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O2. DOS

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No se podía decir que Stiles fuera un joven que destacara por su paciencia, a decir verdad. Por eso, cuando Malia no contestó sus llamadas tras una semana sin recibir noticias suyas, lanzó una patada a su mochila y esta terminó volando por los aires como un proyectil, mientras vaciaba todo su contenido en el suelo.

¡Tenía que ser una broma! Pero la culpa era suya por permitir que se marchara sola detrás de ese psicópata. Debía haberla detenido. Ella era muy superior físicamente, pero él poseía otras armas más poderosas. Si la hubiera amenazado con llamar a Scott y contarle toda la verdad sobre lo que habían estado haciendo el último año, ella no habría puesto un pie fuera de San Francisco. De eso, estaba convencido.

Pero ya era demasiado tarde y con lamentarse no iba a conseguir nada. A esas alturas, Stiles pensaba que, seguramente, Lucas Gallardi la tendría secuestrada. Ese maldito...

Al menos no creía que él fuera capaz de hacerle daño. Necesitaba aferrarse a la posibilidad de que Lucas, al igual que Malia, todavía sintiera algún tipo de atadura emocional al pasado que ambos compartían. Porque, de lo contrario, era quedarse de brazos cruzados y esperar que el próximo cuerpo que el FBI encontrara no fuera el de ella.

-Stilinski, cuando termines esa guerra personal contra tus pertenencias, tal vez sería bueno que regresaras a trabajar.

Stiles se había ensimismado tanto pensando en el paradero de Malia, que no se había dado cuenta de que Rafael McCall estaba detrás de él.

-Enseguida, señor -balbuceó a regañadientes.

-Y hazme saber cuándo llegue Rickson. Estaré en mi despacho.

-Entendido, señor.

Después de recoger sus cosas, se sentó de vuelta en su escritorio, al lado del de J.T que se estaba riendo, y él lo fulminó con la mirada.

-Alguien está falta de sexo -dijo J.T con burla- ¿Esa chica que vive contigo no te tiene contento o qué?

Stiles lo miró como si lo fuera a matar. Salvo que «muerte» era la última palabra en que le apetecía pensar en ese momento.

-Malia es solo mi amiga. Casi una hermana.

-¡Eso es asqueroso! Recuerdo haber escuchado que ustedes dos salieron.

-Fue hace mucho tiempo -defendió él, todavía sin saber por qué estaban manteniendo esa conversación-. Ya no nos vemos de esa forma.

-Pero igual dormiste con ella. Y uno no duerme con sus hermanas, a menos que seas un enfermo mental ¿lo eres?

-Ya cierra la boca, J.T.

J.T era el apodo con el que todos en la oficina se dirigían a Jonas Turner. Conforme lo iba conociendo, Stiles se preguntaba cómo es que tantas mujeres le habían llenado el escritorio con cartas perfumadas y cajas de bombones por el día de San Valentín. No todo podía ser el físico, aunque debía admitir que el tipo era apuesto.

J.T era un joven de piel morena con ojos verdes y rasgados. El cabello castaño oscuro generalmente lo llevaba corto, pero cuando le crecía tenía pequeños rulos. Era guapo, no podía negarlo, sin embargo tenía un carácter espantoso que sacaba a relucir cada vez que algo no era de su agrado.

Además, era incapaz de mantener una relación seria con alguien por más de dos semanas. La mayoría de sus ligues eran esporádicos y no parecía tener ningún problema con que las cosas funcionaran de esa forma.

-Entonces... si no están juntos ¿crees que pueda intentarlo con ella?

Stiles entrecerró los ojos.

-¿Qué? -bufó J.T-. Está buena y está soltera. Justo mi tipo.

-Aunque admito que sería muy divertido ver cómo Malia te patea el trasero, primero tendría que saber dónde está.

-¿La perdiste?

-No he sabido nada de ella en toda la semana y tampoco contesta mis llamadas.

-¿Has probado a rastrear su teléfono?

Stiles se pegó una bofetada mental por no haber pensado en eso antes. Si el teléfono de Malia seguía encendido, sería muy fácil localizarlo, sobre todo desde una computadora del FBI.

J.T era el mejor en la oficina manejando ordenadores, así que lo ayudó. Stiles no sabía si lo había hecho por la bondad de su corazón o por ganarse su consentimiento para tener una cita con Malia (lo más probable). Pero, de todas formas, cualquier ayuda para encontrar a su amiga era más que bienvenida.

Los resultados arrojados por el dispositivo de vigilancia, StingRay, dejaron a J.T medio confundido y a Stiles con un mal sabor de boca.

-¿Beacon Hills? ¿No es ese el pueblo de dónde vienes?

Stiles tragó saliva.

-Creo que he estado lejos de casa por demasiado tiempo.

La propuesta de su agente arrancó un silencio sepulcral por parte de Rafael McCall, quien no acababa de ver con buenos ojos la idea de trasladar el caso de Lucas Gallardi a ese pueblo del demonio. A veces creía que el universo se divertía torciendo su camino para que, de alguna forma, siempre acabara de vuelta a allí.

Rafael miró a Stiles preocupado. ¿Acaso Scott ya estaba involucrado en esa historia? La última vez que lo había visitado en la UC Davis, se le veía muy contento. Que él supiera, la única preocupación que tenía era la de si había pasado o no los exámenes trimestrales. Incluso le había mencionado que estaba comenzando a ver una chica. Le parecía tan injusto tener que arrastrarlo de vuelta a todo el drama sobrenatural cuando, por primera vez en mucho tiempo, la normalidad comenzaba a ser parte de su vida.

-Mire, a mí me gusta esto tan poco como a usted -suspiró Stiles y comenzó a juguetear con la taza de su café-. Pero si Malia está allí es porque Lucas también lo está. Y no podemos quedarnos aquí sin hacer nada. No cuando existe la posibilidad de que él haya podido hacerle daño.

-Le advertimos que no fuera detrás de él, pero ella no quiso escuchar -le recordó Rafael con un pequeño deje de irritación- Tal vez es momento de que comience a cargar con las consecuencias de sus decisiones.

Stiles enarcó una ceja, incrédulo. El ambiente que había empezado a respirarse dentro del despacho se hacía cada vez más tenso.

-Me parece que no me está entendiendo -Replicó con voz cortante-. Cuando Scott sepa lo que hemos estado haciendo a expensas de su conocimiento, se va a molestar. Y mucho.

-Es por eso que no vamos a decirle nada. Creía que ese era el trato.

-Y lo era hasta que Malia desapareció.

-Eso no cambia nada.

-¿Estás bromeando? -preguntó irónicamente, dejando las formalidades de lado- ¡Eso lo cambia todo! Malia es parte de su manada y... ¡Tan solo piensa lo furioso que se pondrá si algo le sucede y no hicimos nada para ayudarla! No creo que necesites más motivos para que tu hijo te odie, McCall.

Rafael lo miró con seriedad y su rostro se fue desfigurando en una expresión derrotada. Cerró los ojos durante un segundo y se concentró en lo que Stiles acababa de decir.

-Está bien, tienes razón -Suspiró y, antes de que el chico pudiera comenzar a celebrar, prosiguió-. Pero debes prometerme que, de momento, Scott seguirá sin saber nada. Te enviaré a Beacon Hills como representante del FBI en el caso "Gallardi", trabajarás con tu padre y me mantendrás informado de todo lo que sucede. Cuando encuentres a la chica, asegúrate de hacérmelo saber lo más rápido posible.

-Así será, señor.

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La luz de la luna se coló por una de las hendiduras de la ventana de la habitación de Isaac y proyectó su sombra sobre la pared, iluminada únicamente por la tenue luz de la lámpara que había sobre su mesita de noche. Para entonces, Aimee ya se encontraba durmiendo profundamente, rodeada por un fortín de almohadas que la mantenían protegida de caer entre sueños.

De pie frente a la cama, Isaac no le quitaba ojo. Todos decían que Aimee lucía como si él se hubiese mirado en un espejo y su reflejo se hubiera transformado en una niña de rizos dorados y mirada despierta. Sin embargo, él no podía evitar encontrarle cierto parecido con Michelle; ambas tenían la misma frente chata, los ojos adormilados y la nariz pequeña y respingona.

Pensar en ella lo entristecía un poco. Michelle había sido la primera en darle la bienvenida a la manada de Francia. Se conocieron una noche en el bar donde ella trabajaba y habían pasado largas horas charlando sobre el pasado y la vida en general. Era la única persona, en mucho tiempo, con la que Isaac había sentido que podía ser él mismo. Y ahora estaba muerta...

-¿Su madre y tú tenían una relación?

El hombre lobo se dio la vuelta y observó, bajo el umbral de la puerta, a una mujer con poco más de cuarenta años y pelo negro muy rizado. Melissa echó a andar hacia él y se quedó a su lado, sonriéndole con ese talante maternal que siempre la había caracterizado.

-No, éramos solo buenos amigos. De hecho, no creo que a Michelle le interesara ningún hombre en absoluto.

-Ya veo. -Musitó ella, entendiendo- ¿Entonces, cómo...?

-Bueno, Michelle estaba tan ansiosa por un bebé que no le importaba tener que dormir conmigo por una noche... o las que hicieran falta. -contestó Isaac, esbozando una pequeña sonrisa-. Me ayudó tanto cuando llegué a Francia que pensé que era lo menos que podía hacer por ella.

Melissa guardó silencio un instante y luego comentó con tranquilidad:

-Pero tú querías ser padre ¿verdad?

La sonrisa de Isaac creció mientras asentía con la cabeza. Luego la miró a los ojos.

-Sí, por supuesto que sí -contestó despacio- Al principio estaba aterrorizado, lo admito. Apenas podía cuidar de mí mismo ¿Cómo podría hacerme cargo de un bebé? Pero Michelle me aseguró que en ningún momento estaría solo. Seríamos un equipo, los tres contra el mundo. Y la verdad es, que no sabía que era capaz de amar tanto a una persona, hasta que sostuve a Aimee entre mis brazos por primera vez.

-Vaya, realmente has crecido, Isaac -dijo Melissa con añoranza mientas lo rodeaba con su brazo,

Detrás de ellos, dos figuras masculinas los contemplaban en silencio.

Hacía mucho tiempo que Chris Argent no veía a Isaac tan completo y tan dispuesto a luchar por alguien. Sus ojos se empañaron al darse cuenta de lo mucho que había madurado. La vejez lo había convertido en un sentimental, se lamentó mientras se secaba las lágrimas con el dorso de la mano.

Scott lo observó durante un instante y sonrió. Su madre y Chris se habían puesto tan contentos cuando lo vieron aparecer, junto a Isaac y Aimee en la puerta, que apenas les había alcanzado el tiempo para comenzar a preocuparse por todos los problemas a los que, muy pronto, tendrían que enfrentarse.

Beacon Hills sería el primer sitio en donde los druidas mirarían, de eso no le cabía duda. Pero, al mismo tiempo, era el único sitio en donde hallarían la ayuda que tanto necesitaban. Reunir a la manada después de un año separados no iba a ser nada fácil, pero Scott confiaba en que sus amigos seguían siendo las mismas personas, dispuestas a sacrificarlo todo por el bienestar de los demás.

En esa ocasión, por el bienestar de Aimee Jane Lahey.

-Deberíamos bajar a comer algo. -propuso al resto.

Era de noche y hacía bastante frío. Isaac no dejaba de decir que Melissa era increíble ya que, de alguna forma, se las había apañado en tan pocas horas para encontrar un monitor de bebés. Además, Chris le había prometido que se encargaría, el día siguiente, de buscar una cuna para Aimee.

Poco a poco, sentía que un atisbo de calidez y agradecimiento comenzaba a crecer en su interior, ante la seguridad de que su pequeña no estaría sola si alguna vez algo llegaba a sucederle. Ahora tenía a más de una persona que se preocupaba por ella.

-Tal vez deberíamos comentarle nuestro problema a Deaton -Dijo Scott-. Puede que sepa algo sobre el nigromante que nos pueda ayudar a identificarlo.

Isaac, que había permanecido de pie mientras ayudaba a Melissa a servir la mesa, negó rotundamente con la cabeza y se sentó en una silla al lado de Chris.

-Deaton es un druida -le recordó-. Antes de decirle cualquier cosa, primero tendremos que determinar si es un enemigo o un aliado.

-No creo que él...

-Es la vida de mi hija, Scott -Isaac sacudió la cabeza-. No voy a basar mis decisiones en posibilidades, sino en hechos.

-Creo que podría haber algo en el bestiario -le dijo Chris con la boca llena. Tragó la comida y miró a Melissa fijamente- ¿Podríamos comprobarlo antes de dormir?

-Te ayudaré. -aceptó ella, probando por primera vez la carne de ternera.

Sin embargo, Scott seguía pensando que Deaton sería incapaz de hacerle daño a un bebé inocente. Y precisamente porque era un druida es que debían contarle lo que estaba pasando. Nadie mejor que él, para saber cómo hacerle frente a los de su propia especie. No obstante, había decidido respetar la decisión de su amigo, al menos por el momento.

-Ahora solo queda ver si los demás serán capaces de permanecer juntos en una sola habitación. -Scott suspiró y se encogió de hombros mientras Melissa y Chris se lanzaban miradas dudosas el uno al otro.

Isaac quiso preguntarle a qué se refería exactamente, intrigado por saber qué demonios había sucedido con la manada durante su ausencia, pero entonces alguien golpeó la puerta, con tanta fuerza, que incluso llegó a sentir la mesa vibrar bajo los dedos de sus manos.

Los toques se volvieron repetitivos y cada vez más insistentes. La persona responsable comenzó a gritar el nombre de Melissa a todo pulmón. Desde allí, Isaac podía sentir cómo intentaba respirar, pero no lograba encontrar el aire. Estaba muriendo... ¿o era alguien más?

En ese instante, se dio cuenta de que eran dos latidos distintos los que estaba escuchando. Uno de ellos era violento y pertenecía a quien parecía estar a punto de echar la puerta abajo, mientras que el otro era lento y silencioso.

-Oh, dios...

Scott ahogó un grito y se tensó cuando su madre finalmente abrió la puerta y Stiles entró, llevando entre sus brazos a una inconsciente y ensangrentada Malia. Isaac percibió la oleada de preocupación y angustia que el alfa había comenzado a sentir. Recordaba a esa chica, era la que algunos años atrás habían rescatado de morir asesinada por su padre, mientras vivía en el bosque como un coyote. ¿Por qué tenía la impresión de que ahora era algo más que una simple desconocida?

-Ponla aquí -Melissa le indicó a Stiles mediante gestos que la acostara en el sofá-. Veré si puedo encontrar algo para limpiar esos cortes en su abdomen.

Al cabo de unos minutos, volvió con un cazo de agua hervida con sal y algunos paños. Se acercó a Malia, hundió una tira de tela dentro del líquido caliente y, con sumo cuidado, comenzó a limpiarle la herida, que estaba cerca de su pelvis y cuya forma parecía como si algún hombre lobo (u otra criatura) la hubiese atravesado con sus garras. Tenía, además, algunos rasguños en sus brazos, pero no parecían ser muy graves.

-Creo que ha sido envenenada con acónito -musitó Stiles con nerviosismo. Había reparado en la presencia de Isaac hacía unos segundos, pero estaba demasiado preocupado por su amiga como para mostrarse sorprendido por ello-. Ha estado inconsciente desde que la encontré.

-¿Qué le ha pasado? -le preguntó Scott mientras se arrodillaba junto al sofá. Posó su mano sobre la de Malia y sus venas adquirieron un tonalidad oscura que se extendió a lo largo de todo su brazo.

-Es una larga historia...

-¿Cuánto tiempo ha estado así? ¿Por qué no se está curando?

Scott miró a Stiles, esforzándose por no perder la calma. Pero Isaac podía sentirlo, emanaba tristeza e ira a la vez. Supo, sin necesidad de escuchar una palabra, que esa chica era importante para él.

-¡Stiles! ¡¿Por qué no se está curando?!

Las lágrimas inundaron los ojos del aludido mientras hablaba:

-Alguien utilizó las garras de Belasko para robarle sus poderes. Ella es solo una humana ahora.





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