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t r e i n t a y c u a t r o

Maia se sobresaltó al escuchar una especie de campanadas y comenzó a contarlas: doce. ¿Qué significaba eso?

—¿La hora? —preguntó.

—O el número de distritos —respondió Katniss.

Finnick ya estaba despierto y alerta pero no se movió de donde estaba, Maia supuso que lo había hecho para no tener que alejarse de ella. 

Vio cómo comenzaban a caer rayos en un árbol a lo lejos, si un tributo estaba cerca probablemente estaría muerto ya.

Frunció el ceño, esa arena no era como ninguna que recordara.

—¿No quieres dormir? —preguntó Finnick, haciéndole espacio a Maia.

La chica miró dudosa a su alrededor.

—Katniss hará guardia.

Acabó por ceder y se acomodó frente a Finnick, procurando no tener ningún tipo de contacto. Se hizo un ovillo y se quedó dormida al cabo de unos minutos.

• • •

Escuchó gritar a Katniss y al instante abrió los ojos, tomando el hacha y preparándose para atacar.

—¡Corran! ¡La niebla es venenosa!

Maia se puso de pie de un salto, tendiéndole la mano a Finnick para ayudarlo a ponerse de pie. Ni siquiera se percató de la sensación que le provocaba la mano del rubio, simplemente se lanzó a correr con Odair siguiéndola de cerca.

El correr por la jungla era complicado, no paraban de aparecerse plantas frente a ellos, además de que la niebla les pisaba los talones, estaban rodeados.

—¡Más rápido, Finnick! —exclamó, antes de tropezar con una raíz y caer al suelo.

Gritó con fuerza al sentir la niebla sobre su espalda, era un dolor ardiente, como una quemadura. Finnick se acercó a ella y la ayudó a ponerse de pie, gritando también.

Se las arreglaron para correr aunque Maia sentía cómo su cuerpo se quejaba con cada paso que daba, amenazando con dejarse caer sobre el suelo. Requirió de toda su fuerza para poder seguir corriendo.

Vio a Peeta caer cerca de ellos mientras Katniss intentaba ponerlo de pie.

—No puedo cargarlo —dijo Katniss en cuanto se acercaron.

Cargaron a Peeta entre Katniss y Finnick, Maia sólo estorbaría si intentaba ayudar. Corrió frente a ellos con la espalda quemándole al igual que la parte trasera de las piernas.

Finalmente cayeron por una pendiente, golpeándose con todo tipo de raíces y acabando tirados sobre la húmeda tierra sin fuerza para ponerse de pie.

Le ardía el rostro y podía ver sus manos cubiertas de ampollas. Le dio asco de sólo mirarlas, no quería imaginar cómo estaría su espalda.

—El agua ayuda —escuchó decir a Katniss.

Se arrastró como pudo al sucio estanque que estaba frente a ellos, sumergiendo todo el cuerpo. En cuanto lo hizo sintió un dolor atroz y gritó con fuerza mientras se tallaba las manos y la cara. Al cabo de unos segundos sintió alivio, las ampollas comenzaban a desaparecer.

Se acercó a Finnick, quien estaba tirado en el suelo, tenía el cuello y el rostro cubierto de ampollas.

Maia le pasó las manos por debajo de los brazos, jalándolo con fuerza, aunque requirió ayuda de Peeta, Finnick era demasiado pesado para ella.

Se metió al estanque con él, ayudándole a limpiarse las ampollas de las manos y el rostro, mientras éste profería gritos de dolor.

—Gracias —dijo Finnick, acariciándole el cabello.

Maia asintió, poniéndose de pie y alejándose, interrumpiendo el momento que había surgido entre ellos.

Tomó agua a sorbos y después se quedó sentada sobre un tronco, tomando su espada y enfocándose en ella, la longitud, el filo de ésta, el mango.

En cuanto levantó la mirada vio una especie de mono mirándola y sintió que el corazón comenzaba a latirle con fuerza. Se aferró a su espada, lista para atacar. Todos se acercaron, quedando muy cerca uno del otro, Maia estaba junto a Katniss, quien apuntaba con su arco a una de las bestias, que no paraban de gruñir y enseñarles los dientes.

—A la playa —indicó Maia, antes de clavarle un cuchillo a uno de los monos que le estorbaba el paso.

Las bestias se arrojaron sobre ellos y Maia se movió con velocidad, clavando la espada a tantas de ellas que perdió la cuenta, sin embargo, no importaba cuántas mataran, al instante aparecía otra para reemplazarla.

—¡Finnick! —gritó.

Uno de los monos se había arrojado sobre él, sumergiéndolo en el agua. Con un rápido movimiento, Maia le clavó la espada en el pecho y ayudó a Finnick a salir a la superficie, quien sonrió a medias.

—Gracias.

—¡No vuelvas a hacerme eso! —gritó la castaña, antes de golpear a uno de los monos en el rostro.

No sabía cuántos había matado, estaba repleto de cuerpos a su alrededor.

—¡Tenemos que llegar a la playa! —gritó Peeta.

Todos lo siguieron mientras las bestias se arrojaban sobre ellos. Maia y Finnick cerraban el grupo, matando a los monstruos como podían.

—¡Maia! —gritó Finnick, quien ya iba unos pasos más adelante.

La chica corrió sin mirar atrás, rogando porque ningún mono se arrojara sobre ella antes de llegar a la playa. Finalmente lo logró, estaban a salvo.

Las bestias no intentaron llegar a la playa, era como si una barrera invisible se los impidiera, simplemente los miraron por unos minutos y después desaparecieron dentro de la jungla.

Maia se tiró en la arena junto a Finnick, quien al instante se puso de pie para ir a pescar. No tardó en aparecer con un enorme pescado que todos comieron con gusto.

—Para ti —dijo Peeta, teniéndole a Katniss la perla que había dentro de una almeja.

La castaña sonrió al verlos, Peeta era un encanto. No entendía cómo Katniss no caía rendida a sus pies, el chico era la personificación de perfección. Maia estaba segura de que nunca había conocido a alguien como él, tan tierno y bondadoso. Entendía por qué Katniss lo quería mantener con vida, era imposible no querer hacerlo.

Al verlos Maia supo que sí había algo real, quizá no un matrimonio como decían tener pero se querían. Sonrió, al menos ellos podían estar juntos.

—¿Qué es eso? —preguntó Peeta mirando hacia el otro lado de la playa.

Todos se pusieron de pie inmediatamente: frente a ellos las palmeras comenzaban a agitarse y a caer al suelo como si algo las estuviera empujando. Después de unos segundos vieron una ola enorme chocar contra la Cornucopia, pero ésta sólo alcanzó a mojarles los pies. Escucharon el cañón.

—Hay alguien aquí —dijo Katniss antes de ocultarse detrás de las hojas.

Maia se quedó justo donde estaba, intentando descubrir quiénes eran. Johanna.

—¡Johanna! —gritó acercándose a ella con Finnick pisándole los talones.

—¡Maia! —respondió la chica antes de abrazarla.

Maia la observó de arriba abajo, Johanna estaba cubierta de... ¿sangre?

—¿Y a ti qué te pasó?

Johanna sonrió cínicamente.

—Bueno, yo los saqué —dijo refiriéndose a Wiress y a Beetee—. Estábamos en lo profundo de la selva donde creíamos estar a salvo; entonces comenzó a llover, creí que era agua, resultó ser sangre.

—Tic, tac —dijo Wiress, interrumpiendo a Johanna.

—Sangre caliente y espesa. Eso llovía. Nos asfixiaba, tropezábamos, nos atragantábamos sin poder ver.

—Tic, tac.

—Y entonces Blight chocó contra el campo de fuerza. No era excepcional, pero era de mi distrito.

—Tic, tac —siguió diciendo Wiress.

Maia la miró preocupada, tenía la mirada perdida y no dejaba de decir 'tic, tac'.

—¿Qué le sucede? —preguntó Katniss.

—Está conmocionada —explicó Beetee—. La deshidratación no ayuda, ¿ustedes tienen agua?

—Podemos conseguir un poco.

—¡Basta! —dijo Johanna antes de empujar a Wiress, tirándola sobre la arena.

Katniss se arrojó sobre Johanna, intentando alejarla de la mujer que ahora estaba tirada en el suelo.

—¡¿Qué haces?! —gritó Johanna empujándola— ¡Los saqué por ti!

Finnick fue quien se interpuso entre ambas, evitando que comenzaran a golpearse.

—¡Suéltame! —bramó Johanna empujando a Finnick.

Maia ayudó a Wiress a ponerse de pie, la mujer la miraba con los ojos bien abiertos.

—Tic, tac —Maia sonrió.

—Vamos, te ayudaré a limpiarte.

Se adentró en el agua con Wiress, sentándola mientras le limpiaba el rostro y el cabello. La mujer no paró de decir 'tic, tac', Maia simplemente la ignoraba mientras le quitaba la sangre.

Los truenos volvieron a caer en el árbol, anunciando... ¿el mediodía? Entonces Maia lo comprendió. Era un reloj, la arena era un reloj. Cada franja que dividía la playa era para marcar la hora.

—¡La arena es un reloj! —exclamó haciendo sonreír a Wiress—. ¡Eres brillante, Wiress!

La mujer sonrió alegre para después abrazar a Maia, quien le correspondió gustosa.

En cuanto Wiress quedó limpia, se acercó a los demás.

—La arena es un reloj —dijo llamando la atención de todos, quienes la miraron con el ceño fruncido—. Hay una amenaza cada hora, de acuerdo a la franja de la hora. Comienza con los rayos en el árbol. La lluvia de sangre, la niebla, los monos; eso pasó durante las primeras cuatro horas. A las diez la ola gigante —explicó mientras caminaban hacia la Cornucopia—. La cola apunta hacia las doce, ahí es donde cae el rayo al mediodía y a la medianoche.

—¿Cae dónde? —preguntó Beetee.

—En ese árbol grande —indicó Maia señalándolo.

Todos se reunieron alrededor de Peeta, quien trazaba un círculo en la arena para comenzar a indicar las amenazas que había cada hora.

—Entre las doce y la una, el rayo. Entre la una y las dos, la sangre. Luego la niebla, los simios.

—Y de diez a once la ola —completó Katniss—. ¿Y lo demás? ¿Ustedes vieron algo? —preguntó dirigiéndose a Johanna y a Beetee.

—Nada más que sangre.

—No importa, lejos de la franja de la hora estaremos a salvo.

Maia gritó al ver cómo Gloss le clavaba un cuchillo en el cuello a Wiress, de un momento a otro sacó un cuchillo del cinturón y se lo clavó al rubio directamente en el pecho. Dos cañonazos.

No tardó en aparecer Cashmere corriendo hacia ella, pero Johanna fue más rápida y le clavó el hacha justo en el pecho.

Brutus y Enobaria habían aparecido, peleando éste un momento con Finnick pero no tardaron en desaparecer detrás de la Cornucopia al ver que los superaban en número. Johanna y Katniss los siguieron.

La isla donde se encontraba la Cornucopia comenzó a girar, haciendo caer a Maia y a los demás. Vio a Beetee unos metros más arriba, supuso que Finnick y Peeta debían estar debajo y Katniss y Johanna del otro lado.

—¡Maia! —gritó Finnick al verla resbalarse por las rocas.

Maia tomó su hacha, clavándola en la piedra, intentando no caer al remolino de agua que se había formado detrás de ellos. Pero la isla giraba tan rápido que no tardó en resbalarse, Finnick la alcanzó a tomar de la mano justo a tiempo y Maia se aferró a él con fuerza.

Las armas restantes de la Cornucopia salían arrojadas hacia ellos con fuerza, amenazando con cortarles la cabeza.

Finalmente la isla se detuvo, dejando a todos con la respiración entrecortada.

Maia no soltó a Finnick de inmediato, se quedó sujetando su mano mientras intentaba tranquilizarse. El corazón le latía con fuerza y sentía la respiración entrecortada, además de que le faltaba el aire. Tomó una bocanada de aire y cerró los ojos, intentando recuperarse.

—¿Estás bien? —preguntó Finnick acercándose a ella.

Maia asintió.

—Sí, todo bien.

—Sé cuando mientes, Maia —dijo el rubio—. Yo te enseñé cómo hacerlo.

Maia rió ligeramente antes de apretarle la mano.

—Vayamos con los demás.




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