V E I N T I S I E T E | R E U N I Ó N S E C R E T A 🪩
«Nunca olvidaré el miedo que tuve de perderla... Y hoy sentí ese miedo triplicado»
Zev Grimaldi.
El sol de la mañana se colaba por las ventanas de nuestra habitación en el rancho, bañando todo con una luz dorada que parecía burlarse de mi estado de ánimo.
Mis ojos recorrieron cada rincón, cada detalle del espacio que Zev y yo habíamos compartido como recién casados, tratando de grabar cada imagen en mi memoria, sobre todo con Angela y con Rocky. El aroma a madera y a las flores frescas que Zev me había traído esa mañana aún flotaba en el aire, como un recordatorio agridulce de la felicidad que habíamos encontrado aquí.
Con un suspiro, cerré la maleta que había estado empacando. El sonido del cierre parecía sellar no solo la maleta, sino también este capítulo de nuestra vida. Me giré para mirar por última vez la habitación, sintiendo cómo el peso de la incertidumbre se asentaba en mi pecho. ¿Cuándo volveríamos? ¿Volveríamos siquiera?
Suspiré de tan solo pensarlo y traté de no darle demasiadas vueltas a todo ello.
Salí de la habitación, arrastrando la maleta conmigo como si fuera el ancla que me mantenía atada a la realidad. Bajando las escaleras, pude ver el espacio tan familiar que habíamos compartido todos y deseé volver a repetirlo todos los días de mi vida y disfrutar de esa felicidad por el resto de mi vida. Pero en el porche, la escena que me recibió hizo que mi corazón se encogiera. Zev estaba abrazando a Angela, quien se aferraba a él como si su vida dependiera de ello. Ella, al verme, corrió hacia mí con los ojos llenos de lágrimas, dejando de lado a su hermano mayor.
—¡No te vayas, Olivia! —suplicó, abrazándose a mi cintura—. Por favor, no se vayan.
Me agaché para estar a su nivel, acariciando su cabello con ternura.
—Angela, cariño, solo serán unos pocos días. Volveremos antes de que te des cuenta —prometí, rezando internamente para que mis palabras fueran ciertas.
—¿Lo prometes? —preguntó con aquellos grandes ojos buscando la verdad en los míos.
Y como dolía no poder decirle la verdad, porque lo último que quería era que sufriese.
—Lo prometo —respondí, sellando mi promesa abrazándola.
Rocky, mi fiel compañero, mi familia la cual nunca me ha dejado sola, se acercó con un ladrido suave, como si entendiera la gravedad de la situación. Me volví hacia él, acariciando su pelaje con cariño y no quise separarme de él.
Todas las cosas que vivimos juntos, incluso mucho antes de que todas las cosas se desmoronasen, cuando todo era normal.
—Cuida de Angela por mí, ¿de acuerdo, Rocky? —dije, recibiendo un ladrido afirmativo como respuesta.
Me lamió toda la mejilla antes de volver a abrazarlo, notando su pelaje suave entre mis dedos. Cuando me costó una barbaridad en alejarme de Rocky, vi como mi perro me observaba de aquella manera y se quedó ahí, al lado de Angela.
Marta y Oliver, los cuidadores del rancho, se acercaron para despedirse. Sus rostros arrugados mostraban preocupación, pero también una determinación que me reconfortó.
—Cuidaremos bien de Angela y Rocky —aseguró Marta, apretando mi mano con fuerza—. Ustedes cuídense mucho allá fuera.
—Lo haremos —prometí, sintiendo un nudo en la garganta.
Zev se acercó a mí, rodeando mi cintura con su brazo. Su presencia era como un ancla, manteniéndome firme en medio de la tormenta emocional que amenazaba con arrastrarme.
—Es hora de irnos —murmuró, su voz teñida de una mezcla de determinación y tristeza.
Asentí, incapaz de encontrar las palabras adecuadas. Con una última mirada al rancho, a Angela, a Rocky, a Marta y Oliver, subimos al coche. El motor cobró vida, y comenzamos nuestro viaje hacia Chicago, dejando atrás nuestro refugio, nuestro pedazo de paraíso.
Con nosotros nos acompañaba Ginevra, mientras que en el otro coche iban todos los demás para acompañarnos y estar juntos como un equipo.
El viaje a Chicago fue como atravesar un limbo, un espacio entre la paz que habíamos encontrado en el rancho y los peligros que nos esperaban. Los días se fundieron unos con otros mientras nos instalábamos en la cabaña a las afueras de la ciudad, trazando planes y estrategias.
Una tarde, mientras revisábamos los detalles de nuestro plan por enésima vez, noté que Zev no parecía convencido. Lo vi alejarse para hablar en voz baja con Delia y Nikola, sus rostros serios y preocupados. Quise acercarme, pero en ese momento, Ginevra se aproximó a mí.
—¿Te encuentras bien, Olivia? —preguntó, su mirada escrutadora—. Te veo un poco pálida.
Forcé una sonrisa, tratando de ignorar la sensación de malestar que me había estado acompañando los últimos días.
—Estoy bien, son solo los nervios por todo esto —aseguré.
Ginevra no pareció muy convencida, pero no insistió. En su lugar, cambió de tema.
—Necesitamos reunirnos con Akkerman. Ese viejo idiota que si por mi fuera... —dijo en voz baja—. Pero es nuestra mejor oportunidad para descubrir dónde se esconden las Smirnov.
Asentí, sintiendo cómo la ansiedad se arremolinaba en mi estómago ante la mención de las mujeres que habían estado cazándonos.
—¿Cuándo?
—Mañana —respondió Ginevra.
Observé a mi marido hablado acaloradamente con Nikola, Ian y Delia, en el despacho de Sunam pero sin poder escuchar absolutamente nada desde mi posición. Quise saber de que estaban hablando y, cuando Ian me vio mirando la escena, cerró la puerta como si esto no fuese conmigo.
Arrugando mi entrecejo, escuché a Ginevra;
—Tú y yo iremos solas. Es menos probable que sospechen si somos solo nosotras dos —respondió y yo la miré para asentir.
La idea de enfrentarnos a Akkerman sin el respaldo de mis guardaespaldas me ponía nerviosa, pero sabía que era necesario.
—De acuerdo —accedí finalmente.
Con la mirada de Ginevra, siendo algo dulce conmigo por todo lo que estaba viviendo, asentí para luego empezar a caminar hacia la sala de entrenamiento, donde Luna me esperaba en una nueva sesión que me dejaría tumbada en la lona.
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A la mañana siguiente, mientras nos preparábamos para partir, observé los coches aparcados que había frente a dicha cabaña, para un largo viaje de 4 horas aproximadamente hacia Chicago.
Habían pasado unos días después de la despedida con Angela. Días desde que nos marchemos de nuestro lugar seguro para estar en Chicago, en constante peligro por lo que sucedería.
Era ir a un lugar totalmente inseguro en ese momento, aunque ya Giulio no fuese una amenaza, había otra mucho peor que eran las Smirnov.
El plan era hablar con Akkerman para poder sonsacar donde se encontraban las Smirnov. Según Delia, lo mejor que podíamos hacer era hablar con la matriarca de la familia y defenderse si así era necesario. Porque según sus fuentes, esa mujer quería algo muy valioso que, supuestamente, yo tenía. No sabía si eso era cierto, si realmente ella quería Una reunión conmigo y matarme o matarme directamente. Pero por todo lo que ha estado demostrando todo este tiempo, la pinta es que todo iba a acabar mal.
Pero si no lo hacíamos, seguirían buscándonos hasta el fin de nuestros días. Y no pensaba dejar que eso sucediese. Iba a acabar lo que los Dupont empezaron, pero yo no era como ellos. Jamás sería una Dupont.
Era una Lara y siempre lo sería. El apellido de mi madre que tanto mi padre quería que llevase, siempre sería parte de mi esencia. Siempre.
Vi como Delia se ponía a discutir con un Nikola que parecía bastante serio, pero se le notaba enfadado, pero como Delia era Delia, ella parecía ignorarlo como si fuese un trozo de pared en ese momento.
Ian parecía preocupado por Luna, quien era más fría que el hielo y se notaba. Mientras que Benjamin estaba tranquilo dentro de la tormenta en la que nos íbamos a sumergir.
En el coche ya estaba esperando Ginevra, quien iba a ir de copiloto para dejarme conducir a mi y estaba apoyada en el coche mientras sus gafas de sol descansaban sobre su cabeza, esperándome.
Empecé a caminar, saliendo de la cabaña donde Sunam se quedaría, cuando Zev se acercó a mí.
—Liv —murmuró, haciéndome girar.
Cuando creí que se me había quedado algo atrás, sin decir una palabra, me envolvió en un abrazo tan fuerte que casi me dejó sin aliento.
Su cuerpo alto y robusto, todo lo contrario al mío, se acomodó mientras que yo no podía quejarme en lo absoluto. En mitad de la naturaleza, en medio de un problema mortal para ambos donde nos sumergiríamos en un lugar que no sabríamos si saldríamos ilesos. Pero ese abrazo, el abrazo de mi marido, me supo como lo mejor que me había pasado en años.
Tan solo dejé que mis manos se acomodasen en su ancha espalda, recorriéndolo como lo había hecho infinidad de veces anteriores, para luego pegar mi cabeza en su pecho y enterrarme en él.
Pero lo que más noté fue sus brazos, tensos y sin dejarme nada de espacio porque parecía tenerle miedo a lo que se avecinaba. Al igual que a mi me daba miedo perderlo y no volver a verlo nunca.
—Vuelve de una pieza, ¿me oyes? —murmuró contra mi cabello—. Esta noche volveremos a la cabaña juntos para reunirnos la próxima semana con Angela y Rocky. Te lo prometo.
Me aferré a él, inhalando su aroma familiar, dejando que su presencia me llenara de fuerza y no quise separarme de él en ningún maldito momento de ese corto tiempo que nos quedaba antes de afrontar una realidad dura... Muy dura.
—Lo haré —prometí. —Te amo, Zev.
—Y yo a ti, más que a nada en este mundo —respondió, para luego estampar sus labios sobre los míos.
Besándome con una intensidad que hablaba de todos sus miedos y esperanzas. Recordando todos los besos que nos habíamos dado, rememorando nuestro primer beso en mitad de la fiesta de compromiso, hacía meses y delante de todos. Cuando supuestamente nos odiábamos y no queríamos saber nada del otro, ese primer beso fue lo que marcó un antes y un después.
Y todo lo que vino después es historia.
Nos separamos a regañadientes, y mientras me alejaba con Ginevra, subiéndome al coche, sentí el peso de la mirada de Zev sobre mí. Sabía que, a pesar de nuestro plan, él y los demás nos seguirían de cerca, listos para intervenir si algo salía mal.
Conduje por la pista desierta alejándonos de aquella cabaña, en mitad de la nada, para sumergirnos en la autopista durante unas horas. Ya en la ciudad, Ginevra y yo nos metimos por las calles bulliciosas, mezclándonos con la multitud en aquellos trenes de coches. El contraste entre la paz de la cabaña donde entrenaba día y noche ante el caos urbano era abrumador.
Y no dejé de pensar en Angela, Rocky y los cuidadores del rancho. No dejé de pensar si Angela estaría bien, aunque sabía que lo estaría. No dejé de pensar en aquellos días increíbles que pasamos en aquel rancho y que deseé quedarme ahí eternamente.
Pero la realidad se estaba burlando de mi, porque quería que pasara primero un gran obstáculo en el que podía dejar mi vida atrás o la de Zev y no sabía si volvería a repetir aquellos días en el rancho.
Traté de no pensar en ello mientras aún sentía el beso de Zev en mis labios.
Frené frente a un semáforo en rojo, en una calle poco transitada de Chicago mientras que se escuchaba una suave melodía de fondo en el coche. Por el espejo retrovisor divisé los 2 coches conducidos por Delia y por Luna un poco más atrasados que nosotros, debido a que habían más coches delante de ellos.
Nos estábamos acercando a la torre de Akkerman y me estaba poniendo de lo más nerviosa ante lo que podría encontrarme.
—¿Sabes? —comenzó Ginevra de repente con su voz suave pero cargada de emoción—. Nunca había visto a Zev tan feliz.
La miré sorprendida, no esperando este giro en la conversación que me estaba dando.
Ella continuó;
—Recuerdo el día que te trajo a mi despacho —murmuró y no dejé de recordar aquel día, que tan enfadado estaba y tuve que frenarlo por si pasaba cualquier cosa—. Empezó a discutir conmigo. Estaba tan tenso... Y entonces tú lo calmaste con solo unas palabras. Ahí me di cuenta del poder que tenías sobre él.
Sus palabras me calentaron el corazón, trayendo a la superficie recuerdos de aquellos primeros días, cuando todo era complicado y nuevo entre Zev y yo. A pesar de que todo era una farsa al principio. Pero era desde ese punto en el que me hacía preguntarme cuando empezó a ser real lo de Zev y yo.
¿Cuando?
¿Quizás cuando la fiesta de compromiso? ¿Cuando salimos de la mansión Rinaldi? ¿O cuando empezaba a preocuparse por mi?
Ni siquiera yo lo tenía claro, pero eso ya no importaba.
—Él también me ha hecho muy feliz —admití suavemente—. Aunque no ha sido un camino de rosas.
—Nada es un camino de rosas... Nosotros vinimos a la vida a sufrir y a...
De repente, el mundo a nuestro alrededor estalló en caos. El sonido de un disparo rompiendo el cristal del coche rasgó el aire y sentí cómo algo cálido y húmedo salpicaba mi rostro. Por un terrible momento, pensé que me habían disparado, pero no sentía dolor. Tan solo solté el volante mientras me tocaba el rostro cubierto de un líquido intenso rojo.
Al girarme lentamente el corazón empezó a latirme con fuerza en mis oídos. Y entonces la vi.
Ginevra yacía a mi lado, con su rostro caído a un lado, inmóvil con un charco de sangre extendiéndose bajo su cabeza. El mundo pareció detenerse mientras que yo no podía dejar de mirar lo que acababa de pasar.
—¡Ginevra! —grité, sacudiéndola suavemente—. ¡Ginevra, por favor, despierta!
Traté de sacudirla, pero era imposible. Su cabello pelirrojo estaba totalmente pegajoso por el líquido que salía de su cabeza y yo no podía dejar de pensar en como ayudarla, como si tuviese la esperanza de que siguiera viva.
Pero en el fondo, sabía que era demasiado tarde. Sus ojos, antes tan vivaces, ahora miraban al vacío, sin vida. Las lágrimas nublaron mi visión mientras la realidad de lo que había sucedido me golpeaba con fuerza.
Y me quedé totalmente en shock, sin poder moverme, sin poder reaccionar, ni siquiera poder levantarme o preparar mi arma, aun sabiendo que esto significaba que las Smirnov estaban aquí.
El chirrido de un coche apareció frente al semáforo, parándose frente a mi coche y ahí se bajaron 2 hombres vestidos de negro con armas en las manos. Aún viendo esto, fui incapaz de moverme, de poder reaccionar mientras mi rostro miraba al rostro sin vida de Ginevra.
Cuando vi a uno de esos 2 hombres mientras se desataba el caos, con personas bajándose del coche, corriendo por todos los lados de la carretera, con coches estampándose entre ellos, sentí que ese era mi final, que acabaría igual que ella. Me quedé sin aire mientras vi como ese hombre se acercaba con su arma en la mano.
Rompió el cristal con su codo, haciéndome que escondiese mi rostro entre mis brazos y luego me dijo;
—Olivia Dupont, la matriarca quiere verte y no quiere que te retrases —contestó ese hombre con una voz muy grave.
Lo miré, pero fui incapaz de decir absolutamente nada.
Al ver que no me movía, empezó a desesperarse mientras miraba hacia su lado derecho, como si hubiesen gente yendo a por él y colocó su arma en mi cuello, sintiendo el frío en mi piel.
—O vas o acabarás como tu amiguita Mancini —respondió, sacando una tarjeta y tirándomela sobre mi regazo—. Recibirás una llamada en las próximas 3 horas. Asegúrate de responder al tercer tono —concluyó para luego empezar a correr al ver que alguien los disparaba.
Ambos se subieron al coche y huyeron de lugar mientras que yo observaba sin poder reaccionar la escena. Miré a Ginevra que no se movía y luego la tarjeta donde ponía una dirección.
Con las manos temblorosas, tomé aquella dirección pareciéndome familiar, pero sin poder pensar con claridad en ese momento. Carraspeé y cerré los ojos mientras empezaba a respirar con más dificultad por lo que acababa de pasar.
—¡OLIVIA!
Alguien estaba gritando mi nombre, pero era incapaz de escuchar con claridad que es lo que ocurría en mi alrededor. Era incapaz de saber que estaba sucediendo porque mi mente parecía estar bloqueando todo lo que sucedía en ese instante.
—¡¡OLIVIA!!
Hasta que noté que la puerta del coche se abría y unas manos cálidas, familiares, me tomaron del rostro.
—Mírame, por favor... —susurró Zev, quien empezó a mirarme a los ojos y al charco de sangre que tenía en mi rostro —. Otra vez no, otra vez no...
Apenas pude hablar, no podía decir nada. Pero el rostro de Zev lo decía absolutamente todo. Parecía temer que tuviese alguna herida de bala, que me hubiesen disparado o cualquier cosa, hasta que escuché la puerta del copiloto abrirse y Delia habló;
—Está muerta.
Zev dijo algo en italiano para luego mirarme a mi.
—Liv, por favor... Dime algo. ¿Te han disparado? —cuestionó totalmente angustiado, con sus manos temblorosas sobre mis mejillas.
—Está en shock, ¿no lo ves? Hay que sacarla de aquí ya —respondió Delia mientras que los demás guardaespaldas se unían junto con el sonido de las sirenas de policías.
Zev me desabrochó mientras yo tan solo lo miraba a los ojos, y podía sentir que mis ojos parecían mucho más expresivos que nunca. Como si quisiera hablar pero no podía y mis ojos lo demostraban totalmente.
Volvió a tomarme del rostro y me susurró;
—Vas a estar bien. Te lo prometo.
Me tomó en brazos, sintiendo que todo mi cuerpo no servía para nada y salí del coche entre los brazos de mi marido.
Tan solo me apoyé en su duro pecho, el cual me había apoyado horas antes y escuché el pánico de todos los demás. Dejé de pensar, tan solo me centré en cerrar los ojos y sentir la calidez de mi marido antes de que me dejase en los asientos traseros del coche en el que estaba junto con Luna y Benjamin para luego sentir que le costaba horrores separarse de mi. En cuanto lo hizo, rodeó el coche y se sentó a mi lado, abrazándome mientras que yo era incapaz de decir nada, tan solo mirar el coche en el que viajaba con Ginevra. Delia, Nikola e Ian se quedaron frente al coche para poder llevarse el cuerpo de Ginevra.
Mis lágrimas empezaron a caer sin previo aviso mientras Zev me estrechaba en su duro pecho.
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Bajo la ducha, miraba el suelo lleno de sangre que caía por mi cuerpo y empezaba a mezclarse con el agua, desapareciendo por el desagüe. Me abrazaba a mi misma mientras trataba de recomponerme, tratar de pensar con claridad sin que la imagen de Ginevra me viniera a la mente y sobre todo, por ese final tan horrendo que acababa de tener.
No pude dejar de pensarlo una y otra vez. Era imposible bloquear esas imágenes de mi cabeza. Totalmente imposible cuando una persona que era importante en tu vida le ocurría algo tan cruel y despiadado como ese final.
Mis lágrimas empezaron a caer mientras no dejaba de pensar en el sonido de aquel disparo atravesando el cristal y parando en Ginevra. Lloré bajo el chorro de la ducha aun sabiendo que nadie me escucharía en ese apartamento, necesitando desahogarme antes de poder enfrentarme nuevamente a la cruel vida que me esperaba ahí fuera.
Ginevra, una persona que consideraba de la familia, que me había ayudado siempre, incluso cuando apenas me conocía...
Me abracé mucho más a mi misma, desnuda bajo aquella ducha que ya conocía casi a la perfección mientras escuchaba de fondo las voces de mis guardaespaldas y de los búlgaros mientras que la de Zev apenas la escuchaba.
Nos encontrábamos en el apartamento en el que Zev y yo nos mudemos tras nuestra primera boda. El apartamento de Zev con aquellas vistas tan privilegiadas y del cual tampoco pasé tanto tiempo como en la mansión, pero era casi como un hogar para mi porque era al lado de Zev.
¿Que haría si a Zev le ocurría absolutamente lo mismo?
Por favor... No quería ni pensarlo. No podía soportarlo... No podría soportar otra persona más fuera de mi vida. Mis padres, mi padrino, Ginevra... No... Otro más no.
No escuché la puerta del baño abrirse porque estaba bajo la ducha, llorando como nunca, cuando sentí que entraba frío de la mampara porque alguien la había abierto y unos brazos reconfortantes me abrazaron, con un duro pecho aplastándose en mi espalda.
Sabía exactamente de quien se trataba, de la persona a la que temía perder y Zev tan solo me abrazó, sin decirme absolutamente nada mientras que el agua nos empapaba a ambos. Sobre todo, a Zev quien parecía no haberse quitado la ropa para ello.
—Tu no tienes la culpa de nada —dijo esas palabras que necesitaba escuchar.
Porque aunque yo no había hecho nada, me sentía culpable de arrastrar a todas esas personas a una muerte casi segura. Y traté de aguantar las lágrimas, pero a medida que más pensaba, más salían.
—No puedo evitarlo...
El rostro de Zev se enterró en mi cuello mientras me daba pequeños besos en esa zona.
Les había contado a todos lo que había sucedido, que recibiría una llamada de las Smirnov dándome un horario para que fuésemos a ese lugar, sin entender bien porque habían elegido ese sitio. Pero todos sabían en el estado en el que me encontraba y necesitaba un rato, por pequeño que fuese, para poder entender todo lo que me estaba pasando.
—Todos sabemos donde nos metemos. No es tu culpa, Liv. Las Smirnov son una gran amenaza para todos nosotros sin ser por ti y si no hacemos algo ya, se harán con muchas cosas en el futuro para otras personas —murmuró, como si intentase calmarme.
Y confiaba en sus palabras. Sabía que tenía toda la razón, pero en ese momento era imposible pensar en otra cosa.
—Vamos. No estés tanto tiempo bajo el agua —murmuró Zev.
Pero apenas podía moverme.
—Mi cuerpo apenas puede reaccionar, Zev.
—¿Para que estoy yo aquí? —murmuró en mi oído.
Me tomó de las manos y me ayudó a salir de la ducha. En mitad del baño, estando nosotros solos, tomó la toalla que estaba colgada y empezó a secarme con ella, empezando por mi cabello, siguiendo por mis hombros y empezando a bajar hasta quedar de rodillas. Se tomó todo su tiempo en ayudarme a secarme para luego empezar a secarme mejor el cabello mojado que tenía.
Tras eso, me vistió como aquella vez que estuve herida y había salido del hospital y me cuidó en todo momento.
Cuando acabó, me miró desde el espejo, nos miramos desde ese reflejo de ambos y vi por primera vez en ese día su rostro de angustia. Se le veía mucho más preocupado que nunca y susurró;
—Me asusté mucho al verte cubierta de sangre.
Carraspeé al verlo y supe que Zev tenía que haberlo pasado horrible al saber que Ginevra había muerto y creer que me habían disparado a mi y que no reaccionaba.
—Al ver que todo se iba a la mierda y que tu no bajabas del coche, supe que algo no iba bien. Y la marea de gente corriendo en dirección contraria, solo hizo ponerme peor porque no conseguía alcanzarte por los empujones —respondió enfadado—. Pero cuando te vi cubierta de sangre, con ese hombre apuntándote...
Su voz falló y yo me giré para encararlo.
Con mis manos, las coloqué sobre sus mejillas para acariciarlo con dulzura. Para demostrarle que bajo aquella tormenta, aquella tempestad que nos amenazaba a ambos, había algo de calma.
Bajo aquellas sombras de la tormenta, ambos seguiríamos juntos pasara lo que pasara. Y no iba a dejarlo nunca, pasara lo que pasara. Lo amaba y así sería siempre.
No hacía falta decirlo, porque ya lo habíamos dicho. Pero nuestros gestos nos lo demostraba.
Y lo besé con amor, sin saber si sería nuestra última vez, nuestra primera, o lo que fuese. Pero quería demostrarle que lo amaba con ese gesto tan simple.
Él apoyó sus manos sobre mis caderas y me atrajo hacia él con su ropa mojada por la ducha. Sintiendo nuestros cuerpos arden juntos, ir hasta el fin del mundo de la mano para poder salir de allí a la vez. Aunque temía que eso no sucediese, aunque temía que es lo que podría pasar en ese lugar.
Pero nuestros cuerpos, nuestras bocas, hablaban por si mismas. Y tan solo deseé que el tiempo se detuviese para vivir mucho más a su lado. Pareciéndome que estos casi 10 meses juntos me han parecido pocos, muy pocos para una vida entera.
Nuestras lenguas se encontraron para continuar con nuestro camino de pasión en ese espacio diminuto, aunque para ambos ese espacio diminuto para 2 amantes como nosotros era como un maldito 4 de julio.
Cuando nos separamos, le susurré;
—Si pudiese elegir el lugar más seguro de mundo, serías tu —susurré, consiguiendo que Zev sonriese por primera vez en esos días.
Y volvió a besarme como si no hubiese un mañana. Como si esa tarde no nos fuésemos a enfrentar al apocalipsis juntos.
Continuamos con nuestro momento, cuando varios toques fuertes sonaron desde la puerta del baño.
—¿Habéis terminado de restregarse? —preguntó una Delia que se le notaba que estaba cabreada con Nikola—. Porque esto es importante.
Ambos salimos pocos segundos después de la mano y llegamos al salón, donde todos estaban reunidos, exceptuando a Ginevra, la cual me invadió un vacío enorme en mi pecho.
Delia estaba con sus manos en sus caderas mientras Luna tenía los brazos cruzados.
—¿Que ocurre?
—Las Smirnov no creo que estén solas en esto. A parte de Akkerman y compañía —respondió Nikola, mirándome a mi como si tuviese que tener cuidado con las palabras que diría.
—¿Lo dices por la dirección en la que será la reunión? —cuestioné.
Tanto Delia como Nikola se miraron y asintieron.
—Si, también me extrañó que fuese en el casino Mancini —habló Zev.
El casino de Ginevra llevaba años siendo dirigido por Mattia, pero era imposible que él estuviese presente por lo que pasó la última vez, que huyó de la ciudad y se fue a otro estado muy, muy lejos.
—Si, justo donde toda esta mierda empezó, ¿no es casualidad? —dijo Delia—. Las Smirnov quieren ver a una Olivia caída, derrumbada. Por eso hicieron lo que pasó en el coche, para afligirla más y ahora quieren que vaya al casino donde estuvo retenida muchos días —respondió la rubia y me quedé callada mirándola.
Notaba como Zev empezaba a tensarse mientras yo escuchaba las palabras de los búlgaros.
—Mattia no puede aparecer.
Nikola negó con la cabeza.
—Yo creo que si. Es su última carta antes de poder disfrutar del último baile. Y quiere enfrentarse a Zev como siempre lo ha deseado... Por eso hay que ir con pies de plomo, Olivia. Y queremos que ambos no os despistéis por las cartas que está jugando esas mujeres.
Fue ahí cuando el móvil sonó y alguien contestó la llamada al tercer tono.
Luna asintió diciendo "vale" y colgó.
Todos la miramos como si tuviese el secreto mejor guardado de la historia. Y entonces habló;
—Tenemos 25 minutos para aparecer allí. Así que hay que marcharnos ya.
***
Nuevo capítulo sorpresa, ya que se acerca el final de SHADOWS y quería regalarles un capítulo de más esta semana.
¿Que les ha parecido?
¿Se esperaban lo de Ginevra?
¿Qué ocurrirá?
Nos leemos el sábado.
Patri García
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