¡peligro!
—¡no, no es posible! ¡dijiste que me protegerías! -gritó como un niño pequeño volviéndose hacia Helen con una mirada maniática
Esto era raro para la joven porque creyó que los psicópatas no hacían ese tipo de cosas.
Pero había visto algo de eso en las películas y aunque le parecía tierno, también era aterrador.
—pues no te equivocaste -respondió Helen intentando no seguir pensando
—¿qué dices? -preguntó James Moriarti que yacía en el suelo
—muy pronto lo averiguarás -respondió el ángel inyectándole un sedante en el cuello.
Unos días antes, semanas después de la fiesta.
Helen estaba sentada en su pequeña biblioteca leyendo a Hércules Poirot, el gran detective belga.
A ella le encanta el misterio, en especial cuando se trata de detectives o ladrones como Arcenio Lupin, Sherlock Holmes, Hércules Poirot y tal vez un poco de Auguste Dupin.
Sí, ¡como si Sherlock se lo permitiera!
Detestaba eso de su amigo, pero debía acostumbrarse. No cabía duda de que a Sherlock no le agradaba mucho.
—¿qué lees? -preguntó Amenadiel que había llegado a la casa hacía unos minutos.
—¡hola! -dijo Helen abrazándolo —me da muchísimo gusto verte
—a mí también, mi dulce Helencita -respondió su hermano devolviéndole el abrazo con ternura
Cuando se separaron, Helen le dijo al ángel
—estoy leyendo a hércules Poirot
—¿el detective belga?
—sí, así es. Ese lindo hombrecito que siempre hace sus expresiones en francés
—es muy gracioso -respondió el ángel riendo
—lo se ¡me encanta! -respondió Helen con una sonrisa.
Y ahora se deben estar preguntando la razón de que Amenadiel estuviera ahí. Bueno, iba a darle un mensaje de su padre.
Pero cuando iba a hablar, una voz lejana lo detuvo.
—¡la comida ya está lista! -gritó Elizabeth desde la cocina.
Ambos se levantaron y salieron de la biblioteca.
Tenía que esperar.
—deben desconfiar de ti todavía -dijo Helen dubitativa
—¿por qué? -preguntó Amenadiel mientras caminaban por el césped
—porque mi mamá jamás de los jamases sirve la comida antes de las tres -respondió Helen con cierto orgullo
—¿tú crees?
—sí, claro que lo creo. Es más. Te puedo asegurar que, en un rato, cuando esté con ellos a solas me dirán que no me acerque mucho a ti porque eres adulto y todo eso -respondió Helen con seriedad
—ay ¡estos humanos! ¡por dios! –respondió Amenadiel suspirando—bueno, no los culpo. Creen que soy como ellos y son muy desconfiados. Aunque está bien por ti, me encantaría que supieran que puedo bolar y partirle la cara al que se me atraviese.
—que vanidoso -dijo Helen con una risa medio en broma, medio enserio
No era la primera vez que notaba que su hermano era así con los humanos. Se cree superior solo porque puede volar y es perfecto. Y aunque lo es, la chica siente que no debería ser tan presumido.
Entraron a la casa y se sentaron a comer
Amenadiel y George charlaron animadamente mientras Helen comía y de vez en cuando, le daba trozos de carne a Ja chico que se escondía debajo de la mesa.
—¿leíste a Paulo Coelho? -preguntó Elizabeth a su hija
—no -respondió Helen
—¿y qué leías? -preguntó George lanzándole una mirada a Amenadiel
—a Hércules Poirot -respondió Helen recordando el misterioso caso de Stiles
¿—a quién? -preguntó Elizabeth
—al detective belga -respondió Helen
Ambos se miraron sin tener idea de a quien mencionaba su hija.
—¡les hace falta leer a Agatha Christie! -dijo Helen
—si, ya lo creo -respondió George dudoso.
Amenadiel era amigo de la familia desde que supo que Helen era su hermana, pero se hiso amigo de su madre primero. George no le tenía mucha confianza.
El haber ido a ver a su hija a la biblioteca le hacía sospechar que algo estaba pasando y no le agradaba para nada.
terminaron de comer y George le preguntó a Amenadiel
—¿ya te vas?
—si, tengo que ver a mi hijo -respondió
—¿tienes un hijo? -preguntó Helen
—si, su nombre es Charli y aún no le crecen sus alas -respondió Amenadiel con tranquilidad
—si, todos creen que sus hijos son angelitos -dijo rápidamente Helen para corregir el error de su hermano.
George y Elizabet se rieron y Amenadiel se dirigió hacia la puerta.
pero no podía irse sin darle el mensaje a Helen.
¡dios, porqué los humanos tienen que ser tan entrometidos! -pensó
Al parecer, Helen tenía toda la razón. Elizabet no dejó de preguntarle a su hija sobre lo que leyó en la biblioteca en toda la comida y George no dejaba de lanzarle miradas de escrutinio al ángel.
George era tan controlador que seguramente le revisaría el teléfono a Helen y aunque ya era una adulta, Amenadiel sabía que su padre seguiría sobreprotegiéndola.
Y entonces, tuvo una idea.
—espero que puedas leer a Sherlock Holmes -dijo el ángel despidiéndose de la joven
—ya lo hice -respondió ella extrañada.
—sí, entonces ya sabrás que hasta Moriarti puede recibir terapia -respondió el ángel riendo.
Helen se dio cuenta de que algo estaba mal. ¡pero de que estaba hablando! ¡Moriarti está muerto! O su hermano está muy distraído, o intentaba decirle algo.
—si, baya que si -respondió Helen siguiéndole la corriente a su hermano
—es que mi niña es una lectora compulsiva -dijo Elizabet
—si, demasiado. Pero no leas sobre los camafeos del Vaticano -respondió Amenadiel
La chica se tensó al escuchar esas palabras. Definitivamente, Amenadiel estaba dándole un mensaje y no era bueno.
—no, sobre esos no leo –respondió Helen con una sonrisa nerviosa.
se dieron adiós con un gesto y Amenadiel se fue.
Helen volvió a sentarse y sus padres la miraron interrogantes
—¿porqué estaba contigo Amenadiel? -preguntó George
—solo fue a saludarme -respondió Helen.
Lo sabía -pensó la chica.
—¿y por qué tardaron tanto en llegar a comer? -preguntó su madre
—se quedó conmigo hablando de libros -respondió Helen segura
—mmm, ese hombre no me convence -dijo George
—Amenadiel es una gran persona papá. Nunca me haría daño-dijo Helen defendiendo a su hermano.
Necesitaba salir de ahí de inmediato. Tenía que ir a Baker Street porque estaba preocupada por Holmes.
—solo queremos protegerte -dijo su madre acercándose a ella.
—ya lo sé, pero Amenadiel no es como creen. Hasta podría decirles que es un ángel -dijo Helen a su madre
—¡por favor! ¡se ve que es un desgraciado que se quiere aprovechar de chicas como tú! -dijo su padre que comenzaba a enfurecerse.
—George ¡no hables así de mi amigo! -lo defendió Elizabet—Helen tiene razón. Amenadiel me ayudó cuando no pude pagar mi licenciatura y confío en mi hija. Si ella dice que es bueno, entonces le creo.
—¿qué acaso eres tan estúpida que no te das cuenta?¡quien sabe que cosas debe hacerle a nuestra hija! -gritó fuera de si
—¡ya basta! ¡es suficiente! -gritó Helen—¡no voy a permitir que le hables así a mi madre!
—¡estás ciega Elizabet! Pero el día que lo descubras, te darás cuenta de tu error -dijo George
–el ciego es otro -susurró Helen.
El americano se retiró a su habitación a paso lento fulminando con la mirada a su esposa e hija.
—Tu no eres ninguna estúpida mami. Tienes un sexto sentido que estoy segura que heredé -dijo la chica con algo de vanidad
Elizabet sonrió. Le encantaba ver como su hija a pesar de la adversidad, siempre intentaba hacerla reír por muy triste que estuviera.
—sí, es cierto. No debí sospechar de Amenadiel. Es un gran hombre dijo poniéndole una mano en el hombro a su hija—y tú, mi niña, eres una mujer muy valiente
—lo aprendí de ti -respondió Helen.
Ambas se abrazaron y Helen fue por su teléfono.
Sabía que a su padre se le pasaría el enojo rápido y no le haría más daño a su madre, aunque detestaba cuando se ponía de esa forma.
Por otro lado, debía ir a ver a Sherlock porque estaba segura de que algo malo estaba pasando. Camafeos del Vaticano significaba que alguien iba a morir y su hermano jamás se equivoca.
Caleb, necesito que me hagas un favor. Tienes que llamarme justo ahora
Ese fue el mensaje de Helen para su amigo.
¿por qué -preguntó Caleb
Tu solo confía en mí. No tengo tiempo para explicarte. -respondió rápidamente la joven.
Elisabeth se sentó junto a su hija y el teléfono de la chica sonó.
—¿hola? -dijo la chica al teléfono—¿qué?? ¿Qué quieres ir a dar una vuelta? ¡claro, voy contigo!
—Helen, ¿quieres decirme que está pasando? -preguntó Caleb al otro lado de la línea
—no, ya ni me digas nada sobre Sherlock Holmes que me emociono -dijo Helen
—¿qué le pasó? -preguntó Caleb que había comprendido que algo no estaba nada bien
—ok. Te espero -dijo Helen.
—Helen... Pero ya era muy tarde. Helen había colgado la llamada y después de que su madre aceptara, ella se fue a vestir.
—dios ¡estás completamente loca! -dijo Caleb con una risa cuando llegó por ella.
—lo siento. Sé que no fue justo para ti, pero tenía que hacerlo –dijo Helen avergonzada por lo que había hecho.
- No, no te preocupes. –respondió Caleb con una sonrisa sincera.
- -gracias por ayudarme con esto –dijo Helen
- -pero tienes que decirme que está pasando
- -creo que Sherlock está en peligro –respondió Helen.
- - ¿y ahora qué hacemos?
- -haremos como la última vez. Ve a dar una vuelta y si madre te habla solo dile que fui a algún lugar. Me siento horrible por mentirle, pero si ella lo llega a saber, podría hacer una locura –respondió la chica.
-tranquila, no lo sabrá por ahora. Pero debes decirle –dijo Caleb encendiendo el auto y poniéndolo en marcha
-sí, lo sé –respondió Helen suspirando
-nos vemos Mademoiselle –dijo Caleb desde el auto
-adiós, mon ami –respondió la joven chasqueando los dedos para tele transportarse.
Helen llegó Baker Street y sin pensarlo, entró por una ventana.
En el suelo, se encontraba inerte la señora Hudson y el doctor Watson reanimándola.
- ¡santo dios! ¿qué está pasando? –preguntó Helen con el corazón saliéndosele del pecho
-es...James...Moriarti –respondió el doctor Watson
- ¡pero él estaba muerto!
-sí, eso creíamos todos. Pero el regresó y Sherlock fue secuestrado –respondió con lágrimas cayendo de sus ojos.
Helen sintió que todo su mundo se venía abajo. En ese momento, deseaba con todas sus fuerzas que todo fuera una pesadilla y que Sherlock no estuviera en manos de un sicópata, pero para su desgracia, todo era completamente real.
-lo voy a salvar –dijo Helen firmemente
-hay algo que debes saber antes. –dijo el doctor Watson recostando a la señora Hudson en una cama
- ¿qué es?
-Amenadiel dijo que tienes que ganarte su confianza y hacerle creer que estás de su lado. Así, lo tendrás a tu merced y no le hará daño a Sherlock.
-sí, lo haré –respondió Helen.
-seque puedes. –la alentó el doctor Watson
-cuide a la señora Hudson.
-sí, ella estará bien –respondió.
Helen salió del departamento a toda prisa y comenzó a sentir esa fuerza extraña que siente cuando Sherlock está en peligro.
Extendió sus alas y dejó que esa fuerza la guiara.
De un momento a otro, se encontró en una habitación pequeña y sucia, en donde había dos hombres forcejeando.
Eran Sherlock y Moriarti.
- ¡suficiente! –dijo Helen poniéndose en medio.
- ¡no es posible! ¿acaso eres un ángel? –dijo James Moriarti.
La chica se asustó. Esa voz era aterradora, pero había algo de dulce y juguetona en ella.
-
-sí, lo es. Y es mi ángel de la guarda –dijo Sherlock mirando a la chica asombrado.
-no te equivoques. No vengo por ti –dijo la chica entrando en su papel.
Le dolió demasiado decir esas palabras, pero si quería salvarlos a ambos tenía que fingir.
- ¿eres el ángel de la muerte o algo así? –dijo Moriarti burlándose de forma descarada.
-no, soy tu salvación –dijo Helen intentando no dejarse llevar.
-te amo con todas las fuerzas de mi alma y créeme cuando te digo que haré lo que sea por ti. Pero tienes que dejarlo ir –dijo Helen intentando ser directa –te protegeré, te lo prometo.
Sherlock sintió algo en su interior que no le permitía articular palabra. No podía creer que su propio ángel de la guarda lo estaba traicionando con ese tipo.
Ella se merecía algo mejor
Moriarti no sabía que estaba pasando. ¿Aquella chica era realmente un ángel?
No podía creerse que le estuviera diciendo que lo amaba. Bueno, era lógico que una mujer tan hermosa como ella lo amara.
-bien, te creo. Pero si me amas, ¿déjame jugar contigo –dijo Moriarti con una sonrisa coqueta.
- ¡ni se te ocurra tocarla! –rugió Sherlock Holmes mientras intentaba deshacerse de las cuerdas en sus muñecas.
Helen rio por dentro ante los celos de Holmes. Era increíble que Pudiera sentir celos de su enemigo.
¿estaría enamorado de ella?
-nadie puede impedirlo –dijo Moriarti acercándose hacia Helen.
Justo cuando iba ella, se escuchó un fuerte crujido y en un segundo, Amenadiel ya había dejado a Moriarti en el suelo.
- ¿creíste que te dejaría sola? –dijo Amenadiel sonriéndole a su hermana.
Helen suspiró aliviada y desató a Sherlock para darle un abrazo.
-nooooo ¡sabes lo mucho que odio los abrazos –se resistió el detective
-no me importa –respondió Helen apretándolo contra su pecho
-ya...me estás asfixiando –dijo Sherlock fingiendo molestia.
-ay, lo siento –dijo Helen separándose de él.
- ¿a dónde crees que vas? –dijo Sherlock tomándola entre sus brazos otra vez. No vuelvas a asustarme así, mini Keller. Por un segundo creí que si estabas enamorada de ese psicópata
-no, ¡claro que no! Tenía que fingir para que nadie saliera más herido. Además, Moriarti necesita terapia –respondió la chica cargando a Sherlock para ponerlo en una camilla.
—¡no, no es posible! ¡dijiste que me protegerías! -gritó como un niño pequeño volviéndose hacia Helen
Esto era raro para la joven porque creyó que los psicópatas no hacían ese tipo de cosas.
Pero había visto algo de eso en las películas y aunque le parecía tierno, también era aterrador.
—pues no te equivocaste -respondió Helen intentando no seguir pensando
—¿qué dices? -preguntó James Moriarti que yacía en el suelo
—muy pronto lo averiguarás -respondió Amenadiel inyectándole un sedante en el cuello.
Y ahora, ya saben que pasó.
-le dirás todo en cuanto su estado mejore –explicó Amenadiel dirigiéndose hacia Helen –creo que debe estar traumatizado
-no, te aseguro que está más aturdido que traumatizado –respondió Sherlock
-si, tal vez. ¡me llamó ángel de la muerte! –se quejó Helen con una risa
-si. Creyó que ibas a matarlo –respondió Amenadiel riendo
-
-no, jamás. Me prometí a mi misma no matar a nadie –dijo Helen
-si fuera tú, si lo hubiera matado –dijo Sherlock con ironía
-sí, claro. Por eso es que vine –respondió la chica empujando la camilla.
Amenadiel había llamado a una ambulancia y llevarían a Moriarti a siquiatría para comenzar a darle tratamiento.
-nos veremos después –dijo Helen subiendo a Sherlock a la ambulancia
-si me voy con ese psicópata, ¡lo mataré! –se quejó
-no, ni se te ocurra. Yo tengo que irme porque si mi mamá descubre que no estoy con Caleb, me va a matar a mi –protestó Helen
Sherlock refunfuñó y después de comprobar que Amenadiel iría con ellos y que el doctor Watson se reuniría con él en el hospital, se despidió de Helen con un apretón de manos y la ambulancia se marchó.
Sherlock confirmó por milésima vez que esa chica era increíble y estaba loco por ella.
Pero no podía aceptarlo. Al menos, no hasta que su cerebro no dejara de negarse.
Helen se quedó escuchando como se alejaba la ambulancia y pensó en todo lo que le estaba pasando. No le parecía posible que hacía unos meces estaba viviendo su vida de universitaria y ahora, era el ángel de la guarda de Sherlock Holmes.
La vida definitivamente da muchas vueltas.
Buscó su teléfono en su pequeño bolso y se dio cuenta de que tenía 6 llamadas perdidas de Caleb.
Se tele transportó de nuevo a Chicago y llamó a su amigo.
- ¡Helen! ¡estaba preocupado! –respondió el chico del otro lado de la línea.
-lo siento. Todo se volvió un tremendo desastre. Pero ya puedes venir por mi
- ¿en el mismo lugar?
-si.
En el camino, Helen le contó a Caleb lo que había pasado y
Él no se lo creía en lo absoluto.
- ¡tengo una amiga mitad ángel! ¡Mademoiselle eres genial! –exclamó Caleb mirándola con emoción
-créeme, no es tan fácil. Pero debo admitir que me encanta –respondió pasándose una mano por el cabello.
Ambos hablaron sobre eso hasta que llegaron a casa de Helen y después de darle un enorme abraso a su amigo, se bajó del auto.
Ninguno de los dos sabía lo que el futuro les tenía preparado.
¡sorpresa!
espero que les haya gustado el capítulo. ¿creen que así debería actuar Moriarti?
les leo en comentarios.
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