D I E C I S É I S | N O C H E D O L O R O S A 🪩
«Nunca creí que amaría a alguien como amo a Olivia y cualquier cosa mala que le ocurriese, sentía que me pasaba a mí. Haría lo que fuese para protegerla. Todo lo que fuese necesario, aunque ella terminase odiándome algún día»
Zev Grimaldi.
OLIVIA GRIMALDI
Las luces de neón de Las Vegas me cegaban mientras contemplaba la ciudad desde la ventana del hotel. Después de días conduciendo, por fin habíamos llegado a nuestro siguiente destino en esta cacería de pistas que mi padre había orquestado desde la tumba.
Me sentía nerviosa, ansiosa por descubrir qué más tenía preparado para mí. Se escuchaba el estruendoso ruido de los motores de carreras afuera. Una gran competición de Fórmula 1 se desarrollaba esa noche y los autos se preparaban en la línea de salida. Desde mi ventana, podía vislumbrar un pequeño sector de la inmensa pista que atravesaba el desierto.
Nunca había estado en Las Vegas, pero parecía un caos ya que se había cerrado la pista al tráfico para que los coches de carreras pudiesen tener el acceso totalmente libre. Así que todo estaba cerrado al público.
Estaba enfadada con mi propio padre, que parecía no tener fin con este largo camino de pistas que no me llevaban a nada. ¿De que me servía las malditas llaves? ¿Porque nadie me decía nada? ¿Quien cojones era mi padre? ¿Quien era yo realmente? ¿Porque las Smirnov me buscaban para vengarse?
Negué mientras observaba la pista desde la ventana de aquel hotel.
Ya estaba deseando volver a mi vida de antes, a la universidad para acabarla, a volver a ver a Angela, estar con Rocky nuevamente... Todo. Suspiré cansada de todo.
—¿Cómo llevas todo esto? —la voz de Luna, mi guardaespaldas, me sacó de mis propios pensamientos.
Al girarme para encararla con una mueca de tristeza, pude ver que parecía preocupada por mí. Aún recuerdo el día que salí del hospital después del secuestro de Mattia y ella me abrazó triste, llena de miedos por no haber podido hacer algo más cuando desaparecí.
Ella no tenía la culpa, pero se veía que se preocupaba por mi, a pesar de que era mi guardaespaldas.
Entonces decidí decirle;
—Es complicado... —Mi enfado no parecía notarse, aunque por dentro estaba echa una porquería—. ¿Cómo te sentirías tú si descubres que tu padre no es la persona que creías que era? Que encima te envía pistas una vez muerto y que perteneces a una familia que ni siquiera sé qué mierda de negocios tenía... Parece burlarse de ti desde la tumba enviándote pistas que no te llevan a nada...
Luna parecía estar escuchando las palabras que le decía, una a una y las analizaba. Su seriedad seguía ahí, aunque ya no era tan borde como las primeras veces que nos conocimos. Parecía que todo iba a mejor poco a poco en nuestra relación.
No por ello no dejaba de pensar en lo enfadada que estaba con mi padre, que parecía haberme mentido hasta con su verdadero nombre.
Me había decepcionado y cada día notaba peor mi pecho, como si tuviese un peso extra que no le contaba a Zev, o no me atrevía a contarle. Vivir esta experiencia lejos de Chicago, tener que huir porque unas sanguinarias querían asesinarme... Alejarme de la familia a la que por fin había encontrado y que se preocupaba por mi. Deseaba llorar, hacerme bola en una esquina y no salir por días. Pero no podía hacer eso... Simplemente no podía, porque así tardaría más y no lograría salir de esta, y estaba deseando volver a ver a Angela y a Rocky... Los echaba verdaderamente de menos, aunque tan solo habían pasado casi 3 semanas desde que nos habíamos marchado. 3 semanas eternas.
—Horrible —asintió con pesar.
Ambas reímos sin ganas unos segundos. La tensión era demasiada y reía para no terminar llorando.
—Todo irá bien, Olivia. —Trató de reconfortarme.
Me callé, pensando en mi padre y en todo lo que había descubierto hasta ahora. No quería seguir hablando del tema. Al girarme de nuevo, noté la mirada inquisitiva de Luna.
—¿Qué hay entre Ian y tú? —Solté de pronto.
—¿Qué? —Me miró desconcertada.
Colocando mis manos sobre mis caderas, respondí;
—Se nota a lo lejos... Al principio creí que te habías marcado un trío con Benjamín e Ian. Pero veo que no fue así.
Soltó una risita ahogada ante mi descaro.
—Bueno... Con Benjamin tuve una noche loca hace unos meses y no me llenó del todo. Con Ian todo es diferente... Es solo para pasar el rato.
Asentí por lo que me estaba contando.
Ella era dueña y señora de su propia vida, aunque no pude evitar pensar en que alguno de ambos saldrían heridos si seguían con esos juegos. Tenía experiencia en relaciones con derecho a roce y nunca salía bien. En mi caso salí dañada cuando el estúpido de mi ex griego me hizo lo que me hizo, pero conociendo que Ian era viudo como me contó una noche Zev y que llevaba años sin tener nada con nadie, no hacía falta ser muy inteligente para saber quien podría salir dañado de esa pareja. Luna parecía mucho más fuerte y se veía que no le gustaban las relaciones, pero quizás ella también saldría dañada por ello.
En ese momento, la puerta se abrió y mi atractivo esposo entró, cortando nuestra conversación. Zev lucía impecable con su traje elegante, resaltando sus tatuajes en el cuello y esa pequeña cicatriz junto a su ojo que lo hacía aún más atractivo. Su cabello corto estaba perfectamente peinado y su expresión era una mezcla de decisión y nerviosismo.
—¿Vamos? —preguntó con su voz grave que hacía vibrar mi cuerpo.
Dios, ese hombre me volvía loca. Incluso después de tantos meses juntos, su atractivo seguía dejándome sin aliento, enfundada en ese atuendo de gala que lo hacía ver aún más apuesto e imponente. Tragué saliva, recordando mantener la compostura.
A ver por cuanto tiempo.
—Vamos —asentí, tomando su mano.
—Recuerden, habrá mucha gente por la carrera. Tengan mil ojos puestos. Nosotros estaremos cerca de ustedes vestidos de paisanos. Pero dentro del banco no podremos entrar. —Nos recordó Luna—. No pasen más de 10 minutos dentro o entraremos de forma poco elegante.
Asentimos sabiendo a que se refería.
El banco estaba cerrado, pero Zev tenía sus influencias y había conseguido que se abriera ese día solo para nosotros.
Al salir del hotel, el estruendo de la multitud y los potentes motores nos golpeó con fuerza. Era asfixiante toda la gente que había alrededor del circuito, como el ruido de los motores nos dejaban casi sordos y eso que estábamos mucho más lejos por los anillos de seguridad para que nadie se pegase al lugar.
Con la mano de Zev apretando la mía, avanzamos entre el mar de gente, tomados de la mano, sintiendo los oídos arder por el ruido ensordecedor. No logré divisar a nuestros guardaespaldas en ningún momento durante el recorrido hacia el banco. Pero sabía que estaban ahí.
—Zev Grimaldi. Vengo con mi esposa —anunció mi marido ante el guardia de seguridad, cuando nos quedemos frente a ese hombre en las puertas del banco.
Un hombre trajeado nos guió entonces hacia el área donde se resguardaban las cajas de seguridad. Mi corazón latía con violencia ante la expectativa de lo que encontraríamos. Zev apretó mi mano con suavidad, infundiéndome valor.
Todo era pura elegancia. Podría decirse que el lugar estaba tan impecable que en mi vida había visto un banco como aquel, aunque también nos encontrábamos en Las Vegas, la ciudad de pecado. Carraspeando, continuamos siguiendo a ese hombre, hasta que entremos a un pasillo, donde se encontraban Lo que parecía taquillas pequeñas por todo el lugar. Eran cajas fuertes de otras personas que guardaban cosas importantes en ese lugar y pagaba un dinero por guardarlas. En mi caso, no sabía que es lo que mi padre había dejado en ese sitio.
El hombre me guió hacia una caja con el número 87 y me dijo;
—Esta es su caja, señora Grimaldi.
El hombre, con su llave, sacó la caja de allí y me la puso sobre una mesa, donde había una cortina para que hubiese intimidad para mi y para Zev. Fue ahí cuando nos dejó solos.
Miré a Zev con ojos implorantes con la caja a escasos metros de mi, lleva en mano.
—¿Y si veo algo que no me gusta de mi padre?
Su mirada se suavizó y acarició mi mejilla con ternura.
—Hemos llegado hasta aquí por voluntad de tu padre, Olivia. Vamos a seguir hacia adelante. Estoy seguro de que no habrá nada que temas.
Estaba dudosa. Ya no sabía que esperar de mi propio padre.
Todas esas horas de entrenamiento, todas esas charlas extrañas, como mi madre discutía con mi padre porque no me contaba todo. En ese momento no lo entendía, pero ahora sí. Ahora entendía todo. Pero no sabía a que me estaba enfrentando y esto era demasiada molestia para algo que no me haría daño. Esto si iba a hacerme daño.
Fuese lo que fuera que fuese a decirme, me iba a herir demasiado. Aunque no fuese tan grave... Iba a dolerme y no sabía a que enfrentarme.
Asentí, reuniendo mi valentía, y abrí la caja. Pero lo que había dentro, me sorprendió mucho más.
Dentro, un pequeño peluche en forma de osito me recibió. Contuve el aliento, reconociéndolo al instante. Eran recuerdos de mi infancia los que ese muñeco evocaba.
—¿Lo reconoces? —inquirió Zev con suavidad.
Sin palabras, tomé el peluche entre mis manos, aún teniendo el olor de mi pasado. Parecía que llevaba muchos años encerrado ahí y no había perdido el olor que tanto anhelaba.
Una lágrima traicionera cayó por mi mejilla y la limpié enfadada, tan rápido como pude.
—Sí... Nunca me separé de él. Pero lo perdí en uno de los largos viajes y nunca lo volví a recuperar... Me lo regaló mi padrino Sebastian...
Sebastian... Ese hombre que era buen amigo de mi padre, que venía a visitarme siempre y que siempre me traía golosinas. Siempre estaba para las buenas y para las malas. Pero un día se esfumó... Desapareció y supe porqué. Siempre había estado metido en sus juegos de casino, estaba obsesionado con ello. Siempre lo supe aunque mi padre me decía lo contrario.
Acaricié la suave tela con nostalgia. Detrás del peluche, una nota con una dirección llamó mi atención.
—Pone algo detrás... Una dirección —expliqué a Zev—. Creo que es un casino.
Suspiré con resignación. Una vez más, nos veíamos empujados a seguir el rastro de mi difunto padre, buscando respuestas entre los misterios que nos deparaba Las Vegas.
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Las luces brillantes del casino danzaban como luciérnagas en la noche, pero dentro reinaba un bullicio ensordecedor. Cientos de personas apiñadas en las mesas de juego y las máquinas tragamonedas, riendo, maldiciendo, apostando sus fortunas en una noche de codiciosa emoción. A través del espeso ambiente y el tintineo incesante de las fichas, enfoqué mi mirada en busca de Sebastian.
Había pasado tanto tiempo desde la última vez que lo vi, cuando yo era pequeña. Recordaba sus brazos fornidos envolviéndome en un abrazo de oso, el aroma almizclado de su aftershave y la risa cantarina que se desbordaba desde su enorme pecho. Era el padrino que todos desearíamos tener, con esos ojos vivaces que siempre parecían guardar un secreto. Pero para lo bueno y para lo malo, siempre estaba ahí.
Nunca olvidaré lo mucho que lloré cuando no volví a verlo, lo enfadada que estaba y que la única que estuvo a mi lado en ese mal momento apoyándome fue mi madre. Siempre fue mi madre. Quizás fuese cómplice del secreto de mi padre, pero fue la única que siempre me decía las cosas sin filtros. Siempre.
Zev caminaba a mi lado, su mano en la parte baja de mi espalda desnuda en un gesto protector. Recorrí su perfil de líneas angulosas y mandíbula cuadrada con la mirada. A pesar de su aspecto rudo e intimidante, me sentía más segura a su lado que en ningún otro lugar. Quizás siempre lo supe, aunque al principio no quería admitirlo. Siempre me sentía más segura a su lado.
—¿Cómo lo encontraremos entre todo este gentío? —preguntó por encima del sonido de las tragamonedas chillando.
Me encogí de hombros y una leve sonrisa curvó la comisura de mis labios.
—Ese zorro siempre ha tenido debilidad por el juego. Solo tenemos que buscar la mesa de póker más ruidosa —contesté divertida.
Al empezar a caminar por todo el lugar, sentí la mirada de las personas pegadas sobre nosotros.
¿Quizás Zev Grimaldi era tan conocido que hasta en Las Vegas lo conocían?
Aquello no me gustó mucho y menos como algunos hombres me miraban de esa manera.
—¿Por qué nos miran tanto?
Zev lo tuvo claro.
—Envidia. Los hombres quieren ser yo y las mujeres tú o al revés. No me extraña que Reyes te estuviese tirando los tejos el otro día contigo. He de admitir que estuve celoso.
Reí por ello.
—No te me enceles, Grimaldi. Luego el que me va a follar serás tú y nadie más.
Los labios de él se acercaron a mi oído para murmurarme;
—Eso tenlo por seguro y con ese vestido más todavía...
Me mordí el labio al imaginarme la de guarradas que podría hacerle a ese hombre, hasta que me quedé totalmente petrificada.
Mi corazón latía a mil por hora. Hacía más de 15 años que no veía a Sebastian y ahora volvería a verlo, a enfrentarme a él después de que me dejase tirada y ni siquiera me dijese nada cuando se marchó. La de noches que estuve llorando porque fuese la primera persona que me importaba que me abandonase. Siempre me habían dejado de lado y nunca me acostumbraría a la sensación.
No tardamos en divisar la mesa de fieltro verde con un tumulto de hombres de rostros enrojecidos y puños cerrados, algunos con puros humeantes colgando de las comisuras de sus bocas. Y en medio de toda esa fetidez y tensión, ahí estaba Sebastian, con un montón de fichas amontonadas frente a él.
A pesar de los años transcurridos, pude reconocer su lustrosa cabellera rubia salpicada de hebras plateadas. Su expresión era impasible mientras barajaba las cartas con machacada destreza, listo para volver a apostar. Sus ojos de un azul eléctrico parecían dos guardias listos para actuar.
Las sensaciones que tuve, como mi estómago empezó a sentirse nerviosa... Mi padrino estaba ahí, mi segundo padre, el que me había dejado de lado hacía muchos años atrás.
—Es él —murmuré, conteniéndome de correr a abrazarlo. Sabía que debía ser cauta, estaba enfadada con él.
No por ello significaba que no estuviese decepcionada de que me dejase sin despedirse de mi para seguir obsesionado con los juegos.
—Me sentaré y jugaré al póker.
Zev parecía casi sorprendido por ello.
—¿También sabes?
Tan solo sonreí.
Zev asintió y frotó mis omóplatos desnudos en un gesto reconfortante.
—Ve con cuidado. No sabemos si está involucrado en esto o no.
Asentí y tragué saliva para reunir valor. Con estudiada lentitud, sacudí mis caderas enfundadas en satén bermellón mientras me dirigía hacia la mesa de juego. Todas las miradas masculinas se clavaron en mí, algunas descaradas, otras furtivas. Podía sentir sus ojos recorriéndome de arriba abajo como si fuera un exquisito manjar. Sonreí para mis adentros, sabiendo que Zev probablemente estaría echando humo por esas miradas lascivas hacia su esposa.
—¿Puedo unirme, caballeros? —ronroneé con voz melosa, deslizándome en el único asiento vacío de la mesa.
Un coro de asentimientos masculinos y algún que otro silbido bastardo fue mi respuesta. Sebastian alzó la vista hacia mí y por un instante, su imperturbable fachada se tornó en una mueca de desconcierto. Me estudió largamente, entrecerrando esos ojos de depredador, como intentando ubicar mi rostro en sus recuerdos.
Finalmente, un atisbo de reconocimiento brilló en sus iris azules. Un leve cabeceo fue todo el saludo que obtuve de él por ahora. No me sorprendió, Sebastian siempre había sido un hombre parco en palabras innecesarias.
Noté la silueta de Zev apoyándose en una de las columnas, a unos 7 metros de la mesa, observando la escena y protegiéndome desde esa parte.
Empezamos la ronda, mientras algunos de ellos hablaban sobre la carrera de hoy y lo molesto que era para la ciudad cortar carreteras.
—No me gusta la fórmula uno. Tan solo es malgasto de dinero.
—Pues yo lo disfruto y más el ruido del motor.
Las rondas de póker transcurrieron entre apuestas audaces, gritos ahogados de triunfo y maldiciones murmuradas por los perdedores. Para mi deleite, descubrí que los años de jugar al póker con mi padre no habían sido en vano. Lograba leer los gestos de mis oponentes como un libro abierto y eso me daba cierta ventaja. Gané varias manos seguidas hasta que llegó el momento decisivo.
Con un movimiento limpio, dejé caer mis cartas sobre la estera verde, revelando la escalera de corazones que me daba la victoria. Un silencio atónito se extendió por la mesa mientras barrí las fichas hacia mí con una leve sonrisa ladina.
—Disculpa pero... me recuerdas a alguien. —La voz de Sebastian casi fue un susurro.
No respondí, simplemente tomé el pequeño peluche de felpa que llevaba conmigo en un bolso y lo deslicé sobre la mesa hacia donde él estaba sentado. Lo empujé con la punta de los dedos hasta que quedó justo frente a él. Nuestras miradas se encontraron por una fracción de segundo antes de que me levantara y comenzara a alejarme con Zev pisándome los talones.
Cuando estuve al lado de mi marido, este se descruzó de brazos para preguntarme;
—¿Le das el peluche y te vas? Ni la mejor de las matriarcas hace tal cosa —bromeó Zev por lo bajo, metiéndole las manos en los bolsillos.
—Espera y verás —repliqué con un guiño cómplice.
La mirada lasciva de mi marido se dirigía por todos lados de mi cuerpo y podía notar lo ardiente que estaba.
Quizás era por el lugar, pero también sentía lo mismo y verlo con esa camisa remangada, solo me hacía desear rompérsela para tenerlo desnudo ante mi y hacerle todas las cosas que tenía en mente. Me calentaba tan solo con mirarme y eso me hacía desearlo más.
—No sé si podré esperar a llegar al hotel... —murmuró él.
Intrigada, le pregunté;
—¿En qué piensas?
Con la ceja de Zev elevada y mirándome los voluminosos pechos, dijo;
—En cuántos hijos podría hacerte.
Reí por ello.
Apenas habíamos dado unos cuantos pasos cuando la voz de Sebastian rompió el barullo del casino.
—¿Olivia? —Su voz me dejó totalmente mal—. No puedo creerlo...
Me giré de inmediato para verlo prácticamente saltar de su asiento y abrirse paso entre la gente hasta donde yo estaba. En cuestión de segundos me envolvió en uno de sus famosos abrazos de oso, tan apretado que temí que me rompería las costillas. Pero no me importó, se sentía tan malditamente bien ser después de tantos años. Era como mi segundo padre, pero estaba tan enfadada con ese hombre.
—Lo siento, pequeña... Lo siento mucho -—Sebastian casi sollozaba contra mi cabello—. Siento lo de tu padre, siento haberte dejado de lado, siento desaparecer cuando más me necesitabas...
El muy cabrón consiguió lo que trataba de luchar desde hacía semanas. Las lágrimas me escocieron en los ojos al recordar aquellos días negros tras la muerte de papá o el abandono de Sebastian un tiempo antes. Una parte de mí aún guardaba rencor por ese doloroso desarraigo, pero al mismo tiempo lo había extrañado como a nadie en el mundo y ahora finalmente lo volvía a tener frente a mi.
—Sebastian... —Fue lo único que atiné a musitar con voz ahogada.
Él se separó un poco de mí, las gruesas líneas en su rostro cuarteadas de culpa y remordimiento. Pude ver que sostenía el pequeño oso de felpa como un tesoro invaluable entre sus enormes manazas.
—Fuiste la hija que nunca tuve y te dejé de lado. —Se lamentó negando con la cabeza—. Cuando me fui, tenía este peluche en mi maleta. Años después, se lo di a tu padre antes de que entrara a la cárcel. Me imagino que esto es parte de su plan...
Asentí, enjugándome las lágrimas con determinación. No podía derrumbarme ahora, no cuando finalmente encontrábamos una de las piezas del rompecabezas que mi padre.
—Las Smirnov nos están buscando —confesé a Sebastian con voz temblorosa—. Y mi padre me ha dejado una serie de pistas... Creo que las llaves tienen algo, pero no sé a dónde me llevarán.
Sebastian asintió lentamente, su expresión tornándose grave. Sentí su cálida mano envolver la mía en un gesto tranquilizador.
—Sunam lo sabe. Él te dirá a dónde debes ir —respondió él como si nada.
Rebuscó en el interior de su chaqueta de cuero desgastado y extrajo un pequeño sobre amarillento. Lo deslizó sobre mi palma abierta con delicadeza.
—He estado esperándote una semana desde que me llegó el aviso de la primera pista por parte de Marta Reyes. Es otra de las llaves y la última. Ahora debes esperar la llamada de Sunam.
Decepcionada por no saber nada más, miré el sobre y asentí.
—Gracias —musité, sintiendo que ese sobre contenía mucho más que una simple llave. Era como si cargara con el peso de todas las incógnitas enterradas durante años.
El rostro de Sebastian se ensombreció aún más mientras tomaba mis hombros con firmeza, clavando sus ojos de un azul eléctrico en los míos.
—Una vez sepas lo que es, busca un lugar alejado de todo. Donde las Smirnov no puedan encontrarte. —Me advirtió con tono sepulcral—. ¿Es él tu marido? —Hizo un leve gesto hacia donde Zev nos observaba a unos metros.
Asentí, súbitamente temblando de una intranquilidad indescriptible. Sebastian enfocó su mirada acerada en Zev.
—Cuídala, protégela... Nunca se cansarán de perseguirla, pero si encuentran un lugar recóndito del mundo, les aseguro que Olivia podrá tener una vida tranquila al fin.
Un nudo se formó en mi garganta al darme cuenta que mi vida, tal como la conocía, se había terminado para siempre en ese preciso momento. Tenían razón, nada volvería a ser lo mismo.
—Tu vida ya no volverá a ser la misma, Oli... Quizás nunca lo fue —masculló Sebastian con pesar, como si leyera mis pensamientos.
Las lágrimas ardieron en mis ojos pero luché por contenerlas. Necesitaba respuestas, no enigmas.
—Por favor Sebastian... ¿Qué me estáis escondiendo? —imploré con un hilo de voz.
Él negó lentamente, un atisbo de dolor cruzando sus facciones curtidas.
—No puedo decírtelo. Pero te prometo que esta es la última llave —juró con la mano en el pecho—. A partir de ahora, todo será cosa de Sunam. Todo lo encontrarás en el lugar donde viviste el inicio de tu vida.
—¿Por qué? ¿Qué tiene que ver el lugar donde crecí? —cuestioné desconcertada.
Sebastian se pasó una mano por su cabello grisáceo, con los ojos vidriosos de una emoción contenida.
—Porque desde que te lo cuente, tu vida correrá auténtico peligro.
No pude contener más el llanto. Me arrojé hacia él y lo abracé con todas mis fuerzas, aferrándome a su pecho como un bálsamo contra el miedo que comenzaba a apoderarse de mí. Sebastian me envolvió en esos brazos fornidos y protectores que recordaba de mi pasado.
—Te he echado mucho de menos, Seba. —Sollocé contra su camisa.
Pude sentir el temblor de su cuerpo cuando me respondió con voz enronquecida;
—Y yo a ti, Oli... Pero nuestras vidas volverán a separarse y, si no nos volvemos a ver, será lo mejor para ti... Para tu seguridad.
Asentí en medio del abrazo, sabiendo que decía la verdad por mucho que me doliera. De pronto, Sebastian se puso rígido y un movimiento brusco hizo que me separara de él, justo a tiempo para verlo tambalearse hacia atrás con una expresión de infinito desconcierto en su rostro.
Un sonido sordo, como un globo reventándose, estremeció el aire y entonces... La sangre. Un grotesco chorro rojo oscuro brotando del pecho de Sebastian mientras su cuerpo se desplomaba pesadamente sobre mí. El cálido líquido viscoso me salpicó por completo, empapando mi vestido, anegando mis fosas nasales por ese olor tan fuerte a hierro.
Todo se volvió confuso a mi alrededor. Gritos desgarradores, llantos, gente empujándose en una frenética estampida por huir del casino. Yo simplemente yacía inmóvil, con la figura inerte de Sebastian sobre mi regazo y su sangre tiñendo todo a mi paso de un rojo oscuro, coagulándose lentamente.
—¡Olivia! —La voz distante de Zev fue como un cabo al que aferrarme para no naufragar en aquel mar de horror.
Apenas podía moverme, apenas podía decir nada. Estaba petrificada.
Lo vi abrirse paso a codazos entre la multitud enloquecida que, en menos de un segundo, ya estaban huyendo por todos lados, y hasta me empujaban. Zev había estado a mi lado, pero la gente lo empezó a separar de mi hasta llegar a mi lado. Sin miramientos me arrancó de debajo del cadáver de Sebastian y me puso en pie de un tirón. Mis piernas apenas me sostenían, mi mente era un remolino de imágenes dantescas que no lograba asimilar.
—¡Vámonos! —bramó Zev con los dientes apretados, tirando de mí por los pasillos atestados del casino rumbo a la salida de emergencia.
Una vez fuera, el aire gélido de la noche me golpeó el rostro con una bofetada helada, despejando un poco la neblina roja que había nublado mi cerebro. Zev seguía arrastrándome a la fuerza por el estacionamiento, con los chillidos de neumáticos quemándose y el estruendo de los motores acelerados al huir como un rugido ensordecedor a nuestro alrededor.
En algún punto, algo dentro de mí pareció simplemente apagarse, como un interruptor de emergencia. Ya no escuchaba nada, no sentía nada, no veía nada más que un océano de oscuridad devorándome. Lo último que recordé fueron los fuertes brazos de Zev sacudiéndome antes de que todo se desvaneciera en la nada.
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El sonido de lo que parecía un viejo reloj de pared se clavaba en mis sienes como un martillazo incesante que solo acentuaba el zumbido instalado en mi cabeza. Parpadeé varias veces, intentando enfocar la mirada en aquel lugar desconocido, pero las sombras parecían girar voraces a mi alrededor.
Luchando por incorporarme en aquella superficie mullida, finalmente pude reconocer que me encontraba sobre un sofá bastante cómodo. Una manta roja de lana suave me cubría hasta la cintura, aunque no lograba entender cómo había llegado hasta allí. Lo último que recordaba con nitidez era la sangre... La cálida sangre de Sebastian empapándome por completo mientras su cuerpo inerte se desplomaba sobre mí.
Un escalofrío me hizo temblar de la cabeza a los pies al revivir esa escena dantesca. Aparté la manta de un manotazo, presa del pánico, ansiando confirmar que aquel líquido espeso ya no me cubría la piel. Pero no había rastros, solo mi cuerpo enfundado en la camisa desabotonada de Zev y mis braguitas de encaje.
Estaba limpia, aunque la culpa y el horror permanecían inmutables como una losa de plomo sobre mi pecho, dificultando mi respiración. Me hice un ovillo en un rincón del sofá, abrazando mis rodillas contra el pecho, y dejé que las lágrimas fluyeran sin control, sacudiendo mi cuerpo en silenciosos sollozos.
No supe cuánto tiempo transcurrió hasta que la áspera voz de Zev trazó un hilo de consciencia al que alejarme en mi dolor.
—Liv...
Alcé los ojos enrojecidos para encontrarlo arrodillado frente a mí, su torso desnudo tenuemente iluminado por las llamas de la chimenea. El aroma a leña quemada y perfume masculino fue como un ancla hacia la realidad.
—Ya pasó. Estás conmigo... Estás a salvo. —Me susurraba Zev mientras yo trataba de aceptar la triste realidad a la que me encontraba inerte.
Sus tatuajes estaban mucho más brillantes que nunca, y estaba totalmente perfecto, con su cabello corto despeinado y algo rizado como ya acostumbraba a verlo. Pero mi mente no podía dejar de pensar en otra cosa.
—Lo han matado... —Gemí con voz ronca, empezando a llorar—. Apenas lo había vuelto a encontrar y esas personas lo asesinaron de esa manera tan cruel... Me han arrebatado a otra persona de mi vida...
Las palabras se ahogaban en mi garganta mientras los sollozos me sacudían sin control. Zev me envolvió en la fortaleza de sus brazos musculosos y me atrajo contra su pecho, amándome como nunca.
Entonces no dejaba de pensar en las cosas que me había dicho antes de salir en aquel barco. Cuando discutimos aquella noche en nuestro cuarto y él estaba enfadado porque no quería que siguiera esas pistas. Ahora veía que él tenía toda la razón del mundo y yo simplemente una idiota.
—Tenías razón... Tenías razón, tenías razón... —Gemí entre hipidos desconsolados—. Debí haberme quedado en Chicago contigo en el apartamento. Así no le habría pasado nada a Sebastian. No estaría metida en esta mierda de pistas, como si mi padre se estuviese burlando de mí.
Zev acariciaba mi cabello con sus largos dedos, dejándome desahogar la marea de emociones que me ahogaba. Sabía que nada de lo que pudiera decir en ese momento lograría aliviar el agudo filo del dolor, así que simplemente me abrazaba, paciente, reconfortante.
—No se está burlando de ti —murmuró contra mi sien después de algunos minutos.
Negué frenéticamente, separándome un poco de él. El fuego líquido en su mirada oscura me quemó al encontrar su rostro.
—¡¿Y por qué cojones no me dice lo que me estuvo escondiendo?! —Estallé con rabia—. ¡Estoy harta de esto! Quiero mi vida como antes, volver a la universidad, estar contigo, no vivir estas situaciones límite... Abrazar a Angela y a Rocky... Solo quiero eso.
La impotencia me ahogaba, escapándose en un torrente de ira caliente que Zev simplemente permitía que descargara sobre él. Permaneció inmóvil, como una roca, mientras yo continuaba despotricando entre lágrimas.
—¿Por qué siempre me ocurre lo peor? Todo el que se junta conmigo le ocurre algo... ¿Y si te pasa a ti? ¿O a Angela? —Aquello último me dejó mucho peor de lo que ya estaba—. Oh no... No, no, no... No lo soportaría.
Sus labios se curvaron en una sonrisa triste y ladeó la cabeza, acariciando mi mejilla húmeda.
—Soy una cucaracha. Por mucho que me pisen no me pasará nada. Y Angela no le ocurrirá nunca nada.
Negué como una niña y escondí mi cabeza entre mis rodillas encogidas. El sonido amortiguado de mi llanto fue lo único que se escuchó por unos minutos, hasta que su voz grave rompió el silencio.
—Sé que esto es muy, muy duro para ti —murmuró Zev, con la mirada fija en mis ojos verdes—. Pero ahora que estamos aquí no nos vamos a echar atrás... —contestó con la voz pastosa—. Estamos alejados de la ciudad de Las Vegas, vamos a esperar aquí la llamada de Sunam y nos iremos a ese lugar con esas llaves. Y volveremos a Chicago y encontraremos una solución juntos.
No dije nada, pero no quería seguir con aquello. Quería tirar las malditas llaves a la primera basura que encontrase, o al mismo mar para que nadie las encontrase y así mi padre supiera desde donde se encontrase, que es lo que me parecía lo que él me había estado haciendo. Pero Sebastian habría muerto en vano por nada. Eso no podía permitirlo...
Ya no sabía que hacer.
—Mi padre solo parece reírse de mi en la tumba.
Zev seguía acariciándome mientras que yo apenas sabía que decir.
—No lo está haciendo.
—¿Y entonces? ¿Por que me ha estado ocultando algo que es "tan importante"? ¿Que es lo que me está ocultando?
Zev silenció, me observó con aquellos ojos que me tenían enamorada pero, que en ese momento, sus ojos parecían tornarse bastante oscuros. Me miró, con sus labios entreabiertos, como si desease decirme algo, pero tras segundos pensándolo, volvió a cerrar su boca como si nada. No le di importancia, pero quizás es que no quería verme de aquella manera, sufriendo y prefería ahorrarse las cosas que quería decirme.
Solo negó para murmurarme;
—Sé que estás enfadada con tu padre... Puedo llegar a entenderlo. Pero él tan solo quería protegerte.
¿Protegerme? ¿Era eso acaso proteger a alguien ocultándole una información tan importante como aquella? ¿O simplemente estupidez humana?
—Si realmente quiere protegerme, me lo diría. Me lo hubiese dicho para saber a que atenerme. No sé que mierda tanto secretismo —contesté totalmente enfadada.
Zev se le veía afectado, como yo. Sabía que no quería verme así, triste como en un eterno bucle sin fin, pero no podía hacer otra cosa. Me sentía así, como si cayese una y otra vez en el mismo pozo, pero nunca llegaba al final. No sabía si había algo malo o bueno al fondo del pozo, tan solo caía y caía sin saber a que atenerme y no llegaba a saber que es lo que estaba ocurriendo. Por eso me habían secuestrado meses atrás, por eso me había pasado todo aquello y sospechaba que más personas lo sabían.
Zev me abrazó con amor.
—Yo estaré a tu lado siempre.
Apenas podía moverme cuando le dije;
—Tengo miedo, Zev...
—Somos un equipo, Liv... No vas a estar sola en esto nunca.
Me besó en la frente para luego colocar su frente sobre la mía.
Apenas pensaba con claridad, pero mi cuerpo no dejaba de temblar, de pensar en la maldita escena una y otra vez. Nunca creí presenciar una escena así de alguien a quien quería, a quien apreciaba a pesar de que me hubiese dejado de lado por sus vicios. No se merecía acabar así, nadie lo merecía.
—¿Donde están Luna, Benjamin e Ian? —pregunté, tratando de cambiar de mentalidad en ese momento para no caer en el mismo bucle.
Sin separarse de mi, contestó;
—A partir de ahora, nosotros 2 iremos solos. Si nos vamos a otro continente, estaremos más a salvo con menos personas a nuestro lado. Pasaremos más desapercibidos.
Tenía razón, aunque no sabía si con nosotros 2 podíamos protegernos si ocurría cualquier cosa. Confiaba en él, sabía que estaba segura con Zev y Zev también podía sentirse seguro a mi lado. Ambos hacíamos buen equipo y haríamos lo posible para salvarnos mutuamente.
—¿Ya se han marchado?
Negó.
—No. Cuando te desmayaste, les dije que recogiesen tus cosas y las dejase en un punto junto con las mías. Ahora estamos en una casa que compré hace años cuando quería alejarme de todo —susurró observándome con aquellos ojos tan negros que amaba—. Estamos en un pequeño pueblo, alejado de Las Vegas. En coche se llega bien, estuvimos unas horas en carretera. Te quitÉ ese vestido, te limpié y dejé que descansases en el sofá. Vamos a estar unos días aquí ambos, hasta que te recuperes. Llame o no Sunam.
Entonces era en esos momentos que no dejaba de pensar que haría sin ese hombre. Todo esto se hubiese estampado en mi cara y me sería difícil, más si no tenía a nadie en mi vida a quien considerar familia. Ahora todo era muy distinto, aunque fuesen personas con dudosa reputación, darían la vida por la otra persona. Y amaba a Zev como nunca había amado a nadie.
Por eso le dije;
—Gracias, por estar siempre ahí...
Su rostro, triste, parecía que estaba en otro sitio. Me observaba, me escuchaba, pero lo sentía distante, como si su mente estuviese en otro lugar. Podía entenderlo, en pocos meses habíamos vivido muchas más cosas malas que buenas. Pero quería que él también supiese que estaría ahí siempre.
—Angela te echa mucho de menos —murmuró él, acariciándome las mejillas con sus pulgares.
—Joder... Yo también. Ya quiero volver a verla —contesté sin poder dejar de pensar en ella.
Cerrando mis ojos, deseé poder tener un futuro con ellos, todos juntos viviendo en el mismo lugar, disfrutando de la vida, aburriéndonos del día a día y teniendo una vida de lo más monótona. Quería eso y dejar atrás toda esta aventura.
No la quería. Quería aburrirme, vivir una vida distinta y volver a dibujar como tanto anhelaba.
Fue ahí cuando el sonido del móvil prehistórico de Zev sonó.
—Justo está llamando. ¿Quieres hablar con ella cuando hable yo?
Miré el móvil de él y asentí deseando escuchar la voz de Angela.
—Si, por favor.
Se levantó del suelo y empezó a hablar. Zev se le veía feliz de que su hermana estuviese al otro lado del teléfono. Me imaginé que apenas habría dormido esa noche, por eso Zev le echó la bronca de que no estuviese durmiendo a esa altas horas de la noche, pero por lo que podía entrever, ella no podía dormir hasta no hablar con él. Se le veía que echaba mucho de menos a su hermana y quería mantenerla alejada de todo aquello.
Ojalá algún día Angela tuviese tantos amigos que no podría contarlos con los dedos de sus dos manos. Ojalá tuviese una vida tranquila como una pequeña de su edad. Ojalá ella no se preocupase por cosas triviales como una persona adulta.
—¿Quieres hablar con Olivia? —preguntó él y me senté mejor en el sofá.
Algo fue que Zev tuvo que separar el móvil de su oído porque se escuchaban los gritos de ella de fondo.
Sonreí al escucharla tan feliz. Zev me entregó el móvil.
—Toma.
Colocando su móvil en mi oído, respondí;
—Hola, Angela.
—Oli, te echo mucho de menos. ¿Cuando vuelves?
Sonreí, pudiendo sentirme mejor de como había estado antes. Y es que Angela parecía la mejor terapia que existía, como Rocky. Ambos eran para mi la mejor vitamina.
—Muy pronto, cariño. Pronto volveremos ambos. ¿Como estás tu y Rocky?
—Echándote mucho de menos, pero nos hacemos compañía —respondió. —Mi amigo Adam ha estado viniendo a la mansión y lo hemos pasado genial jugando con Rocky. Todavía no se ha alejado de mi, es buena señal, ¿no?
Se la notaba algo preocupada y la entendía totalmente.
Sentía que era como su otra hermana o alguien más cercano a ella. Angela siempre me hacía preguntas que a veces le preocupaba pero no le decía a su hermano mayor, quizás porque tenía más confianza conmigo por ser una mujer. Angela se había criado sin una madre y era doloroso saberlo. Yo al menos supe lo que era el cariño de una madre, pero ella no pudo saberlo.
Quería que fuese feliz y sabía que algún día lograría serlo.
—El verdadero amigo estará siempre ahí, Angela.
Por la mirada que me dedicó Zev sabía que no le gustaba mucho escuchar lo de ese amigo de su hermana. Pero él le debía de dar exactamente igual.
—Por favor, ¿puedo vivir con ustedes cuando volváis?
Aquella pregunta de ella me dolió mucho más que ninguna otra.
Lo habíamos intentado miles de veces, y hasta hacía poco, antes de subir al barco, también lo intentemos con Giulio. Pero él siempre decía que no. Giulio siempre había tenido algo oscuro que no me gustaba, aunque al principio me engañó creyendo que quería que tuviese una relación real con Zev, al final todo parecía puro teatro para poder tener beneficios conmigo.
Ahora que todo iba mucho más en serio, él solo decía que antes de llegar mayo ambos habríamos firmado el divorcio. Y eso no iba a suceder.
—¿No quieres quedarte con Giulio? —pregunté, porque tampoco quería decirle todo lo que habíamos intentado Zev y yo para que Angela estuviese viviendo con nosotros en el piso.
—Es mi papá, pero siempre está ocupado en su trabajo. Apenas tiene tiempo conmigo. Con ustedes siempre estoy feliz.
No quería prometerle nada, porque Giulio no me fiaba de él. Y tenía miedo que no me dejase volver a ver a Angela después o a ser su profesora de clases particulares. Así que tenía que mover ficha por otro lado.
—Haremos lo posible, Angela... Te prometo que algún día viviremos los 4 juntos.
Con un "si" alegre de ella, nos despedimos dándole las buenas noches a ella, para luego colgar y entregarle el móvil a Zev.
Ahí lo miré y le dije;
—Angela quiere irse a vivir con nosotros.
Por el rostro que él ponía, ya lo sabía.
—Con Giulio será difícil, Olivia.
—No me cansaré hasta poder luchar por ella.
Él asintió y sabía que él pensaba lo mismo que yo. Estábamos pensando exactamente igual y queríamos que Angela estuviese junto con nosotros para que no se sintiese sola nunca más.
Fue ahí cuando lo volvieron a llamar y él contestó.
Ahí no pude dejar de mirar para la casa.
No era lujosa, tampoco era muy pobre, pero se le veía un hogar. Quise saber más cosas y lo cierto es que aquella casa era hermosa, aunque solo lo podía ver la zona del salón gracias a la luz de las llamas de la chimenea.
Zev empezó a hablar y me llamó la atención que a cada rato dijese que si a todo, para luego decir que lo "entendía" y colgar al final. Sin entender nada, lo miré, con él suspirando para luego girarse y mirarme a los ojos.
—¿Quien era?
Sin tardar ni un segundo más, contestó;
—Sunam. Quiere que vayamos a tu casa.
Sin entender nada, pregunté;
—¿Chicago?
Zev negó.
—No. A España.
***
Y aquí un nuevo y largo capítulo de SHADOWS ;)
¿Que les ha parecido?
¿Les está intrigando?
Ya queda poco, muy poco para conocer el pasado de Olivia. Tan poco que seguramente la semana que viene sabremos varias cosas de Olivia.
¿Que les pareció la escena de Las Vegas?
Sé que el circuito de Las Vegas en F1 suele correrse entre noviembre y diciembre, pero para la ambientación de la novela quedaba bastante bien ponerla sobre esas fechas.
¿Quieren más?
¿Zev?
¿Lo que se viene?
Nos leemos el sábado ;)
Patri García
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