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El vino en la impecable copa de Jenny fluía junto a sus preocupaciones. Ya se había puesto la pijama y tenía a Max y a Pícaro recargados en sus piernas. Resopló para cortar el aire con su existencia, como intentando dejar huella en la misma.

—No se imaginan el día que tuve —les dijo a sus amigos dando otro profundo trago.

Aquello era absolutamente cierto. Todas las conversaciones, las miradas y los chismes de corredor se habían centrado en la pequeña explosión de la chica. Eso la tenía inquieta. Ya llevaba años en ese trabajo y su única misión de mantenerse con bajo perfil comenzaba a verse en peligro.

Se hundió en el sillón mientras la televisión hablaba sola. Necesitaba ruido de fondo para poder bajar la intensidad de sus pensamientos. Ahora, ¿cómo se desharía de Gabriel y de todas las miradas que la reconocían como cercana?

De pronto, algo llamó la atención de la chica en el televisor. Los colores que se movían rápidamente, y aquellos ruidos estridentes, cumplían a la perfección con la tarea de captar la mirada de quien estuviera cerca de la pantalla. Volvió a acercar su copa al tiempo que leía el nombre del nuevo programa: "¡Sartenazo!".

Rió después de terminar el último trago. Siempre creyó que eran absurdos los nombres para los programas de televisión, pero ese en especial, le parecía casi irreal.

—Tal vez llegó la hora de dormir. —Jennifer se estiró para tomar el control.

Apenas la imagen desapareció de sus ojos, el reflejo que estaba detrás de ella se hizo ver. Era Santoro, que la observaba con una sonrisa tranquila y los brazos detrás de la espalda.

—Qué relajantes vacaciones, parecen —expresó el hombre acercándose al sillón—. Aunque... creo que no durarán tanto como lo proyectabas.

—¿De qué estás hablando? Te dije que no me sentía en forma.

Jennifer se levantó del sillón, mientras que Max y Pícaro le traían un par de juguetes a Santoro para llamar su atención.

—Lo sé, pero un nuevo cliente me ha contactado. Este parece ser un poco diferente.

—¿A qué te refieres?

—No me creas mucho... pero tengo la sensación de que tiene algo grande planeado. —Santoro se sentó en uno de los sillones individuales que tenía la chica—. Tiene un encargo para ti, sin embargo, sospecho que solamente es una prueba para ver si eres capaz de cumplir sus expectativas.

Jennifer se quedó mirando un momento a la nada. ¿Sería momento de volver?  Acomodó su cabello enmarañado, al tiempo que tomaba uno de los juguetes de sus perros para lanzarlo.

—¡Tráiganlo, pequeños! —gritó con voz juguetona—. Necesito pensarlo, ¿cuánto tiempo tengo?

—Mañana tienes que darme una respuesta.

Max y Pícaro corrieron hasta el fondo del departamento para regresarle los juguetes a la muchacha, sus ojos brillantes siempre llegaban justo al corazón de la chica.

—Bueno, pero necesito un favor a cambio de tu parte. 

Santoro se acomodó los guantes de cuero que portaba. Jennifer jamás pedía favores, así que le pareció que estaba a punto de escuchar algo muy importante.

—Quiero que investigues todo sobre ese chico.

—Oh —soltó el hombre decepcionado, riéndose por lo bajo—. Han sido unas excelentes vacaciones, me imagino.

—No, no. No es nada de eso... sabes lo peligroso que sería tener a alguien en este negocio. Tan solo quiero saber sus puntos débiles. No me gusta admitirlo, pero creo que se está saliendo de mis manos.

—¿La Rosa Negra no puede hacer un trabajo tan sencillo como ese?

Jennifer dejó de acariciar a sus mascotas y colocó las manos en la cintura suspirando.

—Créeme que lo intenté, solo hazme ese favor. Yo te haré el favor de pensarlo.

—¿Quieres intercambiar un "tal vez" por un "sí" absoluto?

—Quiero intercambiar un favor por otro —concluyó la chica—. Tengo que descansar. Mañana te diré mi respuesta.

—¿Su nombre?

—Gabriel Torres.

Santoro acarició a Max y a Pícaro, como siempre, y se encaminó hacia la puerta. Ella se dejó caer sobre su largo sillón, al tiempo que escuchaba los chillidos de sus mascotas porque el hombre se había ido.

Sí, esa era una mejor idea. Él podría averiguar todo sobre Gabriel y así se lo quitaría de encima. En cuanto a volver de las vacaciones... Le parecía demasiado pronto, pero de alguna forma extrañaba la acción. Esa adrenalina que corría por sus venas al cumplir con lo que le encargaban. Tal vez era el destino, diciéndole que ya era tiempo.

🖤

Por la cabeza de Jenny aún rondaban las posibilidades que tenía que poner sobre la mesa. El clima de aquel día era particularmente bueno. Las nubes se asomaban como esponjosos espías que la hacían sentir segura, protegida.

El trayecto hizo juego con el clima. Casi no fue aplastada en el metro y los gestos de las personas estaban relajadas. Nadie le dirigió una sola palabra, lo cual anotó aún más puntos favorables.

Parecía que todo iba de lo mejor, hasta que se sentó en el escritorio, y sobre el mismo, notó un pequeño chocolate con la nota "lo siento". Giró los ojos sin miedo a ser notada y abrió el cajón que tenía a un lado para tirar dentro el chocolate.

Por encima del monitor alcanzó a ver la mirada curiosa de Gabriel que se escondía de nuevo. Jenny se levantó del asiento y decidió ir al baño para volver a su centro.

—Estúpido niño —soltó mientras se volvía a mojar el rostro.

Tener maquillaje a prueba de agua tenía sus ventajas, entre ellas, poder tener esos breves momentos de crisis existenciales sin arriesgar el look impecable. Extrañaba maquillarse con tonos borgoña para las misiones. Claro, le parecía una locura arreglarse tanto para algo en donde nadie se fijaría en esos detalles; pero le gustaba ser La Rosa Negra, arreglarse para serlo, perfumarse para serlo. Mientras se observaba en el reflejo, tan solo veía a Jenny, a esa débil e insignificante Jenny.

—Buenos días —dijo Érica mientras entraba al baño.

—¿Qué tal?

—Oye... lamento mucho que hayas sentido que todos nos entrometimos de más.

Érica era una persona muy agradable, lo que le dificultaba no resultar hostil si respondía con menor amabilidad. Suspiró con suma discreción para calmarse antes de articular palabra.

—No, discúlpame tú a mí. Creo que fui muy dura con todos —mintió, sujetando el borde de su blusa.

—¿En serio? Bueno, creo que tenías toda la razón para molestarte —comentó Érica contenta de que todo se hubiera arreglado—. Entonces, ¿no estás molesta con Gabriel?

Jennifer intentó mirarla con suavidad, pero falló sin duda, porque su compañera miró al suelo con vergüenza.

—Ay, lo siento. Es justo lo que nos trajo problemas y yo sigo preguntando. ¿Amigas?

La mano de la otra mujer estaba frente a ella. Cerrar ese trato era, nuevamente, acercarse a las personas de la oficina. Sin embargo, no había manera en la que pudiera librarse de ese instante sin atraer aún más atención por haber pasado de ser la dulce y tímida Jenny a ser la horrible y fría chica de contabilidad.

—Amigas —dijo al fin, estrechando la mano.

Regresó al trabajo con la esperanza de que las cosas se fueran calmando. Pero el aire continuaba con ella como la protagonista, cuando debía ser el personaje secundario. 

Echó la cabeza para atrás mientras buscaba en el escritorio el cargador de su celular. El día perfecto se terminó de arruinar, porque el conector del mismo dejó de funcionar. Dio un golpe con el pie en el piso y lo botó de un movimiento a la basura.

Levantó la vista , para verificar que nadie hubiera atestiguado aquel movimiento, pero los únicos ojos que detectó fueron los de Gabriel escondiéndose asustados.

El chico regresó a su sitio y esperó unos breves minutos antes de asomarse una vez más. Esta vez, la joven ya no se encontraba en su sitio. 

—¿Buscabas a alguien? —dijo la voz de Jennifer detrás de él.

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