O C H O | M O N S T R U O 🪩
«Mi miedo no era recordar lo que me había ocurrido. Mi miedo ahora era que me volviese a ocurrir»
Olivia Grimaldi.
Caminé fuera del hospital con la ayuda de mi marido Zev, quien no había parado de insistir que llegase al todoterreno sentada en una silla de ruedas. Pero me negué rotundamente por miles de motivos.
Ya me encontraba mejor después de estar casi 5 días en el hospital recuperándome de las heridas y de estar tantos días sin comer como era debido. Si bien no he recuperado los kilos que perdí, ya me sentía con más fuerza. Poco a poco iría volviendo a la normalidad.
Lo que no dejaba de darle vueltas era a la conversación que había tenido días antes con Giulio Grimaldi, diciéndole que sería buena idea para Angela que se quedase unos días a la semana con nosotros y así no se sintiese tan sola en aquella mansión. Estaría acompañada de Rocky y de nosotros. Pero la respuesta de él, tan duro como siempre, fue;
"Podéis visitarla todas las veces que queráis. Pero Angela no se marchará a otro sitio. No hay lugar más seguro que la mansión" —respondía Giulio.
Y su voz continuaba dándome vueltas en la cabeza, como un tocadiscos estropeado.
Por mucho que lo hubiese intentado, hubiese insistido, él seguía en sus trece diciendo que estaría mucho más segura que con nosotros. Pero lo cierto es que él estaba errando en ello. Si no era hoy, sería en un futuro que lo volvería a intentar. Pero ella nunca volvería a estar sola.
—Paciencia, ricitos —contestó Zev, con su mano en mi espalda baja y ayudándome a dar pasos por la calle hasta el todoterreno.
Los cuales, fuera me esperaban Luna y Benjamin.
Y Luna parecía algo afectada de verme.
En cuanto llegué frente a mis guardaespaldas, Luna no paraba de sentirse emocionada de verme y hasta me suplicaba con la mirada un corto abrazo, pero era algo fría. Lo sabía muy bien por el corto trayecto que la conocía.
Por eso me acerqué a ella para abrazarla y ella aceptó sin dudarlo, teniendo sumo cuidado de no hacerme daño mientras que yo tan solo dejaba que los minutos pasaran.
—Lo siento, lo siento mucho, Olivia... —susurraba una y otra vez, con una voz bastante baja mientras que yo tan solo la abrazaba.
Zev me había hablado mucho estos días de lo que Luna había sufrido y de lo culpable que se sentía por no haber estado más atenta. Ya sabía que la iba a encontrar de aquella manera, pero no creí que tanto. Y no quería verla de esa forma.
—Luna, tu no tienes la culpa de nada —contesté mientras que ella seguía sin separarse de mí, bastante afectada.
Negué mientras me callaba y dejaba que ella se expresara como más lo necesitaba en ese momento. Hasta que en un momento dado, Luna se separó y bajó su mirada para no clavarla sobre la mía. Recordándome a Zev cuando lloró frente a mí el día que desperté en el hospital.
—Te prometo que no volverá a ocurrir.
Sacudí mi cabeza tan rápido como ella me dijo eso y le dije;
—Estoy aquí. Tu no tienes la culpa de nada. Hiciste lo que pudiste, Luna.
Juré que la vi sonreír unos segundos para luego ver como Zev me abría la puerta de atrás del coche y me ayudaba a subir en aquel todoterreno. Al ver que todo estaba algo serio mientras mis guardaespaldas subían al coche, decidí expresar una simple idea.
—Menos mal que no me trajiste el Ferrari, Grimaldi.
Él rio ante mi broma y cuando me quitó la muleta para poder subirme, dijo;
—En otro momento, nena.
Durante el largo trayecto desde el hospital hasta el piso de Zev, fueron como unos 20 minutos en coche mientras que yo no dejaba de observar alegre la libertad que volvía a poseer y que nunca volvería a desasearme de ella.
Las calles teñidas de blanco, el frio invernal de Chicago y la sensación de sentirme como si volviese a ver las cosas por primera vez, ni siquiera fui capaz de parpadear en ningún momento del trayecto. Deseosa de volver a verlo todo nuevamente y no olvidarme de ello, dejarlo clavado en mi cerebro por el resto de mi vida.
En ese momento, sentí la mano de Zev colocándola sobre la mía mientras Benjamin manejaba el auto.
Al girarme, los ojos oscuros de Zev me estaban mirando con una sonrisa que no solía ver siempre.
—¿Estás muy cansada?
Negué al sentirme con más energías que en los días anteriores.
—Bien, porque te espera una sorpresa en mi piso y me han ignorado por completo para posponerlo otro día —respondió, sin dejar de tocarme la mano.
Vi como se le formaba una arruga en su entrecejo, como si estuviese viendo algo que no cuadraba entre nuestras manos entrelazadas. Sin entenderlo, pregunté;
—¿Que ocurre?
Él, sin decirme nada, levantó mi mano y empezó a tocar delicadamente mi dedo anular bastante desnudo desde que no se me permitiese tener nada de joyas en el hospital. De pronto, sacó 2 anillos de su bolsillo y colocó el anillo de compromiso tan caro que él me había comprado y luego el de boda.
—Ahora si estás lista.
Dejó mi mano con delicadeza sobre mi rodilla y luego me soltó, mirándome de aquella manera tan chulesca que tanto echaba de menos de ese hombre. Poco a poco volvía a ser el hombre que había conocido y ese era el hombre que quería seguir viendo.
Levanté mi mano, observando ambos anillos y una sensación cálida se posó en mi pecho, a pesar del frío que había en esa ciudad. Toqué los anillos, feliz de volver a tenerlos conmigo y de saber que esta era la vida que yo misma había elegido, aunque fuese al principio por interés.
Dudosa de que sorpresa me esperaba, solo esperaba volver a ver a Angela después de tantas semanas sin verla. Ni siquiera Giulio la había dejado visitarme al hospital y quise entenderlo, porque tampoco es que quisiera que ella me viese en el hospital de aquella manera. Pero de igual forma, me hacía extrañar que Giulio se portase de esa manera desde que había vuelto.
Arrugando mi frente, volví a mirar las calles de Chicago, con el corazón latiéndome mucho más fuerte que nunca.
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Con la ayuda de Zev, entremos al piso escuchando un largo silencio, acompañados de mis guardaespaldas. Extrañada, miré a Zev quien estaba empezando a abrir la puerta del apartamento.
—¿Estás seguro que...?
Mis frase fue apagándose en cuanto mi marido abrió la puerta y empezó a correr una Angela deseosa de volver a verme.
El fuerte abrazo que me dio, mezclado con todas las emociones de haberla echado mucho de menos, de creer que no volvería a verla, y el dolor en mi pierna izquierda al hacer un movimiento brusco para que no me empujase al suelo, hizo que me hiciera sonreír como llevaba 2 semanas sin poder hacerlo.
Pero Zev se enfadó con su hermana al ver que había hecho un gesto de dolor.
—¡Angela! Ten más cuidado. Olivia necesita recuperarse. —El enfado de Zev fue evidente en su voz grave.
Pero Angela lo ignoró olímpicamente mientras que yo le devolvía el abrazo.
Aunque yo estaba más que feliz de volver a estar rodeado de ellos, como una familia.
—Estoy bien, Zev. —Le aseguré mientras que de pronto veía como Rocky, el que siempre había estado conmigo desde hacía muchos años, venía corriendo como un loco con la lengua hacia fuera.
Angela se separó para dejar espacio a Rocky quien, literalmente, se tiró sobre mí y ahí sí tuve que necesitar ayuda de Zev para que pudiese ayudarme.
Rocky, teniendo más fuerza que Zev, no se separaba de mí, lamiéndome el rostro, moviendo sus orejas con felicidad mientras volvía a tenerme frente a él. Y no sé porque, quizás una mezcla de todas esas emociones, del miedo a no volver a verles, todo... Que mis lágrimas salieron sin previo aviso siendo imposibles de controlar.
En cuanto pudo, Zev separó a mi perro de mí para que no me hiciera daño, pero teniéndolo cerca mientras lo acariciaba y Angela estaba con una sonrisa de oreja a oreja y ahí fue cuando vi a todas las personas que habían en ese lugar, personas que ni conocía.
A quien conocía era a Giulio y su asesor Lucas, que siempre estuvo ahí para avisarme de alguna reunión con el jefe de los Grimaldi.
De pronto, vi frente a mí a un hombre atractivo de una edad similar a la de Zev, a una mujer rubia, un hombre de cabello dorado y recogido en un moño y otro hombre mayor que caminaba en un bastón.
Arrugando mi frente, observé a Zev quien me tranquilizaba con la mirada. Pero la otra persona que apareció y que conocía, salió de la cocina con un vaso de agua, con su cabello pelirrojo envuelto en un elegante moño y con sus brazos abiertos, me dio la bienvenida nuevamente.
—Olivia —contestó, devolviéndole el abrazo con felicidad, ya que era la otra persona que vi aquella tarde en el casino junto con Zev.
El abrazo maternal que me dio, junto con ese perfume tan femenino que ya conocía, me hizo que me sintiera nuevamente como en casa. Pero la duda vino hacia mí al ver que Mancini y Grimaldi estaban bajo el mismo techo sin iniciar una guerra entre ellos.
Tampoco quise entrar en detalle, sus motivos tendrían para que aceptasen a Ginevra. pero la sonrisa, la mirada tan maternal que me entregó, me hizo tranquilizarme después de tanto tiempo. Cuando se separó un poco de mí para mirarme y entregarme un vaso de agua, el cual acepté con gusto, me sonrió.
—Ahora necesitas descansar, dejar que las heridas cicatricen y, si necesitas mi ayuda, llamarme para venir lo antes posible —susurró ella y yo asentí. Las manos de Ginevra se posaron sobre mis mejillas rojas del frío, dándome algo de calor, cuando su rostro se arrugó un poco de la angustia y murmuró. —Siento mucho todo lo que has vivido estos días... Mattia no deja de ser mi hijo y ojalá pudiese pararlo para que no volviese a hacer nada de esto. Pero te prometo que no volverá a acercarse a ti, cueste lo que me cueste —concluyó.
La mirada tan maternal, tan dulce pero llena de angustia que estaba dedicándome Ginevra, me hizo remover muchos sentimientos dentro de mí. Sentimientos que había estado absorbiendo durante aquella semana que estuve encerrada en aquel maldito sitio, el cual no quería volver a ver en mi vida.
Quizás todo lo que viví, lo que creí que no volvería a ver, creyendo que no era importante para nadie de los que estaban en ese momento en ese apartamento de Zev... Quizás una mezcla de todo, que volví a abrazar a Ginevra y hundí mi rostro en su cuello, acabando por llorar lo que había aguantado durante días. Aunque Zev me había soportado mis llantos todos los días que estuve en el hospital, el abrazo de Ginevra no sabía que era lo que más necesitaba en ese momento.
Me hacía recordar a los abrazos de mi madre, aunque los abrazos de ella nunca serían iguales a los de nadie. Pero Ginevra me teletransportó a esa época de mi vida.
—Lo siento... —contestó con un hilo de voz la mujer que me abrazaba y yo fui incapaz de hablar.
No quería que nadie me viese así. Odiaba llorar y más delante de la gente.
Pero Zev lo supo a la perfección porque se acercó a los demás y dijo;
—Vayamos a la cocina a ver que es lo que hay de comer.
Cuando levanté un poco la mirada y vi que ya no había nadie mirándome, respiré aliviada de que solo Ginevra fuese consciente de mis lágrimas. La mano de ella empezó a acariciarme el cabello algo desordenado que tenía y luego, sin alejarse mucho de mí, murmuró;
—Podemos irnos si es lo que más prefieres para tu recuperación —dijo con una voz dulce y negué rápidamente.
—No quiero estar sola.
Tan rápido como dije mi temor en voz alta, ella negó para responderme;
—Nunca volverás a estar sola, Olivia. Primero tienes a Zev, luego a tu increíble perro Rocky, a Angela... A mi, aunque seamos familias rivales. —La voz de ella era hipnótica y daban ganas de escuchar cualquier cuento que ella desease decirnos. Continuó. —Espero que Zev se haya portado como un buen marido estos días.
Sonreí por ello al mirar de reojo mientras me limpiaba las lágrimas con un pañuelo que Ginevra me había entregado. Ahí vi a Zev riendo con su hermana mientras los demás estaban hablando entre ellos. Y, en un momento, los ojos de Zev se posaron sobre los míos, sonriéndome de una forma dulce. Hasta que su hermana le pegó un puñetazo en el estómago y casi terminó cayendo al suelo de la fuerza que tuvo ella.
Reí por ello.
—Se ha portado muy bien —hablé con sinceridad mientras que volvía a mirar a Ginevra.
Ella asintió con una pequeña sonrisa y siguió;
—Él estuvo muy desesperado por encontrarte, Olivia. Hizo muchas cosas, dudosas, pero las hizo para encontrarte... Y por último vino a mí, ¿y sabes que hizo?
Arrugando mi frente, negué al desconocer lo que Zev habría hecho para que Ginevra lo ayudase.
—Se arrodilló ante mí y me suplicó que le ayudase a encontrarte —respondió, dejándome asombrada por lo que acababa de escuchar—. Nadie de este mundo haría tal cosa con una familia rival, con una familia que encima crees que asesinó a alguien de tu familia... Zev se tragó su orgullo para encontrarte.
Quizás fue mi rostro de sorpresa o que casi se me cae el vaso de agua por no estar al cien por cien todavía, pero gracias a Ginevra, no acabó el vaso echo añicos en el suelo y al volver a mirar a Zev con una sonrisa en su rostro, más descansado que el primer día que lo vi en el hospital... Si, me costó creerme que Zev fuese de los que se arrodillasen ante el enemigo.
—Créeme que cuando uno está desesperado, te arrodillas ante el mismo diablo para que te ayude. Y Zev te ama con todo su ser, Olivia —respondió. —Ahora vamos. Te viene bien hablar con gente y disfrutar el momento.
—Gracias, Ginevra.
Ella negó mientras íbamos juntas a la cocina llena de gente.
—Olivia, déjame presentarte a Delia Marković y a los Valkov; Stefan y Nikola. Vienen desde Bulgaría y ellos nos ayudaron a encontrarte —dijo Giulio al acercarme.
El hombre mayor del bastón se acercó a mí y juré que sus ojos brillaron al tenerme cerca. Dudé de porque se ponía así, cuando vi por el rabillo del ojo como Zev ponía un rostro de enfado.
El hombre llamado Stefan me tomó la mano y luego me dejó un delicado beso en el dorso de la mano. Me hizo sentir como si fuese alguien importante y no entendí el motivo, pero cuando vi que Nikola y Delia se acercaron mirándome de la misma forma, pero sin tocarme, arrugué mi frente sin entender nada.
—Encantado de conocerla, señorita Lara —murmuró Stefan.
Alguien carraspeó y contradijo;
—Señora Grimaldi.
Zev apareció, poniéndose a mi lado mientras observaba a Stefan con cierta mirada que al hombre le importó un bledo.
—Fue un placer ayudarles a encontrarte —continuó Stefan, ignorando a mi marido—. Siempre que necesite algo, aquí estaremos.
La mujer rubia se acercó a mi y contestó;
—Soy Delia, matriarca de la familia Marković en Bulgaria. Hemos decidido pasar un tiempo por Chicago, así que espero volver a vernos con más continuidad y tener alguna que otra reunión. Más si quiere saber un poco ciertas lagunas que tiene sobre su padre.
Arrugué mi frente por ello y juré que Zev se tensó al escuchar aquello.
—¿Disculpe? ¿Que sabe de mi padre?
Nikola no dijo nada, pero Stefan apartó a la mujer con delicadeza y dijo;
—Tiempo al tiempo, señorita Lara.
—Grimaldi —contestó un enojado Zev.
Stefan se metió una mano en su bolsillo y continuó;
—Nosotros conocimos muy bien a su padre, pero el deseo de él será que usted sepa quien es cuando sea el momento —concluyó para luego marcharse tras volver a tomarme de la mano y dejar otro beso, acercándose hacia un plato de comida.
Con miles de dudas, dejándome incluso hasta preocupada, Zev tan solo me tomó de la espalda baja y me dijo que tomase algo para recuperarme mejor y no estar mucho tiempo sin comer. Pero con el rostro de mi padre en mi mente, fue de lo más difícil poder evitar pensar que es lo que había ocurrido y que es lo que pasaría.
Fue ahí cuando me acerqué a Giulio, viendo la oportunidad perfecta para volver a repetir aquella conversación que tuvimos en el hospital, esperando que esta vez pudiese comprender que Angela necesitaba compañía.
—Giulio.
El señor Grimaldi se giró para mirarme y me sonrió de una manera que siempre me daba escalofríos, pero ya parecía que me iba acostumbrando a ello y hasta juré que había echado de menos la manera tan siniestra de ese hombre.
—Me alegro mucho de que ya estés mejor, Olivia. Pero necesitas recuperarte —contestó. —Cuando te recuperes del todo, podremos empezar ya con las reuniones, donde lo dejamos la última vez.
Sin entender nada, tan solo asentí y hablé;
—Quería hablar sobre Angela.
Giulio, de esa manera tan de mafia que solía tener, arrugó su frente y me observó con cara de pocos amigos. Podía notarse enfadado incluso y me imaginaba que ese hombre, aunque siempre mostrase sonrisas, enfadado debía de ser una persona totalmente difícil de llevar. El cual muchos temerían de tan solo verlo.
Y lo cierto es que me estaba dando esa sensación en ese momento. Pero me dio igual, porque Angela me importaba mucho.
—¿Otra vez? Ya te he dicho que no hay nada de que hablar.
—Angela necesita compañía y unos días con nosotros sería muy feliz.
Él negó y levantó su mano, como haciendo que frenase de hablar.
Se tomó unos largos segundos en responder y hasta juré que podía escuchar el sonido de reloj pasando los segundos. Tan solo quería lo mejor para ella, pero Giulio era su padre y era quien decía lo que era mejor para ella. Pero no siempre era así y él debía entenderlo.
—Que estés casada con mi hijo no te hace ser totalmente de la familia, Olivia. —Miró hacia todos lados, bajando la voz mientras a mí me dejaba peor de lo que me había sentado aquellas palabras y continuó. —Lo que tenéis tu y mi hijo Zev es una relación falsa y antes de que llegue mayo ya habréis firmado el divorcio como que me llamo Giulio Grimaldi —susurró, poniéndome totalmente seria al escuchar aquello.
Fui incapaz de decir algo más al ver la realidad estampándose en mi rostro. No porque Zev y yo tuviésemos una relación falsa y que habíamos creado una relación real con el paso del tiempo. Sino ver que Giulio, de ser un hombre siniestro y extraño, pero simpático, a convertirse en alguien totalmente ajeno a lo que creía.
Pero en el fondo, sabía que Giulio Grimaldi era así. Aunque siempre tuve la sensación de que él quería que Zev y yo tuviésemos una verdadera relación. Quizás solo era pose y solo quería que lo tuviésemos durante unos meses, hasta que él dijese que la relación ya no era necesaria.
Pero... ¿Que es lo que quería de esta relación? ¿Negocios? Porque ahora era cuando me empezaban todas las preguntas que tenía sobre esa relación falsa que tanto deseaba Giulio que su hijo tuviese conmigo.
—¿Que ocurre aquí? —preguntó Zev, acercándose a mis espaldas y mirando a su padre con rostro desafiante.
Podría jurar que mi marido había escuchado parte de la conversación, pero Giulio sabía poner cara de póquer, lo que a mí me costaba a horrores.
—Hablábamos de negocios, hijo. Y de que los negocios tenían una fecha de caducidad.
Zev, enfadado, trató de decir algo, cuando Giulio lo ignoró para decirme una última frase;
—No vuelvas a sacar ese tema, Olivia. No querrás romper el contrato antes de tiempo o si no quieres que tu pasado salga a la luz —amenazó para luego marcharse y dejarme peor de como habíamos empezado.
Zev se puso delante de mí y me preguntó;
—¿A que ha venido eso?
Negué y preferí no decirle mucho.
—Sobre Angela...
Zev no me dijo nada, pero el rostro que le dedicó a su padre después fue para enmarcar.
Pero cuando fui a girarme, él me tomó de la mano y se acercó a mí oído para decirme;
—Hace tiempo que tu y yo dejamos de tener una relación falsa, Liv.
Luego me guió hacia un hombre, el que no conocía y cuando me miró, parecía estar bebiendo algo de alcohol, pero lo soltó rápidamente, secándose la boca para levantarse y levantar su mano para saludarme. Era guapo, pero no tanto como Zev.
—Él es Ian Santos, mi amigo, estuvimos en la misma clase hace años y ahora es detective de homicidios. Gracias a él, a Luna y Benjamin me ayudaron a encontrarte —contestó Zev.
Sonreí al escuchar aquello último.
—Me alegro mucho de verte y conocerte por fin, Olivia —contestó él, entregándole mi mano para saludarlo sonriente—. No sabes la de veces que ha llorado este hombre al no encontrarte.
Zev carraspeó, enfadado y le dedicó una mirada de pocos amigos a Ian, quien me guiñó un ojo y volvió a sentarse para seguir tomando su bebida mientras que empezamos una conversación en aquella tarde de viernes, finalizando aquel mes de diciembre mientras que yo disfrutaba de estar rodeada de gente, después de estar tanto tiempo sola en un cuarto diminuto y sin saber ni siquiera que hora era.
Y en ningún momento me sentí sola, y sentí que estaba rodeada de una familia, no como Giulio me había dicho anteriormente. Sabía cuando era querida y esa tarde me sentí así.
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Cuando todos los invitados se marcharon, quedamos solos Zev y yo en aquel apartamento que todavía no habíamos vivido juntos como en la mansión Grimaldi.
Caminé por el salón sin muletas, tan solo teniendo cuidado de que la herida no se me abriese mientras caminaba, cuando Zev, de pie y de brazos cruzados, me dijo;
—Eres peor paciente que yo, nena.
Al girarme para mirarlo a los ojos, pude notar cierta sonrisa irónica, chulesca con un brillo increíble en su mirada. Se notaba que quería verme allí y hasta le parecía divertido lo que estaba haciendo, aunque en el fondo no le gustase que hiciera muchos esfuerzos después de estar una semana encerrada y luego otra semana en el hospital.
Después de tantos días, necesitaba moverme de un lado al otro, disfrutar del momento aunque tan solo fuese para acercarme a la ventana y ver nevar absolutamente toda la ciudad. Tiñéndose de un hermoso blanco.
—No sé como serás de paciente, pero dudo que sea peor que tu.
Zev con su chulería habitual, mostró todos sus dientes y contestó;
—Yo me dejaría hacer todos los mimos que tu quisieras hacerme. —me guiñó un ojo, haciéndome negar por lo que acababa de decir.
Y vaya... Cuanto echaba de menos todo eso de él, toda su chulería que la gran mayoría de las veces desearía arrancarle los pelos de uno en uno. Pero era mi estúpido y no lo cambiaría por nada en el mundo.
Sabía que me iba a costar salir adelante después de todo lo que viví. Que seguramente tendría miedo a salir sola a la calle o de volver a ver a Mattia... Aunque las ganas que le tenía a ese hombre fueron mucha más de lo que nadie se imaginaba y tampoco sabía como reaccionaría si lo viese.
No quería pensar en ello, pero era inevitable. Era inevitable que me sintiera así, que no quería estar sola en un cuarto y eso Zev lo sabía. Se lo había expresado en el hospital y la angustia que sentía cuando me quedaba sola en un cuarto pequeño era demasiada. Pero con el tiempo y con ayuda, lo lograría... No sabía cuanto tiempo duraría así, pero lo conseguiría.
—Quiero darme un baño después de todo. Siento que, aunque me limpiasen en el hospital, sigo estando igual de sucia...
Zev se acercó a mí, echando un mechón de mi cabello rizado tras mi oreja y susurró;
—Vamos.
Tomándome de la mano, me guió hacia el baño. Había un plato de ducha y una bañera. Sabía que una buena opción sería la bañera, pero cuando entré con el objetivo de quitarme la ropa, Zev cerró la puerta a sus espaldas, quedándose de pie.
Al girarme para encararlo, elevé la ceja para decirle;
—No me dirás que te quieres apuntar.
Él sonrió ante mi ironía tan delicada y negó.
—Aunque este deseoso de quitarte la ropa y enterrarme en ti, necesitas descansar. Pero no vas a meterte sola en esa bañera después de todo lo que has pasado. Voy a bañarte yo.
Aquello si que no.
—Zev...
—¿Ves? Eres peor paciente que yo, ricitos.
—No quiero que me estés bañando.
—Olivia, ya te he visto hasta el carnet de identidad. Te puedes caer y hacerte más daño. Todavía no estás fuerte y tus piernas tiemblan cuando estás de pie, ¿lo ves?
—Pero esto no es sexo. Esto es algo íntimo.
—Sé a lo que te refieres, pero confía en mi. Déjame hacértelo todo.
Tras un largo rato, asentí y él me empezó a llenar la bañera, me empezó a quitar la ropa. Empezando por el jersey que llevaba puesto, luego por el sujetador, y todo eso en ningún momento dejando de mirarme a los ojos. Luego se arrodilló ante mí, desabrochándome los pantalones, seguido con mis bragas. Me quitó con delicadeza los zapatos y cuando volvió a subir, besó el muslo donde tenía la herida de bala.
Una vez estaba llena, él me guió hacia la bañera y me ayudó a acostarme. Luego él se puso a mis espaldas, sentado en una diminuta silla para empezar a ducharme.
Lo que sentí fue miles de emociones mientras él lo hacía y me sentí querida, muy querida. Sin duda tenía razón y mis piernas apenas reaccionaban cuando se acomodaron en la bañera mientras que él pasaba el jabón por todos los lados de mi piel.
¿Quien viera a el heredo de la familia Grimaldi cuidándome como lo estaba haciendo? Un hombre grande, fuerte y lleno de tatuajes y cicatrices, ayudándome a limpiarme.
Así me hacía sentir ese hombre y sus manos me relajaron por completo.
—Non c'è donna più bella di te, Olivia.
Juré que me acababa de llamar bella, pero estaba tan relajada con sus manos pasando por mi cuerpo, que ni quise escucharlo demasiado.
Cuando acabó, me ayudó a secarme, ponerme un diminuto pijama que él había decidido tomar, el cual se me veía parte de mi vientre y unos pantalones diminutos de pijama, que me hizo preguntarme si es que quería disfrutar de las vistas a pesar del frío que hacía. Aunque en su piso no había frío. Me colocó una bata de seda verde, como el color de mis ojos y luego me cambió con cuidado la venda de la pierna, donde estaba la herida.
Fuimos de la mano hacia su dormitorio... Bueno, nuestro dormitorio, tras secarme el cabello.
Y ahí me quedé de pie, observando como ese hombre se quitaba la ropa para colocarse su pantalón de pijama, con las vistas de la ventana, tan solo iluminándonos las luces de la ciudad y sonreí mientras lo observaba de pie.
Como empezaba a quitarse su camiseta de invierno, luego sus pantalones y hasta se quitó sus calzoncillos, disfrutando y mucho de lo que estaba viendo. Él parecía no avergonzarse para nada de su desnudez y hasta me hizo pensar que lo hizo como igualdad después de quitarme él la ropa en el baño.
Y si, disfruté de las vistas mejor que nunca.
Luego se colocó un pantalón de pijama largo y me observó cara a cara.
—Tu es parfait, cafard.
Él sonrió por ello.
—No sé que me has dicho, pero me ha gustado como suena en tu boca.
—He dicho que eres perfecto, cucaracha.
Él sonrió y negó ante lo que le dije, para luego responderme;
—Estás muy equivocada. Esto es solo la portada de un libro mal escrito, lleno de errores y cosas turbias. —Su voz y su rostro totalmente triste, me hizo ver los sentimientos que empezaban a surgir y que él había escondido por meses, incluso por años.
Y ahora me estaba demostrando a mí sus inseguridad y quise abrazarlo para no soltarlo nunca.
Sin moverme debido a la herida, lo tomé de la mano y lo acaricié con amor.
—El que está equivocado aquí eres tu.
Pero Zev negó.
—Olivia... Hice cosas horrendas cuando desapareciste... —murmuró con una voz pastosa. Podía ver el miedo en su mirada y entendía a qué se refería—. Cosas que si te las dijera, no me mirarías a la cara.
El rostro de él, triste, me hizo entenderlo mucho más. Odiaba verlo así y nunca creí que lo vería de esa manera. Pero desde que me encontró allí, tirada en aquel pasillo del casino, estaba viendo un Zev más vulnerable, más humano... Más real.
Y aunque odiaba verlo triste, decaído... Este era el Zev que quería conocer. El verdadero Zev.
Y ahí fue cuando supe absolutamente lo que ocurrió aquella tarde en el rancho. La mirada de Zev, lo que creí que era real, lo camuflaba totalmente. Pero ahora que lo recordaba, podía ver ese miedo que tuvo aquella tarde, el miedo a que yo saliera con un hombre que cometía delitos, irregularidades... Cosas difíciles.
—¿Por eso me dijiste que solo seríamos un rato aquella tarde en el rancho? ¿Por que te consideras un monstruo que no merece estar conmigo?
Zev no me contestó en ese momento.
Tan solo se acercó a mí, con una mirada llena de dolor, con su rostro entristecido, mal. Solo tenía ojos para mí y juré ver a un pequeño Zev triste que se escondía tras el Zev grande. Tan solo me miraba sin saber qué decir, como si hubiese descubierto su secreto, ese secreto que ha estado escondiendo desde hace mucho tiempo.
Colocando mis manos sobre sus mejillas, lo acaricié con dulzura mientras que él tan solo me miraba como si un día fuese abandonarlo por lo que era. Como si creyese que algún día yo descubriese quién era, cuando ya no tenía sorpresas con Zev Grimaldi.
—Es que es cierto... Soy un maldito monstruo y tu jodido un ángel —respondió con la voz temblorosa.
Casi me reí por ello.
—No soy un ángel, Zev.
Pero negó tan rápido, que tan solo dijo;
—Lo eres ante mis ojos.
Negué y me acerqué a él. Lo tomé de la mano y dije;
—Dime todo lo que ocurrió y déjame a mi tomar una decisión. Tu la llevas tomando por mi todos estos meses, dejándome de lado cada vez que íbamos a más en nuestra relación falsa y mira como acabamos —aclaré.
Zev, colocando sus manos sobre mis caderas, habló con enfado;
—De falsa ya no tiene ni la palabra, Olivia. Esta relación se convirtió en real hace tiempo.
Sonreí por ello mientras que nuestros anillos de boda brillaban ante aquella oscuridad.
—Tienes razón. —Al mirarlo, tan solo quería saber qué es lo que le ocurría—. Habla conmigo... Odio verte atormentado.
Pero él negó rápidamente.
—No quiero que me mires mal... —Levantó su mano para posarla sobre mi mejilla y sus dedos me hicieron cosquillas que adoré—. Tan solo quiero disfrutar de que hayas vuelto.
Me acerqué un poco más y le susurré;
—Tengamos esta conversación, Zev —supliqué.
Respiró con fuerza y sacó todo el aire de sus pulmones, temblando con miedo de que me lo contase y cómo reaccionaría.
Tan solo quería estar a mi lado, disfrutar de ese momento conmigo.
Pero debíamos tener esta conversación.
—Cuando descubrí quien te llevó aquel día en la universidad, y descubrí su paradero, fui a buscarlo... Era mi propio asesor. —Me quedé de piedra al escucharlo—. No me contaba nada, y lo que contaba era tan poco, que luego su risa, su manera burlesca, me hizo tomar una decisión que lo hizo desaparecer...
Sabía a que se refería, pero tan solo lo dejé hablar, dándole el tiempo que necesitase.
—Fui a buscar a Alonzo y estoy seguro que he destrozado mucho más la asquerosa alianza... Estaba tan desesperado, que hubiese hecho cualquier cosa por ti para encontrarte y no me arrepentiría. Pero no soy digno de ti, Olivia... Quiero serlo, pero ahora mismo... —Volvió a romperse, teniendo los ojos cerrados para concluir. —Estoy roto, tengo las manos manchadas de sangre y soy cruel.
Negué rápidamente mientras que él parecía aferrarse a mí.
Lo tomé desprevenido, a un asustadizo Zev.
—Tu padre te metió en esta vida sin tu quererlo —susurré con contundencia mientras que él abría nuevamente los ojos—. Pero puedes salir de ella, si te arrepientes de verdad, puedes cambiar de vida.
—No quiero esta vida... Quiero una vida en la que ambos estamos en ese rancho y nos olvidamos del resto de la civilización —murmuró, hablando el verdadero Zev que se escondía tras toda esa armadura.
Lo acaricié y le susurré;
—Te amo.
Aquello le impactó tanto, no esperándose que le dijese esas palabras, que el resto fue historia.
Me besó con desesperación, como si escuchar aquello hubiese abierto un agujero, buscando mi lengua tan rápido como estampó sus labios sobre los míos y me dejó totalmente seca del hambre que me daba este hombre. Pero no era desespero por llegar a la cama y hacer cosas inapropiadas. Era desesperación después de tanto tiempo sin vernos, del miedo que pasamos, del miedo de creer que no nos volveríamos a ver.
Él me abrió la bata, dejando al descubierto mi diminuto pijama y empezó a dejar besos sobre mi piel, bajando un poco la pequeña camiseta blanca, dejando al descubierto un pezón para besarlo con vehemencia. Siguió bajando, llegando a mi estómago, dejando delicados besos, succionando, tomándose su tiempo y pude notar la desesperación de ese hombre por demostrarme lo que sentía por mi. Al llegar a la cicatriz que tuve de Portugal, se tomó su tiempo mientras me hacía gemir por sus lametazos, como sus manos recorrían mi cuerpo, como se apretaban a mi y me hacía acercarme más a él.
Bajó un poco mis pantalones de pijama, dejando al descubierto un poco mi sexo y dejó un gran beso en el centro, cerca de mi desnudez, succionando y escuchándolo por toda la habitación, haciéndome gemir por ello. Lo volvió a colocar y empezó a bajar, arrodillado ante mí como si fuese su reina. Subió mis pantalones, para dejar más carne para besar, hasta que llegó a la herida de bala, cubierta por una venda.
La besó por encima, con dulzura y luego escondió su cabeza en mi vientre, sin alejarse de mí en ningún momento. Lo abracé mientras él estaba así y luego lo ayudé a levantar.
—Creo que va siendo hora de dormir, Zev.
Mirándome desde abajo, se volvió a levantar y tomó mi rostro entre sus manos.
—A pesar de todo lo que he hecho... ¿Sigues queriendo una relación real?
Con mi propia nariz, acaricié la suya para murmurarle;
—Si.
Él sonrió, a pesar de que estaba totalmente angustiado. Me tomó entre sus brazos y me llevó a la cama. Me acostó, colocándome la manta y luego se abrazó a mi cuerpo, colocando su cabeza sobre mi cuello, con cuidado de no hacerme daño y colocando mi pierna para que estuviese más cómoda.
Sonreí al sentirlo así de cerca y lo acaricié mientras que él parecía disfrutar de mis mimos.
Y sin decirnos nada, nos quedemos ahí despiertos durante 1 hora, disfrutando de ese momento juntos.
—No eres un monstruo, Zev —dije un rato después, demostrándole que lo quería, que no me importaba lo demás, solo él.
Y juré que él parecía sonreír, feliz como en una mañana de navidad.
—Si me das tiempo, te prometo que conocerás al verdadero Zev. Al Zev que te mereces.
—Tenemos todo el tiempo del mundo.
Y él se abrazó más fuerte a mí, no queriendo dejarme ir.
***
Bueno, y hasta aquí el capítulo de hoy.
No se acostumbren a los buenos momentos de Zevia xD. Pronto se vienen cosas intensas.
¿Que les ha parecido?
¿Quieren más momentos de estos 2?
¿Y que Giulio no deje que Angela viva con Zev y Olivia?
¿Que Ginevra se porte como una madre con Olivia?
¿Que Zev se haya abierto a Olivia?
¿El baño?
¿El "te amo" de ella?
¿Que hablasen?
Nos leemos el sábado :3
Patri García
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