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CAPÍTULO 01

NÉMESIS

Era un retorcido paralelismo que todo volviera a ponerse en marcha en un sitio parecido a donde había comenzado (comenzado para ella, al menos). Pero una mujer tenía que comer. Así que no importaba si un bar sucio pero concurrido con mesas de billar le traía malos recuerdos, no podía darse el lujo de dejar de visitarlos.

Cuando entró al bar, nadie la miró. No era de sorprenderse con lo abarrotado que estaba el lugar, y tuvo que cazar un asiento vacío, sin poder ponerse exigente con la ubicación. Resultó siendo una silla alta en la esquina de la barra, bastante lejos de los puntos de acceso pero al menos no era una mesa donde se mostraría evidentemente sola, y quizá algo amargada.

La falda corta se levantaba un poco con cada paso que daba, pero se mantenía siempre en el margen de lo decente, así que no se molestaba en acomodarla.

Sin embargo, en el momento en que ella se acomodó e inspiró profundamente, todos sus planes para la noche se disolvieron de inmediato.

Había algo en el aire, un aroma, casi a punto de transformarse en hedor, pero que ella reconocería en cualquier sitio, casi desde el otro lado del mundo, y le sorprendió no haberlo notado al entrar.

Los pensamientos razonables se desvanecieron de su mente, solo un segundo, mientras respiraba, porque ese era el aroma de las cuentas por saldar, del rencor... De la venganza. Y no había sentido un aroma así, de tal intensidad, en un largo, largo, largo tiempo.

El sujeto estaba sentado a su lado. Usaba pantalón de mezclilla, una camiseta sencilla y una chaqueta de piel encima. Tenía el cabello peinado en una cresta. Y era caliente como el infierno. Aunque era difícil determinar si su percepción estaba sesgada por el vínculo de él con la venganza, o era genuinamente atractivo. No era que importara, él la atraía, y punto.

Quería hablarle, quizá llevarlo a casa (de verdad, para variar). Pero también tenía hambre, quería comer.

Una última mirada de reojo acabó con su indecisión. Había un cuchillo en el interior de su chaqueta, y su hoja brillaba en reflejo a la luz cuando alzaba el brazo para beber. Podría ser solo un fanático de las armas, claro, pero traer un cuchillo contigo en todo momento, almacenando tal necesidad de venganza, y vistiendo de esa forma... Solo podía ser un cazador. Y aunque ella sabía que era mejor, más fuerte, más rápida y más inteligente, podía reconocer que quizá lo mejor era mantenerse fuera de su radar.

Se dio la vuelta para irse, y una mano se enroscó alrededor de su brazo.

— ¿Te vas tan rápido? No has ordenado nada —dijo el cazador.

Ella observó fijamente la mano alrededor de su brazo hasta que él se dignó en retirarla. Solo entonces, ella finalmente lo miró a él. No parecía avergonzado a pesar de haber sido intimidado hasta dejar de tocarla, aunque tampoco sonreía, solo la miraba.

—Olvidé mi billetera, me siento realmente avergonzada —dijo ella, el rubor adornaba sus mejillas.

—Sería una pena que te vayas ahora. Te invito un trago —dijo él, una sonrisa creciendo en sus labios—. Mi nombre es Dean.

Ella lo meditó unos segundos y luego regresó a su asiento. Ella se habría ido en paz, sin hacer ningún movimiento, sin ponerse en riesgo, pero ya que él había sido el que se había acercado...

Ignoró las campanas de alerta en su cabeza.

—Soy Ariadna.

O Némesis.

— ¿Eres de por aquí?

—No realmente. Llevo muchos años en Estados Unidos, me gusta acá, pero no fue aquí donde nací. Aún así, desde que llegué al país siempre he viajado mucho, no soy del tipo que se queda en un solo lugar.

—Mmm, un auto y la autopista, no hay mejor lugar para estar, eh —dijo Dean, con una sonrisa ladina, dando un sorbo a su cerveza.

—No tengo un auto, pero comparto la noción. ¿De dónde eres, Dean?

—La bellísima Texas.

—Estás algo lejos de casa, ¿no, Dorothy? —se burló Ariadna, con una sonrisa— ¿Qué haces en Nebraska?

—Es algo de trabajo —respondió él, desinteresadamente, desviando la mirada para juguetear con su bebida.

—Eres un poco reservado, ¿no?

—Me gusta hacer que una chica muestre un poco de interés antes de soltarle todos mis sucios secretos —dijo Dean, inclinándose hacia ella, y poniendo la mano sobre el asiento del taburete de Ariadna, aunque sin hacer ningún contacto físico.

— ¿Tienes muchos sucios secretos?

—Depende.

— ¿De qué?

—De si estás interesada —dijo él, alejándose y dándose la vuelta para hacer un gesto al cantinero, hacia su cerveza, y luego levantando dos dedos. El muchacho regresó con dos botellas destapadas y Dean le entregó una a Ariadna.

Ella dio un largo trago a su bebida, sintiendo la mirada de Dean sobre ella mientras bebía. Al terminar su trago, se lamió juguetonamente los labios.

—Puedo asegurarte que estoy interesada.

—Soy un agente del FBI —dijo Dean, y Ariadna tuvo que toser para no reírse. Sí, claro, agente del FBI—. Viajo bastante, así que no puedo prometer nada a largo plazo.

—Es bueno que no quiera nada a largo plazo tampoco, entonces —tarareó ella, inclinándose hacia él, colocó su mano derecho en su nuca y la izquierda sobre su pecho, las uñas lo rozaron y se le erizó la piel. Cuando besó la comisura de sus labios, él contivo la respiración por un segundo—. ¿Quieres irte de aquí?

Dean sacó su billetera de inmediato, dejó varios billetes sobre la barra y uno en el frasco de las propinas, antes de ponerse de pie y que ambos salieran del bar.

La noche era fresca, y la brisa nocturna despejaba el aroma a alcohol y humo que aún les impregnaba la ropa al salir del bar. Las luces de la ciudad titilaban a lo lejos, pero ellos apenas les prestaron atención. Caminaron en silencio por un par de calles, cada paso midiendo una distancia que se acortaba más entre ambos. Ariadna lo miraba de reojo, con esa sonrisa traviesa que había jugado con él desde el primer momento, mientras Dean intentaba disimular una mirada que ya no podía apartar de ella. 

El motel al que llegaron no era nada especial: una fachada desgastada y luces de neón parpadeantes. Dean se detuvo en la recepción un momento, habló brevemente y pagó en efectivo, sin darle más importancia. Ariadna lo siguió, con pasos lentos y seguros, y subieron juntos las escaleras de metal, cuyos crujidos eran el único sonido que rompía el silencio entre ellos; la atmosfera juguetona había desaparecido hacía un buen rato, reemplazada por una tensión caracterizada por el estado profundamente expectante de ella.

En la habitación las luces tenues apenas iluminaban el lugar, pero era suficiente. Dean dejó su chaqueta sobre la silla cercana, el brillo metálico del cuchillo en su interior ya fuera de la vista. Ella lo observó por un instante, luego se acercó lentamente, sin decir una palabra.  

Él la miró de nuevo, esa misma mezcla de deseo y cautela, pero también curiosidad. Era como si supiera que ella no era alguien común, como si sintiera algo más profundo que una simple atracción. Ariadna lo tomó por la camiseta y lo acercó, sus labios rozando los de él, jugando con la tensión que crecía entre ambos. Ella no estaba dispuesta a cederle todo el control, claro está. No era su estilo. Mientras sus cuerpos se encontraban, las decisiones seguían siendo suyas, siempre suyas. Y aunque el ambiente era cargado, casi sofocante por momentos, ambos mantenían una cierta distancia, una barrera invisible que sabía que ninguno de los dos iba a romper, al menos no del todo.

Los movimientos que siguieron no fueron rápidos ni apresurados, sino lentos, cargados de una química palpable. Cada gesto, cada susurro, parecía parte de un juego que ambos entendían perfectamente. Las paredes del motel escucharon risas, respiraciones entrecortadas, y el crujido de la cama.

Dean jamás entendería, y probablemente tampoco se preguntaría al respecto, por qué, en su debido momento, la visión de la sangre tiñó su vista y la adrenalina (de un tipo distinto, atípico) llenó su cuerpo, distinto, atormentado. No podía saber que su deseo de venganza se había manifestado hacia su encarnación, y hasta la última mísera pizca de rencor, de agonía, se había transformado por un largo momento. Porque con la intensidad con la que deseaba la venganza, la desearía a ella.  

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