27
Amor y Odio en el Desierto de Atacama
Me llamo SeokJin, y soy de Seúl, Corea del Sur. Todo comenzó cuando decidí hacer un viaje al desierto de Atacama en Chile. Quería un cambio de escenario, algo completamente distinto a las bulliciosas calles de Seúl. Además, siempre había querido ver esas impresionantes vistas desérticas que veía en las fotos de Instagram. Y ahí estaba, SeokJin, el chico de Seúl que apenas podía pronunciar "empanada" correctamente.
El día que llegué, el aire seco y el calor me dieron la bienvenida. Me puse mi chaqueta de invierno (sí, en el desierto, no juzgues, puede hacer frío en las noches) y una sudadera blanca que combinaba perfectamente con la arena. Estaba sentado en el capó de un Jeep, bebiendo agua y admirando el paisaje. Justo cuando empezaba a relajarme, la vi.
Ella apareció como un tornado de arena, moviéndose con gracia pero con la fuerza de un huracán. Se llamaba Natalia. Era chilena, con una sonrisa que podía derretir el hielo en la Antártida. Pero no te dejes engañar, detrás de esa sonrisa había una personalidad tan afilada como el borde de una hoja.
—¿Así que tú eres el coreano que vino a perderse en el desierto?— dijo con una sonrisa burlona mientras se apoyaba en mi Jeep.
—Sí, pero no me he perdido. Simplemente estoy explorando... y tal vez tomando el sol un poco—, respondí, tratando de sonar despreocupado.
—Explorando, claro. ¿Sabías que este lugar tiene algunas de las noches más frías de Chile?— me dijo, levantando una ceja.
—Nada que una buena chaqueta no pueda solucionar—, dije, levantando mi botella de agua en un gesto de brindis.
Resultó que Natalia era mi guía turística. Al principio, chocamos como el agua y el aceite. Yo era el chico tranquilo de la ciudad, y ella era la aventurera intrépida que conocía cada rincón del desierto. Su naturaleza directa y su actitud de "sé más que tú" me sacaban de quicio.
Ella amaba burlarse de mi acento y yo disfrutaba sus intentos fallidos de usar palillos. Cada salida era una aventura, cada conversación una batalla de ingenio.
—¿Sabías que en Corea el arroz no se come con cuchara? —le dije.
—¿Sabías que en Chile no nos importa? —respondió ella sin perder el ritmo.
Un día, mientras caminábamos por las dunas, Natalia me contó una historia sobre un oasis secreto. Su tono era burlón, pero algo en su mirada me decía que era una invitación.
—¿Te atreves a buscarlo?— dijo, sus ojos brillando con desafío.
—¿Por qué no? Podría ser interesante... o al menos una buena historia para contar cuando vuelva a casa—, respondí, intentando parecer desinteresado.
La búsqueda del oasis se convirtió en una aventura llena de malentendidos, bromas y situaciones absurdas. Natalia y yo discutíamos por cualquier cosa: la dirección correcta, la cantidad de agua que debíamos llevar, hasta la manera correcta de subir una duna. Pero entre todas esas discusiones, empezamos a conocernos mejor.
En una noche particularmente fría, mientras mirábamos las estrellas, Natalia rompió el hielo.
—¿Sabes? Eres bastante divertido para ser un chico de ciudad—, dijo, con una sonrisa sincera.
—Y tú no eres tan mandona como pareces—, respondí, guiñándole un ojo.
Nos reímos juntos, y esa risa fue el comienzo de algo más profundo. Cada día que pasábamos juntos en el desierto, nos acercábamos más. Las bromas se convirtieron en conversaciones sinceras, y las discusiones en risas compartidas.
Finalmente, encontramos el oasis. Era un pequeño paraíso escondido, con agua cristalina y vegetación exuberante. Nos miramos y supimos que habíamos encontrado algo más que un simple oasis; habíamos encontrado una conexión real.
Esa noche, bajo el cielo estrellado del desierto de Atacama, Natalia y yo nos acercamos más que nunca. La pasión que había crecido entre nosotros se desbordó en un beso que parecía detener el tiempo. Nos abrazamos, sintiendo que, a pesar de nuestras diferencias, habíamos encontrado algo especial en medio del desierto.
Los días pasaron como si fueran minutos, y cada aventura en el desierto se volvió una página más en nuestra historia de amor. Pero, como toda buena historia, la nuestra no estuvo exenta de momentos ridículos y absolutamente cómicos.
Un día, Natalia insistió en que exploráramos una cueva oculta que, según ella, tenía petroglifos antiguos.
—Es una experiencia única en la vida—, dijo, sus ojos brillando de emoción. —Solo ten cuidado con las serpientes.
—¿Serpientes? ¡Perfecto! Justo lo que siempre quise: ser mordido por una serpiente en medio del desierto—, respondí, tratando de mantener un tono a lo Peter Parker.
—Relájate, SeokJin. Solo sígueme y estarás bien—, dijo, dándome una palmada en la espalda.
Llegamos a la entrada de la cueva y Natalia me entregó una linterna.
—Tú primero, valiente explorador.
Avancé con cautela, iluminando el camino delante de nosotros. Todo iba bien hasta que escuché un ruido extraño detrás de mí. Me giré rápidamente y, en mi pánico, terminé golpeándome la cabeza con el techo bajo de la cueva.
—¡Auch! ¿Qué fue eso?— exclamé, frotándome la cabeza.
Natalia se dobló de risa.
—Es solo un murciélago, SeokJin. No va a comerte.
—Genial. Ahora estoy en una película de terror—, murmuré, mientras seguía adelante.
—O quizás un K-drama—, se carcajeó ella.
Finalmente, encontramos los petroglifos. Eran impresionantes, y por un momento, el dolor de mi cabeza quedó en el olvido.
—Vale, esto es realmente increíble—, admití, admirando las antiguas figuras grabadas en la roca.
—¿Ves? Te dije que valdría la pena—, dijo Natalia, sonriendo triunfalmente.
Decidimos descansar un rato antes de volver. Mientras comíamos un bocadillo, Natalia me miró con una expresión traviesa.
—¿Sabes? Creo que deberíamos hacer una carrera de regreso al Jeep—, sugirió.
—¿En serio? Después de todo esto, quieres correr—, dije, arqueando una ceja.
—Vamos, SeokJin. ¿O tienes miedo de perder contra una chica?— provocó Natalia.
—¡Acepto el desafío! Pero si gano, me debes una cena—, respondí, poniéndome de pie rápidamente.
—Trato hecho. Pero si gano yo, tendrás que cantar una canción coreana en público—, dijo, extendiendo la mano para sellar el trato.
—¡Estás loca! Pero trato hecho—, respondí, estrechando su mano.
Comenzamos a correr de regreso, y la carrera fue tan ridícula como emocionante. Tropezamos, nos caímos, nos empujamos amistosamente, y todo el tiempo nos reíamos a carcajadas. Al final, llegamos al Jeep al mismo tiempo, jadeando y riendo.
—Creo que es un empate—, dije, recuperando el aliento.
—De acuerdo. Pero aún quiero escuchar esa canción coreana algún día—, dijo Natalia, con una sonrisa cómplice.
Esa noche, decidimos acampar bajo las estrellas. Encendimos una fogata y nos sentamos uno junto al otro, disfrutando del calor y de la tranquilidad del desierto. Natalia me miró, sus ojos brillando con la luz del fuego.
—¿Sabes, SeokJin? Nunca pensé que encontraría a alguien como tú aquí—, dijo suavemente.
—Y yo nunca imaginé que un viaje al desierto cambiaría mi vida de esta manera—, respondí, tomando su mano.
Nos acercamos y compartimos otro beso apasionado, sintiendo que cada día juntos era un nuevo capítulo en nuestra increíble historia. El beso se prolongó más de lo que esperaba. Podía sentir el calor de sus labios mezclado con la brisa fría del desierto. Nos separamos, y por un momento, simplemente nos miramos, sin necesidad de palabras.
Decidí romper el silencio con algo torpe.
—¿Te gustaría explicarme por qué una bebida tiene el mismo nombre que un desastre natural?
Ella se rió y me miró como si fuera el tipo más raro que había visto en su vida. Y tal vez lo era. Pero, hey, no todos los días se conoce a un surcoreano en el desierto, ¿verdad?
—¿Sabes qué, SeokJin? —dijo Natalia, sonriendo —. Este ha sido el mejor desastre de todos.
—¿Te refieres a nosotros o al viaje? —respondí con una sonrisa.
—A ambos. Pero especialmente a nosotros.
Reímos juntos y nos abrazamos bajo el manto de estrellas que solo el desierto de Atacama podía ofrecer. La sensación de pequeñez ante la vastedad del universo nos hizo valorar aún más el momento compartido. Todo parecía perfecto, pero como en toda buena historia de amor y odio, el drama no tardaría en regresar.
A la mañana siguiente, decidimos explorar más del desierto. Encontramos un pequeño oasis con un lago de agua salada. Mientras Natalia se sumergía en el agua, yo me quedé en la orilla, observándola con una mezcla de amor y aprecio.
—¡SeokJin, ven, es increíble! —gritó ella, chapoteando feliz.
Me acerqué y me metí en el agua, pero mi torpeza habitual se hizo presente. Resbalé en una roca y caí de espaldas, salpicando agua por todas partes. Natalia se rió tan fuerte que pensé que se ahogaría.
—Eres como un pingüino fuera de su hábitat —dijo entre risas.
—Sí, y tú eres como una sirena con sentido del humor —repliqué, riendo también.
Después de un rato, salimos del agua y nos tumbamos en la arena a secarnos. La conversación se volvió más seria.
—SeokJin, he estado pensando... —comenzó Natalia, con un tono más suave—. ¿Qué vamos a hacer cuando termine este viaje? Tú tienes que regresar a Corea y yo tengo mi vida aquí.
Sentí un nudo en el estómago. Era una pregunta que había estado evitando, pero sabía que eventualmente tendríamos que enfrentarla.
—No lo sé, Natalia. Pero lo que sí sé es que no quiero perderte.
Ella me miró, sus ojos brillando con una mezcla de emoción y tristeza.
—Yo tampoco quiero perderte. Pero la distancia...
—Es solo una excusa para los cobardes —interrumpí, tomando su mano—. Si queremos, podemos hacerlo funcionar. Podemos visitarnos, mantenernos en contacto. Y quién sabe, tal vez uno de nosotros se anime a mudarse.
—¿Estás diciendo que dejarías Seúl por mí? —preguntó ella, con una sonrisa incrédula.
—¿Estás diciendo que no lo harías por mí? —respondí con un guiño.
Nos reímos y nos besamos de nuevo, sabiendo que la vida sería complicada, pero también que valdría la pena. El sol comenzó a descender de nuevo, y mientras las sombras se alargaban, hicimos un pacto silencioso de intentarlo, de no rendirnos.
El último día en el desierto fue una mezcla de melancolía y esperanza. Recorrimos los lugares que nos habían hecho reír, llorar y enamorarnos. Al final de la jornada, nos sentamos en una duna, observando el último atardecer juntos.
—Este no es el fin, SeokJin —dijo Natalia, apoyando su cabeza en mi hombro—. Es solo el comienzo.
—El comienzo de nuestra loca y maravillosa historia —respondí, abrazándola.
Así fue como nuestro viaje se convirtió en una promesa de futuro. Una promesa de amor, risas y la decisión de enfrentar cualquier obstáculo que se nos presentara. Porque al final, descubrimos que el verdadero tesoro no estaba en el desierto, sino en nuestros corazones.
Fin desértico 🏜
SeokJinmyLover4
Alba observó la carretera, una línea azul que se perdía en el horizonte. Línea que parecía moverse debido al calor que se sentía en ese momento, tal vez unos 45 grados a la sombra. Luego volteó hacia su jeep, una de sus ruedas completamente desinflada.
-¡Lo sabía! -Renegó para sí misma. -Tener de padre a un brujo fatalista es lo peor que te puede pasar en la vida. Dibirias iprindir i cimbir ini ruidi. -Finalizó recordado en voz alta la sugerencia de su padre.
Dicho esto se dirigió a la parte posterior del vehículo y abrió la compuerta trasera. Zapateó enojada en el lugar gritando de frustración, una vez más calmada se dispuso a intentar aflojar las tuercas que aseguraban la rueda auxiliar dentro del maletero.
-Me cago en la p.... si no puedo con este tornillo pedorro... ¿Cómo voy a aflojar siquiera una tuerca de la rueda? -Se cuestionó a sí misma nuevamente.
Se rindió finalmente, y se encomendó a los dioses del desierto cuando una de sus hermosas y largas uñas, perfectamente esmaltadas, se quebró en un intento por usar una herramienta para conseguir aflojar la tuerca que todavía sostenía la rueda auxiliar en su lugar.
Con lágrimas de frustración que habían hecho correr el delineador de sus ojos, sumado al sudor que había favorecido que el polvo del ambiente se pegara en su rostro y su cabello despeinado de tanto quitarlo de sus hombros, se alejó del jeep. Se sentó en una piedra a observar el rodado que había salido victorioso a su intento de quitar un simple tornillo. Parecía que incluso se reía de ella.
Pensó que la mejor opción, teniendo en cuenta su incapacidad como mecánico, era la de hacer auto stop y encomendarse a un alma generosa que se apiadara de ella, y no como había hecho hacia unos kilómetros más atrás, donde vió aquel joven que pedía un aventón.
SeokJin viajaba en la caja de una vieja camioneta, había llevado su motocicleta a una revisión de rutina a la gran ciudad, por lo que decidió regresar haciendo auto stop. Se podía decir que, al ser de la zona, tenía algunos conocidos que tarde o temprano pasarían por ese lugar para regresar al pequeño pueblo donde vivía. Él se paró delante del cartel que anunciaba el nombre de su localidad y aguardó con la mano extendida y su pulgar arriba a cuanto automóvil cruzó por allí, incluso le llamó mucho la atención un jeep conducido por una mujer hermosa, que lo miró atentamente, pero no se detuvo a pesar de viajar sola. No la juzgó, siendo mujer y atractiva como había alcanzado a reconocer, sería muy valiente siquiera disminuir la velocidad.
La espera duró hasta que el señor Benin, uno de los granjeros del lugar, se detuvo.
-Sube Jin. Tu madre no me perdonaría si se entera que te vi y no me detuve. -Gritó el hombre riendo a carcajadas.
SeokJin no lo hizo esperar y simplemente saltó detrás de la camioneta.
En cuanto se acercaron al jeep, el conductor bajó la velocidad por precaución, lo que llamó la atención de SeokJin, que al reconocer el automóvil golpeó el vidrio de la camioneta.
-Déjeme aquí.
-¿Estás seguro? Preguntó el señor Benin cuando se detuvo.
-Completamente.
SeokJin entonces vió como se alejaba la camioneta y comenzó a caminar hacia el jeep, que había quedado bastante más atrás.
-¿Necesita ayuda con eso? -Preguntó SeokJin a la muchacha que tenía la cabeza gacha, sosteniéndola con sus manos.
Alba elevó su rostro, el calor del ambiente ocultó el sonrojó de la vergüenza que sintió al reconocer al muchacho que se había negado a llevar. Sus ojos se volvie a llenar de lágrimas al tiempo que señalaba el maletero abierto.
-No pude sacar el auxiliar, tengo calor y se me rompió una uña. -Dijo entre llanto, acabando así con la poca dignidad que poseía.
SeokJin se aguantó la carcajada que brotó de lo más profundo de sí, al comprender el estado de ansiedad que la muchacha cargaba. Giró sobre sí mismo y permitiéndose por lo menos sonreír se dispuso a realizar el cambio de neumáticos. Tarea super sencilla para un hombre de pueblo.
Para cuando las ruedas habían sido cambiadas y él estaba ajustando las tuercas, Alba se acercó con una botella de agua, se la veía más calmada y evidentemente había lavado su rostro.
-Deberías beber. Y gracias... -Dijo extendiendo una botella de agua mineral.
SeokJin se incorporó y tomó la botella. -Es algo que cualquiera hubiese hecho.
-No, así como yo pasé junto a ti, muchos pasaron junto a mí, nadie se detuvo...
-Yo no soy nadie y entiendo perfectamente que una mujer que viaja sola no puede detenerse ante un desconocido.
SeokJin, algo exhausto se sentó sobre la capota a beber el agua.
-Pero yo podría haber sido el señuelo y conmigo podría haber una banda delictiva...
-Eso ocurre en las películas, en la vida real, una mujer que viaja sola y se encuentra en medio de la carretera... sigue sola. -Intervino con una sonrisa. -Aunque, tal vez podrías darme un avneton hasta mi pueblo, queda de paso por este camino.
-Por supuesto, incluso prometo dejarte en la puerta de tu casa si es necesario.
Y así fue. Alba dejó a SeokJin delante de su casa, después de viajar juntos y contar parte de su vida uno al otro.
aksj1992
-Urpi deja de dar tantas vueltas me dan mareos solo de verte.
- ¡Silencio Kim que esto es tu culpa!
La doctora Reyes sigue con su caminar de león enjaulado mientras maldice en todos los idiomas que conoce: español, quechua, inglés y coreano.
Dejo que la guapa haga su catarsis y de paso recreo la vista con el espectáculo de verla con ropa deportiva y no con los sobrios sastres que luce en los pasillos de la universidad donde nos reencontramos.
Urpi pilla mi mirada y de inmediato enfila su artillería contra este servidor.
- ¿Podrías dejar de mirarme como si fuera un trozo de carne?
Suspiro antes de tomar el último sorbo de agua que queda en la botella que cierro con total parsimonia mientras Reyes me mira furiosa e impaciente.
Sé que está esperando mi contrataque para darse el gusto de refutarme y sacarle lustre a su habilidad verbal, pero se queda de una pieza cuando me paro dejando el capó de la camioneta haciendo evidente la diferencia de estatura entre nosotros y que obliga a que mire hacia abajo mientras ella debe levantar la mirada.
-Disculpa si te hice sentir mal, esa no fue mi intención solo estaba apreciando lo bien que te quedan esos shorts...
Veo el brillo en los ojos de Urpi y sé que no son producto del halago sino de la satisfacción por haberle dado un nuevo argumento para recordarme que soy un "tarado"
Está por soltar otra de sus diatribas cuando tomo su rostro entre mis manos y acaricio sus mejillas con las puntas de mis pulgares.
Ahora el satisfecho soy yo cuando compruebo que mi gesto sigue teniendo el mismo efecto en la que alguna vez fue una de mis mejores amigas, mi primer beso... mi primera vez.
- ...Me recuerdan a la Urpi de diecisiete años que me dio uno de los días más inolvidables de mi vida.
Los ojos pardos pierden el brillo lleno de sarcasmo y dan paso al velo de la tristeza. Urpi baja la mirada, toma mis muñecas y aleja mis manos de su cara.
-Esa Urpi quedó en el pasado y es mejor que la dejes allí.
La castaña se pone las gafas de sol y adopta su pose de mandona.
-Ahora debemos pensar como demonios vamos a encontrar el camino al pueblo más cercano y salir de estas malditas dunas.
-Ok, hecho.
- ¿Ok, hecho? ¿Eso es todo lo que vas a decir? ¿Cómo puedes estar tan tranquilo? ¡Pronto oscurecerá y estamos en medio de la nada! ¡Estúpida de mí como carajo se me ocurrió salir de expedición con el señor "vive el día a día" y que nunca se toma en serio nada! ¡Y no me entornes los ojos que sabes que lo que digo es cierto!
Reyes es experta en historia y arqueología, pero sobre todo en sacarme de quicio.
- ¿Terminó Doctora Reyes? Para su información el "Señor vive el día a día" no es tan idiota y por algo regresa sano y salvo de cada viaje de trabajo ¿Ves este aparato bruja gruñona?
- ¿Cómo me llamaste?
-Bruja Gruñona.
Urpi abre la boca, pero mi dedo se posa en sus labios.
-Solo por esta vez haz el favor de cerrar la bocota ¿Sí? Como te decía ¿Ves este aparato? Es un dispositivo de alta gama que me mantiene conectado 24/7 con el comando de rastreo de la revista para la que trabajo. Canguro ya debe haber captado la señal y recibido el mensaje que le envié así que pronto enviará las coordenadas para que salgamos de aquí.
- ¿Es en serio? No sabía que existía algo así.
-Es un prototipo, lo mejor de lo mejor de la tecnología coreana.
- ¿Y te lo dieron a ti? No me explicó el porqué.
-Porque no quieren perder este producto de exportación.
Urpi bufa y se da media vuelta, pero escucho como suelta entre dientes un ¡Idiota!
El viaje recién empieza y sé que será otra de las experiencias inolvidables que la linda cascarrabias me regalará.
zrl1825
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