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n u e v e

Maia salió del apartamento en silencio y con la espada preparada en caso de tener que atacar rápido. Observó la Cornucopia, estaba vacía, era el momento de acercarse. Los Profesionales se habían ido desde hacía rato, esperaba no hubieran notado la comida. Tenía al menos unos minutos antes de que el resto de los tributos se dieran cuenta de lo que acababa de ocurrir.

Corrió hasta el banquete y comenzó a guardar comida, por suerte ésta venía envuelta en una especie de papel transparente, evitando crear un revoltijo.

Miró a su alrededor, aún no había ningún tributo a la vista. Se apresuró a llenar la mochila de comida, quizá podía ahorrarse salir al día siguiente cuando los tributos estuvieran aún más hambrientos y probablemente más furiosos.

En cuanto la mochila estuvo llena se decidió a salir de ahí pero vio a los Profesionales a lo lejos, aunque tenía algunos metros de ventaja su presencia no había pasado desapercibida y ya se acercaban.

—¡Ey, cuatro, a dónde vas! ¡Podemos cenar juntos! —gritó burlón el chico del dos.

Maia sonrió cínicamente.

—Me temo que no podré concederte el honor.

Se movió tan rápido que nadie alcanzó a percibir el movimiento de su brazo, sacando un cuchillo y arrojándolo al pecho del castaño, quien cayó al suelo y comenzó a sangrar a chorros.

La enorme chica del dos y Max intercambiaron miradas, Maia rezó porque Max honrara el acuerdo que tenían, si la alcanzaban, no tendría oportunidad.

Sonó el cañón, indicando la muerte del chico del dos.

Maia estaba segura de que eso nunca antes se había visto, era el primer día y sólo quedaban dos de los Profesionales. Comenzó a dudar sobre la duración de los juegos, había muchos tributos escondidos, no podría irrumpir en cada apartamento buscándolos. No, eso se lo dejaría a los Profesionales.

—Bueno, si eso es todo... —dijo retrocediendo—. Nos vemos.

La chica del dos estaba por arrojarse sobre ella, de no ser porque Max la detuvo.

—Dejémosla vivir —dijo en voz baja—. Apenas somos dos, ella se encargará de ayudarnos a eliminar el resto de los tributos y, entonces, será nuestra.

La del dos frunció el ceño, mirando a Max incrédula, y Maia entendía el por qué, la tenían arrinconada, podían matarla si quisieran. Quizá ella alcanzara a matar a alguno de ellos, pero terminaría con el cañón y su foto en el cielo.

Antes de que pudieran decidir aparecieron dos chicos y una chica, los hombres eran altos y fornidos, la mujer apenas podía sostener el hacha que llevaba en la mano derecha.

No dudaron en arrojarse sobre el resto de los Profesionales, Maia aprovechó ese momento para correr y alejarse, aunque se detuvo a unos metros al ver que Max estaba en bastantes problemas, no podía dejarlo así, gracias a él aún estaba con vida.

Tomó uno de los cuchillos del cinturón y lo clavó en el cuello de uno de los chicos que peleaba con Max, al instante comenzó a ahogarse con su sangre. El rubio se encargó de la chica, no tardaron en sonar dos cañonazos.

Vio que Max le guiñaba un ojo mientras ayudaba a la chica del dos a acabar con el último tributo, quien sólo intentaba escapar.

Maia corrió y se escondió detrás de un edificio, buscando que no la vieran entrar al apartamento que ahora tenía como refugio.

Otro cañonazo.

Nunca antes había habido tantas muertes en el primer día, quizá los Vigilantes quisieran probar una idea de juegos diferente. Corta pero brutal. A Maia no le importaba, mientras más rápido acabaran con eso, mejor.

No vio a Thomas al entrar al apartamento y la desesperación la invadió mientras el corazón le latía con fuerza, ¿y si...? No. Por supuesto que no, nadie había atacado a Thomas, no podía ser cierto.

—¡Thomas! —gritó—. ¡Thomas!

Buscó en el baño, debajo de la cama. Sintió las lágrimas corriéndole por las mejillas mientras buscaba con impaciencia. Mataría a quien fuera que se hubiera llevado a Thomas, acabaría su vida de la forma más lenta y tortuosa posible.

Después de unos minutos en la absoluta desesperación, Thomas salió del armario.

Maia lo miró entre furiosa y aliviada, sin saber si clavarle un cuchillo o abrazarlo.

—¡¿Por qué me hiciste eso?! —gritó furiosa—. ¡Cuando te hablo tienes que responder!

El niño se encogió de hombros levemente.

—Lo siento... entré al clóset en caso de que alguien viniera y terminé por quedarme dormido.

Maia se acercó a él y se colocó a su altura.

—No vuelvas a hacerme eso, ¿oíste?

Thomas asintió nervioso.

—Bien, ahora a cenar.

Ambos cenaron como reyes y aún quedaba bastante comida para al menos dos días más, sin embargo, les faltaba algo: agua. No importaba cuánta comida tuvieran, si no conseguían agua morirían deshidratados. Y Maia no planeaba morir así. Aunque qué importaba lo que ella planeara, los Vigilantes harían con ellos lo que quisieran.

En cuanto terminaron de cenar se tiraron en la cama, Maia se había encargado de cerrar la puerta con llave y colocar un mueble frente a ella; si alguien quisiera abrirla, el ruido la despertaría y estaría lista para atacar.

Tardó tan sólo unos minutos en quedarse dormida, había sido un día agotador. Además de que la adrenalina que sentía en todo momento le drenaba energía.

Para su sorpresa, no soñó nada, sentir a Thomas a su lado la tranquilizaba. Todo lo estaba haciendo por él, para que viviera, no podía evitar sentirse orgullosa.

Fue el himno lo que la despertó, se asomó por la ventana para ver el sello del Capitolio en el cielo. Comenzaron a pasar las muertes del día: la chica del uno, el chico del dos —ambos obra suya—, los dos del tres, el chico del cinco, la chica del seis, el chico del ocho, los dos del once, los dos del doce. Once muertes. Faltaban doce, incluyendo la suya.

Sintió la culpa invadiéndola, ella había matado a cinco, cinco de esos chicos estaban muertos por su culpa. Las lágrimas amenazaron por salir pero se contuvo, «lo haces por Thomas», se recordó. Pero no podía evitar el remordimiento inundándole el cuerpo, que ninguno de ellos pudiera ver a sus familias otra vez era su culpa. Había quitado cinco vidas y ella apenas tenía un rasguño.

Se había convertido en un monstruo.

La lluvia fue lo que terminó por distraerla mientras miraba por la ventana, tardó unos segundos en entenderlo, ¡lluvia!

Salió del apartamento procurando no despertar a Thomas, llevaba los dos botes en la mano, lista para llenarlos.

Dejó que el agua tibia le mojara el cuerpo y le limpiara la sangre; sentía cómo la ropa comenzaba a pesarle al quedar empapada, además de que el agua le escurría a chorros por el cabello.

Volvió a entrar al cabo de unos minutos, con ambos botes llenos y el cuerpo limpio.

—Thomas —despertó al niño, tendiéndole el agua.

El niño sonrió en forma de agradecimiento y Maia le revolvió el cabello con ternura. Dejó de llover después de unos diez minutos más.

Maia se recostó en uno de los sillones de la sala, no quería mojar a Thomas. Apenas pudo mantenerse despierta, el sueño la venció después de unos treinta minutos, sólo que esta vez estaba repleto de pesadillas: los rostros de los tributos que había matado, las familias que había destruido... Todo lo que había causado, del monstruo que ahora era.

Hablaba entre sueños y no paraba de moverse de un lado a otro. Sus palabras apenas eran susurros, frases sin sentido. Un frío sudor le recorría la frente pero no podía despertar, estaba atrapada, atrapada en su propia mente.

Despertó al amanecer con la frente empapada por el sudor.

Segundo día.

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