t r e i n t a y d o s
Al día siguiente, Maia despertó con Finnick contra su espalda, sus cuerpos aún se tocaban y al instante sintió ese impulso de pararse y alejarse, sin embargo, se mantuvo justo donde estaba. Acabó por voltear a ver al rubio, quedando sus cuerpos uno frente al otro al igual que sus rostros.
Sonrió al ver a Finnick tan tranquilo y con el rostro relajado, sin ninguna expresión que lo aquejara.
—Es difícil dormir si estás mirándome —se quejó el rubio, sin abrir los ojos.
—Bien, iré a ducharme —dijo Maia, aprovechando la situación para salir de ahí.
Finnick la detuvo del brazo.
—¿Quién te dijo que te fueras?
Maia reunió todo el valor que tenía para volver a acomodarse frente a Finnick, quien no tardó en abrir los ojos. Casi sintió cómo se desmayaba, cómo iba a lograr escaparse cuando la miraba así, con tanto... ni siquiera sabía qué había en su mirada, pero sus ojos parecían resplandecer cada vez que la veía, además de los constantes esfuerzos del destino por unirlos, no podía ser coincidencia, ¿o si? No lo sabía. Pero le gustaba creer que eso que la unía a Finnick era algo más allá.
La forma en que conectaban podía sentirse en cuanto alguno de los dos abría la boca o cuando sus cuerpos se tocaban, quedando perfectamente unidos, como si fueran las piezas correctas de un rompecabezas.
Se quedaron así, mirándose. Maia sabía lo ridículos que se veían, cualquiera que los viera en ese momento probablemente se burlaría, pero nadie lo hizo. Sólo estaban ellos dos observándose.
—¿Por qué tiene que ser así, Maia? —susurró Finnick, acariciándole el rostro.
Maia sintió cómo quemaba el contacto de la piel del rubio con la suya, cada vez que la tocaba era así, como si Finnick fuera fuego y ella hielo, que igualmente quemaba.
—No lo sé —dijo en voz baja—. En este momento ni siquiera puedo recordarlo.
Y era cierto. Se había olvidado de todo lo que había vivido con Finnick, sólo existían ellos dos en ese momento, en presente; el pasado parecía haber desaparecido, como si todo estuviera curado.
Finnick sonrió.
—Sé que te lo he dicho un millón de veces, pero no quiero perderte.
Maia le acarició el dorso de la mano, antes de volver a mirarlo y sentir esa electricidad que los rodeaba.
—Pase lo que pase —respondió Maia, rememorando la promesa que se habían hecho años atrás y que no paraban de recordarse.
—Pase lo que pase —sonrió Finnick.
• • •
El resto del día la pasó dando vueltas en su piso, se suponía era el día que debían prepararse para las entrevistas, pero ella sabía perfectamente qué decir al igual que todos los tributos. Todos estaban furiosos, dirían lo que fuera con tal de evitar los juegos.
Había ido al tejado un par de veces para distraerse, aunque sin Finnick resultaba ser un lugar aburrido. Había pasado apenas unos minutos ahí.
Finnick había estado hablando con Haymitch y no habían querido incluir demasiado a Maia, quien no tenía ningún conocimiento sobre el plan. Según el mentor del Distrito 12, Maia estaba bastante vigilada por el Capitolio; ella no lo sentía así, creía que había muchas cosas más importantes por las cuales preocuparse que una chica con malos modales.
Sin embargo, no protestó, el plan no le pertenecía, y haría lo que fuera, incluso hacerse a un lado, para librarse del Capitolio.
Maia casi se arrojó a los brazos de Finnick cuando lo vio entrando, había pasado el día sola y se había aburrido de sobremanera.
—¿Cómo te fue? —preguntó de inmediato, haciendo reír a Odair.
El rubio se tumbó a su lado, dejando caer todo su cuerpo sobre el sofá y subiendo las piernas en Maia.
—Creo que funcionará —reconoció Finnick—. Es bastante arriesgado, pero confío en que saldrá bien.
Maia asintió. Ella también lo hacía.
• • •
Sonrió al ver su aspecto frente al espejo, el equipo de preparación la había dejado irreconocible. Volvía a ser esa chica fuerte y amenazante.
Sus ojos estaban tan oscuros que casi se veían negros, lucían como el cielo justo antes de que se desatara la tormenta. El maquillaje era de colores oscuros, siendo el negro y el azul los principales.
El cabello lo llevaba suelto y alborotado, como si acabara de salir de algún tipo de lucha, aunque quedaba bastante bien con el maquillaje. Su cuerpo brillaba y sus uñas estaban perfectamente bien arregladas y pintadas de negro.
Wanda se acercó para colocarle el vestido y, al igual que los juegos pasados, Maia cerró los ojos, esperando sorprenderse con un atuendo increíble. La castaña sabía que Wanda no se había lucido demasiado en el desfile inicial para no opacar a los chicos del doce; pero esta vez, Maia sería incluso mejor que ellos, estaba segura.
En cuanto abrió los ojos dejó escapar una expresión de asombro. Era increíble.
Se trataba de un vestido negro largo y abierto de ambas piernas, dejando ver hasta el muslo de los dos lados. Era apretado, resaltando lo bien formado de su cuerpo. Tenía el cuello redondo y era sin mangas. Maia sonrió al verse.
—Es maravilloso.
Wanda sonrió.
—Y aún falta la sorpresa, como bien sabes me gusta que tú también te sorprendas al verla.
Maia le dedicó una sonrisa de agradecimiento.
—Siempre lo hago.
Se dirigió hacia donde estaban los demás tributos, quienes también lucían bastante bien, incluso Johanna lo hacía aunque parecía un árbol. La chica soltó una carcajada al verla.
—Vuelve a reírte y serás la primera con su foto en el cielo —amenazó Johanna.
—Ya veremos —respondió Maia sonriente.
No tardó en aparecer Finnick con una sencilla camisa blanca y un collar de piedras. Maia no pudo evitar mirarlo de arriba abajo, los estilistas ni siquiera tenían que esforzarse, él era perfecto con sólo respirar.
—Luces bastante amenazante —admitió Finnick, haciéndola fruncir el ceño.
—Lo que toda chica quiere escuchar.
Finnick rió y se acercó a ella para poder susurrarle al oído.
—Sabes lo mucho que me encanta cuando muestras las piernas.
Maia rodó los ojos, pero no pudo evitar esbozar una ligera sonrisa. Finnick la volvería loca. Comenzaba a sentirse cómoda en presencia del rubio, además de que había desaparecido ese sentimiento que la hacía querer alejarse de él.
—¿Qué planeaste para entrevista? —preguntó Maia mientras observaban a Enobaria, la tributo del Distrito 2.
Finnick se encogió de hombros.
—Ya lo verás.
Maia le dio un leve golpe en el hombro, haciéndolo sonreír.
La chica saludó a la gente del Capitolio en cuanto pasó al escenario, todos la miraban sorprendidos y Maia sonrió ante eso.
—Maia, debo decirlo, no sé si me siento enamorado o aterrorizado —dijo Caesar, haciendo reír al público.
—Espero sea la primera.
Caesar rió y la ayudó a sentarse.
—Bien, Maia, ¿qué tienes preparado para hoy? ¿Algo que pueda sorprendernos?
La chica sonrió.
—Hoy me gustaría despedirme, quiero dar las gracias.
Caesar asintió.
—Todos te escuchamos.
Maia se puso de pie y el público enloqueció.
—Después de cinco años a su lado no puedo más que darles las gracias, ustedes me lo dieron todo sin pedir nada a cambio, me dieron una familia, una identidad —Maia soltó un sollozo, procurando que su discurso se hiciera más real—. La verdad es que me aterra no volverlos a ver.
La audiencia soltó un grito ahogado para después aplaudir.
—Nosotros también tememos perderte —dijo Caesar al instante—, ¿no es cierto?
El lugar se lleno de chillidos, Maia incluso distinguió que algunos miembros del público lloraban.
—Los quiero mucho —dijo Maia finalmente, intentando sonar convencida.
Cada palabra de lo que había dicho era una vil mentira, todas y cada una de ellas, no obstante, el público parecía no notarlo, estaban enloquecidos, llorando y gritando.
—Quiero darles una última sorpresa como despedida —el público gritó.
Maia apretó el pequeño interruptor que le había dado Wanda, sumergiéndose en una nube de humo negra que tampoco la dejaba ver nada. Por un momento lo único que pudo escucharse fue silencio, antes de volver a escuchar al público aplaudir.
Su vestido se había transformado en un bonito vestido blanco y corto, el cual dejaba ver su espalda; también llevaba una corona en la cabeza. Wanda, una vez más, la había hecho inolvidable.
—¡Maravilloso! —gritó Caesar— ¡Toda una vencedora!
Maia dio una vuelta para que pudieran admirar el vestido completo, todos gritaban y aplaudían y así lo hicieron hasta que pasó al fondo donde estaban los demás tributos. Escuchó a los miembros del Capitolio gritar su nombre, interrumpidos por la aparición de Finnick.
—Muy bonito —le susurró Beetee, haciéndola sonreír.
—¡Finnick! Ya te extrañábamos —dijo Caesar mientras el público chillaba.
Finnick sonrió, tan encantador como siempre.
—Tengo entendido que tienes un mensaje para alguien especial —dijo Caesar, a lo que Finnick asintió.
Maia sintió que su respiración se cortaba. ¿Un mensaje para alguien especial?
—Mi corazón te pertenece —comenzó a decir el rubio— para toda la eternidad y si muero en esa arena lo último que haré será pensar en tus labios.
La chica intentó mantener su rostro impasible mientras pensaba a quién le había dirigido esas palabras, ¿a ella?, ¿a Annie? No estaba segura y tampoco quería preguntárselo, se sentía ridícula de sólo pensarlo. ¿Que no todos los vencedores estaban fingiendo para poder detener los juegos? Quizá también lo estaba haciendo, fingir que había alguien especial e intentar apelar a la "humanidad" del Capitolio. No estaba segura y se sentía tonta de pensarlo.
—Luces hermosa —susurró Finnick, sacándola de su ensimismamiento.
La chica asintió sin mirarlo, no quería que el rubio viera la confusión que había en sus ojos en ese momento.
—Hemos visto muchas lágrimas aquí está noche, pero no veo lágrimas en los ojos de Johanna —escuchó decir a Caesar—. Johanna, estás enojada. Cuéntame por qué.
Johanna rió.
—Sí, estoy furiosa. Lo que me hicieron es completamente injusto. El trato era que si ganaba los juegos podía vivir el resto de mis días en paz. Pero ahora quieren matarme de nuevo.
Maia soltó una carcajada al escuchar maldecir a Johanna, su entrevista apenas había durado unos segundos antes de que la hicieran retirarse por insultar a todo el mundo. Le gustaba eso de Johanna, ella decía las cosas, no actuaba. Sin embargo, había una razón para ello: a Johanna ya no podían hacerle daño, no importaba qué dijera, qué hiciera, no tenía a nadie; Snow se había encargado de eliminar a toda su familia en cuanto Johanna lo desobedeció. Maia no podía permitirse eso, podía aceptar ser la marioneta del Capitolio si eso mantenía a su familia a salvo.
La castaña no prestó atención a ninguna de las entrevistas siguientes, los tributos decían cualquier cosa con tal de detener los juegos, aunque de sobra sabían que no serviría de nada. Snow estaba decidido a acabar con Katniss Everdeen y lo que ella representaba, no importaba que eso requiriera romper las reglas y matar a veintitrés vencedores.
Katniss le parecía sosa y apática, no obstante, en el Capitolio la adoraban, había dado algo de qué hablar. Además de que su historia era trágica, la vieras por donde la vieras. Provenía del distrito más pobre, se había ofrecido como tributo en lugar de su hermana, su compañero estaba enamorado de ella, le había salvado la vida. Eran las historias que gustaban en el Capitolio.
Vio a Katniss dar vueltas mientras su vestido de novia ardía en llamas para después transformarse en un vestido negro, justo a la forma inversa de Maia. En cuanto extendió las manos salieron alas de éste. Un Sinsajo.
Maia sonrió, lo que daría por ver la cara de Snow en ese momento.
Sabía que el estilista de Katniss tendría que ser eliminado, había alentado el símbolo del Sinsajo, el símbolo de Katniss.
Después pasó Peeta, quien era agradable y bueno con las palabras, dando una gran noticia para todos: Katniss esperaba un bebé.
Maia sabía que eso era mentira pero el Capitolio no, al instante comenzaron a causar un revuelo, querían que cancelaran los juegos y por obvias razones: los trágicos amantes del Distrito 12 eran sus favoritos, no podían perderlos, ni tampoco a su hijo.
En cuanto Peeta se unió a la fila de tributos que había detrás, todos se tomaron de las manos y las alzaron, mostrando la unión entre ellos. Maia sabía que al día siguiente todos se olvidarían de eso y la mitad estarían muertos. Ignoró el pensamiento y simplemente se mostró seria mientras alzaba las manos.
La mano de Finnick estaba hirviendo, a diferencia de las suyas, que eran casi tan frías como un bloque de hielo. Sentía cómo éste le transmitía calor, además de una electricidad que le recorrió todo el cuerpo.
En cuanto apagaron las luces se apresuró para salir de ahí, sólo quería llegar a la falsa seguridad que le proporcionaba estar en su habitación.
En el ascensor se topó con Haymitch, quien le sonrió.
—Suerte, dulzura —dijo antes de que Maia bajara del ascensor.
Maia le guiñó el ojo como despedida, sabiendo lo que se avecinaba.
Gracias por sus votos y comentarios<33.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro