Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

v e i n t i u n o (e8)

Maia observó su cuerpo frente al espejo, se tocó la cicatriz que le atravesaba el pecho, debía medir al menos unos ocho centímetros. Se preguntó cómo era que los doctores habían podido salvarla, literalmente se había atravesado con una espada.

Respiró con fuerza y se colocó la camiseta, no recordaba mucho de ese momento, apenas había sentido dolor y por más que habían repetido el video de su "sacrificio" no podía creer que fuera ella la que observaba en pantalla. Le costaba creer la facilidad con la que se había sacrificado, sin importarle nada más, apenas había pensado en sus acciones, sólo podía recordar la desesperación invadiéndola y la impotencia de ver a Thomas desangrándose frente a ella.

Le molestaba saber que todo eso había sido por nada: Thomas había muerto aún así, demostrando que en el Capitolio lo que importa es el espectáculo y el tributo más rentable.

Una parte de ella quería creer que era mejor así, que Thomas había escapado de los horrores del Capitolio. Sin embargo, aquella parte no era lo bastante convincente como para dejarla tranquila, mucho menos para perdonar a Finnick. En las últimas semanas apenas había hablado con él, lo evitaba a toda costa y el rubio finalmente había desistido en su tarea de perseguirla. Maia no lo quería cerca, no cuando no podía confiar en él.

Le había dado vueltas y vueltas hasta marearse, por más que intentaba justificarlo acababa por detestarlo aún más. Además de que no ayudaba el hecho de que su hermana parecía babosa pegada a Finnick y el rubio no hacía nada para ahuyentarla, eso empeoraba su humor mil veces más y hacía que perdonarlo fuera aún más difícil, ni hablar de la confianza. Decía una cosa pero hacía otra.

Salió de la casa dando un portazo, su madre y Annie se encontraban en el comedor sin preocupación alguna, ¿qué podía preocuparlas? Ese día era la Cosecha y ninguna tenía que presentarse, ¿para qué? Annie era tan útil como una caña de pescar en la bañera y su madre no tenía más hijos a los cuales ofrecer, conclusión: podían quedarse desayunando como si de un día cualquiera se tratara.

Ocupó su puesto junto a Finnick, quien murmuró un apenas audible "hola" que Maia no se molestó en responder. Podía sentir el corazón latiendo con fuerza, eran sus primeros juegos como mentora y no tenía ni idea de cómo sentirse con ello, le aterraba y a la vez estaba nerviosa, no importaba qué tan buena mentora fuera o cuánto se esforzara, las vidas de esos niños estaban fuera de su alcance.

Apenas escuchó nada de lo ocurrido en la Cosecha, estaba tan absorta en sus pensamientos e ideando una forma de sacarlos con vida que ni siquiera se había dado cuenta que ya debía subir al tren.

Se sentó en el comedor del tren a esperar a los demás, Hada no tardaría en aparecer con los tributos y necesitaba esforzarse por no parecer un animal rabioso. Para su sorpresa los primeros en llegar fueron Finnick y Annie, quienes tomaron asiento frente a ella. Masculló una palabrota, ¿es que su hermana tenía que estar presente en todo?

—Este es el tren para el Capitolio, el del psiquiátrico sale en unas horas —dijo la castaña, sin ocultar la molestia en la voz.

Porque sí, se había convertido en la idiota que odiaba a las chicas que se acercaban a Finnick. Además de que su hermana no era nada de lo que mostraba, se trataba de una mustia en el amplio sentido de la palabra, falsa e hipócrita hasta lo insoportable. Loca sólo cuando se necesitaba, sin embargo, Maia creía que era la más cuerda e inteligente de todos los de la mesa.

Los ojos de Annie se cristalizaron y la mayor se abstuvo de rodar los ojos, no recordaba haberla visto llorar cuando la llamó zorra hasta cansarse o cuando la amenazó para que se alejara de Finnick.

Maia estaba por pararse e irse cuando apareció Hada con los tributos, quienes se sentaron uno a cada lado de la castaña.

—Marie, Dan, ellos serán sus mentores: Maia, Finnick y Annie.

Los chicos los miraron a todos con detenimiento mientras ellos hacían lo mismo, necesitaban saber con qué podían trabajar, por cruel que se escuchara. Ambos debían tener entre quince y diecisiete años, no tenían mal estado físico y eran caras bonitas.

Maia observó al chico junto a ella, tenía los ojos verdes y la nariz respingada, era rubio y llevaba el cabello alborotado. Frunció el ceño, lucía casi igual a Thomas, como una versión mayor.

Sacudió la cabeza e intentó ignorar el pensamiento, en el Distrito 4 muchos eran rubios y de ojos claros, seguro su cabeza le estaba jugando una mala pasada.

Comieron en silencio con Hada haciendo uno que otro comentario para sacar conversación, comentarios ignorados por el resto de la mesa, quienes miraban el plato sin apetito alguno. Maia apenas había probado la sopa y no se sentía capaz de poder comer nada, tenía el estómago revuelto y un nudo en la garganta que le impedía tanto comer como hablar.

Al cabo de un rato Hada se dio por vencida con su misión de conversar y los guió a todos a la sala para ver el resto de las cosechas. No había muchos tributos destacables, salvo por los profesionales y el chico del 11. Los demás eran pequeños y delgados, no daban para alardear sobre ellos, lo cual hizo a Maia tranquilizarse un poco, quizá uno de sus tributos tuviera oportunidad.

—Estamos bien —sonrió Finnick—, muy bien.

Los tributos asintieron, intentando corresponder a la sonrisa aunque sólo consiguieron hacer una mueca. Maia no los culpaba, en unos días pelearían a muerte con niños y adolescentes y, si las cosas salían "bien", significaba que uno de ellos estaría muerto.

Maia respiró con fuerza antes de ir a encerrarse a su habitación, ni siquiera se despidió, no tenía ni idea de cómo lidiar con nada de lo que estaba ocurriendo: los juegos, los tributos, Finnick, Annie...

Al llegar al Capitolio las cosas no mejoraron, ese día Cristel y Eira los habían invitado a cenar después de la presentación de los tributos, cosa que empeoraba su humor de manera drástica.

—Preguntaría cómo estás pero tu rostro lo dice todo —dijo Wanda a manera de saludo, entrando al piso.

Maia sonrió sin ganas y levantó su copa de vino, como si estuviera brindando.

—Por razones como esta la mayoría de ganadores tienen vicios, no los culpo —masculló.

La morena se sentó frente a ella y se sirvió una copa también.

—Los estilistas también —sonrió, dándole un trago al vino y haciendo sonreír a la castaña—. Me avisó Eira que irán hoy a cenar —Maia asintió—. Te preparé un vestido de infarto.

Maia suspiró, sabía que nada de lo que estaba pasando era culpa de Wanda pero le costaba sentirse feliz con los detalles de la morena, aunque estaba consciente de que tenía buenas intenciones.

—Me siento como una cría compitiendo por alguien que no lo merece —masculló, sabiendo que era la primera vez que hablaba el tema en voz alta. El vino le soltaba la lengua al parecer.

—Compites porque quieres, May. Desde donde yo lo veo, no hay competencia alguna y, si la hubiera, ya tenemos ganadora.

La castaña se obligó a sonreír, dándole otro trago a la bebida, la cual sabía horrible pero, hasta cierto punto, la hacía sentir mejor.

—Son tercos como mulas, los dos —se burló Wanda.

—Intento no serlo, te lo juro, pero mi carácter es insoportable y tengo el autocontrol de una cría de dos años.

La morena rió, haciendo sonreír a Maia.

—Eso sí no puedo debatirlo.

Maia rió y el resto de la tarde la pasó con Wanda, ya que la mujer debía esperar a que los tributos estuvieran listos para vestirlos. Hablaron de cosas triviales, Maia le preguntó sobre su vida en el Capitolio y si hacía algo más aparte de los juegos, la estilista le contó que tenía un negocio de ropa. Después hablaron sobre su situación afectiva, Wanda le confesó no estar casada ni tener pareja, tampoco parecía muy interesada en el tema.

Para cuando llegó la hora de arreglarse para ver la presentación de los tributos, Maia se sentía completamente borracha. Se duchó con agua fría intentando bajar el alcohol pero poco o nada sirvió, sólo era una ebria con el cabello escurriendo. Se vistió con la ropa que le habían dejado: un ajustado vestido negro sin mangas y unas zapatillas de tacón abiertas.

Medio se maquilló y peinó, en ese momento valoró a sus estilistas y a su maravilloso trabajo, ella apenas había logrado recogerse el cabello y enchinarse las pestañas.

Salió de su habitación y respiró con fuerza, se sentía menos ebria, sí, pero no lo suficiente como para lidiar con la eterna noche que se avecinaba.

No tardó en unirse Finnick, quien al instante la miró y la chica rodó los ojos.

—¿Listo para hoy? —preguntó, sabiendo que medio arrastraba las palabras.

—¿Bebiste?

—¿Cómo querías que soportara la situación si no? Agradece que me recogí el cabello y no tendrás que hacerlo si vomito.

—May...

—No me digas así —se quejó mientras subían al elevador—. Todo me da vueltas —masculló, recargándose en la pared del elevador.

Al instante Finnick la tomó del brazo, haciéndola recuperar cierta estabilidad. Odiaba tenerlo cerca, lo detestaba porque cuando eso sucedía, sólo quería olvidarlo todo y quedarse junto a él.

—Eres una pésima ebria —se burló Finnick, mirándola divertido.

—Claro que no. Si fuera pésima ebria ya habríamos hablado sobre lo mucho que te odio o algo así.

Finnick rió y presionó un botón en el ascensor, haciendo que este se detuviera.

—¿Qué crees que haces, Odair?

—Aprovechando la oportunidad de hablar contigo.

—Por favor, estás creando una de esas escenas cliché donde yo te digo que te odio y que me lastimas, tú me dices que lo sientes, discutimos y probablemente acabemos besándonos y todo eso.

—¿Acabas de inventar esa historia?

—De predecir —corrigió la chica.

—¿Acabamos besándonos y todo eso entonces?

—¿Es que no puedes pensar con la cabeza que tiene cerebro?

El rubio rió y Maia lo miró mal, sin embargo, una leve sonrisa se escapó de sus labios. De nuevo, odiaba a Finnick por volverla débil.

—Tenemos que ir a ver a nuestros tributos —dijo Maia, intentando oprimir el botón que la sacaría de ahí.

Finnick la detuvo, tomándola de la muñeca. La castaña evitó mirarlo, a pesar de que los ojos del rubio la estaban taladrando, sabía que si lo hacía acabaría donde siempre, recordando lo enamorada que estaba de él para después decepcionarse, de nuevo.

—¿No querías hablar de lo mucho que me odias? —Maia negó con la cabeza—. Yo no creo que me odies, May.

—Vaya genio —se burló la chica—. Sí te odio. Te odio tanto, tantísimo.

—¿Segura?

—Segurísima.

—¿Por qué no haces nada para alejarme entonces?

—Porque el hecho de que te odie no significa que no te quiera cerca, ¿entiendes? Te odio pero eres mío aún así.

Alcanzó a ver a Finnick sonreír levemente, usando esa sonrisa tan característica suya que era capaz de derretir témpanos de hielo.

—¿Y tú eres mía entonces?

—No.

El rubio la tomó por la cintura y la acercó a él. En ese momento lamentó haber bebido sin nunca haberlo hecho antes, resultó que era una ebria caliente.

—¿Por qué no? —preguntó el rubio cerca de sus labios.

—No haces nada para que lo sea.

Se odiaba por besarlo pero, de nuevo, era una ebria caliente, deshinibida y con un nulo autocontrol.

—¿Qué hago entonces? —preguntó Odair, cortando el beso y susurrándole al oído.

—No puedo explicarte todo —se quejó la chica—. No sé qué pretendes, dices una cosa y haces otra, eres odioso y me molesta que parezcas escultura, hecho que no ayuda ya que al parecer el vino te suelta la lengua y las piernas.

Odair rió y la abrazó contra él. Maia disfrutó del contacto, dejando que el rubio la tomara por la cadera y la pegara contra su cuerpo. Se reprochó a sí misma estar así, cayendo en lo mismo de nuevo, Finnick era esa piedra con la que siempre tropezaba y con la que se había encariñado.

Salieron del elevador al cabo de unos minutos, el rubio le había tendido su brazo para que Maia se recargara y disimulara su estado.

—Deberías cargarme —se quejó la chica mientras caminaban hacia el equipo del Distrito 4.

—No pondría resistencia alguna.

—Claro que no, mientras sea de frente y sin ropa de por medio.

Finnick rió y Maia esbozó una leve sonrisa. Alcanzó a ver que Wanda los miraba divertida, al instante la morena encarnó la ceja, a lo que la chica se encogió de hombros. Quizá los trataran como adultos pero la realidad era que ambos eran adolescentes hormonales y con sentimientos e historia de por medio, ¿qué decisión coherente podía tomar?

No alcanzaron a ver a los tributos de su distrito pero los felicitaron en cuanto aparecieron, diciéndoles lo bien que lo habían hecho y lo orgullosos que estaban de ellos. Maia sabía que mintieron con descaro pero la idea de decirles: "nos lo perdimos, estábamos ocupados besándonos en el ascensor" era impensable. Ni siquiera ella podía creer que de nuevo había caído en lo mismo y, viendo su situación y su poca fuerza de voluntad, continuaría haciéndolo.

Al terminar con los tributos se fue con Wanda, quien la arreglaría para la cena.

—Soy una pésima ebria —se quejó Maia mientras su estilista le arreglaba el cabello.

—Una ebria enamorada.

Maia asintió y suspiró. Se preguntó si en algún momento superaría a Finnick, si llegaría un día donde lo mirara y no sintiera nada. No estaba segura, tampoco estaba segura de que seguir odiándolo e intentando alejarse de él fuera la mejor opción, siempre estarían juntos, se odiaran o no, el Capitolio les había creado un lazo irrompible.

Wanda la dejó irreconocible, le había atado el cabello en una coleta alta y bien peinada, maquillado con sombras oscuras y, como bien había dicho, el vestido estaba de infarto. Se trataba de un vestido corto, ajustado en la parte superior y con la espalda abierta, en la cintura se hacía amplio y le llegaba hasta medio muslo, dejando sus piernas al descubierto. Era color negro, lo cual resaltaba el tono de su piel y ojos.

—Eres hermosa, May —la halagó Wanda al ver el resultado final.

Maia le sonrió con lágrimas en los ojos, realmente el vino le había quitado la estabilidad emocional que fingía tener.

Se despidió de su estilista con un abrazo y se dirigió al ascensor, Finnick ya la esperaba. Alcanzó a ver la mirada despectiva de Annie desde la sala, hecho que ignoró, en ese momento no quería tener que pensar en ella.

El rubio llevaba unos pantalones negros y una camisa del mismo color, abierta hasta la mitad del pecho. Aunque su trabajo fuera desagradable en su totalidad, no podía negar que le gustaba cómo los vestían, siempre elegantes y combinados.

—¿Cómo sigues? —le preguntó Finnick.

—Comienzo a recuperar algo de recato —murmuró, haciéndolo sonreír.

—Pensar que bebí para estar iguales —se quejó el rubio y la chica soltó una carcajada.

—Qué considerado, Odair —se burló.

El camino a casa de las mujeres fue en silencio, Maia no se atrevía a decir nada por miedo a seguir hablando de más, cosa que ese día había hecho de maravilla.

Las mujeres los recibieron a ambos con dos besos en la mejilla y los pasaron al comedor para la cena. La plática versó sobre los juegos y los nuevos tributos, preguntaron cómo se sentían con el trabajo de mentores y a todo respondieron con mentiras.

Al cabo de una hora comenzó a sentirse mareada, ya que Eira y Cristel sólo les habían ofrecido vino de tomar. Sólo había tomado una copa pero supuso que ésta se había mezclado con la botella que había vaciado en la tarde.

Después del postre los guiaron al dormitorio y, en parte, agradeció estar borracha.

—Iré al baño —anunció la chica.

Se observó al espejo, las ojeras comenzaban a notarse y el mundo le daba vueltas. Quizá su estado ayudaba a sobrellevar la situación pero tampoco se sentía bien, de hecho, en ese momento una creciente tristeza la invadía y se maldijo a sí misma por beber tanto. Había pasado de ebria caliente a ebria a punto de soltarse a llorar, ¿qué seguía?

Respiró con fuerza y se enjuagó la boca, cuando llegó a la habitación las mujeres ya habían comenzado a tocarse frente a Finnick, quien lucía tremendamente incómodo, no podía culparlo.

—Hora del show —masculló Maia y Finnick le dedicó una leve sonrisa.

Fue él quien la besó primero, sabía a whisky. Disfrutó del contacto con el rubio mientras intentaba recordarse que no debía sentir, hecho que su cuerpo ignoraba, ya que no permitía que su cerebro entrara en escena. Se dejó besar, tocar y desvestir por Odair mientras hacía lo mismo con él.

—¿Quién es el ebrio caliente ahora? —se burló la castaña contra su boca, haciéndolo sonreír.

Finnick la abrazó contra él y Maia permitió que la cargara y la acostara en la cama con él encima.

—¿Segura? —preguntó mirándola, sus ojos brillaban.

La chica asintió, qué más daba, si existía el infierno ya tenía un pie dentro.



Perdón por tardarme tanto en actualizar :( he tenido varias situaciones personales que no me lo permitieron, espero les guste<33, gracias por su paciencia.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro