dientes, algo que corroboraba su famélico cuerpo.
—¡Malini! —Dijo sosteniendo entre sus dos manos el rostro de la mujer, obligándole a mirarle a los ojos —¿Qué está sucediendo? ¿Dónde se encuentra Kali?
—Estuvo enferma, ¡pero ya está bien! —Malini rió nerviosa —. Es sólo que... tiene mucha hambre, ¿sabes? Pero está bien, Kali está bien. Solo necesita comida. Kali está bien.
Rajit decidió comprobar el estado de la niña, en esos momentos era lo único que le importaba, y una horrible sospecha teñia todos sus demás pensamientos. De dos en dos, comenzó a subir las escaleras, ignoró la huesuda mano de su mujer que aferrándose a su brazo, intentaba detener su propósito.
—¡Vas a despertarla! No hay más comida, maldita sea, no puedes despertarla ahora. ¡Tienes que entrar con algo para distraerla! Si no...
El horror tomó presencia cuando Ranjit abrió la puerta de aquella habitación. Lo primero que percibió fué un intenso olor metálico, que nauseabundamente inundaba el habitáculo. Diversos platos sucios con restos de comida, sangre reseca y huesos salpicaban toda la superficie del suelo.
Ranjit siguió el rastro de ellos hasta los pies de la gran cama matrimonial, donde aprisionado por el nudo de las sábanas se encontraba el cuerpo de lo que algún día, fue su hija. La colcha que antaño vestía la cama con un inmaculado blanco, se retorcía entre los putrefactos pies de la pequeña, agarrándola a una de las patas de hierro.
El pequeño cuerpo alzó sus vidriosos ojos inyectados en sangre hacia su padre, y emitió un gruñido gutural que nació desde lo más profundo de los jirones que conformaban su pecho. Lanzó mordiscos al aire, dejando al descubierto sus sangrientas encías desprovistas en algunos lugares de dientes.
El hombre quedó paralizado en el sitio, su mandíbula desencajada en una mueca de horror acompañaba a la macabra escena. Pronto el llanto se apoderó de su pecho, mientras vociferaba blasfemias ininteligibles. Giró sobre sus talones para comprobar que el terror también estaba presente en el rostro de Malini.
—¿¡Como ha llegado a esto, maldita sea!? —culpo Ranjit con ira en la voz.
—¡Tú desapareciste! Hay una enfermedad horrible azotando la tierra y tu desapareces, ¿y ahora vienes a pedirme explicaciones? Estaba atemorizada, ¿sabes? Cuando conseguí el dinero para la tercera dosis, sentí paz en el alma. Después... comenzó a suceder. ¿¡qué demonios podía hacer, Ranjit!? Es nuestra hija.
Solo he intentado alimentarla y bajarle la fiebre. ¡Ya ni siquiera soy capaz de eso! Su Apetito no cesa jamás, y ya no puedo acercarme a ella.
—¿La has tocado en ese estado? —el pánico tiñó todas y cada una de sus palabras.
—Hace días que ya no puedo acercarme a ella sin que intente morderme —Malini descubrió su tobillo, quitando el brazalete que lo cubría.
El rostro de Ranjit se desencajó al comprobar que debajo de la ornamenta, su mujer lucía una herida ulcerosa con la marca de los dientes de su hija.
—Por eso la até a la cama —. Continuo histérica la mujer —un perro callejero rondaba los cubos de basura de afuera, ¡No vi otra salida, por el amor de dios! Necesitaba entretenerla para poder atarla a la cama.
En cuanto el oxígeno volvió a los pulmones de Ranjit, éste salió de la habitación frenético, dispuesto a bajar las escaleras para llegar al teléfono que había en la sala principal. Debía informar cuando antes al laboratorio y decirle a ese testaduro de Narendra que debería haberle escuchado cuando la chinchilla con la que estaban experimentando, reaccionó de ese modo a la vacuna.
Entre maldiciones y trastabilleos llegó al teléfono, para darse cuenta al descolgar el auricular de que no había línea. La huesuda mano de su mujer se interpuso entre el aparato y la propia mano de Ranjit, impidiéndole marcar.
—Kali no va a ir a ninguna parte, ella está bien, ya te lo he dicho, sólo necesita más comida.
—¿Te has vuelto loca, Malini? Eso que hay postrado en la cama, ya no es nuestra hija.
La mujer entendió con esta frase que su marido no iba a ayudarla. Sabía lo que haría; llamaría a las autoridades sanitarias y se llevarían a la pequeña para someterla a experimentos, como si de una rata de laboratorio se tratara. Se negaba a consentir ese destino para su pequeña.
Ranjit apartó de un manotazo la mano de su mujer, siguió el cable del teléfono y comprobó que se encontraba desconectado de la antena. Se agachó con urgencia dispuesto a volver a conectarlo; el tiempo estaba en su contra, arañando cada segundo con el arrastar de las manecillas del reloj. Un golpe seco, y toda la estancia se nublo ante sus ojos.
Partículas de distintos colores bailaron tras los párpados de Ranjit, cuando sintió su cuerpo liviano desplomandose sobre el frío suelo. Malini aterrorizada soltó el jarrón con el que había golpeado la cabeza de su marido. Se puso en cuclillas y comprobó que aún tenía pulso, y tomando el relevo de la carrera contra el tiempo, subió rauda las escaleras en busca de su hija.
Abrió el armario frenéticamente, buscando el apartado de las toallas. Ató varias de ellas con fuertes nudos y cuando tuvieron la longitud suficiente amarro con ellas a la pequeña kali, que irancunda mordía y masticaba el aire, atraída por el olor de la carne fresca.
Salió de la casa por la puerta trasera, mientras miraba nerviosamente a todos los lados de la vereda, y arrastró el cuerpo de su hija hasta el coche familiar. Puso dirección al única lugar donde no importaba si eras infectado, si estabas vacunado o si disponías de mascarillas. Después de varias horas conduciendo, un cartel cochambroso le informó de que había llegado a su destino: El refugio.
A lo lejos, podía divisar varias chozas hechas a mano. El olor a podredumbre se filtraba por los conductos del aire acondicionado del coche, la basura adornaba el lugar, dándole un aire aún más caótico si cabe. Aparcó antes de llegar a la zona habitada, y echó un vistazo a Kali por el retrovisor. La pequeña se retorcía en el asiento intentando zafarse de los nudos de las toallas, mientras sus ojos inyectados en sangre escudriñaban furiosos a su madre. Tenía hambre.
Ahora que había llegado, no sabía que hacer con la niña. Necesitaba alimentarla, y ése era el único lugar en el que podría conseguir dinero fácil, rápido y sin tener que dar explicaciones. Pero no podía entrar con Kali en ese estado...
Sabía que dentro de El refugio había una red de mercado negro llamada Shit Hills. No tenía nada más que ofrecer que lo que traía encima: su propio cuerpo, y esperaba que fuera suficiente para reunir dinero con el que seguir alimentando a su hija.
Echó un vistazo alrededor y observó que parte del vertedero aun no había sido destruida. Montañas de basura se alzaban varios metros; el escondite perfecto. Dirigió el coche en esa dirección y lo aparco entre las colinas de inmundicia.
—Ya hemos llegado cariño, todo va a estar bien —le susurró con dulzura mientras apretaba aún más los nudos de las toallas —mamá se va a ocupar de todo. Sólo tienes que esperar, prometo que volveré.
Lanzó un beso al aire antes de salir del coche y lo cerró guardando después la llave en su sostén.
No lo dudo ni un solo minuto y se sumergió en las profundidades de Shit Hills, dispuesta a vender su cuerpo para seguir manteniendo a su hija con vida. Cuando una rumana robusta de rostro blanco y ojos azules le preguntó su nombre, Malini titubeó un momento antes de presentarse:
—Mi nombre es Manjula.
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