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Capítulo 24: Una Segunda Oportunidad


Se detuvo frente a la puerta para admirar el castillo frente a él y así tragar pesado. Nunca imaginó la primera vez que llegó a ese lugar, que algún día entraría por la puerta principal y mucho menos que lo haría como el caballero de la Dama del Lago.

–¿Piensas entrar? – escuchó decir a la felina, quien ahora lo miraba severamente.

–¡Eh! Sí– asintió Silver regresando a la realidad.

Percival abrió las puertas para ingresar al vestíbulo en donde pudo observar diferentes empleados ir y venir. Silver bajó la celada de su yelmo, en un intento de pasar desapercibido. En ese momento sólo quería encontrar a Nimue y marcharse lo antes posible de ese lugar.

–¿Tus heridas están mejor? – inquirió Percival conforme caminaban a los interiores del castillo. Terminando con el silencio entre ambos.

–No soy tan frágil como crees– respondió el erizo plateado toscamente –Tengo bastante experiencia en peleas. Esto no es no más que un rasguño.

–Eso te hará un buen caballero para su Excelencia– dijo a modo de cumplido, pudiendo percibir una sombra de sonrisa en la felina.

Silver arqueó una ceja, un tanto intrigado por la actitud del caballero del Príncipe Arturo.

Durante el transcurso de su viaje a Camelot, Percival, nunca había preguntado nada sobre su pasado o quién era, o aún más importante, si sabía que él era quien había secuestrado a la prometida de su majestad. Lo cual estaba seguro que ella sabía, es decir, el Príncipe Arturo tuvo que mencionárselo para que ella buscara a Lady Nimue con tanta urgencia ¿o no?

Silver carraspeó su garganta para captar la atención de la felina, quien lo veo de reojo según como caminaba.

–Por cierto– inició Silver vagamente lo que parecía un intento de conversación casual –Yo quería... quería decirte– pausó unos segundos un tanto incómodo por lo que diría a continuación –Gracias– murmuró con un dejo de vergüenza en su voz –Ya sabes, por traerme aquí.

–Se lo prometí a Lady Nimue– espetó la felina inexpresiva, sin verlo en ningún momento.

–Aún así, pudiste asesinarme en alguna parte del camino y decir que no logre sobrevivir a mis heridas– dijo casual, provocando que la felina lo viera con cierto embebecimiento por sus osadas palabras –Estoy bastante seguro de que sabes quien soy para este punto– habló Silver cual reproche –Lo que no sé es por qué decidiste ayudarme o por qué no me interrogaste durante todo el viaje, o peor aún, por qué, si lo sabías, ¡decidiste que traerme aquí era una buena idea!– regañó para verla molesto –¿Acaso tienes una idea de lo qué hecho? ¿Los crímenes que cometido? o...

–Para empezar– interrumpió Percival deteniendo su marcha y así verlo fijamente con una expresión de reproche –No me corresponde a mí juzgarte– explicó seriamente –Lady Nimue ha hecho eso y si su fallo fue a tu favor es porque eres alguien de fiar– explicó –Segundo, te ayude porque sentí que era lo correcto por hacer– admitió desviando la mirada por unos segundos, apenada –Y por último– pausó para colocar una mano sobre su hombro, tensándolo por el tacto y viéndola alarmado –Deja de ser tan duro contigo mismo. Galahad es el nombre con el que te ha bautizado Lady Nimue y este es un nuevo capítulo en tu vida que no podrás vivir si no dejas de leer el previo– dijo con una expresión relajada y esbozo de sonrisa.

Silver se sonrojó con intensidad por la calidez de sus palabras. Le desvió la mirada sin podérsela sostener por más tiempo, y así, asentir suavemente con la cabeza, sin poder articular palabra alguna. Agradeció al cielo que su celada cubriera parcialmente su rostro en la espera que sus emociones desbordadas no fueran tan obvias para la felina que ahora lo miraba de una manera extraña, casi dulce... como nunca otra chica lo había visto antes.

–Ahora andando, tenemos que encontrar a su excelencia– concluyó Percival la conversación para iniciar su camino.

La vio caminar frente a él, esbozando una pequeña sonrisa ante la presencia de ella, sintiendo por primera vez un dejo de felicidad en su ser. La primera en años.

–¿Vienes? – preguntó ella para verlo sobre su hombro.

Asintió con la cabeza para así caminar a su lado, sintiéndose a gusto. Durante mucho tiempo lo único que había hecho era huir y protegerse, pero tal vez, ahora con Nimue a su lado, eso podía quedar sólo como un mal recuerdo en su pasado. –¡Percival! – escuchó decir, para interrumpir sus pensamientos. Silver vio a un camaleón caminar a prisa del lado opuesto del pasillo con su mirada fija en la felina a su lado. Observó de reojo a Percival quien se miraba igual de intrigado que él por el sentido de urgencia en su voz.

–¡Por fin has regresado, su majestad tiene varias órdenes que deben de cumplirse a la brevedad posible! – explicó con un ceño fruncido –La condición de la Princesa Ginebra a empeorado drásticamente y necesitamos a todos los miembros de la corte trabajando para poder ayudar a la gente del Reino de Bragas– soltó apresurado.

Los ojos de Silver se abrieron de par en par. Ginebra, el amor de Lancelot y de quien él era responsable de su estado actual. Había olvidado por completo a la eriza una vez que despertó, y sin lugar a duda, no había pensado en ella en todo su camino hasta Camelot.

–Oh...– soltó Percival con pesar, pues entendía a qué se refería Espio. La Princesa podía morir en cualquier momento. –Entiendo, pero ahora yo iba a...

–Reúnete con Gawain a la brevedad, él te dará las indicaciones de su majestad– cortó sin prestarle atención a sus palabras y colocar sus ojos sobre lo que parecían ser notas de algún tipo –Y hazlo ahora– comandó para seguir con su camino por los pasillos.

Percival siguió con la mirada a Espio mientras se perdía en el pasillo adyacente, soltando un pesado suspiro. A veces podía ser un verdadero dolor de cabeza, en especial si se trataba del Príncipe Arturo. Entendía porque su majestad tendía a huirle cada vez que podía, ella lo haría si fuera de la realeza.

La felina regreso su mirada al Galahad lista para decirle dónde encontrar a Lady Nimue cuando observó un claro mohín de culpa y vergüenza sobre él. Aunque su yelmo ocultaba la mitad superior de su rostro, aún podía distinguir su expresión dura, sus labios fruncidos y aquella postura incómoda y tímida.

–Apuesto que ahora desearías haberme asesinado en el camino– murmuró el erizo plateado seriamente.

–¿Perdón? – soltó ella con sorpresa por sus duras palabras.

–La prometida del príncipe está muriendo por mi culpa– le recordó sin poder encararla –Te dije que traerme aquí no era una buena...

–No sé de que hablas– interrumpió Percival de pronto, captando la atención del erizo plateado –El responsable de eso murió en una vieja casa en un pueblo localizado en las afueras de este castillo– explicó provocando que Galahad arqueara una ceja sin entender su enunciado –Tú eres Sir Galahad, caballero de Lady Nimue– le recordó –No existe nada antes de eso. Todos los caballeros borramos nuestro pasado una vez empezamos nuestra tarea de servir a nuestro rey.

–Pero yo...

–Eres Sir Galahad y tu trabajo es proteger a la Dama del Lago– resaltó fervientemente –Y eso será por lo único que pienso juzgarte de ahora en adelante ¿está claro? – amenazó la felina, provocando un escalofrío en él ante la mirada intensa de ella.

Silver asintió suavemente con la cabeza un tanto sorprendido por sus reconfortantes palabras, para así responderle: –Como el agua– dijo con un amago de sonrisa.

–Ahora debo de irme– indicó con pesadez –Debo de reunirme con Gawain.

–Yo creo que me reuniré con Lady Nimue en otro lugar, uno donde Arturo no se encuentre– murmuró Silver para observar el pasillo por delante –Dudo que desee tenerme cerca.

–Si eso deseas ve a los jardines y esperarla ahí– indicó Percival –Yo me encargaré que reciba el mensaje y te busque una vez termine su reunión con su majestad.

–Gracias– soltó Galahad con sinceridad para ampliar su sonrisa.

Percival lo vio sonreírle galante con una suave expresión en su rostro, haciéndola sentir incómoda por alguna razón. Era la primera vez que la veía así. Era la primera vez que lo miraba sonreír

–Ahora ve– ordenó la felina bajando la celada de su yelmo y darle la espalda –Hay cosas por hacer.

Observó a Percival caminar lejos de él, quedándose en medio del pasillo por unos segundos, antes de regresar sobre sus pasos en busca de la salida a los jardines en la espera de Nimue, tal como ella le había dicho.

Silver suspiró con alivio ante como todo había resultado. La verdad era que prefería estar fuera del castillo, más aún que ahora sabía la condición de la Princesa Ginebra. Una expresión pensativa y dura se grabó en su rostro al recordar el momento en que su ira ciega lo hiciera lanzar aquella espada en contra de Lancelot en un intento de acabar con su vida, y en su lugar, atravesará a la soberana del Reino de Bragas. Aún recordaba el momento en que la vio caer sobre el erizo negro, quien exclamó un grito desgarrador al notar la herida de arma blanca. No pudo reaccionar ante lo que acaba de hacer, no pudo hacer o decir nada y después de ello, todo se volvió negro.

–Maldita sea– murmuró chasqueando molesto apresurando su paso.

Silver siguió con su camino en un intento de huir de los recuerdos que ahora lo acechaban, para percatarse que aún no había llegado a nada parecido a una salida. Observó sus alrededores para sentirse desubicado ¿ya había visto esa pintura antes? ¿Acaso esa puerta siempre estuvo ahí? ¿Qué tal de esas escaleras, estaban ahí cuando entró? Se había concentrado tanto en Percival al entrar al castillo que no había prestado atención realmente a los interiores del mismo.

Siguió sin un rumbo aparente buscando una salida cuando a la distancia logró visualizar a un rostro familiar, era el halcón verde que lo había atacado cuando secuestró a la princesa. "¡Maldición!" pensó de golpe. No sería bueno que lo viera ahí, no quería ningún tipo de enfrentamiento en ese momento. Silver dio la media vuelta velozmente en un intento de regresar, pero al hacerlo distinguió del lado contrario al Príncipe Arturo caminar junto a lo que asumió era algún otro lacayo al quien ahora parecía darle órdenes.

Observó ambos lados viendo tanto al halcón como al erizo azul acercársele para así pegarse a la pared, cual presa acorralada, cuando sintió algo lastimar su espalda y notar tras de él una perilla. Silver vio a sus espaldas una puerta de madera y sin pensarlo dos veces abrir la misma para adentrarse a aquella habitación, cerrándola al instante.

Colocó su oreja sobre la madera para escuchar los pasos del halcón y del erizo acercarse hasta encontrarse. Los escuchó tener una pequeña charla para que luego ambos continuaran su rumbo.

Silver soltó el aire retenido en señal de alivio. Ahora sólo debía de esperar que ambos se alejaran lo suficiente para que él pudiera salir y de nuevo buscar una ruta hacia los jardines.

–Eres Silver, ¿no es cierto? – escuchó decir de pronto a sus espaldas, tensándose al acto.

El erizo plateado vio sobre su hombro, para distinguir a la Princesa de Bragas yacer recostada sobre una cama de sabanas blancas.

–¡T-Tú...– soltó conmocionado para voltearla a ver con espanto.

–Tiempo si vernos– murmuró la eriza con seriedad.

Sus ojos azules, gélidos como el mismo hielo de invierno atravesaron su dura coraza, sintiéndose vulnerable por alguna razón. Pudo observar unas pesadas bolsas negras habitar bajo sus ojos cual anuncio a su muerte. No se parecía en nada a la princesa dulce y risueña que había secuestrado, era más bien a la sombra de lo que alguna vez había sido.

Silver tragó pesado sin saber cómo reaccionar. De todas las habitaciones que pudo elegir para ocultarse, había elegido la de la única víctima inocente que había tenido su desdicha de toparse con él.

–Ammm... yo...– balbuceó sin saber qué hacer o decir. Después de todo él la había secuestrado, amenazado y herido de gravedad ¿Qué le dices a alguien luego de eso? –Este.. yo sólo...

–¿Eres caballero ahora? – inquirió ella obviando su torpe hablar.

–Ah... sí– murmuró Silver casi inaudible, con un dejo de vergüenza en su voz. En se momento no se sentía digno de ser uno.

–Levanta tu celada– ordenó estoica la eriza. Silver la vio extrañado por su petición provocando que la mirada de ella se agudizara sobre él –Quiero ver tus ojos mientras hablo contigo– explicó –Es lo mínimo que merezco.

Silver asintió pesadamente para así obedecer. No estaba seguro qué pretendía con verlo a los ojos, aunque no era algo anormal que la realeza gustara de ver a sus lacayos directo a los ojos. Les ayudaba a saber si mentían o no.

–Dime algo– pidió con aquella expresión serena y fría –¿Tú plan era matarme? – cuestionó de pronto.

–¡¿Qué?!– soltó alarmado por su pregunta –¡No, claro que no! – respondió sin titubear –Yo no... es decir...– intentó explicarse para que ella mantuviera esa mirada estoica sobre él en su patético intento por dar una respuesta certera –Mi objetivo siempre fue Lancelot– respondió un poco más sereno –Nunca quise que esto...– silenció para verla con tristeza –No planee que esto pasara de esta forma – corrigió desviándole la mirada.

–¿Aún deseas matar a Lancelot? – preguntó restándole importancia a la culpa que él expresaba.

–¿Acaso te preocupa que abuse del poder que me han dado? – devolvió Silver alzando una ceja, un tanto ofendido por su acusación.

–Claro– confirmó la eriza dorada para recostarse sobre sus almohadones y fijar su vista a la ventana frente a ella –Esta vez yo no podré ayudarlo, no habrá nadie que lo haga– murmuró con tristeza.

Silver se acercó un par de pasos, intrigado por la conversación en la que se había envuelto sin quererlo. La observó con curiosidad, pues cualquier otra damisela estaría horrorizada de estar cara a cara con su victimario, ella en su lugar parecía estar muy calmada.

–Explícame algo– habló Ginebra para voltearlo a ver, haciéndolo detener su proximidad –Eres uno de los guerreros más poderosos que jamás haya conocido – dijo con una expresión pensativa –Cuando Lancelot asesinó a tu familia ¿por qué no lo detuviste? ¿Por qué no lo asesinaste en ese momento? Estoy segura que hubieras podido hacerlo si hubieses querido.

La pregunta lo tomó por sorpresa. Nadie nunca le había hecho esa pregunta, aunque él por su lado era algo que durante mucho tiempo se había cuestionado.

–Eso fue...–murmuró desviando su mirada, la cual se sumió en la tristeza y pesar –Porque él era mi rey– respondió con un mohín de dolor –En ese momento lastimar a mi rey era algo que no podía imaginar...

–¿Por eso repetías que él ya no era nadie para decirte que hacer? – inquirió María curiosa –En la pelea– le recordó –Lo decías una y otra vez, afirmando que ya no trabajabas para él.

Silver no supo qué responderle ante sus conjeturas, no era algo que hubiera pensado conscientemente, pero ahora que ella lo mencionaba parecía tener sentido.

–Me alegra saberlo– expresó Ginebra para sonreírle con soltura –Realmente no eres un mal erizo después de todo.

–¡¿Haz perdido la razón?! – inquirió Silver con un mohín de molestia –¡Eso es culpa mía! – exclamó para señalar la herida en su pecho –¡Yo soy el responsable de...

–Lo sé– interrumpió Ginebra seriamente –Pero alguien te ha dado una segunda oportunidad, a ti, un erizo vándalo que ha hecho cosas atroces por razones que son entendibles, mas no justificables– expresó con elocuencia –Como yo lo he hecho con un príncipe tirano que ha asesinado y cometido barbaries por razones que también fueron entendibles, mas no justificables.

Silver frunció su ceño ante sus bellas palabras. Palabras que le daban paz y a su vez lo llenaban de rabia, pues odiaba sentir que de alguna manera Lancelot y él podían tener algo en común, en especial algo como eso.

–¿Realmente crees que él puede cambiar? – preguntó Silver seriamente.

–Tú lo hiciste– señaló para que él bufara con una falsa molestia –De ser un caballero te convertiste en un asesino por un dolor latente e insoportable, y ahora, por amor y compasión serás un caballero nuevamente– explicó con un esbozo de sonrisa –Lo veo en tus ojos, tu dolor, tu arrepentimiento y más que nada, la esperanza de poder dejar todo atrás y escribir una nueva historia en tu vida.

–¿Puedes ver todo eso en mis ojos? – preguntó Silver para acercarse un poco más a ella –¿Puedes ver si...– acalló unos instantes, para que la eriza lo observara con intriga – ...si lograré dejar todo esto atrás?

–Puedo ver a alguien que lo va a intentar– habló Ginebra con una suelta sonrisa –Eres muy noble, Silver the Hedgehog– alabó –Sé que tú puedes cambiar las cosas de maneras maravillosas si así te lo propones. Confió que así será y estoy segura que quien te dio dicho título lo sabe también.

Silver apretó sus puños con fuerza sintiendo como un nudo en la garganta empezaba a formarse. Sus ojos dorados se prendieron en la expresión serena y llena de optimismo de la moribunda eriza. Ahora más que nunca se arrepentía de la estúpida venganza que había intentado consumar alguna vez.

–Lamento lo que te he hecho– murmuró Silver para colocar una rodilla en el suelo en forma de reverencia, sintiendo sus ojos humedecer por el acto más grande de amabilidad que nadie nunca le había demostrado –¡Si pudiera cambiarlo todo yo...

–No lo hagas– detuvo Ginebra con una expresión dulce y serena para ver un par de lágrimas correr por las mejillas del erizo plateado –Tus acciones eran necesarias para que Lancelot pudiera darle fin a una guerra que de otro modo podría haber arrasado con todo. El destino no siempre actúa como deseamos, pero sí como debe.

–Aún así– murmuró secando aquellas lágrimas fugitivas –Si hubiese algo que yo pudiera...

–Hay algo– anticipó Ginebra su enunciado con entusiasmo.

–¿Lo hay? – preguntó con asombro el erizo plateado –¡Pídemelo, lo que sea! ¡Lo haré!

–Dale otra oportunidad a Shadow, como yo te lo estoy dando a ti.

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Ella aún seguía descansando y según las indicaciones de Tikal, pasaría algo de tiempo antes de que estuviera en condiciones de verlo a él o cualquier otro. Shadow suspiró con pesadez para así ver al cielo despejado de aquel día, tomando un respiro, pues después de su breve reunión con Ginebra, el Rey Uther había pedido de su presencia para la audiencia más exhaustiva que nunca había tenido en su vida, con cientos de preguntas sobre sus intenciones y sobre las retribuciones que su reino debería de darle a Camelot por todo lo sucedido. Aún no confiaban en él o en sus acciones, a pesar de haber retirado las tropas y haber hecho una proclamación real sobre su rendición, aún era visto como enemigo del reino. Tal vez lo era.

¿Irnos tan pronto? – escuchó una voz familiar navegar por el aire. Shadow alzó sus orejas en busca de la dirección del sonido –No creo que el Príncipe Arturo guste de hacer algo como esto, mi Lady– oyó para que Shadow se acercará al responsable de esa voz y así distinguir a Galahad caminar en compañía de Amelia.

–Es lo mejor Galahad– murmuró la eriza entristecida –Sin despedidas tristes, ni palabras dulces... irnos en silencio, nada más.

–Aún así considero que...– el erizo plateado guardó silencio al ver a Lancelot de pie observándolos a unos metros de distancia para fruncir el ceño intensamente.

Nimue observó extrañada el mohín del erizo plateado para así seguir con la mirada lo que él observaba y reconocer a Shadow de pie con su mirada fija sobre Galahad. –¡¿Shadow?!– llamó alarmada para voltear a ver a Silver y luego regresar su vista al erizo negro. Ambos se miraban con intensidad, provocando que un ambiente de tensión se formara prontamente.

–¡Ah! Este...– balbuceó la eriza nerviosamente –Nosotros... quiero decir, tú estás...

–Amelia– interrumpió Shadow con gentileza, para que ella se tensara ante sus palabras –¿Puedo pedirte un favor?

–Eh... sí– respondió un tanto asombrada por su insólito comportamiento. Había algo extraño en él.

–¿Podrías dejarnos a solas? – pidió cortésmente para dirigir una mirada intensa al erizo plateado.

–¡¿Eh?!– exclamaron Silver y Amy al unísono ante la inusual petición.

–Pero por qué...

–Después hablaré contigo a solas, pero ahora necesito que te retires– ordenó para ver a la eriza autoritario.

Nimue se encogió de hombros ante la imponencia del erizo negro; ese era el Príncipe Lancelot frente a ella. Volteó a ver a Silver quien le regresó una mirada endurecida, parecía ser algo que ambos debían de resolver y ella debería de salir del camino.

–Bien...– aceptó resignada –Regresaré en una hora– advirtió la eriza para con una mirada silenciosa observar a Lancelot, quien pareció entender su obvia preocupación –Hablaremos entonces– dijo a modo de despedida para tomar rumbo de regreso a los interiores –¡Y espero verlos a ambos sin una sola herida! – amenazó con un puchero infantil y así desaparecer de la vista de ambos.

Silver rodó sus ojos ante la amenaza infantil de la eriza, no es como que sus palabras pudieran detenerlos si una pelea era lo que el erizo negro buscaba. –Sígueme– escuchó decirle para empezar a caminar nuevamente. Silver lo vio con desconfianza mientras empezaba a alejarse, a pesar de ello, hizo lo que le solicitó caminando detrás suya a una distancia prudente. ¿Estaría buscando venganza de algún tipo? ¿Debería de atacar primero de ser el caso?

–Escuche que Amelia te ha convertido en su caballero– soltó de pronto el erizo negro para verlo de reojo. Silver se mantuvo en silencio ante sus palabras, con su mirada desdeñosa en todo momento –Ha sido una decisión sensata– concordó con complacido.

Frunció el ceño ante sus palabras. No es como que estuviera buscando su aprobación de ningún tipo para poder ser el caballero de la dama del lago. ¿Qué pretendía Lancelot con este ridículo paseo por los jardines? Todo le parecía demasiado extraño.

–¿Qué se siente ser caballero de nuevo después de tanto tiempo? – preguntó Lancelot según como andaban, aparentemente sin rumbo alguno.

–Termina con esto– habló Silver al fin –Dime de una buena vez qué es lo que pretendes con esto y termina con esta insufrible palabrería sin sentido– ordenó molesto, deteniendo su marcha sin soportar un minuto más de la charla casual que el erizo negro parecía querer mantener.

Lancelot volteó a verlo, con mohín de sorpresa sobre su rostro por sus palabras. Dibujó una sonrisa burlona sobre sus labios, exhibiendo sus prominentes colmillos, observándolo con un obvio dejo de diversión, endureciendo la expresión sulfurosa del erizo plateado.

–Bien, como desees– accedió –Te traje aquí porque necesito saber algo– explicó.

–¿Saber? – repitió confundido.

–¿Dime por qué no me atacaste el día que asesine brutalmente a tu familia? – preguntó al fin, sombrío.

Sus palabras lo tomaron por sorpresa para verlo iracundo por las mismas. Mordió su labio inferior y apretó sus puños con fuerza en un intento de contenerse a sí mismo. Lancelot lo observaba con una genuina curiosidad, como si su pregunta hubiese sido algo sin importancia o de lo cual él tuviera expresa libertad de hablar sin consecuencias. Deseaba con todo su ser olvidar todo protocolo y hacerlo arrepentirse por osar en mencionar a su familia, o al menos así era hasta que el rostro de Ginebra vino a él de golpe junto con su única petición: "Dale otra oportunidad a Shadow" recordó con pesar.

Silver chasqueó molesto rodando sus ojos en señal de exasperación, intentando apaciguar la ira que brotaba en él. Dirigió su mirada hacia él nuevamente, quien se mantenía a la espera, con aquella expresión curiosa y expectante.

–Sencillo– espetó Silver al fin para cruzar sus brazos sobre su pecho –No podía dejar al Reino de Tolosa sin un rey– respondió con una obvia molestia en su voz –Por incompetente que éste fuera–remató arrogante.

Lancelot esbozó una sonrisa divertido por el comentario, confundiéndolo aún más. A él no le causaba ninguna gracia y estaba bastante seguro que al Príncipe que él alguna vez sirvió tampoco le causaría.

–¿Dime por qué preferirías dejar un reino bajo un rey incompetente a eliminarlo por razones personales? – preguntó Lancelot observándolo con suma atención.

–¿Bromeas cierto? – cuestionó Silver arqueando una ceja. Un silencio por parte del príncipe le hizo entender que no. Bufó molesto para así responderle: –¿Tienes una idea de lo que hubiera pasado? Una guerra civil se hubiera desatado, Sir Scourge hubiera quedado como regente y hubiera condenado a muerte y miseria a todo el reino– explicó pensativo. Aún sentía la mirada intensa del erizo negro sobre él, como si su respuesta no fuese suficiente, haciéndolo molestar nuevamente –¡Mi tarea era proteger al reino! – le recordó con enfado –Sin importar el precio, mi deber iría antes que mi corazón– masculló con pesar.

–Lo sabía– dijo Shadow esbozando una sonrisa divertida. –Sin lugar a duda eres tú más indicado que yo para reinar.

–¿Eh? – exclamó Silver sin entender ¿eso se suponía que fuera sarcasmo? ¿Algo más para incitarlo a pelear? O simplemente un delirio sin sentido alguno. –Este... ¿Cómo dices? – alcanzó a decir.

–Galahad– llamó Lancelot con una severa expresión y así desenvainar su espada provocando que el erizo plateado se pusiera en modo de defensa a lo que le pareció un ataque inminente –El día de hoy te proclamo Rey de Tolosa – nombró para con la punta de su espada tocar el hombro de Galahad, quien lo observó atónito por sus palabras –Pues a partir de este instante claudico a mi derecho de reinar.

–¡¿QUÉ?!– exclamó Galahad nerviosamente retrocediendo un par de pasos –¡Tú no puedes!, es decir, tú...

–Sabes que puedo– interrumpió Lancelot –Y lo haré– dijo cual mandato.

–Pero...– murmuró con desconcierto –¿Por qué... quiero decir, por qué yo?

–No pude encontrar a nadie mejor que tú para tomar mi lugar– respondió sin reparo –Tú conoces la reglas, las leyes, los protocolos y más que nada, conoces al pueblo.

–Pero, pero...

–Tú jamás permitirás que nada malo le pase a la gente de Tolosa, eso lo sé bien. Me lo has demostrado una y otra vez a través de todos estos años– dijo a modo de cumplido – y lamento jamás haberlo valorado apropiadamente– se disculpó con una expresión de arrepentimiento –Una vez lleguemos a Tolosa lo haré oficial, y entonces tú reinarás.

Silver lo observó incrédulo. Esa era sin duda la primera vez que podía observar una expresión de paz y serenidad en el príncipe, la expresión que alguien que ha tomado la decisión correcta tendría. Ese no era el mismo príncipe tirano que alguna vez quiso asesinar a una aldea completa, ni el que le había arrebatado la vida a su familia.

Ginebra tenía razón, él había cambiado.

–Yo quise matarte– le recordó, atónito por lo que estaba pasando – Y por si fuera poco lastimé de gravedad a la mujer que amas y...

–Yo coseche todo esto– aceptó con pesar el erizo negro, cortando su mar de excusas –Además– continuó –A diferencia tuya, yo condenaría a mi reino por un deseo egoísta de mi corazón– admitió con pesar –Sé que tú actuaras diferente– dijo sacando su esmeralda verde y así entregarla en las manos del erizo plateado, quien se quedó sin habla. –No hagas que me arrepienta– dijo cual amenaza. –Ahora ve– ordenó para empezar a caminar de regreso al castillo –Tienes muchas cosas que hacer antes de nuestro regreso. Hasta entonces, su majestad– habló divertido para continuar su camino.

Galahad no pudo reaccionar y así ver la esmeralda verde que ahora yacía en su mano. Era el tesoro que salvaguardaba el soberano de cada uno de los siete reinos. Todo parecía un sueño, pero la Esmeralda Caos le hacía saber que era real, se había convertido en Príncipe Tolosa en una tarde.


¡Intente hacer esto más corto, lo juro! Pero no pude. A pesar de que la idea era partir el capítulo anterior en dos para que no saliera un capítulo muy largo, creo que no lo logre pues quise afinar otras cosas con el "espacio" extra y termine creando un monstruo lo cual me lleva a mi segundo punto, no pude dejar este como el último capítulo. Después de casi 15 hojas y aún con cosas por terminar decidí hacer una última parte, es decir, otro capítulo (o eso espero, ¡ya no prometo el siguiente como final porque pareciera imposible a este punto!) Pero aún así, para quienes han realmente amado esta historia quiero que sepan que he dado todo mi corazón para hacer un cierre que valga la pena.

Bien sin más que decir espero leerlos en el siguiente capítulo (que puede ser último, se supone, pero la verdad, ya no me creo nada XD), hasta entonces Kat fuera.

Un nuevo día por venir traerá noticias que cambiaran el curso de la historia, de su vida y de su corazón. Capítulo 25: Un Nuevo Amanecer.

¡GrAcIaS PoR LeEr!

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