V E I N T I D Ó S | L L A M A D A A L A S 2 🪩
«Necesitaba verlo, pero escuchar su voz, notarlo de esa manera... Supe el daño que le había hecho y no podría perdonármelo»
Olivia Lara.
ZEV GRIMALDI
El alcohol bajaba por mi garganta quemándome por completo y queriendo seguir sintiendo esa sensación para poder ahogar mis penas, olvidarme por un momento de todo lo que está pasando mientras trato de no pensar por una maldita vez en todo este mes en lo que hemos vivido Olivia y yo.
Dejé la botella de cerveza junto con las demás mientras le pedía al camarero otra nueva.
Eran la 1 de la madrugada, ¿o era las 2? Sin importarme nada, tomé la nueva botella mientras me la ponía a los labios y daba un buen trago antes de dejarlo sobre la mesa la botella y mirar el lugar no tan abarrotado de gente.
La canción que tenían puesta me hacía desear romper el disco que tenían puesto y tirarlo lejos de ahí. Pero ya empezaba a no tener demasiado equilibro y lo más probable es que haría el idiota.
Una fuerte palmada en toda la espalda casi me hace escupir mis pulmones por la boca y al mirar de quien se trataba, Ian me observaba con rostro divertido.
—¿Que? ¿Bebiendo para olvidarla?
Suspiré nada más escucharlo mientras trataba de ignorarlo.
Continué bebiendo mientras que notaba como Ian se sentaba a mi lado, y estaba seguro que tras un largo día de trabajo, porque llevaba esa ropa de camisa blanca y pantalones elegantes que solía ponerse para trabajar en la comisaría.
No lo miré en ningún momento, pero sus ojos sabía que estaban clavados sobre los míos.
—Zev Grimaldi... Nunca te había visto tan hecho mierda como este mes —murmuró mientras veía al trabajador que estaba tras la barra limpiando vasos—. ¿Cuanto hace que no pisas la discoteca?
—Desde antes de salir de Chicago a recorrer parte del país con... —No pude ni siquiera decir su nombre.
Quemaba tan solo recordarlo y traté de recordarlo.
No podía dejar de pensar en lo que estaba sufriendo ella sola y Ginevra no me decía ni una maldita palabra para saber donde se encontraba, para ir a hablar con ella y decirle que la amo, que no hiciera eso ella sola... Que era un maldito peligro.
No miré a Ian, pero seguía notando su mirada sobre mí.
Desde el espejo que teníamos frente a nosotros junto con todas las botellas, vi como el detective levantaba la mano para pedir una cerveza y el hombre se la dio enseguida.
—¿Crees que encerrándote aquí y emborracharte te hará olvidarla?
Negué rápidamente.
—No quiero olvidarla, tan solo quiero ahogar las penas un rato para que no duela tanto —murmuré notando como arrastraba las palabras.
Ian se quedó un rato callado mientras tragaba un buen sorbo de su botella para luego, sin mirarme, hablar;
—Supongo que Ginevra te lo habrá contado todo o parte del plan.
Ahí si que lo miré y mis ojos, rojos de la bebida, me hicieron mirarlo con un gran enfado descomunal.
—¿Lo sabías todo, cabrón de mierda?
Ian me miró con una sonrisa divertida que a mi solo me daban ganas de partirle la mandíbula.
—Siempre es bueno que alguien de la policía este de vuestro lado... —Pero sabía que por la mirada que le estaba dedicando estaba a punto de levantar mi mano, así que se apresuró en decir. —Zev, ella te ama con locura, sino no estaría haciendo esto... Puedes enfadarte conmigo todo lo que quieras, pero el plan era que no lo supieras hasta que Olivia no esté avanzando en su entrenamiento.
—Pero... ¡¿Que entrenamiento, Ian?! ¡¿Acaso va a enfrentarse ella sola a esas mujeres?! —grité notándome lo mucho que había bebido y lo mucho que me costaba arrastrar las palabras.
Ian elevó la ceja, me quitó la botella retirándola hacia un lado y luego colocar la palma de su mano en mi hombro, dándome pequeñas palmadas. Suspiré, empezando a enfadarme mucho más mientras notaba como él trataba de calmar algo que no tenía motivos para calmarse.
—No. Ya lo sabrás cuando llegue el momento. Por ahora tan solo sigue estando al margen. Ginevra, cuando ella y la mafia búlgara lo quieran, podrás ir a verla.
Apreté tanto mis puños mientras no dejaba de pensar en el peligro que podría correr ella y de tan solo pensarlo, ya me estaban dando náuseas.
—¿Como ha dado este salto tan drástico, Ian? —Clavé mis ojos sobre los suyos y podía notar como mis lágrimas estaban amenazando por salir de su escondite—. Hace apenas unas semanas lo estábamos haciendo en su antigua casa, tan enamorados y bien, y ahora me había hecho firmar los papeles de divorcio para protegerme, tanto a mi como a Angela...
Observé triste las botellas vacías que se acumulaban antes de que el camarero empezara a retirarlas para limpiar esa zona.
Podía notar la compañía de Ian a mi lado mientras que yo tan solo estaba siendo un bulto pesado borracho el cual no sabía ni donde caerse solo. Suspiré, echándola mucho de menos, teniendo todavía el anillo de casado que ella me había puesto y no me había vuelto a quitar después de la boda que tuvimos en noviembre.
Empecé a darle vueltas mientras no paraba de pensar en mis votos, en lo nervioso que me sentía ese día y en el deseo que tenía de que aquella boda fuese real. Hubiese deseado casarme con ella en un lugar íntimo, lleno de naturaleza, con tan solo 5 o 9 invitados, todos ellos amigos importantes nuestros y disfrutar de una noche todos juntos, sobre todo con ella. Realmente deseé poder volver a casarme con ella y esta vez Que todo fuese real, no una boda donde asistían todos y personas que no conocíamos. Una boda que recordásemos por el resto de nuestra vida.
Y aquello me dio una gran idea.
—Al menos... Dime como está... —susurré, preocupado por ella.
—No creo que sea buena idea, Zev —contestó, seriamente.
Cuando lo miré, supuse que estaba todo hecho una mierda, por la barba de días que tenía, mi cabello corto un poco más largo por haberlo descuidado apenas y unas ojeras que daban hasta pena. Lo sabía, me había visto, pero necesitaba retorcerme en mi mierda hasta poder empezar a continuar.
—Me lo debes, por ocultarme todos ustedes donde está ella —respondía con un tono bastante duro.
Ian suspiró y negó con la cabeza.
Se tomó su tiempo antes de contestarme;
—Está igual que tu. Con la diferencia de que ella si que se ducha —contestó, mirándome con cierto tono de asco que mostraba.
Aquello último lo ignoré, me daba igual, tan solo de pensar que Olivia estaba sufriendo igual o más que yo me hacía pensar que estaba siendo un idiota increíble. Porque yo al menos sabía esto, al menos sabía lo que pensaba Angela... Pero ella... Olivia...
Estaba seguro de que Olivia pensaba que Angela la odiaba, al igual que creía que yo estaría enfadado o pensaría algo así. La conocía tan bien que sabía lo que pensaba. Y estaba seguro que apenas dormía como yo.
En todas estas semanas hablaba con mi hermana y le explicaba que no se enfadase con Olivia. Pero ahora que sabía la verdad del motivo por el que me había dejado, le explicaba más que Olivia nos necesitaba más que nunca y ella lo entendía muy bien.
Suspiré mientras trataba de pensar con más claridad.
Fui a abrir la boca para decir algo, cuando mi móvil prehistórico, tal y como lo llamaba Olivia, empezó a sonar. Suspiré al ver el nombre de Giulio.
Negué antes de contestar;
—¿Diga?
No logré decir una palabra más cuando el sonido bronco, duro y más fuerte de lo habitual, saliendo de lo que era "normal" para un pasivo Giulio, me gritó;
—¡¿Que mierda te pasa?! ¡¿Como se te ocurre siquiera poner en venta lo que más dinero nos está dando?! —gritó tanto por teléfono que tuve que alejármelo un rato de la oreja antes de volver a pegarlo.
Suspiré mientras sentía la mirada de mi mejor amigo Ian sobre mí.
En mitad de aquel bar, sentados en la barra mientras que yo ahogaba mis penas como podía, no tenía otra cosa el hombre que quería dejarme todo su pasado criminal a mi que llamarme por una decisión que tomé yo mismo. Y quería tomarla desde hacía mucho tiempo.
Ese pasado formaba parte de mi pasado y no quería saber más nada de todo aquello. Era hora de seguir adelante si quería ser mejor persona y quería poder volver con Olivia.
—Hola también.
Giulio, con su bronca discusión, continuó;
—No estoy de bromas, Zev. Mis socios me han dicho que tú, mi hijo y heredero de los Grimaldi, ha puesto en venta la maldita discoteca que nos da suficiente dinero —contestó lo suficientemente alto como para que Ian, que estaba a mi lado, pudiese escucharlo tranquilamente—. ¡¿En que cojones estabas pensando para ello?!
En mi futuro y mi bienestar.
—No quiero esa discoteca ya —respondí, sin darle ni el más mínimo detalle—. Es parte de mi pasado, antes de conocerla a ella —susurré.
Pero él volvió a elevar su voz.
—¡No puedes hacer esto por una mujer! ¡¿No lo entiendes?!
Si estaba lo suficientemente cabreado como para ello, es que estaba haciendo las cosas bien e iba a seguir por ese mismo camino. Ese pasado antes de conocerla, de hombre fácil, de tener un negocio turbio, de no mostrarme como yo era realmente... Se había acabado.
En algún punto de mi vida supe que se había acabado desde que me enamoré de ella. Desde que empecé a conocerla, aunque al principio no nos soportábamos. Era parte de nuestra historia y la amaba. Tenía un plan para ello e iba a cumplirlo.
—La discoteca se va a vender —respondí. —Si la quieres para ti, pídeselo a tus queridísimos aliados que te lo compren. Porque yo quiero dejar esta maldita vida, Giulio. Algo que tenía que haber hecho hace muchos, muchos años.
—¡Tu no vas a...!
Colgué, apagué mi móvil y luego dejé el viejo móvil sobre la mesa importándome una porquería todo lo que acabábamos de "hablar".
Gracias a Ian que me dio tan solo unos minutos para poder calmarme, porque siempre que Giulio me hablaba, me hervía la sangre y no soportaba tener que escucharlo. Odiaba esa vida y quería ser distinto, no ser el Zev Grimaldi que todos temían, el que siempre dejaban de lado por miedo a su familia.
Quería ser el Zev que le había mostrado a Olivia en el rancho, quería demostrarle que podía ser mejor persona y dejar atrás aquella vida, también por mi madre, por Angela... Y lucharía por conseguirlo.
—¿Has puesto en venta la discoteca Lussuria? —preguntó Ian tomando otro sorbo de su botella.
Sonriendo ante su pregunta, miré hacia el espejo que teníamos frente a nosotros y asentí, feliz.
—Si.
Ian sonrió orgulloso y me dio palmadas nuevamente en mi hombro.
Es entonces que recordé lo que me acababa de decir, lo que me había estado ocultando semanas, mientras que yo sufría por firmar el maldito divorcio. Mientras me pegaba noches en vela, mirando hacia el lado contrario de la cama, tan vacía como mi alma en ese momento.
Y se lo supliqué;
—Por favor... Déjame hablar con ella. Creo que cambió de número móvil —murmuré tras recordar la infinidad de veces que la llamé después de dejarle su espacio personal por unos pocos días—. Tan solo quiero oír su voz.
Pero el rostro de Ian me demostraba lo contrario.
—La dejarás peor de lo que está.
Una pequeña parte de mi, se alegró de que ella se sintiera igual que yo, porque eso significaba que me amaba, que quería estar a mi lado. Pero luego desperté y me sentí horriblemente mal por alegrarme en ese efímero instante. Quería que ella estuviese feliz, bien, lejos del peligro. Necesitaba saber que estaba sonriendo a pesar de todo y que fuese feliz, conmigo o sin mi.
Pero el saber que ella estaba haciendo esto por nosotros, me hacía querer acercarme más, protegerla más y estar juntos, como un equipo. Como el equipo que hacíamos siempre.
Y lucharía por ella.
Ian tenía razón, por esa misma razón suspiré triste y me tapé el rostro con las manos, notando como el pecho me ardía por dentro por no dejar las lágrimas salir.
Pero escuché como él suspiraba.
—Le han cambiado el teléfono móvil, ahora tiene uno prehistórico como el tuyo y las llamadas no pueden durar más de 10 minutos —susurró, haciendo que lo mirase y él estuviese observando su botella de cerveza—. Solo los de la operación sabemos cual es... —Me miró con cara bastante apagada, como si supiera que lo que fuese a hacer estaba mal y sacó su móvil moderno para tendérmelo en la mano—. Toma mi móvil y habla con ella. Solo 5 malditos minutos y no empeores las cosas, Grimaldi.
Mi corazón volvió a latir después de tanto tiempo y juré que la alegría se instaló en mi rostro.
Por fin hablaría con ella después de tantas semanas, después de verla por última vez firmando los papeles del divorcio y de haber estado soñando con ella durante horas, soñando despierto porque sueño no tenía. Se había esfumado con ella.
—No me llames por ese apellido... No lo quiero —respondí.
Mientras, él tocó un número sin dejármelo ver y llamó.
—Toma. —Me tendió el móvil y yo lo coloqué en la oreja—. Luna me va a matar... —susurró.
—Muchas gracias, amigo.
Sonó 1, 2, hasta 3 tonos, cuando en el cuarto contestó y casi muero al escuchar su voz nuevamente. Totalmente apagada, sin vida, como si le hubiesen arrebatado una parte de su alma, como a mi.
—¿Hola? ¿Ian, pasó algo? —preguntó, dejándome totalmente callado por escuchar su maravillosa voz, aunque desearía que estuviese feliz, poder escuchar ese tono divertido, sarcástico y a veces, malhumorado de su voz—. Son apenas las 2.
Nunca, en mis casi 30 años, creí que me ocurriría esto. Que me quedaría totalmente callado, sin poder ser capaz de decir ni una sola palabra ante la mujer de la que me había enamorado.
Perdí la esperanza en el amor en el pasado, por muchos motivos, de los cuales el principal fue ver el poco cariño que había entre mis padres. Como Giulio siempre estaba metido en sus negocios, como mi madre parecía estar siempre totalmente distraída y lo fríos que eran. Luego, ser de la familia Grimaldi me hacía ver ante las mujeres un hombre poderoso del que podían aprovecharse para ganar fama y dinero. A mi, en esa época no me importaba. Pero cuando Olivia llegó a mi vida, todo cambió.
Sonase como sonase, todo cambió drásticamente y lo mejor que me ha pasado a parte de tener una hermana como Angela en mi vida, ha sido que Olivia apareciera frente a mí como un flechazo.
Y sin poder decir ni una mesera palabra, solo podía saborear como el dulce sabor de la miel entraba por mi boca al escuchar la dulce melodía de ella.
Pero había tristeza en ella, aunque tratase de evitarlo. La conocía mucho, mucho más de lo que ella nunca sabría. Y algo se rompió dentro de mí al saber que estaba sufriendo como yo.
Deseaba rastrear ese maldito móvil, tomar el coche y buscarla, tardase lo que tardase. Quería abrazarla, sentirla, dejar que ella se enfadase conmigo, me empujase, me pidiera a gritos que me alejase de ella... Y yo no lo haría, porque sé que ella está haciendo esto por nosotros.
—¿Ian? —Volvió a hablar y juré flaquear.
—Olivia... —murmuré, hasta notándome a mí mismo ebrio—. Joder, tu voz...
No puede hablar más, se me nota que había estado bebiendo, pero necesitaba tener esta conversación con ella.
Y tardo más de 10 segundos para poder responderme. Su voz fue totalmente de sorpresa.
—¿Zev? ¿Como...? —Se quedó callada nuevamente, carraspeando como si le doliese escucharme—. ¿Ian está contigo?
No miré a mi amigo, pero sabía que estaba pendiente a cualquier cosa que diría. No iba a decirle que sabía porque se había divorciado de mi, por su seguridad hasta que lo hablásemos cara a cara.
—Si... Me dejó hablar contigo. —Temí que me colgase, así que me apresuré en responderle. —Por favor, escúchame...
—Zev, no lo hagas más difícil de lo que ya es. —Suspiró y noté como su voz empezaba a temblar?
Pero necesita decírselo, que supiese que estaba enamorado de ella, que había sido un estúpido. Quizás la bebida me había hecho llamarla, pero necesitaba explicárselo.
—Te amo.
Olivia se quedó un rato en silencio para hablar en un hilo de voz;
—Zev...
No quería que estuviese triste, no por mi culpa y estaba sola. Bueno, no sola realmente ya que estaban todos con ella, pero sabía que se sentía sola y a veces sentirse solo era mucho peor. Deseaba estar a su lado, abrazarla y susurrarle que no me iría de su lado. Que lo haríamos juntos, como un equipo.
Pero estábamos lejos, no sabía cuánto de lejos, pero si Sunam y Ginevra hacían las cosas bien y el plan estaba a la perfección, estaría a kilómetros de distancia, a las afueras de Chicago.
—Te amo, te amo, te amo... —susurré arrastrando las palabras y, por ese instante, ella tenía que saber que había bebido—. Este mes ha sido el más doloroso de mi vida y en lo único que pienso es en lo fría que está la cama sin ti.
Ella no puede hablar. Lo sabía.
Pero necesitaba oírla, aunque me insultase, aunque solo susurrase mi nombre. Necesitaba escucharla.
—Por favor, háblame... —supliqué. —Tan solo quiero escuchar tu voz. —Pero ella no era capaz de pronunciar ni una sola palabra y la comprendía muy bien—. Sé que metí la pata aquella vez... Que tenía que habértelo contado, pero entiéndeme... Lo hice por ti, para protegerte... Y creo que cometí un gran error por ello, porque tenía que habértelo dicho antes.
—Zev, deja eso, por favor... Sigue con tu vida, solamente eso... —susurró y negué con la cabeza.
—Irrumpes en mi vida, me enamoro de ti y quiero hasta tener hijos contigo... ¿Y ahora me dices que siga con mi vida como si nada? —Sentía un fuerte nudo en la garganta y un agujero en mi interior incapaz de llenar hasta que no la tuviese cerca—. Señorita Lara... Eres un poco cruel.
—Zev, por favor... No me hagas esto...
Pero seguí;
—Una mujer cruel que amo y besaría el suelo por el que pisa... —contesté. —Y esperaré por ti todo el tiempo que sea necesario. Una mujer cruel que quiero que me ate a la cama, me dibuje desnudo y me haga todas las perversidades que desea. Una mujer increíble que es capaz de cualquier cosa por proteger lo que ama.
Escuché un pequeño sorbo de su nariz tras el teléfono y sabía que la había hecho llorar y me sentí mal. Me sentí mal, pero la bebida me había hecho hacer lo que no debía, que era llamarla.
—No llores por mi culpa, ricitos... Cada noche, cuando me voy a dormir o intento dormir... No dejo de pensar en ti, en tu cuerpo, en tus labios... Sobre todo esos ojazos verdes que quiero que me miren... —respondí con sinceridad—. Echo de menos tu malhumor y nuestras discusiones de pareja, porque cuando lo solucionábamos, cuando nos reconciliábamos... Joder, era como tocar el mismo cielo.
—Por favor...
Negué al escuchar sus súplicas y decidí acabar la conversación diciéndole;
—Te voy a esperar, Olivia. Pero no te duermas en los laureles, porque tengo ganas de demostrarte a mi manera todo lo que te amo —respondí en una sonrisa y juré, juré por lo que más amaba, que ella sonrió.
Juré que lo hizo y eso me dio 20 años de vida.
Y colgué por más que me dolía dejar de escucharla.
Le devolví el móvil a mi amigo Ian y respondí con enfado;
—Espero que en pocos días me digáis donde se encuentra, para hablar con ella.
Pero Ian solo me dijo;
—La jefa es Ginevra y luego está Nikola. Habla con ellos y convéncelos de que es lo mejor.
Asentí mientras ambos continuábamos ahí juntos, sin decirnos nada, solo haciendo compañía a pesar del mal momento en el que me encontraba, en el que tan solo quería volver a verla, a tocarla, a abrazarla... Era duro, pero lo lograríamos, juntos lo lograríamos.
Porque aunque estuviésemos a kilómetros de distancia, ambos estábamos unidos y esto nos haría mucho más fuerte como pareja.
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NIKOLA VALKOV
El sudor resbalaba por mi frente como gotas de lluvia sobre un cristal empañado mientras golpeaba el saco de boxeo con una fuerza que nacía más de la frustración que del entrenamiento.
El gimnasio de la cabaña se había convertido en mi refugio, un lugar donde podía descargar toda la tensión acumulada en los últimos días y los últimos años. Cada golpe era un intento de borrar de mi mente la imagen de Delia, sus ojos azules como el océano en calma, su cabello dorado como el mismo oro.
El recuerdo del beso que habíamos compartido en su habitación días atrás ardía en mi cuerpo como una brasa. Sus labios, suaves como pétalos de rosa, se habían fundido con los míos en un instante de pasión que parecía sacado de un sueño. Pero la realidad era mucho más compleja que esos segundos robados al tiempo.
Años de enemistad no podían borrarse con un simple beso, por muy intenso que fuera. O al menos eso era lo que mi mente racional intentaba decirme, mientras mi corazón latía con la fuerza cada vez que pensaba en ella.
Me daba igual todos estos años, todos los enfrentamientos, las discusiones, los conflictos... Siempre t había tenido claro mis sentimientos por ella. Pero siempre pensé que Delia no los tenía claro, por eso estaba tan enfadado aquel día en su cuarto, tras compartir aquel jodido beso.
El disparo que Delia había recibido semanas atrás había sido como un puñal en mi propio pecho. Verla vulnerable, al borde del abismo, había despertado en mí una preocupación que iba más allá de cualquier rencor pasado. Fue en ese momento cuando me di cuenta de que los sentimientos que llevaba años reprimiendo eran más fuertes que cualquier enemistad.
Pero Delia parecía ajena a todo esto. O quizás, y esa idea me atormentaba aún más, simplemente no le importaba. Después de aquel beso, me había marchado furioso, incapaz de soportar la idea de que ella no pudiera ver lo que yo sentía, lo que siempre había sentido por ella.
Un golpe particularmente fuerte hizo temblar el saco de boxeo. La rabia y la frustración se mezclaban en mi interior como una tormenta perfecta, en mitad de aquel bosque, en la cabaña... Donde no había nadie más sino naturaleza.
—¡Nikola!
Su voz cortó el aire como un relámpago, sobresaltándome. Me giré para encontrarme con Delia en la entrada del gimnasio. Sus ojos, normalmente serenos y chulescos, ahora ardían con una furia que conocía bien.
—¿Qué quieres, Delia? —pregunté, intentando que mi voz sonara indiferente mientras me secaba el sudor con una toalla.
—¿Cómo pudisteis dejar que Zev llamara a Olivia? —espetó ella, acercándose con pasos firmes—. ¿Es que no te das cuenta de lo que has hecho? ¡Ahora está más triste que nunca! Y odio ver a alguien así.
Suspiré, pasándome una mano por el pelo.
Estaba igual de enfadado con ella, desde que Olivia había recibido la llamada de Zev desde el móvil de Ian, Olivia había bajado bastante su rendimiento y lo poco que dormía anteriormente ahora dormía menos.
—No fue decisión mía, Delia. Fue Ian quien le dio el teléfono a Zev. Sabes que no puedo controlar todo lo que hace ese idiota —contesté sin pensarlo.
—¡Pero tú eres el responsable! —gritó ella, golpeando mi pecho con su dedo índice—. Al igual que Ginevra. Se supone que estamos aquí para proteger a Olivia, ¡no para hundirla más! Bastante duro es para ella alejarse de los que más ama.
La cercanía de Delia me estaba afectando más de lo que quería admitir. El aroma de su perfume, una mezcla de jazmín y vainilla, inundaba mis sentidos, nublando mi juicio.
—¿Crees que no lo sé? —respondí, alzando también la voz—. ¡Estoy haciendo todo lo que puedo! Pero no puedo estar pendiente de todos a la vez. Tengo que ocuparme de trazar un plan para mantenerla a salvo, para mantenernos a salvo, mantener a raya a las Smirnov, vigilar los alrededores, y encima lidiar contigo y tus constantes reproches.
Delia entrecerró los ojos, un gesto que siempre había precedido a nuestras peores discusiones.
—¿Lidiar conmigo? ¿Es eso lo que haces, Nikola? Porque a mí me parece que lo único que haces es huir.
Golpe bajo.
Sus palabras me golpearon con más fuerza que cualquier puñetazo.
—¿Huir? ¿De qué diablos estás hablando?
—Oh, no te hagas el tonto —respondió ella, su voz cargada de sarcasmo—. Sabes perfectamente a qué me refiero. Me besaste y luego te marchaste como un cobarde. Me dejaste con ganas de más y simplemente te fuiste. ¿Por qué?
El corazón me dio un vuelco. No esperaba que ella sacara el tema del beso así, de forma tan directa. Aunque era de esperar de Delia Marković. Ella siempre, siempre era directa. La miré fijamente, intentando descifrar qué se escondía detrás de esas palabras. ¿Acaso ella también había sentido algo?
—¿Quieres saber por qué me fui? —pregunté, dando un paso hacia ella. La tensión entre nosotros era palpable, como electricidad estática en el aire antes de una tormenta—. Me fui porque estoy harto, Delia. Harto de que no te des cuenta de lo que siento por ti.
Sus ojos se abrieron de par en par, sorprendidos. Por un momento, el silencio se apoderó del gimnasio, roto solo por el sonido de nuestras respiraciones agitadas.
Notaba como su cuerpo reaccionaba ante el mío y eso que ni siquiera la había tocado en ese momento. Pero el tan solo desear poder tocarla, sentirla y hundirme en ella después de años y años guardando todo esto... Si, era como estar en el maldito cielo.
—¿Lo que sientes por mí? —repitió ella, su voz apenas un susurro.
—Sí, maldita sea —exclamé, dejando que toda la frustración acumulada saliera a borbotones—. Llevo años sintiendo algo por ti, Delia. Años intentando ocultarlo, convenciéndome a mí mismo de que te odiaba porque era más fácil que admitir la verdad. —Mi mente empezó a dar vueltas mientras que ella parecía bajar su mirada hacia mis pectorales y luego volver a mirar mis ojos—. Cuando te dispararon, sentí que el mundo se detenía. Me di cuenta de que no podía seguir negando lo que siento.
Delia me miraba fijamente, sus ojos azules escrutando cada centímetro de mi rostro como si buscara algún signo de engaño.
—Nikola, yo...
No pudo terminar la frase. En un movimiento rápido como el ataque de una serpiente, Delia cerró la distancia entre nosotros y capturó mis labios con los suyos. El beso me pilló por sorpresa, pero mi cuerpo reaccionó instintivamente, mis brazos rodeando su cintura para acercarla más a mí.
Años de tensión sexual y emocional liberándose de golpe como un dique que por fin cede ante la presión del agua.
Sus manos viajaban por mi torso resbaladizo y mi cabello, envuelto en un moño, con algunos mechones de cabello sobre mis ojos, me impedían ver la hermosa diosa que tenía frente a mi.
Sus labios se movían contra los míos con urgencia, como si quisiera devorarme. Mis manos recorrían su espalda, memorizando cada curva, cada músculo. El sabor de su boca era adictivo, una mezcla de menta y Delia que me embriagaba más que cualquier alcohol.
Perdí la noción del tiempo mientras nos besábamos. Podían haber pasado segundos o siglos, no lo sabía ni me importaba. Todo mi universo se había reducido a Delia, a la sensación de su cuerpo presionado contra el mío, al sonido de sus pequeños gemidos ahogados por nuestros besos.
El fuerte empujón de Delia me hizo tambalearme hasta caer sobre la silla que tenía a escasos centímetros d Emi. Y su cuerpo se colocó sobre el mío, saboreando más, notando las ganas que nos teníamos de hacía años.
Mis labios abandonaron su boca para trazar un camino de besos por su mandíbula hasta su cuello y Delia parecía disfrutar, echando la cabeza hacia atrás, dándome mejor acceso con sus manos enredadas en mi pelo, tirando ligeramente.
—Nikola —suspiró ella, mi nombre en sus labios sonando como la más dulce de las melodías.
Y aquello me excitó aún más de lo que ya estaba.
Deseaba sentirla de una maldita vez, romperle ese vestidito que solía ponerse como sus miles de otros modelos y, sin preguntarle siguiera porque sabía que se compraría más, se lo rompí, descubriendo que esa mujer no tenía nada debajo.
—Que alguien me ayude contigo, Delia —susurré, metiendo la mano debajo de su falda rota y metiéndole el dedo en el centro de su sexo.
Estaba a punto de volver a capturar sus labios cuando un ladrido agudo nos sobresaltó a ambos. Nos separamos de golpe, jadeantes y con las mejillas sonrojadas, para encontrarnos con el perro de Olivia, Rocky, sentado en la entrada del gimnasio, mirándonos con curiosidad.
—Maldita sea —murmuré, apoyando mi frente contra la de Delia—. Creo que deberíamos apellidarlo "Oportuno".
Delia soltó una risita, un sonido que hizo que mi corazón diera un vuelco.
—Supongo que es su manera de proteger nuestra reputación —bromeó ella.
La miré a los ojos, perdiéndome en ese azul que tanto me fascinaba. Sin poder contenerme, deposité un suave beso en la punta de su nariz.
—Lo mejor que me ha pasado en la vida fue conocerte —susurré, las palabras saliendo directamente de mi corazón sin pasar por el filtro de mi cerebro.
Vi cómo sus ojos se humedecían ligeramente ante mis palabras.
—Nikola —murmuró ella, acariciando mi mejilla con una ternura que contrastaba con la pasión de momentos antes—. Esto no me quita las ganas de vengarme de ti.
Solté un suspiro, apoyando mi mejilla en su mano.
—Bajemos las armas y véngate como es debido en la cama... Me dejaré hacer cualquier cosa por ti.
Delia negó con la cabeza, una sonrisa se posó en sus labios.
—¿Y ahora qué? —preguntó, consciente de que este momento de felicidad era solo un oasis en medio de la tormenta que nos rodeaba—. Tenemos que proteger a Olivia, trazar un plan para mantenerla a salvo. ¿Cómo lo haremos si Olivia está de esa manera?
Delia se mordió el labio, un gesto que siempre me había parecido excitante.
—Pienso que va siendo hora de que Zev entre en el plan... Ayer lo hablé con Ginevra. Las Smirnov ya están alejándose nuevamente, buscando a Olivia en dirección contraria, lo que nos haría ganar tiempo para alejar a Angela de esta ciudad y protegerla en otro sitio —contesté.
—El problema está en hablar con el traidor de Giulio... —respondió ella.
Otro ladrido de Rocky nos recordó que no estábamos solos. Delia soltó una risita.
—Creo que será mejor que me marche. Voy a ver cómo está Olivia.
Sonreí mientras la miraba bajándose de mi.
—Habrá que hacerle una visita no muy amistosa a Giulio —sugerí mientras trataba de que no se me viese la pedazo tienda de campaña que me había dejado Delia.
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OLIVIA LARA
El fuego se movía en la chimenea, proyectando sombras en las paredes de madera de la cabaña. Afuera, la lluvia caía con fuerza, golpeando el lugar con un ritmo constante que normalmente me habría resultado relajante. Pero en ese momento, nada podía calmar la tormenta que rugía en mi interior.
Sunam, mi entrenador personal y ahora uno de mis protectores más cercanos, estaba sentado frente a mí, su rostro serio iluminado por el resplandor del fuego. Acabábamos de repasar el plan de seguridad por enésima vez, pero yo apenas había prestado atención. Mi mente estaba en otro lugar, con otra persona.
La cabaña estaba vacía. Nikola y Delia se habían ido a hablar con Giulio y no vendrían hasta el día siguiente, Luna acompañaba a Ginevra a investigar dónde estaban las Smirnov por lo que tardarían 1 día en volver y Sunam se había quedado conmigo para protegerme en la cabaña, por si pasaba cualquier cosa.
Zev...
Su nombre era como una herida abierta en mi corazón, un dolor constante que me recordaba todo lo que había perdido, todo lo que había sacrificado.
—Olivia. —La voz de Sunam me sacó de mis pensamientos—. ¿Has escuchado algo de lo que te he dicho?
Parpadeé, intentando concentrarme. Pero no podía... Simplemente no podía.
—Lo siento, Sunam. Estaba... distraída.
Él suspiró, pasándose una mano por el pelo corto.
—Entiendo que estés preocupada, pero necesito que te concentres. Tu seguridad es lo más importante ahora.
Asentí, sintiéndome culpable. Sunam y los demás estaban arriesgando sus vidas para protegerme, y yo ni siquiera podía prestar atención a un simple plan de seguridad.
—Tienes razón —dije, enderezándome en el sofá—. Lo siento. Continúa, por favor.
Sunam me miró por un momento, como si estuviera decidiendo si creerme o no. Finalmente, asintió.
—Voy a salir a recoger más leña. No deberá llevarme más de media hora, pero quiero que estés alerta. Cierra la puerta con llave después de que me vaya y no la abras a menos que escuches la contraseña. ¿Entendido?
—Entendido —respondí, intentando sonar más segura de lo que me sentía.
Sunam se levantó, colocándose una chaqueta impermeable.
—Recuerda, Olivia. Cualquier ruido sospechoso, cualquier cosa que te haga sentir incómoda, usa el arma que te dio Delia. No dudes.
Asentí de nuevo, sintiendo el peso del pequeño revólver que llevaba oculto en el bolsillo de mi sudadera. Nunca me había gustado la idea de las armas, pero en los últimos meses había aprendido que a veces eran necesarias para sobrevivir.
Sunam se dirigió a la puerta, deteniéndose un momento antes de salir.
—Volveré pronto. Mantente a salvo.
Y con eso, se fue, dejándome sola en la cabaña con mis pensamientos y mis miedos.
El silencio que siguió a su partida era ensordecedor. Me levanté, caminando inquieta por la sala.
Cerré los ojos, intentando contener las lágrimas que amenazaban con derramarse. ¿Cómo habíamos llegado a esto? Hace apenas unos meses, mi vida era tan diferente. Estaba casada con Zev, enamorándome cada día más de él, a pesar de que nuestro matrimonio había comenzado como un acuerdo de conveniencia. Teníamos un futuro juntos.
Y entonces, todo se derrumbó.
Tomé la decisión más difícil de mi vida; alejarme de Zev. Divorciarme de él para mantenerlo a salvo, para protegerlo a él y a Angela. Porque si algo les pasara por mi culpa, jamás me lo perdonaría.
Y ahora, aquí estaba. Escondida en una cabaña en medio de la nada, rodeada de aliados pero sintiéndome más sola que nunca.
El recuerdo de la llamada telefónica de hacía dos días me golpeó con fuerza. La voz de Zev, arrastrada por el alcohol pero aún así tan familiar, tan querida. Había sonado tan herido, tan perdido. Y yo, incapaz de decirle la verdad, tuve que escuchar en silencio cómo el hombre que amaba creía que lo odiaba.
"Te esperaré" —había dicho él, y luego aquella frase justo antes de colgar. Esas palabras habían estado dando vueltas en mi cabeza desde entonces. ¿Qué quería decir? ¿Acaso él...? ¿Lo sabía? ¿Ian le había dicho que todo esto, el divorcio, el separarme de él... era para protegerlo?
Un trueno retumbó en el exterior, sobresaltándome. Me acerqué a la ventana, observando la tormenta que azotaba el bosque. Las gotas de lluvia golpeaban el cristal con fuerza, como si quisieran entrar. Por un momento, me pareció ver una sombra moverse entre los árboles, y mi corazón se aceleró.
Una sombra...
Estaba sola...
No, no, no...
—Cálmate, Olivia. —Me dije a mí misma—. Solo es tu imaginación. Llevas se,amas sin tener un sueño reparador, es normal.
Pero entonces, lo escuché. Un golpe en la puerta.
Mi cuerpo se tensó instantáneamente. ¿Sunam? No, era demasiado pronto. Además, él tenía la llave y una contraseña. ¿Entonces quién...?
El miedo se apoderó de mí. ¿Me habían encontrado? ¿Eran ellas, las mujeres que querían acabar conmigo?
Otro golpe, más fuerte esta vez.
Con el corazón latiendo desbocado, me acerqué lentamente a la puerta. Mi mano se deslizó dentro del bolsillo de mi sudadera, aferrando el revólver. Las palabras de Sunam resonaron en mi mente; no dudes.
Olvidé todo, la contraseña de Sunam, el mantenerme en calma. Todo...
Tomé una respiración profunda, intentando calmar mis nervios. Podía sentir el sudor frío en mi frente, el temblor en mis manos. Pero tenía que ser fuerte. Tenía que enfrentar lo que fuera que estuviera al otro lado de esa puerta.
Con un movimiento rápido, abrí la puerta de golpe, levantando el arma frente a mí.
Y entonces, el mundo se detuvo.
Un Zev totalmente empapado por la lluvia estaba tras la puerta, mirándome como si fuese el mismo ángel que ha llegado a su vida.
Mi Zev.
Empapado hasta los huesos, con una barba de varios días y ojeras profundas, pero inconfundiblemente él. Sus ojos, esos ojos que tantas veces me habían mirado con amor, ahora reflejaban una mezcla de sorpresa, alivio y algo más... Juré que no se sorprendió por verme apuntándolo con el arma, me imaginé que se lo esperaba.
El arma cayó de mis manos temblorosas, rebotando inofensivamente en el suelo de madera. Sentí como si todo el aire hubiera sido expulsado de mis pulmones. Mi mente se quedó en blanco, incapaz de procesar lo que estaba viendo.
Zev dio un paso adelante, adentrándose en la luz que emanaba de la cabaña. Pude ver entonces que su rostro estaba tan descompuesto como me sentía yo. Había dolor en sus facciones, cansancio, pero también una determinación feroz que conocía bien.
Nos quedamos así, mirándonos el uno al otro, separados por apenas unos centímetros pero sintiéndose como un abismo. La lluvia seguía cayendo a nuestro alrededor, pero en ese momento, podría haber estado nevando fuego y no me habría dado cuenta.
Y joder... Cuanto lo había echado de menos.
Apenas podía decir una sola palabra, y supe que él estaba igual que yo pero... ¿Que hacía aquí? ¿Quien le había dicho dónde me encontraba? No podía saber que me había alejado de él para protegerlo, porqie entonces él se quedaría a mi lado y eso era peor para ambos...
Mis lágrimas amenazaban por salir y no me ayudaba a verle ese rostro tan lleno de ilusión tras días intensos de tormenta en su interior.
Finalmente, cuando el silencio se hizo insoportable, cuando la tensión entre nosotros amenazaba con ahogarme, solo pude susurrar una palabra. Su nombre. La única palabra que importaba en ese momento.
—Zev...
Y él sonrió... Sonrió.
—Liv...
Y así, con esa simple palabra cargada de mil emociones, el mundo volvió a ponerse en movimiento. La tormenta rugía a nuestro alrededor, pero una tormenta aún más poderosa se desataba en mi interior.
Porque Zev estaba aquí. Había venido por mí.
Y nada volvería a ser lo mismo.
***
Aquí tenéis un nuevo capítulo de SHADOWS.
¿Que les ha parecido?
¿La llamada de Zev?
¿La conversación con Ian?
¿Nikola y Delia?
¿Olivia?
¿Ese final de capítulo?
Nos leemos el próximo sábado ;)
Patri García
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