Sólo Adrien
Cuando Adrien abrió sus ojos, la azabache ya no lo acompañaba en su cama.
Se quedó ahí con la idea de que quizás había ido rápido por algún alimento o algo, pero no aparecía. Fue a cada estanque u orilla de río al que solían acompañarse, pero tampoco la encontró.
El estrés se empezaba a acumular en su pecho y un incesante pensamiento de que algo grave le había ocurrido rondaba su cabeza causándole una fuerte jaqueca, preguntándose con severidad que es lo que había causado que se alejara de ella.
¿Y si quizás sólo estaba siendo paranoico?
Fue al pueblo, disfrazado como aquella vez, buscando a quien se había hecho llamar "su orquídea" pero ni siquiera en su propia casa estaba, aquellas flores que ya hacía un par de meses había hecho aparecer en su casa se empezaban a secar y eso que ni siquiera era estación fría.
—Buenas tardes, señor y señora de esta casa. Vengo a preguntar sobre el paradero de la joven Marinette.— cuestionó Adrien con tono respetuoso a los padres de aquella azabache, sin embargo, la madre no tardó en soltar una risa maliciosa.
—Eres el muchacho de la otra vez ¿no es así?— preguntó burlona.— El que apoyó a mi hija para defender a esos esclavos y después se la llevó.— sus expresiones divertidas y altaneras lo fastidiaban. Su madre y Marinette eran muy parecidas físicamente, seguro cuando era más joven a penas y se hubieran logrado diferenciar; sin embargo, no podían ser más distintas en personalidad, pues en la pequeña azabache no encontró jamás un acto de arrogancia justo como la mujer ahora se lo estaba mostrando.—Déjala ir, ella es un partido demasiado alto para ti, ella ahora es el consorte del dios de la destrucción; no le podría interesar menos un fugitivo como tú.
Así que esa era la forma en la que los mortales trataban a otros que no poseían ningún título. Tuvo el impulso de levantarse y mostrarles quien realmente era, pero ahora mismo la prioridad era encontrar a Marinette y lo haría mejor oculto.
—Ella no está con el dios de la destrucción.— se limitó a decir, con gesto serio mientras en el fondo aún se intentaba explicar cómo esa mujer que tenía frente a él había criado a alguien como Marinette. La mujer soltó una sonora risa.
—Cree lo que tú quieras; ellos dos están juntos y hasta se van a casar.— Adrien escuchaba con enojo a la mujer, quien no dejaba de hablar como si todo el logro hubiera sido suyo.— Mi hija y ese dios tendrán muchos hijos; por fin esta familia tendrá lugar en las escrituras de Grecia, al fin seremos vistos ante los dioses como algo más que simples mortales. Al fin esa niña sirvió de algo.
En ese momento Adrien ya no lo soportó más y se aproximó para tomar el cuello del vestido de la mujer, sin embargo antes de siquiera rozarlo se detuvo. Tenía que ser prudente. La mujer lo miraba asustada con sus ojos grises bien abiertos por el terror, la distancia entre los dos era tan corta que la madre de Marinette sentía la respiración exaltada del rubio sobre su hombro.
¿Cómo se atrevía a hablar así de ella? ¿Cómo su propia madre pudo haber tratado a Marinette como un objeto para escalar de estatus social?
Por eso Marinette le rogaba casarse, estaba asustada de lo que le pasaría si un día ella volvía a casa sin ningún título.
Asquerosa familia, asqueroso pueblo.
De repente sintió un objeto afilado clavándose en el costado de su torso, amenazando con penetrar su piel si hacía otro movimiento. Por supuesto no le haría ningún daño, es probable que ni siquiera lograra atravesarlo en primer lugar; pero eso no es algo que ellos debieran saber.
—Aléjate de mi mujer, sucio bastardo.— pronunció amenazante el padre de Marinette, cuyo físico a pesar de ser atemorizante realmente no era nada para él. Adrien retrocedió y lo miró con enojo, sintiendo tanta rabia contra ellos.
Parecían un par de ratas saboreando un banquete que aún ni siquiera les daba.
—No sé cómo ustedes dos se hacen llamar los padres de Marinette, cuando es claro que ni siquiera la ven como una hija.— la mujer pareció recuperar y a penas pudo abrir la boca fue para soltar palabras llenas de veneno otra vez.
—Aunque te duela. Mi hija será la esposa de ese dios.— Adrien se empezó a retirar de ahí, no le veía sentido a seguir platicando con esos dos idiotas.— Esta mañana él nos la ha traído a despedirse de nosotros, por fin se la llevará a sus aposentos.
Espera... ¿¡Qué!?
—¿Ha venido el dios de la destrucción con ella?— preguntó Adrien alterado, confundido, preocupado. Esto empezaba a tomar forma, pero tenía miedo de lo que pudiera significar para Marinette.
—Sí, y se les veía tan felices.— dijo con una enorme sonrisa.— ¿No lo crees, mi amor?— cuestionó a su esposo, quien no dejaba de observarlo a él intentando atemorizarlo, con una postura que hacía lucir más grandes sus brazos y una mirada que probablemente congelaría a cualquiera.
—Ya deberías irte, muchacho.— pronunció ignorando la pregunta de su mujer.
Adrien se le quedó viendo por una fracción de segundos preguntándose si alguna vez ese par de criaturas que tenía ahí vieron a Marinette como una hija, si alguna vez se preocuparon por ella más allá de sus aspiraciones, si alguna vez siquiera le dieron un beso de buenas noches para que no tuviera pesadillas.
Simplemente se fue, sin despedirse, ya habían dicho lo suficiente.
Tenía que ir al Olimpo, un asqueroso dios había tomado a Marinette usando su apariencia. Era algo bastante propio de Zeus, ese asqueroso no permitía que alguien más pudiera amar a alguien si no era a él.
No le sorprendía que siempre hubiera tantos rumores sobre dioses planeando traicionarlo.
Tenía que ir al Olimpo, fuera bienvenido o no, antes de que el infeliz se atreviera a tocarla siquiera.
—Pensé que Marinette estaba con usted.— reconoció esa voz que siempre se dirigía hacia él tan neutra, sin ninguna admiración pero tampoco temor. Regresó a verlo: Luka estaba parado ahí con un bolso de viaje y unos huaraches de buena suela.
—¿Sabes quien soy?— Luka asintió y empezó a caminar a su lado, con la mirada hacia enfrente y una semblante decidida. Había algo en su mirada, esos ojos azules exhalaban intensidad: estaba preparado para un largo viaje.
—Vi a Marinette esta mañana, y aunque venía contigo, lucía bastante intranquila; aunque sus padres ni siquiera lo notaron. Intenté acercarme a hablar con ella pero lucía bastante apresurada y no tardaste en tomarla del brazo y decirle que ya era hora de irse.—seguía sin verlo a los ojos, pero podía entender la razón de que Luka le estuviera contando eso.— Aunque, ahora que te veo de incógnito en la casa de su familia, puedo asumir que tú no eras el de esta mañana ¿no es así?
Adrien se relamió los labios, escuchar cómo habían sido las cosas lo hacía enfurecer: Zeus la había tomado como una posesión, como si fuera un juguete que le había arrebatado a otro niño.
—Pasamos la noche juntos, pero cuando desperté ella ya no estaba a mi lado.— al escuchar eso Luka tiró un largo suspiro frustrado. No faltaba mucho para que salieran del pueblo, así que podían hablar con mayor libertad.
Se talló la cara molesto y después de respirar profundo, bajo sus manos.
—Odié cuando se fue contigo.— admitió, por primera vez distinguió un tono de desagrado en él.— Nada personal, sólo que siempre que siempre la vieran como un obsequio a los dioses, y que al final ella terminara aceptando serlo.— sí, lo odiaba, era evidente; pero por la forma en la que lo expresaba, podía comprenderlo perfectamente.—Odio a los dioses, y no tengo miedo de decirlo ni siquiera frente a ti, ya no más.— esta vez dirigió su mirada directo a él, aunque era un simple mortal, sus ojos apasionados y determinados podían hacer flaquear a cualquiera.— Hacen mierda todo lo que quieran sólo porque no le encuentran valor a las cosas.
Hubo segundos de silencio, en donde ambos sólo se permanecieron viendo, donde las palabras no eran necesarias para expresar que, así como cuando Adrien y Marinette estaba juntos se demostraba que la divinidad y la mortalidad eran amantes, también existía ese lado, donde la mortalidad y la divinidad se observaban con envidia, como rivales.
Luka jamás vería a Adrien como alguien a quien venerar, mucho menos como un amigo.
—Confié en ti, dios; por primera vez decidí confiar en que un dios se preocuparía por un mortal, que la veía como algo más valioso que sí mismo. Vi el brillo en los ojos de ella y no vi que ella te viera como su superior, sólo que realmente te amaba ¿tienes una idea de lo que significa eso viniendo de ella?— sus palabras se clavaban en su pecho como espinas venenosas, pero también era algo que el de orbes azules necesitaba decir.
Adrien agachó la vista hacia el césped de ese campo, que hasta ese momento había comenzado a crecer con pena después de toda la destrucción que había causado antes.
—Tu interés por ella dejó una marca en nuestro campo, lo sé, pero el césped otra vez lo cubre y dentro de unas generaciones no habrá nadie que recuerde que este campo alguna vez se secó ¿Qué me dice que tú no harás lo mismo? Eres un inmortal, tienes toda una eternidad para amar a otros millones y eso será superfluo. Pero ella vivirá el resto de su vida miserable y su cuerpo irá siendo destrozado por un dios; todo porque tú permitiste que la metieran en todo este caos divino.— escupía con coraje, sintiendo piedras en sus pulmones y con el rostro hirviendo.
Adrien apretó los labios molesto. Por supuesto que entendía que el sujeto odiara a los dioses, pero si algo no permitiría es que alguien viniera aquí a poner en duda el amor que sentía por Marinette.
Luka pudo percibir como el verde de los ojos del rubio comenzó a brillar con más intensidad, como su rostro se endureció; pero no dio un paso atrás, estaba cansado de temer.
—Claro, no morir es una maldita bendición.— exclamó Adrien claramente molesto.— No tienes una idea de cuanto adoro no verle un fin a mi asquerosa existencia, ver como los demás me miran con miedo o con desprecio, saber que no pude hacer nada para impedir el camino en el que estoy.— su voz se tornaba cada vez más áspera, parecía que su garganta se raspaba.— Entiendo tu odio, mortal.— su posición era intimidante, era poco más alto que él y aunque no era alguien musculoso y su complexión era similar a la de él, sabía que jamás sería competencia para un dios.— Créeme, no hay nadie que odie más que yo el hecho de que exista la inmortalidad.
—Ella...— pronunció Luka más calmado.— Ella cree en tu amor.
—Lo sé.— respondió.— Quisiera no tener que verla morir, quisiera morir con ella.— dijo con sinceridad. Luka sabía que Adrien no había pronunciado las palabras "te amo"; pero eso había sido su forma de decirlo.— Mi deseo más lejano, es poder tocar su mano.
Luka entonces entendió todo.
¿Por qué un dios seguiría estando con un mortal al que no puede tocar, al que a penas y puede contemplar?
Había escuchado a los filósofos decir que el amor era ciego; él creía ahora que el amor era ausente de todos los sentidos, el de la vista, el del tacto. Así como se puede amar a alguien sin verlo, se puede amar a alguien sin tocarlo.
Luka sonrió.
—El sátiro me dio una nota antes de irse con la ninfa.— la sacó de su bolso.— Me dijo que no te dijera, pero creo que esperaba que lo hiciera a la vez.— soltó con una diminuta risa.— No sé leer pero mi hermana aprendió a hacerlo a escondidas, así que le pedí a ella que me lo leyera.
Adrien tomó la nota.
—Ella merece ser feliz.— leyó pensativo, con la mirada perdida. Luka le tomó el hombro al dios en un acto de confianza, como si fuera algo a lo que ya estuviera acostumbrado a hacer.
—Ahora que lo pienso no sé si era un mensaje para mí, o él me dio ese mensaje para que yo te lo diera a ti. Pero pienso que puede aplicar para ambos.— Adrien le sonrió.
—¿Ah sí?— Luka asintió.
—No me importa lo que me hayas dicho, dios de la destrucción, yo encontré a alguien que le ha dado un propósito a mi vida y no pienso dejarla sólo porque tú no me creas capaz.
Era valiente, un hombre muy valiente; y sin duda, estaría contento de volver a verlo otra vez algún día.
—Sólo dime Adrien.
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