Shh...(Título de historia de terror):
Llovía torrencial, apenas si lograba divisar más allá de medio metro la escuálida línea amarilla que atravesaba la ruta...la radio no funcionaba porque era una tacaña que ni siquiera tenía un mp3. Ya, me fui de la trama. Resulta que de la nada, al lado de un cartel, apareció un hombre encapuchado haciendo dedo. Y ese día era martes, y justo los martes a mí me daba por ser una buena samaritana y recoger a cualquier rarito de la calle. Qué les cuento, frené el coche y abrí la ventanilla. El individuo se apoyó en el borde y me mostró un rostro joven pero completamente trastornado, obviamente, disfrazando su falta de tornillos con una sonrisa que no se la creería ni su madre. Una persona normal aceleraría, esperando que con suerte le pise un pie al loco y quede incapacitado. ¡Pero no! ¡Ese enfermito no era malo! Mírenlo, con esa carita de sádico... ¿Cómo le iba a decir que no? Así que le pregunté a dónde se dirigía. Oh casualidad...al mismo lugar que yo.
Lo dejé subir adelante porque claro, era educada. Le sonreí amablemente y él colocó su pesada mochila entre las piernas. Clavó sus ojos desorbitados en mi perfil y comenzó a respirar agitadamente. Y no, no le estaba dando un ataque psicótico, era la...alergia.
-Vaya, este clima está horrible. ¿No te parece? -Comenté. Consejo, lo que debes hacer cuando un hombre con esas características te acosa visualmente es buscar conversación.
-Sí, está horrible, la lluvia cayendo me recuerda a la sangre derramada por mi madre cuando mi padrastro la acuchilló con una cuchara porque no le sirvió la cantidad exacta de helado que solicitó. -No, no fue un error de redacción, el tipo lo largó sin pausa alguna.
-Ok...bájate de mi auto, pedazo de enfermo, o llamo a la policía. Ups -presioné el botón verde- ya la llamé.
Le pegué una patada para que saliera y aceleré a más no poder.
Varios kilómetros después caí en la cuenta de que había dejado su mochila en el coche, así que, con toda la curiosidad del mundo, la tomé y sin parar (total, era la única idiota que andaba conduciendo en pleno diluvio) la abrí. Me decepcioné, no era nada del otro mundo, sólo un par de piernas, viseras y demás partes humanas troceadas. Revolví un poco para encontrar algo interesante y de repente emití un terrible grito espantoso. ¡Qué fea era la cara del muerto!
Lancé la mochila al carajo justo a tiempo para observar como atropellaba a una persona. ¡Pero bueno!¡Aparecen por todos lados!
Bajé con un bufido de exasperación y revisé mi parabrisas. Todo rojo y pegajoso, menos mal que estaba lloviendo, así no tendría que limpiar después.
Me agaché y pude notar que lo que pisé era alguien, pero había quedado justo en la mitad, así que retrocedí el auto para sacarlo de ahí (aplastarlo un poco más no le haría nada, casi).
-¡Hola! ¿Estás vivo? -Lo pinché con una rama en el ojo. Pestañeó, pero tal vez se trataba de un reflejo involuntario, así que lo pinché otra vez...y otra, la última fue porque resultaba divertido.
Como estaba muerto, me dije: "¿Por qué no lo llevo con el otro?" A lo mejor se hacían compañía. Me daba no sé qué dejarlo solito en la ruta y que otra persona lo re-matara.
Lo metí en el asiento trasero y conduje al lago. Increíble que estuviese a menos de una cuadra. Ni idea de dónde estaba. Así como no tenía mp3, tampoco contaba con GPS.
Me puse a chiflar una canción mientras caminaba, y cuando llegué al borde del agua, vacié la mochila (me la quería quedar, era bonita) y arrojé a Fernando Filiberto (así llamé al que estaba entero). Se puso a flotar contento, incluso se le posó una rana en la panza, aceptándolo como nuevo compañero.
Satisfecha por mis buenas acciones del día, me fui a mi casa. La cual era una cabaña en un risco alejado de la civilización. Se la compré a una loca anciana que no paraba de llamar a su hermana menor muerta por todo el lugar. Tenía una bonita vista, un baño con un gran espejo antiguo que conseguí en una tienda de empeño nada misteriosa y un altillo lleno de muñecas de porcelana. Eran geniales, prácticamente se ordenaban solas.
Llegué, tiré las llaves en la mesa y quise subir las escaleras para cambiarme, cuando una pelota roja cayó lentamente por los escalones. La tomé, extrañada. Me encogí de hombros y la pateé de nuevo hacia arriba. A veces pasaban esas cosas, al menos aquella vez no se trató del armario, ese día casi me mato.
Fui a mi cuarto por el oscuro pasillo (yo no encendía las luces casi nunca, no tenía mp3, no tenía para pagar la luz) y abrí el armario. Saqué mi piyama y justo en ese momento una persona enmascarada saltó, sorprendiéndome. Fue a usar su cuchillo cuando lo detuve.
- Oye, ¿me puedes pasar esa percha? -El tipo me miró, miró hacia donde señalaba y me la dio- Gracias. -Sonreí y cerré la puerta, pero él la abrió casi en seguida.
- ¡¿No me tienes miedo?!
Me volteé, molesta.
-Voy a cambiarme.
-Oh, sí, lo siento. -Volvió a encerrarse y esperó. En cuanto me vestí le avisé-Ahora... ¡TE VOY A MATAR!
Chillé aterrada y corrí huyendo del asesino. Una música molesta comenzó a sonar, algo así como de suspenso. Recordé que ese era el tono que había elegido para mi celular, así que atendí mientras bajaba las escaleras con el loco detrás. (Sí, llevaba mi celular en el bolsillo de mi ropa de dormir como todo viciado del Clash Royal ).
-¿Hola? -Me agaché justo para esquivar un florero que iba directo a mi cabeza.
-Siete días... -Una voz de niña gangosa y resfriada me habló del otro lado de la línea.
- ¡No jodas!¡Ya te dije que yo no vi tu video, fue la vieja que vivía aquí! -Corté. Dios, la semana pasada la japonesa paliducha de cuello torcido, después la llorona del espejo, y ahora tocaba la mocosa esa. ¿A cuántos espectros de pelo largo iba a tener que aguantar? Le tiré al hombre (por su voz supuse que era uno) con el teléfono. Le di en la cara pero no sirvió de mucho. Maldición, debí comprarme un nokia, con eso lo nokiaba...¡Ja! Nokiaba, ¿entienden? Ok, sí, fue horrible.
Me escondí en la cocina, pero me encontró. No sé si fue porque ponerse en cuatro patas detrás de la isla no es un buen escondite, o porque justo estornudé, pero el asunto es que me arrinconó contra el suelo, con la hoja a escasos centímetros de mi cara. Su máscara (de Winnie the Pooh) no dejaba ver nada.
-Di tus últimas palabras... -Susurró.
Fruncí el ceño, qué orden más estúpida.
-Tus últimas palabras. -Inclinó la cabeza, confundido- ¡Ahh! Ya entendí, te refieres a ese monólogo innecesario que emiten los protagonistas aun cuando están sangrando hace más de dos horas... -Fijé la mirada en el techo para pensar -¡Ya sé! ¿Por qué tienes una careta de Winnie the Pooh?
Alejó su arma con un gesto exasperado, tomándose la cabeza.
-¿No querrías saber por qué deseo matarte? O ¿Quién soy?
- No, la verdad no.
Nos quedamos en silencio un rato, hasta que reaccionó.
-Era lo que había en la tienda.
- Ok.
Dicho eso me apuñaló. O intentó, porque la hoja se doblaba cada vez que pretendía penetrarme la carne. Me daban cosquillas, sin mencionar un poco de vergüenza ajena.
- ¿Qué mierda es esta? -Tocó la punta, flexionándola y examinándola.
Rodé los ojos:
- Dime, ¿dónde lo compraste?
- En la tienda del pueblo.
- ¿La que estaba a la izquierda o a la derecha?
- A la izquierda.
Asentí con seriedad:
- Eso lo explica. La tienda de la izquierda vende herramientas de utilería. La de la derecha es la que se encarga de estas cosas, se llama "Asesino feliz". Por lo que sé, te dan un veinte por ciento de descuento los domingos.
- Gracias, es bueno saberlo. -Rodó fuera de mi cuerpo y entonces lo reconocí.
- ¡Tú eres el que me acosaba! ¿Cierto? -Aplaudí. ¡Sabía que lo conocía de algo! -Me levanté y le saqué la careta. En efecto, mi acosador. Serví dos vasos de refresco de la heladera y lo invité (la heladera sí alcancé a comprarla). Se recostó a la mesada y bebió un poco, preocupado. -Hace mucho que no te veía, creí que habías dejado de observarme dormir y sacarme fotos en el trabajo...
-Yo...me alejé un poco para pensar, estoy muy confundido. -Evitó mi mirada.
- ¿A qué te refieres? -Lo enfrenté. No me gustaba como venía la mano.
-Ya no somos lo mismo, ¿entiendes? Soñé con matarte muchas veces, guardé tus bragas en mi cajón y sí, observarte estuvo genial, pero... -bajó la cabeza.
- ¿Pero? ¡Escúpelo ya, me pones nerviosa!
- Se terminó. No eres tú, soy yo.
Sí, el muy maldito me estaba abandonando.
- ¿Es que ya no soy lo suficientemente buena para ti? ¿Es eso? -Lloriqueé- ¡Se suponía que eras mi psicópata!
- ¡Y lo fui! Vine intentando recobrar la emoción, pero esta relación está gastada - Se encogió de hombros-. Lo siento. Creo que deberías buscar a alguien más.
- ¡Pues me parece bien!¡Vete! - Fruncí el ceño y lo mandé a volar. Pero justo cuando abrí la puerta, un tipo torcido y lleno de lodo apareció, llevando una rana en su hombro. Ese hombre me recordaba a alguien, pero estaba tan sucio y mojado que prácticamente no sabía si iba o venía.
- ¿Y tú quién eres? - Preguntó mi ex-acosador con molestia contenida.
El monstruo de barro me señaló con dedo acusatorio y balbuceó un poco antes de lograr responder:
-¡Sé lo que hiciste hoy! -Gritó tan fuerte que la rana saltó.
Me eché hacia atrás un poco temerosa y me puse a razonar.
- Oh, ¿hablas de las galletas? Sí, lo siento. No me quedaron más.
- No, idiota, ¡me tiraste en el lago! -Entró, ensuciando mi piso.
-¡Lo acababa de encerar! ¡Dios santo! -Mi acosador me pasó un trapo mojado en cloroformo que planeaba usar conmigo y comencé a limpiar. Cuando terminé me incorporé, cruzándome de brazos - Fernando Filiberto, tenemos que hablar muy seriamente de esto.
-¿De qué lo conoces? - El careta le apuntó con su cuchillo falso sin dejar de mirarme. Yo liberé un bufido.
-¿Y a ti qué te importa? Lo atropellé. -Realicé un gesto de diva sin importancia.
Él asintió y murmuró algo así como "Sí, lo supuse".
Pero el tipo se quitó un poco de barro sólo para mostrar una sonrisa torva y sentarse en el sillón.
- No, a mí no me atropellaste. ¿Acaso no recuerdas la mochila?
- Alto ahí... ¡¿El feo?! ¡Pero si estabas descuartizado!
El hombre largó una carcajada maligna y se sacudió, revelando sus uniones a partir de ramitas, lodo y chicle. ¡El maldito había robado mi chicle!
Se oyó un grito de mujer y luego un golpe seco. Ambos nos fijamos en el acosador tendido en el suelo. Mmm, fue patético- Bueno, esto es nuevo. ¿Eres un zombi o un vampiro inmortal?
- Un zombi vampiro, para ser exactos. -Elevó el dedo índice- Con trazas de nogal y pino, ahora que me rearmé.
Rasqué mi cabeza, analizando lo que tenía en frente.
- ¿Y por eso eres feo? -Rodó los ojos.
- No todos los vampiros somos agraciados, ¿sabes? Esas malditas películas con sus malditos estereotipos -se fijó en mí y movió su nariz ganchuda y granulienta-. Ahora voy a chuparte la sangre y comerte el cerebro.
Se levantó con lentitud, mucha lentitud. Tanta que mientras venía a atraparme desperté a mi compañero y le pedí que me acompañara a fabricar un arma contra el monstruo que aspiraba matarme. Volvimos al cabo de unos minutos, cuando el bicho estaba por llegar a la mitad de la sala.
- ¡Atrás, demonio muerto o lo que seas! -Mi ex psicópata, ahora amigo, le lanzaba ajos a la cara mientras que yo avanzaba decididamente, sosteniendo una cruz hecha con dos escarbadientes y cinta adhesiva. El crucifijo de plata hubiera estado más cool, pero la monja aguafiestas con cara de bagre que vivía en el cuadro de mi comedor no quiso prestármelo. Ya vería cuando le tirara aguarrás, se le iban a ir las bobadas.
- ¡Te expulso!
El señor vampiro, horrorizado, se puso de rodillas, pidiendo piedad.
- ¡No por favor! Mi parte árbol siente la miseria de mis hermanos. -Tapó sus orejas puntiagudas, meciéndose hacia adelante y hacia atrás.
Y justo en ese instante, tocaron la puerta.
- ¿Quién es? -Juro que me tenían cansada con todos estos temas. No habíamos sido tantos desde el velatorio de la abuela.
- ¡Soy Susy! - La inconfundible voz de mi sobrina me sorprendió. No la esperaba por aquí.
- Chicos -me dirigí a los dos, uno agarrando más o menos dos kilos de ajo, y el otro llorando con mocos sueltos-. Tenemos que escondernos.
El acosador (que sí se llamaba Filiberto, las vueltas de la vida) se burló de mí.
- Vamos, es una niña, ¿qué te puede hacer?
La hoja de un hacha atravesó la puerta, borrando su sonrisa, acentuando la desesperación del colmilludo y dándome la razón a mí.
- ¡Eso! -Nadie agregó ningún comentario más y corrimos escaleras arriba para escondernos en el armario (llevamos al lento de arrastro).
El zombi tuvo que torcer sus brazos de forma que Filiberto pudiera meter su pierna entre la espalda de aquel y mi brazo izquierdo no tocara su nariz. El aire estaba pesado, no supe si fue por el gas que me acababa de tirar, o el agua podrida que salía del cuello del tipo de la mochila, que, por cierto, estaba sudando a lo bestia.
- ¡Por la gloria de Satanás! ¡¿Dónde estás?! - La voz de macho de ultratumba nos erizó la piel a los tres.
- ¡Esa niña está loca! Yo seré un asesino, ¡pero está loca! - Susurró Filiberto.
Me ofendí, como buena tía que era, y le aclaré la situación:
- ¡Está cruzando la pubertad!¡A todas nos pasa! -Increpé. Por desgracia hablamos tan fuerte que terminó descubriéndonos. Los hombres chillaron- Hola, Susy.
Mi sobrina estaba flotando a unos veinte centímetros del suelo, con la piel verdosa y los ojos dados vuelta. El hacha continuaba en su mano.
- Seamos honestos, no es normal. - La escaneó de arriba a abajo.
- ¡Yo no veo! - Giramos la cabeza del semi vegetal y se quedó pasmado- Oh...sí, no es para nada normal.
- ¡Ya basta! -Los corté- ¿Qué nunca les cambió la voz? ¿Nunca sintieron ganas de romper todo por algo que los frustró en su adolescencia? Algunas chicas prefieren ver películas románticas cuando crecen, otras son servidoras del Diablo y quieren masacrarte. ¡Es la Ley natural! - Una vez acabé con mi discurso conmovedor todos se callaron, hasta que Susy desplegó sus agrietados labios:
- Ok, eso fue lindo, ahora muere. - Ahora esto, ahora lo otro, ¿no tenían algo mejor?
Se metió en el armario, pero su peso desestabilizó la estructura y caímos al otro lado. Hacía frío y había nieve por doquier. Mi sobrina salió corriendo tras otra presa: Un hombre cabra.
Me levanté, agudicé la vista y entre la ventisca leí el cartel de madera que reposaba sobre nosotros.
- ¡¡ESTAMOS EN NARNIA!!
FIN. (Todas las historias de terror tienen un final abierto y sorpresivo ultra genial, este fue el mío).
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro