Capítulo 6
Estaba aterrado, no lo podía negar, pero ni todo el temor del mundo me haría poner en riesgo a mis dongsaengs. Eran mis hermanos menores, mi responsabilidad y aunque mi mente estaba del todo confundida y ofuscada, eso era algo que jamás iba a cambiar.
Así que en cuanto note que le había disparado a Ravi, aunque fuera un simple rozón, y que Hongbin y Ken corrían el mismo peligro. Luego escuché la voz de Ravi, y de su absurdo plan para que yo huyera mientras ellos se quedaban ahí, y mientras hablaba el maldito soldado de negro ya le estaba apuntando a la cabeza.
Ahí fue donde me decidí, prefería sufrir la tortura que aquellos seres me tenían preparada, a ver morir frente a mí a mis dongsaengs; así que tiré de Ravi para evitar que se lanzara directo a su muerte y con las manos levantadas me entregué al soldado de negro.
Al menos mi plan funcionó y los cinco soldados dejaron de amenazar a los chicos mientras yo me dirigía a la enorme camioneta negra que desde ya me prometía mil y una desgracias, cada vez que titubeaba aunque fuera un poco el soldado líder detrás de mí me daba un fuerte empujón.
No bien me acerqué al vehículo, la gran puerta corrediza se abrió y un par de fuertes manos me arrastró dentro, grité asustado antes de que una mano enguantada cubriera mi boca, varias más me detenían de los brazos y las piernas.
Tuve un par de segundos para arrepentirme de mi decisión, para lamentar toda aquella pesadilla en la que había caído antes de que un pinchazo lastimara el lado derecho de mi cuello, ni siquiera me dio la oportunidad de sentir dolor, en cuando la jeringa fue retirada la oscuridad de la inconsciencia se abatió sobre mí.
Al menos fue un cierto alivio, entre sueños no había dolor ni miedo; sin embargo fue un alivio momentáneo pues estos volvieron aun antes de que terminara de despertar.
Lo primero de lo que me di cuenta es que estaba en una posición muy incómoda y que no me podía mover de ella. Estaba arrodillado sobre alguna superficie de frío metal, mismo que me rodeaba el cuello con un collar helado que me obligaba a permanecer derecho, también me detenía los brazos dolorosamente cruzados a la espalda y había un peso similar en mis tobillos.
Aun antes de abrir los ojos comencé a temblar, sintiendo cómo el terror iba haciendo presa de mi cuerpo de nuevo a la par que intentaba hacer fuerza contra los agarres de mis manos. El tintineó que ocasionó mi movimiento me dijo que, además de los grilletes, había cadenas de por medio.
"Tranquilo mi pequeño, no luches más"
Todo mi cuerpo se tensó al escuchar de nuevo aquella voz, aquella maldita voz grave con la que había iniciado mi terrible pesadilla y que, al parecer, sonaba únicamente en mi mente.
"Luchar solo te agotará y llamara la atención de aquellos que te capturaron. No luches, debes mantenerte sereno y esperar"
"¿Esperar?" Pensé, intentando comprender algo de todo aquello.
"Hay alguien que ya está yendo a por ti, él te ayudará a escapar."
Por algunos momentos el miedo quiso sobreponerse por entre la voz tranquilizante y monstruosa, ¿y si era alguno de los chicos el que quería venir a recatarme? ¿Y si era Leo y terminaba siendo atrapado igual que yo? No soportaría que sufriera la misma suerte por mi culpa.
"Tranquilo, no correrán peligro. No estás solo, y tu compañero compartirá el poder con su salvador. Aún si las cosas salen mal, hay otro en movimiento"
Un sollozo escapó de mi pecho, no lograba comprender nada de lo que estaba ocurriendo y las palabras crípticas de la voz monstruosa no ayudaban mucho.
—Sh, hey chico, ¿estás bien? —tardé un poco en darme cuenta que el susurro provenía de un lado y no de mi interior.
Abrí por fin los ojos, estaba en una pequeña jaula de hierro de no más de un metro cuadrado. El collar que me sujetaba el cuello estaba encadenado a las ocho esquinas de la prisión, de manera que no podía moverme en lo más mínimo del centro del cubo. Había también un par de grilletes soldados al suelo que eran los que detenían mis tobillos. Por un momento agradecí tener el cuerpo pequeño y elástico.
Junto a la mía, había una segunda jaula idéntica a la que me atrapaba, no podía fijarme bien pues el dichoso collar no me dejaba voltear pero por el rabillo del ojo alcancé a distinguir una segunda también encadenada allí.
Por algunos momentos se me hizo conocido, incluso la voz me pareció haberla escuchado en algún punto de mi pasado, pero me era imposible identificar de quién se trataba realmente. Apenas alcanzaba a percibir sus rasgos finos y su cabello castaño algo alborotado.
—¿Quién eres? —pregunté algo alterado.
—Sh, no hables muy fuerte, y tampoco conviene decir nuestros nombres ahora.
—¿Qué está ocurriendo? ¿Qué es todo esto?
—No, supongo que no lo sabes. No hace mucho que se llevaron al último hijo de BaiHu y ahora tú estás aquí. No puedo verte, pero la electricidad descontrolada que emites no deja lugar a dudas.
Sus palabras me hicieron temblar con mayor fuerza, pues significaba que aquellos quienes me habían raptado ya habían matado a alguien antes que a mí, y eso me auguraba el mismo fin. Quería ponerme a llorar, quería simplemente despertar de aquella pesadilla tan horrible en la que había terminado.
—Lo lamento, no quería asustarte, —su manera de hablar y su acento me daban la idea de que era extranjero.
—No eres tú, es toda esta situación la que es malditamente aterradora.
Escuchó al otro suspirar.
—Lo sé, lo sé muy bien.
Sonaba devastado, como si hubiera perdido toda la esperanza. Por un momento pensé en decirle lo que la voz monstruosa me había dicho, pero temí poner en alerta a nuestros captores.
Fuera de las jaulas todo estaba oscuro, no podía ver si había algo más pero tampoco había ningún sonido que delatara la presencia de alguien más.
—No te preocupes —susurré con la voz más baja de la que fui capaz, esperando que el otro chico alcanzara a escucharme—, hay algo que, que me dice que alguien vendrá y nos ayudará... al igual que el resto, no entiendo nada, pero fue categórico en que alguien vendría a ayudarnos.
—Gracias por intentar consolarme, aunque debes estar aún más asustado que yo.
—Más que asustado, estoy confundido, demasiado confundido —confesé.
Escuché el tintineo de las cadenas al otro lado, me lo imaginé asintiendo aún contra el collar metálico.
A cada momento que pasaba debía pelear contra el miedo, contra la desesperación de estar inmóvil y amenazado por la muerte.
"No hables, no contestes a sus preguntas."
Dijo la voz monstruosa de pronto, antes de que el sonido de una puerta siendo abierta apareciera, a la par que una luz iluminaba el lugar. La luz me permitió notar que estábamos en una especie de almacén insonorizado con madera. La puerta se había abierto detrás así que no podía ver mucho, aun cuando las personas que entraron pasaron frente a nuestras jaulas solo podía verlos de la cintura para abajo.
Dos de ellos, que tenía el mismo pantalón negro camuflado de los soldados que me habían capturado, otro tenía un pantalón verde y, el último, un pantalón blanco junto a lo que, suponía, era una bata de laboratorio.
Alguno de ellos había golpeado la jaula en la que estaba encarcelado y la vibración golpeó todo mi cuerpo, logrando que soltara un jadeo asustado.
—¿Así que ya ha aparecido un nuevo descendiente de Byakko? —el de la bata se acuclilló para poder verme, hablaba con un acento japonés bastante marcado—. Es increíble lo rápido que apareció.
—Fue buena suerte que apareciera cerca y comenzara a sacar aquella enorme nube de tormenta.
Estaba a punto de preguntarles a qué se referían cuando un nuevo golpe me llegó a través del metal de la jaula.
—Hey, no hagas eso, lo asustas, —se quejó el de la bata.
—No es una mascota, Dr. Igarashi, es un monstruo —replicó la voz.
Intenté no hacer ruido aún mientras las lágrimas caían por mi rostro y empapaban hasta mi cuello, estaba asustado y no tenía idea de qué era lo que querían aquellos monstruos de mí; no importaba que me llamaran por ese sobrenombre, dadas sus acciones los verdaderos monstruos eran ellos.
—No es un monstruo, es un semidiós. Como sea, déjenme a solas con ellos, necesito sacar algo de información antes de comenzar con los experimentos.
Aquella última palabra terminó por helarme la sangre, solo me quedaba esperar a que aquella persona que iba a venir lo hiciera antes de que llegaran a viviseccionarme.
Hubo un nuevo golpe en la jaula, al parecer como queja por tener que irse, sin embargo terminaron por retirarse, dejando al doctor loco sentado en flor de loto frente a mi jaula.
—Muy bien, pequeño tigrecito, ahora vas a hablar conmigo y vas a contestar a todas mis preguntas ¿de acuerdo?
Su voz era suave y amable, engañosamente amable, al igual que sus ojos detrás de los lentes delgados o que su cabello claro y lacio. Clavé la vista en él aun entre las lágrimas que no quería dejar de salir, pero permanecí en silencio según me había indicado la voz monstruosa.
—¿Serás igual que el resto y no me hablarás? Porque eso sería algo triste —dijo con voz triste, como si lo hubiera ofendido.
De uno de los bolsillos de su bata sacó de pronto una especie de aparato negro con dos puntas metálicas, no pude reconocer de qué se trataba hasta que lo activó y la descarga eléctrica sonó de manera terrible, el corriente brilló en un tono azulado: un taser.
—Supongo que te das cuenta que estás en una jaula de hierro ¿verdad? la cual es sumamente transmisora. Y aunque tu naturaleza está ligada al rayo, estoy seguro que tu parte humana se va a resentir si hago esto.
Acercó el infernal aparato a uno de los barrotes y lo activó, en efecto pude sentir cómo la electricidad chocaba con mi cuerpo en cada parte donde el metal me tocaba, lo cual era bastante. Sufrí un montón de espasmos dolorosos a lo largo de todo mi ser, por lo que también terminé gritando.
—¿Lo ves? Es mejor si colaboras conmigo y respondes a mis preguntas.
—No... no sé nada... no sé qué pasa... —solté en medio de mis jadeos.
—No necesitas preocuparte, mi pequeño tigrecito, tengo métodos para hacerte hablar, —su sonrisa no presagiaba nada bueno.
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