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t r e i n t a y t r e s

Maia abrazó a Wanda antes de subir a la plataforma que la llevaría a la arena, sería la última vez que la vería.

—Nunca te lo agradecí —dijo Maia en un susurro.

Wanda le acarició el cabello y después la miró a los ojos.

—Eres la persona más fuerte que he conocido —admitió Wanda—. No sabes cuánto te admiro... Fue un placer ser tu estilista y amiga.

Maia sonrió y se limpió las lágrimas, abrazando a su estilista de nuevo.

—Lo mismo digo —murmuró, intentando ahogar el sollozo que amenazaba por salir.

La morena se alejó unos centímetros de ella, tomándola por los hombros y dedicándole una sonrisa.

—Ahora, Maia, enséñales cómo se gana.

La castaña asintió y se subió en la plataforma que la llevaría al estadio, la cual comenzó a elevarse al instante. Sentía el corazón latiéndole con fuerza y el cuerpo inquieto, deseoso de salir huyendo.

El sol la deslumbró.

Alrededor de ella sólo había agua, se trataba de una especie de playa con la jungla alrededor. Para llegar a la Cornucopia había que nadar algunos metros, subir a unas rocas y después correr hacia ella.

Era como si el estadio estuviera hecho para ella.

A un lado suyo estaba Peeta, a quien le sonrió, y del otro lado estaba Enobaria, quien la miraba con odio. Maia no era tonta, la morena a su derecha era mortífera y lo mejor era evitarla o terminar con ella.

En cuanto sonó el gong se arrojó al agua, la cual estaba fría; agradeció por ello, hacía tanto calor que hubiera sido un martirio nadar con agua caliente.

Fue la primera en llegar a la Cornucopia, tomando un hacha y clavándosela con velocidad a un hombre que se acercaba.

Se guardó una espada en el cinturón junto con varios cuchillos, llevando el hacha en la mano derecha. Salió de ahí y se topó con una mujer de mediana edad, quien no dudó en arrojarse sobre ella; Maia fue más rápida y le clavó el hacha en la pierna, tirándola al suelo. Una vez que se aseguró de que la mujer estaba fuera de combate siguió corriendo en busca de Peeta, quien no había llegado a la Cornucopia.

Lo vio luchando con otro tributo en el agua, no paraban de golpearse en la cara, salpicando agua a su alrededor.

Maia se sacó un cuchillo del cinturón, procurando apuntar al rostro del otro tributo, pero se movían tanto que era imposible fijar un objetivo, no podía arriesgarse a matar a Peeta.

Guardó el cuchillo y se dispuso a arrojarse al agua, sin embargo, antes de hacerlo alguien la detuvo, Maia apenas alcanzó a frenar el hacha a tiempo.

—¿Qué planeabas hacer con eso? ¿Matarme? —preguntó Finnick.

Maia se encogió de hombros.

—No es tan mala idea.

El rubio sonrió y se sumergió en el agua.

Maia se había quedado sola, bueno casi, Katniss estaba unos metros atrás sin dejar de inspeccionarla con la mirada. La chica rodó los ojos, sería bastante trabajo tener que soportarla.

Peeta y el tributo se hundieron antes de que Finnick pudiera alcanzarlos.

Sonó el cañón.

Observó a Katniss, quien miraba desesperada a su alrededor. Maia rezó porque no hubiera muerto Peeta, le caía bien y si moría sería una traba para el plan.

Suspiró de alivio en cuanto lo vio salir a la superficie.

Los profesionales ya se habían reunido en la Cornucopia, preparándose para cazarlos a todos.

—Chica en llamas —la llamó Maia antes de empezar a correr hacia la jungla.

Peeta iba al frente, después Katniss, luego Maia y finalmente Finnick Maia había intentado colocarse en el lugar de Katniss, pero la chica casi la había empujado para ir con Peeta.

Corrieron hasta que estuvieron lo bastante alejados de la playa. Se sentaron en círculo y Maia se limpió el sudor de la frente, el clima era bochornoso; necesitaban encontrar agua pronto si no querían morir deshidratados.

Comenzaron a sonar los cañones del baño de sangre, haciendo reír a Finnick.

—Supongo que ya no nos tomamos de la mano —dijo burlón, ganándose una mirada asesina de Katniss.

—¿Te parece gracioso? —preguntó la chica.

—Cada vez que oigo ese cañón es música para mis oídos. No me interesa ninguno de ellos.

—Es bueno saberlo —dijo Katniss, sacando una espada.

Maia soltó una carcajada.

—¿Qué? ¿Planeas enfrentar sola a los Profesionales? —se burló—. Muy sensato.

Katniss la miró mal, a lo que Maia simplemente sonrió.

—Salgamos de aquí —dijo Peeta, cesando la discusión.

Caminaron por otro rato, con Peeta al frente cortando cualquier rama que les estorbara el paso. Ahora era Katniss quien cerraba el grupo con Maia y Finnick en medio.

—¡Peeta, no! —gritó la chica Everdeen antes de que Peeta saliera arrojado en el aire.

Maia y Finnick cayeron al suelo en cuanto el cuerpo de Peeta chocó contra ellos; la castaña estaba segura de que le había pegado al campo de fuerza que rodeaba al estadio.

Katniss se acercó al chico, quien estaba tirado inconsciente.

—¿Peeta? ¡No está respirando!

Finnick la empujó, abriéndose espacio para darle respiración de boca a boca y después apretarle el pecho.

Katniss estaba desesperada, suplicándole a Peeta que despertara mientras lloraba. Maia se mantenía alejada, no tenía ni idea de cómo revivirlo ni tampoco consolaría a Katniss; era mejor mantener la distancia.

Peeta tomó una bocanada de aire, haciendo que todos respiraran aliviados.

—Dios mío, Peeta, estabas muerto —dijo Katniss entre lágrimas y después lo besó.

Maia y Finnick los observaban sentados a un lado sin decir una palabra. La castaña no quería hablar y él tampoco parecía poner mucho de su parte para hacerlo.

Caminaron un rato más siguiendo los límites de la arena, sólo descansaron cuando Katniss escaló un árbol para ver si había alguna fuente de agua cercana.

—Hay un domo que rodea la arena, estamos en el límite —explicó—. No vi ninguna señal de agua dulce.

—Pronto va a oscurecer, aquí estaremos a salvo. Deberíamos acampar —sugirió Finnick—. Tomaré la primera guardia.

Katniss rió levemente.

—Olvídalo.

Finnick la miró ofendido antes de ponerse de pie.

—Cariño, lo que hice hace rato por Peeta se llama salvarle la vida. Si quisiera matarlos, ya lo habría hecho.

Maia agradeció que Finnick tomara la primera guardia, ya que se encontraba cansada y sólo deseaba tumbarse y dormir. Sin embargo, su cuerpo le pedía agua con urgencia.

Arrancó una larga hoja de una palmera con ayuda de un cuchillo y la colocó en el suelo para poder dormir sobre ella, su cuerpo cabía perfectamente y así no tendría que ensuciarse la cara.

• • •

—¿Cómo está Peeta? —preguntó Finnick.

Katniss estaba a su lado con la mirada perdida y la frente cubierta de sudor al igual que él.

—Está bien, creo. Deshidratado, como todos.

Finnick asintió para después mirar a Maia, quien dormía muy cerca de él sobre una enorme hoja. Le gustaba verla dormir, siempre que lo hacía se le veía tranquila, con los ojos bien cerrados y la respiración calmada. El rubio no sabía si Maia tenía pesadillas, por cómo dormía parecía ser que no, aunque quién sabe, quizá Maia no tuviera la tendencia de moverse entre sueños como él.

—¿Sabe que estás enamorado de ella?

Finnick miró a Katniss, quien simplemente se encogió de hombros.

—¿Tanto se nota?

La chica asintió.

—Por cómo la miras, siempre estás cuidándola.

Finnick sonrió.

—Ella parece no notarlo.

—¿En serio? Pensé que estaban juntos... desde que los vi aparecer en televisión por primera vez, parecía que...

—Que estamos enamorados —interrumpió, a lo que Katniss asintió.

El rubio suspiró.

—No puedo hablar por ella, pero sé lo que yo siento.

Antes de que Katniss pudiera hablar apareció el sello del Capitolio en el cielo y comenzó a sonar el himno. Habían muerto ocho tributos en total, no conocía a ninguno.

Escuchó una especie de pitido cerca de ellos: los patrocinadores les habían enviado algo, sólo esperaba que fuera agua. Katniss fue quien se acercó a abrir el contenido del paquete.

—¿Qué es? —preguntó Finnick, al ver un pequeño objeto metálico en forma de cilindro.

—Creo que es una espita.

—¿Una qué?

Katniss ya se había puesto de pie sin explicarle, clavando el objeto a un tronco. Finnick la miró confundido mientras la chica observaba el objeto esperanzada. Al cabo de unos segundos comenzó a salir agua de la espita, dejó que Katniss se saciara primero y después bebió hasta que le dolió el estómago. Fue a despertar a Maia, quien seguía acurrucada a lo lejos.

—Maia —susurró, moviéndola levemente.

La chica abrió los ojos de inmediato, mirándolo asustada.

—¿Ocurrió algo?

—Tenemos agua.

La chica sonrió, poniéndose de pie rápidamente. Finnick la observó tomar agua y después lavarse la cara, parecía de mejor humor después de saciar su sed.

Finnick se sentó sobre una roca y después apareció Maia a su lado.

—Es tu turno de dormir —dijo la chica—. Yo montaré guardia.

—Maia...

—No importa, yo ya descansé —insistió.

Finnick la miró con reproche.

—No puedo dormir —admitió.

—Puedo sentarme junto a ti, quizá eso ayude —se ofreció la castaña, aunque Finnick pudo ver cuánto trabajo le costó decir esas palabras.

El rubio acabó por asentir, sería bueno descansar un rato.

Se recostó sobre la hoja que había usado Maia para evitar enlodarse y la chica se sentó frente a él, ocupando una parte de la hoja.

—Recárgate en mí —murmuró Finnick al ver lo incómoda que se encontraba.

Maia asintió y recargó su espalda contra el torso de Odair. Deseó poder abrazarla y después besarla, pero a quién engañaba, Maia no quería eso, ni tampoco lo quería a él. La verdad era que no sabía qué quería Maia o a quién quería, todo parecía serle tan indiferente, nada parecía lastimarla. Había soportado ver a Annie abrazándolo, tocándole el rostro y ni siquiera había mostrado una expresión, nada, se mantenía tan tranquila como siempre.

Se preguntó si había algo que le doliera, se habían distanciado en los últimos años y ya nunca hablaban de eso. Sabía que aún sufría por Thomas y por los tributos que había tenido que entrenar, también sabía que sufría por Annie, quizá por la muerte de su padre. Pero sólo eran suposiciones, ella nunca lo había confirmado. Maia era fuerte, al grado de ser insoportable. Finnick se preguntó cuánto dolor llevaría cargando y desde cuánto tiempo atrás, años probablemente.

Terminó por quedarse dormido gracias a la presencia de Maia, quien miraba al cielo sin decir una sola palabra. Finnick sabía que no hablaría en lo que quedaba de la noche, no era desconocido que Katniss no le caía bien.

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