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El hombre jugaba con el martini preparado. En realidad, a Santoro lo había conocido por coincidencia. Ninguno revelaba jamás la totalidad de su vida, porque así era como se manejaban; sin embargo, en ese tiempo habían logrado algo cercano al aprecio. Eran, prácticamente, la única familia que conocían.

—¿En cuánto tiempo crees tenerlo listo? —preguntó el hombre dejando finalmente la copa a un lado.

—Bueno, es una exposición temporal, por lo que tenemos que actuar rápido. 

—¿Cuánta gente necesitas?

—Mucha... muchísima. Este será uno de los golpes más importantes, es un lugar llamativo —dijo la chica pensando en la escena—. Aunque... creo que se me acaba de ocurrir la manera perfecta. ¿Para el sábado es muy tarde?

—Es jueves —respondió Santoro riendo—. Nunca decepcionas. Oye, luces cansada. ¿La vida de oficina es más demandante que la de "La Rosa Negra"?

Jenny soltó una risa recordando a Gabriel. Por supuesto que ningún retén de seguridad, ningún museo, ningún edificio, ninguno de los trabajos que había tenido que ejecutar; ¡nada había sido tan aturdidor como ese chico en el primer día de conocerse!

—La vida mundana no es para cualquiera.

El hombre le dirigió una sonrisa cómplice y después acarició a los caninos para salir.

🖤

—¿No tienes plan para el fin de semana? ¡Pues en este video te cuento todo sobre la exposición D'Martis! ¡Sí! ¡Una experiencia nunca antes vista en la Ciudad de México! Aquí podrás encontrar las creaciones de Annabel D'Martis, la diseñadora de joyas que está rompiendo el mundo de la moda. ¡Toma nota, porque estará solo por una temporada en la Torre Latino! ¡Habrá spots para fotos, recorridos guiados y unos canapés muy coquetos con la forma de las gargantillas. ¡No te lo puedes perder! ¡Sígueme para más eventos como estos!

—Sin TikTok, equipo. ¡Vamos a trabajar! ¡Ya es viernes, último día y a descansar!

Alberto bloqueó su teléfono después de darle "me gusta" al video. Sabía que no iba a ir, pero amaba ese tipo de cuentas, casi tanto como Jennifer amaba haber escuchado sobre la exposición D'Martis en el trabajo.

Observaba su Excel con una concentración fuera de lo normal. Tenía en mente todos los pasos que seguiría... Aquella era justo el tipo de misión que le encantaba. Complicada, ambiciosa y perfecta para una mente maestra como la suya. Ya tenía el general del ataque, ahora solo faltaban los detalles. Miró a su alrededor antes de sacar una libreta de su cajón. Tomó la pluma y anotó hasta arriba un símbolo.

—¿Quieres pollo?

—¡Ah! —Jennifer giró el cuaderno asustada. Cuando se tranquilizó, observó a Gabriel admirándola con culpa desde la parte de arriba de su cubículo.

—Ay, perdón. Es que voy a pedir pollo y quería ver si querías. No fue mi intención. —Otra vez esa mugrosa sonrisa.

Jennifer estaba a dos segundos de levantarse y gritarle toda su sentencia, pero tenía que mantener el papel, de nuevo. Se colocó el cabello tras la mejilla y provocó un sonrojo en sus mejillas (le había tomado meses aprender esa habilidad).

—Lo siento, es que... estaba escribiendo algo personal —aclaró con voz apenada—. No me sienta bien el pollo, traigo mi propio almuerzo.

—Claro, y... perdón de nuevo, Jenny.

En cuanto el chico desapareció de su vista, giró los ojos. ¿Cuánto tiempo iba a estar ese tonto ahí?

Ese segundo día no iba tan bien como había planeado. Ella había predicho que el chico nuevo haría muchos más amigos, pero no consideró que eso no la libraría de él. Al contrario, siempre quería incluirla, ya fuera con el pollo, un helado al salir de la oficina, o cualquier tontería que involucrara aparecer por encima de su cubículo como un títere de programa infantil.

Afortunadamente, ella podía zafarse de todos los planes del nuevo grupo con la infinita lista de excusas que tenía guardada. Eso, un grupo. La oficina nunca había sido uno. Era como si Gabriel fuera ese campo magnético, ese chicle que los unía a todos poco a poco.

—Es un tonto, ni si quiera se peina bien —decía Jennifer en voz alta mientras lavaba los trastes en su apartamento. 

Azotó el sartén que tallaba provocando un ruido seco. Cómo era posible que un chico como él hubiera entrado a una empresa así. Claro, no es como que fuera la empresa más importante y prestigiosa de la Ciudad de México. Pero si algo tenían en común todos los empleados y, además, resultaba un atractivo para su coartada de vida, era que cada uno era seco como papa en el refrigerador.

Gabriel, por el contrario, era muy diferente. Siempre brincoteando por ahí, haciéndole conversación a todos. Explotando los pasillos con bromas ingeniosas y música que colocaba en los descansos, dentro del comedor de la empresa. Hasta Érica, que era la papa menos seca del grupo (¡de nuevo ese "grupo"!) parecía haber revivido con la presencia del chico.

—Tal vez convenga... ponerle unas trabas, ¿no lo creen?

Las mascotas de Jennifer movieron sus orejas al mismo tiempo y recargaron las cabezas en el sillón.

—Oh, no me miren así, lo merece por entrometido. Sí. Para final de mes debe quedar sin trabajo.

No pensaba que fuera algo plenamente egoísta, porque dependía de su discreción el tiempo que ella pudiera durar como una civil.

Después de limpiar todo su apartamento se fue a su cuarto. Todo el sitio estaba decorado de manera muy minimalista. Odiaba los detalles innecesarios, la romantización de lo que no era romantizable (según ella). Por eso, sus almohadas eran simples, su habitación estaba pulcra y tan solo contenía lo necesario.

Ya con la pijama puesta, se colocó en el pequeño escritorio que yacía al lado de la cama. Quería darle los últimos detalles a su plan. Abrió el cuaderno que había cerrado de golpe en la oficina para comenzar. Anotó hasta arriba: "D'Martis" para plasmar todo lo que tenía en la mente para esa misión... aunque la concentración se le iba de vez en cuando. ¿Cuál sería la mejor forma de lograr que despidieran a Gabriel? ¿Debería ser algo sencillo, como un robo al material de la empresa? ¿O algo más serio, como desvío de fondos?

Chocó la punta de la pluma contra el papel y aquello la despertó. Movió su cabeza y se recordó el enfoque. De nuevo estaba pensando en Gabriel.

🖤

Llevaba unos quince minutos escribiendo y dibujando, cuando se levantó por un poco de café.

Se recargó en el filo de su barra para permitir que la cafetera funcionara, y mientras lo hacía, le dejó a su mente volver al tema del chico nuevo.

Probablemente, un desvío de fondos provocaría que hicieran investigaciones en la empresa que no le convenían. Algo que podría provocar más problemas que soluciones. No, era mejor algo más tranquilo.

—¿No pueden ir a morderlo? —cuestionó la chica a sus mascotas mientras le daba un vistazo a la cafetera—. No puedo creer que ese sea el plan que más trabajo me cueste pensar.

Y así era, porque en definitiva, la exposición de joyería se había vuelto pan comido. Apenas habían pasado otros veinte minutos para que todo quedara listo para ese mismo fin de semana.

Ahora tan solo quedaba poner manos a la obra.

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