d o c e
Caesar Flickerman la saludó con un cálido abrazo en cuanto Maia entró al salón. Ese día la entrevista no sería frente a un público, sólo estarían las cámaras.
—Maia, ¿cómo estás? —preguntó Caesar, rebosante de alegría.
—Creo que bien —dijo la chica mordiéndose la mejilla.
Caesar rió ligeramente.
—Vamos, la pasaremos increíble.
Maia se sentó en uno de los sillones con Caesar enfrente. Como siempre, Caesar lo hizo estupendo, no paró de decir bromas y reírse; Maia lo envidió por un momento, deseó tener ese carisma que lo caracterizaba, era casi imposible estar amargado cuando se tenía al hombre enfrente.
—Bien, Maia, comenzamos con las preguntas, ¿esta vez no habrá dinámica? —preguntó con una sonrisa.
Maia se encogió de hombros.
—Hoy seré completamente franca.
Caesar sonrió de oreja a oreja.
—¡Ya oyeron, completamente franca! —soltó una carcajada—. Bien, Maia, debo preguntarlo y darte mi más sentido pésame, ¿cómo te sientes con la muerte de Thomas?
Maia tragó saliva antes de hablar, por suerte tenía esa pregunta prevista.
—Creo... creo que nunca volveré a ser la misma después de eso, realmente quería que ganara él, hice... hice todo lo que estaba en mis manos.
Caesar asintió.
—Ya lo creo. Cuando te clavaste esa espada, tengo que decirlo, mi corazón se detuvo, nunca había presenciado tanta valentía. ¿Tuviste miedo?
La chica negó con la cabeza.
—No, no tenía miedo de morir, en ese momento sólo podía pensar en Thomas y en el poco tiempo que quedaba para salvarlo. Ni siquiera me di cuenta de lo que estaba haciendo.
Caesar le dio un apretón en la mano.
—Creo que a todos nos tomó por sorpresa lo que hiciste —dijo con sinceridad—. Antes de hacerlo dijiste unas palabras, ¿lo siento? ¿A quién te referías?
Maia ni siquiera lo pensó, las palabras salieron de sus labios antes de que pudiera procesarlas.
—A Finnick.
Caesar abrió la boca sorprendido y entonces Maia notó la gravedad de lo que había dicho, básicamente había admitido frente a todo Panem que lo último que había pensado antes de morir era en Finnick. Se maldijo mentalmente, debió haber mencionado a su familia, a Annie, a cualquier otra persona, pero había dicho el nombre de Finnick.
—¿Finnick? —preguntó Caesar incrédulo, buscando una explicación.
Maia se removió incómoda en el asiento.
—Él... bueno, yo le prometí que saldría viva de ahí y en ese momento rompí nuestra promesa.
Caesar asintió y Maia creyó que había logrado algo nunca antes visto: había dejado a Caesar Flickerman sin palabras.
—Pero aquí estás —dijo al cabo de unos segundos—. ¿Qué dijo Finnick en cuanto te vio?
—Fue él quien me dio la noticia de Thomas —respondió Maia con la voz ahogada—. Y me ayudó en el duelo, a procesarlo y todo eso.
—Un muchacho maravilloso sin duda —halagó Caesar y Maia asintió, intentando mostrarse radiante.
Caesar continuó con algunas preguntas rutinarias, nada difícil de contestar; Maia supuso que ya había dado mucho de qué hablar con sus primeras respuestas.
Se despidieron con un abrazo y después se acabaron las cámaras. Maia casi festejó por ello, aunque sabía que venían cosas peores. Por ejemplo, la gira por los distritos, estaba segura de que la odiarían; había acabado con la vida de muchos tributos, nadie se mostraría feliz de verla, salvo en el Distrito 4.
• • •
Maia miró por la ventana del tren, pensando en cómo serían las cosas cuando volviera a casa, pensó en Annie, ¿estaría feliz de verla? Le gustaba pensar que sí, pero Maia ya no era Maia, había matado y no sólo a uno, sino a siete tributos. Y lo que más la aterraba de eso era la frialdad con la que lo había hecho, sin pensárselo dos veces, sin titubear, sin retroceder. Los había matado como si se tratara de algo fácil, hecho que la perseguiría durante el resto de su vida.
Finnick se sentó junto a ella y Maia recargó su cabeza en el hombro del chico, quien le acarició el cabello.
—¿Cómo estás?
Maia suspiró.
—No lo sé... Nada de esto va a desaparecer nunca.
—Se aprende a vivir con ello —dijo Finnick con dolor en la voz, Maia estaba segura de que él aún no aprendía y dudaba mucho que alguien pudiera hacerlo.
La chica se quedó callada y se dedicó a acariciar la mano de Finnick, trazando formas en ella. Le gustaban sus manos, eran largas y delgadas sin llegar al extremo, tenía alguna que otra cicatriz pero a Maia sus manos le parecían perfectas.
En cuanto llegaron al distrito, todos aplaudieron y chillaron al verla; Maia sonrió a medias, sólo quería ver a Annie. Tardó un rato más en lograrlo, ya que muchos de sus vecinos la entretuvieron, felicitándola y diciéndole lo valiente que había sido. Maia les agradecía como podía, estaba por tornarse hosca, como solía serlo antes de que la transformaran en un intento de 'chica linda'. Dentro de ella seguía esa chica malhumorada e insolente y esa chica amenazaba por salir.
Maia logró escaparse, dirigiéndose a la Aldea de los Vencedores para ver a su hermana y a su madre, quienes la esperaban en casa. Maia lo entendía, era agotador tener que soportar a la multitud, lo había vivido el año pasado con Annie. Sin embargo, le lastimaba que ninguna de las mujeres hubieran ido a recibirla, había estado a punto de morir, era razón más que suficiente para esperarla en la estación y tolerar a la multitud.
Finnick venía detrás de ella, tan radiante como siempre, aunque Maia comenzaba a darse cuenta de que no era más que una farsa. Finnick no era tan feliz como aparentaba, así como ella no era tan buena como intentaba hacer creer.
Annie se tiró en sus brazos en cuanto la vio entrar, la pelirroja no dejaba de llorar y plantarle besos por toda la cara.
—Lo sabía, lo sabía —susurraba, sin dejar de abrazarla.
Maia le correspondió, se alegraba de ver a Annie, incluso le dio gusto ver a su madre, con quien no mantenía una buena relación.
Las tres mujeres se abrazaron, no lo hacían desde el año pasado, cuando Annie había vuelto. Maia se sintió feliz por unos segundos, pero el vacío no tardó en volver a instalarse en su pecho.
Miró a Finnick, quien estaba detrás de ella, pero Finnick no la miraba a ella sino a Annie; aunque no había gusto en su mirada, era más bien... ¿miedo?
Maia lo entendió todo cuando Annie se arrojó a los brazos del rubio, plantándole un beso en los labios.
—Gracias, Finnick, sabía que la salvarías —dijo mientras le acariciaba el rostro.
La castaña pudo sentir su rostro ensombrecerse y cómo el corazón se le endurecía. Finnick Odair era un mentiroso.
Un ciego enojo le inundó el cuerpo y le nubló la vista, deseando golpear a Finnick y odiándose a sí misma por ser tan ingenua. Logró contenerse, saliendo de la casa y dando un portazo que hizo temblar los vidrios. Sabía que probablemente había dejado a ambas mujeres desconcertadas, pero no a Finnick, él sabía muy bien qué había hecho.
Caminó dando zancadas, pateando las piedras que veía, deseosa de desquitarse con cualquiera que pasara; nadie lo hizo, lo cual agradeció.
Lo odiaba, odiaba a Finnick y a su patética sonrisa, a sus tontas palabras bonitas, a su arrogancia. Finnick Odair era una farsa y le asqueaba el sólo pensar que lo había besado.
Pero había alguien a quien odiaba más que a Finnick y era a sí misma: había abierto su corazón, había mostrado su lado oculto, se había enamorado. Era una estúpida.
—Maia —la llamó la voz de Finnick a sus espaldas.
La chica sintió la sangre hirviéndole y miró a Finnick, quien estaba visiblemente nervioso.
—Déjame explicarte... —comenzó el rubio, pero Maia lo interrumpió.
—¿Para qué? ¿Para que continúes mintiéndome? —soltó una carcajada—. Eso se acabó, Finnick, tú y yo no somos amigos, ni siquiera compañeros. Haz el favor de alejarte de mí.
Maia caminó intentando irse pero Finnick la sostuvo del brazo, la chica se soltó de su agarre con un brusco movimiento.
—Vuelve a tocarme y juro arrancarte el brazo.
Maia estaba furiosa, no podía pensar en nada, no podía controlarse, sólo podía sentir odio y enojo. Incluso odiaba a Annie, la odiaba por no contárselo.
—Maia, yo...
—Deja de hablar, ¿quieres? Lo entendí perfectamente. No me salvaste porque yo te importara, me salvaste porque le importo a Annie y a ti te importa Annie, ¿no es cierto? —Finnick se quedó callado y Maia sonrió, intentando ocultar lo mucho que dolía—. Sabes, pudiste ahorrar la parte donde me besabas.
Maia volvió a caminar para alejarse y esta vez Finnick no intentó detenerla, la dejó ir, sabiendo que se alejaba para siempre.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro