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"No siempre ganamos, a veces tenemos que entregar una parte de nosotros por los que amamos; el día que seas capaz de hacer eso, serás un verdadero héroe."


El hombre de cabello largo y blanco cortó el pepino con una velocidad indescriptible, ni siquiera lograba ser tocado por el viento. La mitad inferior de la verdura salió volando con un corte perfecto y el hombre guardó de nuevo su katana, haciendo una ligera reverencia.Alex suspiró y tomó un poco de aire para absorber los aromas frescos del jardín de su abuelo.El más viejo miró de reojo a su nieto.—Alexander, sujeta bien la katana, no me hagas quedar en ridículo.El abuelo de Alexander era un ex miembro de la Hermandad de los Ángeles, un grupo de seres celestiales que se encargaban de combatir el mal en el planeta. Él se dedicaba a instruir y preparar a su nieto para que se convirtiese en un gran miembro al igual que su padre.
—¡Quintana, reacciona! —gritó el hombre y le dio un zape al adolescente al escucharlo reír burlón—. Entiendo que seas un jovencito distraído, pero si no me pones atención terminarás igual que tus padres.
La expresión del chico rubio cambió por completo, era claro que todos sus pensamientos se habían esfumado. La madre de Alexander había sido asesinada por la Hermandad de los Demonios cuando el padre y el abuelo de Alexander perdieron una importante misión. Años después, el progenitor del adolescente se reencontró con su amada esposa en algún lugar; si es que existe algo más allá de la muerte.
Alexander miró al hombre de mala gana y tomó una de las piñas para rebanarla de una manera casi tan perfecta como su abuelo lo había hecho.
—No tienes porqué recordármelo.
—Parece ser que sí, es la única forma en la que dejarás de ser un niño malcriado.
—No soy un niño —contestó el rubio con una mirada profunda de color gris.
El hombre de canas sonrió incrédulo y volvió a su expresión completamente seria.
—El dolor te hace fuerte, Alex; el dolor te hará ser un hombre. —Tomó fuerte sus hombros y lo enderezó para colocar sus manos en el mango de la katana en la posición correcta. —Fallaste por dos grados, jamás cortarás gargantas de esta manera.
—Mi intención no es cortar gargantas. Jamás perteneceré a la Hermandad de los Ángeles.
—Lo tienes que hacer por tu familia, por los que amas. Estás destinado a grandes cosas y tienes una buena sangre, no la desperdicies en caprichos. La muerte siempre existirá y es dolorosa, aprende a domarla, hazla tu musa, aprende a acariciarla lentamente. —El hombre le cerró los ojos—. Siente el viento, las almas que se han ido... dales justicia. Algún día serás un gran Ángel, estoy seguro de eso.

[...]
Alexander acomodaba las velas, encendiéndolas una por una, haciendo que se desprendiera el ligero olor a canela que impregnaba el suelo de madera.
El rubio se acercó a la ventana y vio pasar corriendo a un grupo de niños que reía y jugueteaba con largas bufandas cubriéndolos. Sin duda, la época navideña era su favorita, ya que su abuelo Shatze, como él le llamaba, preparaba una sopa especial que solo los Ángeles sabían preparar; era una sopa que curaba y purificaba el alma por completo antes de cualquier guerra, pero algunos la tomaban a finales de año como un ritual para futuras misiones.
Alex notó el sonido chillante que producía la tetera anunciando que esta estaba lista. El rubio se acercó y la retiró de la flama baja con un pequeño trapo.
—Shatze está tardando mucho en llegar... —pensó. Se asomó de nuevo por la ventana y esta vez solo estaba lleno de nieve y un silencio sepulcral envolvía las calles apenas visibles. Algo no estaba bien, podía sentirlo. Tomó una chamarra y salió de la casa en busca de su abuelo.
Conforme Alexander avanzaba, el ruido se hacía presente y las luces de las ambulancias igual. La gente hablaba alrededor de un auto. Una mujer y su hijo se encontraban dentro de un vehículo, por suerte el pequeño se había salvado, pero su madre se encontraba sin vida, y el otro auto estaba de cabeza. Alexander se acercó para ver lo que sucedía cuando vio a su abuelo cubierto de sangre, sin duda una muerte bastante trágica para ambos conductores.
—¡Shatze! —gritó Alex al ver al hombre, pero en ese momento despertó sentado en la mesa. —¿Ugh? ¿Shatze? —La tetera de nuevo hacía ese sonido tan chillón que lastimaba a Alexander. El reloj marcaba las 10:17 p.m.
El rubio se levantó y revisó los cuartos para ver que su abuelo no se encontraba ahí, y nada. Miró hacia la puerta y salió corriendo hacia el lugar del accidente, pero esta vez aún no llegaba la ambulancia ni había tantas personas.10:22 p.m.
Alex despertó de nuevo, esta vez no esperó y salió corriendo a esa calle; esa calle llena de humo. Miró su reloj, marcaba 10:20 p.m., su abuelo intentaba hablar, pero ya no le quedaban fuerzas.
—¡Shatze! Contéstame, por favor —gritó Alexander, tomando su mano y llorando desconsolado. El ciclo se repitió tres veces, pero nunca lograba llegar a tiempo. —Si tan solo pudiera detener las horas, si tan solo pudiera llegar unos segundos antes... No puedo, lo siento... Shatze... —susurró lo último y despertó. 10:17 p.m.
El chico se levantó rápidamente y antes de abrir la puerta escuchó unas notas en el piano. Se mantuvo quieto y en silencio, cuando escuchó una voz profundamente grave.
—Alexander Quintana... —El hombre dejó de tocar y sonrió con un aire de arrogancia.
El adolescente se estremeció al escuchar esa voz y se dio la vuelta lentamente para encontrarse con esa gran sonrisa acompañada de unos colmillos bastante afilados.
—Es un gusto, no había tenido el placer de conocerte. —El ser majestuoso se levantó y se acercó al muchacho—. Sin duda, eres igual a tu padre.
—¡¿Usted quién es y qué hace aquí?!   —preguntó el rubio a la defensiva.
—Veo que estás teniendo problemas con tu querido abuelo, ¿no es así?
El rubio frunció el ceño y notó un colguije en el cuello del hombre alto.
—La Hermandad de los Demonios... —susurró el menor.
El hombre llamado Kajfall lo miró con arrogancia y rio.
—Sabes que jamás podrás llegar a tiempo, ¿verdad? —Levantó una ceja con una sonrisa burlona.
Alexander se abalanzó contra él y le dio un puñetazo.
—¡¿Tú provocaste esto?! ¡Eres un maldito!
Kajfall soltó una carcajada y negó al sentir el pequeño puño.
Alex notó que su puñetazo no había sido suficiente, así que comenzó a lanzar rápidos golpes cada vez más fuertes con la intención de sacarle el aire y dejarle algún ojo morado, pero fue en vano.
El hombre detuvo su puño.
—¿Piensas lograr algo con esto? Tu abuelo se está muriendo ¿y en serio piensas lograr algo con tus ridículos golpes? —rio.
Alex lo observó unos segundos con la mirada llena de frustración y cayó de rodillas.
—Haría lo que fuera... por tan solo... salvarlo y salvar a esa mujer con su pequeño hijo... —Comenzó a sollozar. No importaba que fuera de la Hermandad de los Demonios, no le importaba que esos hombres hubieran matado a sus padres, solo quería despertar antes de las 10:17 p.m.
—Que pena me das, un hijo de los Quintana y te estás arrodillando, se nota que no has aprendido nada. Puedo ayudarte, pero te costará muy caro.
Alex se levantó y limpió sus lágrimas.
—Haré lo que sea, daré lo que sea.
—Bien, que bueno que lo dices. Dame tus alas y tu abuelo estará sano y salvo.
—¿También esa mujer?
—Así es, todos se salvarán, solo tienes que renunciar a esto y todos estarán bien.
El menor lo miró con confusión, era una idea bastante loca, sus alas, renunciar a ellas era renunciar a su propia naturaleza, a su familia y su destino. "Tenemos que entregar una parte de nosotros por los que amamos; el día que seas capaz de hacer eso, serás un verdadero héroe." Retumbaron las palabras de su abuelo en su mente de cuando tenía 13 años; unas palabras que jamás olvidaría.
El chico asintió y cerró los ojos.
El mayor le dio la vuelta para pegarlo contra la pared y arrancarle la camisa, dejando sus alas expuestas.
Alex apretó los puños y soltó un grito desgarrador al sentir que perdía sus alas y su alma, no le importaba, solo deseaba salvar a su abuelo, a la última persona que le quedaba en el mundo.
Despertó y miró el reloj 10:13 p.m. Se levantó rápidamente y miró al espejo las cicatrices en su espalda, siendo la marca de lo que alguna vez fue: un ángel de buen corazón, digno de proteger a los más débiles.
El chico corrió como si no hubiese un mañana y llegó hasta la calle en la que se encontraba su abuelo. El auto dio vuelta y, unos segundos antes de la colisión, Alex le llamó al hombre con una gran sonrisa.
Su abuelo lo miró y sonrió.
—Muchacho ¿Qué haces parado ahí? —gritó desde el auto y Alex suspiró aliviado; el entregar parte de él había salvado a su abuelo y a la madre del niño.

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