Capítulo 3: Lancelot
Escuchó el fuego arder a su alrededor. Las flamas iluminaban la oscura noche, mientras los gritos de agonía y dolor eran el lamento silencioso de la noche. Él lo escuchaba todo, posiblemente sus gemidos de dolor se confundían con los del resto, pues sentía como si el mismo fuego estuviera dentro de su piel, en especial en su vientre. Entre abrió los ojos sintiendo algo mojado debajo de su mejilla. Una mezcla entre tierra y agua, o lo que asumió era agua en un principio; un charco de sangre carmín lo rodeaba ¿era de él?, ¿era de alguien más?
Su visión era borrosa y su cuerpo yacía o bien entumido o adolorido en diferentes áreas. Hacía frío, pero estaban en pleno verano, él sabía lo que significaba eso. Su vida estaba desvaneciéndose poco a poco, como el fuego a su alrededor.
–Ya es muy tarde– escuchó la suave voz de un ser femenino, haciéndolo abrir los ojos nuevamente, para ver un vestido que tocaba el piso.
–Huye...– alcanzó a decir moribundo.
–¡¿Estás bien?!– gritó ella arrodillándose en el suelo y lograr distinguir unos ojos color esmeralda –No te preocupes, yo te ayudaré.
–Hu... ye...
Su visión se volvió oscura, perdiendo todo conocimiento. Era su momento de decir adiós, era todo para él.
*-*-*-*-*
El humo, que se mezcló con la oscuridad de la noche, vino a su mente. Un grito de guerra de parte de todos aquellos que lo acompañaban resonó en su mente, mientras él luchaba con su vida por alguna razón que en ese momento había dejado de ser clara. Alguien lo había herido de gravedad, recordaba aquella sonrisa arrogante al penetrar su vientre con su espada y sintió la mirada penetrante detrás de la celada de su yelmo.
–Que decepción... Lancelot– le sonrió despectivamente.
¿Era acaso ese su nombre?, ¿Por qué todo parecía empezar a alejarse de él? Los recuerdos empezaron a empañarse en las tinieblas que nublaban su mente.
–Hey... ¿Me escuchas?– un sonido distante pareció traerlo de regreso del más allá. ¿Acaso conocía esa voz? No, pero se le hacía vagamente familiar –¿Puedes abrir los ojos?– de nuevo le hablaban. Con mucho esfuerzo entreabrió los ojos para toparse con unos color esmeralda, él los había visto antes –¿Cómo te sientes?, ¿Puedes responder?
Una eriza de púas color rosa como la flor de cerezos lo miraba con consternación. Era la misma eriza que recordaba haber visto antes de desmayarse en el campo de batalla. Dirigió su mirada a los alrededores para ver pequeñas lámparas de aceite iluminar los rincones oscuros de la habitación. Yacía sobre una pequeña cama y sentado frente a él yacía aquella extraña eriza rosa con varios vendajes teñidos en sangre sobre su regazo. Se alarmó un poco al distinguir la sangre seca sobre el vestido de tonalidades azules y aquas, ¿acaso se había lastimado también?
–Me alegro que hayas despertado– le sonrió cordial –Has dormido casi dos semanas, pensé que no lo lograrías.
–"¿Esa sangre es mía?"– pensó desconcertado. Bajó la mirada lentamente para toparse con varios vendajes sobre su vientre. Intentó sentarse, pero le fue imposible debido al intenso dolor. –¡DEMONIOS!– gritó adolorido.
–¡Basta!– detuvo la eriza rosa alarmada –No te muevas o te abrirás las heridas.
Ella sujetó sus hombros con fuerza para hacerlo recostar nuevamente sobre la cama, y sin fuerzas para oponérsele se quedó quieto. Su mente empezaba a despertar con suma rapidez y cientos de preguntas empezaron a bombardearlo, como ¿Dónde estaba? Y la más importante ¿qué le había pasado?
–Todo está bien ahora, debes descansar
–¿Quién eres?- preguntó el moribundo erizo.
–Mmm... tú puedes llamarme Amelia– se presentó con una sonrisa. –¿Cuál es el tuyo?
La observó con desconfianza por unos instantes, antes de decidirse si responder o no –Lancelot– respondió cortante –Creo...– murmuró recordando aquel sueño.
–¿Lancelot?– repitió ella pensativa –Creo haber escuchado de ti antes... ¿No eres un mago o algo así?– preguntó con cierta luz en su mirada.
–No sabría decirte– negó con la cabeza –No recuerdo nada de lo que pasó antes de verte– explicó –Aunque podría jurar que no lo soy.
–Oh...– exclamó con cierta decepción. –Que mala noticia.
Arqueó una ceja un tanto intrigado. De todo lo que le había dicho lo único que a ella había parecido importarle había sido si él era un mago o no. Suspiró imperceptiblemente restándole importancia a su reacción, tenía cosas que hacer que no la involucraban a ella, entre ellas averiguar qué fue lo que le pasó exactamente.
–Eso me recuerda– habló Lancelot nuevamente –¿Qué pasó? es decir ¿Cómo...
–Fue una fea pelea. Aunque no sé muy bien por qué empezó– interrumpió la eriza rosa poniéndose en pie. –Fuiste el único sobreviviente– explicó desanimada.
–Entiendo– murmuró Lancelot pensativo –¿Y tú qué hacías ahí?
La eriza se mantuvo en silencio con una expresión pensativa, como recordando algo que le ocasionaba una gran tristeza.
–Buscaba a alguien– respondió al fin, con su mirada fija a sus pies –Pero no lo encontré– negó sutilmente con la cabeza. –Alguien que aprecio mucho se fue de viaje hace algún tiempo y pensé que estaría en tu villa. Vi el fuego en la noche y corrí al lugar, pero al llegar sólo vi el campo de pelea lleno de cuerpos... pensé que nadie había sobrevivido hasta que tú hablaste– le sonrió con un expresión triste –Tú querías protegerme.
–Estaba delirando– respondió Lancelot velozmente. –No te conozco, no tengo porque protegerte.
–Supongo que es cierto– concordó la eriza con una suave sonrisa.
–¿Y por qué me has traído a tu morada? ¿Acaso no sabes que hay gente mala allá afuera?
–Lo sé... créeme, lo sé– respondió Amelia con una expresión de desagrado en su rostro –Es sólo que...– calló para verlo fijamente por unos segundos, haciéndolo sentir incómodo –Me recuerdas a alguien que conocí... eso es todo.
–¿Alguien?
–Tal vez algún hermano tuyo.
–Soy hijo único– respondió al acto, haciendo que ella lo viera con sorpresa, aunque debía de admitir que él estaba sorprendido por igual. No estaba seguro porque le había dicho eso, pues no recordaba ni siquiera el haber tenido familia, pero algo en sus adentros le decía que no tenía hermanos.
–Oh... entiendo– asintió la eriza rosa con cierta decepción. –Bien Lancelot, descansa, esas heridas sanaran en un par de días. Puedes quedarte hasta entonces.
–No sabes nada de mí, puedo hacerte daño o...
–Si ese fuera tu deseo– interrumpió la eriza –No me advertirías– le sonrió con dulzura. –Tomaré el riesgo.
Lancelot la vio salir de la habitación dejándolo en completa soledad. Suspiró pesadamente observando el techo abobado. Recordaba escenas de la pelea, todo era tan confuso, tan borroso. Aún lograba recordar la sonrisa retorcida y llena de satisfacción del caballero de reluciente armadura que había logrado lastimarlo de muerte.
–¿Por qué peleaba?– se preguntó confundido –¿Por qué siento que debo de regresar al campo de batalla?
Lancelot suspiró abrumado por los cientos de pensamientos que lo atormentaba, pensamientos que en las noches venideras no lo dejarían descansar en paz.
Los días y noches pasaron y sus heridas físicas mejoraron con gran notoriedad. Pronto logró levantarse de la cama y por primera vez en mucho tiempo, logró ver el exterior. Lancelot estaba en una torre, en lo alto de la misma, en donde podía ver un lago rodeándolo y a la distancia un frondoso bosque de árboles con copas de color verde en donde podía escucharse a la gran fauna que lo habitaba.
–El bosque de Brocelianda– murmuró Lancelot al viento.
–¡¿Sabes su nombre?!– un grito lo alarmó volteando al instante y ver a la eriza rosa observarlo con admiración.
–¡¿Qué pasa contigo?!– regañó –No me sorprendas así.
–Oh, lo siento– le sonrió traviesa –Es que duramente mucho tiempo quise saber su nombre– explicó Amelia caminando hacia la ventana, a su lado –Pero nunca supe el nombre del lugar. Pensé que no tenía uno.
–Es poco probable, más si en éste hay villas y aldeas.
–¿Hay muchas allá afuera?
Lancelot la volteó a ver un poco desconcertado por su pregunta, pues era más que obvia la respuesta. Él bien podría no recordar su pasado, pero sabía de la existencia de villas y aldeas en el bosque, estaba más que seguro. En su cabeza había mucha información que por el momento no le era realmente de utilidad, pero que llegaba, como ubicaciones geográficas y oficios diversos; a pesar de que en ese momento no le interesaba nada de eso. El erizo negro fijó su vista de nuevo en la distancia, ahí afuera podían haber pistas de lo que le había pasado y si iba al lugar donde la batalla se había llevado acabo, tal vez él podría recordar qué era lo que había sucedido, o al menos preguntar.
–¿Puedes llevarme?
–¿A dónde?– preguntó Amelia confundida.
–Al lugar donde me encontraste.
–Eso creo– asintió titubeante –Pero nos tomará algo de tiempo, posiblemente un día de camino... tal vez un poco más.
–Espera, ¿dices que me llevaste a cuestas durante casi un día hasta acá?– preguntó Lancelot con una genuina expresión de asombro.
–Mmm... fue más rápido... por el río– respondió Amelia desviando la mirada con cierta incomodidad.
–¿El río?
–Lo haré, te llevaré– le cortó ella de golpe. Era obvio que habían cosas de las que no quería hablar –Cuando estés mejor.
–Ya estoy mejor.
–A penas acabas de ponerte en pie– señaló ella con enfado.
–A diferencia tuya, mi cuerpo es mucho más resistente. No necesito de tantos cuidados. Además...– murmuró pensativo. Lancelot necesitaba saber qué era lo que había pasado.
–Bien, partiremos mañana por la mañana. Con suerte yo también encontraré lo que busco.
–"Claro, aquella persona que mencionó antes"– recordó –Como digas.
0-0-0-0-0
Tal como Amelia le había mencionado, la villa donde lo había rescatado estaba más lejos de lo que imaginó en un principio. Para ese entonces habían caminado varias horas, siguiendo la corriente del río, en un silencio casi perpetuo, a excepción de las pocas ocasiones en donde ella le hablaba, a lo cual él tendía a darle una respuesta corta y muchas veces tosca. No tenía muchos ánimos de simpatizar con ella, aunque estaba agradecido por sus atenciones hasta ese día, Lancelot sabía que había algo que ella le ocultaba, y eso le hacía desconfiar de la eriza de aspecto gentil.
–Aquí es– murmuró ella en baja voz, deteniendo su marcha.
Lancelot se adelantó corriendo lentamente, pues sus heridas aún no le permitían hacer mucho esfuerzo. Llegó al lugar y no vio más que ruinas y cenizas de lo que asumió alguna vez fueron hogares. El lugar era silencioso, cual cementerio en medio de la nada. Ni los gorriones, ni las cigarras o cualquier otro animal hacía sonido alguno. El viento no soplaba ahí, e incluso el río parecía ser más silencioso de lo usual. Lancelot caminó lentamente en los restos de aquel lugar, intentando recordar algo, pero su memoria permanecía bloqueada sin querer ayudarlo a cumplir su misión. Siguió su caminó hasta detenerse en un punto que le resultó familiar.
–Aquí te encontré, ¿recuerdas?– habló Amelia con gentileza, opacando el intenso silencio. Lancelot vio sobre su hombro para ver a la eriza parada detrás de él.
–Mmm... Eso creo– respondió fijando su mirada en la marca de sangre seca en el suelo.
–¿Recuerdas algo más?
–No... nada– negó con la cabeza. Su memoria parecía mejor en el pequeño castillo de Amelia que en esa villa desierta. –¿Sabes de alguna otra villa cercana? ¿Algún otro lugar a donde podamos ir a recolectar información?
–Sé tanto como tú– respondió cabizbaja –No salgo mucho.
–Pero... ¿Uh?, ¿escuchas eso?
–¿Escuchar?– repitió Amelia prestando atención a sus alrededores. La eriza bajó la mirada viendo a las pequeñas piedras saltar a sus pies. Caballos se acercaban velozmente. –Oh no... ¡Ven!– lo tomó del brazo e intentó correr a algún lugar en un intento de esconderse, sin embargo, detuvo su marcha al darse cuenta de que todo lo que quedaba estaba carbonizado hasta sus cimientos.
–¡Espera!– se soltó Lancelot con brusquedad confundido –¿Por qué...
–Hagas lo que hagas, no emitas sonido alguno– interrumpió Amelia parándose frente a él. Lancelot la observó confundido por su extraña manera de comportarse. –Por favor... funciona– murmuró la eriza a penas audible.
Amelia movió sus manos de abajo hacia arriba, las cuales prontamente empezaron a irradiar luz. Lancelot no pudo evitar retroceder asombrado por lo que observaba, no estaba seguro de lo que sus ojos presenciaban en ese momento. Notó ramas brotar del suelo y envolverlos creando lo que se le asemejó un capullo en primera instancia.
–...¿Un árbol?– dijo el erizo negro viendo la ilusión traslucida. Ella había creado un árbol para esconderlos. Escuchó a los caballos acercarse y distinguió prontamente varios soldados quienes bajaron de los mismos.
–¡Busquen de nuevo!– ordenó uno de ellos. –¡El general quiere el cuerpo de Lancelot!
Sus pupilas se contrajeron al escuchar su nombre ¿Lo buscaban a él? ¿Por qué?
Lancelot observó con detenimiento a los hombres ir y venir en diferentes lugares y terminar de destruir lo poco que quedaba en pie de las casas casi calcinadas. Uno de ellos paró frente aquel árbol ilusorio haciendo que su corazón se acelerara. Si él lo tocaba ¿sentiría un tronco o podría atravesarlo?
–Es la cuarta vez que venimos aquí– habló desganado el soldado, hablando con otro que se acercaba –Ya recogimos todos los cuerpos y no está.
–Entonces habrá que buscar hasta encontrarlo, y si es necesario matarlo de nuevo. Sabes bien que no puede sobrevivir, es un asesino y ha de morir.
–"¡¿Asesino?!"– pensó el erizo negro con horror.
–No hay nada señor– informaron al soldado a cargo.
–¡Buscaremos en la siguiente villa!– gritó el comandante –¡Andando!
Así como llegaron se fueron, y pronto de nuevo el silencio bailó entre los restos de lo que alguna vez fue un lugar concurrido. La ilusión que los protegió desapareció por igual. Amelia se dejó caer al suelo sobre sus rodillas exhausta por el espejismos que había creado para salvarles la vida.
–Por fin...– murmuró la eriza rosa casi sin aliento. –¡Espera!, ¿A dónde vas?– preguntó al verlo alejarse a paso apresurado.
–A un lugar donde no me encuentren– respondió el erizo negro caminando en dirección contraria a la de ella. La palabra asesino retumbaba en sus oídos, aún sin poder creerlo. ¿Eso era él? ¿Un asesino de frío corazón? Lancelot aceleró su marcha intentando huir de lo que acababa de escuchar cuando una punzada de dolor se sintió desde lo más profundo de sus entrañas, obligándolo a parar, haciéndolo caer al suelo sobre sus rodillas, soltando un gemido agonizante.
–¡Lancelot!– llamó la eriza corriendo hacia él –Si te vas, morirás– explicó viéndolo con preocupación –Ven, déjame ayudarte– dijo dulcemente estirando su mano para poder ayudarlo a ponerse en pie.
–¡Déjame solo!– exclamó golpeando su mano con rudeza antes de que pudiera tocarlo, para él así colocarse de pie con esfuerzo –¡¿Acaso eres sorda o qué?! ¡Si te quedas conmigo te mataré y...– Sintió como la palma de la mano de Amelia golpeaba con fuerza su mejilla haciéndolo callar.
–¡Los escuche!– respondió Amelia con gran enojo –¡Pero no permitiré que mueras!– indicó sin duda en su mirada –Mi deber es salvar y ayudar... no juzgar– citó con una intensa mirada –No puedo creer que eres un asesino, simplemente no puedo– negó con fuerza –Un asesino no se alejaría de mí para protegerme ¡Eres alguien de buen corazón, yo lo sé!
Lancelot le desvió la mirada ante sus palabras llenas de dulzura y confort. Aunque eso fuera cierto ¿qué se supone que haría ahora?, posiblemente a donde fuera sólo encontraría desgracia y miseria.
–Ya no tengo lugar aquí...– murmuró el erizo negro con un dejo de dolor en su voz. Si iba a cualquier aldea o villa pondría en peligro a los habitantes del lugar, ¿acaso esos soldados habían aniquilado a la aldea completa con tal de acabar con vida?
–Ven conmigo, yo tampoco tengo un lugar aquí afuera– habló Amelia con un dejo de tristeza en su voz –Te encontraré qué hacer en mi hogar– dijo esbozando una sonrisa.
–Dime algo...– inquirió el erizo negro, viéndola curioso –¿Exactamente qué eres tú?
Ella no era una damisela cualquiera como quería pretender. Amelia amplió su sonrisa con una extraña mirada. –Soy Nimue Amelia, aprendiz de mago– se presentó con una reverencia –Pero no puedes decírselo a nadie ¿de acuerdo?, y yo a cambio, no le diré a nadie sobre ti ¿sí?
–Eso tiene sentido– asintió el erizo negro con la cabeza. –Bien, que así sea.
–¡Perfecto!, ahora, sólo una cosa más– dijo Amelia con una amplia sonrisa para verlo de cerca –Necesitamos cambiar tu nombre, nadie puede saber quién eres.
–Mmm... Un nombre nuevo– musitó pensativo. No sabía cómo se suponía que debía de llamarse de ahora en adelante; ahora era solamente una sombra de lo que alguna vez fue, y entonces vino a él, el nombre perfecto. –Shadow– espetó –De ahora en adelante me dirás Shadow, Shadow the Hedgehog.
Un encuentro inesperado, una realidad que lo hecho ver las cosas de una manera diferente. Capítulo 4: El Futuro Rey
¡GrAcIaS pOr LeEr!
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro