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c i n c o

Ese día eran las pruebas individuales: cada tributo tenía quince minutos para demostrar su habilidad frente a los Vigilantes, quienes pondrían una calificación del 1 al 12, siendo el uno el peor. Maia nunca había visto un doce y los onces también eran bastante raros. La mayoría de los tributos rondaban entre el cinco y el diez.

No se encontraba nerviosa, las calificaciones ayudaban a obtener patrocinadores, pero había tributos que obtenían cuatros y aún así ganaban los juegos. La verdad era que eso no reflejaba las habilidades de ninguno.

—Suerte, Thomas, te irá increíble —el niño asintió.

Maia podía verlo temblar, no obstante confiaba en él.

—Recuerda, Thomas, esa calificación no importa. Ahora ve y demuéstrales de qué estás hecho.

El rubio intentó sonreír pero sólo le salió una mueca. Maia le hizo una seña con los pulgares antes de verlo desaparecer.

Al cabo de quince minutos la llamaron, entró al gimnasio con paso elegante. Miró a su alrededor, no había planeado nada y no tenía ni idea de qué hacer para obtener una buena calificación. Podía hacer lo clásico: arrojar cuchillos a la pared hasta que los Vigilantes se aburrieran de verla. Eligió esa opción, no tenía nada mejor.

Arrojó cuchillos a la pared, dando justo en el centro, hasta que notó que los Vigilantes no la miraban, estaban concentrados en el cerdo asado que había en la mesa.

Maia sintió cómo la ira le subía por el cuerpo, tomó la espada que había arrojado en el entrenamiento, la cual era tan grande como una de sus piernas. La agarró con ambas manos y la arrojó con fuerza contra el cerdo que le robaba la atención de los Vigilantes.

El animal se clavó en la pared y todos la miraron boquiabiertos, sin saber cómo reaccionar.

—Provecho —dijo Maia, mostrando su mejor sonrisa y se dirigió a la salida.

• • •

—¡¿Clavaste su comida en la pared?! —chilló Hada escandalizada.

Maia simplemente se encogió de hombros.

—¡Ni siquiera me miraban! —protestó.

En cambio, Finnick y Thomas estaban tremendamente divertidos con la escena. El primero le había asegurado que no podían hacerle daño ni a ella ni a su familia, no cuando los juegos estaban por comenzar, además de que las pruebas eran confidenciales, no podían divulgar lo que había ocurrido.

—¡Eres una insolente, niña! —siguió regañando Hada.

Maia le dedicó una cínica sonrisa.

—Tú fuiste la que me aconsejó explotar mis habilidades —dijo inocentemente—. Y debo reconocer, saqué todo mi potencial.

Hada suspiró furiosa. Maia sonrió al verla tan molesta, no podía negar que se estaba divirtiendo.

Los estilistas no tardaron en aparecer con una radiante sonrisa. Maia se removió incómoda en su asiento, no le agradaba la idea de decepcionar a Wanda.

Todos se sentaron a cenar, después de eso transmitirían en vivo la calificación de cada uno de los tributos. Maia suspiró, estaba segura que no lograría nada más allá de un tres.

—Te irá bien —aseguró Finnick sentándose a su lado, Maia ni siquiera lo miró.

Seguía molesta con Finnick, entendía que quisiera mantenerla con vida pero era una decisión que debía tomar ella, no hacía falta que le mencionara a su hermana.

Wanda no pudo evitar soltar una carcajada cuando escuchó a Maia hablar sobre lo que ocurrió en su prueba, Marcus también la miraba divertido. La única que seguía histérica era Hada, quien no paraba de regañarla y decirles a los demás que dejaran de alabar sus faltas de respeto, que no había nada divertido en ello.

Maia terminó por reír junto a los demás, aunque sabía que la risa estaba impulsada principalmente por sus nervios.

Cuando terminaron de cenar se dirigieron al salón para ver las puntuaciones. Primero enseñaban una foto del tributo y después salía la nota. Como era de esperarse, los profesionales tuvieron calificaciones entre nueve y diez.

Finalmente lo anunciaron, Distrito 4. Thomas miraba ansioso, sus manos no paraban de temblar y Hada se dedicaba a acariciarle el cabello.

¡Siete! Todos lo felicitaron, para ser apenas un niño era una calificación bastante buena.

Apareció la foto de Maia y ésta cerró los ojos, no quería ver lo que estaba por venir.

—Doce, Maia —susurró Finnick.

—¿Qué? —preguntó la chica mirando la pantalla, creyendo que Finnick le había gastado una broma.

No lo era, realmente había un doce. El resto del equipo la miraban incrédulos, por unos segundos nadie dijo una palabra. Fue Thomas quien rompió el silencio, arrojándose a los brazos de Maia.

—¡Vas a ganar, Maia! —gritó el niño emocionado.

Al final todos terminaron por abrazarla y felicitarla, Maia no estaba segura del por qué le habían puesto una calificación nunca antes vista, los había atacado y de no haber tenido una puntería tan precisa, seguramente habría acabado con la vida de alguno.

Negó con la cabeza, había que aprovechar las cosas buenas que llegaban solas.

• • •

Maia se quedó sentada en el salón hasta que todos desaparecieron, intentando descifrar el por qué había obtenido esa calificación. Se había cobijado y se dedicaba a comer panecillos mientras le daba sorbos al chocolate caliente.

—¿Sigues dándole vueltas? —escuchó preguntar a Finnick.

El rubio hablaba con lentitud, parecía que degustaba las palabras antes de que salieran de su boca, lo que añadía un toque de sensualidad a su forma de hablar. Además de que su tono de voz era perfectamente varonil.

—No entiendo —respondió Maia.

Finnick terminó por sentarse a su lado, sin dejar de observarla. Maia evitó el contacto visual.

—A la gente del Capitolio le encantan los espectáculos y tú supiste dar uno nunca antes visto.

Maia asintió, seguramente eso había sido. Sin embargo, continuaba sin ser creíble.

—Sabes tan bien como yo que ganarás, Maia —murmuró Finnick—. Tengo fe en que lo harás.

La chica suspiró y miró a Finnick. Las luces de la calle le iluminaban el rostro, mantenía una ligera sonrisa, sin dejar de mirarla; sus ojos brillaban, aunque el azul de éstos se veía oscuro. Sólo por el día se veían verdes.

—Yo no estoy tan segura —reconoció—. No abandonaré a Thomas, lo sabes.

Finnick asintió y la chica se quedó mirando al frente, con un millón de pensamientos retumbándole la cabeza.

—Nunca he entendido por qué lo haces —acabó por decir Finnick, ganándose una mirada confundida de Maia.

—¿A qué te refieres?

—Aparentas ser una persona desinteresada, que no le importa nada ni nadie —hizo una pausa—. Te he visto, Maia, he visto cómo te importa Annie, cómo te importa Thomas... a diario te sacrificas.

Maia se encogió de hombros, Finnick tenía razón.

—Es mi fallido intento por evitar que la gente tenga expectativas en mí.

—Todos las tenemos.

La castaña asintió, manteniendo la cabeza gacha. Finnick le acarició el dorso de la mano y Maia sintió un escalofrío recorriéndole el cuerpo, sentía cómo quemaba ahí donde el rubio la había tocado. Se preguntó si él también sentía lo mismo o sólo era ella quien se estaba volviendo loca.

—Deberías irte a dormir, mañana es un día importante.

Maia lo sabía, pero se mantuvo justo donde estaba, no quería llegar a su habitación y sentirse sola, le aterraba la oscuridad cerniéndose sobre ella, además de que la habitación le era completamente desconocida a pesar de haber pasado ya tres noches ahí.

—¿Seguirás ignorando mis consejos? —preguntó Finnick esbozando una sonrisa.

Maia suspiró.

—Es sólo que... no quiero estar sola, Finnick. Tengo miedo.

Finnick la miró antes de abrazarla contra él, Maia dejó que el calor del cuerpo del rubio la envolviera, sintiéndose protegida. Se acomodó en el fornido pecho de Finnick, permitiéndose cerrar los ojos y rodearlo por el abdomen.

La respiración de ambos era tranquila, sus cuerpos encajaban perfectamente, era como si estuvieran hechos para juntarse. Finnick le acarició el cabello y Maia se dedicó a disfrutar la tranquilidad que le producía el contacto con el rubio.

No entendía qué tenía Finnick o cómo es que podía derribar sus barreras tan fácilmente, simplemente disfrutó de su contacto, evitando pensar demasiado.

—No estás sola, May —susurró Finnick antes de que la chica se quedara profundamente dormida.





¡Gracias por sus comentarios! No saben cuánto me gusta leerlos, muchas gracias por apoyarme con la historia<33.

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