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T R E C E | E N L A I N T I M I D A D 🪩

«Era necesario esto. Sabía que era necesario y era el camino correcto, aunque estuviese lleno de curvas cerradas»

Olivia Grimaldi.

OLIVIA GRIMALDI

De todos los lugares, de todos los métodos de trasporte que existen, lo único que no me esperaba era un barco. Y no un barco cualquiera, no... Uno de pesca.

Sin duda, a Ginevra le deben muchos favores, entre ellos, el dueño de este barco que, si bien no era demasiado grande, era lo suficiente como para que el trío discusiones, mi marido y yo, pudiésemos quedarnos hasta poder llegar al puerto de Miami en este barco.

No era fan de los aviones, pero de los barcos mucho menos...

El mareo que llevaba encima lo demostraba, pegada a la barandilla del barco, por si terminaba vomitando para que fuese directo al mar o, simplemente, porque me daba más seguridad que estar metida en uno de los pequeños cuartos que nos dejaban.

Sin duda, era una mujer de lo más repugnante para viajar.

Zev se acercó a mi, con su impecable chulería, con una vestimenta más digna de pesca, apoyándose en la barandilla con una mano en el bolsillo y otra sobre la barandilla. Ni siquiera lo miré, pero podía notar su mirada.

—Aún me pregunto como fuiste capaz de salir de España y tomar un avión hacia Chicago. Por lo menos son más de 14 horas en el aire —contestó Zev intrigado.

Yo, sin ser capaz de poder hablar, negué con la cabeza totalmente mala.

—Creo que te viene mejor entrar y quedarte sentada en un sitio —respondió mi marido.

—¿Cuanto durará este viaje?

Lo miré fugazmente antes de volver mi mirada hacia el mar, alejándonos de la ciudad de Chicago mientras que mi estómago empezaba a removerse totalmente.

—Más o menos una semana.

—Joder... —contesté.

Zev sonrió delicadamente y luego noté su enorme mano sobre el centro de mi espalda, acariciándola suavemente y pareciendo que me estaba ayudando un poco sus caricias.

—Que suerte tienes de que no te marees —contesté con un tono de asco impresionante.

A él pareció divertirle, porque lanzó una carcajada por todo lo alto mientras que el barco parecía moverse un poco más.

—¿Crees que ir en un barco pesquero es mejor?

Zev, todavía acariciando mi espalda, asintió mientras se acercaba un poco más a mí.

Hacía minutos antes de zarpar nos había dado a cada uno móviles plegables prehistóricos, como el que tenía Zev. Tendríamos que cambiar de número cada 12 días y que las llamadas durasen mucho menos de 4 minutos. También debíamos dejar de lado nuestros móviles de última generación apagados y en nuestros pisos.

Sabía que debía alejarme de mis estudios, de lo que me gustaba, pero era o esto o acabar en un ataúd. Y lo último que quería era eso. Los estudios podían esperar, solo me quedaban pocos meses para acabar y podía retomarlos más adelante. Y el mejor camino era este, tenía la corazonada de que era la mejor opción de todas las posibles.

—Ginevra sabe muy bien sobre esto y este barco es nuestra mejor opción para poder salir de Chicago sin que nos detecten las Smirnov.

—Espero que todo salga bien... Que ellos estén bien —respondí, refiriéndome a Angela y Rocky.

—Lo estarán. Confía en mi.

Fue en ese momento, tanto que el atardecer se había puesto hacía rato dejando una hermosa vista con la ciudad de fondo de Chicago tiñéndose de ese color tan hermoso del atardecer. Tanto Zev como yo escuchemos la puerta cerrándose con fuerza de uno de las habitaciones que el dueño del barco nos había asignado y, al girarnos ambos, vimos a Luna, mi guardaespaldas, saliendo de una de esas habitaciones con el cabello algo revuelto, con la ropa no muy bien puesta y con un rostro de que había estado disfrutando.

Cuando Luna nos miró, pareció sorprenderse, pero luego se esfumó corriendo hacia su cuarto que tenía para ella sola unos metros más allá.

Fijándome en ese cuarto que acababa de salir, le dije a Zev;

—¿Ese no es el cuarto de Ian y Benjamin?

Zev, sin dudarlo, contestó;

—Si.

—¿Con quien crees que lo hizo?

Pero Zev me contestó mucho más rápido que nunca.

—Estoy seguro que se acostó con los 2 a la vez.

Abrí los ojos por completo y, cuando me giré para mirarlo, le dije;

—¿Con los 2? —Negué rápidamente y contesté. —No lo creo.

Pero cuando miré el cuarto, elevé la ceja y empecé a pensar que quizás si. Negué y, cuando sentí una fuerte sacudida del mar, mi estómago no lo aguantó más y terminé agachando la cabeza para vomitar sobre el lugar en el que estaba, con Zev ayudándome en ese momento tan vulnerable.

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Miami era mucho mejor de como lo pintaban en todos lados.

A pesar de encontrarnos en pleno mitad de febrero, no hacía tanto frío comparado con Chicago, por lo que podíamos tener ropa algo primaveral en ese mes del año.

Ginevra nos había dejado todo preparado para nuestra corta o larga estancia en Miami. Una furgoneta para movernos por el lugar los 5, un apartamento bastante grande donde cada uno tenía su habitación, con vistas al mar. Incluso tenía preparado todo lo que nos hiciera falta. Era como si Ginevra se portase como una madre para Zev y aquello, aunque al principio él no se llevase nada bien con ella, con el paso del tiempo las cosas fueron cambiando poco a poco. Y me alegro mucho por mi marido.

Me encontraba sentada en el asiento del copiloto mientras que Zev era el que conducía por las calles llenas de palmeras y personas caminando en bañador.

Empezaba a anochecer, lo que todas las luces de las discotecas, clubes, bares, estaban encendidas con aquellas famosas luces de neón. Incluso después de casi una semana en el mar, ahora me encontraba mucho mejor de los mareos del barco. Podría decir que estuve así como 3 días, pero luego mi estómago se fue acostumbrando poco a poco al mar y a las sacudidas de este en el barco.

Tampoco podía quejarme, porque Zev conseguía hacerme olvidar todas las noches que nos encontrábamos en un maldito barco gracias a esa lengua tan habilidosa que poseía. Y menuda lengua.

Cuando miré hacia el espejo retrovisor, pude ver al trío discusiones sentados muy pegados y, alguna que otra incomodidad entre todos. Quizás podría decir incluso que había hasta cierta tensión sexual entre los 3. Al fin y al cabo, mi propio marido era el que tenía la razón.

—Mañana es sábado. Deberíamos intentarlo ya lo de esa discoteca —contestó Luna de brazos cruzados mientras que podía ver como Ian y Benjamin la observaban de reojo en algún momento.

Pero no los miraba a ellos. Sabía muy bien disimular y ya la empezaba a conocer mucho más que ninguna otra.

—Es muy temprano y quiero saber que ella está totalmente a salvo si va sola a esa discoteca —habló seriamente Zev sin desviar su mirada de la carretera.

—Puedo meterme de infiltrada allí. No es mi primera vez —contestó mi guardaespaldas femenina.

Pero Ian dijo;

—Puede ser peligroso para ti también si actúas sola.

Luna, en ese momento, lo miró con cara de pocos amigos mientras que Benjamin estaba totalmente callado mirando las vistas de Miami.

—¿Quien me lo dice? ¿El detective o el cavernícola?

—Mira, cuarto menguante, no me estés sacando de mis casillas.

—¿Yo? Al menos yo sé lo que es solo un rato y ya —contestó Luna haciendo que Zev y yo nos mirásemos unos segundos.

Benjamin seguía sin decir nada, tan solo elevó las cejas igual de sorprendido que nosotros y trató de alejarse un poco, pegándose más a la ventana, como si aquello no fuese con él.

—¿Que quieres decir con eso?

—Que iré sola y tu te quedarás aquí, en la furgoneta vigilando las cámaras que Benjamin pinche de la discoteca —contestó Luna con una voz enojada.

Para tratar de calmar los aires, quise decir algo;

—Lo primero será ver nuestra primera noche en Miami. Ya luego mañana veremos que sucederá, ¿vale?

Ninguno dijo nada más, es más, hasta pude escuchar como Luna le decía a Benjamin si podía cambiarle el sitio hasta que llegásemos al apartamento que poseía Ginevra en Miami. Pero no escuché nada más. Se notaba la tensión sexual entre ellos.

Pero entonces escuché al chulesco de mi marido decir;

—Ni que hubieseis follado para hablaros así.

Abrí los ojos por completo mientras que Zev trataba de ocultar una sonrisa chulesca de su boca, consiguiendo poner en entredicho aquellas palabras hacia aquella pareja que juré, estaba mucho más sorprendida que nosotros.

Se quedaron unos segundos callados hasta que ambos, a la vez, empezaron a decirse;

—¡En mi maldita vida me acostaría con ese señor!

—¡¿Con esta?! Tendría que estar ciego para eso.

Claro, que ambos empezaron a decir cosas a la vez que apenas se les podía entender y decidí poner música para calmar el ambiente y hacer que solo hubiese silencio, mientras que Ian y Luna parecían una pareja de amantes que se odiaban y luego se acostaban entre ellos.

Suspiré al escuchar la paz y luego miré a mi marido mientras todos los demás trataban de ignorarse mutuamente.

—¿Eres idiota? —pregunté en un hilo de voz donde solo él podía escucharme.

—Me gusta disfrutar del espectáculo, ricitos —contestó Zev, girando hacia lo que sería nuestro próximo hogar durante un tiempo.

No sabíamos por cuanto, pero viviríamos los 5 en el mismo lugar y solo esperaba que entre Ian y Luna las cosas fuesen a mejor y no a peor.

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Arrastrando la única maleta que había decidido llevar al viaje, observé con impresión aquel increíble piso de 2 plantas que Ginevra poseía en una de las mejores zonas de Miami. Y, sin duda, era un piso de lo más moderno, cómodo y a la vez lujoso.

Me imaginé que quizás sería uno de los nidos de amor que Sally y Ginevra tenían a escondidas, pero preferí no decirle nada a mi marido. Por la mirada que estaba poniendo, también se lo estaba imaginando. Pero tan solo nos adentremos al piso mientras las 3 personas que nos acompañaban tan solo se ponían a admirar el lugar, no acostumbrados a vivir en un sitio así.

Zev era el que estaba totalmente acostumbrado. Y yo porque había vivido en la mansión y luego en el apartamento de Zev, pero toda mi vida había vivido en lugares diminutos y sin nada de lujo, pero que era totalmente un hogar. Y, aunque sonase extraño, echaba de menos esos momentos en los que vivía en sitios mucho menos lujosos.

—Wow... Sin duda esto si es un piso y no el de Zev en Chicago —contestó Ian para fastidiar a su mejor amigo.

Pero por la mirada que le estaba dedicando Zev, parecía que iban a entrar en conflicto muy pronto.

El salón era enorme, con un equipo de música de última generación, una televisión con más de 60 pulgadas y donde se compartía también una impresionante cocina que cualquiera que le gustase cocinar le gustaría probar.

Luego, habían algunos pasillos que se dirigían hacia algún cuarto y una escalera de madera que dirigía hacia la planta de arriba, donde me imaginé que habrían más cuartos.

Todos dejemos nuestras cosas en cada rincón del enorme piso y luego empecemos a cenar juntos gracias a unas pizzas que Benjamin había pedido de una pizzería que había a la vuelta de la esquina y que habíamos visto. Todos, sentados en aquel sofá enorme, empezamos a charlar sobre lo que podríamos hacer. Y, aunque Zev no estaba para nada de acuerdo en que entrase sola a aquella discoteca, también sabía que era mi deber, lo que mi padre había dicho.

Debía buscar el "rojo"... ¿A que se refería mi padre con eso?

—¿Estás bien? —Me preguntó Zev al ver que había dejado de involucrarme en la conversación con todos.

Entonces, mientras Luna e Ian seguían discutiendo, Benjamin seguía disfrutando de su pizza, yo observé a Zev y asentí.

—Tan solo son dudas de lo que me ha ocultado mi padre toda mi vida...

Zev, mostrando un poco su sonrisa, se acercó a mi y me murmuró;

—Lo lograremos.

Asentí por ello y, cuando ya habíamos acabado, Zev se había metido a ducharse en el baño que teníamos dentro de nuestro cuarto en la planta de arriba, había decidido bajar a por un vaso de agua.

Luna e Ian tenían sus cuartos en la planta baja, mientras que Benjamin le había tocado en la parte de arriba, más alejado que el cuarto de nosotros.

Cuando llegué a la cocina y me serví un vaso de agua, no pude evitar escuchar 2 personas hablando.

—Te odio. No sabes cuanto, Ian Santos. Eres un incordio de persona.

Arrugué mi frente y empecé a caminar hacia dicho lugar, cuando escuché a la otra parte decir;

—Al menos no hago como si nada hubiese pasado entre nosotros aquella noche en el barco.

—Eso fue un simple desliz que no volverá a suceder —contestó Luna—. Somos como el agua y el aceite. Así que ni pierdas el tiempo conmigo.

Cuando me acerqué, lo que vi me sorprendió.

Ian la tomó de la mano y la arrastró hacia él, dándole tremendo beso, aplastándola en la pared sin escapatoria, pero Luna parecía no quejarse en lo absoluto. Luego se separaron, mirándose con hambre, para luego Luna empujarlo y él la levantó del suelo para luego llevarla a una de las habitaciones que los separaban.

Tan rápido como lo vi, subí las escaleras, descubriendo ahora si lo que había sucedido y no lo que decía Zev que había sido con los 2 a la vez.

Una vez llegué al cuarto que compartía con Zev, cerré la puerta y me adentré para dejar el vaso de agua en la mesita de noche y ahí fue cuando escuché unos pasos saliendo del baño.

—Dejas muy pocas cosas a la imaginación con ese pijama, ricitos —contestó con aquel acento italiano que me volvía completamente loca.

Cuando me giré, Zev y su impresionante cuerpo musculado, estaban a escasos metros de mí, con una toalla tapándolo apenas por su desnudez. Pero ya que la primera vez que nos conocíamos lo había visto sin nada, él tiró la toalla hacia algún lugar de nuestro cuarto y se quedó ahí, con aquella sonrisa chulesca.

La enorme ventana que teníamos en ese cuarto, con tan solo la luz de la calle y la luna iluminándonos, era lo que dejaba que tuviésemos algo de luz en ese cuarto.

Al observar mi pijama, que consistía en un simple suéter negro con el nombre de un grupo de rock que me quedaba como 4 tallas más grande y que dejaba mis piernas totalmente desnudas, me hacía pensar que tampoco era para tanto.

—Ni que estuviese para que me hagas todas las perversidades que tengas en mente, Grimaldi. Es un simple suéter que compré en rebajas hace años —respondí, volviendo a girarme para colocar la cama.

Y ahí, pude notar que mi marido estaba muy cerca de mí, pegando su cuerpo a mi espalda y ahí, o si... Ahí noté como su muy buen amigo estaba apuntando directamente hacia mi. Me mordí el labio al notarlo pinchando mi muslo interno. Su mano empezó a acariciarme en la parte baja de mi vientre y noté su aliento en mi cuello.

Joder, cucaracha... No me dejas ni una noche de tranquilidad.

Porque como él siguiese así, íbamos a acabar con la cama.

—Sei qui per questo e altro ancora, tesoro...

Jooooder, ese acento italiano.

—Si continuas por ahí, vas a acabar sin dormir durante toda la noche, cucaracha.

Sus labios se posaron sobre mi cuello desnudo, empezando a recorrerlo con su lengua, para luego parar cerca de mi oído. Me mordió delicadamente el lóbulo de mi oreja, haciéndome temblar y luego murmuró;

—Eso es lo que pretendo.

Su mano empezó a meterse debajo de mi suéter, mi único pijama aquella noche y empezó a ascender lentamente. Subiendo por mi viente, ascendiendo mucho más hasta llegar a mi pecho derecho, recorriendo con su pulgar juguetón mi pezón ya duro.

Mientras, con su otra mano subía por encima de mi suéter hasta llegar a mi cuello y ahí, ponerme la maldita mano de collar, siendo totalmente mi debilidad. Mientras, su lengua seguía recorriendo mi cuello, calentándome cada vez más y más.

Solté un delicado gemido mientras empezaba a notarme algo mojada por culpa de este engreído.

—Quiero jugar, ricitos... Y el juego consiste en taparte los ojos, atarte las muñecas y hacerte todo lo que tengo pensado —murmuró, volviendo a colocar su lengua en mi cuello para volver a parar y murmurarme. —¿Te apetece?

Asentí y le murmuré;

—Hazme lo que quieras, cucaracha.

Se alejó de mi, notándome totalmente sola, pero en seguida me dijo;

—Quédate donde estás. Por nada del mundo te gires. —Escuché varios pasos por el cuarto y dijo. —Quiero que sea una sorpresa.

Cuando escuché que estuvo trasteando algunas cosas en el cajón, volvió a acercarse a mí y, esta vez si, me quitó el único pijama que llevaba que consistía en aquel suéter viejo. Lo dejó por algún lugar del cuarto y luego, sin decirme nada, vi como ponía algo frente a mis ojos, lo que creí que sería alguna de sus famosas corbatas que solía utilizar muy poco.

Asombrada por ello, me dejé hacer todo lo que él tenía planeado, deseosa de más.

Cuando hizo un buen nudo en aquella venda, me dio la vuelta, me tomó las manos y las cruzó, colocando lo que me imaginé que sería otra corbata, haciendo un muy buen nudo en ella, atándome las manos.

—Esto es lo que siempre has querido, Grimaldi —contesté con cierto tono divertido mostrando mi sonrisa, pero mi marido no dijo nada.

Tan solo sentí su aliento sobre mi mejilla, pero apenas podía ver absolutamente nada. Aquello me tenía totalmente excitada y, en cuanto noté sus labios sobre mi mejilla, no hizo nada. Tan solo lo rozó, bajando delicadamente hasta mi cuello y luego seguir bajando.

Sus labios juguetearon un poco con mis pezones, mordisqueándolo delicadamente haciendo que mi sexo tuviese una conexión increíble con esa zona. Traté de evitar gemir, hasta que noté que él se había arrodillado ante mí. Sus manos se posaron sobre mis bragas, empezando a bajarlas delicadamente hasta retirarlas por algún lugar recóndito de aquel cuarto algo desconocido para ambos.

Cuando volví a sentir su aliento en mi mejilla, se acercó a mi oído y murmuró con un tono que me hizo arder más;

—Acuéstate en la cama y ábrete de piernas.

No lo hice esperar.

Como pude, con las manos atadas, me senté totalmente expuesta ante él en la cama y luego me acosté sobre ella, colocando mis pies sobre dicha cama y abriéndome como, según mi propio marido, me había dicho.

Mostrándome totalmente vulnerable ante él, no supe por cuanto tiempo estuve de aquella manera, hasta que sentí las manos de él recorriendo mis tobillos y, ahí, me jaló hasta notar como mi trasero se chocaba contra su duro torso.

—Ojalá pudieras verlo que veo yo, reina —contestó él con aquel tono de voz.

No dije nada. Tan solo estaba expectante mientras sentía que empezaba a mojarme por el idiota de mi marido y las habilidades que poseía.

Sabía que se había arrodillado, lo que no sabía que es lo que tenía en mente para hacer conmigo ese idiota. Y me tenía totalmente expectante. Necesitaba tenerlo ya dentro de mi, lo demás me daría igual. Pero conociendo a Zev, él estaba deseoso de ir lentamente, hacerme sufrir como él ya estaba acostumbrado y lo demás vendría poco a poco.

Notando como sus manos se volvía a colocar sobre mis tobillos, colocando mis pies sobre sus duros hombros y como sentía su aliento en mi intimidad tan expuesta ante ese hombre. Suspiré en seguida, sin poder evitarlo. Pero juré que con tan solo eso ya él me estaba poniendo a prueba.

Sus manos recorriendo la parte externa de mis muslos, subiendo por mis caderas, para luego bajar por mi sexo. Su pulgar empezó a juguetear con mi clítoris y no ayudó en lo absoluto a que dijese;

—Pienso conseguir que esta noche todos los presentes te oigan para que sepan quien te hace gritar así, ricciolino.

Juré que noté como su nariz empezaba a jugar por encima de mi intimidad, jugueteando como si nada, para luego notar como me había dado un lengüetazo que me dejó sudando.

Colocando sus enormes manos sobre mis manos, levantó mis brazos, con las manos atadas, hasta por encima de mi cabeza, para así tener mejor acceso a mi cuerpo totalmente expuesto. Sus manos, subiéndolas hasta mis pechos, las rodeó, encajándolas totalmente y luego, en eses mismo momento, empezó a lamerme suavemente, sintiéndome tan fastidiosamente bien lo que él me hacía sufrir en ese momento.

Un suave gemido se me escapó sin querer, pero no iba a dejar que él me hiciera gritar. No iba a tenerlo fácil, tenía que trabajárselo y supe, en ese momento, que él sabía mi objetivo.

—Puedes aguantarte todo lo que quieras, pero solo conseguirás desear más que grites mi nombre —murmuró de aquella manera.

Me olvidé de todo Zev me mordisqueó para luego succionar con aquella boca sobre mi bien delicado clítoris y, sin poder moverme, estando a ciegas, con las manos atadas, solo pude morderme el labio mientras que él seguía haciéndome maldades abajo.

Antes de que siguiera con su tortura, recorrió mi cuerpo, con aquellas caricias, hasta volver a mis pechos, con su cabeza enterrada entre mis piernas. Con sus pulgares, empezó a hacer círculos sobre mis pezones duros, consiguiendo que mi espalda empezara a arquearse, pero seguía sin lanzar fuertes gemidos como él deseaba.

—No podrás aguantar mucho más, nena.

Y entonces, presionó su lengua en el mismo centro tan expuesto que tenía. Mis pies se aferraron tanto a sus hombros, que podría decir que estaba dejándole huella. Pero se lo merecía por hacerme aguantar tanto. Y, en ese jodido momento, sin utilizar sus manos en mi intimidad, empezó a meter su lengua en mi interior, sin importar nada más, mostrándome las ganas que él me tenía.

Empecé a mover mi pecho con violencia mientras que él continuaba lamiéndome con ganas, jugando conmigo sobre mis pezones y disfrutando del espectáculo. Porque sabía que, aunque yo no podía verlo por la venda, él estaba disfrutándome mirando.

Empecé a gemir inconscientemente, pero fue progresivo. Poco a poco empecé a subir de decibelios mientras que él seguía, paraba y volvía a seguir, intensificando lo que vendría muy pronto.

Pero lo peor vino cuando empezó a succionar y ya, ahí, me perdió por completo. Una fuerte sacudida empezó desde mi estómago y acabé corriéndome en la boca de mi propio marido, pegando un fuerte grito en aquella habitación que juré que se podría escuchar en cualquier parte del enorme piso.

—¡¡Zev!!

Acabando totalmente agotada, con las piernas temblorosas, la boca de Zev empezó a subir sobre mi vientre hasta llegar a mis pechos, volviéndolos a besar con vehemencia. Al llegar a mis labios, colocó su mano sobre mi barbilla y murmuró;

—Esto es solo el principio, señora Grimaldi.

Me tomó de las manos, ayudándome a ponerme de pie y me hizo caminar sin poder ver absolutamente nada.

¿Que pensaba hacer ahora? Me tenía totalmente intrigada, pero mis piernas estaban totalmente temblorosas por el maravilloso orgasmo que me había dado en ese momento.

—Necesito recuperarme antes, señor Grimaldi —contesté coqueta.

Pero el pulgar de él se puso sobre mis labios y empezó a jugar con ellos como más deseaba.

—Arrodíllate.

Mordiéndome el labio, juré que él dijo un insulto en italiano, pero no supe cual fue.

Tan solo hice caso a lo que me había dicho y me arrodillé frente a él, con las manos atadas, los ojos vendados y sabiendo lo que vendría a continuación. Y sabía que iba a hacerlo sufrir como me lo había hecho a mi hacía unos minutos.

—Abre la boca.

Sonriente, hice lo que me pidió y, a los pocos segundos, noté como introducía la punta de su miembro en entre mis labios, pero me dejó toda la libertad para que hiciera lo que yo deseara.

Sin poder moverlas manos, empecé a jugar con la punta con mi lengua, saboreando el sabor de Zev entre mis labios. Un largo suspiro resonó por el cuarto, cuando me separé un poco y le dije;

—Si te portas bien, no te haré esperar tanto como me lo hiciste tú a mí, cucaracha —contesté.

—Si, señora.

La voz de él parecía algo desesperante, necesitaba aquello tanto como yo y volví a colocarla en mi boca, esta vez empezando a metérmela un poco más, succionando mientras que escuchaba la voz de Zev diciendo maldiciones en voz baja. Disfrutaba aunque no pudiese verlo y yo estaba disfrutando de hacerle aquello para fastidiarlo. Volví a separarme y jugueteé en su punta, consiguiendo que él siguiera de aquella manera.

—No seas mala...

—No sabes lo mala que puedo llegar a ser, Grimaldi.

Y, sin más, me la metí por completo, succionando para luego empezar a hacer movimientos con mi cuello. Juré que él estaba sufriendo y hasta colocó su mano libre sobre mi nuca, animándome a ir más y más rápido.

Quería saborearlo por completo, pero de un momento dado, él dijo;

—Basta, necesito esto ya.

Se alejó de mi, me levantó del suelo colocando mis manos atadas sobre sus hombros, sin tener más escapatoria y luego me levantó del suelo. Colocando mis piernas cruzándolas entre sus caderas, noté como el frío cristal de la enorme ventana me hacía un contraste de lo caliente que me encontraba en ese momento. Y cualquiera que pudiese vernos desde fuera, tendría unas vistas increíbles a mi espalda y trasero pegado a ese cristal. Pero me daba igual.

De una, entró por completo en mi interior, empezó a dar unas fuertes embestidas que me volvió completamente loca. Llevaba un mes que había vuelto a tomar la píldora anticonceptiva, por lo que él se había apresurado y ambos necesitábamos aquello. Lo necesitábamos realmente.

Entrando y saliendo de mí, teniéndome totalmente expuesta, sin poder moverme, tan solo pudiendo sujetarme a su cabello como me dejaba aquello que me había atado a las muñecas. Continuó, haciéndome mover con violencia, duro como ambos nos gustaba.

Empezaba a gemir, sin poder decir ni una sola palabra, notando como el sudor recorría parte de mi piel, como el cabello de me cruzaba sobre mis mejillas y como Zev me murmuraba cosas en italiano que no era capaz de descifrar porque estaba en otro mundo ya. En el maravilloso mundo donde ese hombre era capaz de teletransportarme.

Sabía que no iba a aguantar mucho más como otras veces. Había conseguido calentarme, como yo lo había conseguido con él.

Volviendo a susurrarme cosas en el oído que yo, sinceramente, ni era capaz de escuchar porque estaba más pendiente al increíble orgasmo que estaba a punto de asomar, dio 3 embestidas más y terminé derrumbándome sobre él, mientras que Zev gemía en voz alta mi nombre, para acabar de una vez, dejándome totalmente agotada.

Me llevó a la cama, quitándome las ataduras, la venda y acostándose a mi lado, para luego taparme con la manta. Abriendo lentamente los ojos, pude ver la sonrisa de ese hombre, mirándome con el cabello totalmente desordenado por mi culpa y como me murmuraba;

—Dulces sueños, ricitos.

Y, quedándome abrazada a él, acabé en los brazos de Morfeo, sin ser capaz de escuchar nada más de lo agotada que me dejaba ese hombre.


***

Aquí tenéis un nuevo capítulo de SHADOWS.

¿Que les ha parecido?

¿Que piensan que sucederá en Miami?

¿Zev Grimaldi?

¿La química que tienen ambos?

¿Les gustaría ver más juegos entre ellos 2?

¿Y Luna e Ian?

Nos leemos el sábado :3

Patri García

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