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Maia buscó a Thomas con la mirada, quien sólo estaba a unos metros de ella. Le hizo una seña con la cabeza para indicarle que se alejara en cuanto sonara el gong, el niño simplemente la miró, Maia no sabía qué significaba eso pero esperaba la hubiera entendido.

La arena no era el Capitolio que ella conocía, nada de eso, éste era mucho más aterrador: las calles estaban desiertas, había basura por todas partes y vidrios rotos. La idea de cazar y buscar agua estaba descartada.

Miró a la Cornucopia, un enorme cuerno dorado con forma de cono, con una abertura de al menos seis metros de alto, lleno de suministros y armas. Alrededor de la Cornucopia también había suministros aunque nada comparados con los de adentro.

Localizó la espada en la Cornucopia, que estaba junto a un hacha y diversos cuchillos. Sonrió ladeadamente, eran suyos.

No se molestó en mirar a los otros tributos, sabía que muchos huirían y otros lucharían a muerte, los Profesionales entre ellos.

En cuanto sonó el gong, Maia salió disparada hacia la Cornucopia, sus piernas largas la ayudaron a llegar antes que todos y hacerse rápidamente del hacha, que no dudó en clavar al chico que se había acercado a ella, quien al instante cayó muerto en un charco de sangre.

Guardó los cuchillos con rapidez, intentando no ser asesinada en el proceso. Sorprendentemente se encontraba tranquila, era como si el juego se moviera en cámara lenta frente a ella.

La chica del uno, lo supo por su brillante cabello rubio, intentó clavarle un cuchillo, pero Maia lo esquivó con facilidad y le clavó el hacha en una pierna, haciéndola caer al suelo. Estaba segura de que tardaría tan sólo unos minutos en desangrarse.

Tomó dos mochilas, una para ella y otra para Thomas, y salió de la Cornucopia.

Vio a Max a unos metros de ella, quien le mostró una sonrisa radiante antes de acuchillar a una chica pelirroja. Maia rodó los ojos.

Se alejó corriendo, evitando toparse con algún tributo y cuidando sus espaldas. Vio a un enorme chico corriendo frente a ella, quien sin duda causaría problemas, dudó unos segundos en sacar el cuchillo del cinturón; segundos que casi le costaron la vida, porque el chico se giró y la tiró al suelo. Maia apenas pudo detener el enorme cuchillo que amenazaba con clavársele en el pecho, ganándose un corte en el brazo que de inmediato comenzó a sangrar.

Era el chico del once, había reconocido su rostro, además de que su tono de piel lo delataba. Intentó sacarse un cuchillo del cinturón pero el chico la tenía aprisionada, era al menos dos palmos más alto que ella, además de que pesaba unos veinte kilos más.

—Si titubeas estás muerto —dijo Maia, recordando el consejo de su padre, antes de darle una patada en la entrepierna.

El chico cayó junto a ella, Maia sacó un cuchillo del cinturón y se lo clavó de lleno en el pecho.

Ella también había titubeado al verlo correr frente a ella y eso casi causó su muerte. Negó con la cabeza mientras se ponía de pie, dispuesta a buscar a Thomas.

Corrió internándose en los altos edificios del Capitolio, los cuales carecían de su brillo habitual; no eran más que feas construcciones grises, unas a punto de caerse.

Sintió a alguien acercarse y se preparó para arrojar el hacha.

—¡Thomas! —gritó deteniéndose justo a tiempo—. ¡No vuelvas a hacer eso, pude haberte matado!

El niño bajó la mirada y Maia se acercó a él para abrazarlo.

—Lo siento, fue la adrenalina —dijo acariciándole el cabello—. Vamos, busquemos refugio.

En contra de su voluntad le tendió un cuchillo a Thomas, en caso de que alguien lo atacara. Odiaba que un niño tuviera que usar armas, mucho menos matar a alguien; sería ella quien se ensuciaría las manos.

Terminaron por entrar a un edificio cerca de la Cornucopia, se las habían arreglado para abrir el departamento de abajo y después atrancar la puerta. La ventana de éste permitía ver directamente a la Cornucopia, además de que no podían verlos a ellos. Era el escondite perfecto.

El departamento contaba con un baño, un pequeño comedor, una salita junto a la cocina y una cama lo bastante grande para que ambos durmieran. A diferencia de lo que se acostumbraba en el Capitolio, ese lugar tenía colores completamente neutros, no había un solo mueble de un color que no fuera gris.

Maia abrió el grifo del agua pero no salió nada. No se sorprendió, aunque no tenía ni la más remota idea de dónde podrían obtener agua.

—Creo que cazar no será una buena idea —dijo Thomas tomando asiento en la mesa del comedor.

Maia rió entre dientes.

—No olvidemos el agua —respondió, sentándose frente al rubio.

Se revisó la herida del brazo, la cual ya había dejado de sangrar pero ahora tenía hasta los dedos manchados de sangre, aunque no estaba segura de si esa sangre le pertenecía. Suspiró. Se había convertido en una asesina.

Intentó distraerse de ese pensamiento mirando el interior de las mochilas que había recogido en la Cornucopia. Ambas tenían un bote de agua, galletas saladas, tiras de carne seca, una bolsa de dormir y fósforos.

—Sí que quieren matarnos de hambre —masculló la chica.

Apenas tenían seis paquetes de galletas saladas y cuatro de carne. Eso les duraría un día y medio, dos como mucho, racionándolo bien; pero no tardarían en sentirse débiles y eso sería un problema, no podía darse el lujo de estar cansada o sentirse mal.

—¿Quiénes quedan? —preguntó Thomas.

—No estoy segura, de los Profesionales sólo quedan tres, Max y los chicos del dos. Del once creo queda la chica, en caso de que haya sobrevivido.

Thomas asintió, Maia sabía lo que estaba pensando: '¿los mataste tú?'. Lo único que la consolaba es que al final acabaría muerta y no tendría que preocuparse por el remordimiento que le inundaba el cuerpo o las pesadillas que seguro estaban por venir. No, nada de eso. Aunque estaba segura de que el infierno tampoco sería un lugar agradable, sin embargo qué podía ser peor que los Juegos del Hambre.

• • •

El resto del día la pasaron recostados, sin hablar. Maia mantenía la espada en la mano derecha en todo momento, en caso de que alguien los encontrara, pero todo estaba tranquilo. Podía ver a los Profesionales reunidos en la Cornucopia, acomodando sus provisiones.

—¿Dónde aprendiste a luchar? —preguntó Thomas al cabo de un rato.

Maia suspiró.

—Mi padre, él me entrenó.

Estaba segura de que estaban en vivo en ese momento, seguramente eran lo más interesante que estaba ocurriendo en los juegos; los demás estarían escondidos con el miedo calándoles los huesos.

—¿Y a Annie también?

La chica negó.

—No... Annie nunca fue entrenada, mi padre nunca se planteó la idea de que pudiera ir a los juegos. Fue él quien me detuvo antes de ofrecerme voluntaria en su lugar, nunca pude perdonárselo... y ahora ya no está.

—¿Qué ocurrió?

—Se ahogó —respondió Maia cortante, dando por terminada la conversación.

Era cierto que su padre había muerto ahogado pero no precisamente en el mar. Habían sido los Agentes de la Paz, quienes lo sumergieron tantas veces en un amplio lavabo para hacerlo hablar, que terminaron por ahogarlo.

Ese había sido uno de los peores días para Maia, Annie acababa de volver de los juegos, trastornada e histérica; su madre, como siempre, no hacía nada, simplemente miraba al suelo con tristeza. Su padre encabezaba un grupo de rebeldes, dispuestos a acabar con el Capitolio, en cuanto los descubrieron se encargaron de exterminarlos a todos.

Maia había estado tan furiosa que había destrozado su habitación, además de que había arrojado cuchillos a la pared hasta que consiguió romperla. Sabía que no podía atacar a los Agentes de la Paz, la hubieran matado a ella y al resto de su familia. No temía por su vida pero sí por la de su madre y hermana.

Escuchó una alarma, nunca antes la había escuchado en los juegos. Al instante miró por la ventana y tuvo que parpadear varias veces antes de creerse lo que acababa de ver.

Un banquete. Frente a la Cornucopia había un enorme banquete con todo tipo de comida, desde ensaladas hasta postres. No pudo evitar relamerse los labios.

—Sí que quieren acabar rápido con nosotros —murmuró y terminó por soltar una carcajada—. Bien, es hora de dar un espectáculo.

Tomó su espada y se colocó los cuchillos en el cinturón, lista para salir. También llevó una mochila vacía consigo para guardar todo lo que pudiera.

—Maia... —intentó detenerla Thomas.

—No hay peros, Thomas, moriremos de hambre. Aprovechemos ahora que estamos fuertes. —El niño se puso de pie dispuesta a seguirla— ¿A dónde crees que vas? Tú te quedas aquí —ordenó.

Escuchó a Thomas refunfuñar. Se avecinaba otro baño de sangre.




Muchísimas gracias por sus votos y comentarios, me rio bastante leyéndolos<33. Espero estén disfrutando la historia.

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