t r e i n t a y u n o
Maia apenas pudo mirar a Finnick durante el desayuno o mientras esperaban a que los llamaran para las pruebas individuales. Sentía el corazón dolorido, había pasado tanto tiempo creando una barrera a su alrededor que le costaba creer la facilidad con la que Finnick la había tumbado.
Además de que se sentía débil, bastaba con hablar con él o mirarlo para hacerla ceder de nuevo.
Finnick tampoco la miraba, ambos actuaban como si el otro no existiera, ignorándose y viendo al frente.
Llamaron a Finnick y Maia lo miró mientras entraba a al Sala de Entrenamiento, el rubio caminaba igual que siempre, derecho y con gracia. Aunque su rostro estaba diferente, ese día no se había esforzado por ocultar el dolor que lo aquejaba y Maia tampoco lo había hecho.
Al cabo de quince minutos la llamaron, vio a los Vigilantes en su puesto usual observándola. El nuevo Vigilante Jefe, Plutarch Heavensbee, no la perdió de vista. Era un hombre de cabello rubio y de mediana edad, con las mejillas rozadas y algo pasado de peso. Maia lo fulminó con la mirada.
—Señorita Cresta, tiene quince minutos para demostrarnos sus habilidades.
—Sí, sobre eso... no sé qué clase de juego estén jugando, pero no seré parte.
Se sentó en una de las mesas de la Sala de Entrenamiento y se dedicó a jugar con un cuchillo de forma desinteresada, esperando a que los Vigilantes le dijeran que podía irse, sin embargo, no lo hacían.
Plutarch seguía mirándola, Maia casi podía decir que se estaba divirtiendo, el hombre tenía una pequeña sonrisa en los labios.
—Bueno, tengo cosas mejores qué hacer, nos vemos.
Salió de la Sala de Entrenamiento dejando a todos los Vigilantes boquiabiertos, ya no le importaba lo que pensaran, podían ponerle un tres si así lo querían. Era lo mismo para ella.
En cuanto llegó a su piso se topó con Finnick, quien se quedó mirándola como si estuviera presenciando un fantasma. Maia pensó en alejarse pero de qué serviría, estaba metida hasta el cuello.
—¿Cómo te fue?
Finnick se encogió de hombros.
—Lo mismo de siempre, arrojé el tridente. —Maia se mordió el labio— Eso es una mala señal, ¿qué hiciste, Maia Cresta?
La chica se encogió de hombros.
—Digamos que les dije lo poco que me importaba su juego y después me senté en una mesa a jugar con un cuchillo mientras ellos me observaban incrédulos.
Finnick soltó una carcajada.
—Nunca cambiarás.
La chica sonrió a medias.
—Terminé por irme a los cinco minutos, no sé para qué querían tenerme ahí más tiempo, no estaba aportando mucho qué digamos.
Finnick suspiró y después sonrió.
—Nunca dejas de sorprender —dijo con una sonrisa ladeada antes de internarse en su habitación.
Maia le correspondió la sonrisa para después imitarlo e irse a su habitación. Era curioso cómo su relación con Finnick podía volver a la "normalidad" en cuestión de minutos o, al menos, lo que ellos consideraban como normal.
• • •
Maia durmió hasta que anunciaron la cena, estaba preparada para el regaño que le esperaba por parte de Hada y las burlas que le harían Marcus y Wanda. Y, probablemente, la mirada angustiosa de Mags. Finnick tenía razón, nunca cambiaría.
—¿Y bien? ¿Qué tal las pruebas? —preguntó Hada emocionada, antes de dar un sorbo a su bebida.
Finnick rió.
—Pregúntale a Maia.
Hada la miró con reproche.
—¿Otra vez? Ay, Maia, qué haremos contigo. ¿Ahora qué hiciste?
Maia sonrió incómoda.
—Nada.
Hada frunció el ceño, esperando una explicación.
—Es eso, Maia no hizo nada —siguió Finnick.
—¿Por nada te refieres a...?
—A nada —respondió Maia—. No hice nada.
Hada soltó un gritito y los estilistas rieron.
—¿Entonces? —preguntó Wanda.
—Sólo me senté a esperar a que me dejaran irme.
—Bueno, al menos fuiste educada —dijo Hada.
—Casi, como no me dejaban marchar decidí ponerme de pie y darme permiso yo sola.
Maia soltó una carcajada al ver a Hada, quien estaba a punto de desmayarse. No paraba de usar la servilleta como si fuera abanico mientras intentaba respirar.
—Vamos, Hada, es sólo un juego —dijo Maia sonriente.
—¡Nunca te tomas nada en serio, Maia! —la regañó.
Hada se puso aún más histérica por las burlas de Wanda y Marcus, quienes parecían estar disfrutando muchísimo. Les pidió que dejaran de fomentar esa actitud en Maia, petición que fue ignorada.
—Finnick —dijo la mujer después de rendirse con la chica Cresta—. Dame buenas noticias, por favor.
Todos en la mesa rieron.
—Me limité a hacer lo de siempre, arrojar el tridente.
Hada aplaudió.
—Fantástico, al menos tengo un tributo con el que puedo trabajar.
Maia le lanzó una mirada asesina pero acabó por reír. Hada estaba en lo cierto.
En cuanto terminaron de cenar, se dirigieron al salón para poder ver las puntuaciones. Como era de esperarse, los Profesionales obtuvieron notas entre nueve y diez; nada de lo cual asombrarse.
Finnick obtuvo un diez, todos lo felicitaron y abrazaron, aunque Maia omitió la parte del abrazo, acto que no pasó desapercibido por Finnick.
Salió la foto de Maia en la pantalla y debajo de ésta un doce. La chica soltó una carcajada.
—Vaya eso sí que es una sorpresa —dijo y todos los demás asintieron, no obstante, acabaron por felicitarla.
—Siempre sabes cómo dejar sin palabras —dijo Wanda a manera de felicitación.
Maia sonrió al ver a Hada abriendo y cerrando la boca mientras pensaba qué decir.
—¿Ves, Hada? Aquí les gusta eso.
La mujer la miró ofendida.
—Eso no es ninguna justificación para tus faltas de respeto, además...
—Vamos, Hada, volvió a tener una calificación perfecta —la tranquilizó Wanda, con una enorme sonrisa.
Continuaron viendo al resto de los tributos, quienes habían tenido calificaciones buenas o terribles, como los adictos del Distrito 6. Finalmente llegó el turno del Distrito 12, Katniss había obtenido un doce también.
—La competencia —dijo Maia burlona.
Todos decidieron que era hora de irse a acostar, pero Maia sabía que ella dormiría poco o nada; estaban a sólo dos días de ser arrojados al estadio para luchar por sus vidas. No era un pensamiento para nada tranquilizador.
Ya había pasado por eso, sabía lo que eran los juegos, pero no por ello el miedo desaparecía y, a diferencia de sus primeros juegos, esta vez estaba aterrada. Sí, antes había tenido miedo, pero sabía que podía hacerlo, confiaba en ella. Esta vez no lo hacía y tampoco confiaba en nadie más, tal vez en Peeta.
—Maia —la llamó Finnick.
La castaña intentó no sonreír al verlo, iba con unos sencillos pantalones oscuros y una remera blanca, casi parecía un chico normal. Sus ojos se veían especialmente brillantes esa noche, sin embargo, no era su brillo característico, se trataba de un provocado por las lágrimas que amenazaban por salirle.
—No quiero estar solo esta noche —admitió.
Maia se hizo a un lado, dejándole un espacio en el sofá. Finnick la miró agradecido y se acostó junto a ella.
Ambos se quedaron acostados en silencio con sus cuerpos tocándose, no importaba cómo se acomodaran, el sofá era estrecho y no había forma de evitar el contacto.
El corazón de Maia latía con tranquilidad al sentir a Finnick junto a ella, sus pensamientos también se habían calmado. El rubio influía sobre ella y la chica sabía que lo hacía de buena manera, podía tranquilizarla hasta en sus peores momentos y siempre lo había hecho.
Quería darle una segunda oportunidad, realmente se esforzaba por hacerlo, pero no lo conseguía, cada vez que lograba hacer algún avance lo desechaba al día siguiente, haciendo o diciendo algo para alejarlo. Entonces prefería mantenerse así, sin hacer nada, esperando que en algún momento las cosas volvieran a ser iguales; sabiendo, en el fondo, que nunca lo serían.
—Finnick, ¿estás despierto? —susurró.
Sintió al rubio asentir a su lado.
—Abrázame —Finnick no se movió de donde estaba—. Por favor.
Al cabo de unos segundos sintió los brazos de Finnick envolverla, además de los latidos del corazón de éste contra su espalda. Maia acomodó su cabeza en el brazo de Finnick, sintiendo la respiración del rubio en la nuca, cosa que la reconfortó.
Terminó por entrelazar una de sus manos con la de Odair, quien no opuso ningún tipo de resistencia.
—Descansa —le susurró el rubio al oído.
Maia sonrió ligeramente, quedándose dormida casi al instante.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro