▸ Archivo Secreto #4
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La melodía del bar cesó y los que estábamos allí,
lo recuerdo claramente,
contuvimos la respiración sin saber por qué.
Viéndote, expectantes.
En un bar nadie va a conocer al causante de una colisión;
había sido aquel sitio mi base refugio,
pero diste un pequeño paso en mi dirección
y te encontré a medio camino dando
un gran salto de fe.
Yo era un don nadie al que le diste
un nombre y existencia,
y al que, luego,
se los arrebataste.
En este juego de conocernos el uno al otro,
fuiste conquistador.
Yo, conquistado, dejé que me bautices:
me nombraste Suga(r).
Y te agradecí sin estar realmente complacido
de que endulzaras mi persona
cuando yo buscaba el sinsabor a todo:
A mí, a la vida,
al trago que dejaste entibiar porque no bebías.
Me dijiste, sin que venga a cuento,
ni que te pregunte,
que no se trataba de que yo estuviera aburrido:
ocurría que estaba triste.
Con qué descaro, repito, con qué descaro
anunciaste que entre tú y yo
lo inevitable nos haría dichosos y condenados.
Y aún con tu declaración honesta,
te pedí entusiasmado que cantes para mí.
En este mismo bar, de sombras perfumadas de miseria,
me cantasta ya no recuerdo qué,
pero si hago memoria,
vibra en mí la satisfacción de ser tu punto de mira constante,
Memoricé las armonías de tu voz,
la burbujeante apatía ante el halago superficial,
¿podías culparnos por adorarte, Astro Soberano?
Me hiciste girar encantado en aquella canción,
que pudo haber sido una fúnebre predicción;
fui satélite a tu alrededor;
liviano y atolondrado, mas cortaste el hilo
para que lloviera en cometas descontrolados.
Fui lluvia de meteoritos, impactando en todos lados,
en ti, en mí, en lo nuestro, lo que fue y lo que no.
No quise ser grosero esa vez, pero no resistí preguntar
a dónde querías llegar. Dijiste,
sonriendo una supernova entera de brillantes dientes,
que querías jugar rayuela entre los planetas y
enredarte en la cintura los anillos de Saturno.
Galaxia como patios de juegos,
constelación de recreo.
Quise advertirte que el espacio es helado y sombrío.
Yo tirité, azulados labios del frío,
al darme cuenta que ese era el principio
de una infinita indiferencia.
Batí el líquido de mi vaso con la yema del dedo,
disolviendo en las burbujas un pedido de que no me dejes,
y los hielos sonaron con un eco ahogado de alcohol.
En ese punto, volver al bar era un lunático deseo
de preservarnos intactos, y en retrospectiva pienso,
acabó por derrotar cualquier voluntad de permanecer juntos.
Pero, ven hoy a mí y conversemos:
«hola, ¿cómo has estado?»;
prometo responder con aquella escueta e hipócrita palabra
y me creerás.
Lo curioso de los finales es que no esperan
que te ajustes y te sostengas de cualquier parte
para no salir disparado a gran velocidad;
sin embargo, sin gravedad y sereno, te alejaste
mientras el centro de la Tierra me cobró cuota de gravedad.
Aturdidos mis sentidos,
me quedé en la nada inmensa del adiós;
y por más que intenté
no pude criogenizar mis sentimientos.
No te preocupes,
en la soledad mi temperatura es -248°,
no te preocupes,
mi corazón todavía quema si te pienso.
Solo que las llamas de mis latidos
están cansadas de arder,
y se me acaba el oxígeno, tan rápido,
que poco importan
los suspiros constantes
que se me escapan en honor de tu ausencia.
Tras el adiós, ¿pensaste que desapareceríamos?
Qué equivocado estabas, lo estamos todos:
Seremos,
en este maldito e imprudente plural
que nos envuelve aunque no estés conmigo;
seremos,
incluso uno lejos del otro,
seremos,
hasta que nadie nos recuerde
y por fin, como las pecas del cielo nocturno,
como el cementerio en el firmamento,
nos extingamos,
habiéndonos amados
hasta que el brilló nos consumió.
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©FlyKingSquad | YaYaBoddah9592
09032020
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