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Shadow of your smile


TW: Relación tóxica, autolesión, dependencia emocional, suicidio.


Apenas sabía nada de él esa vez que le vi en la sala de espera del psicólogo. Era tan solo un chico del instituto que tenía muchos amigos y le sacaba una sonrisa a todo el mundo. No entendía qué hacía allí una persona tan radiante como él. Alguien capaz de llenar de alegría a quienes le rodeaban, se sentaba en ese momento ante mí, casi encogido como si intentase esconderse sabiendo que no podía.

Y entonces reparé por primera vez en las mangas largas que llevaba en pleno verano y recordé también sus tatuajes en las muñecas las pocas veces que le había visto con los brazos desnudos. Y me di cuenta de que, seguramente, aquel chico había sufrido mucho más y mucho más intensamente que yo a lo largo de su vida.

Como siempre, sentí el impulso de abrazarle o de reconfortarle, pero, también como siempre, el miedo y la timidez me frenaron. No sabía como reaccionaría y, sobre todo, no sabía nada de su dolor y me sentía culpable del mío.

¿Qué hacía yo allí? No me pasaba nada. No había pasado por ninguna ruptura dolorosa, mis padres estaban felizmente casados y habían aceptado mi bi sexualidad sin problemas y, por encima de todo eso, tenía unos amigos maravillosos y estaba en el buen camino para estudiar y dedicarme a lo que siempre había soñado, la música. Y sin embargo, no creía en mí mismo y no tenía ninguna esperanza. Y además, a pesar de que era consciente de que era amado por quienes me importaban, mi mente y mi corazón se ponían a menudo en mí contra y trataban de hundirme convenciéndome de lo contrario.

En efecto, no tenía ningún problema. Mi único problema, mi único enemigo, era yo mismo.

Y aún así, era lo suficientemente egoísta como para que lo primero que se me pasara por la cabeza al verle así fuese que las personas que sonríen mucho no son de fiar.

Porque yo estaba jodido y se me leía en el rostro. Pero él estaba mil veces peor. Si yo había pensado en matarme, él probablemente lo había intentado ya alguna vez. Y no obstante, si le mirabas cualquier día por los pasillos del instituto, lo único que leías en su rostro era despreocupación. Tenía una sonrisa preciosa que transmitía paz y esperanza. La esperanza era seguramente lo único que le mantenía vivo.

-Me gusta tu...sonrisa-le espeté desde mi asiento, al otro lado de la mesa cubierta de revistas viejas llenas de páginas arrancadas.

Había sido una estupidez decirle eso. Ni siquiera estaba sonriendo en ese momento. De hecho, estaba bastante seguro de que se estaba esforzando por no llorar. Pero levantó la mirada hacia mí y trató en vano de sonreírme, aún cuando yo ya había adivinado todas las ruinas que se escondían tras aquella fastuosa y colorida fachada.

-Gracias-murmuró, bajando los ojos otra vez.

De verdad me hubiese gustado hablar algo más con él, ser su amigo, esa clase de amigo con la que puedes contar para lo que sea, pero las pocas veces que tomaba la iniciativa para hablar con alguien, la otra persona parecía responder con evasivas y yo había acabado por perder la esperanza también en ese aspecto y por aceptar que, tal vez, relacionarme con las personas no era lo mío.

Lo peor de aceptar eso era que también había tenido que aceptar que, si alguien me gustaba, nunca iba a tener el valor de decírselo. Por eso, tal vez lo mejor era que no le hablase al chico de la sonrisa perfecta y los ojos tristes. Después de todo, había acabado por enamorarme de personas mucho más improbables y el chico era guapo y se podía decir que, de alguna manera, ya me gustaba. Y era mejor no indagar en su personalidad, porque tenía la impresión de que podía cautivarme. Y era mejor también no indagar en su dolor, porque estaba bastante seguro de que iba a sentir la necesidad de protegerle y curarle de su mal, y ni yo ni nadie era capaz de eso.

Desde que tengo memoria, he deseado y temido casi a partes iguales el ser amado. Me ha dolido siempre el creer que tengo mucho que dar y nadie a quién dárselo, nadie que lo quiera. Me gustaría que no fuera tan difícil amarme, y no tener que preguntarme qué hay de malo en mí...y a la vez, no estoy seguro de si el amor de otra persona podría ayudarme a amarme más a mí mismo o si, por el contrario, mi falta de autoestima acabaría por arruinarme y arrastrar a esa persona conmigo. Tal vez no me sentiría suficiente. Tal vez sentiría que no merezco ser amado.

Son reflexiones que hacía a menudo y nunca me llevaban a ninguna parte. Después de todo, nada de eso iba a pasarme a mí. Mi vida no era ninguna película.

-¿Te conozco...?-dijo él.

-¿Eh?-levanté la cabeza, sorprendido.

-Sí...creo que te conozco...del instituto...¿no?

-Sí...-titubeé-De vista.

-¿Estás bien?-preguntó él, con una sonrisa más tímida de lo que era habitual.

-Sí-respondí, sin pensar.

Era mentira, por supuesto, pero lo hice en parte por costumbre y, en parte, porque suponía que mi dolor no era nada comparado con el suyo. Me equivocaba en quitarle importancia a mi propio dolor al compararlo con el de otros, me equivocaba en no hacer un esfuerzo por salir de mi propia jaula. Pero todo eso no lo sabía entonces.

En ese momento, la recepcionista le avisó de que era su turno. No alcancé a oír bien su nombre. En cierta manera, era lo mejor. Era como cuando todas esas veces que, de niño, mis padres me decían que no le pusiese nombre a todos los erizos, caracoles y otras criaturas con las que jugueteaba, pues si no les cogería cariño. Y yo no quería cogerle cariño a nadie. Casi todas las veces que lo había pasado mal antes de entonces había coincidido con algo parecido al amor. Ya estaba bastante mal por rechazarme a mí mismo como para tener que soportar que alguien más lo hiciera.

Cuando volví a casa esa noche, después de una charla con el psicólogo sorprendentemente larga, sobre todo teniendo en cuenta que no le había dicho ni la mitad de las cosas que realmente me preocupaban, solo una cosa había cambiado. No tenía una preocupación menos sino, de hecho, una más. Quería ver al chico sonriente. Quería verle de nuevo y saber que su sonrisa era genuina y verdadera, pero me frustraba saber que eso no estaba en mi mano.

Lo vi al día siguiente. Estaba apoyado en una de las taquillas, riendo ruidosamente con sus numerosos amigos. Sin embargo, eso no significaba que estuviera bien. Era lo que más me preocupaba de él. Tenía muchísimos amigos, pero...¿cuantos sabían realmente lo que le pasaba? ¿Cuantos se habían atrevido a preguntarle por qué sentía la necesidad de hacer lo que hacía, o de donde provenía ese dolor? Y yo...sentí en ese momento una gran necesidad de ser ese amigo en cuyo hombro el chico sonriente pudiese llorar. A pesar de que no sabía ni su nombre...quería escucharle y abrazarle, y hacer todo lo que pudiese hacer por él. Y en cuanto a mí...una vez que me había interesado por él...ya era tarde para mí...

Más tarde salí de clase y me puse los auriculares. Todavía no era hora de irme, pero por algún motivo ya no aguantaba más. Empezó a sonar una canción al son de la cual había llorado hasta dormirme hacia unas noches. Estaba en un idioma que no comprendía, lo mismo podía ser francés que ruso. La melodía me llenaba de melancolía, pero por alguna razón seguramente masoquista, no podía dejar de escucharla.

Con las notas finales de esa canción, le vi de nuevo. Estaba de espaldas, mirando por la ventana. Sus hombros temblaban ligeramente, aunque no hacía frío. Me di cuenta de que sollozaba en silencio y entonces, sin saber como, por fin me acerqué a él. Le di un toque leve en el brazo y le pregunté, sabiendo muy bien la respuesta, si estaba bien.

-Sí-suspiró, sonriendo en mi dirección.

Esta vez su sonrisa era miserable, y se apagó en cuestión de segundos. Sus ojos estaban hinchados y enrojecidos.

-¿Por qué mientes?

-¿Cómo?-el chico se sorbió los mocos.

-Estás mintiendo. A todo el mundo. No deberías sonreír si no eres feliz. No deberías...No estás bien, pero no lloras...no dejas que nadie te vea porque crees que eres débil y no quieres más que contagiar a los demás tu felicidad, pero les estás mintiendo, porque no hay ninguna felicidad que contagiar. Tienes una sonrisa muy bonita. Tanto que no soy capaz de imaginarme como sería si fuese de verdad pero...

-No te importa-respondió él, con tono cortante.

-Sí, sí me importa. No sé por qué, pero así es. Si vas a llorar hazlo conmigo. Yo ya estoy roto, a mí nunca me has engañado con tu falsa alegría.

-Ni siquiera te conozco.

-Sin embargo, yo creo que te conozco más de lo que te conocen tus amigos.-no era culpa de sus amigos, sino suya, pero no podía decirle eso porque sabía que no haría sino herirle.

-No sabes nada de mí-insistió él, haciendo ademán de marcharse.

-Sé que no estás bien. Eso es suficiente-dije.

Se detuvo frente a mí, todavía temblando, mientras yo mismo luchaba por contener las lágrimas. Entonces cayó en mis brazos como fulminado y se echó a llorar ruidosamente.

Cuando volví a casa poco después tuve la sensación de que ya no podía dar vuelta atrás. Lo que acababa de hacer iba a curarme o a acabar por fin de destruirme por completo. Quizá ambas cosas a la vez.

Pronto supe su nombre, Hoseok. Algunos de sus amigos lo llamaban Hope, que, irónicamente, significaba "esperanza". Luego comenzamos a pasar tiempo juntos y, en cuestión de semanas, comenzamos a depender el uno del otro, a pesar de que ambos sabíamos que no era bueno. Cuando estuviésemos mejor, si llegábamos a estarlo, me dije, nos despegaríamos. Pero a mí me asustaba la idea de perderle y él tenía una forma demasiado física de necesitarme. Solo podíamos ser nosotros mismos el uno con el otro, al menos hasta cierto punto; tal vez era por eso.

Pasamos de quedarnos a dormir juntos en una casa o en la otra a dormir en la misma cama. Y después de eso pasamos a no poder cerrar los ojos si no estábamos abrazados. Y más tarde, comenzó a haber algo más. Él fue la primera persona con la que me acosté, y la primera a la que besé. Y a partir de ahí, mi corazón empezó a romperse en pedazos. Porque, si bien en un primer momento sus labios y sus caricias solo me habían hecho sentir emoción, luego fui capaz de ver que nada había cambiado para él. Yo no era más que un pañuelo, con más de un uso. Y él me llevaba en su bolsillo, pero no podía estar seguro de que no fuese a tirarme al suelo una vez que no me necesitara.

Cada vez que me besaba yo me sentía en el cielo. Podía ver su sonrisa, que era generalmente menos frecuente cuando estaba conmigo. Y de alguna forma, era sincera. Sin embargo, cuando me daba la vuelta en la cama, rodeando su cintura con mis brazos, enterraba mi rostro entristecido en su espalda y me daba cuenta de que simplemente había estado saciando sus necesidades físicas conmigo como podía haberlo hecho con cualquier otro. Y aunque me dolía, muy en el fondo sabía que prefería que fuese a mí a quién utilizase.

Hubiese debido ser egoísta, me dije a menudo todas esas noches que pasé en vela, llorando en silencio. Si tan solo no me hubiese fijado en el chico sonriente, si tan solo me hubiese concentrado en acabar con mi propio dolor...si tan solo nunca hubiese oído su nombre. Pero en el momento en que me lo dijo supe que solo necesitaba tiempo para enamorarme de él. Y no me había equivocado.

Hope dejó de ir al psicólogo. Le resultaba mucho más efectivo hablarme a mí de sus problemas, que no eran pocos. Me hablaba de su familia, que le había rechazado y exiliado sin ningún miramiento cuando les confesó que se sentía atraído por los chicos. Me hablaba de su ex novio, con el que había vivido durante un largo periodo después de dejar la relación. Había sido su salvador en un principio y, más tarde, su verdugo. Me hablaba también de la soledad de su nuevo apartamento y de todas esas veces que se había querido morir y esas otras que había intentado matarse y no había sabido si era valiente por seguir viviendo o cobarde por no atreverse a surcar las venas de sus brazos con el cuchillo.

Yo, en cambio empecé a ir cada vez con más frecuencia. Necesitaba ir, porque me ahogaba la angustia y, una vez más, la soledad. Ingenuo de mí, siempre había pensado que me bastaría con no dormir a solas o con tener a alguien entre mis brazos y pegado a mis labios para dejar de estar solo. Las cosas no eran tan sencillas. Y ni siquiera era capaz de hablar de nada de eso. Seguía pidiendo cita para luego responder con monosílabos y encerrándome con llave dentro de mí mismo.

Cuando llegaba a casa, tocaba el teclado con furia y lloraba sobre las partituras y escribía canciones para liberar mis sentimientos y después arrugarlos y lanzarlos a la papelera sin piedad alguna. No sabía por qué pero sentía la necesidad de que las heridas que ya empezaban a cicatrizar en su piel resurgieran en la mía.

Y cuando un día observé asustado, con lágrimas en los ojos, la sangre que brotaba de mis muñecas, supe que tenía que detener lo que fuese que tuviésemos Hoseok y yo. No le dije que me dejara, ahora que ya estaba bien, para que yo también pudiese recuperarme. No le dije que su amor me había hecho desear la muerte. Al fin y al cabo, no era culpa suya. Al fin y al cabo, no era más que un niño herido y perdido entre la multitud. De modo que simplemente dejé de pasar tiempo con él y comencé a ignorar sus mensajes cada vez con más frecuencia, por más que me costase, por más que me doliese. Ya le había devuelto su sonrisa genuina, y con eso era más que suficiente, me dije. Escribiría baladas sobre él, le dejaría sobre el papel. Pero tenía que olvidar lo que sentía por él antes de que me destruyese por completo.

Al principio, pensé que él estaba bien. Me enfoqué en mí mismo y poco a poco comencé a no estar tan mal. Intenté tratarme a mí mismo con el mismo mimo con que le había tratado a él, y convencerme de que de veras lo merecía. Lentamente, las cosas cambiaban. Volví a salir con mis amigos y me di cuenta de que no tenía que contarles nada si aún no estaba preparado. Lo comprendían tanto como podían llegar a comprenderlo tan solo mirándome a los ojos, y eso era suficiente para mí.

Por supuesto, mi mirada aún vagaba en busca de Hoseok por los pasillos, y mi corazón aún temía que realmente mi distanciamiento le hubiese hecho daño. Pero no creo que fuese por mí que hizo lo que hizo, pese a lo imposible que me resulta no culparme por no haber estado ahí...

Un día me di cuenta de que hacía mucho tiempo que no sabía nada de él. Tuve de repente la necesidad de explicarle por qué me había ido. Y no pude explicarle nada. No pude, porque cuando abrí con mis viejas llaves la puerta de su apartamento, Hoseok estaba tirado sobre un sillón con un bote de pastillas casi vacío en la mano y una sonrisa en el rostro. Me dieron escalofríos cuando me di cuenta de la paz y la impotencia que transmitía esa boca cuyos besos me habían destrozado el alma tan a menudo.

Estaba muerto.

Quizá por mi culpa. Quizá debería haberme quedado a su lado, sin que nada importara. Quizá hubiese sido lo bastante fuerte como para levantarle y no caer, pero en cualquier caso ya era tarde...

Estaba muerto.

E incluso muerto sonreía, pero yo sentí que nunca sería perdonado.


Esto es un relato original que adapté al Yoonseok. Lo escribí hace casi un año y se suponía que iba a ser una historia bonita donde dos personas mentalmente dañadas se conocen y sacan lo mejor el uno del otro, pero por cosas de la vida terminó convertido en esto, y me dio el bajón cuando acabé de escribirlo, porque siento que es muy irregular y deprimente XD. 

BTW estoy subiendo un Yoonjin :)

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