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D O C E | P R O B L E M A S 🪩

«Tenían que ceñirse al plan, ser personas con cabeza. No terminar perdiéndola por enamorarse de la otra persona»

Giulio Grimaldi.

—Zev...

Mi marido siguió caminando hacia el armario donde ambos teníamos nuestra ropa.

Empezó a quitársela y su enfado era más que evidente. Ni siquiera me había dirigido la palabra desde que habíamos salido de su despacho en aquella discoteca, y aún así era capaz de sentirme de esa manera con él. Sabía que se preocupaba mucho por mi, comprendía la desesperación de él al tratar de encontrarme cuando estuve desaparecida. Pero tampoco podía pretender mantenerme "protegida" sin salir a ningún lado.

Su camisa acabó en la cesta de la ropa que había al lado y desde mi posición podía ver su perfecta espalda musculada, con algún que otro tatuaje decorando aquella columna. Pero sus brazos fuertes eran lo que más me llamaba la atención. Sus cicatrices en la espalda también me llamaban la atención y no quería ni imaginarme la de cosas que tuvo que haber sufrido para tener esas cicatrices marcando su piel.

—¿Vas a ignorarme toda la noche?

Zev continuó con su manera de creer que había un fantasma y que lo mejor era ignorar que alguien le había estado hablando.

Suspirando, me quedé quieta en nuestro cuarto, mirando como empezaba a quitarse los pantalones para luego colocarlo sobre la cesta de la ropa y empezar a hurgar en el armario, buscando un pantalón de pijama.

—Sé que no quieres que corra ningún peligro, que Miami puede ser peligroso... Pero ya oíste a Sunam.

En ese momento se giró y me miró con su rostro lleno de enojo.

—¿Y ahora porque un hombre al que llevas sin ver 10 años, te diga eso, quieres irte? Sabes que Mattia sigue por ahí y no dudará en hacer lo posible por vengarse —contestó, caminando hacia la cama para tirar el pantalón de pijama negro y largo que iba a ponerse.

Sus manos empezaron a colocarse alrededor de sus calzoncillos y sabía que iba a hacer a continuación. Sin dudarlo, se los bajó, sin tener ni un solo pudor en quitarse la ropa delante mía. La primera vez que lo conocí, ya se había quitado la ropa delante mía, así que podía disfrutar de todas las noches de ese maravilloso espectáculo que era Zev Grimaldi.

Pero esa noche no lo disfruté. No me gustaba estar así con él, discutiendo de esta manera.

—Ese hombre me entrenó para conseguir defenderme —respondí.

—Igualmente, Olivia. Irte a Miami significa correr peligros —contestó, todo eso con el pantalón de pijama en su mano derecha.

Suspiré mientras seguía mirándolo a los ojos.

—No voy a ir sola. Voy a ir contigo, con el trío discusiones y Sunam también se apunta —respondí.

—No lo entiendes, Olivia...

—Zev, ¿como te sentirías si de tener una vida normal, descubres que tu padre te ocultó cosas muy fuertes? ¿Cosas de las que nunca te imaginarías? ¿Que todos quieren algo tuyo? ¿Que puede que esté en peligro toda mi vida? Chicago no es un lugar seguro ya para mi y lo sabes a la perfección.

Zev volvió a ignorarme, colocándose aquellos pantalones de pijama bastante holgados y empezó a caminar hacia nuestra cama. Abriendo el edredón, se metió dentro y se tapó hasta por la cintura, pudiendo ver los perfectos abdominales de mi marido. Acostado boca arriba, no cerró los ojos, pero tampoco me miró.

—Tan solo quiero saber quien soy... Así que o vienes conmigo o me marcho sola...

Tampoco respondió.

Suspirando, me giré para colocar mis manos a mi espalda, tratando de llegar a la maldita cremallera de mi vestimenta, pero por desgracia no llegaba en lo absoluto. Suspirando nuevamente, traté de hacer todo mi esfuerzo en alcanzarlo y solo pude lograr rozar la cremallera con la yema de mis dedos.

De pronto, una mano enorme se colocó sobre mi hombro izquierdo y con la otra, bajó la cremallera suavemente hasta llegar a la parte baja de mi espalda. Rozando con los dedos desde el principio de mi espalda hasta el final, se volvió a marchar y, desde el espejo, lo vi acostándose nuevamente en la cama.

—Gracias.

No le dije nada más.

Sabía que estaba enfadado, que la vena Grimaldi estaba en su organismo y al conocerlo, era mejor dejar ese tema hasta el día siguiente. Cuando pensara con más frialdad las cosas y quizás su opinión fuese más distinta.

Empecé a quitarme la ropa, sin ningún pudor a que mi marido me mirase. Caminando en ropa interior, coloqué mi ropa en aquella cesta y luego empecé a hurgar en el armario, buscando un pijama que ponerme, cuando lo logré, me quité el sujetador, guardándolo en un sitio para colocarme mi pijama diminuto.

Al girarme, Zev me estaba mirando de esa manera tan suya en nuestra cama, acostado con las manos detrás de su nuca.

Sin dirigirle la palabra, me acosté a su lado, dejando una buena distancia en el centro de aquella cama. Tanto que cabía otra persona más.

Me tapé con el edredón hasta mis pechos y luego le di la espalda, quedándome de lado.

De pronto, la cama empezó a hundirse a medida que más se acercaba a mi y mi marido ya estaba pegado a mi espalda, con su mano sobre mi brazo, acariciándome con dulzura.

—Todavía hay noches que tengo pesadillas en las que te marchas y no vuelves... —murmuró. —Parecen tan reales que, al despertar y no verte, pienso que se ha hecho realidad. Hasta que vuelves a entrar en la cama porque te levantaste a beber agua.

Me giré lentamente para mirarlo y cuando tuve sus ojos negros sobre mi, podía ver la angustia en su mirada.

—¿Por que no me dijiste que sigues teniendo pesadillas?

Negó rápidamente.

—Porque no quiero preocuparte.

Mis manos se posaron sobre sus mejillas y empecé a acariciarlo.

—Zev, estamos casados... Sabes que puedes confiar en mi siempre. Pero ambos sabemos que estaría mucho más segura en Miami que aquí... Ya no solo por el bien mío, sino por el de tu hermana... No quiero que esa familia les haga daño, ni siquiera a ti... —susurré diciéndole mi temor.

Zev respiró profundamente para luego soltarlo.

Sin decirme nada más, me abrazó por detrás e inhaló el olor de mi cabello para pegarse mucho más a mi espalda. Sentí que estaba en casa, en mi propio hogar en los brazos de aquel hombre. Y no quise que esto se acabase nunca.

—Tu no te preocupes por mi.

—Pero me preocupo, Zev —respondí enfadada—. Me preocupo mucho por ti.

El rostro de Zev se escondió en el hueco de mi cuello y me dejó un largo beso que tardó un largo rato en alejarse para volver a pegar su cabeza en mi cabello.

Cuando lo hizo, respondió;

—No vas a ir sola a Miami.

—Pero Zev... No quiero seguir discuti...

—Porque vamos a ir juntos como un equipo —acabó por decir, abrazándome mucho más fuerte y ya no supe que parte era mía y cual era suya. —Y Angela está bien protegida.

Y tras decirme aquello, quise agradecérselo, pero él me calló con un beso para luego murmurarme que durmiese, que mañana sería un día largo.

Y si que lo iba a hacer, pero al menos, ambos habíamos ido a la cama dejando de lado aquel tema, solucionando aquel enfado y durmiendo abrazados como llevábamos haciendo semanas desde mi vuelta.

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—¿Crees que decírselo a Ginevra es buena idea? La carta de tu madre decía que era abrir la caja de Pandora —respondí dudosa.

Tomándome de la mano mientras subíamos juntos por el ascensor, sin soltarme, me dijo;

—Si alguien debe saberlo, esa es Ginevra, Liv... Ella es la única que tiene más poder y más contactos para poder investigar todo lo que descubrimos en la caja —respondió, tranquilizándome.

Mientras el ascensor subía, podía notarme nerviosa. No quería arrastrar a nadie a mis problemas y sabía que si seguía más tiempo en Chicago, todas las personas que quería acabarían mal por esa familia. No sabía si era buena idea que Zev me acompañase, lo último que quería era que le ocurriese algo por mi culpa. Ni siquiera sería capaz de perdonármelo.

—¿En que está pensado esa cabecita tuya? —preguntó Zev mirándome.

Al levantar la mirada para observarlo, sonreí delicadamente y murmuré;

—Que te estoy arrastrando a mis problemas y no quiero que te ocurra nada por mi culpa...

Tomando parte de mi vestido, me hizo girar hasta quedarme pegada a su pecho. Su mano izquierda la colocó sobre mi cuello como de collar y me quedé sin habla mientras que él me hacía levantar la cabeza para mirarlo.

—No hay nadie que sea capaz de aplastar a una cucaracha como yo, señora Grimaldi... Solo tu eres capaz de destruirme, nadie más —murmuró con aquella voz que me hacía mojarme.

Las puertas del ascensor se abrieron y volviendo a tomarme de la mano, salimos de allí, dejándome nuevamente sin aire por lo que acababa de hacer el muy idiota por dejarme excitada en un maldito ascensor y dejarme a medias. Iba a pagarlo muy pronto como siguiera haciendo tales cosas.

Ginevra estaba hablando con su secretaria y, al vernos, se alejó de la mujer para decirnos;

—Los Grimaldi, ¿que tal están?

—Necesitamos hablar contigo. A solas.

Ante la mirada de Zev, Ginevra asintió, arrugando su entrecejo y abrió su despacho para que entrásemos ambos, luego entró ella por último, cerrando la puerta de su despacho. Nos quedemos los 3 solos en aquel lugar.

Con los tacones de la matriarca Mancini resonando por todo el despacho, la mujer pelirroja se puso tras su mesa de escritorio y, sentándose en su silla, inició;

—Ustedes dirán. ¿A ocurrido algo?

Miré a Zev. No iba a ser yo quien diese esa noticia. Él se había empeñado en que Ginevra debía saberlo y no sabía si era tan buena idea aquella. Pero tenía razón. Ginevra debía saber algo escandaloso respecto a la madre de mi marido, a Sally, quien fue su amante por años en secreto, antes de que se la arrebatasen.

Zev caminó hacia ella y dijo;

—Hemos descubierto algo de Sally.

Con tan solo escuchar el nombre de ella, Ginevra se la veía más que afectada. Colocándose en su silla, se inclinó hacia adelante y preguntó en un hilo de voz;

—¿Sabéis algo?

Zev volvió a mirarme y parecía que me estaba pidiendo ayuda. Así que decidí hablar, adelantarme a mi propio marido.

—Hace años que Sally guardó una caja en la bóveda de Zev. Le había dicho que por nada del mundo la abriese... —susurré ante la atenta mirada de aquella mujer enamorada de otra mujer—. Pero yo la abrí hace unos noches y lo que vinos fue impactante... Nos atreveríamos a decir que sería el principal motivo de lo que le sucedió...

Miré nuevamente a Zev, mientras que Ginevra parecía impactada, observándonos, pidiendo más información, angustiada y deseosa de saber que fue lo que ocurrió. Conseguir encerrar a los culpables. Pero no iba a hacer fácil.

Zev sacó un pendrive de su bolsillo y se lo puso sobre la mesa de ella.

Ian y Luna habían guardado dicha información en un pendrive, de manera segura, encriptada para que fuese imposible de hackear. Pero tenía razón Zev. Ginevra era la única que podría adentrarse a todo ello, ya que ella tenía más "amistad" en los negocios con Josh Akkerman.

—Lo que hay ahí... Mi madre escribió una carta. Léela —contestó, mientras que yo le dejaba la carta entre sus manos.

Sally, al ver la letra de la que fuese su amante, tupo que taparse la boca con la mano mientras la leía. Dándonos la espalda, empezó a leerla y supe que era para que no la viésemos llorar. Conociéndome, si fuese ella no me gustaría que nadie me viese de aquella manera. Pero tampoco podía soportar verla así, una mujer tan fuerte como Ginevra, quien había ayudado a Zev a encontrarme a pesar de que iba en contra de su hijo. A pesar de los sacrificios que había tenido que vivir.

Rodeé la mesa y me acerqué a Ginevra, quien estaba aguantando bastante bien las lágrimas, pero algunas cayeron. Me agaché un poco y coloqué mi mano sobre su mejilla, mientras que ella levantaba sus ojos de la carta para mirarme.

—Estáis a un paso de descubrir quien fue...

Ginevra, asintiendo, se giró para poner el pendrive en su ordenador con las manos temblorosas y, en cuanto le pidió la contraseña a Zev para poder acceder, esta se quedó asombrada por el contenido que había dentro. Todos los documentos, las fotografías y la información que Ian y Luna habían guardado en el pendrive, empezaron a salir como flashes y Ginevra se había quedado casi tan asombrada como nosotros.

—No me lo puedo creer... Sally, ¿por que lo seguiste investigando?

—¿Que? —preguntó Zev—. ¿Lo sabías?

Ella asintió.

—Me lo dijo una noche... Quería arrebatarle el poder a Akkerman, por todo el daño que estaba haciendo. Pero le dije que era peligroso, que era un poder superior... Me prometió que no seguiría investigando porque sabía que iba a acabar mal —susurró ya sin poder aguantar las lágrimas—. Ese maldito de Akkerman... Siempre estuvo detrás de ella. Siempre...

Tanto Zev como yo nos quedemos callados, asombrados por lo que estábamos escuchando. Hasta que Zev dijo:

—Vamos a ayudarte, pero tu eres la única que tienes acceso a ese idiota.

—Nosotros debemos irnos durante unos meses fuera de Chicago.

—¿Los Smirnov? —preguntó Ginevra.

—¿Lo sabes?

—¿Y quien no? Lo raro es que sigas aquí, Olivia... Zev, cada minuto que pase aquí, ellas la conseguirán rastrear —contestó.

Zev, más impactado, supe que no se esperaba aquella respuesta. Ya era la segunda que recibía. Pero juré que no se esperaba que fuese tan dura, que quizás en Chicago estuviese más protegida que en Miami o cualquier sitio que mi padre quisiera que fuese. Pero lo vi en su mirada como si le hubiese dado un golpe de realidad.

—¿No me digas que no lo sabías?

—Su padre quiere que vaya a Miami y Mattia...

—Olvídate de Mattia —contestó Ginevra—. Si ella no hace la última voluntad de su padre, ellas vendrán y no tendrán ningún tipo de piedad, Zev. ¿Eso es lo que quieres?

—Nunca. Antes prefiero ser yo —contestó con una mirada dura.

Ella, dejando su ordenador a un lado, contestó;

—Les ayudaré a escapar. Recojan todas las cosas que les hagan falta. Pero nada de electrónica, relojes solo antiguos. Nada de subirse a un avión... El móvil, ni se os ocurra... Traten de no dejar ni un atisbo de rastro, Zev sabes muy bien como hacer eso... Olivia, tendrás que posponer tus últimos meses de clases y lo sabes —contestó mirando hacia mí y yo asentí—. Los estudios pueden esperar hasta que consigas ponerte a salvo y la única manera es marchándote de Chicago.

Todos en cada familia parecían saber algo que a mi se me escapaba. Sabía que Ginevra no sabía casi nada de mi, pero la información que parecía haber volado en mi ausencia, como me contó Zev, era algo que todos tenían en mente.

Tenía razón. Debía marcharme un tiempo.

Y cuando Ginevra se levantó, lo último que pensé fue que me abrazaría, y lo hizo. Fue un hermoso abrazo materno que esa mujer me dio a mí, quedándose un largo rato allí oliendo su perfume hasta que me susurró;

—Cuídate mucho, Olivia... Esto es solo un bache, pero lo conseguirás.

Luego se dirigió a Zev y también lo abrazó, primero dándole permiso tras lo mal que se llevaban antes de todo aquello.

—Cuídala con tu vida, Zev... Cuídense mutuamente... No os separéis por nada.

Y con eso, ambos nos marchamos hacia la mansión Grimaldi.

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Tener que dejar algo con lo que estuve luchando durante años era complicado. Dejar de lado a mis amigos, la universidad, mi carrera de arte... Si, iba a ser mucho más duro de lo que me imaginaba. Pero lo que decía Ginevra era totalmente cierto.

Podía acabar mi carrera más adelante, pero esto tenía que hacerlo ya. Estaban siguiéndome, mi padre me había estado preparando durante años y ahora, estaba protegiéndome allá donde estuviese. No sabía como es que todo esto lo sabía, pero quería descubrirlo ante todo.

Ahora, en el Ferrari de Zev dirigiéndonos a la mansión Grimaldi con mi perro Rocky en los asientos traseros, solo deseaba que este plan, el plan de mi padre, resultase positivo, que nadie saliese herido y que todo acabase cuanto antes.

En cuanto Zev aparcó, observé dicha mansión por el que pasé meses viviendo y me bajé de dicho coche costosamente mientras Rocky parecía saltar de alegría. No quería dejarlo solo, pero si se iba conmigo también correría peligro y eso era lo último que quería. Iba a proteger a Rocky y sabía, aunque se enfadaría conmigo, que el próximo mes o 2 meses que estuviese fuera investigando lo de mi padre, estando alejada de las Smirnov, estaría mucho más a salvo en esa mansión que en cualquier otro lugar. Junto con Angela...

Angela...

Lo último que quería era dejarla sola, pero tampoco me quedaba más remedio. Cuanto más alejada estuviese yo de ellos, más protegidos estarían.

Suspiré costosamente mientras Rocky parecía echarse encima del mayordomo que estaba allí abriendo la puerta deseoso de entrar para ver a Angela.

—Estarán protegidos aquí.

—Lo sé... Pero alejarme de ellos va a ser difícil, al igual que para ti alejándote de tu hermana.

—También me dolerá mucho alejarme de Rocky. Le he tomado mucho cariño en pocos meses —susurró mi marido.

Cuando entremos, la primera que estaba recibiendo a Rocky era Angela, la cual, al poco de verme, vino corriendo a abrazarme y que feliz me hacía ella.

—Te he echado mucho de menos —murmuré mientras que Angela parecía mucho más feliz de verme.

—Y yo.

Zev me miró unos segundos y, con su mirada, me hacía una señal de que se iría a ver a su padre. Yo asentí mientras que Lucas, el asesor de Giulio, tan serio como siempre, se acercaba a mi marido para guiarlo hacia el despacho.

—Ven —contestó ella arrastrándome hacia la parte de arriba de la mansión, guiándome por su cuarto.

Rocky nos seguía con la lengua afuera, feliz.

—Angela... Zev y yo vamos a estar una semanas fuera de Chicago —susurré mientras me hacía sentarme para enseñarme sus nuevos dibujos.

—Lo sé. Me lo dijo por teléfono —contestó sin mirarme, para cuando lo hizo, podía ver algo de tristeza, pero sabía que era lo mejor para ella—. Pero, volverás... ¿Verdad?

Sonreí delicadamente mientras peinaba su cabello con mis dedos.

—Por supuesto. Una promesa es una promesa... Además, quiero que te quedes con Rocky en mi ausencia. Pero volveremos pronto.

Angela sonrió, pero sabía que no estaba muy contenta. Era normal, yo también me sentía de esa manera. Pero era marcharme y evitar que las Smirnov me encontrasen, o quedarme y hacer que ellos pagasen las consecuencias. Iba a proteger a Angela lo máximo que podría, aunque fuese lo más difícil. Pero era lo mejor.

—Escuché a papá discutiendo con Zev... Ustedes quieren que me vaya a vuestro departamento para vivir unos días a la semana como una familia, con Rocky... Quiero, pero papá no me deja —contestó apenada.

Suspiré, tratando de evitar que las lágrimas de verla así salieran de mis ojos. Negué rápidamente e hice que me mirase.

—Viviremos como una familia algún día.

Sus ojos, abriéndose por completo, consiguiendo que brillasen nada más escucharme, me dijo;

—¿Me lo prometes?

Y asentí, porque estaba segura de que algún día seríamos una familia.

—Te lo prometo.

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ZEV GRIMALDI

—¿Miami? —Giulio se recostó en su asiento rojo, tan elegante como antiguo.

Sin sentarme, con las manos en los bolsillos, deseoso de poder proteger a Olivia y a mi hermana, asentí.

—Es lo mejor para ella. Los Smirnov van a venir a buscarla por su pasado y no quiero que le ocurra nada —murmuré angustiado.

Giulio, que seguía sin pestañear, podía ver lo enfadado que estaba todavía porque le tirase los documentos de mi esposa en el fuego, quemándolos para que nadie descubriese su pasado en Portugal. Por todo lo que había ahí en privado.

No iba a dejar que nada le ocurriese y confiaba ciegamente en ella.

Pero Giulio nunca lo comprendería.

—Ya era hora de que lo pensaras, hijo. Tu mujer se puso en el ojo del huracán el día que desapareció... Y esas sanguinarias Smirnov llevan rastreándola tiempo y vigilándola —respondió con cierta mirada falsa.

Esa mirada que conocía bien.

—¿Que...? ¿Me estás diciendo que ya lo sabías y no me habías dicho nada?

No me lo podía creer, aunque viniendo de mi padre todo podría esperarme. Era capaz de fingir ser buena persona, para engatusarte y hacer que cayeses en la trampa, para luego quitarte de en medio muy lentamente. Así era Giulio Grimaldi y que Olivia ahora lo estaba conociendo.

Negué cabreado mientras que Giulio seguía observándome.

—Por eso no iba a dejar que Angela se fuera a vivir con ustedes.

—Serás cabrón...

Me fui a acercar a él para tomarlo de la corbata, pero él hizo un gesto rápido que me hizo frenar.

—Quieto. Soy el jefe de esta familia y no pienso permitir tales groserías de tu parte ante mi persona.

Me contuve, más por Angela porque no quería que ella tuviese que escucharme. Porque quería protegerla y quería que viviese su vida lo más alejada posible de todo esto.

—Lo sabías y no me habías dicho nada... ¿También sabes del pasado de Olivia? ¿Lo que esas Smirnov quieren de ella?

Giulio no respondió, pero sabía que conocía muy bien el pasado de ella.

—Por eso quisiste que fuese mi esposa...

—Simplemente se llama mover perfectamente las fichas en el tablero —contestó divertido—. Y yo supe moverlas... En cambio, tu, enamorándote de esa mujer lo único que has conseguido es dejar al rey del ajedrez desprotegido.

No le dije nada. Necesitaba calmarme, pero tampoco debía perder los nervios. Menos estando Angela por la mansión. No quería que me viese de esa manera.

—Váyanse a Miami cuanto antes. Angela estará protegida aquí y Rocky le hará compañía... Pero en cuanto vuelvan de ese largo viaje, firmaréis los papeles del divorcio. No merece la pena que sigáis casados en cuanto la verdad de Olivia salga a la luz.

Negué rotundamente.

—No voy a firmar nada.

Giulio sonrió e hizo un gesto para que me largase.

Preferí no volver al mismo tema, porque necesitábamos salir cuanto antes de aquella mansión, ponerla a salvo a mi hermana y a mi esposa y tratar de poner mis ideas en orden. Necesitaba tenerlo todo controlado antes de la llegada de aquellas mujeres.

—Ah, hijo... —Cuando me giré con la puerta abierta para mirarlo, la sonrisa de él se hizo más fuerte—. Dile a Olivia que la próxima la invito a un café. El té no le gusta mucho.

Sabía lo que eso significaba. Lo sabía muy bien.

Aquello me hizo poner más en contra de mi padre, porque estaba haciendo una amenaza ante mi esposa. Y no iba a dejar que aquello ocurriese.

Y sabía que en cuanto volviese, Angela iba a vivir lejos, muy lejos de aquella vida, de aquella mansión. Iba a tenerla protegida como le prometí a mi madre en su día. Lo haría por ella, por las personas que me importaban.

Y salí de allí cerrándola de un portazo.

Cuando caminé hacia la entrada con el rostro serio, aparecieron en mi vista Angela y Olivia bajando juntas la escalera, y ahí mi hermana caminó corriendo hacia mí para abrazarme. Feliz de verla, la levanté y la abracé con cariño, esperando algún día tener una vida totalmente alejada y darle esa vida que le prometí a ella.

—Volveremos más pronto de lo que piensas... Y te prometo que serás muy feliz, Angela.

—Te tomo la palabra —contestó ella.

Miré a Olivia, que tenía el mismo rostro que el mío y le hice un gesto para marcharnos.

Despidiéndonos un largo y eterno rato con Angela y Rocky, ambos nos subimos al Ferrari, echándole un último vistazo a la mansión Grimaldi antes de salir para descubrir el pasado de Olivia.

Y, tras un largo rato en silencio, Olivia fue capaz de hablarme;

—Si no nos podemos subir a un avión para viajar a Miami... ¿Como iremos? En coche tardaríamos mucho.

La miré unos segundos antes de arrancar el coche.

***

Aquí tenéis un nuevo capítulo de SHADOWS.

¿Que les ha parecido?

¿Las discusiones entre Zev y Olivia?

¿Qué ocurrirá en Miami?

¿El trío discusiones?

¿Sunam?

¿Giulio?

¿Como será ese viaje?

Nos leemos el sábado ;)

Patri García

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