Capítulo 1: La Dama del Lago
El agua estaba tan tranquila como siempre. Ella jugaba haciendo pequeñas ondas en la misma con sus manos, haciendo movimientos sutiles, viendo como éstas se dispersaban hasta llegar a la lejana orilla.
El agua estaba a una temperatura agradable, después de todo era verano.
Caminó lentamente por lago, cargando aquel pesado vestido con ella mientras los peces que nadaban a sus pies aceleraban su marcha con cada paso que ella daba. Subió la mirada al cielo con aquella sonrisa desinteresada en su rostro, todo era tan pacífico y tranquilo. Ella adoraba su hogar en el lago, adoraba la paz de aquel lugar rodeado por los altos y frondosos arboles que lo acogían en su seno. Escondida de cualquiera, en lo más profundo del bosque, lejos de la complicada vida de las villas y de cualquier problema.
–¿Nimue?– oyó como la llamaban. Su maestro la buscaba. –Nimue, ¿qué haces? Te dije que practicarás, no que salieras a dar un paseo matutino.
–Estoy cansada de practicar, aún no logro separar las aguas– se quejó la eriza rosa con el ceño fruncido y un mohín de descontento.
–Eso es porque no practicas lo suficiente– regañó. El mago se adentró a las aguas por igual, pero a diferencia de ella, éstas se separaban a cada paso que él daba.
–¡Es increíble Merlín!– exclamó la eriza con asombro. –¿Por qué tú lo haces ver tan fácil?
–Se trata de perseverancia– le sonrió el anciano según se acercaba. Nimue le frunció el ceño descontenta, haciéndolo sonreír. El gran hechicero se detuvo frente a ella viéndola con gentileza y aprecio. –Es un hermoso día, ¿no es cierto?– murmuró desviando su mirada de su alumna para fijarla a la distancia –Sin embargo, la paz y la calma no es para siempre mi querida niña, y es nuestro deber ayudar a mantenerla tanto como sea posible– indicó severamente a lo que ella pareció no entender a qué venía aquel comentario. –Nimue– llamó de nuevo con un suspiro de pesadez –Deberé de salir por varias semanas. Hay algo importante que debo de hacer. Regresaré tan pronto termine ¿de acuerdo?
–¡Espera!, No, déjame ir contigo– suplicó cual orden.
–No– se negó –Tú deberás de quedarte a practicar un poco más; además afuera hay...– calló cambiando a una expresión seria y distante –Hay muchos problemas.
–Pero y si...
–Todo estará bien mi niña– le interrumpió sonriendo con sosiego –Quédate aquí hasta mi regreso.
–Bien– aceptó resignada –¡Pero si no regresas en dos semanas iré por ti!
Merlín rió por lo bajo y asintió con la cabeza. Nimue lo vio con descontento, odiaba que la tratara como una niña, pero más aún, odiaba que tuviera que marcharse. Allá afuera las cosas eran muy diferentes a su pequeño y seguro lago, sin embargo, si Merlín necesitaba irse, era porque sólo él podía ayudar a preservar la paz de los reinos.
–Espero que logres separar las aguas una vez haya regresado.
–Te sorprenderé– le sonrió Nimue forzadamente –...Ten mucho cuidado, Merlín.
–Lo tendré.
Se despidió con una suave palmada en su cabeza y lo vio partir a los interiores del bosque. Nimue se quedó de pie, sin moverse, aún con aquella expresión de preocupación grabada en su rostro.
–Él estará bien... Yo sé que sí– se dijo apretando con fuerza sus puños.
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Se levantó a la mitad de la noche, sudando, nuevamente con la respiración acelerada. De nuevo el mismo sueño. Habían pasado cuatro días desde que su maestro se había marchado y las pesadillas se habían vuelto algo constante. Pelea, sangre, fuego y gritos; imágenes de caballeros muriendo, personas masacradas y villas que desaparecían a merced de las llamas y de los vándalos. Guerra. ¿A eso se refería Merlín con que las cosas no estaba bien?
Nimue se sentó en la orilla de su cama para ver por la ventana de su habitación, en donde las estrellas brillaban con gran intensidad sobre el cielo oscuro de aquella noche. El canto de los grillos le transmitían la falsa sensación de paz, aunque en su corazón sabía que eso no podía ser más erróneo.
–No puedo esperar– se dijo decidida. Nimue se puso de pie buscando en su armario un pequeño bolso en donde llevaría lo necesario. Buscaría a Merlín y lo traería de regreso. –Mañana a primera hora de la mañana saldré en su búsqueda.
Buscó un vestido adecuado para salir en busca de su maestro, pero casi todos eran demasiado pesados y ostentosos. La eriza hizo una mueca de molestia cuando recordó un hechizo que Merlín le había enseñado meses atrás, uno de los pocos que sabía hacer. Nimue cerró los ojos y visualizó aquello que quería y de repente un halo de luz iluminó su pequeña torre obligándola a abrir los ojos. Se vio a sí misma y como lo había visto en su mente, un vestido holgado blanco y rosa con toques dorados yacía sobre su cuerpo. Su diadema era roja sin nada ostentoso en ésta, y sus hombros yacían al descubierto por el escote en V. Era muy parecido al tipo de atuendos que usaban las damiselas de las villas que en sus libros había leído.
–¡Lo hice!– gritó de emoción –¡Merlín estará orgulloso!
Su sonrisa empezó a desvanecerse al pensar en él. Un dolor profundo en su pecho le dificultaba respirar. Sacudió su cabeza suavemente en un intento de no ahogarse en sus pensamientos de tragedia.
–Todo estará bien... yo sé que él estará bien– intentó convencerse
Se quedó sentada viendo hacia la ventana, mientras la ansiedad la acompañaba con gran notoriedad. Nimue jamás había salido de sus tierras; ella vivía en un pequeño castillo de dos simples torres en medio de un profundo lago, esa pequeña tierra era a lo que ella llamaba hogar. Merlín la había adoptado como su aprendiz para enseñarle magia, y así, poder ayudar a preservar la paz en Inglaterra.
Nimue sabía que afuera había gente mala que deseaba controlar sus preciosos dones y que debía de permanecer oculta, al menos hasta que pudiera controlar su magia.
–Y ni siquiera puedo separar las aguas– murmuró cual reproche.
Sintió los primeros rayos de sol emerger de la tierra y supo que era el momento de irse. Tomó una capa café y corrió escaleras abajo hasta llegar a la entrada, en donde el lago tocaba hasta donde la vista alcanzaba.
–Deberé de usar un bote– se dijo y acto seguido buscó el antiguo bote que ella y Merlín habían construido en caso de emergencia.
Por primera vez navegó fuera de la seguridad de su castillo, el cual yacía protegido por una barrera mágica, ocultando su existencia de los intrusos. Remó y remó enfocándose en una sola cosa, llegar a su maestro y asegurarse que estuviera sano y salvo, a pesar de que no sabía a dónde había ido.
Su barcaza paró abruptamente al tocar la orilla. Volteó a ver a los lados y por primera vez pudo ver de cerca el bosque que por tantos años había admirado.
–L-Lo hice...– balbuceó incrédula. –Por Merlín, lo hice...– sonrió a penas perceptible. –Bien Nimue, ya sabes que hacer– se dijo saliendo del bote y tomando su pequeño bolso. Colocó sobre su cabeza la capucha de su capa en un intento de ocultar su identidad. Nadie debería de saber quién era ella.
–Te encontraré Merlín– se dijo decidida para empezar a correr a los adentros del bosque sin dirección. –"Iré a la primera villa que encuentre y preguntaré por él"– pensó como plan.
Corrió durante lo que sintió fueron horas, pero no encontraba la salida de aquel bosque que conforme el tiempo pasaba y ella avanzaba, parecía cada vez más tenebroso. Nimue estaba perdida, en medio de la nada. Paró en medio de un claro tomando aire, sedienta. Nunca imaginó que las villas estuvieran tan lejos de donde ella se encontraba, y no estaba segura si estaba caminando en círculos o si estaba yendo a algún lado. Pronto se volvió presa del pánico, dudando si lo que hacía había sido una buena idea hasta que escuchó un par de voces yendo a su dirección.
–¿Eh?, ¡Aldeanos!– gritó con emoción. Vio tres hombres vestidos con harapos caminar hacia ella y observarla con suspicacia –Oh, me alegra tanto ver a alguien por aquí– sonrió ella –Perdonen, ¿Alguno de ustedes saben cuál es el camino a la aldea más cercana?
–Oh claro– sonrió con malicia uno de ellos –Ven con nosotros, te llevaremos.
–Ah... no será necesario, yo puedo...
–No, no- interrumpió otro, acercándose por detrás –Haznos el favor de ser nuestra dama de compañía. No podríamos dejarte ir sola– le susurró con un cierto tono de repugnancia –¿Oh no sabes que aquí hay muchos criminales en espera de solitarias doncellas como tú?
Su cuerpo se estremeció ante el tosco roce de sus palabras haciéndola retroceder topándose con el tercer forajido, quien le sonrió retorcidamente. Nimue se vio rodeada, y entonces entendió por qué Merlín no deseaba que ella saliera de la seguridad de su castillo.
Nimue vio velozmente hacia los lados en busca de una salida e hizo entonces lo único que se le ocurrió –¡¿Pero qué es eso?!– señaló detrás de aquellos hombres de aspecto intimidante, los cuales voltearon a ver al instante.
Dos segundos, tal vez menos, no supo cuanto tiempo exactamente se distrajeron, pero en ese período corto de tiempo corrió tan rápido como pudo lejos de ellos. Escuchó un grito a sus espaldas y una orden de lo que asumió era el líder –¡Atrápenla!–. Nimue corrió con todas sus fuerzas mientras escuchaba en la distancia los pasos de aquellos vándalos. Si la atrapaban ¿qué pretendían hacer con ella?
Las ramas bajas de los árboles golpeaban su rostro y brazos arrancando pedazos del vestido que llevaba puesto, dejando un notorio rastro por donde pasaba. Las raíces que sobresalían de la tierra húmeda la hacían tropezar y de vez en cuando haciéndola caer, lastimando sus pies. No sabía a donde iba, pero esperaba encontrarse con su lago y poder regresar a la seguridad que había conocido por años. Nimue siguió su carrera hasta que su capa se vio atorada en las ramas cayendo al suelo. Nimue forcejeó con todas sus fuerzas en un intento de liberarse de la misma haciendo que las amarras cedieran al fin y ella cayera de bruces, rodando por una pequeña colina hasta que otro cuerpo detuvo su caída.
Las hojas revolotearon en el aire y varios pájaros volaron de las ramas de los árboles por el fuerte sonido. Gimió adolorida sentándose tan bien como pudo hasta que vio a alguien más a su par, adolorido por igual. Una expresión de pánico adornó su rostro. Intentó ponerse en pie tan rápido como pudo, pero cayó nuevamente al enredarse con el faldón de su vestido.
–Hey, hey ¿estás bien?– la dulce voz de él la tranquilizó, volteándolo a ver aún con su respiración acelerada.
–Amm... yo...– murmuró sin saber qué decir.
Él le sonrió con diversión y se acercó a ella limpiando una mejilla, haciéndola retroceder de nuevo. Asustada.
–Oh, lo siento– intentó calmarla –Es que... tienes lodo en tu cara y... ¿sangre?– dijo al ver su guante manchado de un líquido rojo. Nimue intentó limpiarse con rapidez y brusquedad –Hey, tranquila– sostuvo sus muñecas suavemente, deteniéndola –No te haré daño.
–Umm...– musitó asintiendo con la cabeza. Estaba demasiado asustada como para decir algo más.
–Ven, te lavaremos esa cara– le sonrió de nuevo poniéndose en pie y estirando una mano para ayudarla.
Él no se miraba como aquellos forajidos de antes, se miraba como alguien bueno y puro. Algo en ella se lo decía. Nimue aceptó su gesto de ayuda y tomó su mano poniéndose en pie. Caminó en silencio a su lado y pronto escuchó un sonido reconfortante. Agua corriendo. Según se acercaron vio un pequeño río haciéndola sonreír.
El joven se hincó a la orilla del río lavando su cara y manos sucias gracias a ella, refrescándose del calor de verano. Ella lo imitó y limpió toda la tierra y sangre seca por las pequeñas cortadas de las ramas –Por cierto, ¿Cuál es tu nombre?– preguntó él.
–Soy Nim...– calló de pronto. Nadie podía saber su nombre –Soy Amelia– corrigió –¿Y el tuyo?
–Ammm... dime Sonic– le sonrió.
–¿Sonic?– repitió por el inusual nombre. –Es decir... mucho gusto.
Permaneció en silencio después de eso. Ninguno de los dos dijo nada mientras ella se lavaba las heridas. Nimue vio de reojo al erizo azul, quien admiraba el cielo azul de aquel día. No vestía desprolijo como los mercenarios de antes, una capa un tanto desgastada cubría su cuerpo, pero no se miraba como alguien de clase trabajadora, aunque ella no tendría idea alguna de su oficio, después de todo sabía tanto de la vida en los pueblos como de alquimia.
–Mmm... ¿Sir Sonic?– llamó con timidez. –¿Sabrá usted de una villa cercana?
–¿Sir?– repitió divertido –No seas tan formal, por favor– pidió un poco más serio –Y sí, vengo de una villa a un día de camino de aquí, río arriba– señaló.
–¡Perfecto!– exclamó con emoción –"Tal vez Merlín a tomado ese camino".
–¿Pero tú de donde vienes?– inquirió el erizo azul viéndolo de pies a cabeza.
–Este... yo...
–¡AHÍ ESTÁ!– un grito sonó por todo el bosque.
–Oh no...– murmuró la eriza –Me encontraron.
–¿Cómo que te encontraron? ¿Quiénes te perseguían?
Aquellos tres hombres que pensó había dejado atrás habían logrado dar con su paradero. Nimue retrocedió asustada nuevamente, pensando hacia dónde ir cuando el erizo azul paró frente a ella en forma protectora.
–No sé quienes sean ustedes o qué quieran, pero me parece que la señorita no tiene intención de ir con ustedes– retó con una media sonrisa.
–Mátenlo– ordenó uno de ellos –Y traigan a la chica, podremos venderla a buen precio.
–"¡¿Venderme?!"– pensó Nimue con horror, ella debía de encontrar a Merlín, no podía ser su prisionera.
–No te preocupes...– susurró el erizo frente a ella –No permitiré que nada malo te pase– le sonrió confiado.
Por alguna razón sus palabras la hicieron sentir segura y asintió con la cabeza. Aquellos tres hombres sacaron diferentes navajas abalanzándose sobre el erizo azul, no pudo evitarlo, Nimue cerró sus ojos al escuchar como la pelea daba inicio, esperando escuchar algún grito de dolor por parte del erizo o bien alguna otra orden del jefe de aquellos rufianes, pero no pasó. Abrió los ojos lentamente observando como el erizo azul combatía mano a mano con los hombres armados. Ni un rasguño. Era realmente alguien muy fuerte. Ella no se había equivocado, él realmente era alguien de espíritu noble. Se quedó inmóvil viendo la pelea transcurrir hasta que un grito la despertó, desvaneciendo su calma. Habían lastimado al erizo que se hacia llamar Sonic, quien ahora caía con pesadez al río, el cual lavaba la sangre de la herida en su brazo.
–¡Sonic!– gritó ella corriendo hacia él.
–¡Mátenlo!
Los vio correr hacia el erizo quien yacía aturdido por la herida, y por la fuerte corriente del río, la cual, le imposibilitaba pararse correctamente. Nimue paró enfrente de él y con un grito de guerra estiró ambas manos para protegerse. Escuchó un grito proveniente de sus atacantes obligándola a abrir sus ojos y ver como el agua golpeaba con fuerza a aquellos que los agredían. Vio de reojo a su alrededor, percatándose que el río se había desviando de su curso. Lo había logrado, había podido mover las aguas, había desviado el río.
–Lo hice– murmuró con una media sonrisa.
–¿Cómo...
La voz de Sonic alcanzó sus oídos, viendo al erizo que la miraba con gran sorpresa. Él no se suponía que viera eso, no se suponía que supiera quien era ella. Entró en pánico. Merlín se lo había advertido muchas veces antes, nadie debería de saber de sus poderes, y ahí fue cuando lo sintió... Estaba perdiendo el control de las aguas, el miedo la hizo perder la concentración. El río tomaría su curso con gran fuerza y él estaba en medio del paso de éste.
–¡Vete!– ordenó Nimue al sentir como perdía el control poco a poco. Si no se movía, la corriente arremetería contra él con toda su fuerza.
–Pero...
–¡No hay tiempo, no podré hacer esto durante más tiempo!
Notó como el agua empezaba a retomar su transcurso normal y él aún parecía no entender a totalidad qué era lo que debía de hacer, o qué era lo que estaba pasando. Si no hacía algo él podría morir ahogado. –"Demonios..."– pensó –"Perdona Merlín"–. No había otra opción. Nimue dio media vuelta y corrió hacia el erizo azul empujándolo de la vía del río para que éste empezaran a fluir con toda su fuerza y ella ser arrastrada por la intensa corriente.
–¡AMELIA!– lo escuchó gritar según se iba río abajo.
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Nimue sintió su cuerpo flotar por los aires por tan sólo un instante, vislumbrando un lugar conocido. Su amado lago se encontraba bajo sus pies, yacía cayendo de un gran peñasco hacia éste.
Amelia sacó su cabeza del agua por fin, tomando una bocanada de aire y se sujetó de lo primero que encontró, que fue una rama de un buen tamaño flotando cerca de ella; a penas si tenía fuerza para nadar a la orilla. Lo había logrado. Con el poco control que había tenido de las aguas había podido concederse momentos para respirar en su rápido descenso.
–Sonic...– murmuró viendo la catarata de la cual había caído. Suspiró tristemente. Era mejor que él pensara que ella había muerto, no podía saber nada sobre ella –Amelia...– repitió ese nombre con una sonrisa. Lo había leído una vez en un libro y siempre le había gustado. Llevaría el nombre de Amelia en memoria del gentil caballero que la había protegido a costa de su vida. –"No permitiré que nada malo te pase"– el recuerdo de sus palabras la hicieron sonreír.
Amelia llegó a su hogar, exhausta. Su intento de salir del bosque que rodeaba su hermoso lago había sido un fracaso, al menos eso pensó hasta que recordó la sublime sonrisa de aquel erizo azul. No todo había sido en vano.
Se quitó aquel vestido hecho jirones y sucio para colocarse en sus pijamas. Esa noche dormiría y esperaba conciliar el sueño con tranquilidad, un anhelo que no sabía si podía ser cumplido.
Cayó dormida tan pronto como su cabeza tocó su almohada, y por primera vez sus sueños no se mancharon de sangre, al menos no en un principio. Soñó con él, con su sonrisa, con su risa que invadía el bosque, con el cantar de las aves que volaban sobre sus cabezas, soñó con la paz que vivía mientras yacía en su lago.
–Aquí está– le dijo el erizo azul con una sonrisa.
–¿Quién está aquí?– preguntó ella confundida.
–La guerra, Amelia... y todo arderá por la guerra.
Fuego. Las llamas treparon los árboles y el cielo se oscureció de repente. No podía respirar, el humo inundó sus pulmones y él desapareció junto con toda la tranquilidad.
–¡Sonic!
Se levantó de golpe. Sudaba frío y sus manos temblaban. Algo malo estaba pasando, algo le decía que había un gran peligro y que debía de detenerlo, aunque no sabía cómo. Nimue se puso en pie y así volteó a ver a su ventana, por lo general el aspecto tranquilo de la noche la hacía llenarse de paz, pero esa noche era diferente.
–Humo...– dijo al distinguir las grandes nubes de hollín alzarse al cielo y tocar sus preciadas estrellas. El resplandor del fuego iluminaba la noche, no estaba segura de dónde provenía, hasta que logró distinguir la dirección. Río arriba.
–Oh no, Merlín...
Se vistió con rapidez, no había tiempo que perder. Esa era una de las villas donde podría estar y además, la villa donde vivía Sonic.
–Te encontraré Merlín, pase lo que pase.
El inicio de una guerra, el fin de la libertad. Capítulo 2: Ginebra
¡GrAcIaS pOr LeEr!
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