O1. UNO
Esa madrugada, un auto conducía a toda velocidad por una de las tantas carreteras de California. Afuera parecía desarrollarse el fin del mundo. La lluvia se hacía más insistente por segundos, mientras un espectáculo de rayos se encargaba de iluminar la oscuridad de la noche. La visibilidad era casi nula y apenas lograban distinguirse las luces traseras de los otros autos.
—Nos alcanzarán —lloró en el asiento del copiloto una mujer joven, de cabello dorado y ojos azules como el cielo diurno cuando no está cubierto por un manto de nubes negras. Entre sus brazos y con la cabeza apoyada en su pecho, dormía plácidamente la pequeña Aimee, ajena a la tempestad que se ceñía sobre ella y sus padres.
—No lo harán —repuso el conductor, intentando convencerse a sí mismo. Le echó un vistazo al cuadro de mandos y buscó la aguja que indica el nivel de combustible disponible. Su corazón dio un vuelco al darse cuenta de que el depósito se estaba agotando y pronto quedarían varados en medio de la vía.
—Esto es mi culpa—La joven no dejaba de sollozar—. Estaba tan desesperada por ser madre que no medí las consecuencias que eso podría traernos. Siento tanto haberte arrastrado conmigo.
—No lo sientas. Me pusiste todas las cartas sobre la mesa ¿recuerdas? Yo sabía en lo que me estaba metiendo.
—Creí que era solo una estúpida leyenda. No pensé que fuera a ser verdad. —con suavidad, presionó la niña contra su pecho como si temiera que alguien apareciera en cualquier momento para llevársela—. Y ahora la vida de Aimee corre peligro y la de nosotros también.
—¡Michelle, cierra la boca! ¡Deja de lamentarte! —demandó él, apretando el timón con más fuerza—. No voy a permitir que se acerquen a Aimee o a ti ¿me has entendido? No me importa si tengo que matarlos a todos.
En ese momento en concreto, el auto se detuvo, ya sin una gota de combustible. El joven golpeó con tanta impotencia el timón que cualquier persona normal se hubiera roto los nudillos, pero él no malgastó su tiempo en fijarse en eso. Ya sanarían. Lo que sí hizo fue mirar el espejo retrovisor, dándose cuenta que el todo terreno, cuatro por cuatro, que los perseguía se encontraba cada vez más cerca.
El llanto de Michelle se elevó por encima de las gotas de lluvia que rompían contra el pavimento. El retumbar de los truenos parecía burlarse de ellos, invocando el ambiente perfecto de terror y tragedia. El joven comenzó a evaluar sus opciones: era quedarse allí a esperar una muerte segura o adentrarse en el bosque y luchar por una mínima posibilidad de supervivencia
La decisión era demasiado evidente.
Arrebató a Aimee de entre de los brazos de Michelle, la cubrió como pudo con su abrigo para protegerla de la lluvia, y salió eyectado del asiento del piloto con tal rapidez, que casi pudo pasar por uno de los rayos que cruzaban el cielo sobre ellos. Ordenó a la chica que hiciera lo mismo y ambos corrieron al interior del bosque, deseando de todo corazón que los arboles hicieran el trabajo de ocultarlos.
El terreno era inestable. Las raíces de los arboles sobresalían por encima de la tierra que la lluvia había convertido en lodo. Aimee no tardó en despertar. Al inicio, algo aturdida por el letargo, pero luego —como todo bebé de un año—, comenzó a llorar para demandar la atención de sus padres. Por más que hizo el joven por acallarla, no lo consiguió.
—¿Puedes escucharlos? —inquirió Michelle, entre jadeos.
—El llanto de Aimee lo hace difícil, pero sí, al menos cinco de ellos vienen detrás de nosotros.
—Debemos hacer algo para despistarlos.
—No se me ocurre qué.
Pero Michelle tenía una idea. Se lanzó contra la raíz de un árbol y fue a parar al suelo de boca. Un hilo de sangre comenzó a descender por la comisura de su labio inferior. Al darse cuenta, el joven se detuvo de inmediato para asegurarse de que estuviera bien.
—Me torcí el tobillo —contestó ella y, afortunadamente, la agitación de la carrera era una buena excusa para justificar el acelerado palpitar de su corazón—. Vas a tener que seguir sin mí.
—No pienso dejarte.
—Pero lo harás —sus ojos, hinchados por el llanto, se cristalizaron mientras acariciaba por última vez la cabecita de su hija—. Ambos prometimos hacer cualquier sacrificio por ella ¿Recuerdas? Deja que este sea el mío.
—Michelle...
—Dijiste que Scott McCall podría ayudarnos —lo interrumpió, mirándolo fijamente. No era una pregunta, pero de todas formas, él asintió—. Ve y encuéntralo. Arrodíllate si hace falta, pero consigue que te ayude a proteger a Aimee.
—Es un buen hombre. No se negará.
—Bien —la joven se inclinó hacia delante hasta depositar un beso en la frente de la pequeña que, segundos atrás, había dejado de llorar— Adiós, mi dulce ángel. No podrás verme, pero mami siempre va a estar junto a ti, cuidándote, y pateando el trasero de papi si no hace lo mismo. Aunque estoy convencida de que no será necesario. El día que se repartieron los papás, a ti te tocó el mejor del mundo. Estarás perfecta.
—Te voy a extrañar, brujita —él esbozó una sonrisa triste— Siempre.
—Más te vale, imbécil —logró decir Michelle, a pesar del nudo en su garganta—. Ahora vete o te alcanzarán.
Mientras corría, el joven intentó no mirar atrás porque temía que, al hacerlo, no podría ser capaz de dejarla. Sin embargo, Michelle había tenido razón el día que clamó que Aimee era la prioridad. Por ella valía la pena hacer cualquier sacrificio. Incluso si eso significaba no volver a ver a su mejor amiga.
Con el tobillo en perfecto estado, Michelle se puso de pie y se limpió las lágrimas. Si iba a morir, al menos debía asegurarse de que sus últimos minutos de vida merecieran la pena.
—Vengan por mí, hijos de puta.
●●●
Annie Jensen, acostumbrada a robarse las miradas de todos por dónde sea que pasara, se arrimó al brazo de su acompañante mientras caminaban por el largo pasillo de la residencia de estudiantes. Los que la observaban-en particular la mayor, parte de la población masculina-no pudieron evitar fijarse, por un momento, en el chico que iba a su lado. Algunos lo recordaban de haber compartido con él alguna clase y otros de haberlo visto de pasada por el campus. Pero definitivamente no era alguien demasiado relevante, a diferencia de ella que, solo por ser la hija del rector de la Universidad, ya tenía asegurada la etiqueta de «popularidad» desde el primer momento en que puso un pie en la UC Davis.
Annie era, además, muy agradable. Saludaba siempre con esa blanca sonrisa y agitando su mano con energía. Era una chica bastante delgada y no destacaba mucho por su altura. Tenía un pelo negro similar a la noche, por encima de los hombros, que siempre llevaba liso y bien peinado. Sus ojos eran grandes y de color verde, muy hermosos y brillantes. Todo en ella era un carnaval de dulzura y vida, que reflejaba en sus atuendos de colores muy llamativos.
—Pensarías que dejan de ponerte en ese tipo de pedestal una vez culmina la Secundaria —comentó a su amigo, el cual lucía increíblemente tranquilo a pesar de las miradas curiosas que lo perseguían—, pero los estudiantes universitarios pueden llegar a ser igual de inmaduros.
—Creo que todos esperaban verte esta noche junto a Oliver Kane y no conmigo —sonrió él— Ya conoces la leyenda, la chica más popular y el chico más popular deben tener una cita en San Valentín, o de lo contrario se desatará una tormenta tan fuerte que convertirá a Davis en la próxima ciudad perdida de Atlantis.
Aunque su tono de voz, más agudo de lo normal, dejó entrever la ironía en sus palabras, Annie no pudo evitar pensar que la idea no sonaba del todo descabellada. A veces creía que vivía en el siglo XIX, en donde las posiciones de clases, era las encargadas de decidir con quién podías o no ser visto.
—Oliver Kane puede ser muy guapo y tener más dinero del que realmente necesita. —Admitió— Pero paso de salir con un completo descerebrado.
—Perdona, pero muy a mi pesar tengo que discrepar. Es un imbécil, sí, pero un imbécil muy inteligente. Su nota media supera a la de muchos estudiantes.
Annie chasqueó la lengua como si ese detalle no fuera muy importante.
—Igual prefiero estar contigo. No soy como el resto de las mujeres, nunca me he sentido atraída por los chicos malos. Al contrario, siento una debilidad por los chicos buenos.
Él arqueó una ceja, divertido.
—¿Y quién dice que soy un chico bueno?
—El hecho de que pusieras en pausa tu carrera por dos años para ir a salvar el mundo, contesta esa pregunta —llegaron a una puerta de madera, en donde ella se apoyó para mirarlo de frente y perderse dentro de sus dos orbes marrones que parecían borras de café encerradas en cristal—. Eres la definición perfecta de chico bueno, Scott McCall.
Él se encogió de hombros.
—Supongo que lo soy.
—Entonces... —con su dedo índice, la joven comenzó a trazar una línea invisible sobre su pecho, cubierto por la tela roja de su jersey— ¿Vas a besarme ya o en verdad tendré que esperar a nuestra cuarta cita para obtener algo de acción?
Scott no se sorprendió por lo directa que pudo sonar su propuesta. Para el resto del mundo, ella era perfecta solo por su belleza y apellido. Pero bastaba con fijarse un poco más allá de lo superficial para darse cuenta que Annie Jensen proyectaba otros atributos, incluso más atractivos. Como su inteligencia y lo decidida que podía ser cuando quería algo. Eso último había sido precisamente lo que lo llevó a sentirse atraído por ella.
—Estaba tratando de hacerme el difícil, pero me lo estás arruinando un poco —bromeó, dándose cuenta de que su sonrisa debía ser el vivo reflejo de la estupidez. Pero no pudo evitarlo, había pasado un tiempo desde la última vez que se sintió así de bien alrededor de una chica. Un año para ser más exacto.
—Pues, en ese caso, déjame arruinarlo un poco mejor.
Se inclinó hacia él y lo besó con suavidad. Sus manos se deslizaron por su cuello, enredando sus dedos entre las hebras oscuras de su cabello. Scott jadeó, perplejo por un momento, pero cerró sus ojos y se dejó llevar. Los labios de Annie acariciaron los suyos con ternura hasta que, en un instante, aquel beso se fue convirtiendo en uno más explorador y provocativo.
—Quizás deberíamos entrar a tu habitación —ronroneó ella sobre su boca, dejando pequeños mordisquitos con sus dientes—. Ya estamos aquí, es solo abrir la puerta.
Scott comenzó a sentir ligeros escalofríos de pánico y placer. Conoció a Annie ese semestre, al inicio de su segundo año en Davis. Ella tenía su edad, pero ya cursaba el último año y se graduaría pronto.
Cuando ella le preguntó por qué había tardado tres años en inscribirse en la Universidad, no supo qué responder. Ese había sido el tiempo que le tomó detener a Monroe, enviarla a prisión y asegurarse de que pasara allí el resto de su vida ¿Pero cómo podría explicárselo a Annie sin desvelar, al mismo tiempo, su mayor secreto?
Entonces ella le confesó algo:
«Sé que eres un hombre lobo. Me crié un primo como tú, los reconocería en cualquier parte.»
La confusión del inicio, pronto fue reemplazada por un cosquilleo de alivio que se instaló en su pecho. Finalmente fue capaz de abrirse con alguien sobre todo. Sobre la pesadilla que representó la guerra contra los cazadores. Sobre cómo la relación con la manada se fue enfriando poco a poco hasta terminar tomando caminos separados. Sobre cómo llevaba un año sin hablar con su mejor amigo. Y sobre...
No.
Sacudió la cabeza y parpadeó varias veces. No era tiempo de pensar en ella. No cuando Annie estaba frente a él, hermosa y llena de vida. Queriendo formar parte de su mundo y no dejarlo nunca, por alguna excusa sin sentido.
La besó otra vez con intensidad. La puerta detrás de ellos se abrió de una patada y la oscuridad de su habitación se los tragó a ambos, fundidos en un intercambio de besos y caricias. Parecía que no podían tener suficiente el uno del otro. Mientras sus manos se adentraban en su blusa, deseando explorar cada extremo de su piel, Scott agradeció que esa noche su compañero de cuarto hubiera decidido quedarse a dormir con su novio.
Por eso le extrañó tanto cuando, de repente, sintió la presencia de otra persona allí con ellos.
—Lamento ser yo quien los interrumpa...
Annie se separó de Scott de un golpe, sorprendida. Había alguien sentado en el sofá junto a la ventana. Estaba demasiado oscuro como para detallarlo, pero su tono de voz y su silueta dibujada por la tenue luz de la luna, encajaban perfectamente con la de un hombre.
Scott no tardó en prender la luz para observar mejor al sujeto. Tenía el pelo castaño, casi rubio, que le llegaba a la altura de los hombros, los ojos azules y pequeños y una boca fina con labios carnosos. Lo más llamativo de todo, era el bebé que se encontraba durmiendo plácidamente sobre su regazo.
—¿Isaac? —preguntó, atónito.
—Hola de nuevo, viejo amigo.
Annie volteó a ver a su amigo/posible novio con confusión.
—¿Lo conoces?
Aproximadamente cinco años habían pasado desde la última vez que Scott vio a Isaac Lahey. Supo, por Chris Argent, que había estado viviendo en Francia y que eventualmente se unió a otra manada cerca de la frontera con España. Pero desde que se marchó, jamás había vuelto a hablar con él hasta ahora.
—Sí, es...mi amigo —dijo, contestando a la pregunta de Annie.
—¿Es cómo tú? Ya sabes...
—¿Un hombre lobo? —Isaac terminó la frase por ella—. Lo soy.
Annie le escrutó el rostro curiosidad, como si intentara encontrar algo en particular que confirmara esa respuesta. Tenía un leve acento británico muy sexy y, por cómo lucía, debía estar rondando los veintitrés años al igual que ellos. Fácilmente podría pasar por cualquier otro estudiante en la UC Davis. No había nada raro con él, a excepción, claro, de la niña que dormía en su regazo.
—Annie... —la llamó Scott— ¿Crees que podrías...?
—Claro.
La joven asintió, pero antes de irse, se dio cuenta de que la bebé estaba empezando a despertar.
—Puedo cuidar de ella mientas hablan —le dijo a Isaac— Me quedaré cerca, en el cuarto de una amiga a dos puertas de aquí.
—Eso sería genial. Gracias.
Scott las observó a ambas mientras se alejaban. Con sus grandes ojos azules abiertos, la niña tenía un aire de inocencia y de candidez que la hacían lucir muy adorable. Pero lo más llamativo, era sin duda, su enorme parecido con su amigo. Tenían la misma boca, el mismo color de cabello, los mismos pómulos y puede que algún otro detalle que hubiera pasado por alto.
—¿Quién es ella? —Scott ya creía conocer la respuesta, pero aun sí esperó a escucharla de los labios del hombre lobo.
—Su nombre es Aimee. Es mi hija.
Scott se sentó en el borde de su cama, que quedaba al lado del sillón en donde se encontraba Isaac. El aturdimiento repentino lo golpeó tan fuerte que casi lo hizo caer de rodillas. Necesitaba quedarse quieto en un sitio para darle a tiempo a su cerebro de procesar aquella información.
—¿Tienes una hija? —estaba alucinando cada vez más con esa noticia.
Isaac tragó saliva.
—Sé que debes tener muchas preguntas, pero me estoy quedando sin tiempo. En resumen, una buena amiga tenía el sueño de convertirse en madre y yo decidí ayudarla a cumplirlo. Sin embargo, ignoramos una advertencia muy importante y ahora estamos pagando el precio.
—¿De qué estás hablando? —Scott se sentía más perdido que al inicio.— ¿Qué advertencia?
—Luego te contaré todo con más detalle —prometió Isaac—, pero, primero, escucha. Según la leyenda. Cuando Lycan decidió jugarle una broma a Zeus, haciéndole comer carne humana en vez de animal, este como castigo decidió convertirlos en lobo. Lycan y sus hijos, pidieron la ayuda de los druidas, seres que estaban conectados con la magia y que tenían la habilidad de cambiar de forma, para que los volvieran humanos.
»A pesar de sus intentos, los druidas no podían volverlos humanos, pero podían hacer que tuvieran la habilidad de transformarse de lobos a humanos y viceversa. Por eso es que los druidas y lobos están unidos, y los lobos van en busca de ellos para sus consejos.
»Muchos años después, una alfa llamada Alennys, decidió mantener una relación amorosa con el druida asesor de su manada, del cual nació un niño que poseía la habilidad de conectar el mundo de los muertos con el de los vivos. A consecuencia de esto, una poderosa criatura conocida como "Nigromante", decidió usar el poder del niño para revivir a los muertos y crear un ejército de sombras, con el cual trajo caos y destrucción al mundo entero.
»Desesperados, los druidas decidieron quemar al niño vivo en la hoguera. Fue un acto terrible, pero gracias a eso lograron destruir al Nigromante y las sombras y, al mismo tiempo, restablecer el velo entre la vida y la muerte.
»Desde entonces, quedó prohibido que un hombre lobo y su druida asesor se involucren sentimentalmente y, mucho menos, que den a luz a un bebé. Los druidas temían que la historia volviera a repetirse y... no estaban equivocados.
Scott lo miraba con los ojos desorbitados, incapaz de moverse.
—¿Eso significa que la madre de Aimee es la druida asesora de tu manada en Francia?
Isaac se estremeció ante la mención de Michelle. Todavía podía escucharla suplicarle que cuidara de Aimee, antes de quedar a merced de la fría lluvia y los druidas que, de seguro, terminaron arrebatándole su último estertor.
—Lo es. —logró decir, bajando la mirada— Pero nada sucederá mientras el Nigromante y ella no hagan contacto. Esa es la razón por la que volví, Scott. Por favor, ayúdame a proteger la vida de mi hija.
━━━━━━━━━━━━━━━━━━━━━
❂ ☾ ☯
━━━━━━━━━━━━━━━━━━━━━
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro