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V E I N T I O C H O | L A J O Y A 🪩

«Todo era un caos... Un horrendo caos del que dudaba poder salir de ahí intacta»

Olivia Lara.

El metal frío de la furgoneta se convirtió en mi prisión temporal, un recordatorio de lo que había vivido hacía meses en aquel casino que estaba a escasos metros de mí y del que pensé nunca volver a pisar. Mis dedos trazaban patrones invisibles sobre la superficie lisa, como si pudiera borrar los recuerdos que se aferraban a mi mente con la tenacidad de una enredadera venenosa.

El aire dentro del vehículo se volvía cada vez más denso, cargado con la tensión de lo que estaba por venir. Mis compañeros de equipo se movían a mi alrededor como sombras inquietas, pero yo estaba atrapada en mi propio mundo de pesadillas despierta.

Mattia.

Su nombre era como un susurro helado en mi nuca. Rubio, atractivo y letal como una serpiente. Había desaparecido como la niebla al amanecer, huyendo de la ira de Zev y los demás que trataban de protegerme. Pero el casino, nuestro destino inminente, era el escenario de mis peores recuerdos, y temía que él estuviera allí, esperando entre las sombras como un depredador paciente.

Los días de mi secuestro se reproducían en mi mente como una película gastada. El hambre royendo mis entrañas, la desesperación creciendo como una planta marchita en mi pecho, la incertidumbre de si volvería a ver a Zev... Zev, mi ancla en este mar turbulento de emociones.

Pero el saber que dentro de ahí, de esas pesadillas, se encontrarían las Smirnov sin saber si saldríamos vivos de ahí era lo que me estaba comiendo por dentro.

Como si pudiera leer mis pensamientos, su mano encontró la mía en la penumbra de la furgoneta. Sus dedos se entrelazaron con los míos, fuertes y seguros, un faro en la tormenta de mis miedos.

—Olivia —murmuró, su voz un bálsamo para mis nervios crispados—. No tienes que hacer esto, aun puedes volver al rancho.

Giré mi rostro hacia él, encontrando sus ojos en la penumbra. Eran pozos profundos de preocupación y amor, un espejo de mis propias emociones. El plan no le gustaba, lo sabía. El miedo de perderme era un monstruo que lo devoraba por dentro, tan feroz como el que me atormentaba a mí. El mismo sentimiento que sentía yo por él y no quería que fuese Zev el que estuviese conmigo en ese momento, pero él mismo así lo quiso.

—Estaré bien —aseguré, mi voz más firme de lo que me sentía—. Pero tu tampoco tienes porqué estar aquí... —Mis palabras eran un escudo frágil contra la realidad que nos esperaba, pero era todo lo que teníamos.

—No pienso dejarte sola. Somos un equipo, Liv —susurró con aquella voz ahora algo carrasposa por lo que estábamos viviendo.

Delia, hermosa y letal como una rosa con espinas, se inclinó hacia nosotros. Su cabello rubio brillaba como un halo en la oscuridad de la furgoneta.

—Iré con ella y con Luna —declaró, su tono no dejaba lugar a discusiones—. Los demás se quedarán fuera de la reunión.

El plan estaba trazado, las piezas en su lugar. Solo quedaba dar el paso hacia lo desconocido.

Cuando las puertas de la furgoneta se abrieron, el aire fresco de la noche me golpeó como una bofetada, despertándome de mi trance. Hacía apenas 4 desde que Ginevra le habían arrebatado la vida y aquello tan solo era más mochilas sobre mi espalda ya adolorida por todo lo que estaba sujetando.

El casino se alzaba frente a nosotros, un coloso de luces y promesas vacías. Para los transeúntes, era un palacio de diversión y fortuna. Para mí, era la boca del infierno.

Mis pasos resonaban en el pavimento mientras avanzábamos hacia la entrada. Cada paso era un latido, cada latido una cuenta regresiva hacia lo inevitable. La gente a nuestro alrededor reía, bebía, disfrutaba de la noche, ajenos al drama que se desarrollaba ante sus ojos.

"Qué irónico" —pensé al ver que ninguno de ellos supiera la verdadera naturaleza de quienes dirigían este emporio de placer y vicio.

Los guardaespaldas nos recibieron con rostros impasibles, estatuas vivientes en trajes negros. Nos guiaron a través del laberinto de máquinas tragamonedas y mesas de juego, un bosque de luces parpadeantes y sonidos tintineantes. Subimos pisos, dejando atrás el bullicio del casino, adentrándonos en el corazón oscuro del edificio.

En un pasillo silencioso y elegante, nos detuvieron.

—Solo tres pueden entrar a la reunión —anunció uno de ellos, su voz tan fría como sus ojos—. ¿Quiénes serán?

Sentí la tensión aumentar a mi alrededor, como si el aire mismo se hubiera solidificado. Zev dio un paso adelante, su cuerpo una barrera protectora entre yo y el mundo. Pero antes de que pudiera hablar, Delia tomó el control.

—Nosotras tres —declaró, señalándonos a Luna, a mí y a ella misma.

Su voz no dejaba lugar a dudas o discusiones.

Vi la lucha en los ojos de Zev, el deseo de protegerme luchando contra la necesidad de seguir el plan. Finalmente, asintió, aunque cada línea de su cuerpo gritaba su desacuerdo. Me besó, un beso rápido y desesperado, cargado de todas las palabras que no podía decir.

—Ten cuidado —susurró contra mis labios con sus ojos ardiendo con una mezcla de amor y miedo.

—Lo tendré —prometí, deseando poder hacer más para aliviar su preocupación.

Nos separamos, y fue como arrancar una parte de mí misma. Cada paso que me alejaba de Zev era un pequeño desgarro en mi corazón. Luna y Delia me flanqueaban, sus presencias sólidas y reconfortantes a mi lado.

El despacho al que nos condujeron era una obra maestra de lujo y opulencia. Candelabros de cristal colgaban del techo, derramando una luz dorada sobre muebles de madera oscura y tapicería de cuero. Pero toda esa belleza palidecía ante la presencia que dominaba la habitación.

Irina Smirnov se sentaba detrás de un imponente escritorio de caoba, como una reina en su trono. Su cabello estaba recogido en un moño impecable, su rostro una máscara de líneas elegantes y arrugas de experiencia. Sus ojos, del color del acero, nos atravesaron como cuchillos cuando entramos.

A su lado, como damas en la corte de una reina malvada, estaban dos de sus hijas. Jóvenes, hermosas y mortales, juraría que tendrían entre los 22 y 26 años. Eran versiones más jóvenes de su madre, con la misma frialdad en sus ojos y la misma gracia letal en sus movimientos.

La tensión en la habitación era palpable, una presa que respiraba y se retorcía entre nosotras. Los ojos de Irina se posaron en Delia, y pude ver cómo se oscurecían con una furia apenas contenida.

—Veo que has tenido el descaro de presentarte aquí, zorra —dijo Irina, su voz suave pero cargada de veneno—. Después del... regalo que le hiciste a mi hija mayor.

Delia no se inmutó ante la amenaza velada, es más, incluso mostró una sonrisa como si nada. Se mantuvo erguida con su barbilla alzada en desafío.

—Cariño, tu hija me dejó malherida —respondió con calma—. Y si te crees que me enfada que me llames zorra, estás muy equivocada —continuó como si nada, mostrando su sonrisa ante la dama que se imponía ante nosotras—. Me defendí. Las consecuencias son suyas, tan solo suyas. Espero que no se haya hecho mucha pupita —bromeó, mostrando un poco sus dientes por la sonrisa que mostraba.

El silencio que siguió fue como el ojo de una tormenta, una calma engañosa antes de que se desatara el caos. Podía sentir la furia de Irina creciendo, una olla a presión a punto de estallar.

Pero en vez de reinar el caos en un lugar como aquel, Irina decidió bajar los humos y continuar con su plan, mientras que yo estaba nerviosa porque me hiciera algo en ese momento.

—Siéntense —ordenó finalmente, señalando las sillas frente a su escritorio.

Obedecimos con nuestros movimientos cautelosos como si estuviéramos en una jaula con un león hambriento. Luna se sentó a mi derecha, su presencia una roca sólida de calma como la persona fría que era. Delia tomó el asiento a mi izquierda, su postura relajada pero alerta, como un felino listo para saltar.

Irina nos estudió por un momento, sus ojos fríos evaluándonos como si se esperase que tomásemos una decisión más apresurada que ella. Finalmente, su mirada se posó en mí, y sentí como si me hubieran sumergido en agua helada.

Por primera vez los ojos de Irina Smirnov se clavaron en mí como dagas de hielo, su mirada penetrante escudriñando cada centímetro de mi ser. El silencio en la habitación era tan denso que podría haberse cortado con un cuchillo, y yo sentía que cada latido de mi corazón resonaba como un tambor de guerra.

—Olivia Dupont —pronunció finalmente con una voz en un susurro que parecía llenar toda la estancia—. La heredera de los Dupont. He esperado este momento durante mucho tiempo. Y no pensaba que fueses tan escurridiza —murmuró. —Al menos a los Dupont conseguí darles caza mucho más rápido.

Tragué saliva, intentando que mi voz no temblara.

Sabía que no merecía la pena gastar saliva con gente así tan sanguinaria por decirle que mi apellido era Lara, siempre Lara y no Dupont. Porque nunca lo sería.

—¿Qué es lo que quiere de mí? —escupí.

Una sonrisa cruel se dibujó en sus labios, como una grieta en una máscara de hielo.

—Quiero ofrecerte una oportunidad, querida. La oportunidad de que seas libre y pagues lo que los Dupont me deben.

Sus palabras me golpearon como una ola helada.

¿Libertad? ¿De qué estaba hablando?

—Todo lo que tienes que hacer... —continuó. —Es decirme dónde está el anillo más preciado de los Dupont. Dímelo, y te dejaré ir. Sin daño, sin persecución. Serás libre y podrás vivir una vida pacífica sin el temor de que nadie te siga.

¿Anillo? ¿Que...?

El anillo... Joder.

De repente, un recuerdo brilló en mi mente como un relámpago en la oscuridad. El cajón de mi padre, el diario, sus palabras escritas con tinta de secretos. El anillo que tanto valía y que podría servirme para vivir el resto de mi vida y sobrarme lo suficiente para mis bisnietos. Ese maldito anillo que escondí y ni siquiera Zev sabe que existe.

Pero al ver que no le decía nada, supe que Irina estaba mucho más desesperada por conocer donde se encontraba ese anillo que ninguna otra cosa.

—Este anillo es muy valioso, Olivia —susurró mientras que yo no dejaba de mirarla—. Vale millones. Y tu padre no era tan idiota como para no heredarte ese maldito anillo.

Mi corazón se aceleró, pero mantuve mi rostro impasible.

—No sé de qué está hablando —respondí, mi voz sorprendentemente firme.

La sonrisa de Irina se desvaneció como la niebla en el bosque. Sus ojos se endurecieron, convirtiéndose en dos trozos de granito.

—No juegues conmigo, Dupont —siseó. —Sé que lo sabes. Dímelo, o las consecuencias serán... desagradables.

La amenaza pendía en el aire como una espada de Damocles, pero algo dentro de mí se endureció. Podía notar la mirada de Delia y Luna sobre mi, pero yo traté de mantener una verdadera cara de póker.

—Aunque lo supiera... —dije con mi voz baja pero firme—. ¿qué garantía tengo de que no me matará de todos modos? Este juego suyo no tiene final feliz para mí, por mucho que me mientas a la cara diciéndome que así será.

Los ojos de Irina brillaron con una furia apenas contenida, como relámpagos en una tormenta a punto de estallar.

—Además... —añadí sin parpadear si quiera—. ¿Ya no ha tenido suficiente venganza? Después de tantas amenazas, peligros e intentos, viene ahora con toda su cara dura para decirme que me darás libertad por un anillo... —Mostré una pequeña sonrisa por ello mientras veía como se ponía cada vez más enojada—. Por mi, con toda mi educación, puede meterse su oferta por donde le quepa.

Delia se quedó totalmente helada mientras que por el rabillo del ojo podía ver como Luna trataba de aguantar una risa sonora ante unas mujeres tan sanguinarias como las Smirnov. Y no supe como conseguí mostrar ese rostro que nunca hacía, pero tuve el valor de decírselo, sobre todo por como me estaba haciendo la vida imposible a mi y a mi familia. Sobre todo por lo que le hizo a Ginevra.

Irina abrió la boca para responder, pero en ese momento, el sonido de disparos atravesó el aire como si sonase por el pasillo y tan solo me vino el nombre de Zev en mi mente.

Todo sucedió en un instante. Vi el brillo metálico de un arma en la mano de Irina, apuntando directamente a mi corazón. Pero antes de que pudiera parpadear, Luna se movió como un rayo. Algo voló de su mano, golpeando a Irina y haciéndola tambalearse.

—¡Corre! —gritó Luna con una voz cortando el caos como un cuchillo.

Pero no me moví, solo sentí como Luna me empujaba, acabando deslizándome por el suelo tan resbaladizo de aquel despacho. Delia y Luna mostraron sus armas y todo empeoró.

El pasillo fuera de la oficina era un caos de gritos y disparos. El aire olía a pólvora y miedo. Delia vino a por mi, levantándome del suelo mientras que las 3 salíamos corriendo como si el mismo infierno nos persiguiera, y tal vez así era.

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ZEV GRIMALDI

El caos estalló a mi alrededor como la misma tempestad. Los guardaespaldas, que hacía unos momentos eran estatuas silenciosas, se habían convertido en depredadores sedientos de sangre. Sus armas brillaban bajo las luces del casino, promesas metálicas de muerte.

Era una maldita trampa y lo sabía.

Joder, ¡lo sabía!

Mi mente no dejó de pensar en Olivia y deseé meterme en aquel despacho. Es por ello que Mi cuerpo se movió por instinto, años de entrenamiento tomando el control. Esquivé, golpeé, disparé. Cada movimiento era un baile mortal, cada respiración podía ser la última.

Y entonces lo vi. Todo se detuvo en cuanto por el salón vi el hombre que me fastidió la vida, que casi me arrebata lo que más amaba y que no iba a dejar que se escapase esta vez.

—Mattia —susurró con la mandíbula apretada mientras que observaba como ese rubio psicópata me observaba con esa sonrisa.

—Hola, Zev... —respondió de aquella manera—. Por lo que sé, Olivia está por aquí... No sabes cuanto me apena que no tuviese tan buena puntería aquella tarde.

El hombre que había secuestrado a Olivia, que la había hecho sufrir. El odio ardió en mi pecho como un incendio furioso, consumiendo todo lo demás. Y todo lo que tenía ahorrado dentro, las ganas de vengarme por lo que la hizo sufrir, fue más que suficiente para mi.

Nuestras miradas se cruzaron a través del caos, y vi el reconocimiento en sus ojos. Sabía que yo había jurado matarlo, y podía ver la determinación en su rostro.

Sin pensarlo, me lancé hacia él. El mundo a nuestro alrededor se desvaneció, reducido a este momento, a esta confrontación inevitable.

Nos encontramos en una sala lateral, lejos del fragor principal de la batalla. Mattia era rápido, pero yo estaba impulsado por algo más que simple adrenalina. Cada golpe que lanzaba estaba cargado con la furia de lo que le había hecho a Olivia, cada movimiento era una promesa de venganza.

Pero él no se quedaba atrás. Lo que sí sabía es que Mattia no iba a salir huyendo como el cobarde que era como la última vez. Iba a pagar por lo que hizo y lo prometí.

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OLIVIA LARA

Corrimos por los pasillos del casino como si estuviésemos encerradas en un laberinto con el sonido de los disparos y los gritos persiguiéndonos como una sombra. Mi corazón latía tan fuerte que temía que se me saliera del pecho.

De repente, llegamos a una sala y mi mundo se detuvo. Allí, en medio del caos, estaba Zev. Agradecí que todavía siguiera vivo, pero no estaba solo. Luchando contra Mattia, el hombre que me había secuestrado, que había poblado mis pesadillas durante semanas.

—¡Zev! —grité con una voz quebrada por el miedo y la desesperación.

Él me miró, sus ojos llenos de amor y determinación.

—¡Huye, Olivia! —gritó. —¡Sálvate!

Y eso no iba a suceder. Éramos un equipo y no iba a abandonarlo cuando más me necesitaba, mucho menos a todo el equipo que estaba aquí conmigo. Esto era por mi culpa y no iba a dejar que nadie más sufriese las consecuencias de lo que ocurrió por culpa de mis antepasados.

El infierno nos había alcanzado. Delia se enfrentó a Irina como si hubiese algo entre ellas sin resolver. Sus movimientos eran tan fluidos como mortales y la admiré en ese momento. Luna se enzarzó en una pelea feroz con una de las hijas de Irina.

Y yo...

Yo me encontré cara a cara con la hija más joven de Irina, una chica no mucho mayor que yo, juraría que entre 22 o 23 años, pero sus ojos parecían los de una asesina, brillando con una mezcla de odio y algo más que no pude identificar.

Sabía que debía demostrar lo que Sunam, Delia y Luna me habían enseñado. Debía mostrar mis armas ahora, mis propias armas que era mi cuerpo. Debía defenderme, por mi, por ellos, por el futuro.

—No te escaparás —siseó, lanzándose hacia mí.

Nuestros cuerpos chocaron en una danza mortal, de puños y, sobre todo, de piernas. Cada golpe, cada patada, era un recordatorio de lo que estaba en juego. Mi vida, mi futuro, todo pendía de un hilo tan fino como el filo de una navaja.

Aquello parecía el mismo infierno y lo peor es que nadie nos podría ayudar a nosotros.

Luchamos durante lo que pareció una eternidad, nuestros cuerpos moviéndose en una coreografía brutal. El sudor me nublaba la visión, el sabor metálico de la sangre llenaba mi boca. Estaba totalmente cansada.

Cuando Luna consiguió lanzarle algo que no supe ver, pero que la dejó en el suelo unos largos segundos.

Y entonces, en un momento de claridad entre la niebla del combate, lo vi. Zev, acorralado por Mattia. Vi el brillo de determinación en sus ojos, la decisión inquebrantable.

—¡No! ¡ZEV! —grité, pero mi voz se perdió en el caos.

Zev activó algo, y de repente, el mundo se desató en un infierno de fuego y escombros. Todo se sacudió el lugar, haciéndonos arrastrarnos y acabando por el suelo, y cuando el polvo se asentó, Zev y Mattia habían desaparecido. En su lugar, habían charcos de sangre, y cosas que me hizo querer vomitar.

El dolor que sentí en ese momento fue más allá de lo físico. Era como si me hubieran arrancado el corazón del pecho. Las lágrimas corrían por mi rostro, mezclándose con el sudor y la sangre.

Sabía lo que significaba. Ya no volvería a ver a Zev.

Estaba tumbada en el suelo, casi derrotada cuando escuche una conversación de luna hablando por una radio a mi lado y que decía;

—Aquí la agente Luna Vega. Número de placa 8415. Tenemos un 10-33 en el Casino Mancini. Repito, 10-33, el oficial necesita ayuda. Múltiples 10-32 en progreso y 10-41. Solicitamos refuerzos inmediatos —empezó a hablar de una forma que no entendía en lo absoluto, pero que supe que no era la persona que me había creído en todo este tiempo.

No dejé de mirarla mientras continuaba hablando por radio cuando respondieron;

—Aquí Charlie, entendido. Los refuerzos están en camino.

Observé a Luna para cuando esta acabó la conversación y, al mirarme, parecía mostrarme un rostro distinto, más cálido como si me pidiese perdón con la mirada por no contarme lo que había escondido por meses. De pronto, la hija de Irina disparó a Luna en el brazo para luego mirarme, su arma apuntando directamente a mi cabeza.

—¡Luna!

Pero la hija de Irina me arrastró por el lugar, hasta dejarme en un sitio donde apenas nadie veía nada.

Ya no me importaba. En ese momento no me importaba lo que podría sucederme, pero mi mente no dejaba de pensar en que debía volver al rancho, porque lo prometí. Pero sin Zev... Zev... Mis lágrimas no caían por el momento en el que me encontraba, en el caos donde toda esta planta estaba sumida hasta que empezamos a escuchar muchos sonidos de ambulancias y sirenas de policías y hasta bomberos.

Apoyó su arma en mi cabeza y cerré los ojos, sabiendo que no tenía escapatoria. Deseaba tenerla, pero no podía.

Pero entonces, algo cambió. Bajó ligeramente el arma para mi sorpresa y dijo;

—No te preocupes. —Su voz sorprendentemente suave—. Tendrás por fin esa libertad que nunca te han dado, porque siempre has tenido una diana en la espalda.

Antes de que pudiera procesar sus palabras, cuando creía que me iba a salvar la vida, disparó.

Sentí un dolor agudo en mi oreja, la sangre caliente corriendo por mi cuello y luego sí bajó el arma. Al tocarme el oído izquierdo miré a esa mujer de una edad similar a la mía, tan rubia como ninguna y dije;

—¿Por qué? —Logré preguntar, mi voz apenas un susurro. —Tu madre quiere que acabes el trabajo.

Pero ella negó.

—Tu padre me salvó la vida una vez —respondió con sus ojos llenos de una emoción que no pude descifrar—. Ahora estamos en paz.

Abrió una compuerta que había al lado, como si hubiese un túnel secreto que me llevaba hacia la puerta de salida y me dijo;

—Sé que ahora todo será complicado sin tu marido. Pero debes esconderte unos días hasta demostrar tu muerte y así nadie más volver a molestarte. Cuando eso pase, podrás largarte lejos de Chicago y vivir una vida pacífica y aburrida —respondió. —Luna y Delia te ayudarán en el progreso y se encargarán de lo demás.

—¿Esto fue idea de Luna y Delia?

Pero ella negó.

—No. Digamos que a cierto guardaespaldas tuyo también le debía algo.

Benjamin...

Ella no me sonrió, pero parecía impaciente para que me marchase.

Desde mi posición vi a Irina caer al suelo, inerte. Las llamas empezaron a devorar parte de este lugar y Benjamin apareció en mi vista.

Miró a esa joven y le susurró con una mirada totalmente cálida;

—Gracias, Kateryna.

La joven rubia le respondió;

—Ten cuidado. Te quiero de una pieza.

Sentí unos brazos fuertes levantarme.

Benjamin me llevó en brazos, corriendo hacia aquel túnel lleno de escaleras. Miré por última vez a la hija de Irina, nuestras miradas encontrándose en un momento de entendimiento silencioso.

Luego, estábamos en la furgoneta. Nikola y Delia estaban allí, heridos pero vivos. Los demás, Ian y Luna se habían quedado, porque debían hablar con la policía. Porque Luna estaba de infiltrada y yo aún no podía asimilar todo lo que me había pasado en ese maldito día.

—¿Donde esta Zev? —pregunté en un momento en el que sentí una pequeña esperanza de que pudiese volver.

Pero Delia se acercó a mi mientras Benjamin empezaba a conducir lejos de Chicago.

Nikola observó a Delia con un rostro dulcificado, y juré que estaba pensando lo mismo que Delia.

—Olivia... —comenzó a decir. —Lo siento...

Miré a Delia sin poder creerla, sin poder creerme en lo que me estaba diciendo y negué con la cabeza.

Cuando quise decir algo, las lágrimas empezaron a caer y Delia me abrazó con cariño mientras la furgoneta se alejaba a toda velocidad, el dolor de la pérdida me golpeó con toda su fuerza. Zev se había ido. Mi amor, mi ancla, mi futuro. Las lágrimas corrían libremente por mi rostro, y dejé que el dolor me consumiera.

El casino, una vez un palacio de luces y promesas, ahora era como si un imperio cayese, donde todos los policías empezaban a entrar al edificio para detener a las personas que se habían encargado de hacer el mal. Y me pregunté si alguna vez volvería a sentirme completa de nuevo, después de tantas pérdidas.

Miré el anillo, tanto el de compromiso como el de boda y aún no podía asimilar que no volvería ver a Zev...

***

Procede a marcharse lentamente...

Solo decir que está acabando esta novela la cual he estado escribiéndola durante 1 año y no quiero que acabe.

Sé lo que me dirán, pero esperen hasta el epílogo de esta novela.

Todavía quedan 3 capítulos.

Nos leemos el próximo sábado.

Patri García

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