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La loción de Gabriel se encerraba con las ventanas arriba. No era un ambiente desagradable, para nada, tan solo le parecía importante reconocer que ese aroma estaba revolviéndole el estómago. ¿Mariposas, indigestión, reflujo...? Sabía la fuente, pero ahora quería identificar la consecuencia.
—¿Estás bien? —preguntó Gael dándole una miradita por el rabillo del ojo.
—Sí, sí... bajaré un poco la ventana —respondió antes de colocar su dedo en el botón correspondiente para dejar entrar una ráfaga de viento frío—. Mejor.
El silencio volvió a hacerse en el auto, pero pronto se vio amortiguado por el ambiente. Una deliciosa canción, el clima que ahora se sentía templado. El persistente y tenue aroma de la loción de Gabriel, y su presencia, que no podía ser definida con otra cosa que no fuera... cómoda, hogareña, agradable.
—Bueno —trató de interrumpir su propia ola de pensamientos—, gracias por haber aceptado.
—Es un gusto —respondió el chico sonriendo con la mirada—. En realidad lo es, no hay por qué agradecer.
Por un instante, tuvo un pensamiento contradictorio, porque ella sabía que en realidad sí había. Lo había porque nadie nunca salía con ella. Era tan extraña y difusa la línea, que en realidad no sabía si era porque ella no quería o porque ellos no lo preferían.
—Quería ir a ver algunos accesorios para celular —dijo la chica. Sentía la necesidad de explicar la razón por la que lo había invitado a la plaza y sus intenciones con él.
Gabriel no dijo nada más. Tan solo emitió una cálida sonrisa y permitió que el hermoso ambiente volviera a tomar protagonismo.
Vaya, probablemente sería más difícil de lo que creía. Además, todas las preguntas que requería para su plan necesitaban en absoluto de una personalidad más abierta, ella estaba jugando a la chica introvertida y no sabía cómo atacar con todas las dudas que tenía en el bolsillo.
El resto del camino fue igual de tranquilo. Llegaron al estacionamiento y, nuevamente, su estómago dio un vuelco.
Ella no era alguien de plazas comerciales, no le gustaba demasiado el ambiente, ni las ofertas, las luces que eran demasiado llamativas y el ruido, sobre todo el ruido. Todo siempre estaba abarrotado de gente y uno necesitaba una compañía lo suficientemente interesante como para que todo lo anterior no te molestara. Sentía que esta vez tenía ese tipo de compañía.
La Navidad estaba cercana, así que la plaza decidió que también se vestiría con ese aire cálido y hogareño. Los abrazaba también entre el delicioso aroma a las panaderías y el de los comercios que ofrecían productos especiales con aromas de la temporada.
Jenny se fue directo al mapa de la plaza para buscar la tienda de accesorios, pero pronto, Gabriel le colocó una mano en el hombro.
—¿No te gustaría que la buscáramos nosotros? Así podríamos pasear y charlar.
Claro, claro, ese era el objetivo de todo. Charlas, sacar más información.
—Sí, lo siento, a veces soy un poco apresurada —respondió la chica con amabilidad.
Y así inició la primera vuelta, porque parecía que iban eligiendo, sin querer, el camino más largo para subir de piso. En la planta baja, los colores, las personas, el ambiente, todo era justo como en un cuento de hadas. Jennifer sentía la compañía de Gabriel tan cerca, que empezó a confundirlo también con las luces navideñas, con el delicioso aroma, con las chispas de las fiestas.
—Y... ¿qué es lo que estudiaste? —preguntó la chica tan solo para volver a romper el ambiente.
—Bueno, pues... contabilidad, igual que tú, me imagino.
Por supuesto, ambos eran contadores en la empresa. Qué pregunta, ¿sería acaso que estaba perdiendo el toque? Claro, quizá se debía al estrés que había sufrido en la exposición... aunque esa tampoco salió como esperaba.
Diablos, es que... ¿qué le sucedía?
—Pero me alegra que preguntaras tú, porque los contadores no somos muy queridos en todos lados. —Ahora él fue el que interrumpió su propio tren de pensamientos.
—¿Cómo?
—Sí, no somos de las profesiones más queridas.
—Pero, ¿por qué? Nos encargamos de las cosas verdaderamente importantes.
Gabriel sonrió de nuevo, para indicarle que estaban en la misma página. Ese tren de sobrepensamiento que siempre la perseguía, pronto empezó a disiparse, con la risa del chico como un soplahojas.
—Bueno, generalmente las personas no adoran aquello que acompañe la palabra "impuestos", ¿me entiendes? Además, nadie es fanático de los números, supongo que son demasiado cuadrados, demasiado...
—Desafiantes —dijo la chica, sin querer, sacando su tono natural.
Gabriel sonrió un poco y después la miró interesado.
—La gente no es tan tonta como solemos pensar, eso es algo que he aprendido. No creo que los números los intimiden por complicados, sino por inflexibles.
—Es la magia de los números, no dejan espacio a cosas...
En ese instante percibió el tono que le estaba dando a todo y recuperó el aire tímido que fingía.
Gabriel volvió a guardar silencio. Ella lo entendió, y sabía que lo había notado, pero que no le molestaba. Probablemente lo había atribuido a que ganó su confianza y entonces podía dejar ver un poco de su verdadera personalidad.
—Los números son muy buenos —concluyó ella dirigiendo su mirada a otro lado para que no notara que algo la estaba atravesando justo en el corazón en ese instante.
—Concuerdo, los mejores.
Lograron cruzar la planta baja sin que esa aura de tranquilidad los dejara y después subieron las escaleras eléctricas.
Definitivamente algo le estaba pasando, porque estaba fluctuando entre su verdadera personalidad y la personalidad que había construido alrededor de Jenny.
Nunca le había resultado difícil, pero con Gabriel, le causaba dolor de cabeza pensar en intercambiar las personalidades todo el tiempo; así que decidió una cosa... haría una mezcla de ambas. Así podía relajarse un poco más y obtener la información que...
—¿Te gustan los churros?
—¿Qué? —Nuevamente la había sacado de su zona.
—Te invito a comer unos, sé que aquí preparan un chocolate delicioso.
Gabriel señaló un local cercano y ambos se acercaron. Jennifer notó el nombre de la churrería. El corazón se descontroló.
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