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C A T O R C E | R O J O 🪩

«No me gustaba verla metiéndose en lugares así. Mucho menos cuando me imaginaba que lo que habría detrás sería algo mucho más oscuro de lo que todos creíamos»

Zev Grimaldi.

Las manos de Luna viajaban por parte de mi cuerpo, metiéndose debajo de mi vestido para luego ascender hacia el diafragma, por debajo de mis pechos. Me colocó el micro de una forma magistral para que nadie lo notase. Y podría jurar que era el micrófono más diminuto que había visto en mi vida.

Mientras las manos de Luna seguían ahí, tratando de colocarla para que no se me cayese, podía notar las miradas de Ian y Benjamin como Luna trataba de colocarme dicho micro en esa zona tan magistral, escondida. Sabía que mirada estaban poniendo, con la boca algo entreabierta de que 2 mujeres estuviesen en una posición de aquella manera. Tan solo las 2 los estábamos ignorando.

Hasta que la voz de mi marido dijo;

—¿No tenías que irte ya a la discoteca, Benjamin? —cuestionó con cierto tono duro para luego dirigirse hacia su mejor amigo—. Ian...

—Claro, claro —contestó apresuradamente.

—Mierda. Con este vestido me cuesta colocártelo, señora Grimaldi —contestó Luna.

Mientras, podía notar como Zev se adentraba en la furgoneta llena de cámaras camuflada en una furgoneta de una marca de telefonía.

—Creo que se lo puedo colocar yo, Luna —contestó y juré que tenía el mismo tono que con los otros 2.

En mitad de un aparcamiento en la parte trasera de la discoteca, con el sonido de la música muy de fondo en mitad de Miami, cerca de la playa, los 5 nos encontrábamos en aquella furgoneta camuflada. Benjamin estaba marchándose, vestido de barman el cual se infiltraría en la discoteca minutos antes que nosotras. Luna también estaba vestida de camarera y tenía que marcharse ya antes de que la gente sospechase.

Mientras, yo me encontraba vestida con un impecable vestido rojo de discoteca para poder ser lo suficientemente llamativa como las otras mujeres que también vestirían de vestidos similares a mi. Mi vestido era casi diminuto, podía verse más piernas que falda, consejo que me había dado Luna horas antes en el apartamento de Ginevra.

En cambio, Zev parecía tener el entrecejo ceñido debido a que parecía no gustarle que fuese sola a la discoteca con un vestido tan llamativo para los hombres.

—Claro, señor. Me iré de camuflaje en la discoteca. No te olvides de ponerte esto y escóndelo con tu cabello, ¿vale? —preguntó Luna, empezando a alejarse mientras le daba el micro a mi marido mientras que Zev se sentaba frente a mi, dispuesto a hacer el trabajo de Luna.

—Entendido.

—La palabra clave es "tigre". No lo olvides —murmuró para luego marcharse, sin dirigirle ni una sola mirada a Ian, el cual sabía que anoche ambos habían tenido una noche pasional como lo mío con mi marido.

Aunque lo de anoche con Zev fue pura maravilla y ya estaba deseando volver a repetirlo con el idiota de Zev, que se había levantado aquella mañana en Miami con una sonrisa enorme tan chulesco como siempre.

Ahora, que era de noche, mi misión era conocer que era el "rojo" que tanto me tenía dudosa.

Luna se marchó, cerrando la puerta de la furgoneta que habíamos alquilado aquel día y ahora Zev empezaba a meterme mano debajo del vestido, más habilidoso que Luna y, con rapidez, llegó hacia mi diafragma, rozando con sus largos dedos mis pechos cubiertos con un sostén delicado y luego pegó el micro, asegurándose de que no se me caía.

La cercanía con él era increíble y la necesidad de estar haciéndolo en ese momento no era mínima. lo peor era que apenas había dejado de mirarme en todo el proceso, con aquellos ojos negros disfrutando del momento tanto como yo.

—¿Quiere jugar nuevamente, Grimaldi?

—¿Delante de Ian? Me gusta tenerte para mi solo, señora Grimaldi. Tenlo claro para futuros momentos —contestó con cierto tono juguetón.

Cuando miré delicadamente a Ian, parecía estar sonrojado, tratando de no mirar hacia nosotros.

—Creo que deberíais hablar de cosas de esas más tarde, cuando no haya gente aquí.

Reí al no acordarme del pobre Ian y negué.

Todavía sentía la mano de Zev debajo de mi vestido y, con rapidez, empecé a sacar aquella mano habilidosa de esa zona.

—Creo que ya está bien puesto.

La sonrisa chulesca de Zev se mostró por todo lo alto.

—Me aseguraba de que todo estuviese en su sitio.

Me acerqué a su oído y le murmuré;

—Está todo tal cual lo tocaste anoche —contesté con una voz seductora que hizo que Zev se le mordiese el labio al escucharme.

Ahora si, sin que Ian nos hubiese escuchado, me acerqué a los labios de mi marido, colocando mis manos en sus mejillas y le susurré;

—Nos vemos después.

Le dejé un casto beso en los labios para luego levantarme, pero las manos de él la colocó sobre mis caderas, volviendo a agacharme para sentarme en aquel asiento que tenía frente a él y colocó su mano en mi nuca.

—¿Que mierda de beso es ese? —contestó.

Su boca me comió la mía con ímpetu, metiendo su lengua en mi boca, moviéndola de aquella manera que tanto me volvía loca y cuando noté como su lengua tocaba mi paladar, tuve que aguantar un gemido debido a que teníamos espectadores cerca.

Cuando se separó, dejándome embobada, me miró de aquella manera tan suya, con los ojos algo entrecerrados, clavados en los míos y con más seriedad de lo normal.

—Vuelve de una pieza —suplicó.

Asintiendo algo idiota por ese beso, coloqué el pinganillo trasparente en mi oído, camuflándolo con mi cabello largo y rizado para luego empezar a caminar por la furgoneta, abrirla y no sin antes dedicarle una última mirada a mi marido, que parecía mucho más pálido de lo normal.

Sabía que estaba nervioso, mucho más que yo y que si salía de esa furgoneta, todos en esa discoteca sabrían quien era. Yo sería su mujer, pero para bien o para mal, no era tan conocida fuera de Chicago a pesar de lo que me había pasado con Mattia. Así que eso me daba un plus para poder camuflarme entre la gente.

Gracias a Zev, había vuelto con mi tratamiento para la hemofilia, sabía que era pesado ese tratamiento, pero también podría ayudarme para futuras complicaciones que tuviese como la última vez.

Mostrándole una de mis mejores sonrisas, cerré la puerta de la furgoneta y empecé a caminar por aquel aparcamiento algo oscuro con algunas farolas encendidas. Caminé hacia la parte externa de la discoteca, llena de gente y mucho murmullo y música.

El olor a playa me inundaba las fosas nasales mientras que las palmeras se movían suavemente por el viento que había esa noche.

Desde ahí, miré al portero enorme que había en la entrada de aquella discoteca Paradise repleta de gente para entrar.

Estaba nerviosa. Era la primera vez que me adentraba a un lugar como este de incógnito, sola y teniendo cuidado de por donde pisaría. Miami era un lugar desconocido para mi y aquello me aterraba. Estábamos muy lejos de Chicago, el hogar donde me había acostumbrado a vivir durante muchos años, donde estaban las personas que me importaban.

Suspiré, tratando de calmarme y haciendo esto para descubrir quien era. Era hora de seguir adelante, ser más fuerte y no mirar atrás todas las cosas malas que me llegó a pasar, incluyendo lo de Mattia.

Cuando llegué después de hacer unos 10 minutos de cola, el portero, tan alto y que parecía un armario de tanta musculatura que tenía, me dijo;

—Nombre y edad —respondió cortante el hombre tan alto y pareciendo un mueble.

Teniendo que elevar mi cuello para poder mirarlo, respondí;

—Grimaldi. 24 años.

El hombre de la discoteca se quedó mirándome.

La calle estaba cerca de la playa, con imponentes palmeras que decoraban el lugar, siendo tan famoso en Miami. Las mujeres que estaban a mi espalda charlaban entre ellas, deseando entrar a la discoteca y casi podía notar que alguna hasta me empujaba, queriendo ser ellas las primeras que entrasen.

Sabía que ayudaba mucho el tema de la vestimenta, ir lo más ligera posible de ropa para que el portero nos dejase entrar. Cosa que les costaba mucho más a los hombres. Quizás a muchas aquello le funcionaba, pero a mi no me hizo falta a pesar de llevar un vestido rojo llamativo y bastante ceñido a mi cuerpo, dejando ver más carne que vestido.

El portero me observó de arriba abajo, sorprendido por el apellido que le acababa de dar para luego ponerme una pulsera rosa en mi muñeca derecha y abrirme el paso para entrar hacia aquella enorme discoteca que Zev tendría que envidiar y bastante.

Sin saber que demonios hacía aquí o como me había atrevido yo sola a entrar, escuché la música demasiado más alta de lo normal, mientras en el centro muchas personas se encontraban bailando al son de aquella canción de reggaetón mientras que otras simplemente estaban sentadas en asientos cómodos bebiendo y charlando.

Frente a todo aquel bullicio, traté de mirar desde la zona alta todo el panorama. Encontrar lo que mi padre había escrito en la carta, que sería mi próxima pista para encontrar que es lo que me haría descubrir quien era realmente.

No vi nada rojo desde un principio, pero tampoco sabía que era lo que buscaba.

—Deberías acercarte a un tío y ligar con él —contestó Ian en mi oído mientras escuchaba a alguien gruñendo de fondo—. Quizás así consigas entrar.

Se me había olvidado mencionar que Luna me había puesto un collar muy delicado y fino el cual, el pequeño medallón, llevaba una cámara para que los que estuviesen en la furgoneta lo pudiesen ver. No se notaba y era una cámara diminuta, como el micro que me había puesto Zev minutos antes de salir.

Zev no tardó en contestar;

—Como un hombre se atreva a tocarte lo dejaré sin lengua.

Elevé la ceja, aun sabiendo que Zev no estaba para nada de acuerdo que entrase sola a ese lugar.

—Me las sé apañar, cariño —ironicé mientras caminaba por el lugar, mezclándome con la gente.

También llevaba otra mini cámara en un botón decorativo de mi vestido impecable rojo, mientras que en mi oído derecho llevaba un pinganillo para escuchar lo que me decían mis guardaespaldas, mi marido y el inspector Ian Santos.

Nerviosa, miré la cantidad de gente, lo enorme de aquella discoteca y seguí buscando para encontrar el rojo.

¿A que se refería mi padre con 2el rojo"? ¿Era algún objeto o una persona?

Cuando continué caminando, me choqué con Luna sin querer, que se hizo la desconocida y me dijo;

—Discúlpeme, señorita.

Me pasó un papel en mano en ese choque y continuó colocando copas en las mesas subyacentes.

Al abrir el papel, vi que ponía;

"Ve a la zona VIP."

Observando el lugar, pude ver un sitio mucho más glamuroso, donde estaba lleno de guardaespaldas a su alrededor donde nadie podía acercarse. Dentro habían 3 mujeres, el cual una de ella, la que estaba en el centro sentada, su cabello era totalmente rojo. Ni pelirrojo, ni nada... Rojo. Su vestido, que consistía en uno de color negro me hizo llamar mucho más la atención y, por encima de la música, logré decirle a los 4;

—Creo que ya he encontrado "el rojo".

—Lo vemos, Olivia. Pero hay muchos guardaespaldas, debes distraerlos y adentrarte en ese lugar.

Arrugando su frente, miré hacia todos lados y pregunté;

—¿Y como los distraigo?

—Yo me ocupo —contestó Luna, caminando por alrededor visualizándola.

En ese momento, vi como aquella mujer de cabello totalmente rojo, se acercaba a la rubia que tenía a su lado y, para mi sorpresa, empezó a comerle la boca con ganas en ese momento, mientras la otra mujer, de cabello oscuro y corto, las observaba con las mismas ganas.

Elevando la ceja por ello, traté de no ser tan obvia mirándolas. Pero cuando veo que se cansó de besar a la rubia, se giró para besar a la otra joven que tenía a su lado.

—Creo que se lo está pasando muy bien —contesté. —No sé si será buena idea molestarla.

—Trata de ligar con ella. Quizás así lo consigas —dijo Ian.

—Ni se te ocurra —contestó un Zev bastante celoso.

—Por favor, es solo para la misión... También podrías besarla.

—No va a hacer tal cosa.

Sabiendo que ninguno de los 2 me miraba, moví mis ojos, mientras negaba con la cabeza y me acerqué a la pista de baile.

—Creo que sé como hacerlo. Así que no me estéis hablando mientras trato de atraer su atención.

Caminando y contoneando las caderas, empecé a caminar mientras escuchaba unos gritos provenientes de fondo de la discoteca y una Luna saliendo como si nada hubiese pasado.

Ahí, 2 hombres empezaron a pegarse mientras que los 3 guardaespaldas de aquella mujer se fueron hacia el movimiento, tratando de alejar a aquellos hombres de su clienta. Y ahí fue cuando vi mi oportunidad.

Mientras ella estaba disfrutando de la compañía femenina, me acerqué peligrosamente, quedándome de pie a 2 metros de ella y, cuando la mujer de cabello totalmente rojo, con unos ojos tan claros, la voz de Ian sonó en mi pinganillo.

—Sé quien es... —contestó. —Es Marta Reyes. De la familia Reyes de Miami... Son los dueños de esta ciudad y la única hija, Marta, la de cabello rojo, es la heredera de ese clan. —Tratando de parecer que no tenía nada en el oído hablándome, continué mirando a esa mujer que me observaba de arriba abajo, como si me estuviese aprobando—. Estuve investigándola, pero siempre era escurridiza. De unos 30 años, es la mujer más adinerada de este estado.

La tal Marta Reyes dejó su bebida a un lado, para cruzarse con sus largas piernas y su rostro, que parecía más una modelo, no dejaba de observarme intrigada.

—¿Te quieres apuntar, cariño? Hay sitio para más.

Podía escuchar el sonido de la respiración de mi marido en el fondo de mi oído, pero lo ignoré.

—¿Eres Marta Reyes?

Juré que escuché una risa del fondo de su garganta, para luego mirarme con aquella sonrisa que se me parecía totalmente a la de Zev cuando lo conocí.

Sus ojos, totalmente claros, me miraban con aquella intriga, volviendo su vista hacia mi cuerpo, para parar nuevamente hacia mis ojos.

—Serías la única de Miami que no sepa quien soy... Me imagino que no eres de aquí —murmuró. —¿De donde eres, hermosa?

Y supe que lo que diría era la diferencia de descubrir quien era mi padre, que me había estado ocultando y que es lo que descubriría muy pronto.

—Vengo de Chicago, aunque soy española —contesté mientras los guardaespaldas todavía seguían debatiéndose con aquellos hombres—. Me llamo Olivia Lara.

Al decir mi apellido de soltera, lo único que conseguí fue cambiarle el rostro a esa modelo. De mirarme con ganas de hacerme maldades, a una totalmente seria, como si fuese alguien importante en esa discoteca, incluso más que ella. Arrugando mi frente, traté de mantener la calma porque no sabía que es lo que vendría a continuación.

Juré que su bebida, que la había tomado para beber, casi cayó al suelo. Dejando de lado a las 2 mujeres que había en cada lado de ella, dejó su bebida nuevamente en la mesa y se levantó, observándome a los ojos como si hubiese visto un fantasma.

Podría decir que hasta intentó hacer un gesto que al final decidió no hacer, no supe que gesto exactamente porque ni siquiera lo empezó, pero cuando vinieron sus guardaespaldas, me pusieron la mano en mis antebrazos para empezar a echarme.

—¡Paren! Ni se os ocurra tocarla —contestó la tal Marta.

—Pero... Jefa...

—Deberíais arrodillaros ante ella, no echarla como agua sucia. —Marta caminó hacia mi lado para colocar su mano en mi espalda baja y guiarme a lo lejos de aquella pista. —Venga conmigo, señorita Lara.

Me guió hacia un lugar más alejado dentro de la propia discoteca. Subiendo unas escaleras y alejándome de mis guardaespaldas. Podría jurar que mi marido maldecía en voz alta, pero lo ignoré, ya que estaba totalmente nerviosa por lo que podría encontrar. Ella era la primera pista, el rojo que decía mi padre en la carta que encontrase. El rojo era ella y nadie más.

Llegando hacia un enorme pasillo, donde habían varias puertas cerradas, me guió hacia la última puerta que había, frente al final del pasillo. Lejos de todo el mundanal ruido de aquel lugar, cuando lleguemos a esa zona, ella abrió la puerta, haciendo un gesto para que entrase.

Al meternos dentro, Reyes cerró la puerta y luego se giró para mirarme. Su cuerpo, esbelto con aquel vestido oscuro, se preveían todas las curvas que poseía. Me quedé quieta, nerviosa por lo que podría escuchar de mi padre.

Mirándome de arriba abajo, se cruzó de brazos para murmurarme;

—Nunca pensé que la hija de Marcelo estaría tan buena que desearía follarla. —Se mordió el labio inferior y luego contestó—. Pon tu bolso en esa mesa y ponte frente al espejo.

Sin entender que quería hacer, pregunté;

—¿Por que?

—Hazlo. No te lo pienso repetir —contestó con una voz seria.

Me acerqué a la mesa, dejando mi pequeño bolso, y luego me dirigí hacia el espejo que había cerca de su escritorio. Marta se acercó a mi peligrosamente, me obligó a abrirme de piernas y extender los brazos. Y ya sabía que es lo que pensaba hacer.

Solo esperaba que no descubriese que llevaba cámaras y un maldito micro.

Sus manos empezaron a posarse por varias zonas de mi cuerpo, tratando de ver si había algún arma o algo que la pusiera en peligro. Pero yo solo no dejaba de pensar en que podría descubrir que estaba grabando aquella conversación.

Así que traté de usar el humor para evitar desgracias.

—Te recuerdo que estoy felizmente casada.

Lanzó una risa descarada para murmurarme;

—Si, con Zev Grimaldi. Todo el mundo lo sabe. —Continuó sus manos bajando hacia mis piernas, de una en una, consiguiendo levantarme un poco la falda para luego volver a subir y continuar tocando frente a mis pechos—. No había visto tu foto cuando rodó por todos lados cuando el cabrón de Mattia hizo lo que hizo. —Ya me estaba tocando las narices tanto tocar y estaba a punto de girarme y encararme con ella, cuando dijo—. Pero menudo monumento eres, nena.

Ian y Zev tendrían que estar teniendo unas vistas interesantes desde la cámara que se me veía frente al espejo.

—No sabes cuanto te envidio ahora mismo, Olivia —contestó Ian y se escuchó un quejido, como si Zev le hubiese pegado un bofetón.

Zev no le estaba gustando para nada.

Cuando acabó, dijo;

—Limpia.

En cuanto Marta se giró, me quité el pinganillo y lo metí dentro de mi sostén por si terminaba descubriéndolo si levantaba mi cabello. Y así no tenía que estar escuchando a Zev quejándose por el otro lado.

—¿Que hago aquí? ¿Por que mi padre dijo que buscase el rojo en esta discoteca, cuando claramente eres tu?

—Primero que nada, guapa... —Se puso frente a su escritorio, colocando sus manos sobre la mesa y dijo. —Tu padre te ha ocultado algo muy, muy grande que ni te esperas.

Empezó a rebuscar cosas en los cajones de aquel escritorio mientras que yo observaba cada gesto.

Detrás suya se encontraba un enorme ventanal donde se podía ver la ciudad de Miami lleno de luces en la noche.

Mientras ella seguía con su labor, mi miedo a que la verdad fuese algo totalmente desagradable, tan solo murmuré;

—Dime que mi padre no era un líder mafioso en Italia... Eso si que no podría tragarlo.

Ella empezó a reírse.

Casi tanto que tuvo que sentarse en su pedazo de trono mientras se tocaba el estómago. ¿Acaso era un payaso que hacía gracia? Con mi rostro de enfadada, la seguí mirando mientras ella trataba de calmarse.

—Por supuesto que no... Tu padre no se tomaría muchas molestias en ocultar tu verdadero pasado si fuese un simple líder de una familia.

Continuó rebuscando cosas hasta que encontró algo.

Levantándose de su trono, caminó hacia un cuadro echo a mano de ella y lo que parecía un hombre 20 años más mayor, imaginándome que sería su padre, el patriarca de los Reyes en Miami.

—Ni siquiera el nombre y apellido de tu padre son los verdaderos.

Aquello me cambió totalmente el rostro.

—¿Que? ¿No se llamaba Marcelo Berruti?

Negó.

—No, pero no soy quien para decirte como se llamaba. Y cuanto menos tiempo pases aquí, mejor para mi hermoso culo.

Rebuscó una caja dentro de su caja fuerte y cuando la sacó, miró la hora.

—¿Por qué tanta prisa? —Mi pregunta en el rostro de ella parecía estúpida.

Con sus manos en sus caderas, contestó;

—Nena, las Smirnov te estarán buscando. Si has recibido esa caja de tu padre, es porque estás en verdadero peligro y tu padre quiere salvarte aunque esté muerto —respondió brusca—. Le debí una bien grande a tu padre, me salvó la vida no una, ni dos, sino tres veces. Y si hago esto es porque fue el mejor hombre que la tierra ha tenido. No se merecía como acabó, ni mucho menos lo que arrastró por culpa de su familia... Tu familia. Y ahora estás tu por culpa de los de tu propia sangre hicieron en el pasado. Pero créeme que lo mejor que puedes hacer ahora es seguir esas malditas pistas —habló contundente mientras caminaba con aquella caja entre sus manos.

—¿No me vas a decir quien fue y quien mierda soy yo? —pregunté cabreada—. Pues vaya mierda de pista, guapa.

Juré que a Marta parecía gustarle mi forma de hablar.

—No... Debes ceñirte al plan de tu padre.

Me entregó una caja entre las manos.

Sin decirme nada, me señaló la caja con sus ojos para que la abriese.

Y, tan rápido cuando tuve esa caja, fue como si algo hubiese echo clic en mi interior.

Aquella mujer me estaba diciendo que mi padre no pertenecía a ninguna familia en Italia, ni mucho menos estaba metido en negocios parecidos a los de la familia de mi marido. Pero, entonces... ¿Que es lo que ocultaba mi padre? ¿Quien era para que me estuviese protegiendo sin estar y haberlo planeado absolutamente todo desde antes de morir?

Nerviosa, observé aquella caja y, aguantando la respiración, empecé a abrirla lentamente. Tenía miedo de que encontrase alguna imaginé turbia, algún objeto doloroso o cualquier mierda que la mafia fuese capaz de hacer. Pero, al abrirla, la sorpresa me invadió.

Dentro había una tarjeta escrita a mano con una dirección desconocida y, al lado, una llave con un llavero totalmente extraño de color azul marino. Sin entender absolutamente nada, miré hacia aquella mujer que tenía puesta sus ojos clavados en mí.

Sabía que no entendía nada.

—Ve a esa dirección y utiliza esa llave. Ahora quiero que te largues de mi discoteca, y cuando te dirijas a esa dirección, esfúmate de mi ciudad —respondió con un tono de líder—. Espero no tener que verte en mi vida. Y no lo tomes como si me cayeses mal, sino porque como volvamos a vernos, tanto tu como yo acabaremos muy mal por las Smirnov.

Si, entendía a que se refería.

Asentí para luego susurrarle;

—Gracias, Reyes.

—Marta —aclaró rápidamente—. Eres la hija de Marcelo, y aunque no conocieras realmente a tu padre, solo puedo decirte que no es lo que tu crees. No fue mala persona. Trató de salvarte y ojalá yo tuviese un padre como el que tuviste tu, Olivia.

Con aquellas palabras, la tranquilidad se inundó en mi pecho unos segundos para luego despedirme de ella.

—Adiós, Marta.

Una vez estuve frente a la puerta, tomé el pomo para abrirla cuando ella dijo;

—Olivia, protégete. —Al girarme, asentí y con una sonrisa, Marta concluyó. —Y ahora lárgate de mi vista.

Sonreí, largándome de aquella discoteca y volviendo a colocarme en pinganillo para decir;

—Estoy saliendo, ya tengo todo.

—Nos vemos en la furgoneta —Luna contestó.

En cuanto salí de la discoteca, llegando hacia los aparcamientos traseros y acercándome a la furgoneta, un Zev totalmente enfadado salió de allí para decirme;

—¿Como mierdas haces tal cosa? Tenías que quedarte donde Benjamin y Luna te viesen.

Mirándolo ya acostumbrada a nuestras discusiones, respondí;

—¿Y que hago si ella me dijo que era más seguro así?

—¿Y quitarte el pinganillo?

Suspiré para susurrarle en mitad del aparcamiento con tan solo una simple farola iluminándonos.

—Por seguridad. Zev, ¿de verdad vamos a discutir por esto?

Se le notaba totalmente angustiado y preocupado, pero al ver que tenía razón, asintió y bajó aquel enfado que me estaba mostrando.

Se acercó a mi rápidamente y me abrazo con cariño, totalmente preocupado por ello. Escuché como disfrutaba de oler mi cabello y yo le devolví el abrazo, disfrutando de su cercanía siempre que teníamos la oportunidad.

Cuando se separó, habló;

—¿Que tienes?

Le enseñé la llave que tenía guardada en mi bolso.

—Una llave y una dirección. Hay que ir cuanto antes. Porque cuanto más tiempo estemos en Miami, más rápido nos rastrearán aquellas mujeres sanguinarias —concluí, consiguiendo que Zev asintiese.

Y todos nos dirigimos en ese preciso momento hacia aquella dirección no muy lejos de aquella discoteca.

***

Y aquí está un nuevo capítulo.

¿Que les ha parecido?

¿Que piensan de la mujer de rojo?

¿Como empezó el capítulo?

¿Olivia y Zev?

¿La escena de la discoteca?

¿Lo que se viene?

Nos leemos el sábado ;)

Patri García

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