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T R E S | A R R O D I L L A D O 🪩

«Tacharía a cada persona implicada en ello, y me daba igual dejar las pruebas delante de todos. Iban a pagar cada uno por arrebatarme a lo que más amaba»

Zev Grimaldi.

Miré desde lo alto de mi despacho toda la discoteca en aquella noche tan movida y llena de gente que se acumulaba los fines de semana.

No pude evitar recordar el momento en el que traje a Olivia por primera vez aquí, en aquel mes de octubre. Habían pasado casi 3 meses y parecía que había sido ayer cuando la conocí. En poco tiempo habían pasado miles de cosas, habíamos vivido tantas, cada cual más mala que la peor. Pero entre esos momentos, vivíamos otros intensos que merecía la pena.

Siempre había querido alejarla de mi estilo de vida, incluso cuando mi padre me dijo que me casaría con ella, no me hizo gracia tener que proteger a alguien que no sabía manejarse en este mundo... Nuevamente, Olivia me demostró que no era una don nadie y que sabía defenderse, incluso mejor que yo.

Aún recuerdo cuando vi por primera vez su fotografía en la carpeta clasificada que tenía mi padre y que la había investigado por meses. Aquellos ojos verdes fueron lo que me llamaron la atención desde el primer momento.

Carraspeé al mirar como la gente bailaba, como si no tuviesen problemas, como si la vida se fuera en un segundo y recordé aquella noche en la que Olivia empezó a bailar sola en medio de la pista. Lo que deseé bajar, tocarla y bailar a su lado fue mucho más fuerte de lo que me imaginaba.

El sonido de un silbido fue lo que me hizo dejar de pensar en aquel momento.

—¿Aquí trabajas? Tiene que estar bien conocer una mujer guapa cada noche —contestó Ian, paseándose por mi despacho.

Ni me giré, tan solo observé el lugar y no dejé de pensar en ella. Cuando le contesté;

—Esta bien un tiempo... Pero luego te aburres de hacer las mismas estupideces siempre... Y el sexo vacío te termina cansando —contesté, apretando la mandíbula sin dejar de pensar donde podría encontrarla.

Tenía varios sospechosos, sobre todo Mattia y Alonzo. Ambos eran tan culpables que era incapaz de pensar en otra cosa. También la mujer de Alonzo y aquel negocio tan asqueroso y horrible que tenía contra mujeres.

No... Traté de desechar todos esos pensamientos de que Olivia ya estuviese en alguna red de trata de mujeres y sacudí mi cabeza, tratando de pensar en otra cosa, en poder encontrarla, en confiar en los medios que tenía para conseguir sacarla de donde estuviese.

La puerta sonó y al girarme, vi uno de mis guardaespaldas diciendo;

—Ya están aquí.

—Hazlos pasar —respondí cortante.

Con las manos en los bolsillos, caminé hacia mi mesa y me quedé de pie, mirando las personas que entraron dentro, los cuales me observaron primero a mi y luego a Ian.

Luna y Benjamin se quedaron de pie, con ese porte de guardaespaldas que tenía y pude ver claramente a Luna después de la bronca que tuve con ella la tarde en la que desapareció Olivia.

Ese día estaba enfadado, la habían secuestrado y no habíamos conseguido hacer nada para evitarlo. Había pagado Luna lo que ocurrió, pero tras hablar con ella sabía que no tenía la culpa. Podía verlo en su rostro y más que aún seguía el golpe que le habían dado para dejarla K.O tras aquel día.

Con las manos en los bolsillos, dije;

—Ian Santos, ellos son Luna Davis y Benjamin Miller... Los guardaespaldas de Olivia —respondí.

Ian, con sus manos cruzadas, observó a ambos protectores y luego empezó a caminar hacia un lado al otro, sin dejar de mirarlos, más precisamente a Luna que me hizo pensar que le llamaba la atención aquella joven de cabello pelirrojo.

Cuando me miró, dijo;

—¿Estás seguro que puedo confiar en ellos?

Sin dejar de mirar a mi amigo, asentí.

—Son de confianza y grandes investigadores también —respondí, siendo sincero.

Ian volvió a mirar a Luna y sabía que era lo que iba a decirle.

Conocía muy bien a Ian y quería solo a profesionales a su lado, personas que pasaran de los 30 años y que tuviesen años de experiencia. A pesar de que Luna era mucho más joven, era una gran trabajadora en la protección e investigación.

Tan solo los observé mientras esperaba una respuesta de ambos.

—No pienso trabajar con una cría —escupió Ian con sus manos cruzadas.

Luna, sin hacer ni un solo movimiento, lo miró y con esa seriedad tan suya, contestó;

—Que no sepa trabajar con mujeres es su problema, señor Santos, no el mío —respondió sin elevar la voz.

Me quedé serio, sabiendo la enemistad que parecían tener a primera vista, mientras Ian la miraba con los ojos demasiado expresivos.

Parecía que los 2 no iban a congeniar bien. Pero eso me daba igual. Yo quería que ellos hicieran el trabajo sucio, el más complicado y recabar todo tipo de información, cualquier hilo para encontrarla. Como fuese su método me importaba un bledo. Necesitaba gente de confianza y ellos eran las personas idóneas.

Ian empezó a caminar hacia ella y le dijo;

—Trabajo con mujeres todos los días de mi vida, señorita Davis. Lo que no quiero es trabajar con una jovencita de 20 años.

—Señora —corrigió ella, nuevamente, con aquella pasividad tan suya. —Que tenga 24 años no implica que tenga que faltarme el respeto dentro del trabajo y ambos no somos ni seremos amigos —concluyó, haciendo enfadar a mi amigo Ian.

—Zev —contestó Ian.

—Trabajarás con ellos y punto —hablé contundente, girándome e ignorando la pelea de críos.

Empecé a caminar por mi despacho y saqué una pizarra blanca, la cual aparecían informaciones de posibles sospechosos. Luego puse carpetas llenas de información sobre mi escritorio y, apoyando mis manos sobre la mesa de roble, dije;

—Trabajaréis aquí, las horas que hagan falta. Nadie sabrá nada de esto y cualquier cosa, si hace falta saltarse la ley, tenéis mi permiso —murmuré. —Lo demás me encargaré yo de todo.

—¿Necesitas algo en particular para la investigación, señor Grimaldi? —preguntó Luna.

Caminé hacia la puerta y, al girarme, dije;

—Si. —Todos me miraron atentos, esperando a lo siguiente que diría, cuando concluí. —Encuentren a la sucia rata de Edward Taylor. Él fue quien se la llevó. Desde que sepáis desde que alcantarilla se ha escondido, llamadme para hablar con él de... manera amigable —susurré con una voz que hizo que todos los presentes me observasen con respeto.

Sin decir nada más, me marché, bajando las escaleras con rapidez para marcharme de aquel lugar y buscar por todos lados de Chicago, encontrando más pruebas para poder encontrarla.

Todo lo que fuese necesario para que Olivia volviese a nuestra vida.

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OLIVIA GRIMALDI

El sonido de las gotas cayendo tan cerca de mí, me hacía imposible dormir, junto con el frío que había en aquel lugar.

Cada vez olía peor el sitio, pero mi olfato parecía empezar a acostumbrarse al mal olor que emanaba de un desagüe en mal estado que había en una esquina.

El dolor de cabeza seguía ahí por la falta de comida. El último bocadillo que me había dado Mattia o, más bien, tirado al suelo, ya solo le quedaba menos de 2 dedos para acabarlo y no sabía cuando volvería a darme otro.

Con la boca seca, observé aquellas gotas que caían y quise pensar que sería agua potable. Apenas me había quedado agua de la que me había dado y quise pensar en que aquellas gotas podrían refrescarme, pero cuando fui a moverme, mi brazo falló por la poca fuerza y caí al suelo, dándome un golpe en la cabeza que me hizo taparme rápidamente, asustada por si me hubiese empezado a salir sangre, sabiendo la hemofilia que sufro.

Al comprobar que todo estaba en orden y solo tenía un fuerte golpe que resonaba hasta en mi oído, me relajé apenas un poco.

Las cerraduras volvieron a sonar y miré la puerta, con el corazón en un puño y deseando que el que entrase fuese Zev, que me haya encontrado y podría sacarme de allí. Pero no era él.

Mattia entró sin un bocadillo nuevo, ni mucho menos agua, haciéndome morir de sed lentamente. Pero llevaba una carpeta en la mano que me hizo mirar hacia esa dicha carpeta, arrugando mi frente mientras me costaba respirar por la falta de fuerzas.

—Buenos días, preciosa —contestó con tono de burla—. Espero que hayas pasado una buena noche —dijo, acercándose a mi lentamente.

Ni le respondí.

Necesitaba comer y, por desgracia, dependía de él para ello.

La cadena que tenía amarrada en mi tobillo lo decía, la poca fuerza, la gran desventaja en la que me encontraba y en como los primeros días de cautiverio estaba drogada para evitar moverme con facilidad. Cansada, era incapaz de demostrarle lo enfadada que estaba mientras que él parecía dormir divinamente, con una cama super cómoda, calentito y hasta en una almohada que podría ser hasta cara.

Y aún así me hacía pasar todo aquello porque lo disfrutaba... Lo disfrutaba.

Traté de no hablar para no ponerme a llorar de la sensación tan desesperante que tenía de llevar días encerrada allí, sin comer como era debido, sin poder moverme... Nada. Absolutamente nada.

—Traigo buenas noticias. Pronto podrás salir de aquí —dijo con una sonrisa asquerosa.

Se puso de cuclillas y me observó.

—No sé qué es lo que habrás hecho... O si fue alguien de tu pasado, pero me tienes intrigado por quién eres realmente —contestó con aquel tono de asquerosidad que tanto tenía.

Cuando lo miré, le escupí;

—No soy nadie. No sé de qué cojones me estás hablando —respondí enfadada, sin entender absolutamente nada.

Mattia empezó a reírse y negó con la cabeza, levantándose del suelo para empezar a caminar hacia el cuarto. Al girarse, sus ojos azules eran mucho más vivos que otras veces, como si le fascinase hacerme sufrir de aquella manera.

—No seas así, Lara. —murmuró con una sonrisa.

—Grimaldi —corregí.

Y, por primera vez en mi vida, fui yo la que corregí el apellido por el de él. Lejos de que no era partidaria de tener el apellido de mi marido, pero en ese caso quería que quedase claro con quien estaba casada.

Zev...

Cuanto lo echaba de menos, deseando abrazarlo y llorar en su hombro.

Pero eso a Mattia le importó un bledo.

Caminó con sus caros zapatos y se colocó nuevamente de cuclillas. Me tomó del mentón, haciendo que lo mirase y ahí empezó a pasar su pulgar sobre mi labio inferior, haciendo que le retirase la cara, pero él no me dejaba. Tenía mucha más fuerza que yo y dijo;

—Has dejado de ser una Grimaldi desde que has pisado terreno Mancini, querida...

Y le escupí en todo el ojo, haciendo que él cerrase los ojos y empezara a decir barbaridades en voz alta, alejándose de mi mientras se limpiaba el escupitajo que le había dejado en su maldito rostro de psicópata.

—¡Puta! ¡¿Esto es lo que quieres?! —Se terminó de limpiar el escupitajo y me señaló con el dedo, diciéndome. —Conseguiré domarte para que sepas quien soy yo.

Empezó a caminar hacia la puerta, hasta que se paró y me dijo;

—Si no me dices quién eres en 24 horas, tendré tu futuro en mis manos. O si no vas a salir de este cuarto, pero desearás volver a entrar —contestó con tono de amenaza, hasta que concluyó. —Y olvídate de comer hoy, para que aprendas a no escupirle en la cara a ningún hombre.

Cerró la puerta de color azul con fuerza, haciendo temblar las paredes, escuchando todas las cerraduras, hasta que me dejó nuevamente sola, con aquella luz parpadeando, las gotas haciendo ruido. Sin entender nada de que me estaba hablando, ¿que quién era yo? Solamente una mujer de 23 años que se había ido a otro país a vivir. Nada más. ¿Que es lo que quería que le dijese? ¿De qué mierda me estaba hablando?

Quise llorar y no se porque era, si por todo lo malo que me pasaría o por como acabaría.

Lloré al saber que pasaría mucha más hambre de lo que me imaginaba. Lloré porque no sabía donde me encontraba, si Zev estaría buscándome o que pasaría de ahora en adelante... Lloré por miedo a no encontrar la libertad, a no volver a verlos a ellos...

Mis lágrimas no dejaron de caer mientras miraba todo aquello y recé porque consiguiera salir de todo aquello en el que me habían metido.

Pero empezaba a perder las esperanzas y ya no sabía como sobrevivir a aquello.

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ZEV GRIMALDI

Las puertas del ascensor se abrieron y solo vi mujeres y hombres bien trajeados, trabajando juntos, corriendo muchos, otros gritando, otros llamando desesperadamente. Estábamos en año de elecciones y estaba seguro que el equipo político de Alonzo Rinaldi estaba buscando nuevos votantes para ganar aquel año.

La tarde estaba avanzando y al caminar en medio de todo aquel caos mi mirada solo estaba puesta hacia el despacho que había a 20 metros.

Las enormes ventanas de aquel edificio no muy alto era lo que hacía dar grandes vistas de Chicago o, al menos, de una parte. La luz del sol iluminaba aquella oficina caótica mientras que yo solo tenía un objetivo y era encontrarla a ella. Costase lo que costase.

Un hombre chocó conmigo y me pidió perdón, pero ni me molesté en mirarlo. Tenía preocupaciones importantes que perder mi tiempo con un idiota que trabajaba bajo las órdenes de un ser como Alonzo Rinaldi.

Al llegar a la puerta, vi que no había guardaespaldas, sino que uno de ellos estaba hablando animadamente con una mujer joven que parecía ligar con él. Mientras que el otro se tomaba un café, olvidándose de donde se encontraba.

Con la puerta libre, la abrí por completo, encontrándome a Alonzo Rinaldi haciéndolo con una mujer de unos 30 años por detrás frente a su mesa. La mujer parecía estar disfrutando y pidiéndole más, pero al cerrar la puerta con fuerza, la mujer se sobresaltó y Alonzo me observó con los ojos atemorizados al verme.

Tan rápido como lo miré, Alonzo se alejó de la mujer, subiendo su cremallera, mientras la joven se colocaba la falda mientras me miraba con las mejillas sonrojadas.

—¿Podrías dejarnos? Alonzo y yo tenemos una reunión de última hora —murmuré con voz llena de tranquilidad, pero había un tono que a Rinaldi no se le escapó para nada.

—Si... Claro —susurró con apenas un hilo de voz y luego se marchó, cerrando la puerta tras de sí.

Metiendo mis manos en los bolsillos, me giré y caminé hacia la puerta, poniendo un pestillo para tener más intimidad, tanto Alonzo como yo.

—¿Que mierda quieres?

Mirando su despacho lleno de diplomas falsos, fotografías de su familia, de gente famosa y empresarios de renombre, me hizo tomar una de aquellas fotografías donde su hija Vittoria aparecía mirando a cámara con un rostro serio, sin ser capaz de mostrar una sonrisa. Mientras que Alonzo besaba a su mujer Martina Ferrari en lo que parecía un elegante restaurante. Al fondo aparecía un hombre bien trajeado, con el cabello demasiado corto y lleno de tatuajes por todo su cuello. Parecía ser el guardaespaldas de Vittoria el cual ahora no recordaba su nombre. Pero desde la alianza entre los Grimaldi y los Rinaldi, recordaba que ese hombre lleno de tatuajes era el que protegía a Vittoria.

Cuando dejé la fotografía en su sitio, dije;

—Es muy tópico ponerle los cuernos a tu mujer por tu secretaria... —murmuré, negando con la cabeza—. Pero claro, Alonzo y su esposa tienen una relación extraña, ¿no es así? —Empecé a caminar por su despacho como si fuese el mío propio, con las manos en los bolsillos mientras que Alonzo no dejaba de mirarme, temeroso de lo que pudiese hacer—. Martina es la jefa de una cadena asquerosa, mientras que su marido es el cliente número uno... Espero que Vittoria algún día se aleje de ustedes y viva la vida que ella quiere vivir, no bajo el techo de unas personas que solo quieren hacer el mal a otras —escupí.

—Lárgate antes de que llame a seguridad.

Reí por lo que estaba escuchando mientras me acercaba a su lado.

Se escuchaba mucho ruido de fuera por el bullicio de sus propios trabajadores. Mientras que detrás nuestra había un enorme ventanal que se veía el parque que había bajo el edificio. El sol entraba de lleno, iluminando los papeles desordenados tras la follada que habían mantenido él y su secretaria.

—Solo vengo a hablar, Rinaldi... Y sé que conoces muchas cosas —murmuré con una pequeña sonrisa falsa.

Él me miró. No sabía que camino iba a tomar y como me estaba viendo con un humor más negro que nunca, parecía darle algo más de miedo. Pero solo estaba siendo el mismo Zev Grimaldi de siempre. Con la diferencia de que ahora tenía más sed de venganza, más odio e ira. Habían secuestrado a mi mujer y todos ellos iban a pagar por el daño que le estaban haciendo.

Todos y cada uno.

—No sé nada del paradero de tu mujer.

Elevé la ceja mientras le retiraba el móvil de su lado al ver que lo iba a tomar lentamente.

Tirando el móvil sobre el sofá que tenía al otro extremo de su despacho, pregunté;

—¿Como sabes que hablaba de ella?

Alonzo, completamente nervioso, se quedó callado mientras yo me apoyaba en el escritorio de él, al lado de Alonzo a la vez que él parecía estar ahí sin saber que hacer, como alejarse de mí. Pero parecía que no me conocía del todo, y ahora iba a conocer al verdadero Zev Grimaldi. Y no como el día en el que él empezó a hablarme sobre lo que quería de Olivia.

Aquello me hizo apretar los puños con fuerzas mientras trataba de mantenerme calmado.

Sonreí a Rinaldi mientras él no sabía que decir.

—Yo... Es normal... Todas las familias saben que estás desesperado por encontrarla. Lo entiendo —murmuró con nerviosismo.

—¿Si? —Insinué, elevando la ceja y poniendo un tono suave que parecía aterrarle al enemigo—. Y dime, ¿sabes donde está?

Alonzo carraspeó, empezando a desatarse el nudo de la corbata roja que llevaba puesta y buscó la salida, pero estaba atrapado. Para poder salir, tenía que rodear el escritorio pasando frente a mi y yo no iba a dejarlo pasar rápidamente.

Antes íbamos a hablar tranquilamente, luego si veía que no me decía nada, las cosas cambiarían. Pero aquí iba a dejar las cosas bien claras, le gustase a él o no.

—Zev, por favor... Lo de la otra vez fueron negocios. Me dijiste que no y ya. Yo no sé donde está tu mujer.

Negué por lo que estaba escuchando.

El sonido del reloj continuaba sonando y el tiempo se me iba agotando, al igual que mi autocontrol. Y Alonzo Rinaldi iba acabar muy mal como siguiese mintiéndome en la cara.

—Esa no es la respuesta que busco.

—Es la verdad —contestó.

Me levanté del escritorio y di media vuelta, caminando frente a la ventana para observar las vistas. Dejé que tan solo unos segundos pasaran, antes de continuar;

—Te lo diré una nueva vez más, Rinaldi... ¿Donde... está... mi... esposa? —Le pregunté paso a paso, dejando las cosas claras, aclarando cada palabra.

Callado, pasaron unos segundos en silencio mientras que yo solo buscaba respuestas.

Y no iba a salir de aquí con las manos vacías, sin saber nada.

—No lo sé, Zev —concluyó, haciéndome perder el poco autocontrol que tenía.

Me giré con rapidez, tomando la cabeza de Alonzo Rinaldi y estampándola sobre su duro escritorio de madera, sonando como su cráneo se chocaba contra la madera.

Un fuerte grito sonó del hombre tan asqueroso y repugnante que había, y luego lo tomé de la corbata, empezando a apretársela, casi ahogándolo.

Acerqué su rostro al mío y murmuré;

—¿Te he refrescado la memoria? —Ironicé.

La sangre empezaba a salir con violencia de su cabeza, pero sabía bien qué bicho malo jamás iba a morir. Y para matar a Alonzo Rinaldi hacía falta algo más que un simple golpe en la cabeza.

Apreté más la corbata roja que llevaba puesta, consiguiendo que él empezara a ponerse rojo.

—Yo... Te juro que no sé donde está...

—Pero... —susurré con delicadeza.

—Yo no lo hice, fue Mattia... Él... Él me llamó el sábado por la noche diciéndome todo, que había conseguido burlar a la seguridad —murmuró con la voz temblorosa. —No sé donde demonios está. Pero Olivia es una mujer muy buscada... No sé el motivo, pero algo tiene en su pasado...

Pero lo que dijo después de hacer negocios fue lo que más me fastidió. Aquello último hizo envenenarme mucho más, apretando su corbata mientras escuchaba toda la mierda que me estaba contando.

—Y como mierda que eres; lo aceptaste —Solté.

—Si... Era la oportunidad perfecta... Pero no soy el único. Como he dicho, Olivia es una mujer muy poderosa y solo pocas familias saben su verdadero pasado... Y todos queremos ese poder. Quizás un tesoro escondido, quizás algo que ni ella misma sepa...

Cada vez la historia iba formando un tono más oscuro que odiaba y de tan solo pensarlo me hacía desear sacar mi arma y pegarle varios tiros a Alonzo Rinaldi.

De tan solo pensar que Olivia estaba cautiva con un hombre como Mattia me hacía desear vomitar. Solo esperaba poder encontrarla antes de que todo esto se pusiera peor.

—Continúa.

Carraspeó y decidí soltarle un poco el agarre, para que pudiese hablar, pero no demasiado.

La sangre seguía saliendo de su cabeza, manchando parte de mi traje.

Me contó todo, el dinero, sobre que había otro, que esperaban respuesta...

Empujé a Alonzo frente a la ventana, el cual agradeció que estuviese cerrada y el cristal amortiguó su caída. Una vez sentado en el suelo, tapándose la herida y tratando de quitarse la corbata con una mano, me acerqué a él, de pie y mirándolo desde mi posición.

Rinaldi tragó costosamente mientras me miraba y le pregunté;

—Si adoras tu vida, dime quien es el otro.

—No... No puedo decir...

Me agaché, sacando mi arma mientras ponía el gatillo sobre su polla. Cargué el arma y estaba a escasos segundos de dispararle esa zona si no hablaba.

—¿Que no puedes decir?

Sin esperarse ni un segundo más, gritó;

—¡Josh Akkerman! No dispares por favor, te lo suplico —murmuró, empezando a llorar mientras que yo me hundía cada vez más en el pozo.

Deseé buscar a ese hombre y hacer lo posible para demostrarle que así no eran las cosas.

Cabreado, me levanté, guardando mi arma y le dije;

—Retíralo. Porque como me entere, te prometo que vivirás, si... Pero no sabrás lo que es volver a meterla, Rinaldi. —Refiriéndome a su miembro.

Caminé rápidamente, abriendo la puerta y volviendo a cerrarla mientras me volvía a meter en medio de aquel bullicio lleno de trabajadores. Muchos pasaban a mi lado, incluso hasta alguno se chocó nuevamente conmigo por todo el trabajo de la campaña, pero me daba igual. Era como si estuviese en otro mundo después de ver la realidad en la que estaba Olivia y en todo lo que estaba sufriendo.

La habían secuestrado, y estaba seguro que estaría encerrada en un cuarto, a saber si siendo torturada o algo mucho peor. Estaba cautiva, en algún lugar extraño que desconocía, a saber si fuera de la ciudad o cerca de mi. Y encima el muy psicópata de Mattia tenía que saber quién era, para así poder hacer negocios, quizás para que aquella familia cumpliese la venganza que deseara. Empecé a morder el interior de mi labio con fuerza para no pegar a la primera pared que encontrase.

Necesitaba buscar el aire, salir de allí y seguir buscándola. Si conseguía encontrar al maldito traidor de Edward Taylor conseguiría encontrar a Mattia o, al menos, a saber donde la había llevado en cuanto la secuestró.

Esto no iba a quedar así y prometí que la mantendría a salvo y lo haría, que la llevaría a salvo a nuestro piso, junto con Angela y Rocky.

Entré al ascensor, pulsando la tecla de la primera planta y seguí observando aquel caos sumido en una oficina llena de papeles electorales y propaganda de mierda sobre política moral, cuando los peores eran los mismos políticos.

Cuando las puertas se cerraron, mi teléfono sonó.

Contesté cabreado;

—¿Que? —Soné mucho más brusco que de costumbre.

Cuando la voz de Ian me hizo ver algo de luz en este maldito pozo.

—Lo hemos encontrado.

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Salí enfadado del coche en dirección hacia la puerta de aquel enorme edificio a las afueras de Chicago.

Frente a mi se encontraban Luna apoyada en la pared, Benjamin de brazos cruzados e Ian rascándose la pequeña barba. En cuanto este último me vio lo enojado que estaba, empezó a caminar hacia mí, colocando con brusquedad sus manos en mi torso.

—Ni se te ocurra subir así.

—Tu no me vas a decir como tengo o no que subir —contesté, tratando de quitármelo de encima.

Yo tenía mucha más fuerza que él en ese momento, por lo que no me costó en lo absoluto en hacerme camino hacia la puerta. Al entrar, un recepcionista nos recibió con cara de buenos amigos. Pero por la mirada que le dediqué se quedó completamente serio, mientras ambos guardaespaldas de Olivia me seguían e Ian me intentaba hablar.

Pero ni lo escuchaba.

—¡Zev! ¡No seas capullo! ¡Vas a estropear el plan!

—El plan es agarrarlo por los huevos y si no canta tirarlo por la primera ventana que encuentre —escupí, entrando en el ascensor.

Tanto Luna como Benjamin no dijeron nada, conocían como trabajaba, por lo que entraron en el ascensor. Pero Ian no estaba acostumbrado a mi manera de trabajar.

—No puedes matarlo, Zev.

Luna carraspeó y el policía la miró con cara de pocos amigos.

—Tu vas a favor de las leyes, pero yo no. Yo cruzo las líneas rojas y las sobrepaso... —murmuré—. Has hecho un gran trabajo encontrándolo, pero yo me encargo del trabajo oscuro.

Ian miró a ambos guardaespaldas y dijo;

—¿Ustedes no decís nada?

Luna se apoyó en la pared del ascensor y habló con tranquilidad;

—Acatamos órdenes. El jefe sabe que tiene que hacer.

Ian negó mientras se cruzaba de brazos y, en lo que el ascensor seguía subiendo, él trataba de calmarme. Pero no iba a lograrlo. No lo iba a hacer por mucho que él tratase de intentarlo.

—Zev, es un sospechoso. Vamos a hablar con él, a interrogarlo en tu despacho y trataremos de encontrarla. ¿Vale?

Lo miré unos segundos y viendo el gran esfuerzo que hacía ayudándome, decidí asentir por lo que me estaba diciendo. Más para que no estuviese tratando de pararme, aunque también sabía que tenía una parte de razón.

Asentí y murmuré;

—No te prometo ser un hombre delicado con él.

Ian le costó procesar la información y luego asintió, colocándose apoyado en la pared hasta que el ascensor paró.

Los 4 salimos y buscamos el piso de Edward Taylor, quien había comprado un piso sospechoso desde esa misma semana, un piso bastante lujoso y muy, muy caro. Era un asesor que cobraba bien, pero esa cantidad era muy sospechosa. Y sabía que era la cantidad que Mattia le había dejado tras cumplir su trabajo de secuestrar a mi mujer.

Benjamin se acercó a la puerta, se arrodilló y empezó a tratar de abrir la cerradura, ya que era especialista en ello. Cuando lo consiguió, el primero en entrar fui yo. Observé un piso de lo más enorme, de colores blancos, grises y negros. Podría jurar que habría costado hasta una millonada por ese piso y esas vistas.

El salón parecía inmenso, con unas vistas a la ciudad de fondo de Chicago, mientras que el sol ya empezaba a desaparecer por las nubes negras que empezaban a aparecer. Al entrar, empecé a escuchar unos gemidos que provenían del salón y, al llegar, lo primero que me encuentro es a mi ex asesor de pie con ropa elegante, mientras que una mujer estaba arrodillada frente a él haciéndole una mamada. La mujer parecía una de las mujeres que venían a mi discoteca, pero jamás había hablado con ella.

Al llegar los 4, dije;

Stupido, faresti meglio a divertirti, perché non ne uscirai —solté.

La mujer se levantó rápidamente, limpiándose la boca mientras que Edward se levantaba los pantalones, asustado, como si viese al mismo diablo en su propio rostro.

Al verlo todo lo malo vino a mí y la venganza que necesitaba estaba cada vez más fuerte.

Ni miré a nadie más, solo sé que podía escuchar a Ian a mi lado diciéndome;

—Tranquilízate, ¿vale?

—Si, estoy tranquilo —contesté con suavidad sin siquiera mirarlo.

Caminé mientras veía como la mujer se marchaba de allí corriendo mientras tomaba un sobre lleno de dinero.

Edward empezó a mover las manos, haciendo que parase, pero no lo iba a hacer. Estaba lleno de ira y tenía sed de venganza. Entonces él empezó a caminar de espaldas hacia el enorme balcón elegante que tenía en ese piso que se había comprado hacía tan solo unos días y el viento lo despeinó tras aquella coleta tan alta que siempre tenía.

—Por favor, Zev... No tengo nada que ver.

Mis puños se apretaron y sentí dolor de como mis uñas se clavaban en mi piel, pero el dolor solo disminuía mi dolor por saber donde se encontraba. Aunque no me ayudaba del todo. Necesitaba encontrarla, necesitaba toda la ayuda posible, aunque así tuviese que arrodillarme delante de los enemigos.

—Tu manera de hablar y de reaccionar me dice que si.

Edward miró al detective que tenía a mi lado y suplicó;

—Te lo juro por mi madre.

—No metas a tu madre en esto. Si estuviese viva no te perdonaría esto —respondí cabreado.

Apreté más mis puños mientras seguía caminando por el lugar, a la vez que él empezaba a caminar hacia atrás, hasta que su espalda tocó los cristales de protección para no precipitarse desde ahí. Y dijo;

—Zev, por favor...

Aquello me enojó mucho más.

—¿Por eso compraste este pedazo de piso? Mattia te dio una suma considerable de dinero por traicionarme —hablé.

Lo tomé de la camisa y lo levanté del suelo hasta que lo coloqué sobre la barandilla y lo expuse hacia lo alto del edificio. Media espalda de Edward estaba en lo alto de todo aquello y por su rostro, estaba más que asustado por ver lo que iba a suceder.

—Habla.

—¡Zev! —gritó Ian a mis espaldas.

Pero los guardaespaldas de Olivia no decían nada. Sabía que en ese momento era mejor no decir absolutamente nada. Más porque estaba lleno de ira y esta era la mejor manera de que ellos aprendiesen a no hacer las cosas de aquella manera. A no arrebatarme lo que amaba.

Porque habrían muchas, demasiadas consecuencias.

Él no hablaba, pero al mirarme, podía ver que no iba a cambiar nada mi opinión al respecto y era mucho mejor empezar a cantar todo lo que estaba escondiendo.

Edward tragó saliva con dificultad ante la amenazadora posición en la que lo tenía. Sus ojos reflejaban un genuino terror al ver el vacío debajo de él. Mientras, sus manos se clavaron en mi brazo que sujetaba su ropa y no se movieron de allí.

Apreté mi mandíbula mientras que Edward me suplicaba;

—¡Zev, detente! ¡Matarme no te devolverá a Olivia! —exclamó con voz temblorosa.

Apreté la mandíbula hasta hacer rechinar mis dientes. Sabía que tenía razón, pero la rabia nublaba mi juicio. Quería hacerle pagar por su traición y dar un aviso a navegantes que habrían participado en este acto tan asqueroso.

—Dime dónde está o te juro que te soltaré aquí mismo —gruñí, empujándolo un poco más hacia el borde.

Edward se aferró con uñas y dientes al barandal, chillando de pánico. Por un momento pensé que terminaría orinándose encima de los pantalones por el miedo.

Pero en vez de hablar, tan solo decía;

—¡Zev, por favor!

—Esa no es la respuesta, Edward —respondí mientras notaba como Ian se acercaba a mi.

—Zev...

—Aléjate, Ian o el siguiente eres tu —solté enojado.

Volví a mirar a Edward que parecía no pestañear ni un solo momento mientras que el viento no ayudaba a su favor, dando una sensación de vacío que acabaría cayendo.

Entonces, habló;

—Mattia... Mattia me ofreció 5 de los grandes... Me habló de que Olivia provenía de un poder muy fuerte, de que algunos querían vengarse por su pasado o algo así... —habló en un tono rápido para evitar ser precipitado desde lo más alto. —La llevé al piso de Mattia. No me dijo en que lugar se la llevaría —contestó.

Me enfadó mucho más al ver que no estaba consiguiendo ni una maldita pista de su paradero y que este ser tan repugnante le había robado la libertad a una joven por sucio dinero.

—¿Así me pagas todos estos años, estúpido?

Lo miré unos segundos y luego bajé a Edward, soltándolo para que cayese en el piso de su ático y este terminase meándose encima, haciéndose un ovillo. Ian fue a ayudarlo a levantarse pero lo aparté de un empujón..

—Ni se te ocurra tocarle después de todo el sufrimiento que ha causado.

—Deberíamos encontrar a Hayley e interrogarla —sugirió Luna.

Negué mientras observaba a Edward observándome con una mirada algo oscura.

—Visité a Alonzo Rinaldi hace una hora. Me contó lo mismo que este maldito... Hay 2 familias —susurré, no soportando que solo me quedaban 3 días para encontrarla, sino, perdería cualquier rastro desde el momento en el que Mattia hiciera lo que quisiera. —Rinaldi y Akkerman dispuestos ha hablar con la familia más sanguinaria... Uno de los 2. Hay que encontrarla antes de que se continúe. Estoy seguro de que la quieren para los Smirnov como venganza —murmuré con apenas un hilo de voz.

—Vamos. Luna, trata de encontrar a Hayley y hacerla hablar. Yo buscaré a Josh Akkerman y miraré las reuniones que tiene para hablar con él —contestó Ian.

—Así no lo conseguirás. Josh Akkerman no habla con cualquiera... —murmuré.

Josh Akkerman solo hablaba con aliados o con empresarios que tuviesen buenos negocios para poder hacer más negocios con ellos. Entre ellos no estábamos los Grimaldi. Yo tenía una discoteca, mientras que mi padre estaba a punto de arruinarse económicamente por su empresa.

Aquello no me ayudaba y solo había una persona que podría hacerlo, que podía ayudarme.

Jamás creí que tuviese que plantearme en ello, pero no me quedaba de otra.

—Busquen los 3 a Hayley y traédmela. Yo buscaré a una persona que puede tratar con Akkerman —contesté ante la atenta mirada de todos los presentes.

Cuando los 4 nos giramos, Edward murmuró;

—Te deseo suerte para encontrarla sana y salva, Grimaldi... Tenías que haberme hecho caso y casarte con Vittoria Rinaldi. Olivia es una mujer con muchas sombras y solo te traerá la ruina —dijo con un tono de voz que conocía muy bien.

Y cuando me giré vi en sus ojos venganza.

Lo conocía muy bien y sabía que lo que iba a hacer ahora, desde que nos marchásemos, sería avisar a Mattia sobre nuestro plan y todo se iría a la misma mierda. Pero cuando él sonrió de la misma manera tan podrida en la que hablaba tan mal de mí esposa, aquello me hizo tomar la decisión que tomé, apretando el gatillo hacia el cristal protector, haciéndose añicos. El cual, él terminó desequilibrándose y lo demás fue historia.

Ante el silencio inmenso que se formó en ese instante, me marché de allí diciéndole a los 3;

—No se preocupen, llamaré a varios a limpiar la basura —susurré.

Apretando la mandíbula, salí de allí, dispuesto a olvidarme de todo lo demás, de tragar mi orgullo por encontrarla.

🪩

Caminé recto por aquellas oficinas ante la mirada de estupefactos por los empleados mientras que yo solo tenía un objetivo.

Estaba empezando a notar que las barreras, que las paredes estaban a punto de caerse sobre mí, de derrumbarme por no conseguir pistas fiables, por no tener una línea que seguir para poder encontrarla. Y aquello era lo que más me aterraba.

No conseguir encontrarla era lo que más miedo me estaba dando y tan solo deseaba poder encontrarla, llevarla a algún lugar y pedirle perdón por lo que había hecho. Que a partir de ese momento seríamos un equipo indestructible y que jamás volvería a separarme de ella. Que no volvería a ser el Zev que le daba miedo después de dar un paso grande en nuestra relación.

E iba a quitar de mi vocabulario la palabra "falso", porque nuestros matrimonio era mucho más real que muchos otros. Más real que la vida misma, y desde el momento en el que le di el "si, quiero" supe que ya toda esa mierda de relación falsa había acabado.

Caminé hacia la puerta cerrada, cuando la secretaria que había al lado empezó a decirme;

—¡Señor Grimaldi, no puede entrar!

La ignoré, abriendo la puerta de par en par y viendo a Ginevra Mancini sujetando unos papeles mientras hablaba con una de sus trabajadoras, explicándole alguna cuenta.

Ambas mujeres me miraron, quedando más sorprendida una de ellas, que me observó con sus ojos azules, sin esperarse encontrarme allí.

Metí mi mano en mi chaqueta, sacando el arma mientras que Ginevra abría sus ojos por completo, asustada de lo que haría. Pero en ese que quité la recarga, tirándola al suelo y luego el arma, colocándola en otro sitio distinto del suelo, empujándolo para que cayese bajo sus pies.

Y entonces me arrodillé frente a ella, consumiendo que Ginevra me observase sin tiempo a decirme absolutamente nada por ello.

Fue ahí cuando sus ojos se fueron hacia algunas personas que habían tras de mí, y extendió la mano para evitar que hicieran nada. Supuse que serían los de seguridad y nadie me tocó. De rodillas en el suelo, dije;

—Mancini, estoy aquí de rodillas frente a ti para pedirte que me ayudes a encontrar a mi esposa... Te suplico que me ayudes... Y si hace falta besar el suelo en el que pisas, lo haré con tal de encontrarla sana y salvo —murmuré ante la extrañeza de Ginevra.

No dijo nada, estaba observándome como asimilando que todo aquello estaba pasando en su empresa, y yo estaba tragando mi orgullo para que ella me ayudase, para poder sacar a Olivia del sitio en el que estuviese cautiva.

Y continué con un hilo de voz, empezando a notar las lágrimas cayendo por primera vez;

—Por favor... Ayúdame a encontrar a mi esposa, Ginevra.


***

Buenas, buenas. ¿Deseando que llegue el sábado para leer esta intensa novela?

¿Que les ha parecido?

¿La discusión entre el inspector Ian y Luna?

¿Que piensan de Mattia?

¿Todo lo que hizo Zev hoy? ¿Que piensan de lo que le hizo a Alonzo y a Edward?

¿Que le pidiese ayuda a Ginevra Mancini?

¿Y Olivia?

Nos leemos el sábado :3

Patri García

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