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Act VIII


🎶 Mini maratón 1/2 🎶

... Sol Re Sol Re Sol Si Re Do La...

Solo consigo recordar eso. No sé de dónde he sacado ese recuerdo, no sé de dónde sale.

Solo sé que alguien tocaba esa melodía en el piano de mi pesadilla. De alguna forma lo sé. Y ese alguien no era el hombre al que vi. Estoy segura al cien por cien de que no fue él.

Pero no puedo recordar nada más.

La cabeza me da vueltas, me duele demasiado. Es un dolor tan fuerte que no soy capaz de pensar con claridad, solo oigo esa melodía una y otra vez en mi cabeza. Es bastante insoportable. Lo que pasa es que, al recordar esa melodía, me viene una sensación agradable. Como si esa canción significara algo para mí. Algo bonito. No estoy segura de el qué exactamente.

La cabeza me arde.

Necesito despejarme.

Ya.

Me cambio rápidamente y salgo de casa con las manos en las sienes, dolorosas.

Me duele demasiado, pero subo a la moto y conduzco con dificultad. Voy por la carretera de siempre, pero a los dos minutos mi mente se nubla y es como si ya no pudiera ver nada.

Me meto por una zona rural en la que solo hay hierba y algunas piedras. También se ve algún árbol a lo lejos, pero no los enfoco. Bajo de la moto torpemente y la dejo en el suelo, pero cuando intento caminar, lo hago en eses. Es bastante frustrante, ya que aunque lo intento, no veo nada bien. Es como si tuviera nubes delante que me taparan la visión.

Como puedo, sigo caminando, pensando en qué hacer para aliviar este dolor y despejarme.

De repente, noto un movimiento muy rápido por la zona de los árboles, pero cuando levanto la cabeza, no veo a nadie, solo noto más dolor. Cierro los ojos, intentando calmarme.

Entonces, vuelvo a notar un movimiento justo a mi espalda. Abro los ojos y giro la cabeza, precavida, aún con el dolor instalado.

—¿Q-quién...?—Intento preguntar, mientras intento ponerme de pie y sacar la pistola.

Consigo levantarme muy difícilmente y, con la pistola ya en la mano, me giro. Pero ya no hay nadie.

Miro a mi alrededor, confusa, y entonces alguien que ha vuelto a aparecer a mi espalda, me lanza algo cortante. Al principio no reacciono, pero mi cuerpo sí lo hace y se aparta. La cuchilla me roza el hombro.

—¿Q-quien eres?—Vuelvo a preguntar, levantando la pistola, con la cabeza dolorida y el hombro goteando hilillos de sangre roja.

—La pregunta—suelta una voz femenina muy aniñada y algo arisca—es quién eres tú.

Al escuchar la voz, me giro automáticamente, pero la dueña de la voz ya no está ahí.

—Mira...—digo, buscándola— no he venido para nada en concreto, ¿entiendes? Solo necesito que este dolor insoportable pare para poder irme a mi casa. No me apetece charlar con niñitas misteriosas que ni siquiera se dignan a aparecer—le espeto, contra el dolor de cabeza, algo enfadada.

—Para empezar, no sé de qué "dolor insoportable" estás hablando, así que no puedo ayudarte. Pero lo que sí puedo decirte es que si no aparezco, no es porque "no me digne", es porque no confío en tí, entérate.

—Pues perfecto, porque yo tampoco sería capaz de confiar en alguien que no se deja ver. Y me duele demasiado la cabeza para poder tener esta conversación, así que me voy de aquí, señorita desconfiada.

—No me llamo "señorita desconfiada". Me llamo Gwen—Contesta, molesta.

—Me la pela—Murmuro.

—¿Qué dices?

—¿Que te pasa? ¿Te sorprende que me la pele tu nombre? Ni que al resto de gente le maravillara.

—¿No eres capaz de hablar normal? ¿Que significa eso?

—¿El qué? ¿Que me la pele?

—Claro, idiota.

Sigo sin poder verla, pero la siento muy cerca, como si estuviera hablando con ella a la distancia normal para hablar con alguien, solo que... no la encuentro por ninguna parte. Solo tengo claro que invisible, no es. No sé cómo, pero me da la sensación—una sensación muy clara—de que realmente está escondida en alguna parte.

—Significa—murmuro, algo confusa de que no lo sepa—que no me importa lo más mínimo.

—Ah. Y, ¿porque no lo has dicho así?

—Porque no me da la gana.

—Eres muy borde, espero que lo sepas.

—Vale.

—¿A ti te da igual todo o vas por libre?

—Podría... decirse que las dos. Y ahora, si me disculpas, me duele demasiado la cabeza y podrías perfectamente ser una alucinación, así que me piro.

—¡Yo no soy ninguna alucinación, boba!

—Pues... déjate ver.

—No es así como funciona. Mi padre me ha dicho que, por seguridad, es mejor que nadie me vea. Me ha entrenado para eso.

—Bueno, pero no diré nada. Tengo curiosidad. Además me duele tanto la cabeza que dentro de dos horas probablemente ya no recordaré nada de esta conversación.

—Pero nadie me ha visto nunca, a parte de mi padre. No sé porqué crees que eres lo suficientemente importante para hacerlo tú también, la verdad.

—¿Cómo que nadie te ha visto nunca? ¿Tú estás loca?—Pregunto, atónita.

—Es verdad. Tanpoco he hablado nunca con nadie... bueno solo mi padre y... ¡ah! un chico que pasó por aquí el otro día, él también me vió.

—¿Y ha él sí le dejaste verte?—Enarco una ceja mientras me cruzo de brazos.

—Es que me pilló desprevenida. Pasó justo por delante de mi zona de entrenamiento. En realidad no importó, porque resulta que vive muy cerca y ya sabía que vivíamos allí.

—Bueno, pues yo también vivo muy cerca de aquí, a dos minutos en moto, y ya sé que vivís por allí—Señalé la zona de los árboles. Cuando ella lo entendi sin necesidad de preguntar, sé que ella también me está viendo a mi, por lo que está escondida en un lugar que la deja ver.

Buen punto...

—Vale, pero es que me has parecido una completa borde, así que no creo que te lo merezcas.

—Muy bien—Le espeto, ya cansada y con la cabeza como un bombo—. Pues ya me voy.

Se queda un momento es silencio, como estuviera pensando, mientras yo recojo la moto del suelo. Acaba de empezar a llover, para colmo. Tengo que irme de aquí. La levanto, la coloco en dirección a la carretera. Pasó una pierna por encima de ella, meto las llaves... pero entonces algo me detiene.

—E-eh... n-no te vayas. Por favor.

—¿Y eso porque? Está claro que no te caigo bien, y sin poder mirarte tampoco vamos a poder ser grandes amigas.

—Es que... nunca hablo con nadie. Por favor no me dejes sola de nuevo. Estoy muy aburrida. Mi padre solo habla de inventos y cosas de mayores que no entiendo.

Por un segundo, la niña me da hasta pena. Vive sola, con su padre como única compañía, aislada del mundo. Y, para colmo, no deja que la vean.

—Bueno... podría quedarme un rato contigo, pero... anda, deja que te vea.

Parece dudar durante un segundo, pero entonces aparece de la nada.

Es una niña más baja que yo, con el pelo liso, corto y castaño—ahora con algunas gotitas de agua— y los ojos grandes de color verde. Es bastante mona. Lo que más me sorprende es su ropa. Lleva un conjunto como de metal de un top y unas bragas. No me malinterpretes, no es como si fuera ropa interior, parece más bien ropa para entrenar, supongo. También lleva una muñequera, del mismo material del conjunto, con un punto rojo como en relieve en medio. Además lleva unas botas de combate de color blanco por las que asoman un poco unos calcetines negros. En una pierna, lleva un portacuchillos.

Me parece un outfit bastante épico para ser una niña pequeña. Calculo que tiene unos diez años.

—¿Como... has aparecido así?

—Haciéndolo, paleta.

Frunzo el ceño ante el insulto.

—Me refiero a dónde estabas escondida y cómo apareciste ahí delante en vez de salir del escondite.

—Es que no estaba escondida. Me estaba moviendo muy rápido para que no me vieras.

Espera, ¿qué?

—¿Y tú te crees que yo me creo eso?

—¿Que más da que te lo creas o no si es la verdad?—Pregunta, muy tranquila, sin intención ninguna de hacer una broma.

Me quedo algo extrañada, pensando en que no puede ser realmente posible, pero no se me ocurre otra manera de hacer el truco.

Pienso tanto, que de repente el dolor de cabeza me taladra el cráneo.

Gwen lo nota, porque se acerca a mí.

—Eh...¡eh! ¿Estás bien?

Lo intento, pero no consigo contestar. Solo soy capaz de negar con la cabeza difícilmente.

Me siento en el suelo para intentar mantener la calma. La lluvia me cae encima, pero no hay nada que me importe menos. Cierro los ojos, pero entonces me mareo demasiado y ya no puedo volver a abrirlos.

—Mhmm... ¡argh, maldita sea!

Es lo último que escucho antes de caer inconsciente.

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