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V E I N T I C U A T R O | G I U L I O G R I M A L D I 🪩

"No podía creerlo... Todo esto... Parecía que estaba viviendo un maldito sueño"

Olivia Lara.

OLIVIA LARA

El peluche de Angela descansaba sobre mi brazo mientras el coche de Zev nos dirigía hacia la mansión Grimaldi, haciéndome temblar de tan solo pensar que volvería a ver a Angela después de tantas semanas. Sobre todo, después de ver el rostro tan triste que tuvo por mi culpa. Y tan solo deseé que se alegrase de verme, que no me odiase.

Quería volver a verla después de tanto tiempo y después de estar Zev y yo hablando juntos toda la noche a pesar de la tormenta, ahora nos encontrábamos de camino por las calles de Chicago pasando desapercibidos en un coche que no era el estilo de Zev. Al menos, del Zev que era el heredero de la mafia.

Lo miré unos segundos, pensando si era el momento de contárselo de lo que había descubierto, de lo que Delia y Nikola me habían contado tras leer el informe de Giulio hacía tan solo 2 días. Pero apenas habíamos vuelto juntos hacía 12 horas y después de lo que vivimos... No sabía si era el momento para decírselo.

Volví mi vista hacia la carretera mientras abrazaba dicho peluche, triste, temerosa de que ella me odiase y no quisiera saber nada más de mí.

—Ella no te odia —respondió Zev una duda que ni siquiera había formulado en voz alta.

Pero me conocía tan bien que sabía casi todo de mi.

Lo miré y le susurré;

—Hace meses, una noche, le prometí a Angela que nunca me iría de su lado. —Recordé aquella noche como si fuese ayer y suspiré antes de concluir. —Que siempre estaría ahí. Pero rompí mi promesa y me tiene que odiar...

Dejé de mirarlo para observar a dicho peluche, el cual le dije que le devolvería cuando las cosas fuesen cambiando. Si bien las Smirnov seguían por ahí, el plan había evolucionado e íbamos a llevarnos lejos a Angela para que estuviese a salvo.

Suspiré mientras observaba el cielo nublado de Chicago.

—Ella no te odia —repitió Zev mientras que yo continuaba dándole vuelta a todo.

Acerqué el peluche más a mi y, sin mirarlo, pregunté;

—¿Como estás tan seguro?

La música que sonaba de fondo en el coche, una suave y dulce melodía que no tenía muy subida, ayudaba a relajarme un poco, pero no tanto. Mientras, notaba la mirada de Zev de vez en cuando hacia mi, pero no me atrevía a mirarlo. No después de la vergüenza de haberlo dejado solo, de haberme divorciado de él y de que ahora volvíamos a estar juntos.

Habíamos estado hablando durante toda la noche después de haberlo hecho en mi cama de la cabaña, después de descansar un rato durmiendo juntos. Habíamos hablado y él me había dicho que no tenía que avergonzarme de nada, pero no era tan fácil.

—Porque después del divorcio estuve días tratando de decirle a Angela que volverías, que no se enfadase contigo. Y cuando Ginevra vino a contármelo todo, ella estuvo escuchando y se preocupó por ti.

Aquello, saber aquello último, me dolió mucho más de lo que creía.

—No... No quiero que se preocupe por mi.

Pero Zev respondió;

—Todos nos preocupamos por ti, pero has estado tan acostumbrada a estar sola, que sientes que sigues estándolo. Y no lo estás, Olivia. Ahora tienes una gran familia a tu lado.

Sonreí, nerviosa porque volvería a ver a Angela y tenía mil dudas de su reacción. ¿Me dejaría abrazarla?, ¿volvería a sonreírme?, ¿me aceptaría después de todo?

Mi corazón latía con fuerza mientras el coche de Zev se detenía frente a la imponente mansión Grimaldi. Apreté el peluche de Angela contra mi pecho, buscando consuelo en su suave textura. Los recuerdos inundaron mi mente; momentos felices, instantes de dolor, secretos oscuros que acechaban en cada rincón de aquel lugar que una vez llamé hogar.

Zev apagó el motor y se giró hacia mí, sus ojos brillando con una intensidad que no había visto en semanas. Su barba, no acostumbrada, me empezaba a gustar, enmarcaba una sonrisa cálida que hizo que mi corazón se saltara un latido.

—¿Estás segura de que no quieres que vaya contigo cuando hables con Giulio? —pregunté con la preocupación tiñendo mi voz.

Él negó con la cabeza y su expresión tornándose seria.

—No. Necesito tener esta conversación a solas con él. Sé cómo manejarlo. Ya has sufrido demasiado estas últimas semanas, Olivia.

Sus palabras, aunque bien intencionadas, no lograron disipar la inquietud que se arremolinaba en mi estómago. Y más conociendo lo desconfiada que estaba de Giulio y lo que no le había contado a Zev. Zev tomó mi mano, besándola suavemente antes de salir del coche y rodear para ayudarme a bajar.

—Este coche es mil veces más cómodo que el Ferrari —comenté, tratando de aligerar el ambiente.

Zev sonrió, y por un momento, pude ver al hombre del que me había enamorado, no al heredero de un imperio. Su mirada era más intensa, más brillante, y su barba... Dios, estaba tan perfecto con barba. Después de pasar toda la noche juntos, reconciliándonos y redescubriéndonos, ahora nos enfrentábamos a la realidad que nos esperaba dentro de esos muros.

Ginevra, discreta como siempre, bajó de otro coche cercano, manteniéndose a una distancia prudente. Luna, mi guardaespaldas de confianza y la que empezaba a considerar una amiga, se acercó a nosotros.

—Tardaremos un rato, Luna —dijo Zev con voz firme—. Quédate en la puerta junto con Benjamin y asegúrate de que todo esté en orden.

—Sí, señor Grimaldi —respondió Luna, y no pude evitar notar la mueca de fastidio que cruzó el rostro de Zev al escuchar su apellido.

—¿Ocurre algo? —pregunté mientras nos dirigíamos hacia la entrada.

—Solo es que ya no soporto ese apellido —murmuró, y pude sentir el peso de sus palabras, la carga que llevaba sobre sus hombros.

Y lo comprendía.

Entramos en la mansión, y el aire parecía cargado de tensión. Estaba tal cual lo dejé, tampoco había pasado mucho tiempo, pero desde los viajes, había olvidado casi como era ese lugar de enorme. De repente, un movimiento en la escalera captó mi atención. Era Angela. Mi corazón se encogió al ver su expresión, una mezcla de enfado y alivio. Creí que no quería verme, que se daría la vuelta, que me dejaría allí... Y la entendía si lo hacía.

Pero en lugar de eso, su ojos se posaron en el peluche que sostenía, y antes de que pudiera reaccionar, bajó corriendo y se lanzó a mis brazos.

El impacto casi me hizo perder el equilibrio y Zev tuvo que acercarse para ayudarme a mantenerme en pie. Angela se aferraba a mí con todas sus fuerzas, como si temiera que fuera a desvanecerme en cualquier momento.

—Has vuelto... —susurró contra mi pecho—. Sabía que volverías, Oli.

La abracé con fuerza, sintiendo cómo las lágrimas comenzaban a formarse en mis ojos. Y parecía que mis palabras amenazaban con no salir.

—Lo siento tanto, Angela —murmuré, acariciando su cabello.

—No vuelvas a separarte de mí —suplicó ella, y asentí, incapaz de contener las lágrimas que ahora rodaban por mis mejillas.

—Te prometo que siempre estaré aquí. —Le aseguré, entregándole su peluche. Ella lo tomó, con una sonrisa enorme y volvió a abrazarme con fuerza.

Miré a Zev, que nos observaba con una sonrisa que iluminaba toda su cara. Por un momento, parecíamos una familia feliz, como si los peligros y las amenazas que nos rodeaban no existieran.

Pero la burbuja se rompió con la voz de Giulio.

—Olivia Lara. —Cuando giré mi cabeza y me separé un poco de Angela, la figura de Giulio estaba al fondo de aquel pasillo—. Bienvenida de nuevo a la mansión Grimaldi.

Su tono, aparentemente cordial, ocultaba un filo que me hizo estremecer. Conocía demasiado bien a este hombre, sabía de lo que era capaz. Las revelaciones sobre sus tratos con las Smirnov resonaban en mi mente, alimentando mi desconfianza.

—Giulio —respondí secamente.

Sentí cómo Angela se tensaba y se escondía detrás de mí, aferrándose a mi ropa. Su reacción me sorprendió y me preocupó a partes iguales.

—¿Podemos hablar? —preguntó Giulio con su mirada fija en mí.

Zev dio un paso adelante, dispuesto a acompañarme, pero Giulio lo detuvo con un gesto.

—A solas. Como en los viejos tiempos, señorita Lara.

Angela apretó mi mano y susurró con urgencia;

—No vayas.

Su miedo era palpable, y me desconcertó.

—Angela, todo irá bien. Es tu padre. —Intenté tranquilizarla.

—No me fío de él... —continuó Angela, y un escalofrío recorrió mi espalda.

Miré a Zev, tratando de comunicarle sin palabras mi preocupación.

—Llévala a su cuarto. —Le pedí en voz baja.

—Voy a acompañarte —insistió Zev ya que la preocupación era evidente en su rostro.

—Tú hazme caso —dije con firmeza, aunque una parte de mí deseaba tenerlo a mi lado.

Zev asintió a regañadientes, pero pude ver que no estaba convencido. Mientras caminaba hacia el despacho siguiendo a Giulio, sentí una opresión en el pecho, como si algo terrible estuviera a punto de suceder.

Entré en el despacho y Giulio cerró la puerta tras de sí. El clic del pestillo sonó como una sentencia.

—¿Quiere un café? Sé que el té no le gusta —contestó volviendo con las formalidades y me ofreció con una sonrisa que no llegaba a sus ojos.

De esas totalmente falsas que demostraban la verdadera persona que era Giulio y que al principio desconfiaba demasiado. Todo lo que mintió y que nos hizo creer después... Tam solo era una serpiente dispuesta a envenenar a cualquiera.

Negué con la cabeza, manteniendo mi guardia alta.

—No te voy a mentir —comenzó Giulio, dejando caer la máscara de cortesía—. Creí que ya estarías muerta.

Sus palabras me golpearon como un puño, pero me mantuve impasible.

—Gracias por sus ánimos. ¿Qué quiere?

Cuando se giró, algo cambió en sus ojos. Odio quizás... Si, esa era la mirada que siempre me había dedicado y nunca, nunca me lo planteé. Y volvimos a tutearnos,

—Saber qué estás haciendo aquí. No eres bienvenida ya en esta mansión, Lara.

—No se preocupe —respondí con toda la calma que pude reunir—. Me iré cuanto antes y no volverá a verme.

—Eso espero. Porque he trabajado mucho para conseguir que esas mujeres estén detrás suya.

La rabia bullía en mi interior. Así era Giulio Grimaldi y todos nos creímos el cuento del viudo enamorado. Cuando todo era una maldita falacia.

—Eres un maldito cabrón.

—Lo sé —admitió sin el menor atisbo de remordimiento—. Oh... ¿Te creías que te iba a aceptar? ¿Que tan solo quería que te casaras con mi hijo para los negocios y quizás enamorarte de él de verdad? —Sacó una de esas risas venenosas que apuñalaban por completo—. Olivia, aún no sabes cómo funcionan estos negocios.

—Sigo preguntándome qué es lo que ganas con mi muerte —repliqué, tratando de mantener la calma—. ¿Dinero? ¿Que te salven tu estúpida empresa?

Recordaba la empresa que estaba al borde del cierre, y ahora mismo mi mente era un puro caos imposible de conseguir aceptar todo lo que estaba viviendo estos últimos meses, sobre todo, estos últimos días.

—No. No te mentiré, gano dinero... Pero no es eso.

Lo dijo como si nada el muy desgraciado.

—¿Me lo contarás? —Elevé la ceja, con el corazón latiéndome totalmente rápido mientras que Giulio parecía estar totalmente tranquilo.

Tardó lo suyo y, cuando me miró a los ojos, algo cambió. Algo muy drástico que me dejó petrificada en mi lugar.

—Julianne Boss —dijo, y por un momento, vi un destello de algo parecido a la humanidad en sus ojos.

Pero ya no me creía nada de ese hombre.

—¿Quién? —pregunté, desconcertada por el giro de la conversación.

Y lo que me contó después me dejó peor.

—La única mujer a la que he amado en toda mi vida —comenzó Giulio, su voz teñida de una emoción que nunca antes le había escuchado—. Fue mi mejor amiga desde que tuve uso de razón, me enamoré de ella desde mucho antes... Con 20 años quería arrodillarme para pedirle matrimonio... Pero por desgracia, tu queridísimo abuelo contrató a unos asesinos para asesinar a la hija de un mafioso.

Me quedé en silencio, procesando la información que me acababa de dar.

Él negó mientras no dejaba de pensar y darle vueltas a todo en su mente.

—Julianne no era hija de nadie de ese ámbito... —continuó Giulio con la amargura evidente en su voz—. Pero se parecía mucho a esa joven y se equivocaron. Me arrebataron lo que más amé en mi maldita vida y pienso vengarme por ello.

Me quedé totalmente petrificada hasta que pregunté;

—¿Y contratas a unas mujeres sanguinarias por algo que hizo un familiar mío que ni conocí ni sabía de su existencia? —pregunté, tratando de conectar los puntos.

—Las mujeres esas no han sido capaces de encontrarte. Me han demostrado que no sirven demasiado.

Un escalofrío recorrió mi espalda.

Y entonces lo entendí.

—¿Y vas a hacerlo tú?

Sus ojos no abandonaron los míos, pero me demostró todo lo que estaba pensando en esa retorcida mente suya.

—Sí.

Traté de mantener la calma, pero necesitaba confrontarlo con otra verdad que había descubierto.

—Tú mataste a Sally.

Freno, quedándose quieto y callado, cuando preguntó;

—¿Por qué piensas eso?—Su voz me demostraba que no se fiaba de mí, su tono neutral, pero sus ojos traicionando un destello de sorpresa.

Y entonces negué mientras trataba de darle vueltas a todo lo que me habían dicho días antes de que Zev volviese a mi vida. Y el cual me iba a costar mucho contárselo cuando saliéramos de esa mansión.

—No te mentiré —comencé, reuniendo todo mi coraje—. Siempre he sospechado de ti en muchos aspectos, entre ellos el caso de Sally. Cómo te hacías la víctima, cómo fingías hablar por teléfono cuando el caso "volvía" a abrirse... Ginevra estuvo investigando algo que hacía Sally a escondidas y tú lo descubriste. Decidiste aprovechar y hablar con tu amigo Akkerman para que fuese él quien diese la orden. Lo que no te esperabas es que alguien lo sabría.

—¿Por qué iba a matar a mi propia mujer? —preguntó, pero su tono ya no era de desafío, sino de curiosidad.

—Sé que sabías que Sally y Ginevra tenían una relación —continué, observando cada reacción en su rostro—. Lo sabías muy bien, sobre todo desde hacía mucho más tiempo del que pensabas.

—¿Por eso? ¿Por celos? —Se burló Giulio—. Supe que ella estuvo en relación con Ginevra, pero eso me daba igual. Te recuerdo que la mujer de mi vida era Julianne.

Y ahí venida todo lo escondido. Todo lo que Giulio no había contado, lo que había guardado a buen recaudo. Lo que investigaron los búlgaros y Delia contó con todo lujo de detalles. Sobre todo, cuando Ginevra me confesó algo que me dejó totalmente de piedra.

—Sí. Pero lo que te dolió fue saber que Zev y Angela no son tus hijos.

El silencio que siguió a mis palabras fue ensordecedor. Vi cómo la máscara de Giulio se desmoronaba, revelando una mezcla de shock y furia.

—¿Cómo sabes eso? —cuestionó finalmente, su voz apenas un susurro.

—Hay informes de que tú eres estéril —expliqué, manteniendo mi voz firme a pesar del miedo que crecía en mi interior—. Pero fue tiempo después que lo descubriste, justo el mismo año en el que Sally apareció en aquel cubo de basura. Informes que tiene en su poder la mafia búlgara y lo han sabido todo este tiempo. ¿Miento?

Giulio permaneció en silencio, pero su mirada lo decía todo.

Pero yo decidí continuar;

—Tu padre amenazó a Sally —continué, las piezas del rompecabezas encajando finalmente—. Le dijo que si no tenía un hijo, un heredero, acabaría muy mal la familia de ella... Por lo que Sally se realizó una inseminación artificial al ver que no se quedaba embarazada de ti. Zev no es realmente el heredero de los Grimaldi, porque no tienes a nadie de tu misma sangre.

Hice una pausa, observando cómo Giulio absorbía cada palabra.

—Angela nació también del mismo modo, pero con un factor nuevo. La ciencia ha mejorado, por lo que permite que dos mujeres puedan tener una maternidad compartida. Una aporta el óvulo y la otra lo gesta en su vientre, junto con un donante para que pueda hacerse dicha gestación... —Y concluí. —De ahí que Angela se parezca tanto a Ginevra. De ahí esos dibujos de ella con Sally y Ginevra como una familia feliz.

Giulio se dejó ver ese rostro tan serio y juré que nunca lo había visto de esa manera.

—Sally me había mentido todo este tiempo —murmuró, más para sí mismo que para mí—. Y lo descubrí cuando Akkerman la investigó porque estaba metiéndose donde no la llamaban. A mí me daba igual, pero cuando supe que no tenía ningún heredero... Eso sí que no iba a permitirlo.

—Deberías pudrirte en la misma cárcel y no salir nunca de ella —escupí, la repulsión evidente en mi voz.

Me di la vuelta, dispuesta a marcharme, cuando sentí un fuerte empujón en mi espalda. Giulio me había atacado por sorpresa. Luché contra él, pero un golpe en mi cabeza me desorientó. Sentí sus manos alrededor de mi cuello, levantándome del suelo. El aire escapaba de mis pulmones y la desesperación se apoderó de mí.

—Dale saludos a Sally de mi parte —gruñó Giulio, apretando con más fuerza.

Mi visión comenzaba a nublarse cuando escuché un estruendo. La puerta se abrió de golpe y Zev entró como una tromba, embistiendo a su padre y liberándome de su agarre.

Caí al suelo, tosiendo y jadeando, tratando desesperadamente de recuperar el aliento. A través de mi visión borrosa, vi a Zev y Giulio enzarzados en una lucha brutal. Giulio sacó un arma, pero Zev logró desviarla. Un disparo resonó en la habitación y, por un terrible momento, temí lo peor.

Pero fue Giulio quien cayó, una mancha roja expandiéndose en su pecho. Zev se tambaleó hacia atrás, sosteniendo su hombro sangrante.

Cuando miremos a Giulio, este no se movió, significando su propia muerte y miré a Zev, que estaba herido de bala y me asusté.

—¡Zev! —grité, arrastrándome hacia él mientras caía al suelo.

Sus ojos, algo rojos mientras me miraba, logró pronunciar unas palabras.

—¿Eso es cierto? —preguntó con su voz débil pero urgente.

—Sí... —admití, presionando su herida para detener el sangrado.

—¿Desde cuándo lo sabes?

—Desde hace dos días... —respondí, las lágrimas nublando mi visión—. Cuando Delia nos dio la información que su padre había guardado. Resiste, te pondrás bien.

Pero él parecía no importarle su herida, se apoderó de un mechón de mi cabello y lo colocó detrás de mi oreja.

—Estas a salvo, Liv... —murmuró y luego dijo. —Te amo.

Sus ojos se cerraron, dejándome totalmente petrificada, temerosa de que todos mis miedos por perderlos se hicieran realidad por un hombre que no creí que se lo haría. Con las lágrimas cayendo, susurré;

—Zev...

🪩

ZEV GRIMALDI

La conciencia regresó a mí como una ola perezosa, lamiendo las orillas de mi mente adormecida. Los recuerdos se agitaban como hojas en un hermoso bosque. Mi cuerpo se sentía como un barco anclado en aguas turbulentas, cada movimiento provocaba oleadas de dolor que se estrellaban contra los acantilados de mi cordura.

Abrí los ojos lentamente, parpadeando ante la luz dorada que inundaba la habitación. El sol de la tarde se colaba por las ventanas como un intruso bienvenido, dejando todo con un resplandor cálido y acogedor. Por un momento, me sentí desorientado, como un viajero que despierta en una tierra extraña.

Pero entonces la vi.

Olivia.

Dormía en el sofá junto a mi cama y su rostro era una mezcla de paz y preocupación. Parecía cansada. Verla allí, tan cerca y tan real, hizo que mi corazón diera un vuelco. Los últimos días se desplegaron en mi mente como un tapiz intrincado y doloroso.

El disparo. La sangre. La revelación que sacudió los cimientos de mi existencia. No era hijo de Giulio. Las palabras resonaban en mi cabeza como un eco interminable, una verdad que aún no lograba asimilar del todo.

No era hijo de Giulio... No llevaba sangre de los Grimaldi en mi.

Cerré los ojos, dejando que los recuerdos fluyeran como un río desbordado. Ginevra apareciendo como una sombra protectora, trayendo consigo a un médico de confianza. Olivia, mi ancla en la tormenta, negándose a separarse de mi lado ni por un instante. Angela, mantenida al margen, sus ojos grandes y asustados la última vez que la vi.

Y luego, el viaje. Días que se fundieron unos con otros mientras avanzábamos hacia el rancho, nuestro refugio prometido. La caravana se movía como una bestia perezosa a través de paisajes cambiantes, y yo flotaba entre la consciencia y la oscuridad, atrapado en un limbo de dolor y confusión. Era ,as seguro viajar por carretera que por avión, de ahí a que durásemos días en llegar. Pero me cuidaron tan bien que ni me importó.

Ahora, finalmente, estábamos aquí. El rancho. Nuestro sueño hecho realidad en medio de circunstancias que jamás habríamos imaginado.

—Liv —susurré con la voz ronca como si hubiera tragado arena del desierto.

Ella se despertó al instante, sus ojos encontrando los míos con una mezcla de alivio y preocupación. Se movió hacia mí con la gracia de un gato, sentándose en el borde de la cama.

—Zev —murmuró, su voz cargada de emociones contenidas—. Lo siento tanto. Todo esto... yo...

Levanté una mano, ignorando el dolor que el movimiento provocó, para silenciarla suavemente.

—No —dije, sorprendido por la firmeza de mi propia voz—. No te disculpes. Si te soy sincero, me alegro de no ser hijo de Giulio.

No habíamos hablado de ese tema en todo el viaje, con Benjamin y Luna acompañándonos junto con Ginevra y Angela.

Sus ojos se abrieron con sorpresa, y pude ver cómo luchaba por encontrar las palabras adecuadas.

—Yo... Lo supe solo dos días antes de que vinieras a buscarme —confesó finalmente—. No quería soltártelo así, de esa manera tan brusca. Pero las circunstancias...

—Las circunstancias tienen la costumbre de burlarse de nuestros planes —completé por ella, sintiendo cómo una sonrisa tiraba de las comisuras de mis labios—. Si lo hubiera sabido antes, quizás las cosas habrían sido diferentes. Mejores, incluso.

Olivia asintió, sus ojos brillando con lágrimas no derramadas.

—Ya eres perfecto, Zev.

Pero no le respondí, porque me había convertido en un monstruo por la vida que había elegido. Y quería cambiarlo.

—Necesitas ducharte —dijo de repente, cambiando de tema con la sutileza.

—Puedo hacerlo solo —protesté débilmente, pero incluso mientras las palabras salían de mi boca, sabía que era una mentira.

Una sonrisa traviesa iluminó su rostro.

—¿Recuerdas cuando yo estaba herida y tú me ayudaste? —preguntó, y los recuerdos de aquellos momentos íntimos y tiernos inundaron mi mente—. Ahora es mi turno de devolverte el favor.

Antes de que pudiera protestar más, Olivia ya me estaba ayudando a levantarme. Mis piernas se sentían como gelatina, y cada movimiento enviaba punzadas de dolor a través de mi cuerpo. Pero tenerla tan cerca, sentir su fuerza y su determinación, era como un bálsamo para mi alma herida.

Me guió hasta el baño que teníamos dentro de nuestro cuarto que compartimos en nuestra luna de miel con una paciencia increíble y la firmeza de un sargento. Sus manos, suaves pero seguras, me ayudaron a desvestirme, cada toque una caricia que encendía chispas en mi piel a pesar del dolor.

—Esto me recuerda a aquel día juntos —murmuré mientras ella me ayudaba a entrar en la bañera—. Aunque los papeles estaban invertidos.

Olivia sonrió, sus ojos brillando con amor y picardía.

—La vida tiene una forma curiosa de dar vueltas, ¿no crees?

El agua caliente me envolvió como un abrazo, aliviando el dolor y la tensión acumulada. Olivia se unió a mí en la bañera, su cuerpo encajando perfectamente contra el mío, como piezas de un rompecabezas destinadas a estar juntas.

Cerré los ojos, a gusto por tener a Olivia en mi espalda, tomando la esponja para ayudarme en la zona donde no podía mover demasiado el brazo y yo tan solo disfrutaba de ese momento como si fuese una joya única.

—Te amo —susurró contra mi oído, sus palabras un eco de los latidos de mi corazón—. Más de lo que jamás creí posible amar a alguien.

En ese momento, a pesar del dolor, a pesar de las revelaciones que habían sacudido mi mundo, me sentí como el hombre más feliz del planeta. Éramos como dos náufragos que finalmente habían encontrado su isla, un refugio en medio de la tormenta que era nuestra vida.

—Tengo una conversación pendiente con Ginevra —dije después de un rato, recordando de repente todos los cabos sueltos que aún quedaban por atar.

Olivia asintió, sus dedos trazando patrones en mi piel.

—Ella también está aquí, en el rancho. Tendrás tiempo de sobra para hablar con ella.

Dejé escapar un suspiro, sintiendo cómo el peso de mi apellido se cernía sobre mí como una sombra.

—Ya no soporto el apellido Grimaldi —confesé. —Cada vez que lo escucho, es como si me clavaran un puñal.

—Siempre puedes cambiártelo —sugirió Olivia con suavidad—. Un nuevo comienzo. Dejar atrás todo lo que ese apellido representa.

La idea se plantó en mi mente como una semilla, y pude sentir cómo echaba raíces rápidamente. Un nuevo nombre. Una nueva identidad. La oportunidad de ser simplemente yo mismo, sin el peso de las expectativas y los pecados de la familia Grimaldi.

—Quizás tengas razón —murmuré, dejando que la idea creciera y floreciera en mi mente.

Nos quedamos en silencio por un rato, disfrutando de la cercanía y el calor del agua. Olivia me lavó con ternura, sus manos gentiles sobre mis heridas, tanto las visibles como las invisibles. Era un acto de amor tan puro y desinteresado que sentí cómo las lágrimas se agolpaban en mis ojos.

—¿Como se lo decimos a Angela? —Sabia que ella se refería a Giulio.

Aún no se lo habíamos contado, pero lo haríamos juntos, poco a poco.

—Vamos a ir poco a poco, pero se lo diremos juntos... Aunque será duro... No quise hacerlo, pero él —susurré, triste y ella me abrazó con amor colocando sus brazos sobre mi pecho.

—Giulio iba directo a matarte, Zev.

Asentí y quise pensar en otra cosa. No era momento de pensar en lo que pasó o pudo pasar. Si no entraba antes él la mataría... Hubiese matado a la mujer de mi vida y eso era lo que más me dolía.

—¿Cómo pude tener tanta suerte? —pregunté en voz baja, más para mí mismo que para ella.

Olivia me miró, sus ojos llenos de una emoción que no pude descifrar del todo.

—No es suerte, Zev. Es amor. Puro y simple.

Salimos de la bañera cuando el agua comenzó a enfriarse. Olivia me ayudó a secarme y vestirme, cada movimiento una danza sincronizada que hablaba de la intimidad y la confianza que habíamos construido.

De vuelta en la cama, me sentí agotado pero extrañamente en paz. Olivia se sentó a mi lado, sus dedos entrelazados con los míos.

—Descansa —dijo con suavidad—. Estaré aquí cuando despiertes.

Cerré los ojos, dejando que el sueño me envolviera como una manta cálida. Los últimos días habían sido como una tormenta devastadora, arrancando de raíz todo lo que creía saber sobre mí mismo y mi vida. Pero aquí, en este rancho, con Olivia a mi lado, sentía que finalmente había encontrado un puerto seguro.

El futuro aún era incierto, un lienzo en blanco esperando ser pintado. Tendría que enfrentar a Ginevra, desentrañar los secretos que aún quedaban ocultos, decidir qué hacer con el imperio Grimaldi que ya no sentía como mío. Y sobre todo, estaban las Smirnov... Las temidas Smirnov. Pero por ahora, en este momento, todo lo que importaba era el aquí y el ahora.

Mientras me sumergía en el sueño, sentí los labios de Olivia rozar mi frente, un gesto tan tierno que hizo derretirme.

—Descansa, mi cucaracha. —La escuché susurrar. —Estaré aquí, cuidándote, siempre.

Y así, con el sol de la tarde pintando sombras doradas en la habitación y el amor de Olivia envolviéndome como un escudo protector, me dejé llevar por el sueño y por Olivia.

***

Aquí tenéis un nuevo capítulo de SHADOWS.

¿Que les ha parecido?

¿Lo de Giulio?

¿Se esperaban lo de Sally y Ginevra?

¿Esa parte final?

¿Quieren más?

Nos leemos el sábado ;)

Patri García

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