𝟬𝟰𝟯 surprise party
𝖘𝖊𝖌𝖚𝖓𝖉𝖔 𝖆𝖈𝖙𝖔 • 𝖈𝖆𝖕𝖎𝖙𝖚𝖑𝖔 𝖈𝖚𝖆𝖗𝖊𝖓𝖙𝖆 𝖞 𝖙𝖗𝖊𝖘:
𝖋𝖎𝖊𝖘𝖙𝖆 𝖘𝖔𝖗𝖕𝖗𝖊𝖘𝖆.
— ¡Feliz cumpleaños!—, exclamó Nina cuando vio a Nate cruzar la puerta del edificio. Serena le había avisado que él se había quedado en su casa, por lo que en la mañana tomó un taxi para ir hasta el lado este después de que compró un montón de globos de distintos colores con distintos mensajes.
Al bajar apurada del vehículo con la intención de atrapar a su hermano antes de que se fuera a la cena con su abuelo, la chica casi se tropezó con el cordón de la vereda, pero se las arregló para no soltar ningún hilo, y mucho menos la bolsa que contenía su regalo.
Nate le sonrió a su hermana, acercándose a ella con la intención de quitarle un par de cosas para aliviarla, pero la morena fue más rápida y alejó los objetos de su agarre —. No, no, no. Primero, abre tu regalo.
El rubio sonrió, finalmente tomando la bolsa de color marrón y viendo lo que había dentro. Su sonrisa solo creció al ver los múltiples objetos dentro. Definitivamente, Nina se había tomado su papel en serio y se había ocupado de conseguir todas sus cosas favoritas: un DVD extendido de su película favorita, The Sound of Music, junto con los últimos juegos de la Wii y un par de entradas para el siguiente juego de hockey.
—Nina, no deberías haberte molestado—, negó Nate, aunque la sonrisa solo le confirmaba a la chica que había dado en el blanco —. Gracias.
— ¿Soy la mejor hermana del mundo o no?—, bromeó la chica antes de darle un abrazo —. Te mereces eso y más—, aseguró a su oído antes de separarse de su hermano. Fue solo entonces cuando notó a Jenny Humphrey parada al lado de la puerta del hotel, observándolos como un cachorro perdido. Inmediatamente, Nina frunció el ceño en su dirección —. ¿No íbamos a almorzar con el abuelo?
—Sí, pero—, balbuceó Nate, llevándose una mano a la nuca mientras desviaba su mirada entre la rubia y su hermana. Sabía de la discordia existente entre ellas desde hacía tiempo, y en ese momento se estaba arrepintiendo de haber tomado una decisión tan rápida sin pensar en que su hermana también estaba involucrada en sus planes —. Jenny pasó a saludar y- cancelé con el abuelo. Creí que sería más divertido. Aún puedes venir, si quieres.
Nina quiso reír, pero se contuvo —. No quiero—, sacudió su cabeza, y bajó la mirada a su reloj de muñeca antes de chasquear la lengua —. Como sea, debo encargarme de ciertas cosas. Diviértete, hermanito. Nos vemos esta noche, ¿cierto?
Nate gimió en queja —. ¿En la cena benéfica?
—Las ranas asiáticas merecen vivir tanto como nosotros—, asintió fervientemente, sonriendo al notar que su hermano se había creído la mentira por completo. Pellizcó su mejilla antes de girarse de vuelta al taxi, cuyo conductor estaba chequeando el reloj cada segundo que pasaba. Nina arrojó los globos hacia las manos de Jenny, quién fue tomada por sorpresa, pero se las arregló para tomar los hilos sin que ningún globo escapara y saliera volando por los aires —. Nos vemos, Nate.
Junto con un beso en su mejilla, Nina volvió a subirse al taxi y cerró la puerta. Tal vez con más fuerza de la necesaria, pero poco le importó ya que no se molestó en mirar al conductor y disculparse. Por el contrario, hundió su vista en su celular mientras le dictaba la siguiente dirección a la que debería dirigirse.
No dudó un segundo en llamar a Chuck, y la llamada solo sonó una vez antes de que la voz del castaño le diera la bienvenida al otro lado de la línea. Su tono era profundo y serio, no dejándola adivinar qué había pasado.
— ¿Qué dijo Jack?
—Nada que consideraría en mi vida—, aseguró al otro lado.
Nina se mordió el labio, desviando su mirada hacia la ventana a su costado para encontrarse con edificios, enormes tiendas de múltiples pisos, y un montón de personas apuradas, yendo de un lado al otro, completamente consumidas por su propia vida sin detenerse a pensar en la de los demás.
— ¿Quieres un café? Yo invito—, musitó.
El chico ahogó una carcajada amarga —. Pierdo mi hotel, ¿y me ofreces café como compensación?
—No es compensación—, aclaró Nina, pasando su mano por su cabello para echarlo detrás de su oreja —. Sino que una excusa para verte y poder hablar contigo, mirándote a la cara.
Su sugerencia fue solo recibida con silencio.
—O no—, concluyó.
—Princesa, no es que quiera rechazarte—, comenzó Chuck, suspirando —. Pero ya quedé con Blair.
—Oh—, balbuceó Nina, y pudo sentir sus mejillas ruborizándose. No era como si se le estuviera insinuando, ni que tuviera motivos ulteriores para su encuentro. Realmente solo quería verlo para que él pudiera desahogarse. Sin embargo, al ser recordada que esa era la posición de su novia, sintió vergüenza —. Claro, uhm... no pasa nada.
—Perdón.
—No te disculpes—, agregó rápidamente, sacudiendo su cabeza de un lado al otro aunque sabía que no podía verla. Se sentía tan incómoda de repente, que bajó su vista a su falda y se concentró en observar el diseño tartán de sus pantalones —. Nos vemos hoy en el cumpleaños de Nate.
—Nos vemos.
En cuanto escuchó aquellas palabras, cortó la llamada. La pantalla del móvil se oscureció, y notó por reflejo que sus mejillas estaban encendidas. Soltó un resoplido, deslizando su abrigo por debajo de sus hombros mientras volvía a mirar al frente, encontrándose con la mirada del chófer que la veía de reojo por el espejo retrovisor.
Nina solo giró su rostro hacia la ventana, su ceño fruncido en un intento de parecer intimidante. Sabía que no debería sentirse de esa forma, pero nunca había sido la mejor para controlar sus sentimientos.
Nina estaba hablando con los compañeros de su hermano de Columbia. A pesar que era obvio que aquellos muchachos estaban intentando impresionarla, mencionando sus logros, la importancia de sus familias, y lo buenos que eran en lacrosse, la chica no se mostraba afectada en lo más mínimo por sus halagos. Después de todo, su pareja era una celebridad de Hollywood. Además, ella era Nina Archibald. Había sido alimentada con cumplidos y adulaciones desde que era una bebé.
Solo logró separarse de aquel grupo cuando notó a Chuck, quién parecía estar rondando como un águila alrededor de los invitados, sin detenerse a hablar con nadie. Por el contrario, él se mantenía en el fondo de la multitud, luciendo demasiado atrapado en su mente como para prestar atención a algo tan mundano como charlas para llenar el tiempo.
Nina le brindó una pequeña sonrisa cuando se le acercó, sus labios apretados formando una línea mientras miraba con ojos amables al chico frente a ella —. Hola.
—Hola—, masculló Chuck, apenas mirándola.
Ella frunció el ceño —. ¿Pasó algo?
—Jack va a cerrar el Empire—, anunció amargamente, y la pequeña sonrisa de la chica se disipó por completo —. Acabo de hablar con mis abogados, para ver si había alguna forma de mantenerlo abierto, pero no la hay. Solo me queda verlo morir lenta y dolorosamente.
Nina hizo una mueca, y miró a su alrededor mientras todos se juntaban para escuchar las reglas del juego. No se molestó en prestar atención. Después de todo, gracias a la obsesión de Nate con aquella actividad, podría recitar las reglas de memoria (no que fueran muy complejas, cabe admitir).
—Vamos a la cocina—, dio como respuesta la chica, sabiendo que allí obtendrían más privacidad que en la sala de estar.
—No estoy de ánimo para café, Nin--.
—Yo voy a tomar café—, lo interrumpió, tomándolo por el brazo y tirando de él para guiarlo al ambiente mientras el grupo de invitados comenzaban a dirigirse al ascensor para dar comienzo al juego —. Tú tomarás un buen whisky.
Chuck se relamió los labios, una pequeña sonrisa jugando en sus labios. Estaba a punto de contestar, pero fue entonces cuando se cruzaron con el centro de atención del evento de ese día.
—Oigan, vamos—, exclamó el rubio, tomando a los dos a partir de la unión entre su brazo y mano —. El juego está por empezar.
—Ya estoy muerto—, espetó Chuck.
Nate bajó la mirada a su pecho —. Pero aún tienes tu foto.
—Formalismo—, musitó Chuck, provocando que Nate riera, antes de arrancar la foto que colgaba de su pecho y entregársela —. Aún puedes matarme otra vez.
Nina apenas miró a Chuck dirigirse a la cocina, antes de posar su atención en su hermano y brindarle una sonrisa —. Realmente necesitamos hablar—, explicó, y se sacó el collar por sobre la cabeza para dárselo en la mano —. Estás empezando con ventaja, así que no tienes excusa para perder.
Nate rió —. Siempre gano.
—Hmm—, murmuró Nina antes de reír —. Suerte—, canturreó, antes de seguir a Chuck hacia la cocina.
Una vez que llegó a la cocina, se encontró con Chuck apoyado contra la isla. En cuanto la vio, él se giró a la cafetera y vertió el café recién hecho en una taza. Nina aceptó con gratitud el cálido recipiente, y chocó en un brindis por la ruina con el vaso de whisky de Chuck.
—Entonces... ¿realmente no hay otra opción?—, susurró Nina, puesto que se vieron embargados en un silencio tan ensordecedor que se sentía como si hablar a un nivel normal de volumen sería demasiado alto.
Chuck despegó el vaso de sus labios una vez que se encontró vacío —. No. Ya no hay otra opción.
La chica observó a su amigo con atención. Él no era otra cosa que la calma antes de la tormenta, y ella lo sabía. Chuck siempre había sido silencioso en cuestión a su sufrimiento, castigándose a sí mismo e infligiendo dolor a otros en formas frías y metódicas. Por lo que ella no dudaba que debería lidiar con su dolor en un par de días. Tal vez, incluso, en la mañana siguiente.
—Chuck—, comenzó, y solo cuando el mencionado la miró a los ojos, continuó —. Tú no eres el hotel.
Era obvio. Tal vez tan obvio para otras personas que ni siquiera se detendrían a pensar en que era necesario aclararlo. Sin embargo, para Chuck no era obvio. Para él, el hotel Empire representaba que su padre se había equivocado sobre él. Que él no era débil.
—Nina—, mencionó él, pero la morena negó.
Ella posó su taza de café sobre la mesada detrás de ella, y se acercó a la única persona en el lugar. Claro que habían decenas de cocineros, mucamas, y servicio extra que había sido contratado aquel día por la conmemoración del cumpleaños de Nate. No obstante, todos ellos se habían retirado de la cocina porque se habían percatado que querían espacio.
Dudando de cada movimiento, Nina le quitó el vaso de las manos y lo dejó sobre la isla. Volvió a unir su mirada con la de él, y deslizó sus manos hasta que se encontraron sobre su pecho —. Sé que el Empire significa mucho para ti, pero no lo necesitas. Sé que trabajaste mucho, y no mereces que te lo arrebaten de esta manera. Mucho menos que Jack, de todas las personas, sea el que te lo quite. Pero sigues siendo Chuck Bass, con o sin hotel.
>> Blair te sigue amando. Lily te sigue considerando su hijo. Nate sigue siendo tu mejor amigo. Yo sigo estando aquí para ti, para lo que necesites. Ninguno de nosotros te quiere por el Empire, te queremos por quién eres.
Completo silencio.
Por un momento, Nina incluso llegó a creer que había dicho algo malo. Repasó las palabras en su cabeza, buscando identificar su error. Pero entonces, Chuck movió sus manos y rodearon la de ella. Aún sin emitir sonido, llevó la mano de la chica hasta sus labios y depositó un beso sobre sus nudillos.
—Gracias, princesa.
Nina le sonrió. Un pequeño brillo se extendió en sus ojos, sabiendo que estaba la esperanza de que Chuck no cayera en un pozo sin fondo debido a esto. Iba a tener que trabajar para evitarlo, todos iban a tener que dedicar su tiempo y esfuerzo, pero juntos podrían evitar su caída.
—No debes agradecerme por nada—, aseguró, sintiendo la calidez de su respiración golpear contra su mano, dejando una caricia que llegaba a erizar el vello que cubría sus brazos —. Somos amigos, para eso estamos.
Ellos giraron sus cabezas hacia la sala de estar cuando escucharon a personas hablar, y supieron de que los invitados que ya habían perdido estaban comenzando a volver. Nina notó de reojo a un par de cocineros asomándose a la puerta de la cocina, sabiendo que deberían seguir preparando más platos, pero claramente no queriendo meterse en problemas al molestar a alguna de las legacías de Nueva York.
—Deberíamos ir—, sugirió ella, apenas mirando a Chuck antes de que ambos volvieran a la sala de estar. Al cruzar la sala, algunas personas los miraron con curiosidad, pero ninguno de ellos se detuvo a enfrentarlos mientras se dirigían al pasillo para esperar a Nate, Blair, o Serena.
Afortunadamente, no tuvieron que esperar mucho a que la rubia los agraciara con su presencia. Serena se acercó a ellos con una media sonrisa, y se paró frente a la mesa donde previamente descansaban las fotos de los invitados —. ¿Dónde está Blair?
—Seguro está ahí fuera, aún matando—, contestó Chuck.
—Imposible, su Polaroid sigue aquí—, anunció la rubia esbelta, tomando la fotografía entre sus dedos y alzándola de la superficie plana para que ambos pudieran verla —. Ya la conocen, seguro está haciendo trampa.
Nina rió, recordando que cuando eran niños, Blair siempre hacía trampa en aquel juego. En todos los juegos, en realidad. Por lo tanto, la morena se encontró estando de acuerdo —. Oh, ella definitivamente está haciendo trampa.
Serena les dedicó una última sonrisa, antes de que tuviera que ser excusada para dar un par de direcciones al staff. Nina giró su cabeza con una sonrisa en su rostro, lista para rememorar aquellas anécdotas de tardes de juegos cuando eran niños con su amigo de la infancia, pero Chuck lucía extraño.
La chica frunció el ceño, y estiró su brazo para posar una mano sobre su brazo —. Chuck, ¿estás bien?
—Sí—, balbuceó el castaño, hablando con rapidez —. Yo – debo irme—, anunció, sin dar tiempo a un cuestionamiento antes de levantarse y dirigirse al ascensor.
Nina lo observó marcharse sin brindar protesta, aunque su ceño se mantuvo fruncido. No entendía por qué en cuestión de segundos el comportamiento de su acompañante había dado un cambio tan brusco. Sin embargo, el asunto pasó a segundo plano cuando un chico, quién ella vagamente recordaba que se llamaba Jordan, se le acercó y le empezó a contar sobre todas las personas que había logrado matar antes de perder.
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