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Maia despertó en los brazos de Finnick, quien seguía profundamente dormido. Sonrió al verlo así, lucía tan natural. Mantenía una pequeña sonrisa en los labios, Maia se preguntó qué estaría soñando.

Le acarició el cabello con ternura, no entendía qué le impulsó a hacerlo. Simplemente se permitió observar a Finnick y sonreír mientras lo hacía.

Finnick no tardó en despertar, al verla sonrió.

—Buenos días —dijo, mostrando su clásica sonrisa.

Maia le intentó corresponder el gesto pero apenas consiguió curvar la boca; los juegos se acercaban.

Finnick le acarició el rostro incorporándose.

—Vamos, es hora de demostrar quién eres.

La chica asintió y Finnick la abrazó, trazándole círculos en la espalda.

—Todo saldrá de maravilla, May.

Maia le dedicó su mejor sonrisa, aunque no pudo mostrar los dientes y decidió que era hora de ducharse, ese día los prepararían para las entrevistas individuales. Hada se encargaría de ellos primero y después Finnick, al día siguiente pertenecerían a los estilistas.

• • •

Maia se encontraba junto a Thomas y con Hada al frente, enseñándoles cómo debían caminar. Los tacones de Maia eran altísimos y estaba teniendo bastantes problemas para avanzar, cosa que ponía histérica a Hada.

—Yo no llevo años usando tacones, Hada —se quejó Maia, después de los constantes regaños de la mujer.

La castaña estaba acostumbrada a caminar con paso elegante, además de que su altura ayudaba bastante para darle porte al moverse. No obstante, no sabía hacer su caminado usual con 15 centímetros de más en cada pie. Sumándose a sus problemas, estaba el largo del vestido que no paraba de enredársele en las piernas. Terminó por levantárselo para poder caminar.

—¡Maia! —chilló Hada escandalizada.

—¿Qué? Mientras más vea el público mejor —dijo la chica burlona, ganándose una mirada cargada de reproche por parte de Hada.

Thomas rió a su lado, con él no había problema: era un niño, no tenía por qué utilizar tacones ni mucho menos vestidos ampones que se le enredaran en las piernas. El rubio había logrado caminar justo como Hada quería con apenas quince minutos de práctica, ahora sólo se dedicaba a burlarse de Maia.

—Ya no puedo hacer más contigo —suspiró Hada, dejándose caer en el sofá—. Ojalá estén ocupados viendo tu rostro y no cómo caminas, pareces gato espinado.

Maia soltó una carcajada, levándose más el vestido para ponerse a caminar como estaba acostumbrada. Hada la miró boquiabierta.

—¡Ves! ¡Puedes hacerlo, Maia! Sólo me haces sufrir en vano —se quejó Hada—. Aunque no podemos asegurar que tu vestido será así de corto.

—Debería de serlo —dijo Finnick entrando en la habitación, recorriéndole las piernas con la mirada.

Maia encarnó la ceja burlona antes de dejar caer el vestido. Finnick sonrió y se dirigieron a comer.

La comida transcurrió bien, todos rieron mientras se burlaban del caminado de Maia o los gestos que hacía Thomas. Quizá la risa era la única forma de poder liberar tanta tensión.

Finnick la pasó observando a Maia y a Thomas por turnos, los miraba pensativos, deteniéndose mucho más tiempo en Maia que en el rubio.

—¿Qué? —preguntó la chica al cabo de un rato.

—Intento averiguar cómo presentarlos, sus estilistas ya se encargaron de hacer su aspecto inolvidable pero necesitamos algo más. Tú tienes a Annie, Maia, una historia trágica, puedes utilizar eso. Tú eres apenas un niño, Thomas, podemos empezar a trabajar a partir de ahí. Además de tu puntuación, Maia, has sido la más alta en toda la historia de los juegos. La impresión que causen mañana lo define todo.

Se trasladaron al salón y Finnick se sentó en el sillón frente a ellos mientras continuaba observándolos.

—Bien, Thomas, tú eres adorable, usaremos eso. Al Capitolio le encantan las caras bonitas y, por suerte para ti, tú eres una de ellas.

Thomas sonrió.

—A eso me refiero, no pares de sonreír, muestra lo tierno que eres.

El niño asintió. Finnick se puso a ensayar con él, como si fuera Caesar Flickerman y ya estuvieran frente a todo el Capitolio.

Thomas resultó ser todo un experto para hablar, supo desenvolverse bien, contestando a todas las preguntas de Finnick con gracia. Maia lo miraba asombrada, no esperaba que Thomas tuviera tanto talento.

—Ya lo tienes, Thomas —felicitó Finnick—. Puedes irte, continuaré con Maia.

Thomas sonrió antes de desaparecer por el pasillo hacia su habitación.

Finnick volvió a mirar a Maia escrupulosamente, como si estuviera intentando captar cada uno de los detalles de la chica.

—Bien, Maia, hay un aura de misterio que te rodea en todo momento; pareces estar aburrida y desinteresada, distante de todo lo que te rodea. Quiero que utilices eso, que finjas que nadie te merece, pero da cierta información. No sé si me entiendas.

Maia asintió.

—Darles algo, pero no todo, que se queden deseando más.

Finnick sonrió.

—Así es, da pistas sobre quién es Maia Cresta pero no dejes que te lean completa. Al Capitolio le encantan los secretos.

Se quedaron en silencio un momento, Maia observando por la ventana mientras Finnick la miraba. Sabía que el rubio no paraba de verla pero evitó mencionarlo. No entendía nada respecto a Finnick Odair y tampoco estaba segura de querer hacerlo, había secretos que estaban mejor sin desenterrarse.

—La verdad es que no tengo mucho qué enseñarte, sé que sabrás hacerlo.

Maia asintió, estaba consciente de que no había forma de prepararla para la entrevista. Era quien era y ningún entrenamiento podría cambiar eso.

—Te veré en la cena —dijo la chica poniéndose de pie, sin mirar a Finnick. 

• • •

A diferencia de los otros días, no fue Hada quien despertó a Maia sino el equipo de preparación. Sonrió al ver a las trillizas, quienes no paraban de hablar sobre lo hermosa que luciría.

El equipo trabajó con ella durante todo el día, sólo haciendo pausas para comer o ir al baño. Maia no pudo negar que lucía increíble, al igual que en la ceremonia de inauguración, le habían llenado el cuerpo de brillos aunque ahora resultaban más sutiles. Las uñas se las habían pintado de un azul muy claro y el cabello le caía con ondas por la espalda, habiendo una pequeña trenza del lado derecho. El maquillaje era mucho más agresivo que la vez anterior: los ojos los habían pintado de azul oscuro, casi negro, resaltando el gris de éstos.

—Es magnífica —dijo una de las hermanas, las demás asintieron sin parar de sonreír, orgullosas de su trabajo.

—Gracias —sonrió Maia—. No paran de sorprenderme.

Las hermanas la abrazaron, aunque en ese brazo ya no había nada de su clásico entusiasmo, Maia lo supo: se estaban despidiendo. Las abrazó sin dejar que las lágrimas le escurrieran por las mejillas; «todo está bien», se dijo a sí misma.

Wanda no tardó en aparecer con un increíble vestido blanco que resaltaba su tono de piel.

—¿Lista? —preguntó con una sonrisa ladeada—. Cierra los ojos.

Maia los cerró, sintiendo la textura del vestido, era suave aunque no supo distinguir de qué material estaba hecho. Las zapatillas eran altas, aunque no tanto como las que Hada le había prestado; eso la hizo sentirse mejor, estaba segura de que lograría un excelente caminado.

—¿Ya puedo abrir los ojos? —preguntó al cabo de unos minutos.

—Un segundo —dijo Wanda acomodando algo en su espalda—. Listo.

Maia no pudo evitar quedarse boquiabierta al ver el vestido, el cual era de diferentes tonalidades, empezando con un negro tan oscuro como la noche y terminando con un azul muy claro. El vestido le llegaba hasta antes de la rodilla, la falda de éste era floja y con tablones. De la parte de arriba le quedaba apretado y el escote dejaba ver más de lo que le gustaría; sin embargo, las mangas hasta la muñeca parecían compensarlo.

Al verse no pudo evitar pensar en Finnick, quien seguramente haría un comentario sobre lo buena idea que había sido permitir que sus piernas pudieran verse.

Maia pensó en lo mortífera que se veía; sí, habían logrado resaltar su belleza, pero lucía letal. Era como un animal, un lobo, hermoso pero mortal a final de cuentas.

—Es... increíble. Gracias, Wanda.

—Y espera a que veas lo que hace cuando giras —dijo la mujer sin dejar de sonreír—. Pero no lo hagas hasta que estemos en vivo, quiero que tu expresión quede grabada.

Maia soltó una carcajada y asintió.

—¿Todo listo para la entrevista?

—Creo... creo que sí. Estoy algo nerviosa, pero nada de qué preocuparse.

—Ya te adoran, Maia. Sólo sé tu misma.

Maia se encogió de hombros, quizá ser ella misma no era tan buena idea. Solía ser burlona y cínica hasta lo insoportable aunque en el fondo no era más que una niña asustada. No estaba segura de qué opción elegir, ambas eran bastante malas.

—Vamos, Maia, quiero que el mundo vea mi obra de arte.

La chica no pudo evitar sonreír con el comentario de Wanda, de las personas que estaban ahí era, sin duda, su favorita.

Se reunieron con el resto del equipo en el ascensor. Maia miró a Thomas con ternura, lucía increíble con un traje oscuro y una corbata con colores similares a su vestido. Habían logrado explotar su lado tierno pero, a su vez, lo habían hecho lucir como todo un hombre. Sonrió de sólo pensarlo.

Finnick y Hada también iban arreglados para la ocasión, el primero con un elegante traje gris, haciendo que Maia se mordiera ligeramente el labio. Al verla, Finnick sonrió y después le miró las piernas, la chica rodó los ojos.

—¡Lucen maravillosos! —chilló Hada sin dejar de verlos.

Se abrieron las puertas del ascensor y pudieron ver que los tributos ya estaban formados para subir al escenario. Maia podía sentir sus manos temblar, los nervios habían aparecido repentinamente y sin señal de irse pronto.

Finnick se acercó a ella, tanto que podía sentir su respiración en el oído cuando éste habló.

—Te ves... hermosa, May —sintió cómo un escalofrío le recorría la espalda, no estaba acostumbrada a que Finnick la llamara así, ni tampoco recordaba haberle dado autorización de que lo hiciera—. Lo harás increíble, ¿oíste? Así que deja de temblar, no va contigo.

Maia intentó sonreír con Finnick a unos centímetros de ella, quien no quitaba la vista de sus ojos; eso no ayudó para nada con los nervios, ya que comenzó a sentir las piernas flaquearle. El rubio pareció darse cuenta porque la sostuvo del brazo.

—Y recuerda, cualquier tontería que digas no hay nada de qué preocuparse, el público estará viéndote las piernas —dijo Finnick burlón, haciendo que Maia le diera un golpe en el hombro.

—¿Así que te gusta admirar lo que no puedes tener, Odair? —preguntó, siguiéndole el juego.

Se dio cuenta que el resto de los tributos los miraba, sin prestar atención a la chica del Distrito 1, quien ya había comenzado a hablar. Maia no se inmutó, ¿Finnick quería jugar? Bien, lo haría.

—No pierdo el tiempo en cosas imposibles, ya deberías saberlo.

Maia sonrió.

—Estás perdiendo el tiempo con una chica que firmó su sentencia de muerte.

Finnick volvió a acercarse, susurrándole al oído.

—Creo que eres la apuesta más segura que he hecho, Maia.

Se alejó sin dejar de sonreír, dejando a Maia con la palabra en la boca, sin saber a qué se refería.

Sacudió la cabeza, no era momento de pensar en Finnick.

Maia caminó segura en el escenario después de que la llamaron, como si éste le perteneciera. Finnick tenía razón, el público no paraba de verle las piernas; sonrió al pensarlo.

Caesar Flickerman, el hombre que se encargaba de las entrevistas, la ayudó a sentarse. A Maia le caía bien, tenía carisma y se tomaba su trabajo muy en serio, realmente se encargaba de ayudar a los tributos haciéndoles preguntas pertinentes. Sabía lo que le gustaba al público.

Ese año llevaba el cabello pintado de un azul eléctrico, recogido en una pequeña coleta con un moño negro al final. Su traje también era azul, repleto de brillos; quizá lo único normal de su aspecto eran los zapatos, de un sencillo color negro.

El Círculo de la Ciudad estaba tan iluminado que parecía que era de día, había gradas construidas para la gente importante, con los estilistas colocados en primera fila. Uno de los balcones estaba reservado para los vigilantes, los demás estaban repletos de cámaras. Sin embargo, el Círculo de la Ciudad y las avenidas estaban repletos de gente, todos de pie. En los Distritos se verían las entrevistas en vivo por televisión. Pensó en Annie, ¿la estaría viendo? Seguro que sí.

Las entrevistas duraban tres minutos y esos tres minutos realmente hacían la diferencia entre la vida y la muerte.

—¡Maia Cresta, señores! —gritó Caesar y el público enloqueció, Maia les sonrió, intentando parecer sincera—. Bien, Maia, creo que todos aquí queremos saberlo todo sobre ti.

Maia rió.

—Les daré tres respuestas sinceras a tres preguntas, escojan bien —dijo la chica sonriente.

Miró entre el público y vio a Finnick sonreír ladeadamente, estaba improvisando, haciendo lo que ella haría.

—¡Tres preguntas son muy pocas! —se quejó Caesar y el público lo apoyó.

—Tres preguntas y una sorpresa —cedió Maia, pensando en lo que había dicho Wanda sobre el vestido—. El reloj hace tic tac.

Caesar soltó una carcajada.

—¡Una chica impaciente sin duda! —el público aplaudió—. Bien, intentaré hacer buenas preguntas, por ustedes —señaló a la muchedumbre, quienes enloquecieron—. Primera pregunta, ¿qué dijo Annie cuando te eligieron?

Maia contaba con esa pregunta, estaba segura de que sería lo primero que querrían saber, por lo tanto iba preparada.

—Estaba muy preocupada por mí —reconoció—. Después habló sobre mi fortaleza, dijo que podía ganar.

Caesar sonrió mientras el público chillaba.

—¡Claro que puedes, Maia, apostamos por ti! —el público gritó en señal de aprobación—. Debo darme prisa, segunda pregunta, creo que todos queremos saber qué pasó en la prueba individual... ¡Un doce, señores! Nunca antes visto.

El público volvió a gritar, Maia se dio cuenta de lo fácil que era agradarles, no importaba qué dijera, el público enloquecía.

—Lo que sucede ahí es un secreto, lo siento —fingió lamentarse.

—¡Nos prometiste tres respuestas sinceras, Maia! —recordó Caesar, haciendo al público enloquecer.

—Es cierto, es cierto —accedió la chica—. Sólo puedo decir que no lo esperaban.

La cámara se dirigió a los Vigilantes, quienes asintieron y rieron.

—Detalles, Maia, detalles.

—Se supone no debo hablar sobre eso, ¿no? —preguntó dirigiéndose a los Vigilantes.

—¡Así es! —gritó uno de ellos, sin dejar de reír.

—Lo siento, Caesar, ya los escuchaste.

El hombre fingió entristecerse pero no tardó en volver a mostrar su radiante sonrisa.

—Bien, última pregunta, habrá que emplearla bien —tomó unos segundos para pensarlo, sorprendentemente, nadie habló, se escuchaba un silencio total—. ¡Ya sé! Un pajarito me contó algo respecto a cierto rubio... Finnick Odair —el público gritó, mucho más que antes—. ¿Qué dices, Maia? ¿Algo que confesar?

Vio a Finnick frente a ella, sentado entre el público,  sonreía divertido. Maia entendía por qué le gustaba al Capitolio, su sonrisa era encantadora, además de ese carisma que poseía. Claro que su rostro hacía gran parte del trabajo.

Suspiró. Finnick. ¿Qué podía decir de él?

—Finnick es... —comenzó, sin saber qué decir, ¿qué era Finnick?— me ha apoyado mucho —admitió—. No me dejó darme por vencida, me hizo ver que hay esperanza.

El público chilló y Caesar sonrió.

—¿Y algo romántico? —preguntó encarnando la ceja.

Maia rió.

—Qué puedo decir, Caesar, ni yo sé eso.

El hombre sonrió y el público aplaudió.

—Eso me dice que no te es indiferente... por desgracia acabaron las preguntas. ¡Aunque ahora recuerdo, dijiste respuestas honestas! ¡Aún puedo hacer otra pregunta aunque no respondas con sinceridad!

Maia soltó una carcajada.

—Creo que es justo.

—¿Qué hay de Thomas?

La chica pensó en Thomas, con sus brillantes ojos azules, su delgado cuerpo y sus enormes cachetes.

—Es como un hermano menor —dijo inexpresiva—. Lo protegeré.

El público soltó una expresión de ternura y Maia se esforzó por sonreír, hablar sobre Thomas era demasiado difícil.

—Creo que alguien nos debe una sorpresa... —dijo Caesar, intentando distraer a Maia.

La chica sonrió de oreja a oreja, poniéndose de pie.

—Yo tampoco lo he visto, así que será una sorpresa para todos.

El público gritó. Maia dio varias vueltas mientras veía su cuerpo envuelto en lo que parecía ser una ola. Podía ver al público mirándola boquiabierta, al igual que Caesar, seguramente ella tenía la misma expresión pero sólo pudo fijarse en Finnick, quien la miraba profundamente, aunque no supo descifrar de qué se trataba.

Cuando terminó de dar vueltas no pudo evitar soltar una expresión de asombro, su vestido se había oscurecido por completo y detrás de ella parecía haber una especie de tormenta. Maia vio su aspecto en una de las pantallas: aterrador. Sus ojos grises se habían tornado oscuros por las tonalidades que la rodeaban, su cuerpo lucía delgado y fuerte. Pero lo más llamativo de todo eso era su mirada, una mirada carente de emoción.

—Es... maravilloso —dijo Caesar, justo cuando tocó el timbre, para anunciar que se había acabado el tiempo. Tomó a Maia de la mano y la hizo levantarla—. ¡Maia Cresta, Distrito 4!

El público no paró de gritar ni cuando desapareció del escenario, ¡lo había logrado, realmente lo había hecho!

No pudo reprimir la sonrisa que se formó en su rostro, aunque no tardó en borrarse. Ella no ganaría los juegos, Thomas lo haría.

Vio al rubio subir al escenario, a pesar de ser sólo un niño, lucía muy confiado, como si supiera lo que estaba haciendo y quizá lo sabía, era bastante elocuente para tener doce años.

—¡Thomas! —dijo Caesar a manera de saludo—. ¿Cómo estás?

El niño sonrió de oreja a oreja.

—Bastante bien —dijo emocionado—, aún no puedo creerme lo buena que es la comida aquí.

Caesar soltó una carcajada, al igual que todo el Capitolio.

Maia dejó de prestar atención por un momento al sentir una presencia a su lado, volteó rápidamente y vio a Finnick con una sonrisa ladeada.

—Buenos reflejos —elogió.

Maia se encogió de hombros.

—¿Qué no deberías estar entre el público?

—Sí debería, pero quería saber cómo estabas.

Maia intentó sonreír.

—Creo que lo hice muy bien...

—¿Pero...?

—Yo no voy a ganar los juegos, Finnick —reconoció en voz alta—. No podría perdonármelo.

El rubio sonrió a medias, antes de acariciarle la mano, quien Maia no dudó en tomar en busca de apoyo; fue Finnick quien entrelazó sus dedos con los suyos.

—¿Qué hay de Maia, Thomas? Veo que tienen una relación especial —escuchó decir a Caesar.

—Ella es increíble —dijo el niño, dejando notar la emoción de su voz­—. No me cabe duda que ganará los juegos.

Escuchó al público gritar y sintió el escozor de las lágrimas en los ojos, una parte de ella anhelaba ganar, sabía que podía hacerlo, esa parte no quería morir. Por otro lado, el ver a Thomas... la hacía olvidarse de ella y esa era la parte dominante.

—Vamos, Maia —dijo Finnick en voz baja.

Lo siguió hasta el ascensor y se retiraron, Maia estaba segura de que eso estaba prohibido pero nadie se acercó a regañarlos, así que ambos salieron de ahí.

En cuanto las puertas del ascensor se cerraron, dejó que la tristeza la inundara y se permitió llorar, Finnick la abrazó por la cintura, apretándola contra él, sin soltarle la mano. Maia no opuso resistencia, el cuerpo de Finnick servía de conforte.

Cuando el ascensor se detuvo se dio cuenta que no estaban en el piso cuatro, se trataba del tejado, un lugar repleto de plantas que permitía ver el cielo y los diferentes colores que iluminaban la ciudad.

Finnick la guió hasta el borde de la azotea y se sentaron en silencio, mientras las lágrimas le surcaban el rostro.

El rubio le apretó la mano ligeramente y Maia intentó tranquilizarse, aunque fue en vano. Terminó por recargarse en el hombro de Finnick, sin dejar de llorar, éste le acarició el cabello en silencio.

Tardó un rato más en calmarse pero cuando lo hizo fue como si sus sentimientos se hubieran apagado, el muro que había construido a su alrededor había vuelto a levantarse.

Finnick la tomó de los hombros y la miró.

—No hables, sólo escucha —dijo el rubio viéndola con esa profundidad tan característica—. Todo va a estar bien, moveré cielo, mar y tierra si es necesario, pero voy a sacarte de esa arena.

Maia negó con la cabeza.

—No, Finnick, ayuda a Thomas —Finnick iba a protestar, pero Maia lo detuvo—. Promételo.

Finnick dudó.

—No puedo prometerte eso, May, no voy a dejarte sola, ¿comprendes? Déjame de hablar si quieres, no vuelvas a mirarme, pero no vas a morir en esa arena. Y no me importa qué tan grandes sean tus deseos de hacerlo, no lo vas a hacer, ¿entendiste?

Maia lo miró furiosa.

—Sabes que lo haré.

—No tengo dudas de eso, pero me importas y así como tú no podrías perdonarte el dejar morir a Thomas, yo no podría perdonarme el dejarte morir.

Maia abrió la boca sin emitir palabra, intentando buscar qué decir, pero nada le parecía suficiente.

—Sálvalo a él, Finnick, por favor —acabó por decir en voz baja, suplicando que el rubio le hiciera caso.




¡Muchas gracias por sus votos y comentarios! Siempre logran sacarme una sonrisa<3. Quería preguntarles, la historia ya le tengo terminada en word, ¿prefieren que la suba toda de una vez? Sé que cuando uno va leyendo la historia por partes a veces olvida detalles o pierde el hilo; entonces quería ver qué opinaban, si prefieren leerla toda seguida o continuo subiéndola por partes. Lo que ustedes decidan<33. 

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